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Mantener la unidad del Espíritu
: Autor Frank Binford HOLE 29
Durante los primeros veinte años del periodo de la Iglesia, las circunstancias pusieron en serio peligro la unidad de corazón y de mente que caracterizaba a los primeros creyentes. El libro de los Hechos de los Apóstoles registra las murmuraciones de los helenistas contra los hebreos (cap. 6), la introducción de los samaritanos en la asamblea (cap. 8), la conversión de las primeras personas de entre las naciones, Cornelio y sus amigos (cap. 10), y la controversia en cuanto a la ley de Moisés y los creyentes de entre las naciones (cap. 15).
En cada caso, vemos cómo las fuerzas disruptivas en funcionamiento fueron contenidas y derrotadas. Un breve repaso de estos acontecimientos puede ser útil para nosotros hoy.
Dos cosas aparecen claramente y que hay que distinguirlas cuidadosamente:
- Por un lado, la sabiduría de Dios actuando providencialmente entre bastidores,
- y, por otro lado, la sabiduría de los apóstoles y de los primeros cristianos, lo que constituye el lado de la responsabilidad humana.
En cuanto a lo primero, solo podemos comprobarlo con asombro, y orar para que también en el tiempo presente, cuando se han cumplido las divisiones, la providencia divina siga interviniendo a favor de los creyentes. En cuanto a lo segundo, tomemos nota de lo que se nos informa y mantengamos la conciencia ejercitada, para aprender a «guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Efe. 4:3).
1 - La murmuración de los helenistas (Hechos 6:1-6)
Todos los implicados en este caso eran judíos. La única diferencia entre ellos era la educación y la tradición. Los helenistas, judíos de lengua griega, cuyos antepasados habían abandonado hacía tiempo la tierra de Israel, tenían naturalmente una visión diferente de la de los judíos de lengua hebrea que habían permanecido en la tierra, y habían recibido la más estricta instrucción religiosa. Por lo tanto, las sospechas podían surgir fácilmente y pronto aparecieron. El problema era totalmente terrenal.
En esta circunstancia, la operación de la providencia de Dios no es realmente visible. El lado humano, sin embargo, es muy claro. Destaquemos tres puntos.
En primer lugar, los apóstoles se ocuparon de la dificultad tan pronto como surgió. No esperaron a que se extendiera. Santiago nos advierte: «Mirad, ¡cuán grande bosque enciende un poco de fuego!» (3:5).
En segundo lugar, no querían desviarse de su ministerio por desacuerdos, sino que dejaron, a la asamblea de los santos, la responsabilidad de una solución conforme a Dios.
En tercer lugar, los creyentes vieron en ello una oportunidad para expresar y confirmar su interés por los helenistas, que eran más o menos extranjeros entre ellos. Como supervisores, eligieron principalmente a hombres cuyos nombres indicaban que eran de origen heleno. La consideración por el prójimo triunfó. Las sospechas se disiparon.
2 - La obra en Samaria (Hechos 8:4-25)
En este caso no hubo discordia, lo que nos habla de prevención más que de remedio. La antipatía entre judíos y samaritanos existía desde hacía mucho tiempo. Pasajes como 2 Reyes 17:24-41 y Juan 4 arrojan luz sobre esto. Si recordamos esto, es fácil ver que los notables resultados de la labor evangelizadora de Felipe en Samaria podían crear problemas. Por un lado, la asamblea en Jerusalén podría haber rechazado cualquier asociación con creyentes de una nación despreciada y considerada como rival. Por otra parte, cabía esperar que la asamblea en Samaria quisiera mantener su independencia y se negara a estar en modo alguno bajo la autoridad de los apóstoles de Jerusalén. El peligro de división existía, y podría haberse materializado en forma de una iglesia en Samaria distinta de la iglesia en Jerusalén.
A diferencia del caso relatado en Hechos 6, lo principal a destacar aquí es la obra providencial de Dios. Felipe predicó, una multitud de personas creyó y fue bautizada, pero no se les dio el Espíritu Santo. Las cosas no sucedieron de la manera habitual. Solo después de que Pedro y Juan vinieran, oraran e impusieran las manos sobre ellos, el Espíritu Santo fue dado a los creyentes. Esta imposición de manos era un símbolo de la identificación de los apóstoles y de los creyentes de Jerusalén con los de Samaria. Gracias a esta variante en la forma de actuar de Dios, estaba fuera de lugar que los judíos creyentes rechazaran a los samaritanos o que los samaritanos declararan su independencia de los judíos.
En cuanto al aspecto humano, observemos simplemente que los apóstoles de Jerusalén estaban totalmente sometidos a la dirección de Dios. No permitieron que prejuicios naturales se desarrollaran acusando a Felipe de no seguir el procedimiento normal, y no utilizaron la ausencia del don del Espíritu como una razón para devaluar la obra en Samaria, o incluso para negarla por completo. Se inclinaron ante la gracia soberana de Dios y eligieron a dos de los líderes entre ellos para ir a Samaria: Pedro y Juan.
3 - La predicación del evangelio entre las naciones (Hechos 10:1 al 11:18)
Este momento fue quizás aún más crítico que el anterior. La hostilidad de los judíos hacia los gentiles era aún más pronunciada que hacia los samaritanos.
En esta circunstancia hubo varias acciones providenciales de Dios: el mensaje del ángel a Cornelio, la visión concedida a Pedro, y el don instantáneo del Espíritu en el momento de la recepción del evangelio, incluso antes de que se produjera el bautismo. Esto contrasta con Hechos 2, donde los judíos que creyeron fueron primero bautizados y luego recibieron el Espíritu Santo (v. 38). Esta clara intervención de Dios impidió que los judíos, por grandes que fueran sus prejuicios naturales, rechazaran el bautismo y la recepción formal de estos creyentes de los gentiles que acababan de recibir el Espíritu Santo. Todo esto nos muestra cómo Dios estaba trabajando, estableciendo eventos para eliminar las barreras que podrían haberse interpuesto en el camino de la unidad práctica de judíos y gentiles en el Cuerpo de Cristo.
Desde el punto de vista humano, un punto a destacar es la acción de Pedro al llevar consigo a «algunos hermanos de Jope» (Hec. 10:23), de hecho «seis hermanos» (11:12). Con este acto de sabiduría no solo se aseguró de tener muchos testigos de lo que realmente había ocurrido, sino que eliminó cualquier sospecha de obrar a espaldas de sus hermanos. No había nada oculto, ningún intento de resolver un asunto difícil sin la comunión con sus hermanos.
El resultado de este enfoque aparece en Hechos 11. En una reunión en Jerusalén, cuando algunos hermanos con puntos de vista extremadamente limitados plantean objeciones (v. 3), la evidencia es tan concluyente que bien deben admitir la obra de Dios entre las naciones y son llevados a glorificar a Dios.
4 - La controversia sobre la ley (Hechos 15:1-35)
Esta fue probablemente la crisis más peligrosa de todas. Aunque los gentiles eran admitidos en la comunión y los privilegios de la asamblea, muchos creyentes judíos querían mantener una forma judaica o legal de cristianismo y estaban trabajando para judaizar a los creyentes de entre las naciones. Pablo y sus compañeros se resistieron enérgicamente a este movimiento.
El capítulo 2 de Gálatas arroja luz sobre el acontecimiento relatado en Hechos 15. Nos muestra que Pablo no estaba dispuesto a transigir de ninguna manera, porque veía que estaba en juego una verdad vital. Este pasaje también nos muestra la acción de la providencia divina en que Pablo subió a Jerusalén para tratar este caso. Es cierto que la asamblea en Antioquía resolvió «que Pablo y Bernabé, y otros con ellos, subiesen a Jerusalén» (Hec. 15:2), pero detrás de la escena, esta revelación de Dios a Pablo fue el elemento determinante.
Del lado humano, observamos tres cosas:
En primer lugar, Pablo y sus compañeros obedecieron la revelación recibida. Naturalmente, podrían haber pensado que un movimiento estaba perdido –aunque estaban convencidos de que su causa era justa y de inmensa importancia– y que era inútil tratar de resolver el asunto en la ciudad donde la influencia de sus oponentes era tan grande. Pero renunciaron a todo sentimiento y cálculo natural, y obedecieron.
En segundo lugar, se produjo un debate abierto pero tranquilo. Las cosas se presentaron libremente de ambos lados. No hubo ningún intento de ganar puntos, rebajándose al nivel de lo que a veces se ve de los abogados que discuten en los tribunales. Se produjo una gran discusión, como indica el versículo 7. La verdad es inmensa y no teme ninguna investigación.
Por último, Pedro informó de los hechos y Santiago citó las Escrituras, y luego dio su opinión basada en ambos. Y todos los presentes estuvieron de acuerdo con él. Los hechos, junto con las Escrituras que interpretan los hechos, ganaron la partida. Y no hubo apelación. Las cosas fueron concluyentes y todos se inclinaron.
¿No es evidente que, si se hubieran seguido procedimientos sabios como este, y si hubiera habido el mismo deseo de unidad entre los santos de Dios entendiendo que son miembros del Cuerpo de Cristo, la historia de la Iglesia a través de los siglos habría sido muy diferente de lo que ha sido?
¿Y no es también obvio que, aunque la historia de la Iglesia ha estado llena de caídas y trastornos, nuestra responsabilidad de mantener la unidad del Espíritu permanece? Que estas páginas de la Escritura nos hagan sabios para la salvación y para evitar una mayor dispersión del rebaño.