Índice general
19 - Nuestra posición en la tierra
: Autor Hendrik Leendert HEIJKOOP 22
Andar con Jesucristo Serie:
: TemaLa vida cristiana
(Carta de E. Dennett)
Queridos amigos:
En una de las cartas anteriores les escribí sobre nuestra posición ante Dios como creyentes. Ahora me gustaría llamar su atención sobre nuestra posición aquí en la tierra. Veremos que también está en relación con Cristo. Fuimos hechos semejantes a Cristo para poder comparecer ante Dios, entonces «como él es, así somos nosotros en este mundo» (1 Juan 4:17). En otras palabras, desde ahora, en esta tierra, somos elevados a su posición, y así estamos en pie ante Dios en Cristo. Siempre nos será útil tener presente esta verdad.
Cuando se trata de nuestra posición en la tierra, hay dos aspectos de gran significado. El primero está en relación con el mundo, y el segundo con el «campamento», es decir, con la cristiandad organizada, que en esta dispensación ha tomado la posición del judaísmo como testimonio profeso para Dios (ver Rom. 11 y comp. con Mat. 13).
19.1 - Nuestra posición frente al mundo
El Señor Jesús dijo a los judíos: «Vosotros sois de abajo; yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo» (Juan 8:23). Al encomendar los suyos a su Padre, dijo: «No son del mundo, como yo no soy del mundo» (Juan 17:16). Vemos que en los versículos 14-19 verdaderamente eleva a sus discípulos a su propia posición con respecto al mundo, como los elevó, en la porción anterior (Juan 17:6-13), a su propia posición con respecto al Padre. Si ellos ocupan Su posición en este mundo es porque no son del mundo, como tampoco él es del mundo, porque después de haber nacido de nuevo, ya no pertenecen al mundo.
De ahí en adelante el Señor repite en varias ocasiones que ellos, al igual que él, serían odiados y perseguidos. Por eso dijo: «Si el mundo os odia, sabed que me odió a mí antes que a vosotros. 19 Si fueseis del mundo, el mundo os amaría como a cosa suya; pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido del mundo, por esto os odia el mundo. Acordaos de la palabra que os dije: El siervo no es mayor que su señor. Si me han perseguido a mí, también os perseguirán; si han guardado mi palabra, guardarán también la vuestra» (Juan 15:18-20). De la misma manera, el apóstol Juan señala la tremenda diferencia que hay entre los creyentes y el mundo: «Sabemos que nosotros somos de Dios, y el mundo entero yace en el maligno» (1 Juan 5:19).
Pero todavía hay más de lo que estas importantes porciones de la Escritura nos dejan ver. Cada creyente es considerado por Dios como muerto y resucitado con Cristo (Rom. 6; Col. 3:1-3). En virtud de la muerte y resurrección de Cristo, es visto por Dios como perfecto y colocado fuera de este mundo, tal como Israel había sido llevado fuera de Egipto pasando a través del mar Rojo. Pero ya no es «del mundo», aunque haya sido enviado otra vez a él (Juan 17:18) a fin de vivir allí para Cristo.
Por eso Pablo podía decir, mientras obraba en el mundo para Cristo: «Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me ha sido crucificado, y yo al mundo» (Gál. 6:14). En la cruz de Cristo veía que el mundo ya estaba juzgado y, al aplicarse la cruz a sí mismo, se consideraba como muerto, crucificado al mundo, de modo que entre él y el mundo existía una separación completa, la que solamente la muerte puede producir.
Si hacemos un resumen de lo leído vemos que, aunque el cristiano está en el mundo, no es del mundo. En el mismo modo que Cristo no era del mundo, el cristiano tampoco lo es. Pertenece a un nuevo orden, porque «si alguno está en Cristo, nueva creación es» (2 Cor. 5:17). El cristiano ha sido completamente sacado del mundo por la muerte y la resurrección de Cristo. Por consiguiente, tiene que permanecer moralmente separado del mundo. Para el cristiano no es conveniente parecerse al mundo (Gál. 1:4; Rom. 12:2). En su mente, en sus hábitos, en su actuación y en su andar tiene que dar a conocer que no es de este mundo. Además, como se aplica la cruz a sí mismo, debe considerarse como crucificado al mundo; entonces, entre dos cosas así sentenciadas, ya no puede haber inclinaciones ni poder de atracción. Pero todavía hay una cosa más. Un cristiano está en el mundo en lugar de Cristo. Está por Cristo y es igual a él en este mundo. De esa manera tiene que dar testimonio de Cristo y andar como él anduvo (Fil. 2:15; 1 Juan 2:6). Debe estar preparado para ser tratado exactamente como lo fue Cristo. Esto no significa que debamos ser crucificados físicamente como él lo fue. Pero, si somos fieles, encontraremos la misma oposición que él encontró en este mundo. Así es; conforme a nuestra fidelidad al seguir sus pasos, así serán las persecuciones. La razón por la que los creyentes actualmente son poco odiados por el mundo es que no se han separado de este.
Antes de considerar otro aspecto de este tema, quiero señalar enfáticamente la necesidad de romper cada lazo que nos ate moralmente al mundo. Con toda evidencia el espíritu del mundo y la conformidad con él se extiende rápidamente dentro de la Iglesia de Dios; hasta en la misma Mesa del Señor hay quienes se jactan de ello. ¡Cuán deshonroso, cuán doloroso para él, en torno a quien estamos reunidos para anunciar su muerte! Qué seria exhortación para todos los santos para que se humillen ante Dios y supliquen a fin de recibir la gracia de vivir más para él, de estar más separados, de manera que el mismo mundo vea que pertenecemos a Aquel a quien ellos han rechazado, expulsado y crucificado.
Cuán pocos de nosotros tienen el espíritu de Pablo, que anhelaba «la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte» (Fil. 3:10), mientras miraba hacia un Cristo glorificado, el objeto de su corazón y la meta de su esperanza.
Quiera Dios darnos a todos los amados santos más de esta entrega al Señor y de la perfecta separación del mundo.
19.2 - Nuestra posición frente al «campamento»
En la Epístola a los Hebreos, leemos: «Porque los cuerpos de los animales, cuya sangre es presentada por el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo como ofrenda por el pecado, son quemados fuera del campamento. Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo con su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Así que salgamos a él, fuera del campamento, llevando su oprobio» (13:11-13).
En estos versículos dos cosas nos llaman la atención:
1. La sangre de la ofrenda por el pecado era llevada al santuario.
2. Los cuerpos de las víctimas para la ofrenda eran quemados fuera del campamento.
Ahora el apóstol muestra que estas dos cosas concuerdan con la muerte de Cristo, que estos sacrificios eran verdaderamente figuras de Cristo.
Pero en esto también vemos los dos aspectos de la posición del creyente: su lugar ante Dios en el santuario, adonde se llevaba la sangre; y su sitio en la tierra, fuera del campamento, donde Cristo sufrió. Como se ha dicho, en Cristo somos hechos uno con él ante Dios y revestidos de todo el valor de su propia aceptación. También hemos sido hechos uno con él en esta tierra, en su deshonra y rechazo. La posición del creyente, por lo tanto, está fuera del «campamento». Es lo que el autor de la epístola dice: «Salgamos a él, fuera del campamento, llevando su oprobio».
Tal vez ustedes me pregunten: ¿Qué es el campamento? Por la porción anterior podemos ver claramente que se trataba del judaísmo. ¿Hoy día, a qué corresponde? El judaísmo era de Dios y en la tierra vino a ser un testimonio para Él. Pero fracasó. Después del rechazo definitivo de Cristo y luego de la predicación de los apóstoles, fue puesto de lado. El cristianismo lo reemplazó, como se enseña en Romanos 11. El «campamento» es ahora la cristiandad organizada, la iglesia que profesa exteriormente.
¿Por qué entonces se nos pide que salgamos del campamento? Por su completo fracaso como testimonio para Dios. «El que tiene oído, escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias» (Apoc. 2:11). Es nuestra seguridad y a la vez nuestra responsabilidad analizar, a la luz de las Escrituras, todo lo que pretende ser de Dios. Si probamos todas las confesiones o denominaciones a la luz de la Palabra, nos daremos cuenta de lo desobedientes y defectuosas que son. Por eso, para un creyente que quiere obrar según el pensamiento de Dios, no le queda más remedio que tomar su lugar «fuera», separado de toda la confusión y los errores de este siglo malo, juntamente con todos los que en obediencia a su Palabra se reúnen simplemente en torno al nombre del Señor Jesús (Mat. 18:20).
Éxodo 33 es muy instructivo al respecto. Cuando Moisés bajó del monte (Éx. 32) vio que todo el pueblo había caído en la idolatría. Entonces volvió a Jehová para interceder por el pueblo, pero regresó con una mala noticia para el pueblo. «Tomó el tabernáculo, y lo levantó lejos, fuera del campamento, y lo llamó el Tabernáculo de Reunión. Y cualquiera que buscaba a Jehová, salía al tabernáculo de reunión que estaba fuera del campamento» (Éx. 33:7). Así obró Moisés en presencia del pueblo caído, porque conocía los pensamientos de Dios. En este relato encontramos un cuadro moral de nuestra época. Quisiera recomendarles que mediten en este aspecto.
Ahora les he escrito bastante, de modo que comprendan la posición del creyente en la tierra. Por una parte, vimos la separación del mundo, y por otra la separación del «campamento». Si tomamos esta posición, seremos odiados por unos y menospreciados por otros. Pero así nos pareceremos cada vez más a nuestro bendito Señor. En la Epístola a los Hebreos esto se llama llevar «su oprobio».
Quiera Dios que no nos espantemos ante el mundo ni nos avergoncemos ante el «campamento». Más bien, regocijémonos de ser hechos dignos de sufrir el oprobio por su Nombre (Hec. 5:41).
Con un fraternal saludo, su hermano al servicio del Señor.
Cierto estado de cosas establecido por Dios por un tiempo definido; en este caso, es el tiempo de la gracia o tiempo de la Iglesia.