La Cena


person Autor: Hendrik Leendert HEIJKOOP 22

flag Tema: La cena del Señor

(Fuente autorizada: biblecentre.org)


Queridos amigos,

Quiero hablarles ahora un poco de la Cena

Es notable que las dos grandes instituciones permanentes del cristianismo, el bautismo y la Cena, hagan alusión a la unión con un Señor muerto. Como lo hemos visto, el bautismo está en relación con nuestra posición exterior en este mundo. Es, pues, absolutamente individual. Incluso si tres mil almas son bautizadas al mismo tiempo, como en Hechos 2, eso es para cada una de ellas algo personal. La Cena, en cambio, aunque tomada en la tierra, está en relación con nuestra posición íntima como miembro del cuerpo de Cristo. También la comunión es aquí una característica importante. Una persona aislada que tomara el pan y la copa para celebrar la Cena estaría, pues, en contradicción total con la Palabra de Dios. También el apóstol Pablo, a quien le fue confiada la misión especial de revelar la verdad de la Iglesia y de su unión con Cristo, nos dice: «No me envió Cristo a bautizar» (1 Corintios 1:17), aunque él haya sido bautizado y haya bautizado a algunos. Pero en la misma epístola, habla de una revelación particular que recibió del Señor sobre la Cena (11:23) y dedica dos capítulos a este tema de la Cena y de la Mesa.

La parte individual tiene, en la Escritura, un gran lugar. Cada hombre debe sí mismo convertirse, debe venir personalmente a Dios; creer personalmente en el Señor Jesús y en su sangre, y tomar personalmente el lugar de rechazo (mediante el bautismo) con el Señor crucificado.

Uno de los grandes errores de la Iglesia católica es negar el lado individual y hacer de todo un asunto de la Iglesia (“fuera de la cual no hay en absoluto salvación”). Pero es también uno de los grandes errores del protestantismo no ver el lado de la comunión; para él todo es individual, cada cual debe actuar según sus propios pensamientos con aquellos que piensan como él. Sin embargo, la Escritura también enlaza a la comunión grandes bendiciones. No es por pura casualidad que los discípulos estaban reunidos cuando el Señor Jesús instituyó la Cena, esto respondía a los principios de la Cena, cuyo fin era anunciar la muerte del Señor, como memorial. Pero esto solo puede ser hecho por el cuerpo de Cristo (1 Corintios 10:16, 17). Toda pretensión de celebrarla sin reservar un lugar a todo miembro del cuerpo de Cristo, que anda como tal, destruye el carácter de la Cena del Señor. En el momento de la institución, el Señor siempre habló en plural, es decir a todos los discípulos a la vez, y encontramos lo mismo en 1 Corintios 10 y 11, que son los únicos pasajes que tratan sobre la Cena y de la Mesa, aparte de los Evangelios.

1 - La institución de la Cena

Mateo 26, Marcos 14 y Lucas 22 nos hablan de ella. Los dos primeros pasajes nos muestran que la Cena fue instituida inmediatamente después de que el Señor hubiera hablado de la traición de Judas y que éste hubo salido. Según Lucas podríamos deducir que Judas se fue de allí sólo después de la Cena. Lucas no da, sin embargo, la continuación cronológica. En su Evangelio, todo es presentado según el orden moral.

En todos los pasajes, vemos que el Señor instituyó la Cena al término de la comida pascual. La Pascua era el memorial del cordero que había sido degollado una vez (Éxodo 12), cordero que mediante su sangre había puesto al pueblo de Dios al abrigo del juicio. Ahora, había llegado el momento cuando el verdadero cordero pascual debía ser sacrificado (1 Corintios 5:7), donde su sangre debía ser vertida por muchos en remisión de los pecados (Mateo 26:28). El Señor Jesús sabía que sería arrestado aquella noche para ser crucificado. Sabía que debería llevar nuestros pecados en su cuerpo en el madero (1 Pedro 2:24) y que debería ser hecho pecado por nosotros (2 Corintios 5:21). Sabía que esto significaba ser abandonado de Dios. Conocía todo el precio que debería pagar por nuestra salvación. Y lo que esto representaba para él, lo vemos algunas horas más tarde en Getsemaní, cuando Satanás lo puso ante sus ojos, para llevarlo si fuese posible, aún en ese instante, a desobedecer.

En estos momentos el Señor busca la comunión de sus amigos. Un poco más tarde, en Getsemaní, les dirá: «quedaos aquí, y velad conmigo». Cuando los encuentra durmiendo, les dice: «¿No habéis podido velar conmigo una hora?» (Mateo 26:38-40). Y «la noche que fue entregado», el Señor instituyó la Cena (1 Corintios 11:23).

Para los discípulos, no era algo extraño. Como con el bautismo, el Señor toma una costumbre establecida y le da un significado nuevo y profundo, poniéndola en relación con él mismo y con su muerte. Según Jeremías 16:6, 7, vemos que era una costumbre judía tener comidas de duelo durante las cuales se comía y se bebía como recuerdo de un difunto querido. Dios mismo ¿no había también instituido la comida de la Pascua como memoria del cordero degollado y de la maravillosa liberación del juicio de Dios como del poder de Faraón y de Egipto, en virtud de la sangre del cordero? En el Antiguo Testamento, no encontramos mención de una copa en la celebración de la Pascua, pero el Señor la añade (Lucas 22:17). Cuando hubo terminado el rito, lo pone a un lado (Lucas 22:18), y conservó la forma para la nueva institución que iba a establecer. «Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa…» (v. 19-20).

2 - El significado de la Cena

«Haced esto en memoria de mí». Es pues en memoria del Señor. No de su gloria antes de que se hiciera hombre o de su vida aquí en la tierra. Ni de su crucifixión y de todo lo que debió entonces sufrir. «Todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis» (1 Corintios 11:26). Los símbolos utilizados plenamente lo confirman. El pan que, según las palabras del Señor, representa su cuerpo, se lo da partido a sus discípulos. Luego por separado, da la copa como tipo de su sangre. La separación del cuerpo y de la sangre habla en sí misma de un Salvador muerto.

Ese es el significado de la Cena. Es una comida tomada en conjunto como recuerdo de Aquel que estuvo muerto.

¡Cuán sencillos son los elementos utilizados! ¿Hay algo más común que el pan que cada uno come diariamente? ¿Hay algo más común en los países del Sur que el vino, que es bebido habitualmente como lo son el café y el té en otros países como bebidas diarias, pero no para la Cena? ¡Pero qué significado el Señor ha vinculado a esta celebración!

Es una verdadera comida. Comemos pan y bebemos vino en nuestros países. ¡Es bueno que seamos conscientes, con el fin de que comamos y bebamos verdaderamente y no tomemos solamente dos migajas de pan y unas gotas de vino! El pan es pan ordinario y el vino, vino común, y lo siguen siendo. No siendo transformados por la acción de gracias dada antes del pan y la que precede la copa. Según 1 Corintios 11:24 y Lucas 22:19 vemos que el hecho de bendecir en Mateo 26:26 y en Marcos 14:22 significa dar gracias, alabar. Esto aparece también en pasajes tales como Efesios 1:3, etc., donde el apóstol bendice a Dios. En Mateo 14:19, el Señor también bendice, y nadie querrá afirmar que los cinco panes y los dos peces no siguieron siendo panes y peces.

Esto es muy importante para reconocer que la doctrina de la Iglesia romana de la transubstanciación (según la cual, por las palabras litúrgicas pronunciadas por el sacerdote, el pan y el vino verdaderamente se transforman en el cuerpo y la sangre del Señor) y la doctrina de la Iglesia luterana de la consubstanciación (Cristo corporalmente presente en, con y entre el pan) están en total contradicción con la Escritura, y presentan en sus resultados la negación de la obra consumada una vez para siempre. Repetidas veces el Señor emplea imágenes hablando de él. Dice: «Yo soy la puerta de las ovejas» y «Yo, soy el buen pastor» (Juan 10). En Juan 14: dice: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida». Es perfectamente claro que el Señor emplee allí alegorías.

3 - La muerte del Señor

¿Quién puede comprender el significado profundo de estas pocas palabras? Él, el Señor, fue a la muerte. ¡Qué amor, qué gracia, qué misericordia! ¡Qué consejo maravilloso de Dios! ¡El Príncipe de la vida, la fuente de la vida, muerto y sepultado!

¡Qué prueba que él estuvo perfectamente ahí por nosotros! No solamente llevó nuestros pecados en su cuerpo, sino que además fue hecho pecado por nosotros. ¡Qué sentimientos de agradecimiento y de alabanza, de adoración se despiertan en nuestros corazones, cuando lo vemos así! Por nosotros fue a la muerte. Su amor por nosotros era tan grande que quiso pagar este precio por nuestra salvación. «Fuerte es como la muerte el amor; duros como el Seol los celos; sus brasas, brasas de fuego, fuerte llama. Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos. Si diese el hombre todos los bienes de su casa por este amor, de cierto lo menospreciarían» (Cantares 8:6, 7; véase también Salmos 69:1, 2).

¡Qué obediencia hacia Dios! Prefería morir (y de que muerte), antes que no cumplir la voluntad de Dios. Que determinación, de querer tomar esta posición que lo condujo «hasta la muerte, y muerte de la cruz».

También el Señor, como un huésped, nos invita a venir a su Mesa, para anunciar allí su muerte, y esto en memoria de él. No venimos para recibir. La Cena no es un sacramento (un medio de obtener la gracia). En ninguna parte la Escritura dice esto. [Se recurre en general a Juan 6 como prueba de que la Cena es un sacramento. Sin embargo, Juan 6 no habla de la Cena, que hasta entonces no había sido instituida. El Señor tampoco habla de su cuerpo y de la copa, como lo hace siempre para la Cena, pero de su carne y de su sangre, lo que es un pensamiento muy diferente.]

El Señor glorificado nos invita a su Mesa, con el fin de que recordemos su muerte, la que sufrió hace ya cerca de 2000 años. En la eternidad también lo recordaremos. En Apocalipsis 5, vemos al Cordero en el cielo que está allí, «como inmolado», así como el Señor lo estuvo una vez en la tierra. Y lo mismo que, al ver al Cordero inmolado, el agradecimiento y la adoración llenarán un día el cielo; esto se produce ahora aquí en la tierra, cuando anunciamos su muerte. Cuando lo contemplamos, nuestros corazones se reaniman y se llenan; y en nuestros cánticos, en nuestras acciones de gracias y en los silencios suben hacia él nuestros sentimientos de agradecimiento, de fervor y de adoración.

Evidentemente solo como cristianos podemos reunirnos para el culto. Solo pueden tomar este lugar los que saben que sus pecados están perdonados, y que tienen paz con Dios. Expresan con esta participación que tienen comunión con él y que participan de su obra (1 Corintios 10:16). Precisamente en este lugar, toda inquietud a propósito de sus pecados ¿no sería una negación de la obra perfecta por la cual él hizo perfectos para siempre a los santificados (Hebreos 10:14)?

Resulta también que en esta posición ningún don está en actividad, sino que únicamente nos reunimos como sacerdotes, para ofrecer sacrificios de alabanzas y de agradecimiento, el «fruto de labios que confiesan su nombre» (Hebreos 13:15). Ahí, un apóstol viene como un simple creyente; ahí el que tiene una posición de conductor en la iglesia y el que tiene un gran don en el servicio están reunidos como simples adoradores en medio de adoradores. ¿Ha escuchado usted la invitación del Señor y la ha prestado oídos?

4 - ¿Cuándo y cuántas veces hay que tomar la Cena?

En la eternidad, alabaremos y adoraremos al Cordero para siempre. En los bienaventurados primeros tiempos de la Iglesia, la Cena era celebrada cada día (Hechos 2:46). Más adelante, las circunstancias cambiaron de modo que los cristianos ya no pudieron reunirse cada día, vemos que lo hicieron cada primer día de la semana. Dios, que quiere darnos a conocer en todo su voluntad, lo ha relatado en su Palabra para que pudiéramos saberlo. En Hechos 20:7, leemos que los hermanos estaban reunidos para partir el pan. No estaban reunidos para escuchar a Pablo, aunque fuera un apóstol. Estaban reunidos con un objetivo más elevado; en esta reunión, sin embargo, Pablo también tuvo tiempo para hablar. La manera en la que esto se nos muestra, nos permite ver que era una costumbre de reunirse con este fin.

Si hemos comprendido un poco este privilegio maravilloso de poder tomar este lugar y de ejercer este servicio: anunciar «la muerte del Señor hasta que venga» ; y si escuchamos la invitación de nuestro querido Señor, el «Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí», que nos pide: «haced esto en memoria de mí», ¿es que entonces nuestro corazón no desea recordarlo tanto como sea posible?

¡Y qué día es el más apropiado que «el primer día de la semana», el día que resucitó y que, durante dos semanas, se presentó en medio de sus discípulos reunidos! (Juan 20).

5 - Juzgarse a sí mismo

Pero en relación con esto, la Palabra nos exhorta al juicio personal, a probarnos a nosotros mismos. No para examinar si somos dignos de tomar este lugar; porque todo cristiano como tal es digno de estar ahí. Dudar de esto, es dudar del valor de la obra del Señor Jesús.

Se trata de saber si tomamos este lugar de una manera que sea digna. Si es verdad que la Cena es una comida, y que lo que recibimos es simplemente pan y vino, no es menos importante que es la Mesa del Señor, y que es el Señor quien nos recibe. El pan partido y el vino derramado son las señales de su cuerpo entregado y de su sangre derramada por nosotros. Debemos estar conscientes de esto cuando nos acercamos a este lugar para ejercer este servicio. Es por eso que el examen de sí mismos, el juicio de sí mismos, son necesarios. Todo lo que no está en comunión con este lugar santo entre todos en toda la tierra, debe primero ser quitado en el juicio de sí mismo.

Los corintios habían olvidado esto. No habían «discernido» el cuerpo del Señor, porque actuaban como si fuera su propia comida. Por eso el Señor había debido intervenir en disciplina:

«Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen» (1 Corintios 11:30). Si no pensamos al honor debido al Señor, él mismo la salvaguardará. ¡Es un pensamiento serio!


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