La disciplina


person Autor: John Nelson DARBY 45

flag Temas: La separación del mal y la disciplina La unidad del Cuerpo de Cristo

(Fuente autorizada: biblecentre.org)


1 - La disciplina y la unidad de la Asamblea

1.1 - Diferentes maneras de disciplinas que no hay que confundir

1.1.1 - Un privilegio del amor

La disciplina es algo serio, solemne. Deberíamos hablarlo y ejercerlo recordando lo que nosotros mismos somos. Si reflexiono que no soy más que un indigno y miserable pecador, salvado únicamente por gracia, y que permanezco delante de Dios sólo por la eficacia de la obra de Cristo, será evidente que el ejercicio de la disciplina me parecerá algo horroroso. ¡Que Dios pueda juzgar, por otro, no por mi!... Tal será mi primer pensamiento.

Estando en medio de personas amadas por el Señor, las cuales yo mismo debo considerar y estimar como más excelentes que yo, estaré consciente de mis propias miserias y de mi nada delante de Dios, el solo pensamiento de ejercer la disciplina me parecerá extremadamente serio, a veces hasta abrumador para mi corazón. Una sola consideración podrá neutralizar este sentimiento de mi incapacidad: la posibilidad de ver la disciplina como un privilegio del amor.

El amor, realmente en actividad, no se inquieta por nada, si no del cumplimiento del objeto que tiene en vista. Ved al Señor Jesús. Jamás nada pudo impedir ni detener la acción del amor de la cual estaba pleno. Sí solo así pudiera aliviar el espíritu del sentimiento tan penoso de una posición completamente falsa: la del ejercicio de la disciplina sin amor.

En el momento en que me salgo del amor, la disciplina me parece monstruosa; y querer ejercerlo de otro modo sin un principio de amor, solo me revela un estado espiritual completamente malo.

No basta que la norma de conducta sea según la justicia; aun hace falta que sea puesta en práctica por el amor; — por el amor en actividad, para salvaguardar, aunque cueste, la bendición de la santidad en la Iglesia. No se trata en absoluto de tomar una posición de superioridad en la carne (vea Mateo 23:8-11). No nos conviene de ninguna manera poner la disciplina tomando el carácter del dueño. Y, aunque seamos empujados por el amor a mantener el orden, y estimulados por un santo y vigilante celo de velar los unos sobre los otros, debemos siempre recordarnos que después de todo, si nuestro hermano se pone en pie o si se cae, es para su propio Amo (Romanos 14:4). Con respecto al individuo que es el objeto de disciplina, solo el amor debe ser nuestro móvil en el cumplimiento de este deber, que debe ser, en el fondo, sólo un servicio del amor.

Es como Señor y Amo, que el Señor Jesús ejerció la disciplina cuando tomó un látigo de pequeñas cuerdas para echar del templo a los profanadores (Mateo 21; Juan 2); pero revestía entonces, con anticipación, un carácter que tendrá cuando venga para ejecutar el juicio.

Se confunde comúnmente, entre los cristianos, dos o tres géneros de disciplina, que están llenos de consuelo que son un testimonio de la unión de los individuos con todo el cuerpo y con Dios.

En Inglaterra, mucho más que en otro lugar, un gran número de dificultades se une al asunto de la disciplina, a causa de ciertas maneras de actuar que ha tenido por resultado el considerar la disciplina como un acto puramente deliberativo y judicial. Personas se han asociado voluntariamente, lo que ha conducido a establecer reglas consideradas como esenciales para el prestigio del cuerpo formado en virtud de esta asociación voluntaria. Y, como se piensa de que cada uno debe garantizarse por si mismo, cada sociedad da, con este fin, sus reglamentos particulares. Pero, en la Iglesia, este principio está muy alejado de la verdad como el mundo lo es de la Iglesia, o la luz de las tinieblas.

No podemos admitir ningún principio de asociación voluntaria, ni alguna regla de invención humana, imaginada como medio preservador. Lo que conduce a la perdición eterna es voluntad del hombre. Es un principio completamente malo, alguna modificación que, además, puede hacerle sufrir. En las cosas de Dios, no hay ningún lugar para una acción voluntaria por parte del hombre; hay que actuar por el Espíritu Santo bajo la dependencia de Cristo. Tan pronto como un hombre obedece a su voluntad propia, está al servicio del Diablo y no de Cristo. Su acción tiene una multitud de consecuencias lastimosas, y produce un cúmulo de dificultades prácticas que no pueden ser sentidas por los de afuera. Si mantengo la idea de un tipo de proceso judicial que, como en una causa criminal, debe ser seguido en virtud de ciertas leyes, me encuentro totalmente aparte del terreno de la gracia; he confundido las cosas más opuestas.

1.1.2 - Alcance de Mateo 18:15-17

Aunque a menudo se cita con ocasión de la disciplina pública en general, el pasaje de Mateo 18:15-17, directamente no se relaciona a eso, es lo que me parece. En estos versículos, en cuestión, es un daño hecho por un hermano a otro hermano, y no se dice en ninguna manera que la Iglesia tuviera que excluir, en este caso, al culpable. Solo se dice: «tenle por gentil y publicano». Puede suceder enseguida que la Iglesia tuviera que considerarle también como tal; pero la disciplina no es contemplada aquí desde este punto de vista. Simplemente hay un: «tenle», etc.; es decir, que no tenga mas que hacer con él.

Lo repetimos. Este pasaje supone que un hermano ofendió a otro. Es un caso análogo en aquel que, bajo la ley, exigía el sacrificio por el delito que se habla en estos términos: cuando alguna persona pecare y cometiere un crimen contra Jehová, mintiendo a su prójimo en cuanto a la siega, etc. (*). La soberanía de la gracia está allí para perdonar, hasta setenta veces siete. Pero también está: «razonarás con tu prójimo», y no sufrirás de pecado en él (Levítico 19:17).

(*) Todo hombre que actuaba en contra de los mandamientos de Dios, o que hacía aquello que no debía ser hecho, cometía un pecado; y esto exigía el sacrificio por el pecado. Pero aquí, se trataba de delitos contra los individuos, de daños hechos al prójimo, por abusos de confianza y cosas semejantes; y, para estas culpas, hacía falta un sacrificio por el pecado. Leer los siete primeros versículos del capítulo 7 de Levítico.

¿Si alguien me ofendió, que tengo que hacer? No recurriré ni a la disciplina del Padre, ni a la del Hijo sobre su propia Casa; pero, si actúo en amor hacia el que me perjudicó, iré y le diré: “hermano mío, pecaste contra mí”, etc. Ante todo, esta advertencia es necesaria porque es según la justicia. Hay que hacerlo, y el medio de hacerlo es sin salirse de la senda de la gracia. Si después de haber hecho este primer paso, mi hermano no quiere escucharme, tomo conmigo a una o dos personas, «Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra.» Si este medio aun no sirve, debo entonces informar sobre esto a toda la asamblea; y, si el hermano que me ofendió se niega a escuchar a la asamblea, entonces «tenle», etc. Lo que este pasaje nos da, es una norma de conducta individual, y el resultado es una posición individual de un hermano enfrente de otro hermano. Puede que el asunto llegue hasta el punto que se necesite la disciplina de la Iglesia, pero no es siempre ni necesariamente así. Voy a mi hermano, esperando ganarlo trayéndolo al arrepentimiento, para volver a colocarlo en su relación normal de comunión conmigo y con Dios; porque, donde lo alcanza el amor fraternal, la comunión con Padre debe necesariamente haber sufrido. Si mi hermano es ganado, el asunto no va más lejos. Su falta debe ser olvidada. Jamás debo recordarlo. La Iglesia no sabrá nada sobre eso, ni nadie tampoco, con la sola excepción de nosotros dos. Si mi gestión fraternal fracasa, actuaré luego con el propósito y con el deseo de levantar a mi hermano, y de restablecerle en el gozo de la comunión con todos.

1.1.3 - Solicitud paternal — Disciplina como privilegio individual según la gracia

En cuanto a la disciplina del Padre, es mucho más aun que un privilegio individual según la gracia. Dudo mucho que pueda implicar la solicitud de todo un cuerpo de cristianos; es más bien el ejercicio individual de esta solicitud. No veo que la Iglesia deba tomar el lugar del Padre. En un sentido, la idea de superioridad es justa, ya que hay diversidad de gracias, como hay diversidad de dones. Si tengo más santidad, debo ir y enderezar a mi hermano que cayó (Gálatas 6:1). Pero allí hay una acción individual en gracia, y no una disciplina de la Iglesia. Es muy importante comprenderlo bien y distinguir cuidadosamente estas cosas, con el fin de que si, por un lado, tal hermano está totalmente dispuesto a someterse a dos o tres testigos, por otra parte, que el poder individual no sea restringido en absoluto, sino que permanezca intacto y en su lugar. El Espíritu Santo debe tener toda su libertad. Podría suponer un caso dónde un individuo deba ir, y repetir varios, como Timoteo a quien el apóstol escribía: «redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina», etc. (2 Timoteo 4:2) — He la disciplina, y sin embargo la Iglesia no tiene que ocuparse de eso. Es un acto individual.

Pero, en otras ocasiones, la Iglesia puede ser obligada a ejercer la disciplina, como fue en el caso de los corintios (1 Corintios 5). Los Corintios no estaban en absoluto dispuestos a ejercer la disciplina, y Pablo insiste en la necesidad de que hay que hacerla. Pero hay, lo repito, lo que se puede llamar el ejercicio individual del poder del Espíritu sobre las almas de los otros, en el ministerio de gracia y de verdad; lo que no implica de ninguna manera la acción de la Iglesia. Es un error grave considerar que la disciplina de la Iglesia sea la única. Sería algo horroroso el ser obligado a traer toda especie de mal al conocimiento de todos. Ciertamente tal no es la tendencia, tal no es el efecto del amor; al contrario, el amor “cubre una multitud de pecados”. Con amor en el corazón, si se ve a un hermano que peca de un pecado que no es en absoluto un pecado de muerte, vamos y oramos por él; y este pecado jamás puede salir a la luz, jamás hacerse un asunto de la cual la Iglesia tuviera que ocuparse.

Creo que jamás ha habido un caso de disciplina (*) donde la Iglesia sea la vergüenza de todo el cuerpo. También, escribiendo a los Corintios sobre un tema semejante, Pablo les dice: «¿Por qué no sufrís más bien el agravio? ¿Por qué no sufrís más bien el ser defraudados?». Estaban todos identificados con el mal que había sido cometido. Lo mismo, cuando una úlcera alcanza a uno de los miembros de un hombre, esto manifiesta el estado enfermizo de todo el cuerpo, de toda su constitución. Una asamblea cualquiera no podrá, ni jamás sabrá ejercer la disciplina, si no se ha identificado primeramente con el pecado del individuo.

(*) Me parece que la palabra de "malo" da bien la medida de los objetos de disciplina pública. Es algo que contradice públicamente el carácter de Cristo

Si la Iglesia quiere actuar de otra manera, toma una forma judicial que no sabría tener el ministerio de la gracia de Cristo. Cristo todavía no se ha revestido totalmente de su carácter de juez. Tan pronto como la Iglesia viene y dice: “el qué es injusto todavía cometa la injusticia”, se ha alejado completamente de la posición que debe guardar. Ha olvidado completamente su carácter sacerdotal, durante la economía actual, es un carácter de gracia.

¿Cuál es el carácter de la disciplina paternal? ¿Cómo el padre lo ejerce? El principio de esta disciplina es su calidad de padre. No está en la misma posición que el hijo. Hay aquí algo superior en gracia y en sabiduría; ve a otro equivocarse, extraviarse; va y le dice: «Yo estaba en otro tiempo en vuestra posición, no actuéis de esta u otra manera». Son invitaciones, súplicas. Es un cuadro fiel de los escollos y peligros del camino, pero descritos con amor. En casos de endurecimiento, la reprensión puede encontrar también lugar. El padre puede tener mucha indulgencia debido a su debilidad y por inexperiencia, recordando que él mismo ha pasado por eso. Hágase siempre, en lo posible, siervo del otro, pero que el principio del padre sea mantenido: es un principio de superioridad individual, pero acompañada por la gracia. Ninguna consideración humana debe impedirme retener este privilegio del amor individual, que puede hacer decir: «hasta amándoles mucho, les ame poco». El amor sale del Padre, que se traslada sobre mi hermano, y, por amor a él, no me permite dejarlo en el mal. Y no hablo de un caso de ofensa contra mí, sino de un caso de marcha o de conducta, en cuál falta a su carácter de hijo. Faltamos a este respecto, porque tememos que la pena y aburrimientos de una gestión así puedan proporcionarnos. Si veo a un santo extraviarse, tengo que procurar devolverlo por un medio o por otro. Es una oveja de Cristo. Debo tener en mi corazón el deseo de que marche fielmente. Puede ser que me diga, si le advierto: “Esto no le concierne, usted no tiene que ocuparse de mis asuntos”, o alguna palabra semejante; pero debo, si es necesario, ponerme a sus pies para sacarlo fuera de la trampa en la cual se encuentra, aun cuando por esto me tenga que exponer a sus reproches y a su reprobación. Esto requiere un espíritu de gracia, y bastante amor para que se procure tomar sobre su propia alma toda la carga de su hermano.

1.1.4 - Disciplina de Cristo — Disciplina eclesiástica

Otro género de disciplina es la de Cristo en calidad de « Hijo sobre su casa » (Hebreos 3:6). El caso de Judas tiene aquí una gran importancia. Si hay espiritualidad en el cuerpo, sucederá siempre que el mal no podrá durar allí. Es imposible que la hipocresía o alguna otra iniquidad, permanezca por mucho tiempo allí dónde hay espiritualidad. En el caso de Judas, es la gracia personal de Jesús que supera todo; y, para nosotros, siempre será así en nuestra medida y práctica. Era ante todo contra la gracia que el mal se manifestaba: «A quien yo diere el pan mojado, aquél es… » «Él, pues, que hubo tomado el bocado» (es la gracia perfecta de Jesús que se mostró en el momento en el que Judas ha sido manifestado, porque era contra Él que Judas pecaba), y “salió en seguida” (Juan 13:30).

La disciplina de Cristo no aplica sólo a quien se le manifiesta, jamás va más allá. Es por eso que vemos a los discípulos que se interrogan el uno al otro sobre lo que significaban las palabras de Jesús. Antes de que el pecado sea cometido, e no tocaba la conciencia de la asamblea. La disciplina del Padre se ejercita donde aun nada es manifestado, con respecto a un mal secreto, o que posiblemente será puesto en evidencia sólo mucho tiempo después. Si soy un hermano anciano, y veo a un hermano más joven en peligro, debo actuar con él según esta solicitud paternal, e ir a hablarle de su mal; pero esto es otra cosa que la disciplina de la Iglesia.

Tan pronto como ejerzo una disciplina paternal, se sobreentiende que yo mismo estoy en comunión con Dios, respecto al asunto, que sé discernir la causa del mal que existe en un hermano, que el por si mismo no sabe juzgarse, que no tiene la percepción que yo he alcanzado por mi experiencia espiritual, experiencia que me autoriza y que me empuja a actuar según un amor fiel hacia este hermano, aunque posiblemente no pueda explicar esto que hago a ningún ser humano.

Se ha llevado a muchos errores, por la confusión y la mezcla de estas tres cosas: la advertencia individual — la disciplina del Padre en una solicitud paternal — y la disciplina de Cristo «como Hijo sobre su casa», o la disciplina eclesiástica.

1.1.5 - Disciplina preventiva — Necesidad de pastores

La disciplina esencialmente debe tener por objeto prevenir la excomunión o la exclusión de una persona. En los nueve décimos de los casos, solo disciplina individual debería tener curso.

Si se trata del ejercicio de la disciplina «del Hijo sobre su casa», la Iglesia solo debería emprenderlo con un espíritu de identificación con aquel que pecó, confesando el pecado como en común con todos, y humillándose de lo que el mal hubiera podido llegar a este punto. Luego esta disciplina no presentaría en absoluto el aspecto de un Tribunal de Justicia, sino más bien de una marchitez para el cuerpo. La espiritualidad purificaría la Iglesia de la hipocresía, de la mancha (*), de toda cosa inconveniente, sin tomar nunca los pasos de un tribunal. Nada debería sernos más odioso que el pensamiento, que, en la casa de Dios, un mal igual hubiera podido presentarse. Supongamos que, en una de nuestras casas, sucediera algún hecho ignominioso y deshonroso: ¿toda la casa no sería comprometida? ¿Alguno de los que componen la familia podría estar indiferente a este oprobio, y decir que esto no le concierne? Podría suceder que algún hijo pervertido deba ser echado fuera por el amor de los otros. Todos los esfuerzos para conducirlo hacia el bien han sido infructuosos. Es incorregible. Corrompe a la familia. No queda pues ningún otro partido que tomar que un partido extremo. Nos encontramos en la necesidad de decirle: “no puedo guardarte aquí. No debo soportar que ejerzas sobre los otros una funesta influencia en tus costumbres y en tus vicios” ¡Oh! ¿No habría allí una suerte de lágrimas, de duelo y de quebranto, de dolor y de vergüenza para toda la familia? Los otros hijos no les gustarían hablar de este sujeto. Sus amigos se abstendrían también por consideración, por sus penas. Hasta no sería mencionado el nombre del culpable. Tal es el cuadro que debe efectuarse en la casa del Hijo. Debemos experimentar allí una gran repugnancia al pensar en rechazar a un miembro. ¡Qué vergüenza común, qué angustia, qué tristeza, este pensamiento no debe producirse! Nada es menos según Dios que un proceso judicial en la Iglesia.

(*) Comparar Deut. 17:7, 12, 13, pasajes a los cuales el apóstol se refiere, 1 Corintios 5:12, 13; compare 2 Corintios 7:11. Ellos mismos eran, y era la gloria de Dios que estaba en tela de juicio.

Es verdad que la Iglesia está sumergida en un estado de debilidad y de corrupción; pero esto no debilita en absoluto lo que acabamos de decir. Al contrario, cuanto más mal hay en la Iglesia, más grande es la responsabilidad de los que tienen algún don pastoral; más afecto debe tener por los santos, y cuidarles con solicitud.

Me interesa muchísimo más, en mis oraciones, pedirle a Dios que de pastores a las asambleas de sus hijos. Por pastor, entiendo a un hombre que puede apoyar en su propio corazón todos los dolores, todas las inquietudes, todas las miserias y todos los pecados de su hermano, presentárselos a Dios, y traerlos cerca de Dios todo lo que proporcione la recuperación) y la liberación de esta alma, sin que sea necesario requerir la intervención de algún otro hermano.

Hay aún una cosa que hay que observar. El resultado del ejercicio de la disciplina puede ser la supresión. Pero cuando sucede tal acto colectivo de juicio, la disciplina cesa totalmente en el momento en que el que pecó es suprimido. «¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fueran, Dios juzgará.» (1 Corintios 5:12).

Por el otro lado, no debo igualmente poner en tela de juicio si puedo sentarme con tal o tal persona que está dentro. Es una cosa verdaderamente extraordinaria que un hermano se priva de la comunión, a causa de la presencia de tal o cual hermano que no tiene buena opinión de él, o con aquel que, como se dice, no está cómodo . ¡Sí es así se excomulgará así mismo por un otro! « Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan. » (1 Corintios 10:17). Colocarme a un lado de la cena, es como si dijera que no soy un cristiano porque un otro ha marchado mal. Así no es que se debe actuar. Puede que tenga que hacer algún paso sobre este asunto, pero yo mismo no debo tener la locura de excomulgarme, en el temor de que un pecador se desliza en una asamblea de los hijos de Dios. Si el caso no se ve así, es la presunción de tomar sobre sí la disciplina de toda la casa, y juzgar no al individuo, sino que a toda asamblea.

1.1.6 - El motivo de la disciplina es la restauración

Hasta su último acto, toda disciplina debe tener por objeto restaurar. El acto de suprimir o excomunión no es, hablando con propiedad, la disciplina, sino una manera de decir que la disciplina es ineficaz y que ha tenido un fin. Excluir, es decir: la Iglesia no puede hacer nada más por aquel.

En cuanto al asunto de unanimidad en los casos de disciplina eclesiástica, acordémonos que se trata del Hijo que ejerce Su disciplina sobre Su casa. En el caso de los Corintios, era la acción directa de Pablo sobre el cuerpo, en el poder apostólico — y no la acción de la Iglesia.

¡Como podemos concebir algo más horroroso que reclamar el derecho a ejercer la disciplina! Es transformar a la familia de Dios en un Tribunal de Justicia. Supongamos que un padre esté a punto de echar a la calle a un mal hijo, y que los otros hijos digan: “tenemos el derecho a ayudar a nuestro padre que echa a nuestro hermano de la casa”; ¿no sería algo horrible? El apóstol estuvo obligado a forzar a los Corintios que ejercieran la disciplina, cuando estuvieran dispuestos A hacerlo. . Pero les dice: « hay entre vosotros fornicación, ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción ? Los fuerza primero a reconocer que el pecado en cuestión es el suyo, tanto como el de este hombre; luego acaba diciéndoles: « Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros » La iglesia no está en estado de ejercer convenientemente la disciplina, si es que por mucho tiempo ella no reconoce que el pecado del individuo ha llegado a ser el pecado de la Iglesia.

He aquí lo que hay para aquellos que puedan creerse afectados: « A los que persisten en pecar, repréndelos delante de todos, para que los demás también teman. » (1 Timoteo 5:20). «Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre» etc. Pero, si el mal es de un carácter tal, que necesita la excomunión, la Iglesia debe efectuarlo, no como usando de un derecho, pero si como siendo forzada a actuar así. Los santos deben mostrar que están puros en este asunto. Este acto fuerza a aquellos que tienen la humillante necesidad de cumplirlo, a reconocer su estado miserable, a confesarlo y a tener vergüenza. Se alejan del hombre culpable e impenitente, el cual es dejado solo en la ignominia de su falta (ved 2 Corintios 2 y 7).

Tal es la manera en la que el apóstol obligaba los corintios a ejercer la disciplina. La conciencia de toda la Iglesia ha sido forzada a la purificación en un asunto del cual era culpable como cuerpo. ¿Y cuál fue la pena que hubo para acabar en este resultado? He allí, lo pienso, lo que muestran estas palabras del apóstol: « Y al que vosotros perdonáis, yo también; porque también yo lo que he perdonado, si algo he perdonado, por vosotros lo he hecho en presencia de Cristo, para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones » (2 Corintios 2:10, 11). El hecho, lo que el Diablo buscaba hacer, era esto: el apóstol había insistido en la excomunión (1 Corintios 5:3-5), y la Iglesia le repugnaba hacerlo. El apóstol los obliga; entonces lo hacen de manera judicial, no inquietándose en restaurar el culpable (2 Corintios 2:6, 7): « al que vosotros perdonáis »

La intención de Satanás era introducir el mal en medio de los hermanos, y hacerlos indiferentes; luego de empujarlos a erigir un tribunal para combatirlo; puede al fin producir así una ocasión y un tema de desacuerdo entre Pablo y la asamblea de los santos de Corinto. El apóstol se identifica con todo el cuerpo, primero obligándolos a purificarse; luego quiere que aquel que ha sido censurado sea restaurado por todos, de manera que hubiera una unidad perfecta entre él y ellos. El actúa con ellos; se asocia a todo esto; y así, les tiene con él, o sea que para la censura, o sea para la reinserción. Si la conciencia del cuerpo no ha sido conducida a sentir lo que el ha hecho purificándose a si misma por el acto de la excomunión, no sé ya que es lo bueno. Hace de los hermanos hipócritas.

La casa debe ser conservada pura. Los cuidados del Padre hacia su familia, y los cuidados del Hijo « sobre su casa » son dos cosas diferentes. El Hijo confía a los discípulos a la guardia del Padre santo (Juan 17). No es lo mismo que tener la casa en orden. En Juan 15, dice : « Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador.

Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. » . Pero, en el caso del Hijo actuando sobre su casa, no se trata de individuos; es la casa que debe ser guardada pura. « Si, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados» etc.

Hay pues estas tres tipos de disciplina:

1. La que es puramente fraternal : voy como una persona que ha sido ofendida; pero es necesario que actúe con gracia. 2. La que es paternal . Debe ser ejercida con ternura y misericordia. Debemos actuar como lo haría un buen padre hacia un niño que se extravía. 3. La del « Hijo sobre su propia casa », por la cual tenemos que actuar bajo la responsabilidad de conservar la pureza en la casa, de tal modo que los que están en la casa tengan la conciencia en armonía con la naturaleza de esta casa. En esta disciplina, no es solamente el individuo quien debe actuar; es la casa, la asamblea, la conciencia de la asamblea.

El efecto puede ser la restauración del individuo; pero, aunque esto sea una gracia preciosa, no es sin embargo el motivo esencial de la disciplina. Cuando ya se ha producido el retorno, hay algo además que la restauración de un individuo, está la responsabilidad de guardar la casa exenta de toda mancha. La conciencia de todos es afectada, y esto puede dar lugar a veces a mucho dolor.

1.1.7 - Carácter sacerdotal del ejercicio de la disciplina

En cuanto a la naturaleza de todo esto, pienso que es en un espíritu sacerdotal que la disciplina debe ser cumplida. Los sacerdotes comían en el lugar santo la ofrenda por el pecado (literalmente: el pecado ; Lev. 10). No pienso que un individuo cualquiera, o un cuerpo de cristianos cualquiera, pueda ejercer la disciplina a menos que se tenga la conciencia pura, y de haber sentido delante de Dios todo el poder del mal y del pecado, como si él mismo lo hubiera cometido. Entonces actúa como si él mismo experimenta la necesidad de purificarse. Está claro que todo esto se efectúa sólo para casos de pecados efectivos.

¿Cuál es el carácter de la posición ahora ocupada por Jesús? Es el servicio de sacerdote, y estamos asociados con Él. Si hubiera en la Iglesia más de esta intercesión sacerdotal, simbolizada por la acción de comer en el lugar santo la ofrenda por el pecado, no tendríamos la idea de una Iglesia erigida como un tribunal judicial.

¡Qué angustia y qué amargura, qué ansiedad y qué fuertes dolores no provoca a todos los miembros de una familia un acto vergonzoso cometido por uno de los hijos! ¿Y Cristo no se alimenta de la ofrenda por el pecado? ¿No siente la aflicción? ¿No se carga con eso? Es la cabeza de su cuerpo, la Iglesia; por consiguiente, ¿no se hiere y se aflige en uno de sus miembros? ¡Oh sí! El lo es.

Si estoy en la necesidad de enviarle a algún hermano que ha caído una amonestación individual, debo acordarme que seré capaz de hacer de una manera bendita, que mi alma se ha preparado tanto para eso por un servicio sacerdotal sobre el asunto, como si yo mismo hubiese estado en este pecado. ¿Que hace Cristo? Coloca el pecado en su corazón, e intercede delante de Dios para que su gracia venga y lo remedie. Lo mismo, el hijo de Dios coloca también el pecado de su hermano en su propio corazón en la presencia de Dios. Lo defiende con Dios el Padre, con el fin de que la herida hecha al cuerpo de Cristo, del cual es miembro, sea reparada.

Tal es, no lo dudo, el espíritu en el cual la disciplina debe ser hecha. Pero es en esto mismo que faltamos. No tenemos suficiente gracia para comer la ofrenda por el pecado.

1.1.8 - Actuar según el pensamiento de Dios, aun en un tiempo de ruina

Cuando es la asamblea como cuerpo que es llamada a actuar, aun hay algo más. Haría falta que la asamblea misma se humillara, hasta que ella misma fuera purificada. Tal es, a mi juicio, el poder de estas palabras del apóstol: «No debierais más bien haberos lamentado», etc.

No había bastante espiritualidad en Corinto para encargarse del pecado, y es como si el apóstol les dijera: “deberíais estar afligidos; deberíais haber tenido el corazón y espíritu quebrantados y humillados de que tal cosa sucediera ; deberíais tener en el corazón la pureza de la casa de Cristo”. (*)

Separar el puro del impuro es otro atributo del servicio sacerdotal. Los sacrificadores no debían beber vino ni sidra, con el fin de conservarse en un estado espiritual en armonía con los oficios del santuario, siendo así capaces tan de distinguir entre el puro y el manchado. Esta necesidad existe también para nosotros. Cuando estamos en relación con el mal, debe haber allí comunión de pensamientos y comunicación entre nosotros y Dios. Nuestro objeto debe ser el objeto de Dios. Su casa es el lugar, la escena donde se manifiesta el orden de Dios. Se le dice que debe tener señal de autoridad sobre su cabeza (una cubierta) «por causa de los ángeles» (1 Corintios 11:10), y esto es porque el orden de Dios debe ser manifestado en la Iglesia. Nada que ofendiera a los ángeles debía ser tolerado en la casa de Dios. Todo está en una completa ruina. La gloria de la casa será plenamente manifestada cuando Jesús venga en su gloria, sólo lo será entonces. Pero debemos, por lo menos, desear que haya, en lo posible, por el poder del Espíritu Santo, una correspondencia entre su carácter actual y su condición futura.

(*) Un principio muy importante en la práctica se presenta aquí. Si espiritualmente el estado general del cuerpo no es superior al estado individual en el cual el pecado ha sido cometido, el cuerpo está inutilizable de ejercer la disciplina con respecto a aquel pecado. Debería, pero no lo puede, porque, no habrá tomado, en nombre de Cristo, la conciencia de lo que se ha cometido. Cristo no estará en esa acción. Si mi cuerpo está en mal estado, una enfermedad local no se curará sin un mejoramiento general de mi salud. En este caso, el estado moral del cuerpo se manifiesta en el individuo, y el cuerpo no puede curarlo. Hace falta en consecuencia, que todo el cuerpo se coloque con el mismo, y confiese el pecado como suyo, no de manera sacerdotal solamente, sino que como siendo realmente culpable; y qué, por su propia humillación, se libre de este pecado como de suyo propio, poniendo a un lado no obstante al pecador hasta que se arrepienta; Porque no se debe guardar el pecado.

Cuando Israel volvió de la cautividad, después de que Lo-Ammi hubiera sido pronunciado sobre ellos, después de que la gloria se alejó de la casa, y después de que la manifestación pública de la presencia de Dios en medio de ellos se fue de allí, Nehemías y Esdras procuraban al menos actuar según los pensamientos de Dios. Nuestra posición actual es la misma que la suya. Y tenemos, nosotros, algo que no tuvieron. Fuimos siempre un residuo. Comenzamos al fin. — y he aquí lo que hay para nosotros: «Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. » (Mateo 18:20). De manera que, aunque todo el sistema esté reducido a la nada, podría retenerme de ciertos principios invariables y benditos, de donde todo es derivado.

Es en la reunión de los «dos o tres» que Cristo unió no solamente su nombre, sino que también su disciplina, el poder de atar y de desatar. Todo proviene de allí. ¡Qué consuelo incomparable! El gran principio de la unidad permanece indiscutible, en el medio mismo de la caída.

Si abrimos el capítulo 20 del Evangelio de Juan, vemos que, cuando Jesús envió a sus discípulos, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos». No es de ningún modo aquí el asunto del sistema de la Iglesia como cuerpo, sino que del poder del Espíritu Santo que produce un discernimiento espiritual en los discípulos, como siendo enviados por Cristo y actuando en nombre de Cristo. La disciplina debe ser el fruto del poder del Espíritu Santo. Lo que no resulta del poder del Espíritu Santo no es nada.

En principio, lo que era necesario sobre este tema ha sido dicho. Quiénes seamos, de hecho, un pequeño residuo, no cambia nada en el fondo. Ante todo, la disciplina debe ser considerada como es, no un proceso judicial, no un asunto de pecadores que juzgan a pecadores, sino, en la Casa de Dios, ministerio cumplido por la actividad del Espíritu Santo. La unanimidad, a este respecto, es una unanimidad (*) de conciencias despertadas sobre la necesidad de conservar la pureza en la Casa.

(*) En cuanto a la unanimidad, es evidente que se debe buscarla: pero la regla del Apóstol es vengarse de la desobediencia, cuando la obediencia fuera cumplida; es decir, que por la operación de su gracia, el Espíritu Santo ha separado a los que se sometían a sus enseñanzas, aquellos que no se ordenaran serían ellos mismos el objeto de la disciplina que el ejercía. Es evidente que si alguien apoya un pecado escandaloso, esto no debe impedir el ejercicio de la disciplina; sino que esto puede dar lugar para que aquel que actúe asi llegue también a ser objeto de ésta. Podrían suceder reclamaciones serias de un hermano fiel detengan la disciplina, y de lugar a una búsqueda más profunda de la voluntad de Dios.

Es algo horroroso oír a pecadores hablar de juzgar a otro pecador; pero es una cosa bendita verlos ejercitados en sus conciencias con respecto al pecado que se introdujo en medio de ellos. Luego, tengo aun que remarcar, que la disciplina debe ser ejercida sólo en un espíritu de gracia. Al menos actuar en gracia, no debo nunca atreverme a actuar, porque no desearía atraer sobre mi mismo un juicio. «No juzguéis, para que no seáis juzgados.

Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido» (Mateo 7:1, 2). Si vamos para ejercer un juicio a otro, es un juicio que encontraremos para nosotros mismos.

1.1.9 - Problema de la ausencia de pastores

En cuanto a la dificultad que hay donde se encuentran los santos, que se reúnen sin tener entre ellos dones de pastor, mi oración es que Dios produzca en medio de ellos a pastores. Pero creo que, por todas partes dónde los hermanos se reúnen y caminan juntos según los principios de una verdadera fraternidad, pueden ser tan felices como otros colocados en circunstancias diferentes, con tal que de guarden sinceramente su posición, y no se pongan en el espíritu de querer hacer iglesias.

Sin duda, si amo a las ovejas del Señor, su prosperidad la tendré en mi corazón; y, por consiguiente, oraré al Señor les dé pastores. Después de la comunión individual con Señor, no encuentro nada más dulce, de más bendición que los cuidados de un pastor que apacienta las ovejas del Señor, el rebaño del Señor; pero es el rebaño del Señor quien apacienta, y no el suyo propio. No veo en ninguna parte en la Palabra que sea la cuestión de un pastor y de su rebaño, si no es hablando de Jesús. Esto cambiaría totalmente el aspecto de las cosas.

Cuando un cristiano siente que el rebaño sobre el cual es llamado a velar es el rebaño del Señor, ¡qué pensamientos de responsabilidad, qué solicitud, qué celo, qué vigilancia este sentimiento no debe producir!

No veo algo mas dulce que esto: «¿me amas? — Apacienta mis ovejas — Apacienta mis corderos.» No, no veo algo más precioso sobre la tierra que los cuidados de un pastor fiel, de un hombre que en amor se dispone a llevar la carga entera de las penas y de las inquietudes, las pruebas y las tentaciones de algún alma, y que sabe presentarle a Dios todas las cosas, y a ampararse con Él. Creo que tal ministerio produce las relaciones más felices y más benditas que puedan existir en este mundo. Pero no por esto nos vamos a imaginar que el «Príncipe de los pastores» no pueda ocuparse de sus ovejas, porque le falten pastores que lo hagan ¡Oh! Si los hermanos que se reúnen juntos se unen firmemente al Señor, si no pretenden ser lo que no son, podrán caminar sin peligro, aun cuando entre ellos no haya pastores, porque no dejarán, en esta posición, de tener los cuidados del Sumo Pastor. Abstengámonos de hacer responsable a Dios de nuestra pobreza, como si no pudiera ocuparse de nosotros. En el momento en que el poder del Espíritu es puesto a un lado, el poder de la carne es introducida.

1.2 - Necesidad de la disciplina

1.2.1 - Mancha y unidad

Es bueno señalar que hay dos principio que parecen estar en actuación hoy. Vivimos en un tiempo cuando todo es puesto en tela de juicio y donde se difunden principios de toda clase. Cualquier cosa que se presenta sea de cualquier naturaleza arruina la posición misma de los santos, la arruina como testimonio conciente e inteligente en medio de la cristiandad, y es inútil atraer sobre ellos la atención. Estos dos principios, son:

Primero, se niega que una asamblea cristiana sea obligada a mantener la pureza para ser reconocida como tal, o más bien, se niega que se contamine si admite el mal en su seno.

Y segundo, se niega la unidad del cuerpo en lo que concierne a la Iglesia sobre la tierra.

Habiendo oído afirmar tan a menudo, sea con respecto a las costumbres o sea con respecto a la doctrina, que una asamblea de cristianos no puede ser contaminada en absoluto por el mal que contiene, y que se debe dejar al Señor el cuidado de poner la mano sobre el mal y quitarlo, debo concluir que este principio generalmente es admitido. Lo que hasta ahora había sido alegado sólo en forma con argumentos individuales respecto al segundo principio más arriba mencionado, se encuentra ahora defendido en un tratado que espontáneamente me ha sido enviado (para mi edificación, supongo), y que lo voy a examinar. Ignoro quién es el autor, y discutiré rápidamente esos principios, porque es un tema digno de atención.

También me llegó un tratado sobre el primer punto; creo que yo conozco al autor, pero aquí me limito a discutir sus principios. He aquí ambos asuntos: 1. ¿Puede un cuerpo de cristianos ser contaminado por la tolerancia del mal por medio de costumbres o por medio de doctrina? 2. ¿Existe una unidad de la Iglesia de Dios sobre la tierra?

1.2.2 - Aceptar la comunión con el mal

Se ha sostenido públicamente que si la fornicación haya sido tolerada en un cuerpo de cristianos, no sería un motivo para separarse de eso. Otros ya han respondido. Por cierto la mejor respuesta era producir esta afirmación en plena luz. Decir que los cristianos deben separarse del mundo, que deben desprenderse del gran cuerpo de la Iglesia profesante a causa de la corrupción eclesiástica; afirmar luego que la comunidad a la cual se pertenece no se contamina en absoluto por una inmoralidad efectiva, y que los santos están obligados a reconocer sin embargo igual tal cuerpo de cristianos; es una propuesta muy monstruosa, preferentemente otorgada con ideas eclesiásticas sobre la inalterable moralidad de Dios en el Evangelio, que se efectúa para sorprender a los cristianos que puedan caer en un estado parecido de tinieblas morales. Es un solemne testimonio de los estragos producidos por falsos principios. Naturalmente no tenemos nada que hacer con estas personas o su congregación, salvo lo que pide la caridad de Cristo. Nos ocupamos de principios: veamos donde éstos conducirían.

No le será permitido a quiénes forman parte de tal reunión cristiana romper con ella. Tendrán que aceptar la compañía del pecado, aceptando la desobediencia a esta regla del apóstol: «Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros.» Tendrán que permanecer en comunión constante con el mal, afirmando constantemente, la comunión de la luz y las tinieblas. en el acto más solemne del cristianismo. Pero eso no es todo. En estas reuniones, la asamblea de un lugar recibe, así como lo hacían las iglesias de las cuales se habla en la Escritura, las que están en comunión en otra, y, se actúa regularmente así, sobre base de cartas de recomendación. Suponed que el fornicario, o alguno de aquellos que han mantenido que tienen derecho de quedarse en la asamblea (otra manera de tolerar mal), sea recomendado, o venga de la asamblea en cuestión, como estando en comunión. Si se le recibe con el propósito deliberado en su asamblea local, será preciso naturalmente que se de, desde luego que depende de ella, el mismo derecho de los de afuera. Esta persona es recibida entonces, y así el pecado deliberado se hace parte de la mayoría de la reunión de

 

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Si se lo recibe con el propósito deliberado en su asamblea local, naturalmente hará falta que se le dé, para que esto dependa de ella, el mismo derecho de afuera. Esta persona entonces es recibida en otro lugar, y así la maldad deliberada de la mayoría de la reunión de donde forma parte, o si deseáis de toda la reunión, obliga a cada asamblea cristiana — si la Iglesia de Dios estuviera en orden, no diríamos a cada asamblea de Dios en el mundo — a poner su sello en comunión con el pecado y el mal, a declarar que el pecado puede ser admitido libremente en la mesa del Señor, y que Cristo y Belial se ponen de acuerdo perfectamente en conjunto. En caso contrario, queda sólo romper con esta congregación o iglesia, es decir en negarle absolutamente el carácter de iglesia. Entonces, si las asambleas deben actuar de este modo, los individuos de la congregación contaminada, que tienen alguna conciencia, lo deben hacer también.

1.2.3 - La asamblea local representa al cuerpo de Cristo.

El Establecimiento nacional (anglicano) incomparablemente vale más que esto. No pretende tener la disciplina; cada uno es piadoso por su propia cuenta; mientras que aquí, se sanciona en principio el pecado y la comunión con el pecado a la Mesa del Señor. Se acepta perfectamente que no puede ser tolerado, pero se declara, por otra parte, que si es tolerado con una intención deliberada, cada uno debe someterse: la congregación no es contaminada en absoluto, y los pecadores desobedientes tienen el derecho de forzar a toda la Iglesia de Dios que acepta el pecado, si no en principio, por lo menos en la práctica, y renegar así sus principios. Es la Iglesia de Dios afirmando como tal, en virtud de su privilegio y de su título especial, los derechos del pecado contra Cristo. Por medio de principios, yo no sabría concebir que cosa es peor. Y simplemente no son las costumbres de una clase particular de cristianos, que llevan a esto. El orden escritural de la Iglesia de Dios, tal, como nos es mostrado en las Escrituras, implica la sanción del pecado si esta teoría es verdadera.

Nadie puede negar que los santos pasaban de un asamblea a otra, y que si se pertenecía a una, eran recibidos en las otras. No era en absoluto una organización de iglesias, tales como un Presbiterianismo o un Episcopalismo (los nombro aquí sólo para darme a entender), pero era un reconocimiento pleno de las iglesias como expresiones de la unidad del cuerpo de Cristo. Vemos a los santos por lo tanto de una asamblea, ser recibidos como tales en otro, y esto en virtud de las cartas de recomendación. Cada asamblea era reconocida como representante, en su localidad, como el cuerpo de Cristo, los que formaban parte debían de ser recibidos como miembros de este cuerpo por las otras asambleas. Cada asamblea local era responsable de mantener en su seno el orden y la piedad que convienen a la asamblea de Dios, y se debía contar con ella para esto. Esto no es discutir la competencia de la asamblea local, sino reconocerla, que al recibir a una persona porque forma parte. Si no la recibo, niego así ahí que esta asamblea sea un testigo conveniente de la unidad del cuerpo de Cristo.

Entonces, precisamente es el lugar que el Espíritu de Dios le da a la asamblea local de Corinto: muy lejos de negar la unidad en un solo cuerpo de todos los santos que están sobre la tierra, reconoce a la asamblea local como la que representa el cuerpo, en su medida «Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular.» Si pues reconozco que la asamblea local de Corinto, o de otro lugar, ocupa esta posición, debo recibir, como miembro del cuerpo de Cristo, a cualquiera que le pertenece, y no supondré que pueda ser miembro de otra cosa, lo que la Escritura no lo admite tampoco. También, cuando el apóstol dice «Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular», y todos s nosotros somos «un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan», estoy soy obligado a reconocer a la asamblea como representando el cuerpo, y los que participan en este solo pan como miembros del cuerpo. Si no lo hago, caigo en un principio de asociación voluntaria, que se da a si misma. Las reglas las hace, y hace lo que ella desea.

¿Debo entonces mantener como representando la unidad del cuerpo, y actuando por el Espíritu con la autoridad del Señor, a una asamblea que sanciona el pecado y declara que no está contaminada en absoluto? Por otra parte, suponed que una asamblea, la de Corinto, por ejemplo, hubiera suprimido al malo, y que otra asamblea lo reciba, esta última niega por esto mismo, que la primera hubiera actuado en el carácter de una asamblea de Dios, representando al cuerpo de Cristo; niega la acción del Espíritu Santo en la asamblea, o que lo que ha sido atado en la tierra ha sido atado en el cielo.

Es un sofisma puro suponer que, porque no se reconoce el sistema de iglesias organizadas en un cuerpo, no se reconoce tampoco la responsabilidad de cada asamblea con respecto al Señor, o su capacidad para actuar por el Espíritu Santo en los asuntos de la Iglesia de Dios. Si una persona suprimida en Corinto, era recibida en Efeso, o bien la asamblea de Efeso negaba la acción del Espíritu Santo en Corinto, o rechazaba la acción negaba con esto la autoridad del Espíritu Santo y de Cristo; es decir que las asambleas eran reconocidas porque cada una de ellas, en su localidad, actuaba bajo la dependencia del Señor y por el Espíritu Santo. Sin duda podían fallar; Corinto hubiera fallado sin la intervención del Espíritu por medio del apóstol; pero hablo del principio escriturario, y de lo que tenemos que esperar en una asamblea. La asamblea es reconocida porque actúa por el Espíritu Santo bajo la autoridad del Señor

1.2.4 - Autoridad de la asamblea (dos o tres reunidos al Nombre del Señor)

Estando este punto aclarado (y la primera epístola a los Corintios me parece no dejar sombra de duda sobre esto), paso a otro — la responsabilidad que resulta para los cristianos que componen la asamblea. Deben actuar para Cristo por el Espíritu. Santo «Quitad, a ese perverso de entre vosotros». Es a la asamblea que Pablo encarga esto. Igualmente en los casos de culpa hecha a alguien, delante de la asamblea el asunto es finalmente llevado, y es respecto a ella que se habla hablado de “dentro” y de la “afuera”. En otros términos, encuentro que el cuerpo es responsable como competente. El Señor que conocía toda la historia futura de su Iglesia, cuando hablaba del ejercicio de la disciplina y de la acogida favorable de las oraciones extendió esto en su gracia a una reunión de dos o tres reunidos en su nombre,. cuando hablaba del ejercicio de la disciplina y de la acogida favorable de las oraciones. Cuando dos o tres están reunidos en su nombre, está allí en medio de ellos. Así, suponiendo plenamente que todos los santos de una localidad son quienes constituyen la asamblea de esta localidad; si no quieren unirse, la responsabilidad se encuentra, lo mismo que la presencia del Señor, con los que lo hacen. Sus actos tienen Su autoridad, si realmente son hechos en Su nombre: es decir que otra asamblea debe reconocer a esta asamblea y sus actos, o negar su conexión con Señor. No quiero decir que si la asamblea se equivocó en algún caso particular, no se puedan hacerle amonestaciones, comprometerla en volver sobre su decisión; pero, en el curso regular de las cosas, una asamblea reconoce la acción de la otra, conforme a la promesa de la presencia del Señor, porque reconoce en la otra la acción del Señor, la acción de su propio Señor en ella, y es la asamblea del Señor. No es en absoluto una iglesia voluntaria, es una asamblea de Dios según la Escritura. No reconozco, aunque pueda reconocer a los santos que lo componen, si la asamblea no está reunida sobre aquella base, y no reconoce la unidad del cuerpo, el poder y la presencia del Espíritu Santo y la presencia de Jesús, como reunida en Su nombre solamente,. En el caso opuesto, valoro reconocerla.

2 - Disciplina y unidad de acción

Comienzo por establecer lo que es admitido como base general de acción, y es que toda asamblea de cristianos reunidos en nombre del Señor Jesús Cristo, y en la unidad de su cuerpo, tan pronto como actúa como cuerpo, lo hace bajo su propia responsabilidad hacia el Señor, como por ejemplo cuando ejerce un acto de disciplina o cuando cumple alguna otra cosa de esta naturaleza; así como lo hace también cuando se recibe en el nombre del Señor a los que vienen en medio de ella para participar en Su Mesa. Cada asamblea, en semejante caso, actúa en su propia iniciativa y en su esfera, decidiendo cosas puramente locales, pero que tienen sin embargo un alcance que se extiende a toda la Iglesia. Todos los hombres espirituales son los que se ocupan en esta obra y se ocupan detalladamente, antes de que el caso sea llevado delante de la asamblea con el fin de que la conciencia de todos sea interesada en el asunto, que pueden, sin duda, discernir en los detalles con mucho provecho y cuidados piadosos ; Pero si llegan para decidir algo aparte de la asamblea de los santos, hasta en las cosas más simples, su acción dejaría de ser la de la asamblea y debería ser desaprobada.

Cuando tales asuntos locales son tratados así por una asamblea que actúa en su esfera de asamblea, todas las demás asambleas de los santos están unidas, como estando en la unidad del cuerpo que reconoce lo que ha sido hecho, teniendo por admitido (a menos que lo contrario no sea demostrado) que todo se cumplió rectamente y en el temor de Dios, en nombre del Señor. El cielo, tengo la certeza, reconoce y ratifica esta acción santa, y el Señor dijo que sería de así (Mateo 18:18).

Se dice a menudo y se reconoce que la disciplina de «quitar de entre vosotros» (1 Corintios 5:13) debe ser el último medio al cual se recurra, y esto cuando se agotó toda paciencia y toda gracia; y dejar perdurar por mas tiempo el mal no sería otra cosa que deshonrar el nombre del Señor y prácticamente asociar el mal con Él y la profesión de su nombre. Por otra parte la disciplina de exclusión se hace siempre con vistas a restaurar a la persona a la que se le sometió, y jamás para desembarazarse de ello. Así son los caminos de Dios hacia nosotros. Dios siempre tiene en vista el bien del alma, su restauración en plenitud de alegría y de comunión, y jamás retira su mano mientras este resultado no sea obtenido. La disciplina según Dios, cumplida en su temor, se propone lo mismo, de otro modo no es de Dios.

Pero mientras que una asamblea local realmente subsiste en su propia responsabilidad personal y mientras que sus actos, si son de Dios, atan a otras asambleas como en la unidad de un solo cuerpo, este hecho no destruye por otra parte lo que es de importancia muy alta y mientras que muchos parecen olvidar, a saber que la voz de los hermanos de otras localidades tienen tanta libertad como la de los hermanos del lugar el derecho de hacerse oír en medio de ellos para discutir los asuntos de una reunión de santos, aunque no sean locales de esta reunión. Oponerse a eso sería de hecho una negativa solemne de la unidad del cuerpo de Cristo.

Aun más, la conciencia y el estado moral de una asamblea local puede ser tal para que hubiera ignorancia, o bien una concepción muy imperfecta de lo que es debido a la gloria de Cristo y a Él mismo. Todo esto da una percepción tan débil que no puede tener allí más fuerza espiritual para discernir el bien y el mal. Puede ser aun, en una asamblea, los perjuicios, la precipitación o más bien la disposición de ánimo y la influencia de uno o de varios, que puede extraviar el juicio de la asamblea y hacer que ella de un paso en falso y cause un perjuicio grave a un hermano. Cuando esto es así, es una verdadera bendición que hombres espirituales y prudentes de otras asambleas, intervengan y procuren enderezar la conciencia de la asamblea; así como también, si vienen a instancia de la asamblea o instancias del hermano de cuyo asunto es la dificultad capital del momento.

En este caso su intervención, lejos de ser vista como una intromisión, debe ser acogida y reconocida en nombre del Señor. Actuar de otro modo, sería simplemente sancionar la independencia y negar la unidad del Cuerpo de Cristo.

Sin embargo los que vienen y actúan así no deben actuar aparte del resto de la asamblea, sino con la conciencia de todos — Cuando una asamblea rechaza toda amonestación y rehúsa aceptar el socorro y el juicio de otros hermanos, cuando toda paciencia ha sido agotada, una asamblea que ha estado en comunión con ella, tiene el fundamento para no permitir su acción errónea y así aceptar a la persona rechazada, si esta asamblea se equivocó con respecto a él. Pero cuando se llega a estos extremos, y la dificultad ha llegado a ser una asunto de negación de comunión con la asamblea que actuó mal y que en si misma ha roto su comunión con el resto de los que actúan en la unidad del cuerpo. Tales medidas pueden ser tomadas sólo después de muchos cuidados y paciencia, con el fin de que la conciencia de todos puedan acompañar esta acción como siendo de Dios.

Señalo estos temas, porque podría haber allí una tendencia que desaprueba la intervención de los que, estando en comunión, vendrían de otras localidades, y a establecer una independencia de acción en cada asamblea local. Pero toda acción, así como lo reconocí desde el principio, le toca primero en la asamblea local.

3 - El deber y no el poder —ejercicio de la disciplina en las asambleas cristianas

Bajo el pretexto de que la disciplina exige el poder apostólico para ser puesto en práctica, el enemigo, que siempre está al acecho para hacer volver a los santos de Dios de su integridad con respecto de la verdad y de la práctica, hace un esfuerzo para poner de lado la disciplina en las asambleas de cristianos. Todo lo que se requiere es la obediencia a su precepto apostólico. Muchos pueden esta confundidos con el acto de «entregar a Satanás» quien posee el poder. Pero un examen del pasaje donde las cosas son mencionadas no deja ninguna duda sobre la diferencia que hay entre ellas, y que una exige poder, la otra implica el deber. En el caso de «entregar a Satanás» el apóstol dice Yo, como presente he juzgado (vosotros y mi espíritu estando reunidos)… «de entregar a tal hombre a Satanás para la destrucción de la carne, a fin de que su espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús». Este era el acto del apóstol, con el poder dado por el Señor Jesús. Este acto consistía en entregar a Satanás a la persona culpable, en inflingirle a él un castigo penoso para el cuerpo (como en el caso de Job), para el bien de su alma; y con ese motivo Pablo había juzgado de entregar a tal hombre en las manos de Satanás. No dice nada de que los Corintios lo hayan excluido. El hecho sucede en una asamblea solemne, pero este fue el único acto de Pablo. Esto hubiera podido hacerse sin ninguna especie de intervención de la asamblea, y deseaba que estuviese solemnemente presente cuando se pronunciara este juicio. Pero la acción de entregar era de hecho, aquí no se habla para nada de exclusión. En otro caso, Pablo había actuado igualmente con su propia autoridad y con su propio poder, que lo tenía sin duda, del Señor (1 Timoteo 1:20): «entre los cuales son Himeneo y Alejandro que los he entregado a Satanás, afín de que aprendan a no blasfemar». Aquí no es un asunto de la acción de la Iglesia. Pablo los había entregado. En 1 Corintios 5:7 les dice lo que tenían que hacer, y toda la asamblea cristiana obediente había seguido sus direcciones. Y esto como siendo «los mandamientos del Señor ». En el verso 9 establece las reglas en cuanto al punto en cuestión — lo que concierne a su deber como cristianos, — reglas que ante las cuales ellos tenían que actuar. Les había escrito de no mezclarse con los fornicarios, pero agrega que no con los de este mundo; sino que con alguno que llamándose hermano, porque si no les era necesario salir del mundo; pero si que con alguno se llamaba hermano, no deberían comer con tal hombre. ¿Que es lo que se puede hacer con el poder? Es una regla clara que tiene el peso de un mandamiento del Señor, también se hace un deber para los que tienen oídos para oír. ¿Quien tenía que juzgar a los de fuera? Estaban en las manos de Dios. Pero se tenía que juzgar a los de adentro, y luego viene la orden clara y positiva: «quitad de en medio de vosotros al malo». Esto no es todo: «juzgué entregarlo a Satanás», o «los cuales le entregué a Satanás». Nada indica que alguien más deba hacerlo, sino que tenemos aquí una orden positiva del apóstol con respecto a lo que se debía hacer; —- no de entregar al culpable a algo o a alguien, sino de librarse ellos mismos del mal, que si era tolerado, los impedía absolutamente de ser una nueva masa.

Ellos, ellos mismos debían quitar a este malo. Nada más simple; es un deber evidente, emanando de un mandamiento evidente. El hombre estaba entre ellos, y debían quitarle, sin que sea dicho que se le colocara en alguna parte. Ellos debían quitar la vieja levadura, con el fin de que ellos pudieran ser una nueva masa. Ellos no eran si rehusaban obedecer a este precepto, — no eran una nueva masa conforme a su vocación divina; y, obedeciendo con tanto celo, mostraron que eran puros en este asunto. El apóstol les había escrito, con el fin de asegurarse que eran obedientes en todo este asunto. Si no hubieran quitado al malo, no habrían sido obedientes; y ahora que el culpable fue humillado, tenían que perdonarle. Habían infligido el castigo, y ahora debían perdonar, y ratificar hacia él su amor (2 Corintios 2:9; 7:11). Es la dirección verdadera del apóstol, y también el mandamiento del Señor (1 Corintios 14:37) que nos ordena quitar del medio de nosotros al malo, si es nos llamamos una asamblea cristiana. Si no lo hacemos, no somos una nueva masa; y eludimos un deber bajo el falso pretexto que el poder apostólico es requerido; mientras que lo que es requerido, es la obediencia simple a la regla apostólica.

4 - Mantener la disciplina escritural no es pretender la infalibilidad

4.1 - Distinguir infalibilidad y competencia

Se acusa a los hermanos de pretender a menudo la infalibilidad, porque creen que una decisión tomada por una asamblea, reunida en el nombre del Señor, es obligatoria para toda la Iglesia de Dios. Esta acusación reposa sobre el miserable sofisma (falsedad) que confunde la autoridad con la infalibilidad

En cien ocasiones, donde el asunto no es la infalibilidad, la obediencia puede ser obligatoria. Comprenderemos fácilmente que, si no fuera de así, no habría allí orden alguna en el mundo. No hay infalibilidad en el mundo, sino, en cambio, en revancha mucha voluntad propia; y si no hubiera obediencia — del consentimiento de lo que se ha decidido — en el caso de infalibilidad, habría libre curso y no existiría ningún orden establecido.

En cuanto a la disciplina, no es cuestión de infalibilidad, sino de aptitud. Un padre no es infalible, sino que posee una autoridad dada por Dios, que es necesario reconocer. Un magistrado, un juez de paz, no son infalibles, pero tienen una autoridad competente con los casos sometidos a su jurisdicción. Puede tener garantías contra los abusos de autoridad, y hasta, en ciertas ocasiones, una negativa de obediencia, cuando se trata de una obligación superior: derechos de una conciencia dirigida por la Palabra de Dios. Es necesario obedecer a Dios más que a los hombres; pero la Escritura jamás deja libertad alguna a la voluntad humana, como tal. Somos santificados por la obediencia de Jesucristo. Este principio de la simple obediencia de quien hace la voluntad de Dios, sin resolver cada asunto abstracto que se podría originar — este camino de paz, aunque muchos espíritus que se consideran muy sabios no lo perciben, porque es el camino de la sabiduría de Dios.

La acusación que nos ocupa se reduce pues a un sofisma simple y pobre, que traiciona por un lado el deseo de ser libre de hacer lo que se quiere; por el otro, la confianza que tienen en ellas mismas las personas, que estiman su propio juicio superior a todo lo que ya ha sido juzgado.

Hay una autoridad judicial en la Iglesia de Dios, y si no existiera, sería la iniquidad más horrible que se pudiera ver sobre la tierra; porque esto sería poner la sanción del nombre de Cristo sobre cada iniquidad. Luego, en efecto, el principio que han sostenido aquellos que originaron los asuntos que nos ocupan. Pretendían que, si se toleraba la iniquidad o la levadura, cualquiera que fuera, esta levadura no podía manchar a una asamblea. Tales principios tuvieron el feliz resultado: han sido aborrecidos, rechazados cordialmente por todo cristiano sincero y por quienquiera que no busca justificar el mal.

4.2 - ¿Independencia de la asamblea o el respeto de las decisiones?

No obstante, la autoridad judicial de la Iglesia de Dios no puede estar separada de la obediencia a la Palabra. «¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fueran, Dios juzgará. Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros». (1 Corintios 5:12, 13). Si esto no se efectúa, lo repito, la Iglesia de Dios da su aprobación a los pecados más abominables. Por otra parte, afirmo y mantengo que si esto se efectúa, los demás cristianos tienen que respetarlo.

Contra la acción carnal en materia de disciplina, encontramos un remedio entre los santos y en la autoridad suprema del Señor Jesús Cristo en la presencia del Espíritu de Dios. Es decir, nos proponen otro remedio, totalmente anti-escriturario y miserable: Se pretende que habría capacidad en todo hombre, por la cual se tomaría la fantasía de juzgar por su propia cuenta, independientemente de lo que Dios ha instituido.

Considerando el asunto bajo su aspecto más favorable (no bajo su verdadero carácter de pretensión individual), encontramos aquí el principio muy conocido y anti-escriturario que sucedió en el tiempo de Cromwell, es decir el sistema independiente, según el cual un cuerpo de cristianos, formado por una asociación voluntaria, sería independiente de otro. Este sistema es la negación pura y simple de la Unidad del cuerpo, así como de la presencia y de la acción del Espíritu Santo en el cuerpo.

Supongamos que seamos un cuerpo de francos-masones y que una persona hubiera sido excluida de una de sus logias según las reglas de la orden. Supongamos que, esta sentencia se encontró que era injusta, en lugar de recurrir a la logia que pronunció el veredicto, con el fin de que revise su juicio, cada uno de las otras logias se pongan a recibir o no a la persona en cuestión, en virtud de la independencia de su propia autoridad. Está claro que la unidad del sistema franco-masónico está acabada. Cada logia es un cuerpo independiente, actuando por si- mismo. En vano se alegará que la logia en cuestión actuó mal y que no es infalible; pero no es menos verdadero que la autoridad competente de las logias y la unidad de todos ha llegado a su fin. El sistema está disuelto. Puede haber allí recursos contra tales dificultades y es un grande beneficio si llega el caso; pero el medio propuesto es una pretensión pura de la superioridad de parte de la otra logia; es además la disolución de la franco-masonería.

Entonces, abiertamente rechazo, de manera más absoluta, la pretendida capacidad que tendría una asamblea de juzgar a otra; pero, lo que es más importante, esta pretensión es la negación anti-escrituraria de toda la estructura de la Iglesia de Dios. Es la Independencia— un sistema que conozco desde hace cuarenta años y al que jamás querría juntarme. En vano me dirán que no se trata de esto. Esta palabra "independencia" simplemente significa que cada iglesia juzga por si-misma, independientemente de las otras; luego, no afirmo otra cosa. No busco la disputa en aquellos que, gustando el juzgar, prefieren el sistema independiente; solamente, estoy perfectamente convencido, que, en todos los aspectos, es totalmente anti-escriturario. La Iglesia no tiene en absoluto un sistema voluntario. No está formada —más bien ella está deformada — por un cierto número de cuerpos independientes, actuando cada uno para si-mismo.

Jamás se sueña, que fuera entonces el remedio, que Antioquia pudiera admitir a los Gentiles y en Jerusalén negarlos; luego, que todo pudiera continuar marchando según el orden de la Iglesia de Dios. No hay rastro de tal independencia ni de tal desorden en la Palabra. De hecho, encontramos allí toda especie de evidencia, toda insistencia doctrinal, sobre el hecho de que hay, sobre la tierra, un solo cuerpo, sobre la Unidad del cual está fundada la bendición, y que cada cristiano tiene el deber de mantener esta Unidad. La propia voluntad puede desear que sea de otro modo; no así la gracia, ni la obediencia a la Palabra. Pueden levantarse dificultades. Nosotros no tenemos, esto es verdad, un centro apostólico, como lo había en Jerusalén, pero nuestro recurso, es la acción del Espíritu en la Unidad del cuerpo — la acción de la gracia que sana, del don que ayuda — es más la fidelidad del Señor que, en su gracia, prometió no dejarnos ni jamás abandonarnos.

El caso de Jerusalén, en el capítulo 15 de Hechos, es una prueba que la Iglesia escrituraria jamás pensó en la acción independiente en cuál se insistía, ni la hubo aceptado. La acción del Espíritu Santo se ejercitaba y se ejercita siempre, en la Unidad del cuerpo. La disciplina dirigida por el apóstol en Corinto (y quien nos une como siendo la Palabra de Dios) concernía, en cuanto a su alcance, a la Iglesia de Dios en su totalidad, y todos son tomados en cuenta al principio de la epístola.

¿Alguien se atreverá a pretender que, si el malo debía judicialmente ser echado fuera en Corinto, cada iglesia tenía que juzgar si debía recibir a este hombre? Entonces el acto judicial no habría contado para nada; ¡luego tenía efecto sólo en Corinto, y las asambleas de Efeso, de Cencrea, etc, podían, después de eso, hacer lo que les parecía! ¿Que se hace del acto solemne y la dirección del apóstol? ¡Pues bien! Esta autoridad y esta dirección están ahora para nosotros en la Palabra de Dios. Sé muy bien que se dirá: a buena hora, puede que la carne actúe y que usted no siga algo conveniente a esta Palabra. Esto es posible, en efecto. Es posible que la carne pueda actuar; pero estoy seguro que todo aquello que niega la unidad de la Iglesia, todo lo que se establece sobre una base de la propia voluntad, todo lo que se organiza en cuerpos independientes —todo esto es la disolución de la Iglesia de Dios, algo anti escriturario, y nada más que de la carne . Antes de ir más lejos, el asunto es entonces juzgado por mí. Hay un remedio; este remedio precioso de almas humildes, es la ayuda llena de gracia del Espíritu de Dios en la Unidad del cuerpo, y también el amor de los cuidados fieles del Señor. Pero también está la voluntad presuntuosa que se establece sobre una base independiente, despreciando así, y negando la Iglesia de Dios.

Repito aún que es un miserable sofisma (falsedad), acusar de pretensión a la infalibilidad, cuando se ejerce, en un espíritu de gracia y de humildad, una autoridad divinamente instituida. Repito que el sistema por el cual se quiere reemplazar esta autoridad, tiene como carácter el espíritu presuntuoso de la Independencia, que rechaza totalmente la autoridad de la Escritura en lo que enseña con respecto a la Iglesia, y que, finalmente, exalta al hombre en el lugar de Dios.

4.3 - Asamblea de Dios, o asociación voluntaria

Una segunda cuestión se une a la que acabamos de tratar. Se pregunta: ¿dónde pues está la Asamblea de Dios? — Respondo que es evidente que allí dónde están dos o tres reunidos, forman una asamblea ; y, si están reunidos escrituralmente, son una asamblea de Dios. Si son la única asamblea reunida en un lugar, formarán la asamblea de Dios en aquel lugar. No obstante, en práctica, rehúso tomar este último título, porque « la asamblea de Dios tiene un lugar» que abraza propiamente a todos los santos de este lugar; y que, tomando este título, las almas podrían correr el riesgo de perder de vista la ruina de la Iglesia y de empezar de nuevo a desear ser algo. Añado que, en el caso supuesto más elevado, el título no es falso. Aun más, si existe una asamblea y que está edificada, sobre la base de la voluntad del hombre, otra independiente de ésa, será la única que, moralmente, a los ojos de Dios, será la asamblea de Dios, y la segunda no podrá de ningún modo llevar este título, porque está establecida sobre el principio de la independencia de la Unidad del cuerpo.

Rechazo de manera muy formal, y sin ninguna vacilación, todo sistema independiente (lo único que es en realidad el fondo de todo este asunto), lo rechazo como anti-escriturario, como un mal efectivo y muy evidente. En nuestros días cuando la Unidad del cuerpo ha sido puesta en evidencia, y donde esta Unidad es reconocida como la verdad escrituraria, tal sistema es simplemente una obra de Satanás. Ignorar la verdad es una cosa, y es, de muchas maneras, nuestra común recompensa. Oponerse a la verdad es otra cosa.


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