Cristo y nuestro corazón
: Autor John Nelson DARBY 45
: TemaLa vida cristiana
1 - Cristo atrae el corazón y lo transforma
«Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una sufre dolores de parto hasta ahora. Y no solo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, aguardando la adopción, la redención de nuestro cuerpo» Romanos 8:22-23
Es una gracia inmensa que el Señor Jesús haya venido, él, el poder de Dios (1 Cor. 1:24), al encuentro de nuestra miseria humana. La profundidad de esta miseria solo pone en evidencia el poder divino. Si miro a mi alrededor con una visión humana, estoy perdido. No puedo resolver el enigma de la historia de este mundo: abominaciones cometidas en el cristianismo en el nombre del Señor; el propio Señor rechazado por su pueblo Israel y crucificado por las naciones a las que Dios había confiado el gobierno del mundo; el islán, el paganismo… ¿Qué clase de Dios tenéis? se pregunta el corazón razonador, al ver un mundo así.
En el evangelio, veo al Señor venir en medio de la miseria, de la enfermedad y del pecado; mi corazón, alejado de todo placer y de todo dolor, es entonces atraído hacia él. Qué hermoso es ver los corazones traídos uno tras otro, hacia él, el único centro verdadero que pronto será la Cabeza resucitada de la nueva creación. Él es el que atrae los afectos. Solo él es digno de ello. «De su plenitud… hemos recibido, y gracia sobre gracia» (Juan 1:16). Sus pensamientos de gracia producen en nosotros pensamientos de gratitud hacia él.
Así, nuestros corazones están seguros cuando tienen algo a lo que aferrarse –lo están según Dios si tenemos al mismo Cristo ante nuestros ojos. ¿Cómo puedo amar si no tengo nada que amar? Un hombre se caracteriza por lo que siente, lo que ama y lo que piensa. Si mi alma vive y se alimenta de lo más excelente –de Cristo, el pan de Dios–, entonces mi corazón está verdaderamente transformado por Cristo.
Como un ciervo alterado brama
Esperando la onda de fresca corriente,
Tal, en este desierto, mi alma
Te espera con suspiros.
Clamo con los tuyos:
«¡Amén, Señor Jesús, ven!».
O, mi Salvador, ¿cuando será
Que mis ojos verán tu faz?Himnos y Cánticos en francés No. 200 estrofa 2
2 - ¿Qué lugar tiene Cristo en nuestros corazones?
«Pero las cosas que para mí eran ganancia, las he considerado como pérdida a causa de Cristo, y aún todo lo tengo por pérdida, por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, Señor mío» Filipenses 3:7-8
Cuando una persona se convierte, Cristo es todo para ella, y el mundo aparece lleno de vanidad y sin valor. Las cosas invisibles ahora llenan su corazón. Pero después, a medida que ese creyente continúa con sus ocupaciones y contactos diarios, deja de considerar todas las cosas como una pérdida –aunque Cristo todavía tiene mucho valor para él. A menudo es solo por un tiempo que considera todas las cosas como una pérdida. Sin embargo, Pablo dice: Yo considero; no solo dice: He considerado. Cristo siempre debería tener el mismo lugar en nuestros corazones que tenía al principio, cuando se nos reveló la salvación.
Obviamente, si un hombre no se basa en Cristo, no es un verdadero cristiano. Pero puede ser que Cristo habite en un hombre, y que no haya eco en su corazón cuando se le habla de Él; sin embargo, camina sin reproche, y su vida transcurre sin problemas. Cristo está en lo profundo de su corazón y su caminar cristiano es aparentemente correcto, pero en medio hay muchas cosas con las que Cristo no tiene absolutamente nada que ver. La vida de este hombre prácticamente continúa sin Cristo. Esto no puede continuar. El corazón que sigue sin Cristo se convierte fácilmente en el bulevar en el que el mundo derrama lo que quiere.
¿Tiene usted el perdón de sus pecados? Bueno, pero ¿qué gobierna su corazón ahora? ¿Su ojo se posa en Cristo en la gloria? ¿La excelencia del conocimiento de Jesucristo es tan valiosa para su alma que le hace considerar todo lo demás como una pérdida? Ciertamente tendrá tentaciones; pero la mayoría de nuestras tentaciones no existirían si Cristo tuviera su lugar en nuestros corazones.
según J.N. Darby