Comentario diario sobre Job


person Autor: Jean KOECHLIN 75

library_books Serie: Cada día las Escrituras


Job 1:1-12

El libro de Job es completamente diferente de los que lo preceden. Primeramente es un libro poético, por lo menos en su mayor parte. En segundo lugar, es muy antiguo. Finalmente, sus personajes son escogidos fuera del pueblo de Israel.Estos dos últimos caracteres subrayan cuán importante es la instrucción de ese libro! Tan antigua como la historia del hombre, esta lección concierne no solamente a la familia de Abraham, sino a toda criatura. Pidamos a Dios que nos la enseñe al mismo tiempo que a Job.

«No era útil hacernos un largo relato de la prosperidad de Job; el Espíritu Santo, en cambio, nos da a conocer detalladamente todo lo que sucedió durante sus pruebas. Valía la pena contarlo, pues a los hijos de Dios les será provechoso hasta el final de los tiempos» (J.N.D.).

Los cinco primeros versículos nos muestran quién es ese hombre, lo que posee y lo que hace por los suyos. Los siguientes nos revelan lo que acontece en el cielo en relación con él. El temible Acusador (Satanás) entra en escena (Apocalipsis 12:10). Pero notemos dos cosas tranquilizadoras: 1) Dios es quien emprende primero la acción; 2) El permiso que Él concede a Satanás es rigurosamente limitado. Finalmente, no olvidemos la preciosa pregunta: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios?” de Romanos 8:33 ni tampoco el versículo 28 del mismo capítulo. Vamos a ver cómo “todas las cosas” (las pruebas después de la prosperidad) van a ayudar juntamente a bien al que teme a Dios.

Job 1:13-22

Hasta aquí, Dios había cercado a su siervo Job con un vallado protector (v. 10). Una invisible barrera protege a los creyentes de los ataques de fuera y al mismo tiempo de su propia tendencia a dejar el lugar de la bendición. Por ejemplo, los hijos de padres creyentes son guardados por medio de la enseñanza recibida en casa y en las reuniones. ¡No derrumben deliberadamente ese vallado! (Eclesiastés 10:8).

Satanás ha obtenido el permiso para obrar (véase Lucas 22:31). Elige el día favorable y, con un apresuramiento que recalca su odio, hiere al desdichado Job con cuatro golpes de progresiva intensidad. En un instante, nuestro patriarca, sin haber tenido el tiempo de recuperarse (Job 9:18), se ve despojado de toda su prosperidad y privado de sus diez hijos. De pie, en medio de esas ruinas, no se altera. Muestra así que su confianza no descansaba en los bienes recibidos sino en Aquel que se los había dado. El diablo  trabajó en vano. “¿Acaso teme Job a Dios de balde?” había preguntado él (v. 9). Job responde mostrando que, aun cuando no tiene nada más, por gracia continúa temiendo a Dios.

Satanás había afirmado: “Verás si no blasfema contra ti” (v. 11). “Sea el nombre de Jehová bendito” exclama Job cuando se le quita todo (v. 21). Pone en práctica la exhortación particularmente difícil de llevar a cabo: “Dad gracias en todo” (1 Tesalonicenses 5:18).

Job 2:1-13

Con el permiso de Dios, Satanás acomete nuevamente contra Job. Después de haber devastado sus bienes y destruido su familia, he aquí que la emprende con su persona. La mujer de Job no aguanta más. “Maldice a Dios, y muérete” le dice ella. ¡Una nueva prueba para nuestro patriarca! Su propia mujer es el instrumento del Enemigo para inducirle a “maldecir a Dios” (como Satanás se había comprometido a ello: Job 1:11 y 2:5). Pero él permanece firme y recibe tanto el mal (es decir, el sufrimiento) como el bien de parte de Dios mismo (v. 10; véase Lamentaciones 3:38). Nosotros, que nos irritamos a menudo por tan poca cosa, ¡qué ejemplo tenemos en Job! Siempre manifestamos tendencia a detenernos en las causas exteriores de las dificultades. Pero, para Job, no son los sabeos, ni los caldeos, ni aun Satanás los responsables de sus infortunios. Él reconoce la mano de Dios detrás de esos agentes (solamente que aún no sabe que es una mano de amor). Y tenemos un Modelo incomparablemente más grande: el que recibía todas las cosas de la mano de su Padre, incluso la copa de la cólera de Dios contra el pecador, al decir: “La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Juan 18:11).

El capítulo termina con una escena llena de grandeza: Job y sus tres amigos están sentados allí en un silencio de siete días ante un dolor sin parangón y ante un profundo misterio.

Job 3:1-26

Como olas sucesivas, siete pruebas se desencadenan sobre Job. El enemigo —cuyo odio se halla siempre excitado por el amor que Dios manifiesta hacia los suyos— ha herido al patriarca cinco veces: en sus bienes (tres veces), en sus hijos, luego en su salud. El sexto golpe particularmente pérfido le fue dado por su propia mujer, pero el hombre de Dios permaneció inquebrantable. Viene entonces la séptima tribulación (cap. 5:19) de donde él no la esperaba. Tres venerablesamigos se han concertado para hacer a Job una visita de pésame. Y lo que los furiosos asaltos de Satanás no consiguieron, la gestión de esos consoladores lo va a lograr. A este respecto, notemos cuán difícil es visitar apropiadamente a una persona probada, y cuán importante es prepararse mediante la oración. Estos hombres están ahí, mudos, considerando en su desolación a aquel a quien habían conocido y honrado en su prosperidad. Darles su miseria por espectáculo es más de lo que Job puede soportar. La amargura, tanto tiempo dominada, por fin rebosa. Con palabras desgarradoras «maldice su día»; quiere no haber nacido; desea la muerte. Pero en su sabiduría y su amor, Dios no había permitido a Satanás ir hasta ese punto (cap. 2:6).

Job 4:1-21

A su turno, los amigos de Job hacen uso de la palabra. Estos consoladores, ¿qué van a decir de consolador? Estos sabios, ¿con qué sabiduría van a instruir a su desdichado amigo y calmar su desesperanza? ¿Tendrán ellos, como más tarde el divino Médico, esa lengua de sabios que sabe “hablar palabras al cansado”? (Isaías 50:4). ¡Al contrario, como lo vamos a ver, sus discursos no harán más que exasperar poco a poco al pobre Job! ¡Y no porque sus argumentos carezcan de sabiduría! Hallamos en ellos grandes verdades que forman parte de la Palabra inspirada. Ciertos versículos hasta son citados en el Nuevo Testamento (por ejemplo Job 5:13 se halla en 1Corintios 3:19). Pero Elifaz, Bildad y Zofar harán una falsa aplicación de esas verdades en el caso de Job. Lo mismo que esos tres hombres, podemos conocer muchas verdades... y citarlas fuera de propósito. “La palabra (dicha) a su tiempo, ¡cuán buena es!” (Proverbios 15:23).

En los versículos 3 y 4, Elifaz rinde un buen testimonio acerca de Job, el cual, antes de estar él mismo bajo la disciplina, había levantado “las manos caídas y las rodillas paralizadas” (Hebreos 12:12). «Pues bien —le dice bastante bruscamente su amigo— es tiempo de que tú mismo pongas en práctica lo que enseñaste a los demás» (ver Romanos 2:21).

Job 5:1-27

El tema principal que los tres amigos van a desarrollar de distintas maneras en sus discursos es el siguiente: Dios es justo. No habría herido a Job de esa manera si éste no lo hubiese merecido. Todas sus pruebas son un castigo, un juicio. ¡Que confiese sus pecados y será restaurado! Pero, mediante el comienzo de ese relato, sabemos que Job no había incurrido en ninguna falta en especial. Dios mismo había dicho a Satanás: “Tú me incitaste contra él para que lo arruinara sin causa”(cap. 2:3). Era, pues, equivocado considerar su prueba como un castigo. Mas, con excepción de esta última palabra, los versículos 17 y 18 son un maravilloso resumen de toda su historia. Comparémoslos con Proverbios 3:11-12 citado en la epístola a los Hebreos 12:5-6: “No menosprecies, hijo mio, el castigo del Señor, ni te fatigues de su corrección; porque el Señor al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere”.

En efecto, Dios tenía algo que reprender y enderezar en su siervo: era, como tendremos la oportunidad de verlo, un espíritu de propia justicia. Dios había hecho la herida, pero también iba a curarla para felicidad de Job.

¡Aquel a quien el Señor ama! ¡Qué extraordinario consuelo! La tempestad que Satanás desencadena es, finalmente, para el creyente, una prueba del amor divino.

Job 6:1-30

Cada discurso de sus amigos da lugar a una contestación de Job. Se da perfectamente cuenta de que su excesiva aflicción le hace pronunciar “palabras precipitadas” (v. 3). Desconfiemos de las palabras que somos capaces de pronunciar bajo la presión de la excitación... o de la ira (Proverbios 29:20). “¿Cuál es… mi fin para que tenga aún paciencia?” pregunta Job en el versículo 11 del capítulo 6. “La paciencia de Job”, de la cual la epístola de Santiago da testimonio, había resistido solamente hasta la sexta prueba. Y antes de que pudiese conocer “su fin”, o más bien el maravilloso “fin del Señor” (su meta) para con él, era precisamente necesario que esa tuviera “su obra completa” en él. Es la prueba de la fe la que producirá esa obra (Santiago 1:3-4 y 5:11). Como Job, estamos siempre apresurados por conocer el propósito de lo que nos ocurre. Pero Dios, en su sabiduría, generalmente no nos lo revela de antemano, a fin de enseñarnos la verdadera paciencia, la que no necesita comprender para someterse y contar con Él.

Job ha aprendido su primera lección, a saber, que no tiene socorro en sí mismo y que toda capacidad ha huido de él (v. 13). Es buena cosa haber entendido esto. Y no hace falta haber atravesado tantas pruebas como Job para estar convencido de ello. Creamos simplemente lo que la Palabra de Dios nos dice al respecto.

Job 7:1-21

El infortunio de Job —quien se ve corporalmente arruinado, torturado en su alma y puesto frente a un Dios cuyo silencio le llena de espanto— puede ayudar a los que como él pasan por el desaliento y no entienden la finalidad de su prueba. Como le ocurrió a él al final del libro, sólo conocerán el sentido de la prueba mediante un acto de fe. Job dirige el final de su discurso, ya no a Elifaz, sino a Jehová. Esboza un cuadro de la lastimosa condición del hombre en la tierra. Trabajo, suspiros, decepción, miseria, agitación, amargura, angustia, disgusto, vanidad, son las expresiones que él emplea y que resumen demasiado bien la experiencia humana. Pero la palabra clave todavía no había sido pronunciada, la que es, se lo reconozca o no, la primera causa de las desgracias del hombre. Finalmente Job exclama: “He pecado” (v. 20). Pero agrega: “¿Qué puedo hacerte?”, como si el pecado no fuese más que esto: una fuente de miseria para el hombre, en tanto que es primeramente y sobre todo una ofensa hecha a Dios.

De una manera general, Dios se esfuerza por producir, en alguien a quien  prueba, toda esa ilación de pensamiento: comprobación de su infortunado estado, convicción de pecado y confesión a Dios.

El salmo 8 da la gloriosa respuesta a la desesperada pregunta de los versículos 17 y 18, pues presenta a Cristo, el Hijo del Hombre, el último Adán (1 Corintios 15:22 y 45).

Job 8:1-22

Escuchemos lo que Bildad tiene que decir ahora. Como todavía no se atreve a afirmar abiertamente que el infortunio de Job resulta de sus propios pecados, empieza por hablar de sus hijos. Para él, la cuestión es simple: la muerte de los hijos de Job ha sido consecuencia de su transgresión (v. 4). Han pecado y Dios los ha castigado. Cuán crueles son estas palabras para el pobre Job, quien otrora “se levantaba de mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos” (Job 1:5). Es como si su amigo le hubiese dicho: «Tus oraciones han sido inútiles; Dios no te ha escuchado y no ha querido salvar a tus hijos».

Los tres amigos conocen a Dios sólo como un justo Juez. Por cierto, la justicia del Todopoderoso (v. 3) es un lado de la verdad. Hasta es tan perfecta que, cuando su propio Hijo cargó con nuestros pecados, Dios se vio obligado a castigarle en su ira. Pero la cruz, donde ha sido dada esa suprema prueba de su justicia nos trae al mismo tiempo la más maravillosa prueba de su amor. Si a las almas se les habla sólo de justicia y no de amor, se las impele al desaliento o a la propia justificación. Es el doble efecto que los razonamientos de sus amigos producirán en Job.

Job 9:1-21

Bildad ha subrayado la inflexible justicia de Dios. Job no puede sino estar de acuerdo con él. Pero entonces suscita la gran pregunta: “¿Y cómo se justificará el hombre con Dios?” (v. 2). ¡Ella ha atormentado a muchos sabios y pensadores desde los orígenes del mundo! La respuesta no se halla en los razonamientos y las filosofías de los hombres, ni aun en las poderosas obras del Creador, de las cuales Job da aquí algunos ejemplos. ¡Sólo en la Palabra de Dios la hallamos! Después de haber establecido que “no hay justo, ni aun uno”, ella anuncia la maravillosa nueva: somos “justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús...”. Y al mismo tiempo: “El hombre es justificado por la fe...” (Romanos 3:10, 24 y 28; véase también Tito 3:7; 1 Corintios 6:11; Gálatas 3:24).

A partir del versículo 15, Job expresa su total impotencia. Entre Dios y él, la lucha es desigual. Él se considera quebrantado por un juez despiadado que aumenta sus heridas “sin causa” (v. 15-17). ¡Tristes pensamientos para un creyente!

Nosotros poseemos un tierno Padre en Jesús. ¡Ojalá ninguna circunstancia nos lo haga olvidar!

Job 9:22-35

En el versículo 6 del capítulo 7, Job había comparado sus días a la lanzadera del tejedor, la que pasa y vuelve a pasar a través de los hilos conductores de su existencia. Aquí emplea la imagen de un correo, luego la de barcas ligeras llevadas por la corriente rápida y por fin la de un águila que cae sobre su presa (véase también Santiago 4:14 y Salmo 39:5). Aunque los jóvenes apenas se den cuenta de ello, el testimonio de todos los ancianos es unánime: en realidad, la vida pasa velozmente. Además, no tenemos más que una para vivir.

No, no es posible retener esos días que se escapan para siempre. En cambio, la manera en que los llenemos puede darles un valor eterno. Empleado para el mundo, el tiempo se malgasta en vanidades engañosas. Pero si son utilizados para el Señor, los cortos momentos durante los cuales estamos en la tierra pueden llevar un fruto que permanece. Jesús dijo: “Yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca” (Juan 15:16).

Finalmente, unas palabras para aquellos de nuestros lectores que todavía no pertenecerían al Señor: esta rápida huida de los días incita a muchas personas a gozar de la vida. «De la hora fugitiva, apresurémonos a gozar; para el hombre no hay puerto, el tiempo no tiene orilla...» ha dicho un poeta. ¡Mentira! Hay una orilla (Marcos 4:35 V.M.), existe un puerto (Salmo 107:30). ¡No tarde usted en refugiarse en él!

Job 10:1-22

“¿Te parece bien que oprimas?”. Tal es la pregunta que, en su amargura, Job quisiera hacerle a Dios (v. 3). La Palabra le responde con un versículo que no debemos olvidar en nuestras pruebas: “(Dios) no aflige de su agrado ni contrista a los hijos de los hombres” (Lamentaciones 3:33 V.M.). Con mayor motivo cuando se trata de Sus hijos.

Como Job lo hace en los versículos 8 a 12, David se maravilla en el salmo 139 (v. 14-16) de la manera como fue creado. Y la conclusión es la misma: Él que así me ha formado y tejido “con huesos y nervios” me conoce hasta el fondo del alma. ¿Cómo sería posible esconderle lo que sea? La luz de Dios, sus ojos que escudriñan el pecado, esto es lo que disgusta a Job (Job 10:6 y 13:9) y le hace desear las tinieblas de “sombra de muerte” (v. 22). Se siente ante Dios como una presa cazada por un león (v. 16). De igual manera el autor del salmo 139 primeramente busca en vano resguardarse de las miradas de Dios. Pero al final, por el contrario, llega a desear ser sondeado y conocido por Él.¡Qué progreso cuando hemos llegado a esto! ¿No tememos a veces la divina luz?

“Tu cuidado guardó mi espíritu”, reconoce Job (v. 12). Si hubieran faltado esos cuidados, ¿quién sabe hasta dónde se hubiese hundido? ¿Quizás hasta maldecir a Dios o quitarse la vida? (cap. 2:9). ¡Ojalá sepamos hasta qué punto nuestro espíritu —tan pronto excitado como abatido— necesita ser guardado por el Señor!

Job 11:1-20

A su turno, Zofar toma la palabra. ¡Extraño consolador, a la verdad! Más severo todavía que sus dos compañeros, empieza por acusar a Job de ser hablador (v. 2), mentiroso y escarnecedor (v. 3). Luego le habla de su iniquidad (v. 6). Y desde el versículo 13 presenta un cuadro de lo que, a su juicio, se debe para ser bendecido por Dios: «¡Si haces esto... si haces aquello...!». Esta disposición de espíritu se llama legalismo. Ya Elifaz había exhortado a Job a poner su confianza, no en Dios, sino en su propio temor de Dios y “en la integridad de sus caminos” (cap. 4:6). Y precisamente, Job estaba ya demasiado dispuesto a apoyarse en su piedad y en sus buenas obras —dicho de otro modo, en sí mismo— más bien queen Dios. Es lo que hacen muchos inconversos a quienes se da el nombre de «propios justos». Pero los creyentes (y Job era uno de ellos) igualmente pueden estar imbuidos de este espíritu legal y ser conducidos a pensar bien de sí mismos al compararse con otros y en consecuencia subestimar la inmensidad de la gracia de Dios. Los versículos 7 a 9 precisamente formulan preguntas respecto a lo infinito de Dios en todas sus dimensiones: altura, profundidad, longitud, anchura. ¿Qué mortal puede apreciarlas? Efesios 3:18-19 trae la respuesta: por medio del Espíritu todos los santos pueden ser hechos “capaces de comprender... cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento”.

Job 12:1-25

Los lugares comunes que Zofar acaba de enunciar, como si Job fuese inferior a él en conocimiento, no hacen más que humillar y vejar a éste. No solamente el pobre Job no ha sido el objeto de la misericordia que tenía derecho a esperar de sus amigos (cap. 6:14), sino que declara que ha llegado a ser objeto de su burla. Y agrega: “El justo y perfecto es escarnecido” (Job 12:4; véase también cap. 17:2; 21:3; 30:1 y Salmo 35:15).

¡El Justo y Perfecto! No pensamos más en Job sino en Cristo y a los que, escarneciéndole, pasaban delante de su cruz meneando la cabeza y decían: “Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere” (Mateo 27:43). Dicho de otro modo: «Si Dios no le libera es, pues, la prueba de que no se complacía en Él y que, al contrario, mereció Su ira». (En el fondo, así es cómo los amigos de Job razonan respecto de él). “Nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido” dirá el pueblo judío arrepentido cuando vuelva a Jesús su Salvador (Isaías 53:4). Sí, precisamente porque era el perfecto, Cristo conoció y sintió más que nadie la amargura de las acusaciones. Pero su confianza en su Dios y su entera sumisión no fueron quebrantadas (Salmo 56:5-6 y 11).

¡Qué contraste con Job, quien no pudo soportar ni la burla, ni las falsas acusaciones y quien durante tres capítulos (del 12 al 14) va a hacerse el abogado de su “causa”! (cap. 13:18).

Job 14:1-22

Muchas personas se hacen de Dios la misma imagen que Job: un Ser todopoderoso que obra «arbitrariamente» (dicho de otro modo: como le place) sin rendir cuentas a nadie y cuyos caminos son incomprensibles. El hombre está enteramente a su merced, cual una hoja arrebatada por el viento (cap. 13:25) y todo lo que puede hacer es buscar resguardarse de sus golpes lo mejor que pueda. Este «fatalismo» vuelve a encontrarse en la mayoría de las religiones orientales. Es muy cierto que Dios es todopoderoso y que obra de manera soberana. Es igualmente cierto que el hombre es débil y dependiente, que “sale como una flor y es cortado” (Job 14:2); que “toda la gloria del hombre es como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae” (1 Pedro 1:24). Pero no es cierto que Dios se burle del hombre al dominarlo a su gusto (Job 14:20). Al contrario, tiene cuidado de su criatura y no quiebra “la caña cascada” (Isaías 42:3; Mateo 12:20).

“¿Quién hará limpio a lo inmundo?” pregunta Job (Job 14:4). Más lejos exclama: “Tienes sellada en saco mi prevaricación...” (v. 17). No tiene conciencia de la plenitud de la gracia, como ocurre siempre que uno está preocupado por su propia justicia. Cada uno de nosotros ¿conoce a Aquel que purifica perfectamente al pecador manchado y que echó en lo profundo del mar el pesado «saco» que contiene todos sus pecados? (Miqueas 7:19).

Job 15:1-16

Se abre un nuevo debate. Cada interlocutor volverá a tomar la palabra en el mismo orden que la primera vez. Golpe tras golpe, los tres compañeros hundirán su acusación en la conciencia de Job como se hace penetrar un clavo: «Eres un hipócrita, un hombre astuto. Si no fueses culpable, no te defenderías con tantas palabras» (v. 5-6). «El que se excusa, se acusa», dice el proverbio.

Los tres amigos de Job son moralistas, cada uno con su teoría y su método. Elifaz se apoya en la experiencia humana: en lo que sabe (v. 9) y en lo que ha visto (v. 17). Bildad, en cambio, se refiere gustoso a las antiguas tradiciones (por ejemplo: cap. 8:8). En cuanto a Zofar, hemos notado que sus argumentos se inspiran en el más puro legalismo. Pero ninguno de los tres se funda en lo que Dios ha dicho. Ya que tienen solamente esas bases inciertas, no nos extrañemos si yerran “ignorando las Escrituras”... (Mateo 22:29). La Palabra de Dios es la única fuente en la cual podemos confiar para nosotros mismos y para ayudar a los que están colocados en nuestro camino. Un joven, hasta un niño que la conoce, tiene más inteligencia que un anciano con canas (Job 15:10) que se apoya solamente en su propia experiencia (Salmo 119:99-100).

“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16).

Job 16:1-22

“Consoladores molestos sois todos vosotros”, responde Job a sus amigos (v. 2). «Así es como yo obraría si estuvieseis en mi lugar y yo en el vuestro»; “yo os alentaría con mis palabras, y la consolación de mis labios apaciguaría vuestro dolor” (v. 5).

Para simpatizar realmente con alguien, es necesario entrar en su prueba como si la soportáramos nosotros mismos (Hebreos 13:3). Jesús no sanaba a un enfermo sin haber sentido primeramente todo el peso de su padecimiento. “Él mismotomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias” (Mateo 8:17). Por eso, merece ese nombre de “amigo” (Mateo 11:19), que les queda tan mal a los tres visitantes de Job.

En el versículo 9, Job se ve en la mano de Dios, quien le hirió en Su furor. En el versículo 10, expresa lo que soporta de parte de los hombres. La prueba de Job ha sido múltiple. Pero ¿qué es ella al lado de lo que Cristo padeció, Él, quien “nunca hizo maldad”? (Isaías 53:9; compárese con Job 16:17). De parte de los hombres, animados por Satanás, luego de parte de Dios, durante las tres sombrías horas de la cruz, Cristo sufrió indecibles padecimientos. Ahora su sangre derramadasalva a los creyentes y acusa al mundo. En los cielos, Él mismo es por nosotros el “Testigo” de nuestra justificación (v. 19). También es cerca de Dios el “Árbitro” (cap. 9:33) o el Mediador del cual Job sentía la necesidad (v. 21).

Job 17:1-16

Job, en su dolor, no ve otra salida que la muerte y la llama en su auxilio. Esto habría tenido que probarles a sus amigos que él no tenía mala conciencia. Si hubiese sido el culpable al que acusaban, ¿no habría temido, en efecto, comparecer ante Dios?

Sus palabras son cada vez más desgarradoras: “He venido a ser como a quien le escupen en la cara” (v. 6 – V.M.). Esta expresión del más infamante desprecio forma parte de los ultrajes que han sido infligidos a nuestro Salvador (Isaías 50:6; Marcos 14:65 y 15:19). ¡El hombre ha mostrado toda la bajeza de la cual era capaz al insultar tan cobardemente a Aquel que estaba indefenso y en la más profunda humillación voluntaria!

“Los rectos se maravillarán de esto” prosigue Job en el versículo 8. ¡Efectivamente, qué cosa incomprensible es ver al “justo desamparado”! (Salmo 37:25). Semejante espectáculo hacía correr el riesgo de desmoronar la fe de muchos en la justicia de Dios (comp. Salmo 69:6).

“Fueron arrancados mis pensamientos, los designios de mi corazón” exclama Job (v. 11). En efecto, suele ocurrir que Dios se atraviese en nuestro camino para conducirnos a escudriñar nuestros corazones y a descubrir en ellos proyectos que nos satisfacían pero que no tenían su aprobación (Proverbios 16:9 y 19:21). Bien se dice que, cuando él cierra una puerta delante de nosotros, es porque sabe que no hay nada bueno para nosotros detrás de ella.

Job 18:1-21

Al abrumar a su amigo, Elifaz, Bildad y Zofar trabajan, sin darse cuenta, en el quebrantamiento de su fe.

Acusar a alguien es hacer la acostumbrada obra de Satanás. No solamente éste ataca al creyente delante de Dios, como lo hemos visto en los capítulos 1 y 2, sino que todavía le acusa en su fuero interno al inspirarle dudas: «¿Ves que no tienes la verdadera clase de fe? ¡No eres salvo! ¡Ya ves que Dios te abandona! Si fueses un hijo de Dios, no te conducirías así».

A las primeras dudas sembradas se agregan otras, porque el Enemigo las aprovecha para luego soplar al oído: «Tus dudas prueban que no tienes fe; un creyente no puede dudar».

Rechacemos con energía esos “dardos de fuego del maligno”. ¿Por qué medio? Sirviéndonos del “escudo de la fe”, dicho de otro modo, con la simple confianza en Dios y en las promesas de su Palabra (Efesios 6:16).

Bildad evoca al “rey de los espantos” (v. 14). Es la muerte, permanente amenaza hacia la cual todo ser humano es obligado a ir sin saber cuándo la encontrará. Pero para el creyente no es más un objeto de espanto. Mediante la misma muerte, Jesús volvió impotente a Satanás, quien tenía el poder de la muerte (Hebreos 2:14).

“Para mí... el morir es ganancia” escribía el apóstol Pablo en su epístola a los Filipenses (1:21).

Job 19:1-20

“¿Cuándo?” había preguntado Bildad (cap. 18:2). “¿Hasta cuándo?” replica Job, cuyo tono se enardece. En efecto, no hay motivo para que termine ese diálogo de sordos en el cual cada uno prosigue con su idea. «Job cree que Dios está en contra de él sin razón; sus amigos, en cambio, piensan que Dios está en contra de él con razón. A la verdad todos se equivocan. Dios está a favor de Job» (A.G.).

Luego, la queja del afligido se vuelve desgarradora (véase Lamentaciones 3:1). Nosotros, quienes en gran parte estamos rodeados del afecto y de la comprensión de los nuestros —y ¡qué decir de la del Amigo supremo!— pensemos de qué manera Job debió de sentirse en semejante trance de dolor sin poder abrir su corazón a nadie (Salmo 69:20). Los versículos 13 a 19 nos dan un patético eco de ese sentimiento de total soledad, tanto más grande cuanto Job piensa que Dios está contra él: “Hizo arder contra mí su furor” declara él (v. 11). ¡No, Job! La cólera de Dios que tú y yo habíamos merecido castigó a Otro en nuestro lugar. Los que pertenecen a Jesús nunca la conocerán.

Teniendo delante de Él el desemparo de Dios, Cristo no pudo confiar su dolor a nadie. Fue incomprendido por todos y abandonado por los suyos (Marcos 14:37 y 50). En medio de un sufrimiento que nunca fue igualado, nunca nadie se halló tan solo como Él.

Job 19:21-29; Job 20:1-29

La vehemencia del pobre Job contrasta con las frías sentencias de sus tres compañeros. Éstos no podían ofrecerle ningún socorro en su dolor, pero descubrimos que Job poseía un punto de apoyo inquebrantable: su fe en un Redentor vivo. Los notables versículos 25 a 27 nos lo enseñan: Job, como los patriarcas, había recibido una revelación divina respecto de la resurrección: “En mi carne he de ver a Dios” (comp. Salmo 17:15).

¡Cuánto más sabemos que ellos, según la plena luz del Nuevo Testamento! (en particular en 1 Corintios 15). A pesar de esto, muchos hijos de Dios no van más allá de la cruz en la que contemplan a un Salvador muerto por sus pecados. Por cierto, es una verdad inestimable, pero ¿saben ustedes, mis queridos amigos, que su Redentor vive ahora? (v. 25; Apocalipsis 1:18). “Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Romanos 8:34).

A esas notables palabras de fe que el Espíritu de Dios ha dictado a Job, Zofar responde con su propia inteligencia (Job 20:2). Volviendo a tomar el tema de Elifaz y de Bildad (cap. 15:20-35 y 18:5-21), se extiende largamente sobre la muerte que aguarda a los malos, atacando así indirectamente y sin compasión a su amigo (ver Proverbios 12:18).

Job 21:1-34

Job se halla ante un impenetrable misterio: ¿Por qué Dios,  quien es justo, hiere precisamente a aquel que buscaba complacerle? (¿Y no es ésta la insondable pregunta que Jesús hizo sobre la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Salmo 22:1)? ¿Por qué, por otra parte, contrariamente a lo que han afirmado Elifaz, Bildad y Zofar, los impíos prosperan a su gusto sobre la tierra? Insultan a Dios, diciéndole: “Apártate de nosotros, porque no queremos el conocimiento de tus caminos” (Job 21:14) y, pese a ello, por el momento permanecen impunes (v. 7-15; Malaquías 3:18). El silencio de Dios y su aparente indiferencia ante las provocaciones de los hombres son un enigma para muchos creyentes (Salmo 50:21). El mismo problema atormenta al piadoso Asaf en el salmo 73: ¿De qué sirve limpiar mi corazón si pese a esto mi castigo debe volver “todas las mañanas”? La porción de los malos es más hermosa que la mía.

Aun hoy, muchos incrédulos gozan sin freno de la presente vida en tanto que los hijos de Dios tienen a veces muchas pruebas. Pero leemos en el versículo 17 de ese salmo: ¡“...comprendí el fin de ellos”! ¡Ah! no le tengamos envidia al mundo. Dios no dice su última palabra de este lado de la tumba. Total contraste entre ese terrible fin que aguarda a los inconversos y el glorioso porvenir que el Señor reserva a sus amados redimidos (Juan 14:3 y 17:24; Romanos 8:17-18).

Job 22:1-30

Empieza una tercera serie de discursos. Hasta aquí los amigos de Job habían hablado del impío de una manera general: él hace esto, merece aquello (véase cap. 15:20...). Ahora Elifaz descubre el fondo de su pensamiento mediante acusaciones directas: “Tu malicia... tus maldades” (v. 5). Este hombre y sus dos compañeros, cuán lejos se hallan de las enseñanzas del Señor, quien ordena que cada uno se juzgue a sí mismo antes de quitar la paja del ojo de su hermano (Mateo 7:1-5). Y también, cuán lejos están de su ejemplo: Él, que se rebajaba hasta lavar los pies de sus discípulos (Juan 13:14-15).

Al comparar el versículo 3 con lo que Jehová dijo a Satanás (Job 1:8 y 2:3), vemos qué mal conoce Elifaz a Dios. Al contrario, nada le agrada más que un hombre que practica la justicia (Hechos 10:35).

No obstante, por medio de esas palabras de Elifaz, el Espíritu de Dios se dirige a nosotros. Y si alguno de nuestros lectores aún no estuviese en paz con Dios, le decimos con el versículo 21: “Traba amistad con él, te lo ruego, y está en paz con él” (V.M.); y con el apóstol “os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Corintios 5:20). En cuanto al siguiente versículo ¿no se dirige a todos nosotros, quienes todavía tenemos muchos progresos que hacer? “Toma ahora la ley de su boca, y pon sus palabras en tu corazón” (Job 22:22).

Job 23:1-17

Job ya está llegando a su octavo discurso y la zanja se ahonda cada vez más entre él y sus compañeros. Estos últimos, como muchas personas hoy en día, ven en Dios un soberano Creador demasiado encumbrado para condescender a ocuparse en los detalles de nuestras circunstancias y para tener en cuenta nuestros sentimientos (véase cap. 22:2-3 y 12). Job tiene más conocimientos. Sabe que Dios se interesa por él —aun más de lo que querría (cap. 7:19)— mas cree que es inaccesible. “¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!” exclama él (Job 23:3). Querido amigo, ¿sabe usted dónde hallar a ese Dios que es un Dios cercano? Cercano porque se acercó a usted en la persona de Jesús. De modo que, a su turno, usted puede acercarse libremente a Él por medio de la oración y llegar hasta donde Cristo está sentado, a la diestra de Dios (Hebreos 4:16).

El versículo 10 recuerda la finalidad de la prueba: “Saldré como oro”, afirma Job. Aunque le falte todavía el sentimiento de la gracia que obra para su bien, nuestro patriarca está de acuerdo con el apóstol Pedro. Vosotros —escribe éste— por un poco de tiempo, si es necesario, sois afligidos “para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro… sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Pedro 1:6-7).

Job 25:1-6; Job 26:1-14

Bildad significa «hijo de contención». ¡Es un nombre que él merece, en efecto! Pero ¿qué recomienda la Palabra?: “El siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen” (2 Timoteo 2:24-25).

Ninguno de los tres amigos ha manifestado estos caracteres. Sabían formular preguntas, pero eran incapaces de responderlas; podían herir, pero no curar; derribar, pero no edificar. Después de un breve discurso de Bildad, callan definitivamente. Ni aun participó Zofar en ese tercer debate. Las más severas palabras no han conseguido producir en Job una verdadera convicción de pecado. Cuanto más ha sido acusado, tanto más ha sentido la necesidad de justificarse. Esa convicción de pecado, sólo el Espíritu de Dios puede obrarla en una conciencia. ¿La produjo en la del lector?

El corazón de Job tampoco ha sido tocado por una verdadera palabra de consuelo. Y pensamos en esta exclamación del más grande de los afligidos: “Esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo; y consoladores, y ninguno hallé” (Salmo 69:20).

Lejos de apaciguar al pobre Job y de ayudarle mediante un sabio consejo (cap. 26:2-3), las palabras de sus amigos lo han excitado en extremo. Y ahora se lanza a un largo y desolador monólogo.

Job 27:1-23

Job va a necesitar no menos de seis capítulos para establecer su propia justicia. ¡Es demasiado y no es bastante! Aunque hubiese cien de ellos, no bastarían, porque nada de lo que viene del hombre puede pesar lo suficiente en la balanza de la justicia divina. Pero, por otra parte, esa justificación es cosa hecha, enteramente fuera de sus propios esfuerzos.

Notemos que el hecho de justificarse a sí mismo, para Job viene a ser implícitamente acusar de injusticia a ese Dios que le hiere sin razón (comp. cap. 40:3). Además, él se permite abiertamente hacer reproches al Omnipotente que le ha quitado su derecho y le atormenta sin motivo (Job 27:2).

Hay orgullo en esa actitud. “Mi justicia tengo asida... —dice Job— no me reprochará mi corazón en todos mis días” (v. 6). Pero, ¿qué responde la Palabra? “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros” (1 Juan 1:8). Además, si nuestro propio corazón no nos reprocha nada, esto no prueba que estemos sin pecado. Dios es infinitamente más sensible al mal de lo que lo es nuestra conciencia (véase 1 Corintios 4:4). En la penumbra, nuestros vestidos pueden parecernos limpios, en tanto que a pleno sol (el de la luz de Dios) la menor mancha aparecerá (Proverbios 4:18).

Job 28:1-28

Job ya ha comprendido algo importante: de esta prueba que Dios le hace atravesar, su fe saldrá como el oro deslumbrante sale del crisol del afinador (ver cap. 23:10). Pero lo que ignora es cuántas escorias deben serle primeramente quitadas: “Ciertamente... el oro (tiene) lugar donde se refina” (Job 28:1; ver también Zacarías 13:9 y Malaquías 3:3). Y ese lugar ¡es el crisol de la prueba! El Señor, como un sabio orfebre, conoce la intensidad y la duración de ese fuego necesario para purificar su plata y su oro, es decir, sus redimidos. El divino «Joyero» sabe cuántos dolorosos cincelazos deberá dar antes de que resplandezcan con todo su brillo sus ónices y sus zafiros, sus rubíes y sus topacios.

El hombre es capaz de realizar trabajos considerables: represas, túneles, autopistas, etc... Extrae del suelo toda clase de productos (Job 28:9-11). Pero hay una cosa que no se preocupa mucho en buscar: la sabiduría. Sin embargo, ella tiene más valor que “las perlas” (v. 18) o “las piedras preciosas” declara el libro de los Proverbios, el que tanto nos habla de esa divina sabiduría (Proverbios 3:15 y 8:11). Compárese también la importante definición del versículo 28 con Proverbios 9:10 y el salmo 111:10.

Job 29:1-25

Al comienzo del libro, Dios brevemente había hablado del primer estado de Job. Estos versículos completan el cuadro. Pero esta vez es Job mismo quien se esfuerza en retocarlo. Todo lo que dice de sus obras ciertamente es exacto. De modo que las acusaciones de Zofar (cap. 20:19) y de Elifaz (cap. 22:6-7 y 9) eran meras calumnias (comp. con Job 29:12-13).

¿Quién podría aún hoy someter tantos títulos a la aprobación de Dios y la consideración de los hombres? Empero, la complacencia con la cual Job describe su anterior condición muestra que ponía en ello su corazón y se gloriaba. Aún no había aprendido, como el apóstol, a contentarse en las circunstancias en las cuales se hallaba; soportaba mucho menos vivir humildemente y tener escasez que tener abundancia (Filipenses 4:11-12). Además, se han podido notar los «yo», «me», «mi» que se suceden en estos versículos. Son pequeñas palabras, pero... cómo traicionan la alta opinión que Job conserva de su propia persona. Hasta ahí había ocultado en su corazón, bajo una aparente modestia, ese sentimiento que ahora estalla a la luz del sol. Va permitir que Dios libere a Job de él... pero sólo cuando éste lo haya confesado.

Job 30:1-31

¡Qué contraste entre este capítulo y el precedente! Hoy colmado de honores, gozando de una halagadora popularidad, y de la noche a la mañana Job se halla menospreciado y pisoteado. El mundo es hipócrita y traicionero. Los creyentes que, por un momento, han creído poder otorgarle su confianza, tarde o temprano han hecho ese penoso descubrimiento. El corazón humano encuentra placer en la desdicha de los demás. ¿No se ha regocijado con malicia a causa de la humillación de Jesús? (Compárese el versículo 9: “Y ahora yo soy objeto de su burla, y les sirvo de refrán” con el versículo 12 del salmo 69: “Me zaherían en sus canciones los bebedores”).

Así, pues, las bendiciones terrestres de Job habían podido marchitarse. En cambio, las del creyente consisten en “toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Efesios 1:3). Ni Satanás, ni el mundo, ni la misma muerte podrán jamás quitárselas... Job estimaba que su piedad le daba derecho a la prosperidad y ahora llega hasta quejarse de Dios. ¿Estamos seguros de que esto nunca nos ocurre? ¡Y todavía con mucho menos razón aparente!

“Clamo a ti, y no me oyes” (v. 20). Éstas son las palabras del salmo 22:2. Pero ¡qué diferencia entre la amargura de Job —quien imputa a Dios sentimientos de animosidad y crueldad (Job 30:21)— y la perfecta sumisión del Señor Jesús, quien en ningún momento pierde su confianza en su Dios!

Job 31:1-12; Job 31:29-40

En el capítulo 29, Job se extendió largamente acerca del bien que hacía; aquí expone con igual detalle el mal que no hacía: inmoralidad (v. 1-12), injusticia (v. 13-15), egoísmo (v. 15-23), idolatría (v. 24-28). Uno puede gloriarse de una manera u otra y olvidar que sólo Dios nos incita a obrar bien, así como sólo él nos preserva de obrar mal.

Si alguien tenía derecho a apoyarse en sus obras, ése era, por cierto, el patriarca Job. El apóstol Pablo escribe la misma cosa respecto de sí mismo en la epístola a los Filipenses (cap. 3:4): “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo” (v. 7). Sus ventajas naturales de buen israelita, su pasada justicia de concienzudo fariseo, todo era considerado por él... como “basura”. De modo que Dios no necesita quitarle nada como tuvo que hacerlo con Job; Pablo, por gracia, ya había puesto a un lado todo lo que no era de Cristo.

¡Que cada uno de nosotros examine bien su corazón y pida a Dios que quite todos los puntos de apoyo secretos que podría conservar en él, fuera de la fe de Jesús! En particular los versículos 30, 32, 34 y 37 dejan sobrentender todas las buenas cosas que Job piensa de sí mismo y de sus pasadas obras.

Finalmente, al terminar esta exposición de todos sus méritos, Job pone solemnemente su firma y desafía a Dios a que le responda: “¡Oh si tuviese quién me oyera (he aquí mi firma; que me responda el Todopoderoso) ... !” (v. 35 V.M. ).

Job 32:1-22

Elifaz, Bildad y Zofar agotaron sus argumentos. ¡A su vez Job ha callado! Entonces entra en escena un nuevo personaje: Eliú, cuyo nombre significa «Dios mismo». Además de ejemplo de la acción del Espíritu de Dios (1 Pedro 4:11), veremos que él es también como una revelación misteriosa del Señor Jesús.

La insuficiencia del hombre quedó ampliamente demostrada. En Job se manifestó la incapacidad de soportar la prueba; en sus amigos, la vanidad de los consuelos humanos. Ahora que «la sabiduría terrestre» ha fallado, “la sabiduría que es de lo alto” va a hablar por boca de Eliú (Santiago 3:14-17). Y, ante ese hombre más joven que ellos, los cuatro ancianos van a quedar confundidos.

Eliú tiene el sentido de las conveniencias. Con paciencia ha aguardado el fin de los precedentes discursos. Los jóvenes especialmente deben saber escuchar. Es, en primer lugar, una señal de sabiduría (Santiago 1:19). El conocimiento y la experiencia de sus mayores es, generalmente, más grande que la de ellos. ¡Además es simple cortesía!

No obstante, estas consideraciones no impiden que una santa ira se apodere de Eliú. La gloria de Dios ha sido cuestionada por Job y sus compañeros y el fiel hombre de Dios no puede tratarlos con miramientos. No tiene el derecho de lisonjear ni de hacer “acepción de personas”, dos peligros de los cuales no siempre escapamos (v. 21).

Job 33:1-22

Dos veces ya, Job había reclamado la intervención de un árbitro (o mediador)... (cap. 9:33 y 16:21), ¡deseo que se cumple! Eliú va a ser para él el intérprete de los pensamientos de Dios. Este papel —Job lo había comprendido— sólo podía ser cumplido por un hombre como él (cap. 9:32). “Heme aquí a mí en lugar de Dios, conforme a tu dicho; de barro fui yo también formado” (Job 33:6), responde Eliú. La Palabra nos enseña que hay “un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre...” (1 Timoteo 2:5). ¡Profundo misterio de la humanidad del Señor, sin la cual tampoco habría podido hacerse el intérprete del hombre ante Dios!

“En una o en dos maneras habla Dios...” (v. 14). Después de haber hablado por medio de los profetas, Dios habló por el Hijo. ¡Qué atención hubiera tenido que prestar el mundo a semejante lenguaje! (Hebreos 1:1-2 y 2:1). No obstante, nuestro versículo 14 prosigue así: “...pero el hombre no entiende” (o considera). Sí, ¡tan grande es la indiferencia y la dureza del corazón del ser humano! Por eso la misma epístola advierte solemnemente: “Mirad que no desechéis... al que amonesta desde los cielos” (Hebreos 12:25). Por medio de una breve sentencia, Eliú pone a un lado todos los razonamientos: “Mayor es Dios que el hombre” (Job 33:12). Y no tiene que dar cuentas a este último (v. 13).

Job 33:23-33; Job 34:1-15

Los versículos 23 y 24 dirigen una vez más nuestras miradas hacia Jesús, el Intérprete por excelencia, el Mensajero del amor divino. Vino para mostrar al hombre pecador el camino de la rectitud (o de su deber) o, dicho de otro modo, para llevarle a reconocer su estado y a juzgarse a la divina luz. La vida de Cristo aquí abajo tiene además este propósito: manifestar por contraste el verdadero estado del hombre. Para que Dios le perdone, un rescate era necesario. ¡Y ha sido hallado! Es la muerte de Cristo. Por medio de ella, somos liberados del hoyo de la destrucción. ¿Es todo? No; los versículos 25 y 26 sugieren la nueva vida, la comunión, el gozo y la justicia que son nuestra parte. Dios “nos hizo aceptos” (Efesios 1:6); todo esto como consecuencia de la resurrección de Cristo nuestro Mediador, y de su actual presencia en la gloria. Finalmente, en los versículos 27 y 28 hallamos el testimonio que somos llamados a rendir ante los hombres respecto de lo que Dios ha hecho por nosotros.¡No lo olvidemos!

En el capítulo 34, Eliú está obligado a hablar de una manera severa. Al justificarse, Job había acusado a Dios de injusticia (cap. 32:2). ¡Era más grave de lo que él pensaba! En esto se había asociado con los incrédulos y los malos, y debía ser reprendido duramente (Romanos 9:14).

Job 34:16-37

Es imposible que un hombre se forme un juicio sobre Dios mediante sus propios razonamientos. ¿Por qué? Porque sólo tiene a otros hombres como elementos de comparación. Es la razón por la cual los paganos se han hecho dioses a su imagen, a los cuales han atribuido sus propias pasiones. Para que su criatura pudiese conocerle, fue necesario que Dios mismo se revelara a ella. Y más aun, no es mediante nuestra propia inteligencia que se puede aprehender esa divina revelación. Sólo la fe es capaz de ello. Ahora Dios se manifiesta por medio de su Espíritu. “Las cosas de Dios nadie las conoce, sino el Espíritu de Dios” (1 Corintios 2:11 V.M.). Éste conduce al creyente “a toda la verdad” (Juan 16:13). Eliú, instruyendo a Job, es una imagen de ello. Muestra a Job que erró el camino por completo al fundar su conocimiento de Dios en sus propias experiencias y en sus pensamientos: “¿Ha de ser eso según tu parecer?” (v. 33). ¿No ha llegado Job a condenar a Aquel que, sin embargo “es tan justo”? (v. 17). ¿Qué habría debido hacer Job antes de abrigar y expresar todos esos falsos pensamientos respecto de Dios? Pedirle humildemente: “Enséñame tú lo que yo no veo” (v. 32). ¡Una corta oración que cada uno de nosotros necesita dirigir al Señor en todo momento del día!

Job 35:1-16

De sus desdichas Job había sacado la triste conclusión siguiente: ¡Verdaderamente, no valía la pena aplicarse a ser justo, pues no había obtenido más provecho que si hubiese pecado! (véase cap. 9:22; 34:9 y 35:3). ¡Ay, así descubre el fondo de su corazón! Parece darle la razón a Satanás, quien había insinuado: “¿Acaso teme Job a Dios de balde?” (cap. 1:9). En definitiva, no es otra cosa que el razonamiento “de hombres corruptos de entendimiento... —de quienes habla el apóstol Pablo— que toman la piedad como fuente de ganancia” (1 Timoteo 6:5; leer también Malaquías 3:14).

Hasta entonces nuestro patriarca no sabía que tuviese tales sentimientos en su corazón. Conocía sus buenas acciones, pero no sus secretos motivos. Y éstos estaban lejos de ser siempre buenos. Dejemos que el Espíritu nos sondee por medio de la Palabra de Dios, que discierna y ponga al desnudo las intenciones de nuestros corazones (Hebreos 4:12). Es el servicio que Eliú hace a Job al decirle la verdad. Ciertas cosas no son agradables de oír; pero... “fieles son las heridas del que ama” (Proverbios 27:6; ver también Colosenses 4:6). Y cuando se haya aprendido las divinas lecciones, las lágrimas, los gritos de angustia y las llamadas de socorro (cap. 19:21) cederán el sitio a “cánticos en la noche” (cap. 35:10).

Job 36:1-21

Eliú prosigue su discurso: justifica a Dios (v. 3) al corregir dos pensamientos equivocados emitidos  respecto de Él: pese a su poder, el Creador se ocupa de su criatura y no la desprecia de ninguna manera (v. 5). El justo —dicho de otro modo, el creyente— es el objeto de sus particulares cuidados. Que Dios lo “exalte” (v. 7) o, al contrario, que le envíe pruebas (v.8), sus ojos están siempre sobre él. Y, en segundo lugar, Dios no obra de modo caprichoso como Job lo había dado a entender. Al permitir la prueba, persigue una meta precisa: mostrar a los suyos lo que han hecho, abrir sus oídos a la disciplina, si procede, hacerlos volver de su iniquidad. La disciplina forma a los discípulos. Hebreos 12:7 nos recuerda que ella está reservada a los hijos (y a las hijas) de Dios, de la misma manera que los padres corrigen a sus propios hijos y no a los demás. Es ella, pues, una prueba de nuestra relación con nuestro Padre. Pero, según ese mismo pasaje de Hebreos 12:5-6, el alma que está sujeta a la disciplina puede menospreciarla, es decir, no escucharla ni darle importancia (Job 36:12; comp. con cap. 5:17); o, al contrario, desanimarse, es decir, olvidar que es el fiel amor del Señor el que nos la preparó. Dijo el salmista: “Conozco, oh Señor, que tus juicios son justos, y que conforme a tu fidelidad me afligiste” (Salmo 119:75).

Una tercera actitud es la correcta: estar ejercitado por esa disciplina o, dicho de otro modo, preguntarse con qué finalidad Dios nos la envía.

Job 36:22-33; Job 37:1-4

“¿Qué enseñador semejante a él?” pregunta Eliú (v. 22). Varios de nuestros lectores posiblemente estén estudiando. No olviden que Dios también tiene su escuela. Si aceptan seguir sus clases, ella los volverá más sabios e instruidos de lo que podrían hacerlo todas las universidades del mundo (Salmo 94:10, 12; Isaías 48:17).

“¿Qué enseñador semejante a él?”. Después de haber oído el sermón del monte, las multitudes reconocieron que Jesús “les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mateo 7:29). Autoridad y también sabiduría, incansable paciencia, dulzura aun en la reprensión, tales han sido los caracteres del divino Maestro venido de Dios para enseñar a los hombres (Juan 3:2). No está más sobre la tierra, pero nos ha dejado su Palabra, fuente de toda instrucción para nuestras almas.

Eliú glorifica el poder de Dios, su obra (v. 24), su grandeza (v. 26), su justicia y su bondad (v. 31). Alegrémonos de poder proclamar con él: “He aquí Dios es... poderoso... He aquí Dios es excelso en su poder... He aquí Dios es grande”. Dar a conocer el Padre y glorificar su nombre, éste fue el gran pensamiento del Señor aquí abajo, la misión que cumplió plenamente (Juan 17:1, 4, 6, 26). En esto se resumía toda su maravillosa enseñanza.

Job 37:5-24

Para ilustrar el estado de ánimo del patriarca y los caminos de Dios para con él, Eliú toma sus ejemplos del cielo en un día de tormenta (véase también cap. 36:27-29, 32-33; cap. 37:2...). Las oscuras nubes representan los duelos y las pruebas, las que por un momento habían ocultado a Job la luz de la faz de Dios. Para el corazón natural es difícil comprender el misterioso equilibrio de ellas (v. 16). Pero Job debe saber una cosa: Dios carga esas nubes con una agua de bendición para él (v. 11 y cap. 26:8). Porque la lluvia puede caer de varias maneras: en bondad, para la tierra (Salmo 65:10), o, al contrario, como “azote” (Job 37:13; comp. Salmo 148:7-8). Desciende en gotas abundantes y bienhechoras (cap. 36:27-28) bajo forma de lloviznas fertilizantes (cap. 37:6) o al contrario como aguaceros torrenciales o “aguaceros de su fortaleza” (v. 6 V.M.), los que devastan el suelo sin penetrarlo. En ese último caso se trata de un juicio, sin efecto sobre el alma. Pero no es tal el pensamiento de Dios para con su servidor Job. Él quiere bendecirle, le corrige con medida (Jeremías 10:24) y le hará decir con el cántico (véase v. 21):

¡Alentaos, pues, medrosos!

Este negro nubarrón,

de sus bendiciones lleno,

traerá la salvación.

Job 38:1-18

“Que me responda el Todopoderoso” había exclamado Job (cap. 31:35 V.M.) en tanto que Elifaz le había dicho: “¿Habrá quien te responda?” (cap. 5:1). Cosa maravillosa, este Dios al que creía sordo e inaccesible accede a su deseo, pero no como Job lo hubiera pensado, pues, en lugar de responder a sus preguntas, Dios a su turno va a hacerle toda una serie de ellas. Vemos a menudo al Señor Jesús hacer lo mismo con sus interlocutores (por ejemplo: Lucas 10:25-26; 20:2-4 y 21-24).

Mediante esas preguntas Dios hace medir a Job su pequeñez y su profunda ignorancia. Los hombres se vanaglorian de sus conocimientos. Y aun, cosa paradojal, cuanto menos saben, más pretensiones tienen. En particular, los jóvenes creen fácilmente que lo conocen todo, en tanto que, a menudo, los más grandes sabios son los más modestos.

«Cuando el hombre escucha, Dios habla...», dijo alguien. Y Dios es paciente; concedió a Job y a sus amigos todo el tiempo necesario para expresar sus falsas ideas; luego encargó a Eliú que las refutase. Por fin guardaron silencio. Dios puede hablar y evidentemente tendrá la última palabra. Sepamos también nosotros callar a veces, imponer silencio a nuestros agitados espíritus para que Dios pueda hacernos oír su voz.

Job 38:19-38

La creación es el primer testimonio que Dios dio de sí mismo y todo hombre, sin excepción, es responsable de discernir por medio de su inteligencia “las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad”. Contemplar “las cosas hechas” sin reconocer y honrar a Aquel que las hizo vuelve a los hombres inexcusables (Romanos 1:19-20).

Dios nos invita con Job a admirar su hermoso universo. Pero, de todas esas maravillas de la creación, ¿quién puede hablar con más competencia que su mismo Autor? ¡Pues bien! El que creó la luz, el que ató “los lazos de las Pléyades” y estableció “las ordenanzas de los cielos” es también el que condesciende a ocuparse de una sola alma: aquí la de Job; pero igualmente de la mía y de la de usted. Como lo dice el cántico:

El pecador miserable

tiene más precio a Sus ojos

que el cortejo innumerable

de las estrellas en los cielos.

En todo tiempo, los hombres se han dedicado a escudriñar y sondear los cielos. Algunos consagran su existencia a ello. ¿No es más importante que usted consagre la suya a escudriñar “las Escrituras”? (Juan 5:39). Porque si “los cielos cuentan la gloria de Dios” (Salmo 19:1), la Palabra, a su vez, da testimonio de su gracia.

Job 38:39-41; Job 39:1-18

Después de permanecer callado acerca del tema de los grandes fenómenos de la naturaleza, y luego acerca de las leyes que mantienen el equilibrio del mundo, Job, alumno ignorante, es interrogado ahora respecto a la Zoología por el Maestro de todo conocimiento. Su nota en esta materia no será mejor.

Desde los remotos tiempos en que vivía nuestro patriarca, y pese a todos los esfuerzos del hombre para sondearlos, ¡cuántos misterios subsisten en la Creación, misterios con los cuales tropieza la ciencia humana, a menudo enceguecida por sus teorías, ¡empezando con el del origen de la vida!

Dios habla de muchas cosas en esos cuatro capítulos. De las pequeñas como también de las grandes. Pero todas son cosas que Él ha hecho. En cambio, no hallamos en ellas ni una sola palabra de las obras del pobre Job. De todos sus méritos —de los cuales, sin embargo, el patriarca se había tomado el trabajo de hacer una larga enumeración— el Señor no puede retener ni uno solo. Sin la cruz, hacia la cual ya de antemano Dios dirigía sus miradas (véase Romanos 3:25); sin la cruz, tal hombre estaba perdido.

Si usted, amigo, tiene todavía confianza en sus propios esfuerzos y en sus capacidades, mire hacia el Señor. Él mismo cumplió grandes cosas que exaltan su sabiduría... pero, encima de todas, la obra de la salvación de usted, la que magnificasu amor.

Job 39:19-30; Job 40:1-5

Job había pensado que Jehová no se interesaba por su bienestar. Pero, ¿existía una criatura cualquiera, desde la cría del cuervo hasta el caballo o el águila, que Dios no tuviera en cuenta? Si bien cuida de todos los seres vivientes, mucho más vela por el hombre, su principal criatura, pues hasta posee una vida más allá de la tumba.

En los evangelios, el Señor Jesús da a los suyos exactamente la misma enseñanza (comp. el cap. 38:41 con Lucas 12:24). Y nos invita a no preocuparnos por nuestras necesidades de cada día; Dios las conoce. Sólo una cosa puede faltarnos (y a menudo nos falta): la fe en ese Dios fiel.

Dios acaba de hablar a Job de su creación. Éste concluye de ello correctamente: “He aquí que yo soy vil” (cap. 40:4). Pero aún no puede decir nada más. Anteriormente se había propuesto discutir con Dios como de igual a igual. Hasta había declarado: “...querría razonar con Dios” (cap. 13:3; véase 10:2 y 23:3-4). Ahora que se le brinda la oportunidad, él comprende ante toda la grandeza de su Creador que esto no es posible. Ésta es una primera lección, pero le queda por aprender otra. Eliú había dicho que Dios habla una vez, dos veces... Jehová va a hablarle por segunda vez a fin de inducir a Job a una plena y sincera convicción de pecado.

Job 40:6-24; Job 41:1-8

El cuadro de la creación no sería completo sin la descripción de dos animales misteriosos y terribles. El primero es el behemot, tal vez el hipopótamo, en todo caso una bestia formidable cuyo poder evoca el de la muerte. Hecho solemne, ésta tuvo que ser el primero de los caminos de Dios para con el hombre culpable. Como consecuencia de la caída del ser humano, una invencible espada arma a la muerte para la sanción del pecado (véase Génesis 3:24). No sólo hace su presa de cada hombre, sino que todos los animales de la tierra le son dados como alimento (v. 20).

El Jordán, río de la muerte, mencionado en el versículo 23, nos habla también de ella.

Pero hay un monstruo más terrible todavía. La muerte tiene solamente poder sobre la vida presente, en tanto que Satanás, del cual el leviatán es una figura, arrastra sus víctimas con él a la segunda muerte (Isaías 27:1). Frente a semejante enemigo, estamos tan desarmados como un niño que pretendiera apoderarse de un cocodrilo con un anzuelo. Por cierto, no se juega impunemente con el poder del mal. ¿Estamos, pues, a su merced? ¡No, por la gracia de Dios! En la cruz, Cristo ha triunfado sobre el terrible adversario. Acordémonos de esa batalla decisiva y quedemos apegados al que lo ha vencido (Job 41:8; Colosenses 2:15).

Job 41:9-34

Bajo esa aterradora imagen del leviatán, Dios descubre a Job a su acusador del capítulo 1, a su enemigo del capítulo 2. Un combatiente debe conocer a su adversario para no subestimarlo. Es necesario que el creyente sepa cuál es la fuerza de Satanás (v. 12) vuelto impotente por la cruz, pero siempre activo, del cual “no ignoramos sus maquinaciones” (2 Corintios 2:11). Vea lo que le caracteriza: “Las dobleces de sus mandíbulas” (Job 41:13 V.M.; comp. 1 Pedro 5:8); “su corazón firme como una piedra” (Job 41:24), porque es absolutamente ajeno al amor divino. Es invulnerable a toda fuerza humana (v. 26-29) y siembra el espanto por medio de su arma: la muerte, la que vence a los hombres más fuertes (v. 25).

Pero Satanás también es “mentiroso” y seductor; guardémonos de sus ilusiones (v. 18; Juan 8:44; 2 Corintios 11:14). Atrae las almas al mundo, ese mar hirviente con pasiones humanas, al presentarles sus recursos como alimento valedero (“la olla”) o como un remedio para sus males (“la olla de ungüento”). Bajo una apariencia de sabiduría y experiencia (“las canas”), es al abismo adonde él conduce, para hundirlos allí, a los insensatos que siguen su resplandeciente “senda” (v. 32).

Finalmente, retengamos el pavoroso título que le es dado: “Es rey sobre todos los soberbios” (v. 34; véase 1 Timoteo 3:6).

Job 42:1-17

Llegamos al desenlace de este magnífico libro, a la gran lección que Job, por fin, ha comprendido. Se llama la liberación del despreciable yo. Mientras Dios le hablaba, toda la buena opinión que Job tenía de sí mismo se había desvanecido progresivamente. A medida que Dios le enseñaba, Job descubría con espanto la maldad de su corazón natural. “Me aborrezco —declara él ahora— y me arrepiento...” ¡Esto es lo que debe decir un hombre “perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (cap. 1:1) cuando se halla en la presencia de Dios!

Job fue zarandeado como trigo. ¡Penoso trabajo! pero éste le ha quitado la cascarilla de su propia justicia, como también más tarde a Pedro. Ahora puede fortalecer a sus hermanos y orar por sus amigos (v. 10; comp. con Lucas 22:31-32).

Cuatro veces Dios lo llama “mi siervo Job” y censura a los tres consoladores molestos. Envía otros a Job, los cuales acuden con verdadera simpatía. Y no sólo restablece el antiguo estado de Job, sino que le da el doble de todo lo que poseía precedentemente. Empero, Job ahora ha adquirido algo más precioso que todo: ha aprendido a conocer a Dios al mismo tiempo que ha aprendido a conocerse a sí mismo.

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