Hechos 27
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Cuarto viaje misionero
La salida de Pablo para Roma
Salmo 107:23-31; Isaías 43:1-2; Hechos 23:11; 2 Corintios 11:25-26
1 Cuando se decidió que zarpáramos para Italia, entregaron a Pablo y a otros presos a un centurión llamado Julio, de la compañía Augusta. 2 Embarcándonos en una nave adramitena, que iba a salir para la costa de Asia, zarpamos, viniendo con nosotros Aristarco, macedonio de Tesalónica. 3 Al día siguiente llegamos a Sidón; Julio, tratando a Pablo con humanidad, le permitió ser atendido por sus amigos. 4 Zarpando desde allí, navegamos al abrigo de Chipre; porque los vientos eran contrarios. 5 Después de atravesar el mar frente a Cilicia y Panfilia, llegamos a Mira, en Licia. 6 Allí el centurión encontró una nave alejandrina que navegaba hacia Italia, y nos embarcó en ella. 7 Durante muchos días la navegación fue lenta y difícil; llegamos frente a Gnido, y como el viento no nos permitía atracar, navegamos al abrigo de Creta, frente a Salmón; 8 y costeándola penosamente, llegamos a un lugar llamado Buenos Puertos, cerca de la ciudad de Lasea. 9 Como había transcurrido mucho tiempo y la navegación se hacía peligrosa, porque la fiesta del Ayuno había pasado, Pablo les advirtió, 10 diciéndoles: Hombres, veo que la navegación va a ser con daño y mucha pérdida, no solo para el cargamento y la nave, sino también para nuestras vidas. 11 Pero el centurión se fiaba más del piloto y del patrón de la nave, que de lo que Pablo decía. 12 Como el puerto no era adecuado para invernar, la mayoría decidió hacerse a la mar desde allí, por si lograban llegar a Fenice, puerto de Creta que mira al sudeste y al nordeste, e invernar allí. 13 Como soplaba un viento suave del sur, creyeron que habían logrado su propósito; y levando anclas, costearon muy de cerca la isla de Creta.
La tempestad
14 Pero poco después sopló contra la nave un viento huracanado, llamado Euroclidón. 15 La nave fue arrastrada por el viento sin que pudiéramos enfrentarnos a él; entonces nos abandonamos a él, y nos dejamos llevar a la deriva. 16 Navegando al abrigo de una isleta llamada Clauda, con dificultad pudimos asegurar el bote salvavidas. 17 Después de subirlo, pasaron una amarra por debajo de la nave para asegurarla; y temiendo encallar en los bancos de arena de la Sirte, arriaron las velas y quedaron a la deriva. 18 Como éramos furiosamente sacudidos por la tempestad, al día siguiente comenzaron a tirar una parte de la carga; 19 al tercer día, con sus propias manos, también arrojaron los aparejos de la nave. 20 No aparecieron el sol ni las estrellas durante muchos días; y como nos acometía una gran tempestad, perdimos toda esperanza de salvarnos. 21 Como ya hacía tiempo que no comían, Pablo se puso en pie en medio de ellos, y dijo: Hombres, deberíais haber seguido mi consejo y no zarpar de Creta, para evitar este daño y pérdida. 22 Pero ahora yo os exhorto a cobrar ánimo; porque no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, solo se perderá la nave. 23 Porque un ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo vino a mí esta noche, 24 y me dijo: No temas Pablo; ante César debes comparecer, y he aquí, Dios te ha otorgado todos los que navegan contigo. 25 Por lo cual, hombres, tened buen ánimo; porque creo a Dios, que sucederá así como se me ha dicho. 26 Pero debemos encallar en una isla. 27 Era ya la decimocuarta noche que íbamos a la deriva por el mar Adriático; como a media noche los marineros presintieron que se acercaban a tierra. 28 Y echando la sonda, hallaron veinte brazas; un poco más adelante echaron otra vez la sonda y hallaron quince brazas. 29 Temiendo dar en escollos, echaron de la popa cuatro anclas; y deseaban ansiosamente que amaneciera. 30 Entonces los marineros intentaron huir de la nave y bajaron el bote al mar, con el pretexto de echar más lejos las anclas de proa. 31 Pablo dijo al centurión y a los soldados: Si estos no permanecen en la nave, vosotros no os podréis salvar. 32 Entonces los soldados cortaron las amarras del bote y lo dejaron caer. 33 Esperando el amanecer, Pablo rogaba a todos que se alimentaran, diciendo: Hace catorce días que permanecéis en ayunas, sin comer nada. 34 Por eso os aconsejo que os alimentéis; es por vuestra salud; porque ni un cabello de la cabeza de ninguno de vosotros perecerá. 35 Dicho esto, tomó pan, dio gracias a Dios en presencia de todos, lo partió y comenzó a comer. 36 Todos cobraron ánimo y también tomaron alimento. 37 Éramos todos en la nave doscientas setenta y seis personas. 38 Ya satisfechos, descargaban la nave, arrojando el trigo al mar.
El naufragio
39 Cuando se hizo de día, no reconocían la tierra; mas percibían una bahía con playa, en la cual decidieron echar la nave, si podían. 40 Cortando las anclas, las dejaron en el mar, soltando también las amarras del timón; e izando la vela de proa al viento, se dirigieron hacia la playa. 41 Pero chocaron en un fondo bañado por dos mares y encallaron la nave; la proa, hincada en el fondo, quedó inmóvil, y la popa se rompía por la violencia de las olas. 42 Los soldados se propusieron matar a los presos, para que ninguno se escapara nadando. 43 Pero el centurión, queriendo salvar a Pablo, les impidió el plan, y mandó que los que podían nadar, se arrojasen los primeros y llegasen a tierra, 44 y los demás, parte en tablas, parte en cosas de la nave. Así, pues, todos llegaron salvos a tierra.