La posición actual del creyente en la tierra


person Autor: Frank Binford HOLE 29

flag Tema: La vida cristiana


1 - Liberados de sus tres grandes enemigos

Habiendo recibido a Jesús como nuestro Salvador, hemos sido redimidos para Dios, y llegará el día en que los resultados completos de nuestra redención se realicen, no solo en nuestras almas sino también en nuestros cuerpos. Entonces entraremos perfectamente en el estado glorioso que ya nos pertenece en Cristo. Mientras tanto, y por un tiempo más o menos largo, estamos viviendo en el mundo. Desde el punto de vista externo, nada cambió el día de nuestra conversión. La gran transformación ha sido interior. Nos ha colocado en una relación completamente nueva con Dios. ¿Cómo ha modificado nuestra posición en la tierra?

La humanidad está dominada por un triple poder del mal: el diablo, el mundo y la carne.

El diablo es el personaje poderoso que es la fuente del mal. El mundo es un sistema elaborado construido por el hombre; pero es el diablo quien ha dirigido todo su desarrollo. De hecho, él es el que dirige la máquina que creó. Él es «el dios de este siglo» (2 Cor. 4:4), y «el príncipe de este mundo» (Juan 12:31).

El mundo es el sistema organizado que resulta de los pensamientos y acciones de los hombres que viven sin Dios y en oposición a él.

La carne es la naturaleza corrupta que caracteriza al hombre desde que cayó en el pecado. Ella se manifiesta y se expresa en el mundo, donde se siente como en casa.

La muerte de Cristo nos libera de estos tres enemigos. Y es una liberación que puede ser experimentada ya hoy en día por el poder del Espíritu de Dios. Habiendo sido liberados, somos puestos en el mundo como testigos de nuestro Señor ausente, contra los poderes del mal que anteriormente nos retenían esclavizados.

Consideremos algunos pasajes que presentan esta importante parte de la verdad.

2 - Liberados del poder del diablo

«El dios de este siglo ha cegado el entendimiento de los incrédulos, para que no vean con claridad la iluminación del evangelio de la gloria de Cristo». Pero el apóstol añade inmediatamente: «Dios… es el que ha resplandecido en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo» (2 Cor. 4:4-6). El creyente ya no está bajo la influencia dominante de Satanás. Dios ha destruido para él las tinieblas del diablo y ha hecho que la luz entre en él.

Por lo tanto, nuestro feliz privilegio es dar «gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; quien nos liberó del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor» (Col. 1:12-13).

Notad que esta liberación es presentada como un acto de Dios y no como algo que estamos realizando gradualmente de manera experimental. Hemos sido llamados «de las tinieblas a su luz admirable» (1 Pe. 2:9).

3 - Retirados del mundo

Aquí, también, la línea divisoria está muy claramente marcada. Nuestro Señor Jesucristo, «se dio a sí mismo por nuestros pecados, para librarnos del presente siglo malo» (Gál. 1:4). Cuando Jesús ora por sus discípulos, dice: «Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo» (Juan 17:16). Por eso se nos ordena: «No améis al mundo, ni las cosas que hay en el mundo» (1 Juan 2:15). Mediante la cruz, el mundo está crucificado para el cristiano, y el cristiano para el mundo –«Jesucristo, por quien el mundo me ha sido crucificado, y yo al mundo», dice el apóstol (Gál. 6:14).

 

4 - La carne plenamente juzgada

Ella también está condenada. Ella no tiene ningún valor, y no se puede encontrar nada bueno en ella. El apóstol dice: «Sé que en mí (es decir, en mi carne) no habita el bien» (Rom. 7:18). «Dios… condenó al pecado en la carne» (8:3). «Y los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y los deseos» (Gál. 5:24). Este último pasaje considera que todos los que han sido llevados a Cristo, y por lo tanto le pertenecen, han aceptado verdaderamente la sentencia ejecutada contra ella en la cruz, en aquel que fue su sustituto. Para el creyente –como para Dios– la carne es una cosa sin valor. Él la condena y la rechaza en prácticamente todo lo que produce. Esto solo es posible porque tiene una nueva naturaleza y posee el Espíritu de Dios.

 

5 - Una posición parecida a la de Cristo

La comprensión de estos grandes hechos nos lleva a comprender lo que las Escrituras nos enseñan sobre nuestra posición actual en la tierra. La carne es considerada como crucificada, estamos en conflicto agudo con los poderes de las tinieblas (Efe. 6), y estamos totalmente separados del mundo. Estamos tan separados de él que, si nos juntamos prácticamente con él, somos «adúlteros». Porque Santiago dice: «¡Gente adúltera! ¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Aquel que quiere ser amigo del mundo, se hace enemigo de Dios» (4:4).

Estamos seguros de que ningún verdadero creyente se coloca voluntaria y deliberadamente en la posición de amigo del mundo y enemigo de Dios. Pero existe el gran peligro para todos los creyentes, incluso los más avanzados, de dejarse seducir por el mundo en una u otra de sus formas más aceptables, de quedar atrapados en sus trampas y caer bajo su poder.

Sobre este tema, recordemos al «varón de Dios» que vino de Judá en 1 Reyes 13. Probablemente no tuvo dificultad en rechazar la mano de Jeroboam y la oferta que le hacía el rey, ya que esa mano estaba manchada por la idolatría y la rebelión contra Dios (v. 7-8). Por el contrario, fue víctima fácil de la astucia del «viejo profeta» de Bet-el (v. 11, 18-19). Las palabras de este eran convincentes y tenían una buena apariencia. La mano que él le daba pretendía estar guiada por un ángel de Dios, pero en realidad este hombre mentía. Así, el hombre de Dios quedó atrapado y se alió con el viejo profeta del que debería haber permanecido separado. Este es un peligro al que estamos expuestos.

¿Cuál es nuestro asunto en el mundo? ¿Por qué estamos allí? Estamos ahí para ser para Cristo lo que fue para Dios cuando estuvo en la tierra. Su posición en el mundo es exactamente el modelo de la nuestra. Sus propias palabras lo atestiguan: «Como me enviaste al mundo, también yo los envié al mundo» (Juan 17:18). El Señor nos ve como retirados del mundo y enviados al mundo para ser para él.

¿Se presentó el Señor como un reformador social? Por supuesto que no. Cuando se le pidió que interviniera en una disputa financiera entre dos hermanos, se negó categóricamente a tratarla (Lucas 12:13-15). Es lo que también tenemos que hacer. Los creyentes no son dejados en la tierra para ser reformadores sociales.

El Señor ¿dio testimonio para Dios? Ciertamente lo ha hecho. Vino y habló a los hombres. Él dice: «si no hubiera hecho entre ellos las obras que ningún otro hizo» (Juan 15:22, 24). Él «para esto vino al mundo, para dar testimonio de la verdad» (18:37). Nosotros también, tenemos que ser testigos de la verdad con nuestras palabras y hechos.

El Señor ¿encontró oposición y odio? ¡Claro que sí! –Y tanto que fuese realizada la Escritura que había dicho: «Me odiaron sin motivo» (Juan 15:25). Podemos esperar que nos pase lo mismo. Él mismo ha advertido: «Como no sois del mundo, sino que yo os he escogido del mundo, por esto os odia el mundo» (Juan 15:19).

Repitamos: su posición en la tierra es la nuestra. Estamos aquí, separados del sistema del mundo y liberados del poder de Satanás. Los poderes de las tinieblas están contra nosotros, y necesitamos la completa armadura de Dios para protegernos, en una actitud defensiva, contra todas las formas de mal, visibles e invisibles. Y si, en el servicio a él, Dios a veces nos lleva a la ofensiva, debemos recordar que «las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para destruir fortalezas, derribando razonamientos y todo lo que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2 Cor. 10:4-5). Las «fortalezas» pueden estar en los corazones de los hombres; los «razonamientos» pueden estar en sus cabezas, pero la «altura» que se exalta a sí misma y «se levanta» contra el conocimiento de Dios viene directamente de Satanás. Es con todo esto que tenemos que tratar.

6 - El servicio de Cristo para nosotros en el cielo

Pensando en todos nuestros enemigos y a nuestra gran debilidad, podríamos estar muy ansiosos. Pero pensemos en los recursos divinos que poseemos para la batalla. Tenemos al Espíritu Santo morando en nosotros, con todo su poder, y tenemos a nuestro Señor Jesucristo en el cielo constantemente realizando un servicio bondadoso por nosotros. El Espíritu «nos ayuda en nuestra debilidad» e «intercede» por nosotros (Rom. 8:26), pero también es cierto que «Cristo Jesús», «murió», «fue resucitado», «está a la diestra de Dios» e «intercede por nosotros» (v. 34). En los siguientes versículos, se mencionan todas las fuerzas opuestas. No solo las que vienen de los hombres, como la persecución o la espada, sino los –mucho más terribles– que vienen de los poderes de las tinieblas. Frente a todo esto, el apóstol pregunta: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?» (v. 35). Y su respuesta triunfal puede resumirse en: ¡Nada! ¡Nadie! ¡Jamás!

Si examinamos el actual servicio de Cristo con más detalle, podemos distinguir dos partes. Primero, está su servicio como sacerdote. Es abundantemente presentado en la Epístola a los Hebreos, en relación con el gran tema: acercarse a Dios. La plena libertad que tenemos para acercarnos a Dios se basa en la sangre de Cristo, y en el hecho de que tenemos «un gran sacerdote sobre la casa de Dios» (10:19-22). Pero necesitamos otro servicio sacerdotal. Cristo se ocupa de las debilidades de los suyos: él puede «compadecerse de nuestras debilidades» (4:15) y «puede socorrer» a los que son afligidos por ellas (2:18). «Puede salvar completamente a los que se acercan a Dios por medio de él, viviendo siempre para interceder por ellos» (7:25).

Luego está su servicio como Abogado. La Escritura dice: «Si alguno peca, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo, el justo» (1 Juan 2:1). La palabra traducida aquí como «Abogado» se traduce en los capítulos 14 a 16 de Juan como «Consolador», y allí siempre se refiere al Espíritu Santo. Por lo tanto, tenemos aquí abajo el Espíritu de Dios como Consolador (o Abogado), y a Cristo ante el Padre como Abogado (o Consolador). Como Abogado, el Señor se ocupa de todo lo que nos concierne, y actúa particularmente en relación con nuestros pecados. Nos lleva al arrepentimiento, para hacernos confesar nuestros defectos a Dios (1 Juan 1:9). Jesús también está ante el Padre en favor nuestro, como el que «es la propiciación» (1 Juan 2:2). De esta manera, el arrepentimiento y la confesión, la comunión con Dios, perturbada por el pecado, está restaurada.

Tengamos en cuenta las siguientes distinciones:

• Como sacerdote, el Señor actúa en relación con nuestras debilidades, para acercarnos a Dios; y como abogado, actúa en relación con nuestros pecados.

• Como sacerdote, actúa con nosotros para que, a pesar de nuestras debilidades, no caigamos; y como nuestro abogado, nos levanta cuando hemos caído.

• Por lo tanto, su servicio como sacerdote se ocupa principalmente de la prevención, y su servicio como abogado, se ocupa de la rehabilitación.

Así, en el presente servicio de Cristo en nuestro favor, tenemos los recursos completos para las difíciles circunstancias de nuestra vida en la tierra. Estamos verdaderamente en la tierra del enemigo, y tenemos que ver con su poder, pero podemos ser erguidos, en todos los conflictos contra nuestros adversarios, porque estamos sostenidos, en nuestro acercamiento a Dios y en nuestra cercanía a él, por la actividad de nuestro Señor Jesucristo en el cielo.

 

7 - Algunas preguntas concretas

¿Debemos guardar silencio ante todo el mal que se comete en el mundo que nos rodea?

Ciertamente no es correcto que cerremos los ojos al mal y guardemos silencio. Pero la pregunta es esta: Si abrimos la boca contra el mal, ¿cuál es el propósito de hacerlo?

A los cristianos ¿les ha dado Dios la misión de poner el mundo en orden? ¿Han sido establecidos como reyes en el monte Sion para traer justicia y justo juicio a la tierra? ¡Claro que no! Pero se acerca el día en que Cristo será, como se predice en los Salmos 2 y 72, por ejemplo. En su segunda venida, pondrá todas las cosas en orden en la tierra.

Los profetas de la antigüedad y los apóstoles del Nuevo Testamento no se callaron ante la abundancia y la gravedad de los pecados de los hombres. Pero, le dieron más importancia a los pecados de los hombres contra Dios que a sus pecados contra los demás. Y se esforzaron por tocar sus conciencias para llevarlos al arrepentimiento ante Dios y a una relación justa con él. Si tal obra en el corazón y la conciencia lleva a un hombre a un comportamiento adecuado ante sus semejantes, tanto mejor. Pero esto es una consecuencia secundaria, no el propósito del testimonio del creyente.

Hay muchos esfuerzos en el mundo que se hacen para mejorar las cosas que van mal. ¿Es un error para un creyente contribuir a esto?

Si un creyente se permite caminar por un camino diferente al que Dios le ha marcado, y perseguir objetivos diferentes a los que él le ha indicado, está ciertamente muy mal.

Este es un hijo de Dios serio y celoso que trabaja en una obra que Dios nunca le ha confiado, una obra tan alejada de sus posibilidades que su cumplimiento ha sido reservado para el Hijo de Dios cuando venga en su poder y gloria, acompañado de sus santos (Apoc. 19:11-16). ¿No está mal? Está mal por dos razones: primero, por la pérdida de tiempo y energía en la búsqueda de algo que no es la misión que Dios ha confiado a los suyos, y segundo, porque la misión confiada está descuidada.

Somos «embajadores de Cristo» en el mundo donde somos extranjeros (2 Cor. 5:20) [1]. Los embajadores de un país que residen en el extranjero no deben cambiar nada en la organización del país donde están. Tienen la tarea de representar con dignidad el país del que son embajadores. Representamos a Cristo, y sus intereses deben ser nuestra única motivación. No tenemos que involucrarnos en los intereses del mundo, como si fuéramos parte de él.

[1] Nota del editor: Cuando Dios intervino en juicio contra el pueblo de Israel y permitió que las naciones tomaran la supremacía (hasta que los tiempos de estas se cumplieran, Lucas 21:24), confió los asuntos y dirección de la tierra a dichas naciones, de las cuales tenemos una lista en el libro del profeta Daniel (2:37-45; 7:2-8), donde la autoridad de estas naciones va hasta la venida del Señor en gloria para juzgarlas. Los creyentes nada tienen que ver con estas naciones que están sometidas a Satanás, que es quien las dirige. Los creyentes deben someterse: «a las autoridades superiores. Porque no hay autoridad sino de Dios, y las que hay, han sido establecidas por Dios. Así que, el que se opone a la autoridad, resiste a lo ordenado por Dios, y los que resisten recibirán condenación para sí mismos» (Rom. 13:1-2). El creyente debe someterse, pero no colaborar con ellas para mejorar el mundo.

¿Cuál es el propósito del servicio y de las actividades de los creyentes?

Es, en particular, contribuir a salvar a los hombres y sacarlos del mundo. No podemos insistir demasiado en esto. Miles de verdaderos cristianos están preocupados por las crecientes deficiencias del cristianismo, y están trabajando para frenar esta lamentable evolución. Pero todos sus esfuerzos se verán sumergidos por la marea de anarquía y de eliminación del pensamiento de Dios que llevará a la apostasía. Al desplegar su energía en la dirección equivocada, se desvían de lo que realmente podrían lograr para Dios, a saber, arrebatar almas al mundo y a la perdición.

Y su error tiene otras malas consecuencias: a través de sus esfuerzos bien intencionados, pero mal dirigidos, a menudo se involucran en el sistema del mundo. Por lo tanto, están muy lejos del ejemplo de Pablo, que puede decir: «Jesucristo, por quien el mundo me ha sido crucificado, y yo al mundo» (Gál. 6:14).

Recordemos la historia de Lot, que «estaba sentado a la puerta de Sodoma» (Gén. 19:1) –lo que significa que funcionó allí como un magistrado. Siendo él mismo un hombre justo, debe haber deseado seriamente la mejora del abominable estado moral que caracterizaba a los habitantes de esa ciudad. Pero, estando en esta posición, no pudo tener un testimonio eficaz contra el mal. Fue testigo del completo naufragio de su familia. Cuando quiso advertir a sus yernos de lo que iba a pasar, pensaron que estaba bromeando (v. 14). Él mismo escapó, con las manos vacías, de la destrucción de la ciudad, pero no fue útil a nadie. Su esposa se perdió, y dos de sus hijas, arrebatadas del desastre en el último momento por la mano de los ángeles, lo engañaron vergonzosamente y lo llevaron a la inmoralidad.

¡Qué lección para nosotros en esta terrible historia!

Si tomamos nuestra verdadera posición hacia el mundo, ¿es inevitable su oposición?

¡Absolutamente inevitable! Tenemos que contar con eso. En Juan 15 y 16, después de haber explicado a los discípulos cuál sería su verdadero lugar en la tierra, como sus testigos, el Señor añade: «En el mundo tenéis tribulación; pero tened ánimo, yo he vencido al mundo» (16:33).

Tendremos tribulación de una forma u otra. Pero el poder de nuestro Salvador resucitado y elevado en el cielo está con nosotros. Dijo a los suyos antes de dejarlos: «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y sobre la tierra. Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones… y que estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del siglo» (Mateo 28:18-20).

Si nos desviamos del camino que nos ha trazado, si modificamos la misión que nos ha confiado o si nos aliamos al mundo, ¿podemos esperar experimentar su poder? No. Pero cuanto más obedezcamos su palabra y sigamos su camino, más su poder se desplegará a nuestro favor. Él tiene «toda autoridad» en ambas esferas: «en el cielo», el asiento de los poderes de la maldad que están contra nosotros, y «en la tierra», el lugar donde operan y donde estamos.


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