Cristo «formado en vosotros»
: Autor Frank Binford HOLE 29
(Extractado de la revista "Scripture Truth" Volumen 17, 1925, página 184)
Un siervo de Dios como el apóstol Pablo, el cual ha aliado en sí mismo tanto el evangelista como el pastor de almas, no podía descansar satisfecho con la profesión de confesión externa o la suposición externa del estado cristiano, o de la exaltación externa del estado cristiano, por muchas que fueran esas profesiones. Nada más que la realidad interior le satisfaría. Las iglesias de Galacia tuvieron su origen en la acogida entusiasta que dieron a Pablo y a su mensaje. En su epístola a ellas, él no niega la profesión de ellos ni la posición eclesiástica de ellos, pero sí expresa una grave aprensión en cuanto a ellas, y una ansiedad tan aguda que es comparable a los dolores de parto, porque todavía no podía reconocer que Cristo se encontrara en ellos y, consecuentemente, tuvo que decir: «estoy perplejo en cuanto a vosotros» (Gálatas 4:19 al 20).
Llamamos a prestar atención sobre esto porque la tendencia a contentarse con la mera profesión es muy fuerte en la actualidad. Es bueno cuando las almas profesan la fe en Cristo, y por lo tanto asumen el lugar de estar «en Cristo», –ya sea que ellas se den cuenta del significado de ese término o no. Sin embargo, lo que el verdadero siervo de Cristo anhela es encontrar a Cristo formado en nosotros, porque entonces él sabe que las almas están en Cristo, y toda duda acerca de ellos es eliminada de su mente.
En la última parte de Romanos 5, tenemos la necesidad del hombre, y la intervención divina en vista de la necesidad del hombre considerada desde el punto de vista, no de las transgresiones, sino de la naturaleza y de la herencia. Adán fue, como podemos llamarlo, la antigua fuente de la humanidad, y, ¡lamentablemente! esa fuente y el caudal que ha procedido de ella están irremediablemente contaminados y corrompidos. Dios ha intervenido levantando una nueva fuente en Cristo, una vez obediente hasta la muerte, y ahora resucitado de los muertos. Aquí todo es perfección y, por medio del don pleno de la gracia, el creyente viene a estar bajo esta nueva Primacía, y participa de esta nueva fuente de vida. Nosotros no leemos mucho de Romanos 6 antes de encontrarnos por primera vez en la epístola con la expresión: «en Cristo Jesús», aplicada a nosotros mismos. Debemos considerarnos «muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús» (Romanos 6:11 - LBA). Tenemos «vida eterna, en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 6:23), y «No hay, pues, ahora ninguna condenación para los [que están] en Cristo Jesús» (Romanos 8:1).
Tal como en relación con los modos de obrar dispensacionales de Dios, los gentiles, que por naturaleza son como ramas de olivo silvestre, contra naturaleza han sido injertados «en el buen olivo» (Romanos 11:24). Igualmente, en relación con el propósito eterno de Dios, nosotros los creyentes, que no éramos más que pecadores, judíos o gentiles, hemos sido injertados en Cristo, y ahora estamos en Cristo. En la naturaleza, lo bueno siempre es injertado en el tronco sin valor, en la gracia, sea ello un asunto de los modos de obrar de Dios, o de su propósito eterno y vital, la cosa funciona en la dirección opuesta. Nosotros, los que creemos, somos de Dios en Cristo Jesús (véase 1 Corintios 1:30). Mediante un acto divino de infinito favor nos encontramos siendo partícipes de la vida y de la naturaleza mismas de Cristo. De él provenimos y en él estamos.
Sin embargo, nosotros no estamos en Cristo aparte del Espíritu de Dios. Si Romanos 8:1 habla de nosotros como estando «en Cristo Jesús», el versículo 2 habla del Espíritu como el «Espíritu de vida en Cristo Jesús», y él nos habita para poder extender su «ley», o control, sobre nosotros, liberándonos así del control que antes ejercían el pecado y la muerte. Como Espíritu de vida en Cristo Jesús, él pone en evidencia esa vida bienaventurada en el santo. Como Espíritu de Cristo, él forma a Cristo en nosotros; y esto es lo que equivale de manera subjetiva al hecho de estar, «en Cristo».
A modo de ilustración, consideremos de nuevo el asunto del injerto. Si en la naturaleza fuera posible hacerlo en esta dirección opuesta, de modo que una rama de olivo silvestre fuese injertada en el buen olivo para participar de su raíz y de su grosor, ¿cuál sería el resultado? Seguramente sería este, a saber, que la rama de olivo silvestre empezaría a dar aceitunas buenas y cultivadas. Así, y solo así, se demostraría al hortelano la realidad y la eficacia de la operación del injerto. La realidad de la rama que está ahora en el buen olivo sería atestiguada por la buena aceituna, en la forma visible de su buen fruto, que ha sido formado en ella.
Ahora bien, el problema de los gálatas radicaba precisamente en este punto. El verdadero evangelio había sido predicado entre ellos, pues Pablo era el predicador. Ellos lo habían recibido ostensiblemente y profesaban estar en Cristo, pero, en lugar de que Cristo fuera formado tan claramente en ellos, como para que tuvieran celo por él, ellos estaban deseando estar bajo la ley, y el apóstol, el cual era como madre espiritual de ellos, fue llevado a sufrir nuevamente dolores de parto de alma a causa de ellos (Gálatas 4:19).
¿Cuál sería hoy en día el estado de ánimo de Pablo si se encontrara en medio de cristianos profesos? ¡Qué dolores serían los suyos! Pero Pablo no está aquí. Entonces, ¿No sería bueno que cada uno de nosotros sufriera un poco de dolor por este asunto? –y posiblemente que cada uno lo sufriera por su propio caso. El examinarse uno mismo, cuando se ha convertido en un hábito crónico, no es bueno; y, sin embargo, hay momentos en todas nuestras historias en los que es muy provechoso, pues conduce al juicio de uno mismo. Si el yo es juzgado, solo entonces, Cristo llena la visión del alma. Por consiguiente, el espíritu de juicio propio es siempre bueno.
La asamblea en Corinto estaba en una pobre condición. En su primera epístola, Pablo les dice claramente que ellos eran carnales (véase 1 Corintios 6:11 al 18). En su segunda epístola él indica que ellos eran mundanos. Fue a tales creyentes que él dijo: «ya que buscáis una prueba de que en mí habla Cristo… Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿No reconocéis acerca de vosotros mismos que Jesucristo está en vosotros, a menos que seáis reprobados?» (2 Corintios 13:3 al 5 - VM). Aquella que por profesión es la iglesia hoy en día está empantanada en la carnalidad y en la mundanalidad. Entonces, ¿no diría el apóstol exactamente lo mismo a nosotros hoy en día?
Al escribir a los gálatas Pablo habla de sí mismo de este modo: «Con Cristo estoy crucificado; y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gálatas 2:20 - VM). Así que Pablo fue un ejemplo brillante de lo que deseaba con tanto ahínco en los gálatas. Más adelante en la epístola, él también nos detalla «el fruto del Espíritu», como: «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio» (Gálatas 5:22, 23). Estos nueve rasgos nos presentan la vida de Cristo. Ellos nos predican a Cristo de manera característica, –es decir, el fruto del Espíritu, y el resultado externo de Cristo formado en nosotros.
Que cada uno de nosotros considere seriamente estas cosas porque, en un día de mucha profesión externa, la realidad interna es de suma importancia.