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Capítulo 1
1 PRINCIPIO del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. 2 De la manera que está escrito en los profetas: He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, que apareje tu camino; -- 3 iVoz de uno que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, haced derechas sus sendas! 4 así vino Juan, bautizando en el desierto, y predicando el bautismo de arrepentimiento, para remisión de pecados. 5 Y salía a él todo el país de Judea y todos los de Jerusalem, y fueron bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. 6 Y Juan iba vestido de pelos de camello, y traía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y comía langostas y miel silvestre; 7 y pregonaba, diciendo: Viene en pos de mí el que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de inclinarme y desatar la correa de sus zapatos. 8 Yo os he bautizado con agua, mas él los bautizará con el Espíritu Santo.
9 Y sucedió en aquellos días que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fué bautizado por Juan en el Jordán. 10 Y luego, al subir del agua, vió partidos los cielos, y al Espíritu como paloma que bajaba sobre él. 11 Y vino una voz de los cielos, que decía: Tú eres mi amado Hijo; en ti hallo mi complacencia.
12 E inmediatamente el Espíritu le impele al desierto. 13 Y estuvo en el desierto cuarenta días, tentado por Satanás; y estaba con las fieras: y los ángeles le servían.
14 Mas después que Juan fué encarcelado, Jesús vino a Galilea, predicando el evangelio de Dios, 15 y diciendo: Se ha cumplido el tiempo, y se ha acercado el reino de Dios: arrepentíos, y creed el evangelio,
16 Y andando por la orilla del mar de Galilea, vió a Simón y a Andrés su hermano echando la red en el mar; porque eran pescadores. 17 Y les dijo Jesús: Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres. 18 Y al punto, dejando sus redes, le siguieron. 19 Y pasando un poco más adelante vió a Santiago hijo de Zebedeo y a Juan su hermano, los cuales estaban también en la barca, componiendo sus redes. 20 Y luego los llamó: y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca, con los jornaleros, fueron en pos de él. 21 Y entraron en Capermaum; y luego, el día de sábado, entró en la sinagoga, y enseñaba. 22 Y se asombraron de su enseñanza; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no a la manera de los escribas. 23 Y había en la sinagoga de ellos un hombre con espíritu inmundo; el cual alzó la voz, 24 diciendo: ¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? ¡Te conozco! ¡Sé quien eres, eres el Santo de Dios! 25 Y reprendióle Jesús, diciendo: ¡Enmudece, y sal de él! 26 Y el espíritu inmundo, echándole en convulsiones, y clamando a gran voz, salió de él. 27 Y todos se llenaron de asombro, de tal manera que cuestionaban entre sí, diciendo: ¿Qué cosa es ésta? ¿Qué nueva enseñanza? Porque aun a los espíritus inmundos manda con autoridad, y le obedecen. 28 E inmediatamente su fama divulgóse por dondequiera, en toda la región en derredor de Galilea.
29 Y luego, habiendo salido de la sinagoga, entraron en casa de Simón y Andrés, con Santiago y Juan. 30 Mas la suegra de Simón estaba postrada en cama, con fiebre; y en seguida le hablaron de ella. 31 Entonces llegóse, y tomándola de la mano la levantó; y la dejó la fiebre, y les servía.
32 y por la tarde, cuando se puso el sol, le traían todos los que estaban enfermos, y los endemoniados; 33 y toda la ciudad juntóse a la puerta.
34 Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas dolencias, y echó fuera muchos demonios; y no dejaba hablar a los demonios, porque le conocían.
35 Y levantándose de madrugada, siendo aún muy obscuro, salió y fue a un lugar solitario, y allí oraba. 36 Mas Simón y los que con él estaban, siguieron a su alcance; 37 Y habiéndole hallado, le dicen: Todos te buscan. 38 Pero él les dijo: Vamos a otra parte, entre los pueblos vecinos, para que predique también allí; porque para esto mismo salí. 39 Y entró en las sinagogas de ellos, por toda la Galilea, predicando, y echando fuera los demonios.
40 Y vino a él un leproso, rogándole y arrodillándose, y diciéndole: ¡Si quieres, puedes limpiarme! 41 Y Jesús, compadecido, extendió la mano, y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio. 42 Y al instante le dejó la lepra, y él quedó limpio. 43 Y habiéndole amonestado rigurosamente, le despachó luego, 44 y le dice: Mira, no digas nada a nadie; sino vé, muéstrate al sacerdote, y ofrece para tu purificación lo que Moisés mandó; para que les conste. 45 Mas él, saliendo, comenzó a publicarlo mucho, y a divulgar la noticia; de manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en la ciudad, sino que estaba fuera en los lugares desiertos. Y venían a él de todas partes.
Capítulo 2
1 Y PASADOS algunos días, Jesús volvió a entrar en Capernaum, y se oyó decir que estaba en casa. 2 Y se juntaron muchos, de modo que no cabían ni aun en derredor de la puerta; y les predicaba la palabra. 3 Y vinieron algunos que le traían un paralítico, llevado entre cuatro. 4 Y no pudiendo acercarse a él a causa del gentío, rompieron el techo por la parte donde él estaba; y habiendo acabado de abrirlo, bajaron la camilla en que yacía el paralítico. 5 Y viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados. 6 Pero había allí, sentados, algunos de los escribas, que discurrían en sus corazones, diciendo: 7 ¿Por qué habla este hombre así? ¡Blasfema! ¿quién puede perdonar pecados sino solo Dios? 8 Y luego, conociendo Jesús en su espíritu que discurrían entre sí de esta manera, les dice: ¿Por qué discurrís tales cosas en vuestros corazones? 9 ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados son perdonados; o decirle: Levántate, y alza tu camilla y anda? 10 Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra de perdonar pecados (dice al paralítico): 11 A ti digo: ¡Levántate, alza tu camilla, y véte a tu casa! 12 Y levantóse, y alzando al punto la camilla, salió delante de todos ellos; de modo que quedaron asombrados todos, y glorificaban a Dios, diciendo: ¡Jamás vimos semejante cosa!
13 Y salió otra vez a la orilla del mar; y toda la multitud acudió a él, y les enseñaba. 14 Y pasando adelante, vió a Leví hijo de Alfeo, sentado al banco de los tributos, y le dice: ¡Sígueme! Y él se puso en pie, y le siguió. 15 Y sucedió que estando sentado a comer en casa de éste, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer juntamente con Jesús; porque eran muchos, y le seguían. 16 Mas los escribas, que eran de los fariseos, viéndole comer con publicanos y pecadores, decían a sus discípulos: Él come y bebe con publicanos y pecadores. 17 Y Jesús, oyendo esto, les dice: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos; no vine a llamar justos sino pecadores.
18 Y los discípulos de Juan Bautista y los fariseos estaban de ayuno; y vienen y le dicen: ¿Por qué ayunan los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos, mas tus discípulos no ayunan? 19 Y Jesús les dice: ¿Acaso los compañeros del novio pueden ayunar mientras el esposo está con ellos? entretanto que tengan consigo al esposo, no pueden ayunar. 20 Mas vendrán días en que el esposo será quitado de ellos; y entonces ayunarán en aquellos días. 21 Nadie cose remiendo de paño recio sobre vestido viejo; de otra manera el mismo remiendo tira de él, lo nuevo de lo viejo, y se hace peor la rotura. 22 Ni nadie pone vino nuevo en odres viejos; de otra manera el vino romperá los odres, y el vino se pierde, juntamente con los odres; mas el vino nuevo se debe poner en odres nuevos. 23 Y aconteció que pasando él por entre los sembrados en día de sábado, sus discípulos, mientras andaban, comenzaron a arrancar las espigas. 24 Y los fariseos le dijeron: ¡Mira! ¿por qué hacen lo que no es lícito hacer en día de sábado? 25 Mas él les dijo: ¿Nunca acaso leísteis lo que hizo David, cuando tuvo necesidad, y padeció hambre, él y los que con él estaban; 26 cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos de Abitar el sacerdote, y comió los panes de la proposición; de los cuales no es lícito a nadie comer, salvo a los sacerdotes; y dió también a los que con él estaban? 27 Y les dijo: El sábado fué hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del sábado. 28 Así que el Hijo del hombre es Señor aun del sábado.
Capítulo 3
1 Y ENTRÓ Jesús otra vez en la sinagoga; y había allí un hombre que tenía seca una mano. 2 Y le observaban disimuladamente, por ver si le sanaría en día de sábado, para poderle acusar. 3 Él entonces dijo al hombre que tenía la mano seca: Ponte de pie en medio. 4 Luego a ellos les dice: ¿Cuál es lícito, hacer bien en día de sábado, o hacer mal? ¿salvar la vida, o matar? Mas ellos callaban. 5 Y mirándolos en torno suyo con indignación, entristecido a causa de la dureza de su corazón, dice al hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió; y la mano le fue restituída. 6 Y saliendo los fariseos, entraron en consejo contra él con los Herodianos, para ver cómo pudieran destruirle.
7 Jesús, pues, con sus discípulos, se retiró al mar; y le siguió una inmensa multitud de Galilea, y de Judea. 8 Y de Jerusalem, y de Idumea, y de más allá del Jordán, y de en derredor de Tiro y de Sidón, una muchedumbre inmensa, al oír cuán grandes cosas hacía, acudían a él. 9 Y dijo a sus discípulos que una barquilla le asistiese de continuo, a causa del gentío, para que no le oprimiesen; 10 porque había sanado a muchos, de modo que caían sobre él para tocarle cuantos tenían mal alguno. 11 Los espíritus inmundos también, siempre que le veían, caían en tierra delante de él, y gritaban, diciendo: ¡Tú eres el Hijo de Dios! 12 Mas él les mandaba mucho, que no le pusiesen de manifiesto.
13 Y subió a la montaña, y llamó a sí los que él mismo quiso; y vinieron a él. 14 Y constituyó a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar; 15 y para tener potestad de sanar enfermedades, y de echar fuera demonios: 16 a saber, Simón, a quien puso por sobrenombre Pedro; 17 y Santiago hijo de Zebedeo, y Juan hermano de Santiago, a quienes puso por sobrenombre Boanerges, que significa: Hijos del trueno; 18 y Andrés, y Felipe, y Bartolomé, y Mateo, y Tomás, y Santiago hijo de Alfeo, y Tadeo, y Simón el celote, 19 y Judas Iscariote, el cual también le entregó; y volvieron a casa.
20 Y se juntó otra vez la multitud, de manera que no podían ellos ni siquiera comer pan. 21 Y cuando lo oyeron los suyos, salieron para echar mano de él; porque decían; Está fuera de sí. 22 Pero los escribas que vinieron de Jerusalem, decían: ¡Tiene a Beelzebub y en unión con el príncipe de los demonios, echa fuera los demonios! 23 Y él los llamó a sí, y les dijo en parábolas: ¿Cómo puede Satanás echar fuera a Satanás? 24 Y si un reino se divide contra sí mismo, no puede permanecer aquel reino. 25 Y si una casa se divide contra sí misma, no podrá permanecer aquella casa. 26 Y si Satanás se ha levantado contra sí mismo y está dividido, no puede permanecer, sino que tiene fin. 27 Ninguno puede entrar en la casa del poderoso, y saquear sus efectos, si primero no atare al poderoso; y entonces saqueara su casa. 28 En verdad os digo que todo género de pecados será perdonado a los hijos de los hombres, y las blasfemias cualesquiera con que blasfemaren: 29 mas el que blasfemare contra el Espíritu Santo no tiene perdón jamás, sino que queda sujeto a eterna condenación; 30 por cuanto decían: Espíritu inmundo tiene.
31 Vinieron pues sus hermanos y su madre, y estando fuera, enviaron a él, llamándole. 32 Y una multitud estaba sentada alrededor de él; y algunos le dijeron: He aquí tu madre y tus hermanos allá fuera te buscan. 33 Mas él les respondió: ¿Quién es mi madre, y quiénes mis hermanos? 34 Y mirando en derredor a los que estaban sentados en torno de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. 35 Porque aquel que hiciere la voluntad de Dios, este mismo es mi hermano, y hermana, y madre.
Capítulo 4
1 Y DE nuevo se puso a enseñar a la orilla del mar; y allegóse a él una inmensa multitud, de manera que entrando en una barca se sentó en el mar; y toda la multitud estaba en tierra junto a mar. 2 Y les enseñaba muchas cosas en parábolas; y les decía en su enseñanza: 3 Escuchad: He aquí, un sembrador salió a sembrar. 4 Y sucedió que al sembrar, una parte de la semilla cayó a lo largo del camino; y vinieron las aves, y se la comieron. 5 Y otra parte cayó sobre lugares pedregosos, donde no tenía mucha tierra: y nació pronto, por no tener la tierra profunda: 6 mas al levantarse el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. 7 Y otra parte cayó entre los espinos; y crecieron los espinos y la ahogaron, y no dió fruto. 8 Mas otra parte cayó en tierra buena, y subiendo y creciendo, dio fruto; y llevó, uno a treinta por uno, otro a sesenta, y otro a ciento. 9 Y dijo: Quien tiene oídos para oír, oiga.
10 Y cuando estuvo solo, los que estaban con los doce alrededor de él, le preguntaron acerca de la parábola. 11 Y él les dijo: A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los de afuera se les trata todo en parábolas; 12 a fin de que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; no sea que en algún tiempo se conviertan, y los pecados les sean perdonados. 13 Y les dice: ¿No entendéis esta parábola? ¿cómo, pues, entenderéis todas las parábolas? 14 El sembrador siembra la palabra. 15 Y éstos son aquellos de a lo largo del camino, en quienes la palabra es sembrada; mas cuando han oído, en seguida viene Satanás y se lleva la palabra que en ellos fué sembrada. 16 Y asimismo éstos son los sembrados sobre lugares pedregosos: los que, cuando han oído la palabra, al momento la reciben con gozo; 17 mas no tienen raíz en sí, sino que duran poco; y así, al haber aflicción o persecución por motivo de la palabra, en seguida tropiezan. 18 Y éstos son los sembrados entre los espinos: los que oyen la palabra; 19 mas los afanes del siglo, y el engaño de las riquezas, y los deseos desordenados respecto de otras cosas, entrando, ahogan la palabra, y viene a quedar sin fruto. 20 Y éstos son los que son sembrados en la tierra buena: los que oyen la palabra, y la aceptan; y dan fruto, a treinta por uno, a sesenta, y a ciento.
21 Y les dijo: ¿Se trae por ventura una luz para que sea puesta bajo el celemín, o debajo de la cama? ¿no la traen antes para que sea puesta en el velador? 22 Porque ninguna cosa está encubierta sino para que sea manifestada, ni nada guardado en secreto, sino para que venga en plena manifestación. 23 Si alguno tiene oídos para oír, oiga. 24 Díjoles también: Dad atención a lo que oís; con la medida con que medís, os será medido; y a vosotros que oís, más todavía os será dado. 25 Porque al que tiene, le será dado; mas al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.
26 Y dijo: Así es el reino de Dios, como si un hombre esparciera semilla sobre la tierra; 27 y durmiese y se levantase, noche y día; y la semilla naciera y creciera como él no sabe. 28 La tierra de suyo da fruto; primero hierba, luego espiga, luego grano lleno en la espiga. 29 Y cuando el fruto está maduro, inmediatamente mete él la hoz, porque la siega ha llegado ya.
30 Dijo también: ¿A qué hemos de comparar el reino de Dios? ¿o con qué semejanza lo representaremos? 31 Es como un grano de mostaza, que cuando es sembrado en la tierra, aunque sea la más pequeña de todas las semillas que están en la tierra, 32 sin embargo, cuando es sembrado, sube, y viene a ser más grande que todas las hortalizas, y echa grandes ramas; de manera que las aves del cielo pueden posar bajo su sombra. 33 Y con muchas semejantes parábolas les hablaba la palabra, conforme la podían oír; 34 mas sin parábola no les hablaba: y en privado lo explicaba todo a sus propios discípulos.
35 Y aquel mismo día, a la caída de la tarde, les dice: Pasemos a la orilla opuesta. 36 Y habiendo él despedido la multitud, los discípulos le tomaron así como estaba en la barca; y había también con él otras barquichuelas. 37 Y levantóse una gran tempestad de viento; y las ondas se echaban en la barca, de manera que ya se llenaba. 38 Mas él estaba en la popa durmiendo sobre el cojín: y lo despiertan, y le dicen: ¡Maestro! ¿nada te importa que perezcamos? 39 Y habiendo despertado, reprendió al viento, y dijo a la mar: ¡Calla! ¡sosiégate! Y calmó el viento, y sucedió una grande bonanza. 40 Y a ellos les dijo: ¿Por qué sois cobardes? ¿no tenéis fe todavía? 41 Y ellos temieron con gran temor y decían unos a otros: ¿Quién, pues, es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?
Capítulo 5
1 Y LLEGARON a la otra orilla del mar, al país de los Gadarenos. 2 Y saliendo él de la barca, en seguida le vino al encuentro, desde los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo; 3 el cual tenía su morada en los sepulcros; y ninguno le podía atar, ni aun con cadenas; 4 porque muchas veces había sido atado con grillos y cadenas; y las cadenas habían sido rotas por él, y los grillos hechos pedazos; ni nadie tenía fuerzas para domarle. 5 Y todo el tiempo, de noche y de día, iba dando voces por las montañas, y en los sepulcros, y cortándose con piedras. 6 Y viendo a Jesús de lejos, corrió y prosternóse ante él; 7 Y clamando a gran voz, decía: ¿Qué tengo yo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? ¡te conjuro por Dios que no me atormentes! 8 porque le había dicho: Sal de este hombre, espíritu inmundo. 9 Y le preguntó: ¿Cuál es tu nombre? Y él dijo: Legión es mi nombre; porque somos muchos. 10 Y le rogaba con instancia que no los enviase fuera del país. 11 Mas había allí, en la falda de la serranía, una grande piara de cerdos, paciendo. 12 Y los demonios le rogaron, diciendo: Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos. 13 Y se lo permitió. Salieron entonces los espíritus inmundos, y entraron en los cerdos; y la piara (eran como dos mil), lanzóse furiosamente por un despeñadero en el mar y se ahogaron en el mar. 14 Y los que los apacentaban huyeron, y lo contaron en la ciudad y por los campos. Salieron, pues, las gentes a ver qué era aquello que había acontecido. 15 Y vienen a Jesús, y miran al endemoniado sentado, vestido y en su juicio cabal; el mismo que había tenido la legión; y tuvieron temor. 16 Y les refirieron los que lo habían visto, cómo esto había acontecido al endemoniado, y aquello de los cerdos. 17 Y comenzaron a rogarle que se retirase de los términos de ellos. 18 Y como iba a entrar en la barca, aquel que había sido endemoniado le rogaba que le permitiese estar con él. 19 Pero Jesús no lo consintió; antes le dijo: Véte a tu casa, a los tuyos, y diles cuán grandes cosas el Señor ha hecho por ti, y cómo se ha compadecido de ti. 20 Y él se fué, y comenzó a publicar en Decápolis cuán grandes cosas Jesús había hecho por él: y todos se maravillaban.
21 Y cuando Jesús hubo pasado otra vez en la barca al otro lado, se reunió alrededor de él una gran multitud; y él estaba a la orilla del mar. 22 Y viene uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo; y viéndole, cae a sus pies, 23 y le ruega mucho, diciendo: Mi hijita está en los últimos momentos. ¡Ruégote que vengas, y pongas sobre ella tus manos para que sane y viva! 24 Y Jesús fué con él; y le seguía mucho tropel de gente, y le apretaba.
25 Y una mujer, que hacía doce años que padecía flujo de sangre, 26 y había sufrido mucho por parte de muchos médicos, y había gastado todo su haber, y nada había aprovechado, sino antes le iba peor; 27 habiendo oído las cosas que contaban de Jesús, llegóse en el gentío, detrás de él, y tocó su vestido: 28 porque decía: ¡Si yo tocare siquiera su vestido, sanaré! 29 Y al instante se secó la fuente de su sangre, y conoció en su cuerpo que estaba sana de aquel azote. 30 Y luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que de él había salido, se volvió en medio del gentío, y dijo: ¿Quién tocó mis vestidos? 31 Y sus discípulos le dijeron: Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿quién me tocó? 32 Pero él seguía mirando en derredor para ver a aquella que había hecho esto. 33 La mujer, pues, temerosa y temblorosa, sabiendo lo que le había sido hecho, vino, y cayendo en tierra delante de él, le dijo toda la verdad. 34 Mas él le dijo: Hija, tu fe te ha sanado; véte en paz, y queda sana de tu azote:
35 Mientras él aún hablaba, vinieron de casa del jefe de la sinagoga, diciendo: Tu hija ya murió, ¿para qué molestas más al Maestro? 36 Pero Jesús, entreoyendo la razón que se decía, dice al jefe de la sinagoga: No temas; cree solamente. 37 Y no permitió qué nadie siguiese con él, sino Pedro y Santiago y Juan, hermano de Santiago. 38 Y llegan a casa del jefe dé la sinagoga: y mira Jesús el alboroto, y los que lloraban y daban grandes alaridos. 39 Y habiendo entrado dentro, les dice: ¿Por qué hacéis alboroto y lloráis? la niña no ha muerto, sino que duerme. 40 Y ellos se reían de él. Mas habiendo echado fuera a todos, toma al padre y a la madre de la niña y a los que con él estaban, y pasa adentro, donde estaba la niña. 41 Y tomándola de la mano, le dice: Talitha cumi; que traducido, quiere decir: Niña, a ti te digo, levántate. 42 Y al instante la doncella se levantó, y echó a andar; pues era de doce años. Y ellos se asombraron con grande asombro. 43 Mas él les amonestó mucho que nadie lo supiese: y dijo que a ella lo dieran de comer.
Capítulo 6
1 Y PARTIENDO Jesús de allí, viene a su tierra; y sus discípulos le siguen. 2 Y venido el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos al oírle quedaron atónitos, diciendo: ¿De dónde tiene éste estas cosas? ¿y qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿y qué quieren decir tan grandes milagros hechos por sus manos? 3 ¿No es éste el carpintero, hijo de María, y hermano de Santiago, y José, y Judas, y Simón? ¿y no están sus hermanas aquí con nosotros? Y se escandalizaban en él. 4 Mas Jesús les dijo: No hay profeta sin honra, sino en su tierra, y entre sus parientes, y en su casa. 5 Y no podía hacer milagro alguno allí, salvo que poniendo las manos sobre algunos pocos enfermos, los sanó. 6 Y maravillóse de la incredulidad de ellos.
Y andaba por las aldeas del contorno, enseñando.
7 Y llamó a sí los doce, y comenzó a enviarlos de dos en dos: y les dio autoridad sobre los espíritus inmundos; 8 y les mandó que no llevasen nada para el camino, sino solamente un báculo; ni alforja, ni pan, ni dinero en su cinto; 9 mas que calzasen sandalias; y que no vistiesen dos túnicas. 10 Y les dijo: Dondequiera que entréis en una casa, permaneced allí hasta que salgáis de aquel lugar. 11 Y si en algún lugar no os recibieren, ni os oyeren, en saliendo de allí, sacudid el polvo que está debajo de vuestros pies para testimonio a ellos. En verdad os digo que será mas llevadera la condena de Sodoma o Gomorra en el día del juicio, que la de aquella ciudad. 12 Y saliendo, predicaban que los hombres se arrepintiesen: 13 y echaban fuera muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos, y los sanaban.
14 Y oyó de ello el rey Herodes (porque el nombre de Jesús se había hecho manifiesto) y decía: Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos, y por eso poderes milagrosos obran en él. 15 Otros decían: Es Elías. Y decían otros: Es algún profeta, como uno de los antiguos profetas. 16 Mas oyendo de ello Herodes, decía: ¡Es Juan, a quien yo degollé: él ha resucitado! 17 porque Herodes mismo había enviado, y prendido a Juan, y le había encadenado en la cárcel, por causa de Herodías, mujer de Filipo su hermano; pues se había casado con ella. 18 Porque Juan decía a Herodes: No te es lícito tener la mujer de tu hermano. 19 Y Herodías se le puso en contra, y quería matarle, mas no podía; 20 porque Herodes temía a Juan, conociendo que era hombre justo y santo, y miraba por su seguridad; y cuando le oía, hacía muchas cosas, y le escuchaba con gusto. 21 Mas sucedió que presentóse un día favorable, en que Herodes, en su cumpleaños, dió un convite a sus grandes, y a los tribunos, y a la gente principal de Galilea. 22 Y cuando entró la hija de Herodías misma y danzó, dió gusto a Herodes y a los que le acompañaban en la mesa; y el rey dijo a la doncella: Pídeme cuanto quisieres, y te lo daré. 23 Y se lo juró, diciendo: Todo cuanto me pidieres te lo daré, hasta la mitad de mi reino. 24 Y saliendo ella, dijo a su madre: ¿Qué pediré? Y ella dijo: La cabeza de Juan el Bautista. 25 Ella, pues, al instante, entrando apresuradamente a donde estaba el rey, pidió, diciendo: Quiero que ahora mismo me des en un trinchero la cabeza de Juan el Bautista. 26 Y el rey se puso muy triste; mas a causa de sus juramentos, y de los que estaban con él a la mesa, no quiso rechazarla. 27 Y enviando inmediatamente uno de su guardia, mandó traer la cabeza de Juan. Y éste fué, y le cortó la cabeza en la cárcel; 28 y trayendo su cabeza en un trinchero, la dio a la doncella; y la doncella la dio a su madre. 29 Y cuando sus discípulos lo supieron, vinieron, y alzando su cadáver, lo pusieron en un sepulcro.
30 Y los apóstoles, reuniéndose con Jesús, le dieron cuenta de todo; de cuanto habían hecho, y de cuanto habían enseñado. 31 Y él les dijo: Venid vosotros mismos aparte a un lugar desierto, y descansad un poco. Porque eran muchos los que venían e iban; de manera que ni para comer tenían tiempo. 32 Partieron, pues, en la barca. a un lugar desierto y apartado. 33 Pero las gentes los vieron en tanto que se iban, y muchos le conocieron; y de todas las ciudades concurrieron allá a pie, y llegaron antes que ellos. 34 Y saliendo Jesús, vió una gran multitud, y compadecióse de ellos, porque eran como ovejas que no tienen pastor: y comenzó a enseñarles muchas cosas.
35 Y cuando el día estaba ya muy avanzado, se llegaron a él sus discípulos, diciendo: Desierto es este lugar, y el día está muy avanzado: 36 despídelos, para que se vayan a los campos y las aldeas de alderredor, y compren para sí algo de comer. 37 Mas él respondiendo, les dijo: Dadles vosotros de comer. Y le dijeron: ¿Hemos de ir y comprar doscientos denarios de pan, y dárselo a comer? 38 El les dice: ¿Cuántos panes tenéis? id, y vedlo. Y ellos, al saberlo, dijeron: Cinco, y dos peces. 39 Y les mandó que hiciesen recostar a todos por compañías sobre la hierba verde. 40 Y se sentaron por partidas de ciento en ciento, y de cincuenta en cincuenta. 41 Y tomando los cinco panes y los dos peces, miró al cielo, y los bendijo; y partiendo los panes, dió a los discípulos, para que se los pusiesen delante: y repartió los dos peces entre todos. 42 Y comieron todos, y se saciaron; 43 y alzaron doce cestos llenos de los pedazos de pan y de los peces. 44 Y los que comieron de los panes eran como cinco mil hombres.
45 E inmediatamente obligó a sus discípulos a entrar en la barca, e ir delante, al otro lado, a Betsaida, en tanto que él mismo despedía la multitud. 46 Y habiéndose separado de ellos, se retiró a la montaña para orar. 47 Y cuando anochecía, la barca estaba en medio del mar, y él solo en tierra. 48 Y los vió remando con ansia; porque el viento les era contrario. Y a eso de la cuarta vigilia de la noche, fué a ellos andando sobre el mar; y hacía como que iba a pasarlos. 49 Mas ellos, cuando le vieron andando sobre el mar, pensaron que era un aparecido; y levantaron el grito: 50 porque todos le vieron, y se turbaron. Mas Jesús al punto habló con ellos, y les dijo: ¡Tened ánimo; yo soy; no tengáis miedo! 51 Y subió a ellos dentro de la barca; y calmó el viento, y ellos quedaron sobremanera asombrados: 52 pues no habían reflexionado sobre el milagro de los panes; sino que su corazón estaba endurecido.
53 Y habiendo atravesado el lago, llegaron a tierra de Genesaret, y atracaron a la playa. 54 Y cuando salieron de la barca, en seguida las gentes le conocieron; 55 y corriendo por toda aquella comarca, comenzaron a llevar en derredor, en sus camillas, a los enfermos, adonde oían decir que estaba. 56 Y dondequiera que entraba, en aldeas, o en ciudades, o en los campos, ponían a los enfermos en las plazas, y le rogaban les permitiese tocar siquiera el borde de su vestido: y cuantos le tocaron, quedaron sanos.
Capítulo 7
1 Y SE juntaron en derredor de él los fariseos y algunos de los escribas venidos de Jerusalem, 2 los cuales habían visto a varios de sus discípulos comer los panes con manos inmundas, es decir, sin lavar. 3 Porque los fariseos y todos los judíos, si no se lavan con empeño las manos, no comen; aferrados a la tradición de los antiguos. 4 Y al volver de la plaza, si no se bautizan, no comen: y otras muchas cosas hay que han recibido para guardar aferradamente, como bautismos de copas, y de jarros, y de vasos de cobre, y de lechos. 5 Y le preguntaron los fariseos y los escribas: ¿Por qué no andan tus discípulos conforme a la tradición de los antiguos, sino que comen con manos inmundas? 6 Mas él les dijo: Admirablemente profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: Este pueblo con los labios me honra, pero su corazón lejos está de mí. 7 Mas en vano me rinden culto, enseñando doctrinas que son preceptos de hombres. 8 Porque dejáis el mandamiento de Dios y os aferráis a la tradición de los hombres, como los bautismos de los jarros y de las copas: y otras muchas cosas semejantes a éstas hacéis. 9 Y les dijo: Admirablemente desecháis el mandamiento de Dios, para guardar vuestra tradición. 10 Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldijere al padre o a la madre, muera irremisiblemente. 11 Mas vosotros decís: Si alguno dijere al padre o a la madre: Es corbán (es decir, ofrendado a Dios) aquello en que tú pudieras ser servido por mí, quedará desobligado; 12 y no le permitís hacer nada más por el padre o por la madre; 13 invalidando así la palabra de Dios con vuestra tradición, que vosotros habéis entregado: y muchas cosas semejantes a éstas hacéis.
14 Y habiendo otra vez llamado a sí la multitud, les dijo: Escuchad todos, y entended: 15 Nada hay de afuera del hombre que entrando en él le pueda contaminar; mas las cosas que proceden de él son las que contaminan al hombre. 16 Si alguno tiene oídos para oír, oiga. 17 Y cuando entró en casa, retirándose de la multitud, le preguntaron sus discípulos respecto de la parábola. 18 Y él les dice: ¿Así que vosotros también estáis sin entendimiento? ¿No sabéis que todo lo que de fuera entra en el hombre, no le puede contaminar, 19 porque no entra en su corazón, sino en su vientre, y sale a la secreta? Dijo esto, purificando así todas las viandas. 20 Y dijo: Lo que del hombre procede, eso contamina al hombre. 21 Porque de dentro, del corazón de los hombres, proceden los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, 22 los hurtos, las codicias, las maldades, el engaño, la lujuria, el ojo maligno, la blasfemia, la soberbia, la insensatez: 23 todas estas cosas malas de adentro proceden, y ellas contaminan al hombre.
24 Y levantándose de allí, partió para los confines de Tiro y Sidón; y entrando en una casa, deseaba que nadie lo supiese; mas no podía estar oculto. 25 Porque habiendo oído hablar de él, una mujer, cuya hijita tenía un espíritu inmundo, vino, y cayó a sus pies. 26 La mujer era griega, sirofenicia de raza, y le rogaba que echase fuera de su hija al demonio. 27 Mas él le dijo: Deja que se sacien primero los hijos; porque no es justo tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perros. 28 Ella empero respondió y le dijo: ¡Así es, Señor; pero los perros también, debajo de la mesa, comen de las migajas de los hijos! 29 Y él le dijo: Por este dicho, véte; el demonio ha salido de tu hija. 30 Y yendo ella a su casa, halló a la niña echada sobre la cama, y salido ya el demonio.
31 Y partiendo otra vez de los confines de Tiro y Sidón, vino al mar de Galilea, pasando por entre las comarcas de Decápolis. 32 Le trajeron entonces un sordo tartamudo, y le rogaban que pusiera sobre él la mano. 33 Y sacándole aparte de la multitud, metió los dedos en sus orejas, y habiendo escupido, tocó su lengua; 34 y mirando hacia el cielo, gimió, y dijo: ¡Ephphatha! es decir: ¡Sé abierto! 35 Y se le abrieron los oídos, y desatóse la ligadura de su lengua, y hablaba claramente. 36 Y les mandó que no lo dijesen a nadie: pero cuanto más les mandaba, con tanto más celo lo divulgaban; 37 y quedaban sobremanera asombrados, diciendo: Admirablemente lo ha hecho todo; hace oír a los sordos, y hablar a los mudos.
Capítulo 8
1 EN aquellos días, siendo otra vez muy grande el concurso de gente, y no teniendo qué comer, Jesús llamó a sí sus discípulos, y les dijo: 2 Tengo compasión del pueblo, porque hace ya tres días que permanecen conmigo, y nada tienen qué comer. 3 Y si los despidiere en ayunas a sus casas, desfallecerán en el camino; pues algunos de ellos han venido de lejos. 4 Y sus discípulos le respondieron: ¿De dónde podrá alguien saciar a estas gentes de panes aquí en un desierto? 5 Y les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? y dijeron: Siete. 6 Entonces mandó que la multitud se recostase sobre la tierra; y tomó los siete panes, y habiendo dado gracias, los partió, y los dió a sus discípulos, para que se los pusiesen delante; y ellos los pusieron delante del pueblo. 7 Tenían también unos pocos pececillos; y habiéndolos bendecido, mandó poner éstos también delante de ellos. 8 Y comieron y se saciaron; y alzaron de pedazos que sobraron siete espuertas. 9 Y los que habían comido eran como cuatro mil; y los despidió. 10 Y entrando al punto en la barca con sus discípulos, vino a las comarcas de Dalmanuta.
11 Y salieron los fariseos, y comenzaron a altercar con él, demandando de su parte una señal procedente del cielo; para tentarle. 12 Mas él gimiendo profundamente en su espíritu, dijo: ¿Por qué pide esta generación una señal? En verdad os digo que no se dará señal alguna a esta generación. 13 Y dejándolos, entró otra vez en la barca, y pasó a la otra orilla.
14 Mas se olvidaron de tomar provisión de panes, y no tenían consigo en la barca más que un solo pan. 15 Y Jesús les mandó, diciendo: Mirad que os guardéis de la levadura de los fariseos, y de la levadura de Herodes. 16 Y ellos discurrían entre sí, diciendo: Es porque no tenemos pan. 17 Y conociéndolo Jesús, les dijo: ¿Por qué discurrís así por cuanto no tenéis pan? ¿No conocéis aún, ni entendéis? ¿Tenéis vuestro corazón endurecido? 18 ¿Teniendo ojos, no veis, y teniendo oídos, no oís? ¿y no os acordáis? 19 Cuando partí los cinco panes entre los cinco mil, ¿cuántos cestos llenos del pedazos alzasteis? Le dicen: Doce. 20 Y cuando los siete entre los cuatro mil, ¿cuántas espuertas llenas de los pedazos alzasteis? Y le dicen: Siete. 21 Y él les dijo: ¿No entendéis todavía?
22 Y vienen a Betsaida: y le traen un ciego, rogándole que le tocase. 23 Y tomando de la mano al ciego, le sacó fuera de la aldea; y habiendo escupido en sus ojos, puso las manos sobre él, y le preguntó: ¿Ves algo? 24 Él entonces alzando los ojos, dijo: Veo a los hombres, como árboles, andando en derredor. 25 Luego puso las manos otra vez sobre sus ojos; y él fijó la vista resueltamente; y quedó restituído, y veía de lejos y claramente todas las cosas. 26 Y Jesús le envió a su casa, diciendo: No entres siquiera en la aldea.
27 Y salió Jesús con sus discípulos a las aldeas de Cesarea de Filipo. Y en el camino preguntó a sus discípulos, diciéndoles: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? 28 Y ellos respondieron: Unos, Juan el Bautista; y otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas. 29 Y él les dice: Vosotros empero ¿quién decís que soy? Pedro respondiendo, le dice: ¡Tú eres el Cristo! 30 Y mandóles rigurosamente que a nadie dijesen esto de él. 31 Y comenzó a enseñarles que era menester que el Hijo del hombre padeciese muchas cosas, y fuese desechado por los ancianos, y los jefes de los sacerdotes, y los escribas, y que fuese muerto, y que resucitase después de tres días. 32 Y habló esta palabra sin reserva. Entonces Pedro, tomándole aparte, comenzó a reprenderle. 33 Mas él volvióse, y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciendo: Apártate de mi vista, Satanás; porque no piensas en las cosas que son de Dios, sino en las que son de los hombres. 34 Y llamando a sí al pueblo, con sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame: 35 Porque el que quisiere salvar su vida, la perderá; y el que perdiere su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. 36 Porque ¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo, y sufrir la pérdida de su alma? 37 O, una vez perdida, ¿qué rescate dará el hombre por su alma? 38 Porque aquel que se avergonzare de mí y de mis palabras, en esta generación adúltera y pecadora, de él también el Hijo del hombre se avergonzará, cuando venga en la gloria de su Padre, con sus santos ángeles.
Capítulo 9
1 Y LES dijo: En verdad os digo, que hay algunos de los que están aquí, que no probarán la muerte, hasta que hayan visto el reino de Dios venido ya con poder.
2 Y seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro y a Santiago y a Juan, y los llevó a un monte alto, en un lugar apartado; y fué transfigurado delante de ellos. 3 Y sus vestidos se tornaron resplandecientes, blancos como la nieve; cuales ningún batanero en la tierra los pueda emblanquecer. 4 Y se les apareció Elías con Moisés: y estaban hablando con Jesús. 5 Y respondiendo Pedro, dice a Jesús: ¡Rabbí, bueno es que nos estemos aquí! hagamos, pues, tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías: 6 porque no sabía lo que debía decir; pues estaban sobrecogidos de temor. 7 Vino entonces una nube que les hacía sombra; y salió una voz de la nube que decía: Éste es mi amado Hijo; oídle a él. 8 Y repentinamente, mirando ellos en derredor ya no vieron más a nadie, sino a Jesús solo. 9 Y mientras bajaban del monte, les mandó que a nadie dijesen las cosas que habían visto, sino cuando el Hijo del hombre se hubiese levantado del entre los muertos. 10 Y retuvieron este dicho entre sí, discurriendo consigo mismos qué cosa sería el levantarse de entre los muertos. 11 Le preguntaron entonces, diciendo: ¿Por qué dicen los escribas que Elías debe venir primero? 12 Y él les dijo: Elías en verdad viene primero, y lo restituye todo; y tened presente cómo ha sido escrito del Hijo del hombre, que ha de sufrir muchas cosas, y ser tenido en nada. 13 Pero os digo que Elías ha ya ha venido, y le han hecho todo cuanto quisieron; conforme está escrito de él.
14 Y cuando vinieron a los discípulos, vieron un gran gentío alrededor de ellos, y a algunos escribas que disputaban con ellos. 15 Y luego toda la multitud, al verle, quedó muy asombrada; y corriendo hacia él, le saludaron. 16 Y él preguntó a los escribas: ¿Qué disputáis con ellos? 17 Y uno de entre la multitud le respondió: Maestro, traje a ti mi hijo, que tiene un espíritu mudo; 18 el cual dondequiera que le toma, le derriba; y él echa espumarajos, y cruje los dientes, y se va secando: y hablé a tus discípulos para que le echasen fuera, y no pudieron. 19 Mas él, respondiendo, les dice: ¡Oh generación incrédula! ¿hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿hasta cuándo os tengo que sufrir? Traédmele. 20 Y se lo trajeron. Mas al verle, en el acto el espíritu arrojó al muchacho en convulsiones, el cual, cayendo en tierra, se revolcaba, echando espumarajos. 21 Y preguntó Jesús a su padre: ¿Cuánto tiempo hace que esto le sucede? Y le dijo: Desde niño; 22 y muchas veces le echa en el fuego y en las aguas, para destruirle; pero si tú puedes hacer algo, ¡ten compasión de nosotros y ayúdanos! 23 Jesús le dijo: ¡Si tú puedes! Todas las cosas son posibles al que cree. 24 Y al punto el padre del muchacho, clamando, dijo con lágrimas: ¡Creo, Señor; ayuda mi incredulidad! 25 Mas cuando vió Jesús que el pueblo se agolpaba corriendo, reprendió al espíritu inmundo, diciéndole: ¡Espíritu mudo y sordo, yo te mando que salgas de él, y no entres más en él! 26 Entonces el espíritu clamó, y arrojándole en fuertes convulsiones, salió; y él quedó como muerto; de manera que los más decían: Está muerto. 27 Pero Jesús tomándole de la mano, le alzó; y él se levantó.
28 Y al entrar en casa, sus discípulos le preguntaron reservadamente: ¿Por qué no pudimos nosotros echarle fuera? 29 Y les dijo: Este linaje no puede salir en virtud de nada sino de oración y ayuno.
30 Y saliendo de allí, pasaron por Galilea; y no quería que nadie lo supiese. 31 Porque enseñaba a sus discípulos, y les decía: El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres, y le matarán; y habiendo sido muerto, después de tres días resucitará. 32 Mas ellos no entendían este dicho; y tenían temor de preguntarle.
33 Y llegaron a Capernaum; y cuando estaba en la casa, les preguntó: ¿Qué estabais disputando en el camino? 34 Mas ellos quedaron callados; pues en el camino habían disputado entre sí, quién era el mayor.. 35 Y habiéndose sentado, llamó a los doce, y les dice: Si alguno quiere ser el primero, será el último de todos y el servidor de todos. 36 Y tomó a un niñito, y le puso de pie en medio de ellos; luego tomándole en brazos, les dijo: 37 El que recibiere en mi nombre a uno de los tales niñitos, a mí me recibe; y el que a mí recibe, no me recibe a mí, sino a aquel que me envió.
38 Y Juan le dijo: Maestro, vimos a cierto hombre que en tu nombre echaba fuera demonios; y se lo vedamos, porque no nos sigue. 39 Mas Jesús dijo: No se lo vedéis; pues ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que pueda fácilmente hablar mal de mí. 40 Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es. 41 Pues el que os diere a beber un vaso de agua en mi nombre, por cuanto sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su galardón. 42 Mas el que hiciere tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le fuera que se le colgara al cuello una piedra de molino de asno, y que fuese echado al mar.
43 Si, pues, tu mano te fuere ocasión de caer, córtala; te conviene entrar manco en la vida, más bien que teniendo las dos manos, ir al infierno, al fuego inextinguible; 44 donde su gusano no muere, y el fuego no se apaga. 45 Y si tu pie te fuere ocasión de caer, córtalo; te conviene entrar cojo en la vida, mas bien que teniendo los dos pies, ir al infierno, al fuego inextinguible; 46 donde su gusano no muere, y el fuego no se apaga. 47 Y si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo; te conviene entrar en el reino de Dios con un solo ojo, más bien que teniendo los dos ojos, ser echado al fuego del, infierno: 48 donde su gusano no muere, y el fuego no se apaga. 49 Porque cada uno será salado con fuego, y cada sacrificio será salado con sal.
50 Buena es la sal; mas si la sal hubiere perdido su sabor, ¿con qué la sazonaréis? Tened entre vosotros mismos la sal, y vivid en paz los unos con los otros.
Capítulo 10
1 Y LEVANTÁNDOSE, partió de allí, y fue a los términos de Judea, pasando por la región más allá del Jordán: y las multitudes volvieron a juntarse alrededor de él; y, según tenía de costumbre, les enseñaba otra vez. 2 Y llegándose unos fariseos, le preguntaron, tentándole: ¿Es lícito al marido repudiar a su mujer? 3 Mas él respondiendo, les dijo: ¿Qué os mandó Moisés? 4 Ellos dijeron: Moisés permitió escribir carta de divorcio y repudiar. 5 Y Jesús les dijo: Por la dureza de vuestro corazón os escribió este mandamiento: 6 mas desde el principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios. 7 Por esta causa dejará el hombre a su padre y a su madre, y quedará unido a su mujer; 8 y los dos serán hechos una misma carne. Así que ya no son dos, sino una misma carne. 9 Por tanto lo que Dios juntó en uno no lo separe el hombre.
10 Y en la casa de los discípulos volvieron a preguntarle respecto de este asunto. 11 Y les dice: El que repudiare a su mujer y se casare con otra, comete adulterio contra ella. 12 Y si ella repudiare a su marido y se casare con otro, comete adulterio.
13 Y traíanle niñitos para que los tocase; mas los discípulos reprendieron a los que los presentaban. 14 Y viendo esto Jesús, llenóse de indignación, y les dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo estorbéis; porque de los tales es el reino de Dios. 15 En verdad os digo, que el que no recibiere el reino de Dios como un niño, no entrará en él. 16 Y tomólos en sus brazos, y los bendijo, poniendo las manos sobre ellos.
17 Y como iba saliendo al camino, vino uno corriendo, y arrodillándosele, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué cosa he de hacer para heredar la vida eterna? 18 Mas Jesús le dijo: ¿Por qué me dices bueno? ninguno es bueno sino uno solo, es a saber, Dios. 19 Sabes los mandamientos: No mates; No cometas adulterio; No hurtes; No digas falso testimonio; No defraudes; Honra a tu padre y a tu madre. 20 Y él le dijo: ¡Maestro, todo esto he guardado desde mi juventud! 21 Jesús entonces, mirándole, le amó; y le dijo: Una cosa te falta: Vé, vende cuanto tienes, y dalo a los pobres; y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme. 22 Mas se demudó su semblante al oír esta palabra, y se fué triste; porque tenía grandes posesiones. 23 Entonces Jesús, mirando al derredor, dijo a sus discípulos: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! 24 Y los discípulos quedaron asombrados de sus palabras. Mas Jesús respondiendo, les volvió a decir: Hijos, ¡cuán difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el reino de Dios! 25 Más fácil es que pase un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. 26 Y ellos se quedaban sobremanera atónitos, diciendo entre sí: ¿Quién entonces podrá salvarse? 27 Y Jesús, mirándolos, dice: Para los hombres esto es imposible, mas no para Dios; pues todas las cosas son posibles para Dios. 28 Pedro entonces comenzó a decirle: He aquí, nosotros lo hemos dado todo, y te hemos seguido. 29 Jesús respondiendo, dijo: En verdad os digo, que ninguno hay que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi causa y del evangelio, 30 que no reciba cien veces tanto ahora en este tiempo, casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y tierras, con persecuciones, y en el siglo venidero vida eterna. 31 Muchos empero que son primeros serán postreros; y los postreros, primeros.
32 Y estaban en el camino subiendo a Jerusalem, y Jesús les iba delante; y ellos iban asustados; y le seguían con temor. Y tomando otra vez a los doce, comenzó a contarles las cosas que le habían de suceder, 33 diciendo: He aquí, subimos a Jerusalem, y el Hijo del hombre será entregado a los jefes de los sacerdotes y a los escribas; y le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles; 34 los cuales le escarnecerán, y le escupirán, y le azotarán, y le matarán: pero después de tres días resucitará.
35 Y se le acercan Santiago y Juan, diciéndole: Maestro, queremos que hagas por nosotros cualquiera cosa que te pidiéremos. 36 Y él les dijo: ¿Qué queréis que yo haga por vosotros? 37 Ellos le dijeron: Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. 38 Jesús empero les dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo bebo, o ser bautizados del bautismo de que yo soy bautizado? 39 Le dijeron: Sí, podemos. Jesús entonces les dijo: La copa que yo bebo, vosotros la beberéis; y del bautismo de que yo soy bautizado, seréis vosotros bautizados: 40 pero el sentaros a mi diestra o a mi izquierda, no es mío darlo; mas será de aquellos para quienes ha sido preparado. 41 Y oyéndolo los diez, comenzaron a indignarse a causa de Santiago y de Juan. 42 Mas Jesús llamándolos a sí, les dice: Sabéis que los que se reputan como gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas; y sus grandes dominan en ellas con autoridad. 43 Mas no será así entre vosotros; sino antes, el que quisiere hacerse grande entre vosotros, sea vuestro servidor; 44 y el que quisiere hacerse el primero entre vosotros, sea el siervo de todos. 45 Porque aun el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.
46 Llegaron entonces a Jericó: y al salir de Jericó con sus discípulos y gran tropel de gentes, Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino mendigando. 47 Y cuando oyó decir que era Jesús de Nazaret quien pasaba, comenzó a clamar y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí! 48 Y muchos le reñían para que callase; pero él alzaba mucho más el grito: ¡Oh Hijo de David, ten piedad de mí! 49 Y parándose Jesús, dijo: Llamadle. Llaman, pues, al ciego, diciéndole: Ten ánimo; levántate, que te llama. 50 Y él, tirando su capa, se puso en pie de un salto, y vino a Jesús. 51 Y respondiéndole Jesús, dijo ¿Qué quieres que yo te haga? El ciego le dijo: ¡Rabboni, que yo vea otra vez! 52 Y Jesús le dijo: Véte; tu fe te ha sanado. Y al instante recuperó la vista, y le seguía en el camino.
Capítulo 11
1 Y CUANDO se iban acercando a Jerusalem, al llegar a Betfage y Betania, junto al Monte de los Olivos, Jesús envía dos de sus discípulos, 2 y les dice: Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego que entréis en ella, hallaréis un pollino atado, en el cual jamás se sentó hombre alguno: desatadle, y traedle. 3 Y si alguien os dijere: ¿Por qué hacéis esto? decid: El Señor le ha menester; y al instante le enviará acá. 4 Y ellos fueron, y hallaron el pollino atado junto a la puerta, por fuera, en la calle; y lo desataron. 5 Y algunos de los que allí estaban de pie, les dijeron: ¿Qué hacéis, desatando el pollino? 6 Y ellos les dijeron conforme a lo que Jesús había mandado; y los dejaron ir. 7 Trajeron, pues, el pollino a Jesús; y echáronle encima sus vestidos, y Jesús se sentó sobre él. 8 Y muchos tendieron sus vestidos por el camino; y otros, cortando ramos de los árboles, los tendían por el camino. 9 Y los que iban delante y los que seguían detrás, le aclamaban, diciendo: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! 10 ¡Bendito sea el reino que viene, el reino de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas! 11 Y entró Jesús en Jerusalem, en el Templo; y habiéndolo reconocido todo en derredor, siendo ya tarde, salió hasta Betania con los doce.
12 Y al día siguiente, cuando hubieron salido de Betania, él tuvo hambre. 13 Y viendo desde lejos una higuera, la cual tenía hojas, fué allá, por si acaso hallase en ella algo; porque no era sazón de higos. Mas cuando llegó a ella, nada halló sino hojas. 14 Y respondiendo Jesus, dijo a la higuera: De aquí en adelante nadie coma fruto de ti para siempre. Y oyeron esto sus discípulos.
15 Llegan, pues, a Jerusalem: y entrando Jesús en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el Templo; y trastornó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; 16 y no consentía que nadie llevase vasija alguna por el Templo. 17 Y les enseñaba, diciendo: ¿No está escrito: Mi Casa será llamada Casa de Oración por todas las naciones? pero vosotros la habéis hecho una cueva de ladrones. 18 Y oyeron esto los jefes de los sacerdotes y los escribas, y buscaban cómo destruirle: porque le temían, por cuanto el pueblo estaba atónito de su enseñanza. 19 Y todas las tardes salía fuera de la ciudad.
20 Y por la mañana, como iban pasando, vieron que la higuera se había secado desde las raíces. 21 Y acordándose Pedro, le dijo: Mira, Rabbí, la higuera que maldijiste se ha secado. 22 Y respondiendo Jesús, les dijo: Tened fe en Dios. 23 En verdad os digo: El que dijere a esta montaña: Quítate, y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que se hace lo que dice, lo tendrá. 24 Por tanto a vosotros os digo: Todo cuanto pidiereis en la oración, creed que lo recibisteis ya; y lo tendréis. 25 Y siempre que estéis en pie orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno; para que vuestro Padre que está en los cielos os perdone vuestras ofensas. 26 Mas si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos, os perdonará vuestras ofensas.
27 Y vienen otra vez a Jerusalem: y andando él por el Templo, los jefes de los sacerdotes, y los escribas y los ancianos vinieron a él, 28 y le dijeron: ¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿y quién te ha dado esta autoridad, para que hagas estas cosas? 29 Y Jesús les dijo: Yo os preguntaré una cosa, y respondedme vosotros; y entonces os diré con qué autoridad hago estas cosas: 30 El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los hombres? Respondedme. 31 Mas ellos discurrían entre sí, diciendo: Si dijéremos: Del cielo; dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? 32 Pero si dijéremos: De los hombres,--temieron al pueblo; porque todos tenían a Juan por verdadero profeta. 33 Y ellos respondieron y dijeron a Jesús: No sabemos. Y Jesús les dice: Ni yo tampoco os digo con qué autoridad hago estas cosas.
Capítulo 12
1 Y COMENZÓ a hablarles en parábolas: Plantó un hombre una viña, y la cercó con seto, y cavó un lagar, y edificó una torre, y arrendóla a labradores, y se fué al extranjero. 2 Y a la sazón conveniente, envió a los labradores un siervo suyo, para que recibiese de los labradores su parte de los frutos de la viña. 3 Y ellos tomándole, le apalearon, y le enviaron con las manos vacías. 4 Y volvió a enviarles otro siervo; y a éste le descalabraron y le trataron afrentosamente. 5 Y envió otro; y a éste le mataron y así envió a otros muchos; apaleando ellos a unos, y matando a otros. 6 Teniendo aún uno, su amado hijo, a éste les envió, el postrero, diciendo: Tendrán respeto a mi hijo. 7 Mas aquellos labradores dijeron entre sí: ¡Éste es el heredero! ¡venid, matémosle; y será nuestra la herencia! 8 Y tomándole, le mataron, y le echaron fuera de la viña. 9 ¿Qué hará, pues, el señor de la viña? Vendrá y destruirá a los labradores, y dará la viña a otros. 10 ¿Ni aun habéis leído esta Escritura: La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser la cabeza del ángulo: 11 por el Señor fué hecho esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos? 12 Y procuraban prenderle: mas temían al pueblo (porque percibían que contra ellos había dicho la parábola); y dejándole, se fueron.
13 Y le enviaron algunos de los fariseos y de los Herodianos, para que le entrampasen en alguna palabra. 14 Y llegado que hubieron, le dicen: Maestro, sabemos que eres veraz, y no te cuidas de nadie; porque no miras la apariencia de los hombres, mas enseñas con verdad el camino de Dios: ¿Es licito al pueblo de Dios dar tributo a César, o no? 15 ¿daremos, o no daremos? Mas él, conociendo la hipocresía de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis? traedme un denario, para que lo vea. 16 Y habiéndoselo traído, les dice: ¿De quién es esta imagen, y la inscripción? Y ellos le dijeron: De César. 17 Y Jesús les dijo: Pagad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. Y se maravillaban de él.
18 Entonces vienen a él unos saduceos, los cuales dicen que no hay resurrección; y le preguntan, diciendo: 19 Maestro, Moisés nos escribió: Si el hermano de alguno muriere, y dejare mujer, mas no dejare hijos, tome su hermano la mujer de él, y levante sucesión a su hermano. 20 Hubo siete hermanos: y el primero tomó mujer, y muriendo, no dejó sucesión. 21 Y la tomó el segundo, y murió, no dejando sucesión; y el tercero, de la misma manera; 22 y los siete no dejaron sucesión. Murió la mujer también, la postrera de todos. 23 En la resurrección, pues, ¿de cuál de ellos será mujer? porque los siete la tuvieron por mujer. 24 Jesús les dijo: ¿No erráis por esto mismo, porque no conocéis las Escrituras, ni el poder de Dios? 25 Porque cuando resucitaren de entre los muertos, ni se casan, ni se dan en matrimonio; sino que son como los ángeles en los cielos. 26 Pero en cuanto a los muertos, que ellos hayan de resucitar, ¿nunca leísteis en el Libro de Moisés, en el pasaje acerca de la zarza como le habló Dios, diciendo: Yo soy el Dios de Abraham, y Dios de Isaac, y Dios de Jacob? 27 No es Dios de muertos, sino de vivos: así que vosotros erráis gravemente.
28 Y habíase llegado uno de los escribas, el cual, oyéndolos discutir, y viendo que les había respondido bien, le preguntó: ¿Cuál mandamiento es el primero de todos? 29 Jesús respondió: El primero es Oye, oh Israel: El Señor nuestro Dios, el Señor uno solo es: 30 y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todo tu entendimiento, y con todas tus fuerzas. 31 El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos. 32 Y le dijo el escriba: Bien, Maestro, con verdad has dicho que él es uno solo; y no hay otro fuera de él: 33 y amarle a él con todo el corazón, y con toda el alma, y con toda la inteligencia, y con todas las fuerzas, y el amar uno al prójimo como a sí mismo, más es que todos los holocaustos y los sacrificios. 34 Y viendo Jesús que había respondido juiciosamente, le dijo: No estás lejos del reino de Dios. Ya nadie de allí en adelante osaba hacerle más preguntas.
35 Y enseñando Jesús en el Templo, respondió y dijo: ¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David? 36 David mismo dice en el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, Hasta tanto que yo ponga a tus enemigos debajo de tus pies. 37 Así que David mismo le llama Señor: ¿de dónde, pues, es su hijo? Y la gente llana le oía con gusto.
38 Y en su enseñanza dijo: Guardaos de los escribas, que gustan de andar en derredor con ropas largas, y aman las salutaciones en las plazas, 39 y las primeras sillas en las sinagogas, y los primeros puestos en las cenas: 40 los cuales se tragan las casas de las viudas, y, por un disfraz, hacen largas oraciones. Éstos recibirán más severa condenación.
41 Y estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, miraba cómo el pueblo echaba dinero en el arca de las ofrendas: y muchos que eran ricos echaban mucho. 42 Vino también una viuda pobre, y echó dos blancas, que hacen un maravedí. 43 Y llamando a sí sus discípulos, les dice: En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos los que han echado en el arca de las ofrendas; 44 porque todos ellos echaron de lo que les sobra; mas ésta, de su indigencia, ha echado todo cuanto tenía, aun todo su sustento.
Capítulo 13
1 Y AL salir él del Templo, le dice uno de sus discípulos: ¡Maestro, mira! ¡qué piedras! y ¡qué edificios! 2 Y Jesús le dijo: ¿Ves estos grandes edificios? Pues no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada.
3 Y estando él sentado en el Monte de los Olivos, de frente al Templo, Pedro y Santiago y Juan y Andrés le preguntaron reservadamente: 4 Dinos, ¿cuándo serán estas cosas? ¿y cuál será la señal cuando todas estas cosas estarán para cumplirse? 5 Y Jesús comenzó a decirles: Mirad que nadie os engañe. 6 Muchos vendrán en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y engañarán a muchos. 7 Mas cuando oyereis hablar de guerras y rumores de guerras, no os turbéis: es menester que sucedan estas cosas; mas aun no es el fin. 8 Porque nación se levantará contra nación, y reino contra reino; habrá terremotos por diversos lugares; y habrá hambres y alborotos: estas cosas principio son de dolores. 9 Mirad empero por vosotros mismos; porque os entregarán a los concilios, y en las sinagogas seréis azotados; y seréis presentados ante gobernadores y reyes, por mi causa, para testimonio a ellos. 10 Y es menester que el evangelio sea predicado primero a todas las naciones. 11 Cuando, pues, os llevaren ante los tribunales, para entregaros, no os afanéis de antemano sobre lo que habéis de decir; mas lo que os fuere dado en aquella hora, eso hablad: porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo. 12 Y hermano entregará a hermano a la muerte, y padre a hijo, e hijos se levantarán contra sus padres, y los harán morir. 13 Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre: mas el que perseverare hasta el fin, éste será salvo.
14 Cuando viereis, pues, la abominación desoladora, de que habló Daniel el profeta, estar donde no debe (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea huyan a las montañas; 15 y el que estuviere sobre el terrado, no descienda a la casa, ni entre dentro, para sacar nada de su casa; 16 y el que estuviere en el campo, no vuelva atrás, ni aun para llevar su manto. 17 Mas ¡ay de las que estén encinta y de las que críen en aquellos días! 18 Orad, pues, que esto no suceda en invierno. 19 Porque en aquellos días habrá tribulación, cual nunca fué desde el principio de la creación que creó Dios, hasta ahora, ni nunca más habrá. 20 Y si el Señor, en su propósito, no hubiese acortado aquellos días, ninguna carne se salvaría; mas por causa de los escogidos, a quienes él escogió, acortó aquellos días. 21 Y entonces, si alguno os dijere: ¡He aquí el Cristo! o ¡Hele allí! No lo creáis: 22 porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y darán señales y prodigios, para engañar, si fuere posible, aun a los escogidos. 23 Mas estad vosotros sobre aviso; he aquí, os lo he dicho todo de antemano.
24 Empero en aquellos días, después de aquella tribulación, el sol se obscurecerá, y la luna no dará su luz; 25 y las estrellas estarán cayendo del cielo; y los poderes que están en los cielos serán conmovidos. 26 Y entonces verán al Hijo del hombre viniendo entre nubes, con gran poder y gloria. 27 Y entonces enviará los ángeles, y juntará a sus escogidos de los cuatro vientos, desde el cabo de la tierra hasta el cabo del cielo.
28 De la higuera, pues, aprended la semejanza: Cuando ya su rama se enternece, y hace brotar las hojas, sabéis que el verano está cerca. 29 Así también vosotros, cuando viereis suceder estas cosas, sabed que él está cerca, a las puertas mismas. 30 En verdad os digo, que no pasará esta generación, sin que todo esto sea hecho. 31 El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán.
32 Empero con respecto de aquel día o aquella hora, nadie sabe cuándo será, ni aun los ángeles en el cielo, ni tampoco el Hijo, sino el Padre. 33 ¡Estad sobre aviso; velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo! 34 Os lo mando yo, como el hombre que partiendo para el extranjero, dejó su casa, y dando a sus siervos autoridad, y a cada cual su propio oficio, mandó también al portero que velase. 35 !Velad, pues, vosotros, porque no sabéis cuándo el señor de la casa ha de venir; si a la tarde, o a media noche, o al canto del gallo, o a la mañana; 36 no sea que viniendo de repente, os halle dormidos! 37 Y lo que os digo a vosotros, a todos lo digo: ¡Velad!
Capítulo 14
1 Y DOS días después era la Pascua y la fiesta de los Ázimos: y los jefes de los sacerdotes y los escribas buscaban cómo, prendiéndole con artificio, le harían morir. 2 Mas decían: No suceda durante la fiesta, no sea que haya alboroto del pueblo.
3 Y estando él en Betania, en casa de Simón el leproso, mientras se recostaba a la mesa, vino una mujer, que tenía un frasco de alabastro de ungüento de nardo puro, de gran precio; y rompiendo el frasco, le derramó el ungüento sobre la cabeza. 4 Mas hubo algunos que se indignaron y decían entre sí: ¿A qué propósito se ha hecho este desperdicio del ungüento? 5 Porque este ungüento podía haberse vendido por más de trescientos denarios, y haberse dado a los pobres. Y la reprendieron severamente. 6 Mas Jesús dijo: Dejadla; ¿por qué la molestáis? buena obra ha hecho ella conmigo. 7 Porque a los pobres siempre los tenéis con vosotros, y cuando quisieréis podéis hacerles bien; mas a mí no siempre me tenéis. 8 Ella ha hecho cuanto podía: adelantóse a ungir mi cuerpo para la sepultura. 9 En verdad os digo que dondequiera que se predicare el evangelio en todo el mundo, eso también que ésta ha hecho, será contado para memoria de ella.
10 Y Judas, que era uno de los doce, fué a los jefes de los sacerdotes, para entregarles a Jesús. 11 Y ellos oyéndolo, se alegraron, y prometieron darle dinero. Y él buscaba cómo pudiese entregarle oportunamente.
12 Y el primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba la pascua, sus discípulos le dicen: ¿Dónde quieres que vayamos a aderezar para que comas la pascua? 13 Y él envía a dos de sus discípulos, y les dice: Id a la ciudad, y os encontrará un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle. 14 Y donde entrare, decid al dueño de la casa: El Maestro dice: ¿Dónde está el aposento en que he de comer la pascua con mis discípulos? 15 Y él os mostrará un gran aposento alto, amueblado y listo; aderezad para nosotros allí. 16 Y fueron los discípulos, y hallaron así como les había dicho; y aderezaron la pascua.
17 Y cuando era la tarde, él fue con los doce. 18 Y estando ellos reclinados, y comiendo, Jesús dijo: En verdad os digo que uno de vosotros que come conmigo, me va a entregar. 19 Y ellos comenzaron a entristecerse, y a preguntarle uno por uno: ¿Acaso soy yo? 20 Y él respondiendo, les dijo: Uno de los doce es; aquel que mete la mano conmigo en el plato. 21 El Hijo del hombre va en verdad, como está escrito de él; mas ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del hombre es entregado! Bueno le fuera a aquel hombre, si nunca hubiera nacido.
22 Y estando ellos comiendo, Jesús tomó un pan, y habiéndolo bendecido, lo partió, y les dio, diciendo: Tomad, comed: esto es mi cuerpo. 23 Y tomando la copa, después de haber dado gracias, se la dio; y bebieron de ella todos. 24 Y les dijo: Esto es mi sangre, la del Nuevo Pacto, la cual es derramada por muchos. 25 En verdad os digo, que no beberé mas del fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo en el reino de Dios. 26 Y cuando hubieron cantado un himno, salieron al Monte de los Olivos.
27 Y Jesús les dice: Todos vosotros seréis escandalizados en mí esta noche; porque escrito está: Heriré al pastor, y serán dispersadas las ovejas. 28 Mas después que haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea. 29 Dícele Pedro: ¡Aunque todos se escandalizaren, yo empero, no! 30 Y le dice Jesús: En verdad te digo, que tú, hoy, esta noche, antes que cante el gallo dos veces, me negarás tres veces. 31 Mas él dijo con mayor vehemencia: ¡Aunque me sea menester morir contigo, no te negaré jamás! También todos decían lo mismo.
32 Y vienen a un huerto llamado Getsemaní; y dice a sus discípulos: Sentaos aquí, mientras que yo ore. 33 Y toma consigo a Pedro y a Santiago y a Juan, y comenzó a atemorizarse, y a angustiarse en gran manera. 34 Y les dice: Tristísima está mi alma, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad. 35 Y pasando un poco más adelante, cayó en tierra, y oró que, si fuese posible, pasase de él aquella hora. 36 Y dijo: ¡Abba, Padre, todas las cosas a ti son posibles! ¡aparta de mí, esta copa! empero no lo que yo quiero, sino lo que tú. 37 Y vino, y los halló dormidos; y dice a Pedro: ¡Simón! ¿duermes tú? ¿no has podido velar una sola hora? 38 Velad, y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está pronto, mas la carne es débil. 39 Y otra vez se fué, y oró, diciendo las mismas palabras. 40 Y vino otra vez, y los halló dormidos; porque sus ojos estaban sumamente cargados de sueño, y no sabían qué responderle. 41 Y viene la tercera vez, y les dice: Dormid lo que resta del tiempo, y descansad. Ya basta, la hora ha llegado. He aquí, el Hijo del hombre es entregado en manos de pecadores. 42 Levantaos, vamos; he aquí, el que me entrega se acerca.
43 Y al momento, mientras él todavía estaba hablando, vino Judas, uno de los doce, y con él una turba de gente, con espadas y palos, de parte de los jefes de los sacerdotes, y de los ancianos. 44 Y el que le entregaba les había dado una señal, diciendo: Al que yo besare, aquel es; prendedle, y llevadle con seguridad. 45 Y cuando hubo venido, en el acto se llega a él, y le dice: ¡Rabbí! y le besó repetidas veces. 46 Ellos, pues, echaron mano sobre él, y le prendieron. 47 Mas uno de los que estaban allí, sacando la espada, hirió al siervo del sumo sacerdote, y le quitó la oreja. 48 Y respondiendo Jesús, les dijo: ¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y palos, para prenderme? 49 Todos los días estaba con vosotros enseñando en el Templo, y no me prendisteis. Mas sea así, para que se cumplan las Escrituras. 50 Y todos los suyos, dejándole, huyeron. 51 Empero cierto mancebo seguía con él, que tenía una sábana echada en derredor de sí, sobre el cuerpo desnudo; y le prendieron. 52 Mas él, dejando la sábana, se huyó desnudo.
53 Y llevaron a Jesús al sumo sacerdote; y se reunieron con él todos los jefes de los sacerdotes, y los ancianos, y los escribas. 54 Y Pedro le había seguido de lejos, hasta dentro del atrio del sumo sacerdote; y estaba sentado con los alguaciles, calentándose a la lumbre.
55 Y los jefes de los sacerdotes, y todo el Sínedrio buscaban algún testimonio contra Jesús, para hacerle morir; mas no lo hallaron. 56 Pues aunque muchos daban falso testimonio contra él, sus testimonios no eran adecuados al intento. 57 Y levantándose algunos, daban falso testimonio contra él, diciendo: 58 Nosotros le hemos oído decir: Yo derribare este Templo, hecho de mano, y en tres días edificaré otro no hecho de mano. 59 Mas ni aun así se concertaba el testimonio de ellos. 60 Levantóse entonces el sumo sacerdote en medio de ellos, y preguntó a Jesús, diciendo: ¿No respondes nada? ¿qué es esto que éstos testifican contra ti? 61 Mas él callaba, y no respondió nada. Otra vez el sumo sacerdote le preguntó, y le dijo: ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? 62 Jesús le dijo: Lo soy; y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder divino, y viniendo con las nubes del cielo. 63 Entonces el sumo sacerdote, rasgando sus vestidos, dijo: ¿qué más necesidad tenemos de testigos? 64 Oísteis la blasfemia: ¿qué os parece? Y todos ellos le condenaron, declarando que era digno de muerte. 65 Y comenzaron algunos a escupirle, y a cubrirle el rostro, y a darle de bofetadas, y a decirle: ¡Profetiza! Y los alguaciles le daban de varazos.
66 Y estando Pedro abajo en el atrio, vino una de las criadas del sumo sacerdote, 67 y viendo a Pedro, que se estaba calentando, clavó en el la vista, y dijo: ¡Y tú con el Nazareno, Jesús, estabas! 68 Mas él negó, diciendo: No le conozco, ni entiendo lo que tú dices. Y salió fuera al zaguán: y cantó un gallo. 69 Y viéndole la criada, comenzó otra vez a decir a los que estaban allí: ¡Éste es uno de ellos! 70 Mas él negó otra vez. Y un poco después, los que allí estaban dijeron otra vez a Pedro: ¡Verdaderamente tú eres de ellos; porque eres galileo! 71 Mas él comenzó a echarse maldiciones, y a jurar, diciendo: no conozco a este hombre de quien habláis! 72 Y al momento, por segunda vez, cantó un gallo. Y acordóse Pedro de la palabra que Jesús le había dicho: Antes que cante el gallo dos veces, me negarás tres veces. Y al pensar en ello, lloró.
Capítulo 15
1 Y LUEGO, a la madrugada, tuvieron consulta los jefes de los sacerdotes con los ancianos y los escribas y todo el Sinedrio, y atando a Jesús, le llevaron, y le entregaron a Pilato. 2 Y le preguntó Pilato: ¿Eres tú el Rey de los Judíos? Y él respondiendo, le dijo: Tú lo dices. 3 Y los jefes de los sacerdotes le acusaban de muchas cosas. 4 Y Pilato le preguntó otra vez, diciendo: ¿No respondes nada? ¡Mira de cuántas cosas te acusan! 5 Jesús empero aún no respondió nada; de manera que Pilato se maravillaba.
6 Mas en cada fiesta acostumbraba soltarles un preso, a quien ellos pidiesen. 7 Y había uno llamado Barrabás, preso con sus compañeros de motín, los cuales en el motín habían cometido un homicidio. 8 Y acercándose la multitud, comenzó a pedir que hiciera como solía hacer con ellos. 9 Y Pilato les respondió, diciendo: ¿Queréis que os suelte al Rey de los Judíos? 10 pues sabía que por envidia los jefes de los sacerdotes le habían entregado. 11 Mas los jefes de los sacerdotes incitaron al pueblo, a que pidiesen que les soltara más bien a Barrabás. 12 Y respondiendo Pilato, les dijo otra vez: ¿Qué, pues, haré del que llamáis Rey de los Judíos? 13 Y ellos volvieron a gritar: ¡Crucifícale! 14 Pilato les decía: ¿Pues qué mal ha hecho? Mas ellos gritaban con mayor vehemencia: ¡Crucifícale! 15 Así que Pilato, deseando contentar al pueblo, les soltó a Barrabás, y entregó a Jesús, después de haberlo azotado, para que fuese crucificado.
16 Los soldados, pues, le llevaron dentro del atrio, que es el Pretorio; y convocaron toda la cohorte. 17 Y le vistieron de púrpura; y habiendo tejido una corona de espinas, se la ciñeron; 18 y comenzaron a saludarle: ¡Salve, Rey de los Judíos! 19 Y le herían en la cabeza con una caña, y escupían en él, e hincando las rodillas, le tributaban homenaje.
20 Y cuando se hubieron burlado de él, le desvistieron la púrpura, y le vistieron sus propios vestidos, y le sacaron para crucificarle. 21 Y obligaron a uno que iba pasando, Simón cirineo, padre de Alejandro y de Rufo, que venía del campo, a que cargase la cruz de Jesús. 22 Y le llevan al lugar llamado Gólgota, que traducido quiere decir: Lugar de la Calavera. 23 Y le ofrecieron vino mezclado con mirra; mas él no lo tomó. 24 Y le crucificaron; y partieron entre sí sus vestidos, echando suertes sobre ellos, para ver lo que cada cual hubiese de llevar. 25 Y era la hora de tercia cuando le crucificaron 26 Y la inscripción de su causa fue escrita así: El REY DE LOS JUDÍOS. 27 Y crucificaron con él dos ladrones, el uno a su derecha, y el otro a su izquierda. 28 Y fue cumplida la Escritura que dice: Y con los inicuos fue contado.
29 Y los que pasaban le decían injurias, meneando la cabeza, y diciendo: ¿Ea! ¡tú que derribas el Templo, y en tres días lo reedificas, 30 sálvate a ti mismo, y desciende de la cruz! 31 De igual manera también los jefes de los sacerdotes, escarneciéndole, decían unos a otros, con los escribas: ¡A otros salvó; a sí mismo no se puede salvar! 32 ¡El Cristo, el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz para que veamos y creamos! También los que estaban crucificados con él, le ultrajaban.
33 Y cuando era la hora de sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora de nona. 34 Y a la hora de nona clamó Jesús a gran voz: ELOÍ, ELOÍ, LAMMÁ SABACTANÍ; que traducido, quiere decir: ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿por qué me has desamparado? 35 Y algunos de los que allí estaban, al oír esto, decían: ¡He aquí, a Elías llama! 36 Y corriendo uno de ellos, empapó una esponja en vinagre, y poniéndola en una caña, le daba a beber, diciendo: ¡Dejad, veamos si vendrá Elías para bajarle!
37 Empero Jesús, dando una gran voz, expiró. 38 Y el velo del Santuario se rasgó en dos, de alto a bajo. 39 Y cuando el centurión, que estaba enfrente de él, vió que expiró de esta manera, dijo: ¡Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios! 40 Había también algunas mujeres que miraban de lejos, entre las cuales estaban María Magdalena, y María madre de Santiago el menor y de José, y Salomé; 41 las cuales, cuando él estaba en Galilea, le seguían, y le servían; y otras muchas, que subieron con él a Jerusalem.
42 Y siendo ya tarde (puesto que era la Preparación, es decir, la víspera del sábado), 43 vino José de Arimatea, consejero noble, el cual también esperaba el reino de Dios, y entrando osadamente a Pilato, pidió para sí el cuerpo de Jesús. 44 Pilato empero se maravillaba de que hubiese ya muerto; y llamando a sí al centurión, le preguntó, si hacía algún tiempo que había muerto. 45 Y cuando lo supo del centurión, concedió el cuerpo a José. 46 Y habiendo éste comprado un lienzo, bajóle de la cruz, y le envolvió en el lienzo, y le puso en un sepulcro que había sido labrado a pico en una peña; y rodó una piedra a la puerta del sepulcro. 47 Y María Magdalena, y María madre de José estaban mirando dónde fué puesto.
Capítulo 16
1 Y CUANDO el sábado hubo pasado, María Magdalena, y María madre de Santiago, y Salomé compraron drogas aromáticas para ir a ungirle. 2 Y partiendo muy de madrugada, el primer día de la semana, llegaron al sepulcro, salido ya el sol. 3 Y estaban diciendo entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra de la puerta del sepulcro? 4 (cuando alzando los ojos, vieron que la piedra había ya sido removida); porque era sumamente grande. 5 Y entrando dentro del sepulcro, vieron a un mancebo sentado al lado derecho, vestido de una ropa larga blanca; y se asustaron. 6 Pero él les dice: ¡No os asustéis! buscáis a Jesús, el Nazareno, el cual fué crucificado: ha resucitado; no está aquí; mirad el lugar donde le pusieron. 7 Mas partid, decid a sus discípulos, y a Pedro: El va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, así como os lo dijo. 8 Y saliendo ellas, huyeron del sepulcro; porque apoderóse de ellas temblor y asombro; y nada decían a nadie, porque tuvieron temor. 9 Mas habiendo resucitado Jesús, muy de mañana, el primer día de la semana, apareció primeramente a María Magdalena, de quien había echado fuera siete demonios. 10 Y ella fué, y lo hizo saber a los que habían estado con él, los cuales estaban lamentándose y llorando. 11 Y ellos, al oír que vivía y había sido visto por ella, no lo creyeron. 12 Y después de esto, apareció en otra forma a dos de ellos, que caminaban, yendo al campo. 13 Ellos también fueron y lo hicieron saber a los demás; pero ni aun a ellos creyeron. 14 Por fin, apareció a los once mismos, estando ellos sentados a comer, y les afeó su incredulidad y dureza de corazón, por cuanto no habían creído a los que le habían visto resucitado.
15 Y les dijo: Id por todo el mundo, y predicad el evangelio a toda criatura. 16 El que creyere y fuere bautizado será salvo; mas el que no creyere, será condenado. 17 Y estas señales acompañarán a los que creyeren: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán en nuevas lenguas; 18 alzarán serpientes; y si bebieren cosa mortífera, no les dañará; sobre los enfermos pondrán las manos, y sanarán.
19 Así pues, el Señor Jesús, después de hablar con ellos, fué recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios. 20 Mas ellos, saliendo, predicaron en todas partes, obrando el Señor con ellos, y confirmando la palabra con las señales que la acompañaban. Amén.