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Artículos breves sobre la Iglesia o Asamblea

La enseñanza de la Palabra de Dios sobre lo que es la Iglesia o Asamblea


person Autor: Hamilton SMITH 29

flag Tema: La Iglesia o la Asamblea


1 - La Iglesia anunciada proféticamente –Mateo 16:1-18 y 18:15-20

1.1 - La importancia del tema de la Iglesia

Tal vez no hay ningún pasaje en las Escrituras que nos dé un sentido tan profundo del valor de la Iglesia en el corazón de Cristo como Efesios 5:25 que nos dice que «Cristo amó a la iglesia y se entregó sí mismo por ella». No abandonó simplemente su reino y su trono con todos sus derechos y glorias terrenales; se entregó a sí mismo. Si entonces Cristo amó a la Iglesia con un amor tan grande, podemos tomarnos la molestia de tratar de saber qué es la Iglesia, quién la compone y por qué es tan valiosa a sus ojos. ¿Cuáles son sus privilegios, sus responsabilidades y su glorioso futuro?

Además, la Iglesia es el principal interés de Cristo en la tierra –el tema de todas las operaciones actuales de Dios. Durante el período entre la venida del Espíritu Santo en Pentecostés y la venida de Cristo en el arrebato, Dios no trata directamente con el mundo, ya sea judío o gentil; Él atrae a un pueblo del mundo para formar la Iglesia para el cielo (Hec. 15:14). Si ignoramos los pensamientos de la Escritura en cuanto a la verdad del gran misterio relativo a Cristo y la Iglesia, no somos capaces de disfrutar inteligentemente de la comunión cristiana, de ejercer el servicio del Señor, ni siquiera de cumplir con los deberes ordinarios de la vida, porque cuando examinamos las epístolas, vemos que en el cristianismo el carácter de todo deriva de Cristo y de la Iglesia.

1.2 - ¿Qué término usar? ¿Iglesia o Asamblea?

Tal vez sea una buena idea empezar definiendo lo que queremos decir con el término «Asamblea». La palabra «Iglesia» se utiliza en tantos contextos diferentes que el término se ha vuelto extremadamente ambiguo. Sin embargo, en el original, no hay ambigüedad. La palabra griega se usa 150 veces en el Nuevo Testamento. En la versión inglesa autorizada (KJV) solo se traduce correctamente tres veces por la palabra «Asamblea», y en todos los demás casos por la desafortunada palabra «Iglesia». En la traducción del Nuevo Testamento de Tyndale, que es la base de la versión autorizada, la palabra griega es correctamente traducida por la palabra «Congregación»; pero en la versión inglesa autorizada de 1611, el rey James insistió, por razones políticas, en que se usara la palabra «Iglesia»; la versión revisada lamentablemente conservó esta palabra. En la traducción de J. N. Darby se utiliza la palabra «Asamblea», y esta es sin duda la traducción simple y correcta. El contexto debe decidir quien forma la Asamblea, pero esto no presenta ninguna dificultad real, ya que en el Nuevo Testamento, aparte de dos pasajes, la palabra invariablemente se refiere a la Asamblea de Dios. Cabe mencionar que estas dos excepciones se encuentran en los Hechos de los Apóstoles. En el capítulo 7:38, la palabra «asamblea» se refiere a Israel, y debe ser traducida como «asamblea»; se refiere a la congregación de Israel en el desierto, y no está relacionada con la Asamblea de Dios del Nuevo Testamento. La otra ocurrencia se encuentra en Hechos 19, donde la palabra «asamblea» se usa tres veces refiriéndose a una asamblea de gentiles como muestra el contexto. [1]

[1] NdT. Como lo muestra la explicación de este párrafo, el término «Asamblea» sería el más adecuado para hablar del conjunto de los redimidos por Cristo para ser su Cuerpo. Sin embargo, utilizaremos el término «Iglesia» por razones de coherencia con otros artículos publicados.

Cuando se utiliza la palabra «Iglesia», siempre debemos entender que estamos hablando de una asamblea de personas, y que la Asamblea de la que estamos hablando es la Iglesia de Dios.

Después de estos comentarios introductorios, pasemos a Mateo 16.

1.3 - Mateo 16

En este importante pasaje, tenemos la primera revelación sobre la Iglesia. La Persona de Cristo es presentada como la prueba del sistema judío a punto de desaparecer, y como el fundamento de la nueva estructura que Cristo iba a edificar: Su Iglesia, la Asamblea.

1.3.1 - La creciente incredulidad de Israel hasta la completa oscuridad

Una gran crisis había estallado en el camino del Señor. Un testimonio perfecto del Mesías había sido dado en medio de Israel. Se habían dado señales, se habían hecho milagros y se habían cumplido profecías. La más alta perfección moral, en palabra y en vida, había sido manifestada ante los hombres, acompañada de amor, de gracia y de simpatía en abundancia para todos, sin distinción ni límite. Pero todo fue en vano. La incredulidad, el desprecio, la hostilidad a muerte de los conductores solo aumentaba con cada nueva manifestación de gracia. Finalmente, todo llegó a un punto crítico con la gran pregunta de prueba: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos dijeron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que Jeremías, o alguno de los profetas» (Mat. 16:13-14).

La respuesta muestra que, a pesar del perfecto testimonio, los hombres solo eran capaces de adelantar opiniones o especulaciones ociosas que los dejaban en una incertidumbre desesperada. El hecho de que los hombres se contentaran con especular sobre Cristo y permanecieran en la incertidumbre era una prueba solemne de que no tenían ningún sentido de necesidad y ninguna fe. Un sentido de la necesidad les habría dado discernimiento, y la fe les habría llevado a certezas. Además, todas sus especulaciones no servían de ninguna manera para acercarlos a la verdad. Esto demuestra la total incapacidad del hombre, como tal, para discernir la gloria de Cristo, incluso en las circunstancias más favorables y en presencia del propio Hijo de Dios.

En los primeros versículos del capítulo, esta incredulidad alcanza un pico. Los fariseos y los saduceos, que se odiaban voluntariamente, están unidos en su aún mayor odio contra Cristo. Los ritualistas y racionalistas de la época se unieron para tentar al Hijo de Dios, y ambos revelaban su total ceguera en relación con la gloria de su Persona pidiendo una señal del cielo (Mat. 16:1). Como alguien dijo: “La incredulidad es tal que puede entrar en la presencia de la plena manifestación de Dios, puede mirar una luz más brillante que el sol al mediodía y aún así pedirle a Dios que le proporcione una vela“. Nada podía poner más claramente de manifiesto su total rechazo a Cristo que esta petición de una señal. Habían rechazado a Cristo, y ahora, después de una larga paciencia, son rechazados por Cristo. Esta es una generación malvada y adúltera para la que solo había un signo: el signo de Jonás, que habla de un juicio inminente. El Señor revela su carácter, pronuncia su trágico destino, los abandona y se va (Mat. 16:4). ¡Momento solemne para Israel! El Señor de gloria estaba allí; el Dios que hizo el cielo y la tierra estaba en medio de ellos, lleno de gracia y de verdad, pero las tinieblas no le comprendían (Juan 1:5). Comenzó su ministerio de amor y gracia al venir a habitar en la tierra de Neftalí, para que se pudiera decir que «el pueblo sentado en tinieblas ha visto gran luz, y a los que vivían en la región de sombra de muerte, luz les ha resplandecido» (Mat. 4:16). Pero las tinieblas no podían entender la luz; el mal rechazó su bondad, y el odio repelió su amor. Por eso leemos estas tristes y solemnes palabras: «Y dejándolos, se fue» (16:4). Los dejó en la oscuridad y bajo la sombra de la muerte.

1.3.2 - Por gracia, consejos divinos más profundos son desarrollados

Pero, ¿la maldad del hombre agota la gracia de Dios? ¡Nunca! Por el contrario, se convierte en una oportunidad para desplegar los consejos más profundos de su corazón y los propósitos aún más grandes de la gracia. El rechazo de Israel ha dado paso a la revelación de la Iglesia. Había llegado el momento de dar la primera indicación de este gran secreto, hasta ahora oculto en Dios.

La pregunta que había sido una prueba para todos los hombres se hizo entonces a los discípulos: «¿Y vosotros, quién decís que soy?» (Mat. 16:15). Simón Pedro respondió inmediatamente: «¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo!». Qué diferente fue esa respuesta de las opiniones ociosas de los hombres. La fe de Pedro podía haber sido débil, porque el Señor acababa de decir «Hombres de poca fe» (16:8), pero era una fe viva, una fe que discernía la gloria de la Persona de Cristo y la confesaba con la mayor certeza.

1.3.3 - la revelación (por el Padre) del Señor como Hijo de Dios antes de la revelación de la Iglesia

Inmediatamente después de esta confesión, tenemos la revelación de la Iglesia. El Señor levanta el velo que a través de las edades había ocultado los eternos consejos de Dios, y en una breve frase muestra que la gloria de su persona como Hijo de Dios implica profundidades mucho más allá de cualquier dominio terrenal, por muy glorioso que sea.

«Bienaventurado eres», respondió el Señor a Simón, «porque no te lo ha revelado carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Yo también te digo a ti, que tú eres Pedro [o una piedra], y sobre esta Roca edificaré mi Iglesia; y las puertas del hades no prevalecerán contra ella» (Mat. 16:17-18). Aquí, entonces, tenemos una doble revelación. Primero es la revelación del Padre. La carne y la sangre, como hemos visto, no podían discernir la gloria del Mesías. Solo por una revelación del Padre celestial podría un hombre en la tierra discernir que Cristo era el Hijo del Dios vivo –un título que implica que el Hijo es Aquel en quien está la vida y el poder de dar vida. Se ha dicho con razón que, como Hijo del Dios vivo, “hereda el poder de la vida en Dios a quien nada puede vencer o destruir”.

1.3.4 - La revelación por el Hijo del gran secreto de la Iglesia que va a edificar

Pero una segunda revelación sigue inmediatamente –una revelación del Hijo, porque el Señor dice: «Yo también te digo». El Padre había revelado la gloria del Hijo a Simón Pedro, y sobre la base de la confesión que seguía a esa revelación, el Hijo también reveló a Pedro el gran secreto, nunca antes revelado al hombre, de que el Señor iba a edificar sobre esta roca una estructura completamente nueva que Él llama «Mi Iglesia». Aquí, entonces, tenemos la base de la Iglesia. Está construida sobre una base sólida y divina –la Persona del Hijo del Dios vivo.

Estas son, en efecto, verdades que la carne y la sangre no podían revelar. Cuando Dios comunicó la ley, Moisés y los ángeles estaban a la altura de la tarea; pero en lo que respecta a la gloria del Hijo, y los consejos de Dios sobre la Iglesia, es solo del Padre y del Hijo que la Revelación debe venir primero. Pasamos a una esfera donde la carne y la sangre, como tales, no pueden comunicar ni recibir.

1.3.5 - La Iglesia es la de Cristo y es para Cristo

Además, vemos el propósito de la Iglesia. Fue creada para la gloria y el gozo de Cristo. Primero aprendemos que la Iglesia es de Cristo. Puede decir que es «Mi Iglesia». El primer gran pensamiento no es que Cristo es para la Iglesia, sino que la Iglesia es para Cristo. La esposa del Cantar de los Cantares, pensando primero en su propia necesidad, exclama: «Mi amado es mío» (2:16); pero finalmente es llevada a ver todo desde el punto de vista del Esposo, y entonces, con gran alegría, puede decir: «Yo soy de mi amado, y conmigo tiene su contentamiento» (7:10). Aquí también, en esta primera gran revelación de la Iglesia, todo se ve desde Cristo como el centro. El Padre comienza con su gloria, y la Iglesia es vista como para Él, Cristo –es su Iglesia.

1.3.6 - La Iglesia está construida con piedras vivas

Además, aprendemos algo de la estructura de la Iglesia. Se construiría con piedras vivas, y Pedro sería una de esas piedras. El día memorable en que Andrés fue a buscar a su propio hermano Simón y «lo llevó a Jesús» (Juan 1), el Señor anunció que Simón tendría un nuevo nombre, y que se llamaría Cefas, lo que se interpreta como «una piedra». Cristo, como Hijo del Dios vivo, era la Roca sobre la que se construye la Iglesia; Pedro era una piedra, sacando su vida de Cristo, y destinada a ser parte del edificio de esta nueva estructura.

Luego se nos instruye sobre la construcción de la Iglesia. En el momento de esta revelación, la Iglesia era todavía futura, ya que el Señor dijo: Yo «edificaré» (Mat. 16:18). Además, la obra sería enteramente la obra de Cristo, y por lo tanto completamente perfecta, ya que el Señor dice: «Yo edificaré». Ni madera, ni heno, ni rastrojo serían introducidos en la Iglesia de Cristo, pero solo las piedras vivas tendrían su lugar en la construcción edificio de Cristo.

1.3.7 - La Iglesia tiene una estabilidad que puede resistir a todo el poder de la muerte

Es por eso que el Señor puede hacer esta gran declaración con respecto a su Iglesia que «las puertas del hades no prevalecerán contra ella».

Eso habla de la estabilidad de la Iglesia. Las puertas de hades significan el poder de la muerte que ejerce Satanás. A través del pecado, el hombre ha quedado bajo el dominio de la muerte, un poder terrible que arroja la gloria del hombre al polvo. Pero precisamente en el mundo donde nada ha resistido al poder de la muerte, el Señor dice de antemano que establecerá su Iglesia sobre la cual las puertas del hades no tendrán ningún poder; y esto se llevará a cabo porque estará fundada sobre el Hijo del Dios vivo. Todo lo demás en este mundo se ha basado en Adán, un hombre mortal, e hijos de hombres mortales. Pero nada puede vencer el poder de la vida en Dios, ya sea esa vida en Dios, en Cristo, o en aquellos a quienes Él comunica la vida. La Iglesia de Cristo está hecha de piedras vivas, no de hombres mortales. Está construida sobre Cristo, el que hereda una vida que nada puede destruir, y construida de piedras que poseen esa vida y por lo tanto son superiores a todo el poder de la muerte.

1.3.8 - La comprensión de lo que es la Iglesia está ligada a la confesión de la gloria del Hijo de Dios

El Hijo del Dios vivo es el fundamento eterno de la Iglesia. Por lo tanto, no puede haber una verdadera comprensión de la Iglesia hasta que la gloria del Hijo sea vista y confesada, y cuanto más entendamos su gloria, más apreciaremos la singularidad de la Iglesia.

En este pasaje introductorio, tenemos la revelación de la Iglesia; se nos instruye:

  • en cuanto a los cimientos sobre los que se edifica la Iglesia,
  • en cuanto al propósito para el que es edificada,
  • en cuanto al carácter de los que componen el Edificio,
  • en cuanto a Aquel que construye y
  • en cuanto a la eterna estabilidad de esta nueva y divina Estructura.
1.3.9 - La revelación de la Iglesia en Mateo 16 es solo parcial

Todavía no se dice nada del Cuerpo de Cristo ni de la Esposa de Cristo. Tampoco se dice nada de la exaltación de Cristo ni de la venida del Espíritu. Todas estas grandes verdades tan vitales para la formación de la Iglesia serán reveladas a su debido tiempo, pero en esta primera comunicación, la vida es el gran pensamiento: la vida en el Dios vivo, la vida en el Hijo y la vida comunicada a los que componen la Iglesia: una vida contra la cual el poder de la muerte no puede prevalecer.

A su debido tiempo, Pedro revelará otras verdades valiosas sobre la Iglesia de Cristo. Nos dirá cómo crece el edificio, mientras que las piedras vivas son añadidas a Cristo la Piedra Viva, y con qué gran fin somos edificados una Casa espiritual. Juan también, desde su prisión insular (de Patmos), nos dará una visión de la Iglesia cuando se haya añadido la última piedra y que el edificio será manifestado en gloria como la Nueva Jerusalén. Entonces veremos finalmente que, aunque hecha en el tiempo, la Iglesia de Cristo está destinada a la eternidad, y aunque edificada en la tierra, será manifestada en el cielo.

1.4 - Mateo 18:15-20

Hay otro pasaje en Mateo donde el Señor se refiere a la Iglesia. Mateo 18:15-20 nos enseña dos verdades de inmensa importancia para la Iglesia. En primer lugar, el Señor nos enseña cómo el mal puede ser excluido de la Iglesia, y en segundo lugar, cómo su presencia puede ser asegurada en la Iglesia.

1.4.1 - ¿Cómo eliminar el mal de la Iglesia?

La Iglesia atraviesa un mundo malvado, y mientras esté en la tierra, la carne permanece en los que la componen; por lo tanto, las ofensas ocurren en la tierra, e incluso un hermano puede pecar contra un hermano. Pero el Señor nos enseña cómo tratar al culpable. Si se niega a escuchar a la Iglesia, puede incluso llevar a que su pecado sea atado a él y a su exclusión de la compañía del pueblo del Señor en la tierra; y si se arrepiente, su pecado puede ser desatado de él por su readmisión entre el pueblo del Señor. Esta solemne acción en la tierra para atar y desatar –si se toma correctamente– se ratifica en el Cielo. Las Epístolas a los Corintios dan un ejemplo solemne de estas dos acciones.

1.4.2 - Las solicitudes en la tierra concedidas por el cielo. Actos ratificados en el cielo

Sin embargo, surgen muchas dificultades para las cuales no tenemos ni la sabiduría ni el poder dentro de nosotros para hacer frente. Pero tenemos un recurso; podemos recurrir al Padre en oración, y el Señor nos asegura que «si dos de vosotros estáis de acuerdo en la tierra sobre cualquier cosa que pidáis, les será concedido por mi Padre que está en los cielos» (Mat. 18:19). Aquí tenemos dos afirmaciones que a primera vista parecen tan sorprendentes que podemos preguntarnos cómo se pueden hacer estas cosas. ¿Cómo puede ser que los actos en la tierra sean ratificados en el cielo, y las peticiones en la tierra sean concedidas por el cielo? ¿Qué hace posible tales cosas? Solo una lo puede, la presencia del Señor en medio de los suyos pueblo reunidos en su nombre. «Porque», dice el Señor, «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (v. 20). Está presente para confirmar sus actos. Está presente para guiar y responder a sus oraciones.

1.4.3 - ¿Cómo se puede asegurar la presencia del Señor? Dos o tres reunidos a su nombre

Su presencia, sin embargo, se promete solo a dos o tres reunidos en Su nombre. ¿Qué significa eso? En primer lugar, la promesa es dada a «dos o tres», palabras que, por supuesto, se aplican al día más brillante de la historia de la Iglesia, pero que se adaptan tan felizmente a un día de debilidad en el que el número de los reunidos en Su Nombre en un lugar determinado puede reducirse al mínimo.

Los «dos o tres» no se encuentran simplemente, son «reunidos». Esto implica un poder que reúne. Hay algo que los atrae juntos, ¿qué es? Es haber comprendido el alcance de Su Nombre, ya que estamos reunidos a Su Nombre, no «en Su Nombre» como dicen algunas versiones, lo que simplemente significaría que estamos reunidos por Su autoridad. Su nombre expresa todo lo que es, y es el hecho de haberlo comprendido mutuamente en la gloria de su Persona lo que nos reúne. Estamos atraídos por lo que hemos encontrado en él. Él es el vínculo poderoso y perfectamente suficiente. Puede haber grandes diferencias de edad, de posición social, de educación, de nacionalidad, de inteligencia, de crecimiento espiritual y de don, pero ninguna de ellas forma el vínculo de la Iglesia. La Iglesia no es un encuentro de creyentes jóvenes o de más edad, o de personas con ideas afines, sino de personas que son atraídas juntas por lo que han descubierto en Cristo, tal como lo presenta su Nombre. La Iglesia no tiene ningún otro vínculo, rechaza cualquier otro vínculo y, al estar reunida de esta manera, el Señor promete estar en medio, aunque solo se reúnan dos o tres.

1.4.4 - La naturaleza y el efecto de su presencia

No estamos reunidos hacia Él mismo, sino a Su Nombre. El pasaje distingue entre Él y su Nombre. Estar reunido a su nombre presupone su ausencia, pero asegura su presencia. En tal reunión, Él está realmente presente, no físicamente, sino en espíritu. Cuando estaba en la tierra, podía hablar de sí mismo como el Hijo del hombre que está en el cielo, físicamente en la tierra, pero en espíritu en el cielo. Ahora es el Hijo del hombre en el cielo, pero en espíritu en la tierra en medio de los suyos cuando son reunidos a su nombre. Está presente para respaldar el proceso de disciplina y dar efectividad a las oraciones de los suyos.

2 - La Iglesia en su existencia práctica –Hechos 1 al 9

2.1 - La formación práctica de la Iglesia, no la doctrina relacionada con ella

A medida que continuamos trazando los pensamientos de Dios sobre la Iglesia tal como se presentan en su Palabra, encontramos que los primeros capítulos del libro de los Hechos nos llevan un paso más allá que Mateo 16. En Mateo 16 la Iglesia fue anunciada proféticamente. En los Hechos 1 al 9, es formada y vista en su existencia real. No se trata todavía de la doctrina enseñada por el Espíritu, porque el tiempo para esto no había llegado todavía, y el hombre que debía ser el vaso elegido para desplegar el misterio de Cristo y de la Iglesia [Pablo] no había sido llamado todavía.

2.2 - Hechos 1: Los dos hechos característicos del cristianismo: Cristo, hombre en la gloria y el Espíritu Santo habitando en la tierra

La muerte de Cristo es la base de toda bendición para los hombres, ya sea para los santos del Antiguo Testamento, o para los que componen la Iglesia, o para Israel restaurado en los tiempos venideros. Pero la formación de la Iglesia era dependiente de otros dos eventos de inmensa importancia. Cristo resucitado debía ascender como Hombre en la gloria, y el Espíritu Santo –Persona Divina– debía venir a la tierra. El Hombre en la gloria y el Espíritu Santo que habita en la tierra son los dos grandes hechos distintivos del período cristiano. No se produjeron en épocas pasadas, y no marcarán las épocas venideras; dan el carácter completo de la época actual.

En Hechos 1 vemos el cumplimiento del primero de estos grandes eventos. Los discípulos reciben las últimas instrucciones del Señor resucitado, y «fue elevado viéndolo ellos; y una nube lo recibió y lo ocultó a su vista» (v. 9). Cristo como hombre fue recibido en la gloria. Por supuesto, al hablar de esta manera, nunca olvidamos que es una persona divina, «sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos» [Rom. 9:5]. Pero fue como hombre que ascendió al cielo (Hec. 1), y como Hijo del hombre que fue visto en el cielo por Esteban el mártir (Hec. 7).

2.3 - Hechos 2: El Espíritu Santo vino del cielo y bautizó en un solo cuerpo, el Cuerpo de Cristo. Esto tuvo lugar antes de que la doctrina fuese dada

En Hechos 2 tenemos el cumplimiento del segundo de estos grandes eventos. El Espíritu Santo fue recibido en la tierra de acuerdo con la palabra de Juan 7:39, que vincula la venida del Espíritu Santo con la glorificación de Cristo. Los discípulos estaban «todos juntos en el mismo lugar» (v. 1), esperando, según la palabra del Señor, el bautismo del Espíritu Santo. Mientras esperaban, el Espíritu Santo vino «del cielo» y llenó toda la casa donde estaban sentados; y no solo eso, sino que cada uno de ellos fue llenado individualmente con el Espíritu Santo. Así, por un solo Espíritu, todos fueron «bautizados… en un solo cuerpo» (1 Cor. 12:13). Aquí, entonces, el «Cuerpo único» se convirtió en un hecho real: ese Cuerpo del cual Cristo es la Cabeza en el cielo, y los creyentes, los miembros en la tierra. El hecho no estaba revelado todavía, ni podría serlo, ya que el Cuerpo está compuesto por creyentes judíos y creyentes gentiles, y por lo tanto la revelación de la verdad del Cuerpo solo se dio cuando los creyentes gentiles fueron bautizados en el Cuerpo de Cristo por el Espíritu Santo (véase Hec. 10 y 11:16).

2.3.1 - Los que están reunidos son creyentes y son añadidos a la Iglesia

Después del bautismo mediante el Espíritu, muchos judíos y prosélitos fueron convencidos, creyeron en Cristo, fueron bautizados y recibieron el perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo. Leemos además que «fueron añadidas en aquel día como tres mil almas» (Hec. 2:41). Luego el último versículo del capítulo nos dice quién los añadió y a qué fueron añadidos. Fue el mismo Señor quien los añadió, y fueron añadidos a la Iglesia (2:47). Por primera vez, se nos permite ver al Señor formar su Iglesia según su anuncio profético en Mateo 16: «Edificaré mi iglesia». El final del versículo, «los que iban siendo salvos», no implica que fueran incrédulos o que se añadieran para ser salvados. La nación, habiendo rechazado a Cristo, iba a ser juzgada, pero los que creían y fueron bautizados serían salvados de ese juicio, y eran ellos los que el Señor añadía a la Iglesia. Fueron añadidos al Señor (11:24) antes de ser añadidos a la Iglesia (2:47). Insistir en esto es de suma importancia porque el catolicismo y sus seguidores atribuyen la salvación al hecho de pertenecer a la Iglesia, en lugar de hacer de la Iglesia el Conjunto de los salvados. Al principio del capítulo, solo creyentes fueron constituidos en Iglesia por el bautismo del Espíritu Santo, y al final del capítulo solo creyentes fueron añadidos a la Iglesia por el Señor.

2.3.2 - Ya reunidos en uno, no nos unimos a «una» iglesia, ni permanecemos aislados

Aquí, entonces, la Iglesia es vista en su existencia real. «Todos los creyentes estaban juntos» (Hec. 2:44). Así que vemos el cumplimiento de la palabra de Caifás sobre Cristo cuando dijo que Jesús iba a morir para «reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Juan 11:52). Había hijos de Dios antes de esa época, pero estaban dispersos y aislados. Cristo, por su muerte, iba a reunirlos, no solo para salvarlos, para que estuvieran juntos en el Cielo (como ya eran hijos de Dios, ya estaba hecho), sino que iba a reunirlos «en uno». Esto era algo completamente nuevo en la tierra. No era nuevo que hijos de Dios existieran en la tierra. No era algo nuevo que hijos de Dios estuvieran en camino al cielo. Había sucedido en la época de Enoc y en la época de Job, y a lo largo de los días de antaño, aunque no sabíamos mucho al respecto. Pero el hecho de que los hijos de Dios estuvieran reunidos en uno era algo completamente nuevo. Y esta es la verdad que los hijos de Dios son todavía tan lentos para comprender. Nos vemos como santos aislados, como si viviéramos antes de la cruz. Al ser salvados, nos inclinamos a pensar que depende de nosotros, dentro de nuestras capacidades, elegir a qué «iglesia» nos uniremos o si incluso nos uniremos a alguna. Pero al razonar de esta manera, no vemos que Él ya nos ha agregado a la Iglesia (si hemos venido al Señor), y por lo tanto no puede haber ninguna cuestión de permanecer en aislamiento, ni de unirse a «una» iglesia. La sola idea de unirse a «una» iglesia traiciona la ignorancia de la verdad de «la Iglesia».

2.3.3 - Los reunidos en una unidad visible. Los recursos para continuar

Además, no solo los santos han sido reunidos en uno, sino que, al estar reunidos, Dios les da ampliamente los recursos para que continúen juntos en una unidad visible.

Primero, tenemos la enseñanza de los apóstoles, por la cual los santos fueron guiados a toda la verdad de Dios e instruidos en la mente de Dios en cuanto a su camino en la tierra. Esta instrucción, dada oralmente al principio, fue luego establecida para los santos de todos los tiempos en las epístolas inspiradas.

En segundo lugar, tenemos la comunión de los apóstoles que fluye de la doctrina (o: enseñanza) de los apóstoles (Hec. 2:42). Esta comunión, como sabemos, es la comunión a la que todos los cristianos están llamados –la comunión del Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor (1 Cor. 1:9). El Hijo de Dios es el centro y el objeto de esta comunión.

En tercer lugar, la comunión de los apóstoles lleva al partimiento del pan, la expresión formal y suprema de la comunión, la que llama al recuerdo de la muerte de Cristo, por la cual los hijos de Dios fueron completamente separados del mundo y reunidos en uno solo.

Por último, la oración, por la cual, como santos, somos mantenidos en una actitud de dependencia de Dios, reconociendo que su gracia está disponible para nosotros, y que necesitamos constantemente venir en plena libertad al trono de la gracia para recibir misericordia y encontrar gracia para tener una ayuda en el momento oportuno (Heb. 4:16).

Desafortunadamente, estos recursos divinos han sido casi totalmente descuidados, resultando en la división y dispersión del pueblo de Dios. La cristiandad ha sustituido en gran medida la doctrina de los apóstoles por su propia tradición; ha formado «comuniones» en torno a hombres dotados, o puntos de vista particulares, en lugar del Hijo de Dios; ha pervertido el partimiento del pan convirtiendo un acto de recuerdo en un medio de gracia ceremonial; ha convertido la oración en una mera formalidad. Sin embargo, en los primeros días de los Hechos, los creyentes «perseveraban» en la doctrina de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en la oración; y mientras continuaran de esta manera, permanecerían juntos en una unidad visible.

2.4 - Lo que quedaba por manifestar: el carácter celestial de la Iglesia, la unión del Cuerpo y de la Cabeza –El rechazo del testimonio del Espíritu Santo

Vimos en Hechos 2 cómo el Señor mismo construyó su Iglesia con piedras vivas sobre la Roca. Pero todo esto sucede en la tierra; todavía no hay rastro del carácter celestial de la Iglesia o de su glorioso destino en los consejos de Dios. No hay una palabra hasta ahora de la unión del Cuerpo en la tierra con la Cabeza en el Cielo. Esta «unión» era todavía un secreto que no se revelaría a su debido tiempo, pero lo que es manifestado en los primeros capítulos de los Hechos es la «unidad». No necesariamente una unidad material, sino una unidad moral, marcada por el gozo y la unidad de corazón. Había un evento más que cumplir antes de que se revelara el carácter y la vocación celestiales de la Iglesia. La copa de la culpabilidad de Israel tenía que ser llenada hasta el borde. Ya la nación había rechazado y crucificado a su Mesías; pero ahora el Espíritu Santo había venido, con la última oferta a la nación culpable. ¿Resistirían al Espíritu como ya habían rechazado al Mesías?

2.5 - Hechos 7: Después del rechazo del Mesías en la tierra, el rechazo del testimonio del Espíritu Santo (la lapidación de Esteban)

Cuando el Señor ascendió al cielo según Hechos 1, los discípulos «seguían mirando fijamente al cielo y veían cómo se alejaba». Inmediatamente dos ángeles se pararon junto a ellos y dijeron: «¿por qué estáis mirando al cielo? Este Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, volverá del mismo modo que lo habéis visto subir al cielo» (v. 10-11). Los ángeles desvían sus miradas del cielo, de ahí donde Jesús se había ido, y vuelven sus ojos a la tierra a la que volvería. A primera vista, uno puede preguntarse: ¿No fue algo bueno mirar al cielo donde está Cristo? Sí, en su momento será bueno, pero aún no había llegado el momento de levantar la vista. Y cuando escuchamos a Pedro predicar a la nación, podemos entender por qué los pensamientos de los discípulos tenían que permanecer un poco más en la tierra. Porque Pedro dijo a la nación culpable: «Arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados, para que vengan tiempos de alivio de la presencia del Señor, 20 y para que él envíe a Jesucristo, que previamente os fue designado» (Hec. 3:19-20). Este fue el último mensaje de gracia para la nación culpable, proclamado por el Espíritu Santo que bajó a la tierra y que fue enviado por Cristo ascendido al cielo. Si se arrepentían, Jesús volvería a la tierra. De hecho, rechazaron categóricamente este testimonio del Espíritu Santo. Habían sido traidores y asesinos de su propio Mesías. No podían matar al Espíritu Santo (que no había tomado un cuerpo), pero podían matar al hombre lleno del Espíritu Santo, y eso es lo que hicieron apedreando al testigo Estaban.

2.5.1 - El rechazo de la última oferta de gracia da lugar a un cambio de dispensación. Los caminos de Dios pasan de la tierra al cielo

El rechazo de la nación de esta última oferta de gracia provocó un cambio completo de dispensación. De ahora en adelante, todo se terminó con ellos, y el centro de todas las operaciones de Dios se trasladó de la tierra al cielo. De acuerdo con este cambio, Esteban, lleno del Espíritu Santo, miró al cielo, y ningún ángel estuvo allí para preguntarle por qué miraba hacia arriba. El tiempo de Dios había llegado para que su pueblo desviara su mirada de la tierra al cielo. Y no solo levantó los ojos, sino que su espíritu bendito fue recibido. El primero de la larga lista de mártires es recibido en el cielo. Ahora el pueblo de Dios ya no pertenece a la tierra de la que Cristo fue rechazado, sino al cielo donde Cristo fue recibido. El cielo es su hogar, y Cristo está allí para recibirlos en esa morada. Si el mundo no quiere a Cristo, no es un lugar para los Suyos, y si el Cielo ha recibido a Cristo, entonces se abre un nuevo lugar para los suyos, y es en ese nuevo lugar donde los recibe.

2.5.2 - El cambio de dispensación = gran cambio en los caminos de Dios. En esta ocasión, todos y cada uno son revelados

Hechos 7 es un gran cambio en los caminos de Dios. Desde el momento en que el testimonio de Estaban es rechazado, las grandes características de la dispensación son puestas en evidencia. En la escena final de este capítulo todo y todos son revelados según al verdadero carácter de la dispensación cristiana:

  • La nación culpable de Israel es vista en su absoluto rechazo de Cristo y su inveterada resistencia al Espíritu Santo.
  • El mundo es visto en su verdadero carácter de rechazador de Cristo y perseguidor de sus santos.
  • El cielo es visto abierto para revelar a Cristo en la gloria, y para recibir a los santos.
  • Cristo es visto como Hombre en gloria sosteniendo a sus santos probados en la tierra y recibiéndolos en el cielo cuando se duermen.
  • El Espíritu Santo es visto como una Persona Divina en la tierra, llenando a un hombre [Esteban] en la tierra y llevándolo a mirar a Cristo en el cielo.
  • Y finalmente, este santo (Esteban) lleno del Espíritu es presentado como un hombre en la tierra que saca todos sus recursos del Hombre en la gloria, y al hacerlo, se transforma en su semejanza de gloria en gloria [2 Cor. 3:18], de modo que, como su Maestro, ora por sus asesinos y confía su espíritu al Señor. Así, mientras que un hombre en la tierra se apoya en el Hombre en la gloria, Él, el Hombre en la gloria, está representado por un hombre en la tierra. Después de haber combatido y terminado su combate, el bendito espíritu de Esteban partió para estar con Cristo, mientras que su pobre y magullado cuerpo se durmió esperando una gloriosa resurrección.
2.5.3 - No hay cambio por parte de Dios, de Cristo, del Espíritu Santo y del mundo

Desde que Esteban murió apedreado, el mundo siempre ha sido fiel a su carácter. Había rechazado a Cristo; luego persiguió a los santos; siempre lo ha hecho desde entonces, en diferentes medidas y grados. Puede ser religioso –lo era entonces y lo sigue siendo hoy– pero la religión no cambia su carácter. En efecto, cuanto mayor es la profesión religiosa del mundo, más intenso es su odio y más implacable su persecución a los santos. La historia da testimonio de su inmutable hostilidad contra Cristo y los suyos.

El Cielo no ha cambiado su actitud hacia los hijos de Dios. Estaba entonces abierto a ellos; todavía está abierto a ellos; y a través de esta puerta abierta, todavía podemos mirar a la gloria donde está Jesús, y desde donde el amor de Cristo sigue fluyendo sobre sus santos.

Entonces, en realidad, no hay ningún cambio del lado de Cristo. Podemos mirar hacia arriba y decir: «Tú permaneces» y «tú eres el mismo» (Hebr. 1:11-12). Toda la gracia, el poder y la sabiduría del Hombre en la gloria están todavía tan disponibles para apoyar a los suyos como cuando Esteban fue tan felizmente sostenido en su martirio.

Del lado del Espíritu Santo también, no hay cambio. Vino de Cristo en la gloria para llevarnos a Cristo en la gloria. Y esta es siempre su manera de hacer.

¡Pero cuánto han cambiado los creyentes! Cuán pocos de nosotros hemos permanecido fieles a nuestro carácter de santos. Cuánto hemos afligido al Espíritu, y así, en vez de mirar fijamente al cielo, hemos mirado a la tierra. Nos hemos vuelto terrenales, si no mundanos. Como resultado, no hemos recibido mucho apoyo del Señor, y el poder del Espíritu apenas se ha manifestado, por lo que solo hemos sido pobres representantes del Hombre en la gloria.

2.5.4 - Hechos 7 da el carácter de la presente dispensación y abre el camino al ministerio de Pablo

Pero a pesar de todos los defectos, el cuadro de Hechos 7 permanece en toda su belleza para recordar a nuestros corazones el verdadero carácter de la dispensación. Pero hace más; prepara el camino para el ministerio de Pablo con su rico despliegue de la Iglesia un solo Cuerpo de Cristo, la Cabeza, resucitado en el cielo.

2.6 - Hechos 9 va más allá: unión íntima de los santos en la tierra con Cristo en el cielo

En la historia de Esteban, aprendemos, por supuesto, que los discípulos de Cristo resucitado pertenecen al cielo. Pero en la historia de la conversión de Pablo en Hechos 9, aprendemos no solo que los santos pertenecen al cielo, sino que los santos de la tierra están unidos a Cristo en el cielo. En su viaje a Damasco, Saulo, que respiraba «todavía amenazas y muerte contra los discípulos del Señor», fue echado a tierra por una luz del cielo y escuchó la voz de Cristo en la gloria diciendo: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? La voz no dijo “los míos”, ni siquiera “nosotros”, sino «me (yo)». “Los míos” implicaría una compañía de personas que pertenecen a Cristo, lo cual es cierto, pero que no es toda la verdad. “Nosotros” implicaría una compañía de personas asociadas a Cristo, lo cual es cierto, pero no la verdad completa. Este «me» implica una compañía de personas unidas a Cristo, y de una manera tan íntima que tocarlas es tocar a Cristo.

El martirio de Esteban y la persecución que siguió presentan al mundo en su verdadero carácter de perseguidor de los santos; pero en la conversión de Saulo aprendemos la verdad adicional de que persiguiendo a los santos, el mundo persigue a Cristo. La Iglesia es una con Cristo en el cielo, y él es perseguido en sus miembros. Como se ha dicho, esta es “la expresión más fuerte de nuestra unión con él, el hecho de que considera al miembro más débil de su cuerpo como parte de sí mismo”. En Hechos 2 y 4, los santos reunidos eran «un corazón» y «un alma» (4:32), lo que presenta una hermosa expresión de unidad; pero aquí se revela la verdad más profunda de su íntima unión con Cristo, su Cabeza exaltada en el cielo, y entre ellos como miembros de su Cuerpo en la tierra.

Israel, después de haber crucificado al Mesías, rechazado a Cristo en la gloria y resistido al Espíritu Santo en la tierra, es completamente apartado por el momento, mientras que la Iglesia, formada en la tierra, pero destinada a la gloria, se convierte en el testigo de Dios en el mundo. Pablo fue el recipiente elegido para desplegar, a través de la enseñanza divina en sus epístolas, las grandes verdades sobre Cristo y la Iglesia.

3 - La Iglesia en los consejos de Dios –Efesios 1 y 2:1-10

3.1 - Mateo 16Hechos 1 a 9Efesios 1Efesios 2:1-10Efesios 2:11-22 –La doctrina de la Iglesia está en toda su plenitud en la Epístola a los Efesios

En Mateo 16 tenemos la proclamación profética de la Iglesia por el mismo Señor; en los Hechos tenemos el relato histórico de la formación de la Iglesia a través del ministerio de los apóstoles; y en las Epístolas tenemos la enseñanza divina sobre la Iglesia a través del Espíritu Santo. La Epístola a los Efesios presenta esta enseñanza, esta doctrina, en toda su plenitud.

El capítulo 1 presenta los consejos de Dios en cuanto a Cristo y a la Iglesia. Somos llevados a antes de la fundación del mundo para encontrar la fuente de todas nuestras bendiciones en el propósito eterno de Dios; somos transportados a la plenitud de los tiempos para ver la herencia de la gloria cuando todos los consejos de Dios se cumplan. En Efesios 2:1-10, tenemos la obra de Dios en nosotros, en vista de sus consejos para nosotros; en esta obra él da vida a las almas muertas, las resucita con Cristo, y las hace sentarse en Cristo en los lugares celestiales.

En Efesios 2:11-22, tenemos los caminos de Dios para nosotros, en el tiempo, para llevar a cabo sus consejos para nosotros en la eternidad. Está lo que Dios ha establecido para nosotros, lo que ha trabajado en nosotros, y lo que hace con nosotros. Él trabaja en nosotros para que podamos ser vivificados junto con Cristo; obra con nosotros para que podamos ser reunidos para ser un solo Cuerpo, encajados juntos para ser un templo santo en el Señor, y edificados juntos para ser una morada de Dios por el Espíritu.

3.2 - Efesios 1 –Desarrollo del propósito de Dios

Sin embargo, es fácil entender que la Epístola tenía necesariamente que comenzar con el desarrollo del propósito de Dios; porque si no conocemos sus planes para la eternidad, no entendemos sus caminos en el tiempo. Podemos quedar perplejos por la forma en que un padre cría a su hijo hasta que conocemos su propósito para el niño. Si nos atenemos al principio de la epístola (1:1-10), vemos la Iglesia presentada en relación con el consejo y la obra de Dios. La obra del hombre y sus responsabilidades no tienen cabida en este pasaje. Todas las cosas son diseñadas por Dios, y todas las cosas son hechas por Dios; y siendo de Dios, todas las cosas son perfectas.

3.2.1 - Efesios 1:3-7 –Los consejos de Dios para sus santos individualmente

Los versículos 3-7 desarrollan los consejos de Dios para sus santos individualmente –los que forman la Iglesia. En este gran pasaje, vemos el carácter de nuestras bendiciones, la fuente de nuestras bendiciones, el fin que Dios tiene en mente y los medios para lograr ese fin. En cuanto al carácter de nuestras bendiciones, es importante recordar que son espirituales, y celestiales, y en Cristo, ya que estamos tan inclinados a buscar bendiciones materiales, terrenales y en relación con Adán. La realización del verdadero carácter de nuestras bendiciones debe tener un efecto inmenso en nuestro testimonio. ¿Cuál es el propósito de la gran masa de lo que hoy se llama el sacerdocio?

¿No es principalmente hacer a los creyentes morales en lugar de espirituales, para mejorar su posición terrenal en lugar de llamarlos del mundo al cielo, y para mejorar al primer hombre en lugar de llevarlos a la nueva posición en Cristo? Dios forma nuestro carácter y nuestro testimonio enseñándonos el verdadero carácter de nuestras bendiciones y llevándonos a disfrutar de ellas.

3.2.1.1 - Efesios 1:3-4a –Elegidos antes de la fundación del mundo

En cuanto a la fuente de todas nuestras bendiciones, leemos: «el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo… nos escogió en él antes de la fundación del mundo» (1:3-4). Todas nuestras bendiciones tienen su fuente en el consejo del corazón del Padre. Descubrimos que su corazón estaba unido a nosotros antes de la fundación del mundo. Y se alegra de que lo sepamos; y amando al Padre, consideramos uno de nuestros más excelentes privilegios que nos haya revelado los secretos de su corazón. Ser elegido en Él antes de la fundación del mundo implica que hubo una elección independiente de la escena de la creación. Por lo tanto, el propósito de Dios para nosotros no puede depender de nada que hayamos hecho o podamos hacer. Nos encontramos en un mundo de dolor y prueba, oposición y persecución, pero el propósito de Dios no puede ser alterado por nada que estemos llamados a atravesar en el tiempo. El diablo tratará de usar las dificultades del camino para hacer que nuestros corazones se eleven en la desconfianza de Dios y para hacernos dudar de la realidad de su amor. Pero aquí se nos permite ver que el amor del Padre está detrás de todo, y que antes de la fundación del mundo, su amor estaba unido a nosotros para nuestra bendición eterna cuando el mundo ya no exista. Cuánto esto fortalece el alma en su camino por el mundo, porque nada de lo que sucede según los caminos de Dios en el tiempo puede tocar los consejos de amor que han sido establecidos en la eternidad y para la eternidad.

3.2.1.2 - Efesios 1:4b –Santos e irreprochables ante él en amor

Además (1:4b), no solo somos llevados a antes de la fundación del mundo para encontrar la fuente de todas nuestras bendiciones en el corazón de Dios, sino que somos llevados en espíritu para ver el fin de todos los consejos de Dios en la gloria. De esta manera aprendemos que Dios quiso tener a los santos ante él en una condición adecuada: «santos e irreprochables delante de él en amor» –santos en carácter, irreprochables en conducta, y en amor en cuanto a la naturaleza. Nada menos puede convenir al corazón de Dios; pues si Dios quiere tener ante él a personas en una condición adecuada a él, deben estar en una condición semejante a él. Solo lo que es como Dios es adecuado para Dios. Dios es santo de carácter, intachable en todos sus caminos, y amor en su naturaleza. Y es en esta condición que se ha propuesto tenernos para que pueda tener sus delicias en nosotros y nosotros podamos tener nuestras delicias en Él. Nada menos sería apropiado para su corazón, y nada menos nos haría felices en su presencia. Ninguna cuestión de carácter, de conducta o de naturaleza se planteará en esta escena para contaminar nuestra alegría en Dios o su satisfacción en nosotros. Y lo que se logrará entonces en plenitud, es trabajado ahora en nuestras almas por el Espíritu, si, en el poder del Espíritu, buscamos responder aquí abajo lo que seremos en perfección allá arriba.

3.2.1.3 - Efesios 1:5 –Una relación de hijo

Además (1:5), no solo somos elegidos para estar en una condición adecuada para Dios, sino que estamos predestinados a disfrutar de la relación de hijos ante el Padre. Los ángeles, sin duda, estarán ante Dios en una condición adecuada para Dios, pero están allí en la posición de siervos. Nosotros hemos sido traídos a la relación de hijos. Este es el privilegio especial al que estamos predestinados según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia.

3.2.1.4 - Efesios 1:6-7 –La gloria de su gracia… Las riquezas de su gracia

Además, para cumplir el propósito de Dios, teníamos que ser redimidos y obtener el perdón de los pecados a través de la sangre de Cristo, según las riquezas de su gracia. El apóstol vinculó (1:5-6a) la predestinación con «la gloria de su gracia», ahora vincula (1:7) la redención con «las riquezas de su gracia». Nuestra gran necesidad se satisface con las riquezas de su gracia, pero la gloria de su gracia hace más; nos hace agradables (1:6) y nos da el lugar de hijos (1:5). Satisfacer las necesidades del hijo pródigo (Lucas 15) muestra cuán ricos eran los recursos de la gracia en la casa del Padre; pero darle el lugar de hijo hacía ver la gloria de la gracia en el corazón del Padre. En la Epístola a los Romanos, la muerte de Cristo se desarrolla plenamente como una respuesta a todo aquello de lo que éramos responsables, y así el apóstol exclama, «¡Oh profundidad de las riquezas, de la sabiduría y del conocimiento de Dios!» (Rom. 11:33). En los Efesios, el apóstol va más allá de nuestras responsabilidades y expande nuestros privilegios. Tenemos, pues, no solo las riquezas de su gracia (1:7), sino la gloria de su gracia (1:6a).

3.3 - Efesios 1:7-10 –Dios quiere darnos a conocer un secreto, el misterio de su voluntad = sus pensamientos sobre Cristo y la Iglesia

Después de desplegar el consejo del corazón del Padre en relación con los suyos en los primeros siete versículos, el apóstol pasa a nuevas maravillas. Nos revela la voluntad secreta del Padre sobre Cristo (1:9-10 ss.). Él ha satisfecho nuestros corazones desplegando los propósitos del amor (1:3-6), ha dado descanso a la conciencia (1:7) a través de la obra de la redención, –y así liberado, somos capaces de entrar en los pensamientos de Dios en relación con Cristo y la Iglesia.

Dios querría que conociéramos el misterio de su voluntad, de acuerdo con su beneplácito que se ha propuesto en sí mismo para la administración de la plenitud de los tiempos (1:9-10a). ¿Qué significa la palabra «misterio»? ¿Es algo que no podemos entender, o es algo misterioso o confuso? Lejos de eso. En la Escritura, un misterio es un secreto que no puede ser conocido hasta que es revelado por Dios, y cuando es revelado, solo puede ser conocido por los iniciados. Este misterio es según su agrado; es un secreto que alegra su corazón, pues concierne a Cristo. ¿Vamos a decir que no nos interesan los misterios, que dejamos estas cosas profundas a otros? Ciertamente no, porque eso significaría que nos contentaríamos con saber lo que Dios tiene en su corazón por nosotros, sin preocuparnos por lo que Dios tiene en su corazón por Cristo.

3.4 - Efesios 1:10 –La plenitud de los tiempos

Aquí el misterio se refiere a la «plenitud de los tiempos» –cuando Dios tendrá todas las cosas administradas según su mente: cuando todo lo que Dios ha instituido en otros tiempos, y que ha fallado tan completamente en las manos de los hombres, será administrado bajo Cristo en toda su plenitud. El gobierno, el sacerdocio y la realeza fueron instituidos por Dios en otros tiempos, pero solo terminaron en el colapso porque habían sido confiados a la responsabilidad del hombre. Pero llegará el momento en que todos ellos serán vistos en perfección y plenitud. Esto se realizará poniendo a Cristo a la cabeza de todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra. En este momento, Cristo está oculto; pero cuando venga en gloria, toda la confusión, el dolor y el desorden de este mundo habrá pasado. El reinado de Satanás llegará a su fin, el tiempo de la ceguera de Israel habrá terminado, el reino impío de las naciones gentiles terminará, el gemido de la creación (Rom. 8:22) se extinguirá, y la maldición será eliminada. Todo se realizará, no por la difusión del Evangelio, como algunos imaginan en vano, ni por nada que el hombre pueda realizar, sino solo por Cristo. Cuando establezca su trono –cuando reine– todo será administrado para el beneplácito de Dios.

3.4.1 - En el Antiguo Testamento, el futuro dominio de Cristo no era un misterio; en el Nuevo es más extenso

El Antiguo Testamento predice abundantemente «los padecimientos de Cristo y las glorias que los seguirían» (1 Pe. 1:11), y estas glorias, aunque lleguen hasta los confines de la tierra, seguirán siendo terrenales y no celestiales. Esto no es ningún secreto o misterio; por el contrario, los relatos de los profetas están llenos de brillantes descripciones del Reino terrenal. Sin embargo, cuando llegamos al Nuevo Testamento, Dios nos revela el gran secreto de que el dominio de Cristo tendrá una extensión inmensa más allá de los límites de la tierra, de modo que, como hombre, Cristo dominará no solo «de mar a mar, y desde el río hasta los confines de la tierra» (Sal. 72:8; Zac. 9:10), sino sobre todo el amplio universo de Dios hasta los límites de la creación; y Cristo será colocado muy por encima de todo principado, autoridad, poder, dominio y todo nombre que se nombra (1:21), no solo en este mundo, sino también en el venidero; y todas las cosas en el cielo y en la tierra estarán unidas bajo Cristo como Cabeza.

3.4.2 - Efesios 1:10 –Reunir todas las cosas en el cielo y en la tierra bajo Cristo

Dios ha abundado hacia nosotros en toda sabiduría e inteligencia (1:8) dando a conocer no solo su propósito para los suyos, sino los secretos de su corazón para Cristo; no solo su propósito para la tierra, sino sus secretos concernientes a todo el universo. Los cielos están ahora separados de la tierra, pero no siempre será así. Dios ha decidido unir el cielo y la tierra bajo Cristo como Hombre. Este es el misterio de su voluntad, pero no es todo el misterio. Porque el misterio concierne a «Cristo y a la Iglesia» (Efe. 5:32), no a Cristo solo, ni a la Iglesia sola, sino a Cristo y a la Iglesia. Esto nos lleva a la parte más asombrosa del misterio, a saber, que en el día de su dominio universal, Cristo tendrá una vasta compañía de personas salvadas del naufragio y de la ruina de este mundo caído, hechas a su semejanza como resultado de su propia obra, unidas a él por el Espíritu Santo, para compartir con él la gloria de su poder universal como su Cuerpo y su Esposa.

3.4.3 - Efesios 1:11-14 –Lo que es el gran misterio

El resto de este capítulo pone esta otra verdad ante nosotros. El apóstol continúa: «en quien también fuimos hechos herederos» (1:11). En los versículos 11 y 12 habla de los creyentes judíos, en el versículo 13 de los creyentes gentiles, y en el versículo 14, hablando de «nuestra herencia», se refiere a los creyentes judíos y gentiles juntos.

Así, este gran misterio es “Cristo y la Iglesia unidos en la bendición celestial y el dominio sobre todo lo que Dios ha hecho”.

Cristo reinará sobre Israel, sobre los gentiles, sobre todo el universo, pero nunca se dice que él reinará sobre la Iglesia. Cristo, en efecto, siempre será supremo; pero siendo para alabanza de su gloria, la Iglesia reinará con él.

3.5 - Efesios 1:15-23 –Oración del apóstol

3.5.1 - La excelente grandeza del poder hacia nosotros (1:19) producirá los frutos de estas gloriosas verdades

La oración del apóstol, que cierra el capítulo, lo deja mucho más claro. Habiendo desplegado la esperanza del llamado en los versículos 3-7, y la herencia en los versículos 8-14, ahora el apóstol ora

para que sepamos estas cosas, y además para que podamos conocer la grandeza del poder hacia nosotros (1:19) que dará fruto a estas gloriosas verdades. Este poder se ejerció resucitando a Cristo de entre los muertos (1:20), colocándolo «por encima de todo» (1:21) y sometiendo «todas las cosas bajo sus pies» (1:22). Pero mientras que es dado a Cristo como hombre, de ser Jefe (Cabeza) sobre todo, él es Cabeza (Jefe) a la Iglesia (1:22) que es su Cuerpo, la plenitud de Aquel que llena todas las cosas (1:23). Aquí, la Iglesia es vista como el Cuerpo de Cristo, no en los caminos de Dios en la tierra, sino según los consejos de Dios en gloria.

3.5.2 - Los consejos de Dios para los individuos y para la Iglesia en su conjunto

Al principio del capítulo, tenemos el despliegue de los consejos de Dios para las personas que componen la Iglesia; y al final del capítulo, tenemos los consejos de Dios para la Iglesia en su conjunto, como un Cuerpo. Somos llevados a un tiempo en que el Cuerpo, completo en gloria, será unido con la Cabeza en su dominio sobre todas las cosas.

3.5.3 - La figura de Adán y Eva. ¿Qué significa la plenitud?

Adán y Eva presentan un tipo de Cristo y de la Iglesia. Eva no fue colocada directamente en el dominio de este mundo inferior, pero Adán sí lo fue. Es verdad que Dios les dijo «Fructificad… y dominad» (Gen. 1:28), pero en realidad Adán fue colocado en el dominio antes de que Eva fuera formada. La creación animal fue traída a Adán para recibir nombres; él estaba en relación con todo como jefe (cabeza) sobre todo; y por asociación con Adán, Eva ha compartido su dominio.

De esta manera, la Iglesia, por asociación con Cristo, participará en el dominio universal sobre toda la creación. Y así como se dice que Eva fue la ayuda que correspondía a Adán –su contraparte– se dice que la Iglesia es la plenitud de Aquel que todo lo llena. Fuera de la Iglesia, Cristo no estaría completo. Como se ha dicho, “Como Hijo de Dios, no necesita nada para completar su gloria, pero como Hombre, necesita algo. Sin la Iglesia no estaría más completo en su gloria de resurrección de lo que Adán lo estaría sin Eva”.

4 - La Iglesia en los caminos de Dios –Efesios 2:11-22

En la primera parte de la Epístola a los Efesios (Efe. 1 y Efe. 2:1-10), la Iglesia es presentada en relación con Cristo en la gloria, según los consejos de Dios. Esto abre el camino para una visión muy diferente de la Iglesia, –su formación y su testimonio en la tierra según los caminos de Dios.

Hay una gran diferencia entre los consejos de Dios para la gloria y los caminos de Dios en la tierra. Comprendiendo esta distinción, veremos que la Iglesia no solo tiene un destino glorioso como unida con Cristo en el cielo, según el propósito eterno de Dios, sino que también tiene una existencia en la tierra, y un gran lugar en los caminos de Dios aquí abajo. Es este aspecto de la Iglesia el que se nos presenta en Efesios 2:11-22.

4.1 - Antigua posición privilegiada de los judíos en la tierra (Efe. 2:11-12)

Para que entendamos este aspecto tan importante de la Iglesia, el apóstol nos recuerda la posición especial que ocupaba Israel en los días anteriores a la cruz. En esa época, había una distinción muy clara entre judíos y gentiles. En los caminos de Dios en la tierra, los judíos gozaban de un lugar privilegiado en los caminos de Dios, donde los gentiles estaban completamente alienados. Israel era una comunidad terrenal con promesas y esperanzas terrenales. Estaban externamente relacionados con Dios. Su culto religioso, su organización política, sus actividades diarias, sus asuntos domésticos, todo, desde el más alto acto de culto hasta el más pequeño detalle de la vida, estaba regulado por las ordenanzas de Dios. Era un gran privilegio del que los gentiles, como tales, no tenían parte. No es que los judíos fueran mejores que los gentiles, porque a los ojos de Dios la gran masa de los judíos era tan mala como los gentiles, y aún peor para algunos; por otro lado, había gentiles que eran individualmente hombres verdaderamente convertidos, como Job por ejemplo. Pero en sus caminos en la tierra, Dios separaba Israel de los gentiles y les daba un lugar especial de privilegio exterior; incluso si eran inconversos (como era el caso de la mayoría), era un gran privilegio que todos sus asuntos se resolvieran de acuerdo con la perfecta sabiduría de Dios. Los gentiles no tenían tal posición en el mundo. No tenían el reconocimiento público de Dios. Sus asuntos no se regían por las ordenanzas de Dios. Y las ordenanzas que gobernaban la vida de los judíos eran precisamente las que separaban estrictamente a los judíos de los gentiles.

Así, los judíos tenían en la tierra un lugar de proximidad exterior con Dios, mientras que los gentiles estaban exteriormente lejos, sin ninguna conexión reconocida con Dios en el mundo.

Pero Israel no ha estado a la altura de sus privilegios. Se han desviado de Jehová por los ídolos. Los mandamientos y ordenanzas de Dios, que les habían dado su posición única, fueron completamente dejados de lado. Finalmente, crucificaron a su Mesías y resistieron al Espíritu Santo. Como resultado, perdieron su lugar privilegiado en la tierra por el momento, y fueron desposeídos de sus tierras y dispersados entre las naciones.

4.2 - Un nuevo círculo de bendición que incluye a los gentiles: Los que son acercados por la sangre de Cristo (Efe. 2:13)

Esta separación de Israel abrió el camino para el maravilloso cambio que tuvo lugar en los caminos de Dios en la tierra. La asombrosa mirada al pasado que da el Espíritu de Dios en los versículos 11 y 12 no hace sino acentuar el contraste, pues tras el rechazo de Israel, Dios continuó sus caminos poniendo a la Iglesia en el punto de mira y así estableció un círculo de bendición totalmente nuevo, totalmente fuera de los círculos judíos y gentiles.

Este nuevo comienzo ha dado la oportunidad a la gracia de Dios de extenderse de manera muy especial a los gentiles. El llamado se dirige a los gentiles, sin excluir a los judíos de este nuevo círculo de bendición, ya que, como veremos, la Iglesia está formada por creyentes tanto judíos como gentiles.

Pero si los gentiles van a ser llevados a los invaluables privilegios y bendiciones del nuevo círculo –si los gentiles deben tener una participación en la Iglesia– debe ser sobre un terreno de justicia. Por eso la cruz se introduce inmediatamente (2:13). La cruz ya ha sido mencionada en Efesios 1 en relación con el cumplimiento de los consejos de Dios. Aquí en Efesios 2, se habla de la cruz en relación con los caminos de Dios en la tierra. Por la sangre de Cristo, los pecadores entre los gentiles son acercados a Dios, habiendo sido traídos desde el distanciamiento donde el pecado los había puesto a un lugar de proximidad. No se trata de una mera proximidad exterior, hecha de ordenanzas y de ceremonias, sino de una proximidad vital que solo se expresa plenamente en el propio Cristo, resucitado de entre los muertos y apareciendo por nosotros ante el rostro de Dios. Así dice: «Pero ahora en Cristo Jesús... habéis sido acercados a él por la sangre de Cristo» (2:13). Si nuestros pecados nos alejan, la sangre preciosa no solo nos limpia de nuestros pecados, sino que hace mucho más: nos acerca. La sangre de Cristo saca a relucir la enormidad del pecado que requirió tal precio; proclama la santidad de Dios que no podía ser satisfecha con un precio menor, y revela el amor infinito que pudo pagar ese precio.

4.3 - Una novedad: judíos y gentiles hechos uno (Efe. 2:14)

Pero esto, por muy necesario que haya sido en la formación de la Iglesia, no constituye en sí mismo la Iglesia. La Iglesia no es simplemente un número de individuos «acercados», como será el caso de todos los santos de todos los tiempos. Se necesitaba más; no solo los individuos debían ser «acercados», sino que los creyentes judíos y gentiles debían ser «hechos uno» (2:14). Esto también, la cruz de Cristo lo ha logrado. Aquí es donde Cristo rompió la barrera entre judíos y gentiles. La enemistad entre judíos y gentiles provenía de las ordenanzas que excluían a los gentiles de participar en ella. Por estas ordenanzas, los judíos podían acercarse a Dios de manera externa mientras que los gentiles no podían. Pero por la cruz, Cristo abolió la ley de las ordenanzas (2:15) como medio para acercarse a Dios, y abrió un nuevo camino para acercarse por su sangre. Los judíos que se acercan a Dios sobre la base de la sangre han terminado con las ordenanzas judías. Los gentiles salen de su alejamiento de Dios, los judíos de su cercanía privilegiada, y ambos son hechos uno en el disfrute de una bendición común ante Dios, la cual nunca antes había sido poseída por ninguno de ellos. Los creyentes gentiles no son elevados al nivel del privilegio judío. Los judíos no son degradados al nivel de los gentiles. Ambos son llevados a un terreno completamente nuevo a un nivel inmensamente más alto.

4.4 - Más que un acercamiento de individuos judíos y gentiles: un solo nuevo hombre (Efe. 2:15)

Pero ni siquiera esto expresa toda la verdad de la Iglesia. Si el apóstol se hubiera detenido aquí, habríamos visto a los creyentes acercados por la sangre y siendo uno por el hecho de que toda enemistad fue eliminada, y nos habríamos quedado solo con el pensamiento de que somos hechos un círculo en feliz unidad. Ahora bien, esto es cierto, pero está lejos de la verdad completa sobre la Iglesia. Así que el apóstol va más allá y nos dice que no solo somos «acercados», no solo «hechos uno», sino que somos hechos «un hombre nuevo» (2:15), «un solo cuerpo» (2:16), que somos habitados por «un solo Espíritu» a través del cual tenemos acceso al Padre (2:18). Esto, en efecto, presenta la plena verdad de la Iglesia –el Cuerpo de Cristo– que, en los consejos de Dios, se forma en la tierra.

Dios no solo salva las almas de entre los judíos y los gentiles sobre la base de la sangre; no solo las reúne en unidad, sino que las forma para ser un Nuevo Hombre del cual Cristo es la Cabeza gloriosa; los miembros del Cuerpo son creyentes, y el Espíritu Santo es el poder que une. Esto es mucho más que la unidad, es una unión. La Iglesia no es simplemente una compañía de creyentes en feliz unidad, sino una compañía de personas que son miembros de Cristo y miembros unos de otros en íntima unión. Y el Nuevo Hombre no solo es nuevo en un momento dado, sino que es de un orden completamente nuevo. Antes de la cruz, como hemos visto, había dos hombres, el judío y el gentil, odiándose mutuamente y siendo enemigos de Dios. Pero ahora, en los maravillosos caminos de Dios, «Un Nuevo Hombre» ha venido a la existencia –un Nuevo Hombre que abraza a todos los santos de la tierra unidos por un solo Espíritu a Cristo, la Cabeza, resucitado y exaltado.

4.5 - Efesios 2:16-18 –Tres grandes verdades

En relación con la formación de la Iglesia de Dios en la tierra, el apóstol se refiere a tres grandes verdades: la reconciliación con Dios, la proclamación de la paz a los pecadores y el acceso al Padre para los santos.

4.5.1 - La reconciliación (Efe. 2:16)

Primero, judíos y gentiles son reconciliados con Dios en un solo cuerpo (2:16). Dios no quería que los gentiles se mantuvieran a distancia de él o que los judíos estuvieran en una posición de mera proximidad exterior, sino a una distancia efectiva comparable a la de los gentiles.

Dios tampoco quería que los judíos y los gentiles se mantuvieran alejados unos de otros. Por eso, en la cruz, obró tan maravillosamente para que ambos se acercaran a él, y ambos sean acercados el uno al otro, formados en un solo Cuerpo, en el que Dios puede mirar con placer. La cruz mató la enemistad entre los creyentes judíos y gentiles, así como la enemistad que una vez existió entre ellos y Dios. Nada puede expresar la eliminación completa de la enemistad más perfectamente que el hecho de que los creyentes judíos y gentiles sean formados en «un solo cuerpo». Este versículo no dice «un hombre nuevo», porque incluye a Cristo la Cabeza, y ningún pensamiento de reconciliación puede ser atribuido a Cristo. Son los que componen el Cuerpo los que necesitan reconciliación, no la Cabeza.

4.5.2 - El Evangelio predicado a los gentiles (Efe. 2:17)

La segunda gran verdad es que el evangelio de la paz se proclama (predica) a los gentiles que estaban lejos y a los judíos que estaban cerca del punto de vista de su privilegio. Entendemos bien la introducción de la predicación en un pasaje que muestra cómo se forma la Iglesia en la tierra. Sin la cruz, no habría predicación, y sin predicación no habría Iglesia. Aquí se ve a Cristo como el predicador (el que anuncia), aunque el evangelio que predica (anuncia) sea proclamado por otros que actúan como instrumentos. Leemos acerca de los discípulos que «Ellos, saliendo, predicaron en todas partes, con la colaboración del Señor» (Marcos 16:20).

4.5.3 - El acceso de todos al Padre (Efe. 2:18)

Una tercera verdad constituye una gran bendición. Por un solo Espíritu, todos tenemos acceso al Padre, tanto judíos como gentiles. La distancia no solo se elimina del lado de Dios, sino que también se elimina de nuestro lado. A través de la obra de Cristo en la cruz, Dios puede acercarse a nosotros, anunciando la paz; y a través de la obra del Espíritu en nosotros, podemos acercarnos al Padre. La cruz nos da el derecho de acercarnos; el Espíritu nos hace capaces de hacer uso de nuestro derecho y acercarnos al Padre de manera práctica. Pero si el acceso es a través del Espíritu, entonces es obvio que no hay lugar para la carne. El Espíritu excluye la carne en todas sus formas. No accedemos al Padre a través de edificios, de rituales, de órganos, de coros o de una clase especial de hombres. Todos estos medios carnales que impresionan tanto al hombre natural, son en realidad poderosos obstáculos contra cualquier acceso al Padre. Es a través del Espíritu, pero aún más, es a través de «un solo Espíritu»; por lo tanto, en la presencia del Padre, todo está en completo acuerdo. Como bien dice un himno, “No habrá ningún sonido discordante”.

4.5.4 - Poner de lado la carne para que el Espíritu sea libre

Las reuniones de iglesia de bajo nivel ¿no vienen del hecho solemne de que nos hemos atrevido a traer la carne no juzgada a la presencia del Señor? O bien, reuniones felices se ven repentinamente perturbadas por un himno inadecuado o un ministerio fuera de lugar: es porque no todos somos guiados por un solo Espíritu. No hablo para llenar a nadie con un miedo enfermizo de introducir algo que apague el Espíritu y silencie la voz. Al contrario, que recuerden que su silencio puede ser tanto una intrusión de la carne como la prisa de los demás. Que todos se juzguen a sí mismos, y así vengan a la presencia del Señor. Entonces el Espíritu será realmente libre de dar acceso al Padre.

4.6 - Otras dos verdades: la Iglesia como templo santo y como habitación de Dios (Efe. 2:19-22)

Hasta ahora, hemos considerado la Iglesia como el Cuerpo de Cristo; pero en los caminos de Dios en la tierra, la Iglesia es considerada de otras maneras, dos de las cuales son presentadas en los últimos versículos del capítulo (2:19-22). En primer lugar, se considera a la Iglesia creciendo para ser «un templo santo en el Señor»; en segundo lugar, como una «morada de Dios».

4.6.1 - Un templo santo en el Señor, en crecimiento (Efe. 2:21)

Bajo el primer aspecto, la Iglesia es comparada con un edificio que crece gradualmente para convertirse en un templo santo en el Señor. Los apóstoles y los profetas forman el fundamento, Cristo mismo es la principal piedra del ángulo. A lo largo de la dispensación cristiana, los creyentes son añadidos piedra por piedra hasta que el último creyente es insertado en el edificio, y que el edificio siendo terminado, sea manifestado en gloria. Este es el edificio del que el Señor dice en Mateo 16: «Edificaré mi iglesia; y las puertas del hades no prevalecerán contra ella». Cristo es el constructor, no el hombre. Por eso todo es perfecto, y solo hay piedras vivas en esta estructura sagrada. Pedro nos da el significado espiritual de este edificio cuando nos dice que las piedras vivas son edificadas una Casa espiritual «para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios» por un lado, y para que «anunciéis las virtudes» de Dios por otro lado (1 Pe. 2:5, 9). En el Apocalipsis 21, Juan ve una visión del edificio terminado bajando del cielo de Dios e irradiando la gloria de Dios. De hecho, es de este glorioso edificio que los continuos sacrificios de alabanza se elevarán a Dios, y que un perfecto testimonio de las excelentes virtudes de Dios surgirá para el hombre.

4.6.2 - Una Habitación = Una Casa completa (Efe. 2:22)

Luego el apóstol, continuando con la figura de un edificio, presenta otro aspecto de la Iglesia (2:22). Él ya no ve a los santos como edificados en un Templo en crecimiento, sino como una Casa ya completa para ser una Morada de Dios por el Espíritu. Se considera que todos los creyentes en la tierra en un momento dado forman la Habitación de Dios. Pero el apóstol no solo dice, sois una «morada», sino estáis «edificados para morada». Es decir, la Habitación está compuesta por creyentes judíos y gentiles «edificados» juntos. La morada de Dios está marcada por la luz y el amor; por eso, cuando el apóstol llega a la parte práctica de la epístola, nos exhorta como hijos queridos a andar «en el amor» y a andar «como hijos de la luz» (Efe. 5:2, 8). La Casa de Dios es, por lo tanto, un lugar de bendición y de testimonio: un lugar donde los santos son bendecidos con el favor y el amor de Dios; y así bendecidos, se convierten en testigos para el mundo que los rodea. En los Efesios, la Habitación de Dios se presenta según los pensamientos de Dios, por lo que solo se considera lo que es verdaderamente de Dios. Otros pasajes de la Escritura muestran cómo la Habitación es corrompida lamentablemente entre nuestras manos, hasta que finalmente leemos que el juicio debe comenzar con la Casa de Dios (1 Pe. 4:17).

4.7 - Efesios 2: La triple presentación de la Iglesia: Cuerpo de Cristo + Templo + Morada de Dios

Así, en este capítulo, tenemos una triple presentación de la Iglesia. La Iglesia es vista como el Cuerpo de Cristo, formado por creyentes judíos y gentiles unidos a Cristo en la gloria, formando así un solo

Nuevo Hombre para el desarrollo de todo lo que Cristo es como el Hombre resucitado, Cabeza sobre todas las cosas. Porque recordemos que la Iglesia no es solo «un solo Cuerpo», sino que es «su Cuerpo», como leemos: «la Iglesia, la cual es su Cuerpo» (Ef. 1:23). Y como su cuerpo, es su «plenitud». Está llena de todo lo que él es para expresar todo lo que él es. La Iglesia –su Cuerpo– debe ser la expresión de su pensamiento, así como nuestro cuerpo provee la expresión de lo que está en nuestros pensamientos.

Entonces la Iglesia es un Templo en crecimiento compuesto por todos los santos de todo el período cristiano en el que los sacrificios de alabanza se elevan a Dios y las excelentes virtudes de Dios son manifestadas a los hombres.

Por último, la Iglesia es vista como un edificio completo en la tierra, compuesto por todos los santos en un momento dado, formando la Habitación de Dios para bendecir a su pueblo y dar testimonio al mundo.

5 - La Iglesia como Pablo la administra –Efesios 3

5.1 - Efesios 3 (la Iglesia, una novedad confiada a Pablo); entre Efesios 2 (la doctrina de la Iglesia) y Efesios 4 (la práctica basada en la doctrina)

Hemos visto la Iglesia según el consejo de Dios en la primera parte de la Epístola a los Efesios (cap. 1 y 2:1-10). También vimos a la Iglesia en los caminos de Dios en la tierra en Efesios 2:11-22. En el capítulo 3, la Iglesia es presentada en relación con la administración de Pablo. Todo el capítulo es un paréntesis. Efesios 2 presenta la doctrina de la Iglesia; Efesios 4 da las exhortaciones prácticas basadas en la doctrina. Entre la doctrina y las exhortaciones hay esa importante digresión del capítulo 3 en el que el Espíritu Santo presenta la administración especial, o servicio confiado a Pablo en relación con la verdad de la Iglesia.

5.2 - La verdad de la Iglesia convertida en una fuente de odio (Efe. 3:1-2)

En relación con este servicio, nos enteramos de que fue la insistencia sobre la verdad de la Iglesia lo que llevó al apóstol a los muros de una prisión. Esta gran verdad despertó el odio y la hostilidad particular de los judíos, ya que no solo consideraba a los judíos y a los gentiles en la misma posición ante Dios –muertos en sus faltas y pecados– sino que negaba completamente elevar a los judíos a una posición de mayor bendición que la de los gentiles.

5.3 - El apóstol conoció la verdad de la Iglesia por revelación divina. Ausente en el Antiguo Testamento, esta verdad era difícil de aceptar para los judíos (Efe. 3:3)

Se nos dice entonces por qué medios el apóstol adquirió su conocimiento de la verdad del misterio. No fue por comunicaciones de los hombres, sino por una revelación directa de Dios: «cómo, por revelación, el misterio me fue dado a conocer». Esto responde a una gran dificultad en relación con la verdad del misterio (véase Hec. 13:27, 29, 32, 35, 47; 17:2), y los judíos de Berea son específicamente recomendados porque estaban sondeando las Escrituras para ver si la palabra predicada por Pablo estaba de acuerdo con ellas (Hec. 17:11). Pero cuando el apóstol desarrollaba la verdad de la Iglesia, ya no podía usar el Antiguo Testamento como confirmación. Habría sido inútil para sus oyentes escudriñar las Escrituras para ver si las cosas eran así. La incredulidad de los judíos les hacía difícil aceptar muchas verdades presentes en sus Escrituras; un ejemplo es Nicodemo que no pudo captar la verdad del nuevo nacimiento (Juan 3). Pero aceptar algo que no estaba allí, algo que dejaba de lado todo el sistema judío que se encontraba allí, y que había existido con la aprobación de Dios durante siglos, –esto era una dificultad insuperable para los judíos como tales.

Muchos cristianos apenas pueden apreciar esta dificultad, ya que la verdad de la Iglesia está en gran medida oscurecida en sus mentes, si no totalmente perdida. Considerando a la Iglesia como el conjunto de todos los creyentes de todos los tiempos, no tienen dificultad en encontrar en el Antiguo Testamento lo que creen que es la Iglesia. Este ha sido el pensamiento de hombres piadosos como lo demuestran los títulos que han dado a muchos capítulos del Antiguo Testamento en la Versión Autorizada en inglés (KJV). Sin embargo, aceptemos la verdad de la Iglesia, tal como se desarrolla en la Epístola a los Efesios, e inmediatamente nos daremos cuenta de que esta dificultad solo puede superarse reconociendo el hecho de que la verdad de la Iglesia es una revelación totalmente nueva.

5.4 - Lo que es un misterio (Efe. 3:3-5)

Esta gran verdad que Pablo había recibido por revelación se llama «misterio» y se refiere en el versículo 4 (3:4) como «el misterio de Cristo». Al usar el término misterio, Pablo no está tratando de dar la idea de algo misterioso, en el sentido puramente humano de la palabra. En la Escritura, un misterio es algo que se ha mantenido en secreto antes, que solo podía ser conocido a través de la revelación, y que, una vez revelado, solo puede ser captado por la fe. El apóstol continúa explicando que este misterio no fue dado a conocer a los hijos de los hombres en el Antiguo Testamento, sino que ahora es dado a conocer por revelación a «sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu» (3:5). Los profetas de los que habla no son obviamente profetas del Antiguo Testamento, ni tampoco los de Efesios 2:20. En ambos casos, la orden es «apóstoles y profetas», no “profetas y apóstoles”, como sería de esperar si se hiciera referencia a los profetas del Antiguo Testamento. Además, el apóstol habla de lo que es revelado «ahora», en oposición a lo que se reveló antes.

5.5 - Lo que es el misterio de Cristo y de la Iglesia (Efe. 3:6)

¿Qué es este misterio? Ciertamente no es el Evangelio, ya que no estaba escondido en los siglos anteriores. El Antiguo Testamento está lleno de alusiones a la gracia de Dios y al Salvador venidero, aunque estas revelaciones apenas fueron comprendidas. Se nos aclara en el versículo 6 que esta nueva revelación es que «los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús mediante el evangelio». Los gentiles son hechos coherederos con los judíos, no en el reino terrenal de Cristo, sino en esa herencia mucho más grande descrita en Efesios 1 que incluye tanto las cosas del cielo como las de la tierra. Y aún más, los creyentes gentiles son formados con los creyentes judíos en un Cuerpo del cual Cristo es la Cabeza en el cielo. Además, participan juntos en la promesa de Dios en Cristo Jesús. Los gentiles no son elevados al nivel de los judíos en la tierra, ni los judíos se rebajados al nivel de los gentiles. Ambos son retirados de su posición anterior y elevados a un nivel inmensamente más alto, unidos el uno con el otro sobre una base completamente nueva y celestial en Cristo. Y todo esto es posible gracias al Evangelio que se dirige a ambos en un nivel común de culpa y de ruina total. Los tres grandes hechos mencionados en el versículo 6 se desarrollan en Efesios 1. La promesa en Cristo incluye todas las bendiciones desplegadas en los primeros siete versículos de este capítulo 1; la heredad se abre ante nosotros en los versículos 8-21, y el «mismo [único] cuerpo» en los versículos 22-23.

5.5.1 - Un misterio largamente ocultado

Así pues, el misterio puede enunciarse brevemente en un solo versículo (3:6), pero para captar la grandeza de la verdad y todo lo que implica requiere un ejercicio espiritual muy profundo. Alguien dijo: “Es maravilloso (asombroso) que los cristianos sean tan lentos para entender la magnitud del consejo de Dios… En general, estamos obligados a preocuparnos mucho más por los detalles de la vida cristiana que por los grandes principios de esa vida”. Al contemplar el misterio, somos llevados de vuelta antes de la fundación del mundo para encontrar su fuente en el corazón del Padre. Allí, todo fue concebido de acuerdo a su beneplácito. Allí también, este gran misterio ha permanecido oculto en Dios a través de los tiempos, hasta que, en los caminos de Dios, las cosas maduraran para que llegara el momento de revelarlo. Antes de que se llegara a ese momento, debían producirse grandes acontecimientos: el mundo debía ser probado y demostrado completamente arruinado; Cristo debía ser manifestado en carne y su obra de redención cumplida; debía resucitar de entre los muertos y sentarse en la gloria; y finalmente, el Espíritu Santo debía venir a la tierra.

5.5.2 - El rechazo del Mesías prometido demostró la completa ruina del hombre y el mundo fue dejado en la oscuridad y la muerte

La presencia de Cristo en la tierra fue la última y más grande prueba del hombre. Permaneciendo entre los hombres, lleno de gracia y verdad, «anduvo haciendo el bien» (Hec. 10:38). Manifestó poder por todos lados para aliviar al hombre de todo mal posible, ya sea el pecado, la enfermedad, la muerte o el diablo. Además, con un corazón lleno de compasión, manifestó una gracia que usó su poder en favor de los hombres pecadores. Por lo tanto, toda esta manifestación de la bondad de Dios solo sacó a la luz el odio absoluto del hombre por la perfecta bondad de Dios. Esta fue la demostración final de la completa ruina del hombre, judío o gentil. Los judíos, rechazando categóricamente al prometido Mesías, sellaron su destino diciendo: «No tenemos más rey que César» (Juan 19:15). Esto era la apostasía. Los gentiles probaron su total ruina usando el gobierno que Dios había puesto en sus manos para condenar al Hijo de Dios después de haberlo declarado judicialmente inocente. La cruz fue la respuesta del hombre al amor de Dios –la prueba final de que no solo es pecador, sino que es un pecador arruinado sin esperanza de sanar en sí mismo. ¿Qué ha pasado? Cristo, a quien el mundo rechazó, ascendió a la gloria, y el mundo cayó bajo el juicio. La luz del mundo fue quitada y el mundo quedó en las tinieblas. Al Príncipe de la vida le dieron muerte, y el mundo fue dejado en la muerte. La muerte y las tinieblas cubren toda la escena; judíos y gentiles por igual están muertos en sus faltas y pecados ante Dios.

5.5.3 - Partiendo de un mundo arruinado, en medio de judíos apóstatas y gentiles impíos, Dios hace una nueva creación: Almas vivificadas y redimidas son unidas en un solo Cuerpo con Cristo la Cabeza

¿No hay más esperanza para un mundo en ruinas? ¿Debe el mundo correr hacia el juicio con su vasta carga de almas arruinadas? ¿Ha sido el hombre derrotado por el pecado y la muerte? ¿Ha frustrado el diablo los designios de Dios, ha hundido al hombre en una ruina sin esperanza y ha triunfado sobre todo? En lo que respecta al hombre, solo hay una respuesta: Todo está arruinado, irremediablemente arruinado. La cruz prueba que no se trata de un mundo moribundo, sino de un mundo muerto, porque llegamos a esta conclusión: «Que uno murió por todos, entonces todos murieron» (2 Cor. 5:14). Pero en esta crisis suprema, cuando se alcanza el fin del mundo y su terrible historia de pecado termina en la muerte, entonces Dios vuelve a sus consejos eternos, actúa según su beneplácito, y a su debido tiempo revela los secretos de su corazón. Si el mundo está muerto, Dios vive, y el Dios vivo actúa según sus consejos. El mundo había puesto al Cristo de Dios en una cruz de vergüenza: Dios resucita a Cristo de entre los muertos y lo coloca en un trono de gloria; a su debido tiempo, en el gran día de Pentecostés, el Espíritu de Dios vino al mundo desde Cristo glorificado. Fue maravilloso cuando la tierra estaba desolada y vacía, cuando las tinieblas estaban sobre la faz del abismo y el Espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas (Gén. 1); pero mucho más maravilloso fue el día en que el Espíritu de Dios vino a un mundo que se había arruinado al expulsar la luz del mundo y dar muerte al Príncipe de la vida. ¿No podemos decir que una vez más «las tinieblas estaban sobre la faz del abismo», y una vez más «el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas»? Dios comenzó una nueva obra de creación basada, no en un hombre moribundo, sino en «Cristo, el Hijo del Dios vivo» –el principio de la creación de Dios (Apoc. 3:14).

En medio de un mundo de judíos apóstatas y gentiles impíos, Dios llama a una gran compañía de almas vivas, redimidas por la sangre y perdonadas según las riquezas de su gracia; y no solo las llama afuera de un mundo arruinado, sino que las une en un solo Cuerpo con Cristo su Cabeza en el cielo. No son del mundo del que Cristo fue rechazado, así como tampoco es del mundo (Juan 17:16), pero pertenecen al cielo donde está Cristo, su Cabeza resucitada y exaltada. Además, estarán asociados con Cristo en su gloriosa heredad cuando tenga el dominio sobre todo el universo creado por Dios, ya sea las cosas en el cielo o en la tierra.

5.6 - La administración del misterio confiada a Pablo (Efe. 3:7)

5.6.1 - Pablo único administrador del misterio. Es un don de la gracia ejercido a través del poder de Dios

Este es, pues, el gran misterio que en otros tiempos no fue revelado a los hijos de los hombres, pero que ahora ha sido revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu, y que nos ha sido comunicado a través del ministerio del apóstol Pablo. Porque el apóstol nos dice que fue hecho siervo (o ministro, administrador) de esa gran verdad (3:7). No es que no se revelara a los otros apóstoles –Pablo nos dice que sí– pero se le dio a él el servicio especial de administrar esta verdad a los santos. Por eso es que solo en las epístolas de Pablo encontramos un desarrollo de este misterio. La gracia de Dios dio este ministerio al apóstol (3:7b), y el poder de Dios le dio la capacidad de hacer uso de este don de gracia (3:7c). Los dones de Dios solo pueden ser usados en el poder de Dios.

5.6.2 - El efecto de la verdad del misterio en Pablo: Sentirse muy pequeño (Efe. 3:8a)

Además, el apóstol nos dice el efecto que esta gran verdad tuvo en él (3:8). En presencia de la grandeza de la gracia de Dios, ve que es el primero de los pecadores (1 Tim. 1:15); en presencia del inmenso panorama de bendiciones que despliega el misterio, siente que es menos que el menor de todos los santos (3:8). Cuanto más grandes son las glorias que se abren a nuestra visión, más pequeños nos volvemos en nuestros propios ojos. El hombre que tuvo la mayor comprensión de este gran misterio en todo su alcance, era el hombre que reconocía que era menos que el menor de todos los santos.

5.6.3 - La proclamación de las insondables riquezas de Cristo era parte de su ministerio (Efe. 3:8b)

Para cumplir su ministerio, el apóstol predicaba entre las naciones las insondables riquezas de Cristo (3:8). Pablo proclamó no solo la ruina irremediable del hombre, sino también las insondables riquezas de Cristo, riquezas que van más allá de toda suposición humana, y que llevan bendiciones sin límite. Si pudiéramos comprender sus riquezas hasta el final, no llegaríamos al límite de las bendiciones que estas riquezas nos otorgan.

5.6.4 - La predicación del Evangelio servía para iluminar la administración del misterio (Efe. 3:9)

La predicación del Evangelio [3:8b] era, sin embargo, con miras de la segunda parte del servicio de Pablo: sacar a la luz ante todos lo que es «la administración del misterio» (3:9). No solo sacar a la luz ante todos la verdad del misterio, sino la manera en que era administrado: mostrar a todos los hombres cómo el consejo de Dios de eternidad en eternidad es realizada en el tiempo a través de la formación de la Iglesia en la tierra, y así sacar a la luz en público lo que ha estado oculto en Dios desde el principio del mundo.

5.7 - Con la formación de la Iglesia en la tierra, Dios quiso mostrar su sabiduría tan diversa a todos los seres celestiales y angélicos (Efe. 3:10-11)

Pero hay más. Dios no solo querría que todos los hombres sean esclarecidos sobre la formación de la Iglesia en la tierra, sino que pretende que todos los seres celestiales aprendan ahora la sabiduría diversa de Dios a través de la Iglesia. Estos seres celestiales habían visto la creación salir toda nueva de las manos de Dios; y al ver su sabiduría en la creación, cantaron de alegría. (Job 38:7). Ahora, en la formación de la Iglesia, ven «la multiforme sabiduría de Dios» (3:10). La creación fue la más perfecta expresión de la sabiduría creativa; pero en la formación de la Iglesia, la sabiduría de Dios se manifiesta en todas sus formas. Antes de que sea formada la Iglesia, había que reclamar la gloria de Dios, satisfacer las necesidades del hombre, eliminar el pecado, abolir la muerte y anular el poder de Satanás.

La barrera entre judíos y gentiles tenía que ser eliminada, el cielo tenía que ser abierto, Cristo tenía que sentarse como Hombre en la gloria, el Espíritu Santo tenía que venir a la tierra, y el Evangelio tenía que ser predicado. Todo esto, y más, está implicado en la formación de la Iglesia, y estos diversos objetivos solo podían alcanzarse mediante el despliegue de la diversa sabiduría de Dios, no solo en una dirección, sino en todas las direcciones. Así, la Iglesia en la tierra se ha convertido en el libro de lecciones de los seres celestiales y angélicos. El fracaso de la Iglesia en sus responsabilidades no ha cambiado el hecho de que en la Iglesia los ángeles aprenden esta lección. Por el contrario, no hace más que manifestar la maravillosa sabiduría que, elevándose por encima de todos los fallos del hombre, superando todos los obstáculos, consigue finalmente llevar a la Iglesia a la gloria «conforme al propósito eterno que realizó en Cristo Jesús, Señor nuestro» (3:11).

5.8 - Efesios 3:12-13 –El desarrollo del misterio es una fuente de antagonismo con el mundo, especialmente el mundo religioso

En los siguientes versículos (12 y 13), el apóstol se aparta del desarrollo del misterio para dar un vistazo a su efecto práctico. Estas maravillas no son desplegadas a nuestra vista solo para ser admiradas, por muy admirables que sean, ya que como dijo David de la Casa de Dios, es «magnífica por excelencia» (1 Crón. 22:5). Es igualmente cierto que el misterio tiene un carácter extremadamente práctico, y estos dos versículos muestran el efecto del misterio cuando lo entendemos correctamente y actuamos de acuerdo con él. Es una verdad que nos hará sentir como en casa en el mundo de Dios, pero nos pondrá afuera en el mundo del hombre. Así como cuando el ciego de Juan 9 fue expulsado por el mundo religioso, se encontró en presencia del Hijo de Dios, así Pablo tuvo acceso al palacio del cielo (3:12), pero en la tierra se encontró en prisión (3:1, 13). Cristo Jesús, Aquel a través del cual se cumplirán todos estos propósitos eternos, es Aquel a través del cual tenemos acceso por fe al Padre. Si en Cristo vamos a ser puestos ante Dios santos e intachables en amor, entonces en Cristo ya tenemos acceso al Padre en plena libertad y confianza. Esta gran verdad nos hace sentir como en casa en presencia del Padre. Pero en el mundo, lleva a la tribulación. Es lo que Pablo sentía, pero dijo: «Por lo cual ruego que no desmayéis a causa de mis aflicciones por vosotros» (3:13). Aceptar la verdad del misterio, caminar en su luz, nos pondrá inmediatamente fuera del tren de este mundo y, sobre todo, del mundo religioso. Actuemos de acuerdo con esta verdad y nos encontraremos inmediatamente con la oposición del mundo religioso. Será para nosotros, como lo fue para Pablo, una lucha continua, especialmente con todos aquellos que son judaizantes.

Y esto es inevitable, ya que estas grandes verdades socavan completamente la constitución mundana de cualquier sistema religioso creado por el hombre. La verdad del misterio, con el conocimiento que Pablo buscó para iluminar a todos los hombres, ¿se proclama en las cátedras del cristianismo, en las conferencias de santidad o en los foros evangélicos? La verdad del misterio que implica la ruina total del hombre, el rechazo total de Cristo por el mundo, el hecho de que Cristo está sentado en la gloria y la presencia del Espíritu Santo en la tierra, la separación del creyente del mundo y el llamado de los santos al cielo –Toda esta gran verdad del misterio ¿es proclamada o asumida en las iglesias nacionales y las denominaciones religiosas de la cristiandad? No, no tiene cabida en sus credos, oraciones o enseñanzas. Peor que eso, es negada por sus mismas constituciones, sus enseñanzas y sus prácticas.

5.9 - Efesios 3:14-21 –La oración como recurso ante la tarea de administrar la verdad y ante este antagonismo

Pero si ese es el caso, tenemos un recurso. Podemos orar, y estos dos versículos (12 y 13) conducen, por tanto, con toda naturalidad a la oración del apóstol que termina el capítulo. Si tenemos plena libertad y acceso en confianza, entonces podemos orar. Si nos enfrentamos a tribulaciones, entonces debemos orar. De modo que en presencia del servicio especial confiado a Pablo para la administración de la verdad, y ante la tribulación que este servicio implica, solo hay un recurso, el de doblar nuestras rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo.

5.9.1 - Diferencia entre las oraciones del capítulo 1 y del capítulo 3

La oración de Efesios 1 se dirigió al «Dios de nuestro Señor Jesucristo» (v. 17). En ella se ve a Cristo como un Hombre en relación con Dios; y partiendo de Cristo establecido en todas las cosas, nuestros ojos descienden a la heredad desplegada en toda su vasta gloria.

Aquí, en el capítulo 3, la oración se dirige al «Padre» (v. 14), y Cristo es visto como el Hijo en relación con el Padre, y en lugar de mirar desde arriba a la herencia de abajo, nuestras miradas se dirigen desde abajo a las Personas divinas.

La petición de la oración del capítulo 1 es que sepamos:

  • la esperanza de su llamado,
  • la gloria de su heredad y
  • la excelente grandeza de su poder (1:1-19).

Pero la oración del capítulo 3:

  • se eleva por encima del llamado,
  • se extiende más allá de la heredad y
  • conduce a lo que es más grande que el poder.

Porque el apóstol ora aquí en el capítulo 3,

  • no solo para que conozcamos la esperanza del llamado (1:18), sino para que Cristo –Aquel en quien somos llamados– habite en nuestros corazones (3:17);
  • no solo para que conozcamos las riquezas de su herencia (1:18), sino para que seamos llenos de la plenitud de Dios (3:18-19);
  • no solo para que conozcamos su excelente poder (1:19), sino para que podamos conocer el amor de Cristo que supera todo conocimiento (3:19).
5.9.2 - La diferencia entre las operaciones del Espíritu necesarias para el cumplimiento de las oraciones de los capítulos 1 y 3, y su resultado

Para que estas peticiones se cumplan, el apóstol ora para que haya una obra especial del Espíritu Santo en el hombre interior (3:16). En la primera oración, el poder es hacia nosotros (1:19); aquí el poder obra dentro de nosotros (3:16). Allí, fue la iluminación de los ojos para ver la herencia (1:18); aquí es una obra en el corazón para entender el amor (3:18-19). Para entrar en las cosas profundas de Dios, debemos estar arraigados y cimentados en el amor (3:18). Estar arraigado y basado en el conocimiento de las escuelas no sirve para aprender los misterios de Dios. Estamos tocando un área que está más allá de la mente del hombre. Estamos en contacto con cosas que el ojo no ha visto, que el oído no ha oído, que no han entrado en el corazón del hombre (1 Cor. 2:9-10), cosas que solo Dios puede enseñar a través de nuestros afectos. Así, cuando Cristo habita por la fe en nuestros corazones (3:17), y estamos arraigados y cimentados en el amor (3:18), entonces podemos entender con todos los santos cuál es la anchura, la longitud, la profundidad y la altura (3:18). El apóstol no dice exactamente a qué se refieren estos términos, pero ¿no tiene en mente los consejos infinitos de Dios, largamente escondidos, pero ahora finalmente revelados en el misterio? Estas son cosas que se pueden entender, pero hay una cosa que supera todo conocimiento: el amor de Cristo (3:19). Podemos disfrutarlo perfectamente, pero nunca llegaremos al final de él y nunca sondearemos sus profundidades.

5.10 - Efesios 3:19-20 –Conocer el amor de Cristo y estar lleno de toda la plenitud de Dios… Dios puede hacer infinitamente más que todo lo que pidamos o pensamos

Aquí, somos lanzados a un mar sin costa cuya profundidad nunca ha sido sondeada antes. En el conocimiento de este amor, estaremos llenos de toda la plenitud de Dios. La «plenitud de Dios» es de lo que Dios está lleno. Cristo es la plenitud de Dios, como leemos: «En él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad» (Col. 2:9). La Iglesia es la plenitud de Cristo –«la plenitud del que todo lo llena en todo» (Efe. 1:23). Solo Dios puede llevar nuestros corazones al conocimiento del amor de Cristo y así llenarnos de su plenitud. Porque él es capaz de hacer infinitamente más que cualquier cosa que le pidamos o pensamos, según el poder que actúa en nosotros (3:20). Esto no es hacer cosas por nosotros, por muy cierto que sea, pero aquí se trata de hacer una obra dentro de nosotros. El apóstol no habla de nuestras circunstancias y necesidades diarias, ni de todo lo que su misericordia puede hacer por nosotros; habla de ese vasto universo de bendición en el que puede conducir nuestras almas por una obra en nuestro interior.

El apóstol tampoco dice: “más de lo que podemos pedir o pensar”, según que el versículo es a veces citado incorrectamente. Alguien dijo: “Hay una gran diferencia entre lo que pedimos y pensamos y lo que podemos pedir y pensar. No hay límite a lo que tenemos derecho a pedir”. Tampoco podemos limitar lo que Dios puede hacer en los santos para su bendición y su gloria.

5.11 - Efesios 3:21 –Conclusión con un estallido de alabanza

Esto lleva al apóstol a terminar con un estallido de alabanza: «¡A él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús, por todas las generaciones, por los siglos de los siglos! Amén». Fue un gran privilegio de Pablo administrar el misterio en el tiempo, pero, dice Pablo, que sea para la gloria de Dios por toda la eternidad. Concebido en la eternidad antes de la fundación del mundo, el misterio existirá para la gloria de Dios por toda la eternidad, cuando el mundo ya no exista.

6 - La Iglesia como la Casa de Dios según el pensamiento de Dios

6.1 - El Cuerpo está relacionado con Cristo en el cielo, la Cabeza. La Casa de Dios se relaciona con la tierra

Hay dos aspectos principales bajo los cuales la Iglesia es considerada en el Nuevo Testamento: uno como el Cuerpo de Cristo, el otro como la Casa de Dios.

Cuando se considera la Iglesia bajo el primer aspecto, está compuesta por todos los creyentes de la tierra formados en un solo Cuerpo y unidos a una (única) Cabeza en el cielo por el bautismo del Espíritu Santo (1 Cor. 12:12-13; Col. 1:18). –Cuando la Iglesia se considera la Casa de Dios según la mente de Dios, está compuesta por creyentes judíos y gentiles edificados juntos para ser una morada de Dios por el Espíritu (Efe. 2:22).

El “un solo Cuerpo” presenta el aspecto celestial de la Iglesia. Los creyentes son constituidos como un pueblo celestial por su unión con Cristo en el cielo como Cabeza del Cuerpo. La Casa de Dios, por otro lado, siempre presenta a la Iglesia en relación con la tierra.

6.2 - La responsabilidad del hombre

6.2.1 - La responsabilidad del hombre se relaciona con la Casa de Dios, no con el Cuerpo de Cristo

La formación y el mantenimiento de un solo Cuerpo no es responsabilidad del hombre, y por lo tanto lo que no tiene realidad (como verdaderos miembros del Cuerpo) no tiene participación en el un solo Cuerpo. Es cierto que todos los creyentes son responsables de mantener la verdad del único Cuerpo y caminar en su luz, y en esto hemos fallado gravemente; pero el único Cuerpo en sí mismo está formado solo por verdaderos creyentes y por el Espíritu Santo.

La Casa de Dios, por otra parte, ha sido puesta bajo la responsabilidad del hombre y, como siempre, el hombre es deficiente; así, materiales sin valor han sido traídos a la Casa de Dios, lo que llevó al apóstol Pedro a declarar solemnemente que «llegó el tiempo de comenzar el juicio por la Casa de Dios» (1 Pe. 4:17).

6.2.2 - Las responsabilidades en relación con la Casa de Dios se determinan por la Palabra de Dios, no por el estado del cristianismo

Sin embargo, antes de hacernos una idea justa de nuestras responsabilidades en relación con la Casa de Dios, o de evaluar el alcance de nuestro fracaso en el cumplimiento de esas responsabilidades, es esencial tener claramente en mente la Casa de Dios de acuerdo con el propósito original de Dios. Para ello, debemos recurrir a la Palabra de Dios. El estado corrupto del cristianismo no nos permite aprender de él el propósito original del Arquitecto Divino de tener una Casa en la tierra.

6.3 - La Casa de Dios, un tema que atraviesa toda la Palabra

Cuando acudimos a la Escritura, nos enfrentamos inmediatamente al hecho de que la Casa de Dios ocupa un lugar muy grande tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. La primera mención de este tema se encuentra en Génesis 28, la última en Apocalipsis 21. Desde el primero hasta el último libro, desde la creación presente en el tiempo hasta el nuevo cielo y la nueva tierra en la eternidad, la Casa de Dios es uno de los grandes objetos inmutables en la mente de Dios.

Es cierto que la composición de la Casa varía mucho según la época. En el Antiguo Testamento, estaba compuesto de tablas y cortinas, y más tarde de piedras materiales. Hoy en día, en el propósito de Dios, la Casa está hecha de «piedras vivas». Pero, aunque su composición varía, el propósito de la Casa sigue siendo el mismo. Cualquiera que sea su forma, el propósito es siempre ser una morada para Dios. Salomón expresó este pensamiento cuando dijo: «Yo, pues, he edificado una casa de morada para ti, y una habitación en que mores para siempre» (2 Crón. 6:2). Dios, para la satisfacción de su propio corazón, determinó morar con los hombres.

6.4 - Los caracteres adecuados para Dios de su Casa: santidad, amor, dependencia y oración, sumisión, vigilancia, cuidado

Es obvio, sin embargo, que la Casa de Dios debe tener ciertas características. Cualquiera que sea su forma, debe ser necesariamente adecuada para Dios. La Primera Epístola a Timoteo fue escrita específicamente para dar instrucciones en cuanto al comportamiento que es apropiado para la Casa de Dios (1 Tim. 3:15). Pero para tener un buen comportamiento, es esencial que conozcamos las características de la Casa de Dios.

La santidad es la primera gran característica, como leemos en el Salmo 93:5: «La santidad conviene a tu casa, Oh Jehová, por los siglos y para siempre». También leemos en Ezequiel 43:12: «Esta es la ley de la casa: sobre la cumbre del monte, el recinto entero, todo en derredor, será santísimo. He aquí que esta es la ley de la casa». La santidad es, por lo tanto, la primera ley de la Casa. De acuerdo con esto, Timoteo debía ordenar a los que formaban la Casa de Dios que mantuvieran «el amor, que procede de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe no fingida» y, además, de rechazar cualquier conducta contraria a la santa enseñanza (1 Tim. 1:5-10).

Además, la Casa de Dios debe estar marcada por la dependencia de Dios. Por lo tanto, la oración ocupa un gran lugar allí, ya que la oración es la expresión de la dependencia de Dios. Por eso leemos: «Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, alzando manos santas» (1 Tim. 2:8). Todos los que están en la Casa de Dios deben depender del Dios que habita allí.

Además, otra gran característica es la sumisión a la autoridad. En la Casa de Dios, la mujer debe aprender en sumisión y no usurpar la autoridad sobre el hombre (1 Tim. 2:11-12).

Finalmente, la Casa está marcada por la vigilancia y el cuidado. La supervisión es para el bienestar espiritual de las almas (1 Tim. 3:1-7), y el cuidado es para las necesidades temporales de los cuerpos de los hombres (1 Tim. 3:8-13).

El mundo está marcado por la impureza, la independencia, la revuelta contra toda autoridad, la falta de supervisión espiritual y el cuidado adecuado de los cuerpos de los hombres; pero en la Casa de Dios deben prevalecer condiciones totalmente opuestas. Allí, según la mente de Dios, debe mantenerse la santidad; allí todo y todos deben estar en dependencia de Dios; todo y todos deben estar en sumisión a la autoridad que Dios ha ordenado; y allí son alimentadas las almas y los cuerpos son cuidados.

Estas son algunas de las principales características: santidad, dependencia, sumisión, supervisión y cuidado. Además, estas características son necesarias para que el propósito de Dios en su Casa se cumpla debidamente.

6.5 - Los propósitos de la Casa de Dios: que Dios sea conocido en bendición y que sea alabado

¿Cuál es entonces el gran propósito que Dios tiene en su corazón en su morada entre los hombres? Primero, si Dios tiene una morada entre los hombres, es para ser conocido allí como una bendición para los hombres. En segundo lugar, si el hombre es bendecido, es para que Dios sea alabado. Estos son los dos grandes propósitos relacionados con la Casa de Dios: Dios dado a conocer al hombre en bendición para que el hombre se vuelva hacia Dios en alabanza.

6.5.1 - Génesis 28, puerta del cielo + estela ↔ doble responsabilidad hacia Dios (oración, alabanza) y hacia el hombre (testimonio)

Sabiendo cuál es el propósito de Dios, se hace muy claro que el privilegio y la responsabilidad de los que comparten la Casa de Dios es ser una expresión de lo que Dios es y alabarlo. Estos principios rectores están muy bien presentados en el primer pasaje de la Escritura que habla de la Casa de Dios, a saber, Génesis 28:10-22. Aquí es donde Jacob, el vagabundo sin hogar, tiene una visión de la Casa de Dios, e inmediatamente vemos el propósito de Dios y la responsabilidad del hombre en relación con la Casa de Dios.

Dios se revela a Jacob como Aquel que está decidido a bendecir al hombre en gracia soberana. Dios dice, «todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente». Además, lo que Dios ha prometido, lo cumplirá. Es fiel a su palabra. «Porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho». Así que, por nuestra parte, tenemos la doble responsabilidad del hombre. Jacob dijo: «No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo». Luego «tomó la piedra que había puesto de cabecera, y la alzó por señal, y derramó aceite encima de ella».

La puerta presenta el pensamiento de acceso al cielo. A través de la puerta podemos entrar en contacto con el cielo para la alabanza y la oración. Está claro que esta puerta no está en un lugar distante más allá de los confines de la tierra. La puerta del cielo está siempre en la tierra, y tenemos que usar esa puerta mientras estemos aquí en la tierra.

La estela, como sabemos por la historia de la separación de Jacob de Labán, lleva el pensamiento del testimonio (Gén. 31:52). Por lo tanto, tenemos nuestra doble responsabilidad a propósito de la Casa. Por un lado, acercarse a Dios en oración y alabanza, y por otro lado, acercarse al hombre como testigos de Dios –un testimonio que solo puede cumplirse con el poder del Espíritu, como lo indica la estela con el aceite vertido sobre ella.

6.5.2 - 2 Crónicas 6, la Casa, lugar de bendición, puerta de acceso al cielo y testimonio hacia los hombres

Pasando a 2 Crónicas 6, vemos de nuevo la presentación del propósito de Dios y la responsabilidad del hombre; la ocasión es la dedicación de la casa construida por el rey Salomón. Vemos allí, en primer lugar, el lugar donde Dios se presenta en bendición para el hombre. El rey, representando la actitud de Dios hacia el hombre, y volviendo el rey su rostro, «bendijo a toda la congregación de Israel» (6:3). Además, el rey testifica de la fidelidad de Dios a su palabra: «Jehová ha cumplido su palabra que había dicho» (6:10, también 6:4, 15).

Entonces, del lado de la responsabilidad y del privilegio del hombre, vemos que el templo de Salomón se convierte en la puerta del cielo. Nueve veces el rey pide que la oración hacia este lugar sea escuchada en el cielo. La Casa se convierte en la puerta de acceso al cielo (6:21-40).

Por último, la casa que Salomón construyó iba a ser, como la estela de Jacob, un testimonio dado a Dios entre todas las naciones de la tierra, como él dice, «Para que todos los pueblos de la tierra conozcan tu nombre, y te teman así como tu pueblo Israel, y sepan que tu nombre es invocado sobre esta casa que yo he edificado» (6:33).

6.5.3 - 1 Pedro 2, la Casa de Dios para la alabanza, la oración y el testimonio

Pasemos al Nuevo Testamento, y vemos en la Primera Epístola de Pedro que, aunque la forma de la Casa de Dios ha cambiado, el propósito de Dios y las responsabilidades del hombre en relación con la Casa siguen siendo las mismas. Ya no es una Casa material hecha de piedras muertas, sino una Casa espiritual hecha de piedras vivas. «Vosotros también», dice el apóstol, «como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual» (v. 5).

En el capítulo 1 de la epístola, aprendemos que los que componen esta Casa son los objetos de la bendición soberana de Dios, como leemos: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien según su gran misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos; para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros» (1:3-4). Luego aprendemos que esta bendición está asegurada por «la palabra del Señor», que «permanece para siempre» (1:23-25).

En el capítulo 2 encontramos la presentación de nuestros privilegios y de nuestras responsabilidades en relación con la Casa.

Por un lado, somos edificados juntos «para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por Jesucristo» (2:5).

Por otro lado, ante los hombres, tenemos que anunciar «las virtudes del que os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable» (2:9). Aquí, entonces, tenemos de nuevo «la puerta del cielo» y «la estela» con el aceite de la unción. Nos acercamos a Dios para ofrecer alabanzas y oraciones; nos acercamos a los hombres como testigos de las excelentes virtudes de Dios.

6.6 - La redención es un prerrequisito necesario para que Dios tenga su morada con los suyos

Finalmente, podemos preguntar: ¿Cuándo surgió la Casa de Dios, en su forma actual? La Escritura responde con mucha precisión: no hasta que la redención se haya cumplido. Si Dios debía venir en medio de un pueblo que lo alaba, Cristo tenía que pasar primero por las tinieblas y el abandono de la cruz. Allí oímos este grito: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Sal. 22:1). Y solo Aquel que pronunció este grito podía dar la respuesta: «Pero tú eres santo, tú que habitas entre las alabanzas de Israel» (Sal. 22:3). Si el Dios santo debía a morar en medio de un pueblo que lo alabara, Cristo primero tenía que redimir a ese pueblo yendo a la muerte.

Jacob, como hemos visto, puede hablar de la Casa de Dios; pero no fue hasta que se cumplió la redención que Dios habló de morar o habitar entre los hijos de Israel (véase Éx. 15:17 y 29:45-46). Dios no podía morar ni con el inocente Adán ni con el fiel Abraham. Podía pasear por el jardín y conceder una visita de paso a Abraham, pero ni la inocencia ni la fidelidad aseguraban una morada para Dios. La mera inocencia no era adecuada para la Casa de Dios; la fidelidad del hombre no aseguraba esta morada, una vez perdida la inocencia.

La morada de Dios entre los hombres es el fruto de la redención, porque esta hace al creyente apto para la presencia de Dios, y es ella la que hace que el Dios santo sea conocido por el hombre. Está claro que «la Casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo» no tenía existencia antes de que se realizara la redención. Entonces, el día de Pentecostés, cuando los discípulos estaban reunidos en un mismo lugar en Jerusalén, el Espíritu Santo bajó y «llenó toda la casa donde estaban sentados» y «todos fueron llenos del Espíritu Santo». El pueblo de Dios, que había sido dispersado hasta entonces, se formó entonces en una Morada para Dios, y Dios tomó su morada en la Casa.

7 - La Iglesia como la Casa de Dios entre las manos de los hombres

En el capítulo anterior, hemos buscado aprender de las Escrituras la verdad de la Casa de Dios vista según el pensamiento de Dios. Vimos el propósito de Dios de habitar entre los hombres y las responsabilidades de los hombres en relación con la morada de Dios.

7.1 - El fracaso del hombre en cuanto a la Casa de Dios. Darse cuenta según el modelo

Ahora debemos preguntarnos: ¿ha asumido el hombre sus responsabilidades? Desafortunadamente, la historia de todas las épocas ha demostrado que el hombre colocado en una posición de responsabilidad siempre ha fracasado; cuanto mayor sea el privilegio y la responsabilidad, mayor es el fracaso. Así, el fracaso del hombre nunca ha sido tan completo como en el caso de la Iglesia vista como la Casa de Dios en la tierra.

Para evaluar adecuadamente el alcance del fracaso, es esencial tener una visión clara de la Casa de Dios de acuerdo con el plan original de Dios. En el momento en que los hijos de Israel estaban en cautiverio por su incapacidad de mantener la santidad de la Casa de Dios, se le dijo al profeta Ezequiel que mostrara «a la casa de Israel esta casa, y avergüéncense de sus pecados; y midan el diseño de ella» (Ez. 43:10). Solo así se darían cuenta de lo lejos que se habían desviado del modelo.

7.1.1 - Puntos en los que el hombre ha fallado: La puerta y la estela de Jacob = oración, alabanza y testimonio

Como hemos visto en la historia de Jacob, la responsabilidad del hombre hacia la Casa estaba representada por «la puerta» y «la estela»: la puerta del cielo es hacia Dios y expresa nuestro privilegio y nuestra responsabilidad de acercarnos a Dios en oración y alabanza; la estela, con el aceite sobre ella, es hacia el hombre y presenta nuestra responsabilidad de mantener un verdadero testimonio de Dios ante los hombres. Hemos fallado en ambos sentidos; no hemos hecho un uso adecuado de la puerta del cielo, y por lo tanto no hemos erigido nuestra estela. Hemos fallado en la oración y en la dependencia de Dios, y por lo tanto hemos fallado en el testimonio ante los hombres.

7.1.2 - El fracaso en cuanto a los caracteres de la Casa de Dios: santidad, oración, modestia, buenas obras, cuidado de las personas

Además, hay que admitir que para que la Casa de Dios sea una verdadera manifestación de Dios, es necesario que sean mantenidas las marcas características de la Casa. Ya que todas las características de la Casa de Dios tienen en vista una verdadera expresión de Dios mismo. Por eso la santidad debe mantenerse en la Casa para que haya una verdadera expresión de Dios. Entonces también, hay que orar por «todos los hombres» (1 Tim. 2:1), porque esto expresa el deseo de Dios de que todos los hombres sean salvados. Las mujeres deben manifestar la modestia y las «buenas obras», porque en las buenas obras se manifiesta la bondad de Dios hacia el hombre. Asimismo, la Casa debe estar señalada por el cuidado de las almas y de los cuerpos, pues así vemos que Dios tiene en su corazón el bien de los hombres.

7.1.3 - La piedad que debería señalar la vida en la Casa

Finalmente, la Casa de Dios debe estar señalada por la «piedad» (1 Tim. 3:14-16). Está claro que nada más que un comportamiento piadoso es apropiado para la Casa de Dios. Cuando veamos que el gran propósito de la Casa de Dios es expresar a Dios, quedará claro que la piedad consiste en una vida que haga a Dios manifiesto. Por lo tanto, no se trata de pequeños modales hipócritas de santurrones (mojigatería), ni simplemente una vida amable y benevolente como el hombre natural puede demostrar. La vida piadosa es una vida vivida en el temor de Dios y por lo tanto una vida que expresa a Dios. El secreto de esta vida está en tener ante nuestras almas el modelo perfecto de piedad como se establecido en Cristo. Así, en los últimos versículos de 1 Tim. 3 (v. 16), el apóstol da un notable resumen de la vida de Cristo, desde la encarnación hasta la ascensión, donde el Espíritu de Dios ha reunido algunos de los grandes hechos de esta vida que expresan a Dios: Dios manifestado en la carne, visto por los ángeles, predicado entre las naciones, creído en el mundo, recibido en la gloria –todos estos son hechos que dan a conocer al hombre el corazón de Dios. Así aprendemos en Cristo el secreto de la piedad o la vida que manifiesta a Dios.

7.1.4 - El fracaso en todos los aspectos

Qué maravillosa expresión de Dios habría sido a los ojos del mundo si la Iglesia, como la Casa del Dios vivo, hubiera permanecido fiel a los principios de la Casa de Dios. El mundo habría visto una compañía de personas marcada por la santidad, la dependencia de Dios, la sumisión a la autoridad, las buenas obras y el cuidado de los cuerpos y de las almas. Habrían visto la presentación de principios muy opuestos a los que prevalecen en el mundo caído, y, sobre todo, habrían aprendido la actitud de Dios hacia el hombre. Desafortunadamente, es obvio que, en todos los aspectos, los que componen la Casa de Dios han fracasado completamente. No hemos logrado mantener los grandes principios de la Casa de Dios y por lo tanto hemos fallado en dar una verdadera expresión de Dios ante el mundo.

7.2 - Las razones de la quiebra

7.2.1 - Lo que dice Ezequiel (actos profanos)

¿Cómo fue causado este fracaso? La historia de Israel, y su fracaso en lo que respecta a la Casa de Dios de su tiempo, puede revelarnos el secreto de nuestro propio fracaso. Se le dice al profeta Ezequiel que le diga a la casa «rebelde» de Israel: «Basta ya de todas vuestras abominaciones, oh casa de Israel; de traer extranjeros, incircuncisos de corazón e incircuncisos de carne, para estar en mi santuario y para contaminar mi casa… no habéis guardado lo establecido acerca de mis cosas santas, sino que habéis puesto extranjeros como guardas de las ordenanzas en mi santuario» (Ez. 44:6-8). Tenemos tres cargos específicos aquí:

  • trajeron a la Casa a aquellos que no tenían ni participación ni porción en esta;
  • fracasaron en mantener la santidad de la Casa; y
  • usaron la Casa de Dios para sus propios propósitos, –“para vosotros”.
7.2.2 - Las personas que no son verdaderos creyentes

¿No es esta la triste historia de la Casa de Dios en la presente dispensación? El día de Pentecostés, los que formaban la Casa de Dios por el descenso del Espíritu Santo no eran «extranjeros»; todos eran verdaderos hijos de Dios. No había «incircuncisos de corazón» entre las tres mil personas añadidas a la Iglesia por el Señor. Cada uno era un verdadero creyente. ¡Pero qué rápido se introdujo el «extranjero» [es decir, sin la vida de Dios]! A través del bautismo de Simón el Mago, alguien fue introducido en la compañía donde moraba el Espíritu de Dios, aunque no tenía «ni parte ni herencia en este asunto» (Hec. 8:21); otros siguieron pronto, de modo que ya en el tiempo de los apóstoles, la Casa de Dios fue comparada con una gran casa donde «no hay solo vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para honor, y otros para deshonor» (2 Tim. 2:20). Así, como en el pasado con Israel, la santidad de la Casa no fue mantenida, y los hombres usaban la Casa de Dios para sus propios propósitos, «enseñando lo que no conviene, por ganancia deshonesta» (Tito 1:11). Los males de los días de los apóstoles aumentaron a través de las edades, hasta que en estos últimos días haya una gran masa de profesión sin vida en la Casa de Dios, está siendo señalada por la forma de la piedad pero sin el poder (2 Tim. 3:1-5).

7.3 - Las consecuencias del fracaso del hombre en cuanto a la Casa de Dios

7.3.1 - El juicio es ineludible, pero el propósito de Dios no cambia

¿Cuál es entonces el resultado del fracaso del hombre en su responsabilidad? Como en el caso de Israel, el mal que fue introducido en la Casa de Dios llama a juicio. «Porque llegó el tiempo de comenzar el juicio por la casa de Dios» (1 Pe. 4:17).

En los días de Israel, llegó el momento en que el Señor se negó a reconocer el templo como la Casa de Dios. Tuvo que decir: «¡Mirad vuestra casa queda desolada!» (Mat. 23:38). Todos los verdaderos hijos de Dios en relación con el templo fueron agregados a la Iglesia, y la casa desierta fue a juicio. Una vez más, la Iglesia como la Casa de Dios se ha corrompido, y muy pronto todo lo que es de Dios será llevado al encuentro del Señor en el aire; y la vasta masa de profesos impíos, que ya no es reconocida como la Casa de Dios, irá a juicio.

El propósito de Dios de habitar entre los hombres, ¿ha sido frustrado por la falta de responsabilidad del hombre? Por supuesto que no. Ningún plazo, ningún cambio de dispensación, ningún fracaso del pueblo de Dios, ninguna oposición del enemigo, ningún poder de muerte puede hacer que el corazón de Dios se desvíe por un instante de su propósito determinado de tener su Casa en la tierra y de habitar entre los hombres.

7.3.2 - El fracaso del hombre en relación con la Casa de Dios se repite muchas veces, pero Dios permanece fiel y continúa sus gloriosos caminos

Desde el momento en que un pueblo redimido está puesto a salvo, Dios revela el deseo de su corazón de habitar entre ellos (véase Éx 15:13, 17; 29:45). El tabernáculo en el desierto y el templo en el país son testigos del preciado pensamiento de Dios. Y aunque el pueblo fracase y descuide la Casa, aunque el templo sea destruido y el pueblo vaya al cautiverio, Dios no abandona su propósito de habitar entre su pueblo por un momento. Trae de vuelta un remanente para reconstruir su Casa; ellos también fracasan completamente y, a su vez, son dispersados entre las naciones, y una vez más la Casa es dejada sin piedra sobre piedra.

Sin embargo, Dios continúa sus gloriosos caminos. Elevándose por encima de todos los fracasos de los hombres, revela nuevos secretos de su corazón y saca a la luz «la Casa de Dios (que es la Iglesia del Dios vivo), columna y cimiento de la verdad». Pero una vez más, el hombre responsable fracasa; la Casa de Dios se convierte en una ruina. En lugar de estar marcada por la santidad, se la compara con la gran casa de un hombre ordinario en la que hay vasos a honor y a deshonor. Un pequeño remanente puede, en efecto, separarse de los vasos a deshonor, y tratar de volver al carácter moral de la Casa de Dios y caminar según los principios que rigen la Casa de Dios, pero ellos también fracasan, y la responsabilidad del hombre termina con el juicio que comienza por la Casa de Dios.

Sin embargo, aunque todo se derrumbe entre las manos humanas, ya sea Israel en el pasado o la Iglesia de hoy, Dios permanece fiel a su propósito, y la visión de otra Casa se levanta ante nosotros para el día del milenio, y «la gloria postrera de esta casa será mayor que la primera» (Hag. 2:9).

7.3.3 - La Casa del reino milenario también pasará, pero el propósito de Dios se cumplirá en el estado eterno

Sin embargo, aún así, esta Casa pasará, porque la gloriosa era milenaria se terminará en la oscuridad y el juicio. Pero Dios no abandonará su propósito, porque más allá del juicio de las naciones, y más allá del juicio del gran trono blanco, se despliega ante nosotros «un cielo nuevo y una tierra nueva», y, en esta hermosa escena, vemos «la santa ciudad, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, desde Dios, preparada como una novia engalanada para su esposo», y oímos «una gran voz del trono, que decía: ¡He aquí el tabernáculo de Dios está con los hombres, y habitará con ellos, y ellos serán su pueblo, y él será Dios de ellos!» (Apoc. 21:1-3). Somos transportados más allá de los límites del tiempo con todos sus cambios y sus responsabilidades rotas. Hemos llegado a la eternidad con su nuevo cielo y su nueva tierra; hemos entrado en una escena en la que se enjugan todas las lágrimas, donde «ya no existirá la muerte, ni duelo, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron» (v. 4). Y allí vemos el gran propósito de Dios a través de los tiempos finalmente cumplido, y nunca más será empañado por el poder del enemigo o el fracaso de los santos.

8 - La Iglesia como el Cuerpo de Cristo –Efesios 1 y Colosenses 1 y 3

En los capítulos anteriores, tras una visión general de la verdad sobre la Iglesia, hemos considerado un aspecto particular de la misma: la Casa de Dios. Sin embargo, hay otro aspecto importante bajo el cual la Iglesia se presenta en las Escrituras, a saber, el Cuerpo de Cristo. Esto puede considerarse brevemente.

8.1 - En el Cuerpo (formado por el bautismo del Espíritu Santo) todo es de Cristo, a diferencia de la Casa (donde se introduce por el bautismo de agua)

Cuando se refiere a este aspecto de la Iglesia, el lenguaje bíblico es muy preciso. Leemos en Colosenses 1:18 que Cristo «es la cabeza del cuerpo, de la iglesia»; y en 1 Corintios 12:12-13, «Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también es Cristo. Porque todos nosotros fuimos bautizados en un mismo Espíritu para constituir un solo cuerpo, seamos judíos o griegos, seamos esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un solo Espíritu». De estos pasajes de la Escritura, está claro que todos los creyentes son formados en un solo Cuerpo por el Espíritu Santo en la tierra, con una sola Cabeza en el cielo.

Hemos visto que hombres sencillos [naturales, sin la vida de Dios,] han sido introducidos por el bautismo de agua en la profesión cristiana que forma la Casa de Dios en la tierra. Está claro que un bautismo en agua no puede llevar a formar parte del Cuerpo de Cristo. Solo se puede hacer a través del bautismo del Espíritu Santo, de forma que no hay lugar en el cuerpo de Cristo que para aquellos que son verdaderamente miembros. Al pensar en el Cuerpo de Cristo, debemos considerar a los cristianos solo a la luz de la obra de Dios en ellos.

Es cierto que la carne sigue dentro de nosotros, pero Dios la ha condenado; nos considera fuera de ella (Rom. 8:9); nos ve «en Cristo» y «en el Espíritu». En otras palabras, Dios siempre ve a los suyos en relación con Cristo y el Espíritu, y tenemos el privilegio de vernos a nosotros mismos de la misma manera. Alguien dijo: “Solo bajo esta luz podemos hablar de ser miembros del Cuerpo; nada tiene su lugar en el Cuerpo de Cristo excepto lo que es de Cristo –de Dios. En el Cuerpo de Cristo, no se puede imaginar que haya infracción o la carne”. Los que componen el Cuerpo, teniendo la carne en ellos, pueden ciertamente dejar de caminar de acuerdo con la verdad, pero en el Cuerpo mismo todo es de Cristo. Es su Cuerpo.

Tres porciones de la Escritura presentan especialmente esta gran verdad: Efesios 1 y 2; Colosenses 1 y 3; y 1 Corintios 12 y 14.

  • En Efesios el Cuerpo es presentado en su aspecto eterno según los consejos del Padre.
  • En Colosenses, es considerado en su aspecto temporal como el recipiente para la manifestación de Cristo.
  • En Corintios, el Cuerpo es presentado como el instrumento de las manifestaciones del Espíritu en la tierra.

Las manifestaciones del Espíritu por medio del Cuerpo tienen en vista la manifestación de Cristo en el Cuerpo en el tiempo; y la manifestación de Cristo ahora no es más que el preludio de la manifestación de Cristo en plenitud en los siglos venideros, según el consejo del Padre.

8.2 - Efesios 1: El Cuerpo según los consejos del Padre, la plenitud de Cristo, Aquel que llena todo en todos. La gloria futura debería ser manifestada moralmente ahora

Empecemos por considerar la verdad del Cuerpo según los consejos del Padre. En Efesios 1, el gran tema es el propósito del Padre para la gloria de Cristo. El capítulo revela «el misterio de su voluntad, según su beneplácito, que se propuso en sí mismo, para la administración de la plenitud de los tiempos, de reunir todas las cosas en Cristo, las que están en los cielos como las que están en la tierra» (1:9-10). Además, en estos consejos, la Iglesia tiene un lugar de muy alto privilegio en relación con la gloria de Cristo, lo que también nos hace aprender sobre el destino futuro de la Iglesia como el Cuerpo de Cristo. Aquí, la Iglesia no se ve en relación con el tiempo presente, sino en relación con la «plenitud del tiempo». Se nos permite mirar más allá del momento presente, con todo su fracaso, y ver la gloria futura de la Iglesia como el Cuerpo de Cristo. En ese día, «la Iglesia, la cual es su cuerpo» será «la plenitud del que todo lo llena en todo» (1:22-23).

Según el consejo de Dios, se acerca el día en que Cristo llenará todas las cosas. Todo el universo se llenará de bendición a través de Cristo, pero, en ese día, la Iglesia tendrá el privilegio especial de expresar «la plenitud del que todo lo llena en todo». Aunque todos serán bendecidos por Cristo y serán para la gloria de Cristo, no todos expresarán su plenitud. Esto será reservado para la Iglesia. Un santo individualmente puede mostrar algún rasgo de Cristo; todas las cosas en el mundo venidero mostrarán a Cristo en una medida aún mayor; pero solo en la Iglesia como el Cuerpo de Cristo habrá la manifestación perfecta de Cristo en toda su plenitud. La plenitud da la idea de un ser completo. Así, no solo Cristo será manifestado, sino que se manifestará en perfección. Es decir, no solo se verán todas las excelentes virtudes de Cristo, sino que todo se verá en la debida proporción. Ningún rasgo predominará; todos se manifestarán en perfecta proporción y en relación unos con otros de la misma manera que los miembros de un cuerpo humano normal están todos en proporción y presentan el pensamiento de la cabeza. Ahora lo que será realmente cierto entonces, debería ser moralmente cierto ahora.

8.3 - Colosenses: El Cuerpo como un vaso para la manifestación de Cristo en el tiempo

8.3.1 - Colosenses 1:18: Cristo «es la Cabeza del Cuerpo, de la iglesia» en la tierra

Esto lleva a la verdad del Cuerpo como recipiente para la manifestación de Cristo en el tiempo. Para este aspecto de la Iglesia como Cuerpo de Cristo, debemos recurrir a la Epístola a los Colosenses. El gran propósito de esta epístola es desplegar las glorias de Cristo como la Cabeza. Leemos en Colosenses 1:18: «Él es la cabeza del cuerpo, de la iglesia». Además, es el deseo de Dios que las glorias morales de la Cabeza en el cielo tengan una manifestación presente en el Cuerpo en la tierra. Así el apóstol, habiendo hablado del ministerio del Evangelio, comienza a hablar de un segundo ministerio en relación con el Cuerpo de Cristo «que es la iglesia» (1:24). Él habla de esta verdad como «el misterio que ha estado oculto desde los siglos y desde las generaciones, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos» (1:26). Además, habla de la gloria de este misterio como «Cristo en vosotros, la esperanza de gloria» (1:27).

8.3.2 - Para que el misterio del único Cuerpo sea revelado, Cristo tenía que ser glorificado y rechazado definitivamente por los judíos (la lapidación de Esteban)

El apóstol insiste particularmente en estos dos grandes hechos. Primero, el momento particular en que el misterio fue revelado; y segundo, la gloria especial de este misterio en el tiempo presente. Estos dos grandes hechos tienen una relación directa entre sí. ¿Por qué, podemos preguntarnos, el misterio ha sido dado a conocer «ahora» y no antes? Porque tenían que ocurrir tres grandes acontecimientos, sin los cuales la Iglesia no podía existir como un hecho ni ser dada a conocer como una verdad:

  • Cristo exaltado como la gloriosa Cabeza del cielo,
  • el Espíritu Santo venido a la tierra, y finalmente
  • Cristo rechazado definitivamente por los judíos.

Los dos primeros eventos eran absolutamente necesarios antes de que la Iglesia pudiera ser formada. Tenía que estar la Cabeza en el cielo antes de que pudiera haber el Cuerpo en la tierra, y el Espíritu Santo tenía que venir a habitar en los miembros y así formarlos en un solo Cuerpo en la tierra con una Cabeza en el cielo. Pero el Cuerpo realmente existía antes de que se diera a conocer la verdad.

Para esto, el tercer gran evento era necesario. Si la verdad de que los judíos y los gentiles eran edificados en un solo Cuerpo se hubiera revelado antes de que Cristo fuera rechazado, habría contradicho todas las promesas expresas de Dios a los judíos bajo el primer pacto. Pero una vez que los judíos rechazaron definitivamente a Cristo, el primer pacto estaba definitivamente terminado, y el camino estaba abierto para desarrollar la verdad de la Iglesia como el Cuerpo de Cristo.

El rechazo fue definitivo y completo cuando Esteban fue apedreado. Por la cruz, el hombre había rechazado a Cristo en la tierra, –por el martirio de Esteban rechazaron a Cristo en el cielo. Apedrearon al hombre que testificó que Cristo está en el cielo. Por lo tanto, había llegado el momento de revelar el gran secreto de que, aunque Cristo mismo había sido rechazado, su Cuerpo estaba en la tierra.

Notemos que el misterio no es que los pecadores salvados por gracia estarán en el cielo: esto es el Evangelio y no hay ningún misterio en él; el malhechor moribundo lo sabía. El misterio (el secreto) revelado ahora fue que Cristo tiene la Iglesia, su Cuerpo, en el lugar de su rechazo y durante el tiempo de su rechazo. La primera indicación de esta gran verdad se da en relación con la conversión del hombre (Pablo) que se convirtió en el ministro de esta verdad. El Señor le dijo a Saulo: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» No dice: “¿Por qué persigues a mis discípulos”, ni “a los míos”, ni “a los que forman parte de ”, sino «¿Por qué me persigues?» Como alguien dijo, “En esta pequeña palabra se transmite el hecho de que Cristo está aquí”.

8.3.3 - Colosenses 1:27-28 –Cristo «la esperanza de la gloria» en los santos, ahora manifestada por los santos en el Cuerpo (la Iglesia)

Además, si Cristo está aquí en los que forman su Cuerpo, es porque Cristo puede ser manifestado a través de su cuerpo. Y Cristo ahora manifestado en la Iglesia es «la esperanza de gloria» (Col. 1:27). En la gloria, como hemos visto en la epístola a los Efesios, Cristo será manifestado en su plenitud. Pero la esperanza de la gloria debe tener un cumplimiento presente. Por eso el apóstol comienza (Col. 1:28) a mostrar cómo Cristo en los santos (1:27) debe ser traducido en la manifestación de Cristo a través de los santos (1:28). Así, el pensamiento actual de Dios para el Cuerpo –compuesto por todos los santos en (cualquier) momento dado en la tierra– es que debe haber la representación moral de Cristo, y por lo tanto que el Cuerpo en la tierra corresponda a la Cabeza en el cielo.

8.3.4 - Los medios del diablo para frustrar el propósito actual de Dios en los santos –Colosenses 2

En Colosenses 2, el apóstol muestra cómo Dios obró para lograr esta manifestación de Cristo a través de los santos, y nos advierte de las diversas astucias con los que el diablo busca frustrar el propósito presente de Dios en los santos. Se nos advierte primero contra las opiniones ilusorias de los hombres, presentadas de manera muy atractiva por los discursos persuasivos (engañosos; Col. 2:4); luego contra la filosofía, o el amor a la sabiduría humana extraída de las tradiciones de los hombres y de los elementos del mundo (Col. 2:8); luego se nos advierte contra la carne religiosa, relacionada con la abstinencia de ciertos alimentos y la observancia de ciertos días (2:16, 20-22); finalmente, se nos advierte contra la superstición, como la adoración de los ángeles (2:18).

Si queremos mostrar las bellezas morales de Cristo, debemos conocer a Cristo. Debemos conocer a Aquel cuyo carácter debemos manifestar. Las opiniones de los hombres, la filosofía del hombre, la religión de la carne y las supersticiones de los hombres no nos enseñarán nada sobre el carácter de Cristo y no nos permitirán manifestar ese carácter tal como cuando lo conocemos.

8.4 - Disposiciones tomadas por Dios para los creyentes para que las perfecciones morales de la Cabeza sean manifestadas en el Cuerpo –Colosenses 2

Después de haber sido advertidos de las trampas del enemigo, somos instruidos en las disposiciones que Dios ha tomado para que las perfecciones morales de la Cabeza se manifiesten en el Cuerpo. A este respecto, se enuncian cuatro grandes verdades (Col. 2):

  1. Estamos «completos en él» (2:10).
  2. Somos identificamos con él (2:11-13; cf. Rom. 6:5).
  3. Somos de Él: «el cuerpo es de Cristo» (2:17).
  4. Tomamos de él todo alimento espiritual (2:19).
8.4.1 - Estamos «completos en él» (Col. 2:10)

En Él habita toda la plenitud de la Deidad; por lo tanto, todo lo que podemos necesitar para conocer a Cristo y manifestarlo está en Él –somos cumplidos en Él. Somos completamente independientes del hombre como hombre. Sus opiniones, su filosofía y su religión no pueden llevarnos a Cristo, no pueden revelarnos su carácter, ni pueden permitirnos manifestar sus bellezas morales.

8.4.2 - Nos identificamos con él (Col. 2:11-13)

En la cruz, en la sepultura, en la resurrección y en la vida, Dios ha identificado al creyente con Cristo:

  • En la cruz, presentada en la circuncisión, Cristo realmente murió a todo lo que es según la carne;
  • en la sepultura, realmente pasó a estar fuera de la vista;
  • en la resurrección, ha pasado verdaderamente para siempre fuera del dominio de la muerte;
  • y vivificado, pasó a una escena de gloria, a una vida y una condición que se ajusta perfectamente a la gloria de Dios.

Ahora lo que es verdad de Cristo es verdad de los santos a los ojos de Dios, porque Dios nos identifica «con él», y la fe ve como Dios ve. Sabemos que nuestro viejo hombre fue despojado en la muerte de Cristo; y no solo despojado, sino también puesto fuera de la vista, porque estamos «sepultados con él en el bautismo». Además, en espíritu hemos resucitado con él, de modo que la muerte ha perdido su poder sobre nosotros. Y aunque nuestros cuerpos mortales aún no están vivificados, en cuanto a nuestras almas vivimos para Dios en esta vida celestial presentada en Cristo.

8.4.3 - Somos del orden que es el suyo: «el Cuerpo es de Cristo» (Col. 2:17)

Las ordenanzas de la Ley eran solo sombras y fueron dadas al primer hombre que era de la tierra, terrenal. Pero las cosas que están por venir, de las cuales las ordenanzas no eran más que la sombra, son de Cristo, el hombre celestial. Y si Cristo es celestial, el Cuerpo que es de Cristo también es celestial. «Como el celestial, tales también los celestiales» (1 Cor. 15:48). En este momento estamos en la tierra, pero somos del hombre celestial, y por lo tanto pertenecemos al cielo.

8.4.4 - Recibimos todo nuestro alimento de la Cabeza (Col. 2:19)

Si la Iglesia es celestial, solo puede alimentarse del cielo. No hay nada en la tierra que pueda ser administrado al hombre del cielo. No hay nada del hombre como tal que pueda servir de alimento para el Cuerpo, unir los miembros o conducir al crecimiento espiritual. Todo debe venir de la Cabeza en el cielo, ser administrado al Cuerpo a través de las articulaciones y los vínculos del Cuerpo. Así como la Cabeza en el cielo es para el alimento del Cuerpo en la tierra, así el Cuerpo en la tierra es para la manifestación de la Cabeza en el cielo. Si no nos aferramos a la Cabeza, podemos dejar de manifestar la Cabeza, pero Cristo -–a Cabeza– nunca dejará de alimentar su Cuerpo; él cuida del Cuerpo y de cada miembro del Cuerpo.

Estos cuatro grandes hechos –que estamos «completos en él», que nos identificamos «con él», que somos de él y que obtenemos todo el alimento de él– conducen al cumplimiento del propósito presente de Dios para el Cuerpo, a saber, la manifestación del carácter de la Cabeza en el Cuerpo. Esto se muestra concretamente en las siguientes exhortaciones.

8.5 - El creyente es llamado a revestir los caracteres de Cristo para que el Cuerpo de Cristo manifieste la Cabeza –Colosenses 3:12-15

Sobre la base de la doctrina de la Iglesia en los dos primeros capítulos de Colosenses, se nos exhorta: «Entonces, como escogidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de compasión, bondad, humildad, afabilidad, paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros, si alguien tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, haced también vosotros. Y sobre todas estas cosas, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Y la paz de Cristo, a la cual fuisteis llamados en un solo cuerpo, gobierne en vuestros corazones; y sed agradecidos» (Col. 3:12-15). Este es el bello carácter de Cristo, marcado por la gracia con un perdón ilimitado, por el amor que une todas las demás perfecciones y por la paz que preside en el corazón. Los santos, en la unidad del «único cuerpo», están llamados a manifestar este carácter de Cristo mientras están todavía en la escena de la ausencia de Cristo, y esperando el día de su aparición.

Qué hermosa manifestación de Cristo habría si los santos, como «un solo Cuerpo», estuvieran marcados por la gracia, el amor y la paz. Aunque en un día de ruina nuestra práctica está lejos de estar a la altura de este hermoso cuadro, no bajemos el nivel. Alguien dijo con razón: “Aunque la práctica no tenga éxito, y aunque sea imposible devolver a los santos a la verdadera norma, tengamos la noción de lo que es correcto. Es una gran cosa llegar a una noción de lo que es correcto; y si lo obtenemos, esperemos que el Señor nos dé la gracia de caminar de acuerdo con esa noción de lo que es correcto, en la verdad de ello, aunque no esperemos ver las cosas volver a lo que eran al principio cuando se establecieron”.

9 - La Iglesia como el Cuerpo de Cristo: 1 Corintios 12 –El Cuerpo como instrumento de manifestaciones del Espíritu para reproducir a Cristo en la tierra

9.1 - Las tres formas de considerar la Iglesia como el Cuerpo de Cristo, según Efesios, Colosenses y 1 Corintios 12

Hemos visto que la Iglesia, como el Cuerpo de Cristo, es considerada en las Escrituras de una manera triple:

  • Primero, en la Epístola a los Efesios, en relación con los consejos del Padre;
  • en segundo lugar, en la Epístola a los Colosenses, como un recipiente para la manifestación de Cristo;
  • en tercer lugar, en 1 Corintios 12, como un instrumento para las manifestaciones del Espíritu.

En el capítulo anterior, examinamos los dos primeros aspectos del Cuerpo. Queda por ver brevemente el Cuerpo en relación con las manifestaciones del Espíritu que se nos presentan en 1 Corintios 12. Sin embargo, el tema de este capítulo no es el Cuerpo, sino el Espíritu. El Cuerpo es presentado como el instrumento que el Espíritu utiliza para la manifestación de Cristo.

9.2 - 1 Corintios 12:1-6 –Importancia de la función del Espíritu Santo. Olvidarlo ha llevado a la ruina

La ruina de la cristiandad fue causada en gran parte por la pérdida de cualquier sentido de la presencia y del poder del Espíritu Santo. El clero, la organización humana y la adopción de métodos carnales han dejado de lado al Espíritu Santo. De ahí la gran importancia de este capítulo, que mantiene los derechos del Espíritu Santo en la Iglesia y da instrucciones sobre el verdadero carácter de las manifestaciones espirituales.

9.2.1 - 1 Corintios 12:2-3 –El propósito de las manifestaciones espirituales es exaltar a Cristo

Mirando rápidamente el capítulo, primero notamos en los versículos 2 y 3 el propósito de las manifestaciones espirituales. Exaltar a Cristo es siempre la gran meta que el Espíritu Santo tiene en mente, sin importar la forma que tomen las manifestaciones. Siempre lleva a confesar a Jesús como Señor. Admitiendo esto, podemos probar inmediatamente el espíritu con el que los hombres hablan. No se trata de distinguir entre creyentes e incrédulos, sino de probar el espíritu con el que los hombres hablan. ¿Es por un espíritu maligno, o es por el Espíritu de Dios? Si alguien habla por un espíritu maligno, –por muy educado que sea, por muy elocuente que sea su discurso, por muy moralmente que parezca el tono–, de una manera u otra Cristo será degradado. Si alguien habla por el Espíritu Santo, –no importa cuán simple sea el discurso o cuán inexperto sea el orador,– Cristo será exaltado. Aplicar esta prueba a los unitarios, a los altos críticos o a los modernistas, –todos son descubiertos inmediatamente, ya que de diferentes maneras todos se unen para robar a Cristo su gloria.

9.2.2 - 1 Corintios 12:4-6 –La diversidad de los dones: el mismo Espíritu, el mismo Señor, el mismo Dios que obra

Aunque todos los que hablan por el Espíritu Santo exaltan a Cristo, no se deduce que todos tengan el mismo don. Esto lleva al apóstol, en los versículos 4 a 6, a hablar de la diversidad de los dones espirituales. Aquí el apóstol nos dice que hay una diversidad de dones; al mismo tiempo, nos recuerda que la diversidad de dones no sacrifica la unidad de propósito. Porque la diversidad de dones está controlada por el mismo Espíritu, y así todos conducen a la exaltación y a la manifestación de Cristo (1 Cor. 12:4).

Además, los diferentes dones utilizados por el Espíritu tienen en vista diferentes formas de servicio bajo el control de un solo Señor que dirige el servicio (1 Cor. 12:5).

Además, el uso de los dones en diferentes servicios producirá diferentes efectos en las operaciones de las almas, pero es el mismo Dios quien obra todo lo que se hace en todo (1 Cor. 12:6).

9.2.3 - 1 Corintios 12:4-6 –Los dones del Espíritu no requieren ni capacidad humana, ni sabiduría humana, ni formación teológica

Estos versículos (1 Cor. 12:4-6) reprenden, y al mismo tiempo corrigen, gran parte del grave desorden de la cristiandad. Para ejercer un don en la cristiandad de hoy se requiere, como requisitos previos necesarios, capacidad humana, sabiduría humana y formación teológica. No, dice el apóstol, necesitáis lo que ninguna escuela de hombres puede dar y ningún nivel de educación puede proporcionar –necesitáis el poder y la energía del Espíritu Santo (12:4).

El mundo religioso requiere que seáis ordenado por los hombres y que tengáis la autoridad del hombre antes de ejercer un servicio, un ministerio para los demás. No, dice el apóstol, el servicio según Dios requiere la autoridad y la guía del Señor y no soportará ninguna autoridad rival (12:5).

Una vez más, nos inclinamos a pensar que la elocuencia y los llamamientos conmovedores impresionarán el alma de los hombres. No, dice el apóstol, «Dios hace todas las cosas en todos». Dios hace todo lo que es divino en todos aquellos en los que hay una obra vital (12:6).

9.3 - 1 Corintios 12:7-11 –Distribución (reparto) de las manifestaciones espirituales

9.3.1 - Distinguir las manifestaciones espirituales de los dones

Habiendo hablado de la diversidad de dones, el apóstol, en los versículos 7 al 11, habla de la distribución de las manifestaciones espirituales. Es importante señalar que no son simplemente los dones que se dice que se dan, sino las manifestaciones de esos dones. Es decir, el apóstol habla primero sobre el uso de los dones. Por lo tanto, no habla simplemente de «sabiduría», sino de «palabra de sabiduría»; no simplemente de «conocimiento», sino de «palabra de conocimiento»; no simplemente de «milagros», sino de «poderes de milagrosos».

9.3.2 - Cuatro importantes verdades sobre las manifestaciones espirituales. (1) El mismo Espíritu → unidad

Se insiste sobre cuatro verdades importantes. En primer lugar, cualquiera que sea el carácter de las manifestaciones y como quiera que se distribuyan, todas fluyen del mismo Espíritu (1 Cor. 12:8-10). Así se mantiene la unidad.

9.3.3 - (2) Distribución a cada cual → sin distinción entre clérigos-laicos

En segundo lugar, el Espíritu distribuye las manifestaciones de los dones a «cada uno» (1 Cor. 12:7, 11). Se niega totalmente a concentrar todas sus manifestaciones en un solo hombre o en una clase particular de hombres. Esto reprende el mayor de todos los desórdenes del cristianismo –la separación de una clase especial de hombres para el ministerio, dividiendo así al pueblo profeso de Dios en clérigos y laicos. La Escritura no permite tal distinción. En su práctica, la cristiandad contradice el orden de Dios y dice que las manifestaciones del Espíritu son dadas a un hombre que preside la Iglesia. No, dice el apóstol, es a cada uno de los miembros en la Iglesia.

9.3.4 - (3) En vista de la utilidad, del bien común → ninguna exaltación del hombre, de un individuo

Tercero, la manifestación del Espíritu es dada a cada hombre «para el bien de todos» (12:7). Se da por el bien común. No se da para la exaltación o prominencia del individuo, para obtener una influencia o ganancia personal, o como medio de sustento. Se da para la utilidad –utilidad espiritual.

9.3.5 - (4) Como le plazca al Espíritu → no hay intervención humana

Cuarto, el Espíritu distribuye (o: reparte) la manifestación a cada uno individualmente «como él quiere» (1 Cor. 12:11). Esto excluye la voluntad del hombre. Debemos entonces dejar la plaza al Espíritu para que obre de acuerdo a su voluntad. Si nombramos al ministro o arreglamos el ministerio, impondremos restricciones a Su voluntad a través del uso de nuestras voluntades, y así impediremos que el Espíritu Santo utilice a quien quiera.

9.4 - 1 Corintios 12:12-27 –El Cuerpo como instrumento de las manifestaciones espirituales

9.4.1 - Este único Cuerpo, formado por el bautismo del Espíritu Santo, es visto a los ojos de Dios como la reproducción de Cristo (1 Cor. 12:12)

Después de haber hablado de la distribución (o: repartición) de los dones y haber demostrado que la «operación» (o: ejercicio) de los dones es hecha por el Espíritu, el apóstol habla, en los versículos 12 al 27, del instrumento de las manifestaciones espirituales. Esto introduce el Cuerpo de Cristo. Es bueno notar que el Cuerpo (de Cristo) es en realidad mencionado solo en los versículos 13 y 27. En todos los demás versículos, el apóstol habla del cuerpo humano como una ilustración. Aparte de esta gran verdad del Cuerpo de Cristo, no puede haber una utilización inteligente de los dones. Porque, según el orden de Dios, el Espíritu no se sirve de nosotros como individuos aislados, sino como miembros del Cuerpo de Cristo, y para el bien de todo el Cuerpo.

Utilizando el cuerpo humano como ilustración, el apóstol muestra que, puesto que el cuerpo humano es uno y, sin embargo, está compuesto de muchos miembros, cada uno de los cuales teniendo un lugar y una función particular en el cuerpo, «así también es Cristo» (12:12). Esta es una forma llamativa de presentar la verdad. El tema es el solo Cuerpo, pero el apóstol no dice, “Así también es el Cuerpo de Cristo”, sino «así también es Cristo», porque el solo Cuerpo es visto a los ojos de Dios como la expresión de Cristo. Este solo Cuerpo fue formado por el bautismo del Espíritu Santo, y se ha dicho con razón que el bautismo del Espíritu no estaba destinado a llevarnos al cielo, sino a que hubiera en la tierra un Cuerpo que sea moralmente una reproducción de Cristo.

Para entrar en el verdadero significado del único Cuerpo, debemos recordar dos hechos: (1) Primero, que Cristo está personalmente ausente del mundo; (2) segundo, que el Espíritu Santo está presente en el mundo. Durante la ausencia de Cristo, los creyentes judíos y gentiles fueron formados en un solo Cuerpo, por el Espíritu Santo, para que Cristo sea reproducido de una manera característica en Su cuerpo, es decir, que todo lo que hacía en perfección en su cuerpo cuando estaba en la tierra –ser pastor, enseñar, predicar y bendecir– continuará en su Cuerpo espiritual ahora que se ha ido.

9.4.2 - Todas las distinciones humanas son borradas en el bautismo del Espíritu, todos son abrevados para la unidad de un solo Espíritu (1 Cor. 12:13)

Este bautismo del Espíritu Santo tuvo lugar en relación con los creyentes judíos en Pentecostés (véase Hec. 1:5; 2:1-4) –y en cuanto a los creyentes gentiles, en el llamado de Cornelio y sus amigos (Hec. 10:44; 11:15-17). El bautismo del Espíritu implica dejar de lado todo lo que es según la carne. Las distinciones naturales, como judíos o gentiles, y las posiciones sociales, como esclavos o hombres libres, no tienen cabida en el solo Cuerpo. No podemos considerarnos como judíos o gentiles, o según cualquier otra distinción según la carne, porque «fuimos bautizados en un mismo Espíritu para constituir un solo cuerpo». A todos los que forman el solo Cuerpo «se nos dio a beber de un solo Espíritu». Disfrutamos de las mismas bendiciones y privilegios, ya que este disfrute proviene de una sola fuente: el Espíritu Santo.

9.4.3 - Diversidad en la unidad (1 Cor. 12:14-19)

A partir de este punto, el apóstol retoma el cuerpo humano para insistir en ciertas verdades prácticas relacionadas con las manifestaciones espirituales en el solo Cuerpo. En primer lugar, insiste en que en el Cuerpo hay diversidad en la unidad (1 Cor. 12:14-19). «Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos», es decir, que no solo hay un cuerpo, sino muchos miembros. Ahora bien, esta diversidad se perdería completamente y se produciría el más grave trastorno si cada miembro descuidara su propia función por celos de los miembros con una función tal vez superior. Si el pie comenzara a quejarse de no ser una mano y la oreja se quejase de no ser un ojo, el funcionamiento del cuerpo cesaría, ya que los miembros que se quejan dejarían de funcionar por el bien del cuerpo. ¿Cómo se puede prevenir el desorden entre los muchos miembros? Reconociendo que es Dios quien «colocó a cada uno de los miembros en el cuerpo como él quiso» (12:18). Así, en el Cuerpo de Cristo, es Dios quien ha dado a cada uno su lugar y función, de modo que ningún miembro es preeminente. La preeminencia de un miembro haría que el Cuerpo desapareciera completamente. «Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?»

9.4.4 - La unidad en la diversidad (1 Cor. 12:20-24)

Entonces el apóstol insiste sobre el otro lado de la verdad. Hay unidad en la diversidad (1 Cor. 12:20-24). Si hay muchos miembros, debemos recordar que solo hay un Cuerpo, pero la unidad del Cuerpo se vería comprometida si los miembros superiores miraran con desprecio a los inferiores. Hemos visto que los celos del uno al otro romperían la diversidad; ahora aprendemos que el desprecio rompería la unidad. Si el ojo trata la mano con desprecio, y la cabeza se burla de los pies, toda la unidad del cuerpo desaparece. ¿Qué remedia este peligro? Una vez más el reconocimiento de la obra de Dios. Dios ha compuesto el Cuerpo de tal manera que ningún miembro puede prescindir del otro. El miembro mayor necesita al menor –o más bien los miembros del cuerpo que parecen ser los más débiles son necesarios (12:22). No se trata simplemente de que todos trabajen por el bien común, sino de que ningún miembro puede desempeñar adecuadamente su función sin los demás miembros –en una palabra, cada miembro es indispensable.

9.4.5 - Dos peligros: descontento en los miembros menos prominentes + desprecio en los miembros más prominentes

Así que hay dos peligros serios que podrían traer desorden al Cuerpo. Por un lado, el descontento de los miembros menos prominentes en relación con el lugar que se les asigna; por otro lado, el desprecio de los miembros más prominentes por los que parecen ser más débiles. Uno rompe la diversidad, el otro destruye la unidad; ambos destruyen las funciones propias del Cuerpo. Introduzcamos a Dios, y en cada caso se corrige el desorden. Es Dios quien ha dado a cada miembro su función especial, y Dios ha compuesto los miembros del Cuerpo juntos para que ningún miembro sea preeminente y que cada miembro sea indispensable.

9.4.6 - Cuidados mutuos de los varios miembros unidos por el Espíritu Santo (1 Cor. 12:25-26)

El resultado de la obra y de la sabiduría de Dios es que los miembros del cuerpo humano tengan que preocuparse «los unos por los otros» (1 Cor. 12:25). No solo que «se preocupen los unos por los otros», sino que tienen un interés mutuo en los demás, de modo que «si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si un miembro recibe honor, todos los miembros se alegran con él» (12:26).

El apóstol no dice que debería ser así, sino que es así. En la aplicación al Cuerpo de Cristo, la expresión de esta verdad se ve muy obstaculizada por el sectarismo y las barreras confesionales creadas por el hombre; pero la verdad sigue siendo que lo que afecta a un miembro afecta a todos los miembros porque los miembros están unidos entre sí por el Espíritu Santo, y lo que depende del Espíritu permanece, por mucho que sea el grado de impedimento para la expresión de esta verdad que surje de nuestro fracaso. La ruina del pueblo de Dios ha disminuido nuestra sensibilidad espiritual; pero cuanto más seamos controlados el Espíritu, más profundamente nos daremos cuenta de esta verdad. Como alguien dijo: “Conscientemente sufrimos o nos regocijamos en la medida de nuestro poder espiritual”.

9.4.7 - La iglesia local es la expresión local del solo Cuerpo (1 Cor. 12:27)

El apóstol ha hablado del cuerpo humano como un ejemplo del Cuerpo de Cristo. Ahora, da a estas verdades una aplicación local. Dice a los santos de Corinto: «Vosotros sois cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno en particular». El texto griego original dice precisamente «vosotros sois Cuerpo de Cristo» y no «vosotros sois el Cuerpo de Cristo», como dicen la mayoría de las versiones: en efecto, la Iglesia de Corinto no era «todo el Cuerpo de Cristo», sino que era simplemente la expresión local del solo Cuerpo. Este es el privilegio y la responsabilidad de la iglesia local: ser «Cuerpo de Cristo» de forma representativa y no de forma autónoma o independiente, lo que negaría la verdad de un solo Cuerpo.

Tenemos la responsabilidad de rechazar a continuar con lo que niega esta gran verdad del solo Cuerpo de Cristo y tenemos el privilegio de caminar a la luz de esta verdad.

10 - La Iglesia en un día de ruina –2 Timoteo 2

10.1 - La comprobación de la situación

En un capítulo anterior, buscamos presentar el pensamiento de Dios sobre su Casa. También hemos visto que, a través del fracaso del hombre en su responsabilidad, malas doctrinas y personas malvadas han sido introducidas a la Casa de Dios, reduciendo la Casa a la ruina y exponiéndola al juicio.

Se ha señalado que mientras la Primera Epístola a Timoteo presenta la Casa de Dios en orden según la mente de Dios, la Segunda Epístola presenta la Casa que se ha convertido en una ruina por el fracaso del hombre, y en su ruina es comparada con «una casa grande» donde «no hay solo vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para honor, y otros para deshonor» (2 Tim. 2:20). El creyente que una vez vio la verdad de la Iglesia como Casa de Dios, como se desarrolla en la Escritura, bien puede decir: “No veo nada en la tierra que responda a la verdad”. ¡Qué triste verdad es esto! En un día de ruina, la verdad de la Casa de Dios solo puede ser conocida de manera abstracta, porque ya no hay ninguna expresión concreta de la verdad. Todo lo que se puede ver en realidad en la cristiandad es «una casa grande» que contiene vasos de honor y de deshonor.

10.2 - Las preguntas que se plantean

Esta observación plantea preguntas en la mente del creyente que desea caminar en obediencia a Dios: ¿La Palabra de Dios da orientación a los hijos de Dios para un día de ruina? ¿Hay alguna luz sobre cómo debemos caminar, y con quién debemos caminar en un día en que la cristiandad se ha corrompido? No importa cuán grandes sean las dificultades y la oscuridad del día, no es posible pensar que Dios deje a los suyos sin suficiente luz para su recorrido a través de este mundo. Por falta de espiritualidad, podemos dejar de discernir la luz; por falta de dedicación, podemos dejar de caminar según la luz, o por pura apatía, podemos ser totalmente indiferentes a ella; sin embargo, podemos estar seguros de que la Palabra de Dios proporciona plena luz para nuestro camino.

10.3 - Tres cosas que hacer

Tres cosas de primera importancia deben ser realizadas en nuestras almas, si queremos caminar por este mundo de acuerdo a la mente de Dios.

10.3.1 - Nuestra completa incapacidad para encontrar un camino por nosotros mismos

En primer lugar, debemos aprender que no importa cuán grande sea nuestra inteligencia natural y del conocimiento de la Escritura, cuán altos sean nuestros pensamientos, cuán sinceros sean nuestros deseos, –no podemos, confiando en nuestros propios pensamientos, encontrar el camino de Dios para los suyos en medio de la confusión de la cristiandad. No somos competentes para encontrar nuestro sendero a través de las crecientes dificultades del camino, ni para enfrentar la continua oposición a la verdad, ni para resolver las diversas cuestiones que surgen constantemente.

10.3.2 - Dios no nos ha dejado a nosotros mismos

Pero, en segundo lugar, habiendo descubierto nuestra completa incapacidad, nos sentimos muy aliviados al saber que no se nos ha dejado encontrar el camino lo mejor que podamos, y que Dios nunca pensó que debíamos tener la sabiduría y la habilidad dentro de nosotros mismos para caminar de acuerdo a su mente. El Señor podía decir: «Separados de mí, nada podéis hacer» (Juan 15:5).

10.3.3 - Dios ha preparado una rica provisión

En tercer lugar, es un gran día cuando descubrimos la rica provisión que Dios ha hecho para que tengamos la comprensión de sus pensamientos:

10.3.3.1 - Cristo es la Cabeza del Cuerpo

En primer lugar, tenemos una Cabeza en el cielo –Cristo en la gloria es la Cabeza de su Cuerpo, la Iglesia– y toda la sabiduría está en la Cabeza, así que aunque no tenemos sabiduría en nosotros, tenemos plena sabiduría en Cristo. Alguien dijo acertadamente, “Cristo nos ha sido hecho sabiduría, es decir, inteligencia. Solo él puede guiar a los hombres a través de las perplejidades de este mundo de confusión moral, donde no hay camino”. Es entonces de primordial importancia abandonar lo que nos hemos metido «en nuestras cabezas», y mirar a Cristo como «la Cabeza» para guiarnos. Si confiamos en nuestra propia imaginación, no nos tenemos «con firmeza a la Cabeza» (Col. 2:19).

10.3.3.2 - El Espíritu Santo está presente en la tierra

En segundo lugar, el Espíritu Santo –una persona divina– está en la tierra. El Señor bien sabía que los suyos no podrían proveerse a sí mismo en un mundo del que él estaba ausente; por lo tanto, antes de irse, pudo decir: «y yo rogaré al Padre, y él os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre; es decir, el Espíritu de verdad» (Juan 14:16-17). La preservación y el mantenimiento de la verdad no depende de los santos, sino de la presencia constante del Espíritu de Verdad.

10.3.3.3 - La Escritura enseña, convence, corrige, instruye

En tercer lugar, tenemos las Sagradas Escrituras dadas por la inspiración de Dios y útiles para enseñar, para convencer, para corregir, para instruir en la justicia, «a fin de que el hombre de Dios sea apto y equipado para toda buena obra» (2 Tim. 3:16-17).

Leemos que «la Casa de Dios (que es la Iglesia del Dios vivo)» es «columna y cimiento de la verdad» (1 Tim. 3:15); pero cuando la Casa de Dios se ha convertido en una ruina y que ya no tenemos la verdad viva establecida en la Iglesia, el hombre de Dios todavía tiene la autoridad infalible de la Escritura para probar todas las cosas.

Ahora debe ser evidente que ninguna ruina en la cristiandad puede alterar a Cristo, o al Espíritu, o a las Escrituras por un solo momento. Cristo sigue siendo la Cabeza en el cielo, con reservas ilimitadas de sabiduría para los suyos, tanto en estos últimos días como en los primeros días del cristianismo. El Espíritu Santo mora con un poder no disminuido para guiar y controlar. Las Sagradas Escrituras permanecen con una autoridad absoluta.

10.3.4 - Ahora, la cristiandad ha dejado de lado esta rica provisión de Cristo, el Espíritu y la Escritura

Sin embargo, la cristiandad ha dejado de lado a Cristo, el Espíritu y las Escrituras.

  • [En cuanto a Cristo]: Los grandes sistemas religiosos de los hombres han mantenido el nombre de Cristo, pero han dejado de lado a Cristo como Cabeza en el cielo nombrando cabezas en la tierra. Roma tiene su Papa; la Iglesia griega, su Patriarca; la Iglesias anglicana, su Rey, sus Arzobispos, sus Presidentes o sus Moderadores.
  • [En cuanto al Espíritu] Entonces, en estos grandes sistemas, no queda mucho para el Espíritu. Las “máquinas religiosas” y los dispositivos carnales de los hombres lo han excluido en gran medida.
  • [En cuanto a las Escrituras] Al final, los hombres lanzaron ataques contra las Escrituras hasta la muerte, hasta que apenas quedara una secta en la cristiandad que sostuviera que «toda la Escritura es inspirada por Dios» (2 Tim. 3:16).

10.4 - El remedio: La separación de todo lo que es contrario a la verdad de Dios y asociación con lo que es según Dios (Cristo, Espíritu Santo, Escritura)

Si por lo tanto deseamos:

  • dar a Cristo su lugar como Cabeza (Jefe) de la Iglesia,
  • reconocer el control del Espíritu Santo y someternos a él, e
  • inclinarnos implícitamente ante las Escrituras,

– ¿qué deberíamos hacer?

La Escritura responde con mucha precisión que debemos mantener dos principios fundamentales y actuar en consecuencia:

  • En primer lugar, la separación de todo lo que es contrario a la verdad de Dios –todo lo que es una negación de la verdad de la Iglesia, de Cristo como la Cabeza de su Iglesia, del Espíritu Santo como nuestra guía perfectamente suficiente, y de las Escrituras como nuestra autoridad absoluta.
  • Luego, después de separarse del mal, la Escritura insiste en otro principio igualmente importante: la asociación con todo lo que es según Dios. En una palabra, debemos aplicar «dejad de hacer lo mal, aprended a hacer el bien» (Is. 1:16-17).

10.5 - Triple separación del mal

Busquemos primero lo que la Escritura tiene que decirnos sobre la separación del mal. Todos admitirían, aunque no estamos a la altura en la práctica, que la separación de este mundo malvado siempre ha correspondido a los hijos de Dios; pero en una época en que el cristianismo se ha corrompido, tenemos instrucciones especiales para una triple separación.

10.5.1 - La separación de los sistemas religiosos que son una negación de la verdad de Cristo y de la Iglesia

En primer lugar, la separación de cualquier sistema religioso que, por su constitución, es una negación de la verdad de Cristo y de la Iglesia.

Hebreos 13:13 es muy claro: «Salgamos a él, fuera del campamento, llevando su oprobio». El campo era el sistema religioso judío: originalmente establecido por Dios, apelaba al hombre natural. La cuestión del nuevo nacimiento no se conocía; todo dependía del nacimiento natural. Estaba compuesto por personas en relación externa con Dios, con una orden terrenal de sacerdotes que eran intermediarios entre el pueblo y Dios. Había un santuario terrenal y un ritual ordenado (Hebr. 9:1-10).

Es demasiado obvio que los sistemas religiosos de la cristiandad se formaron según el modelo de campo. Están compuestos en su mayoría por gente no convertida; ellos también apelan al hombre natural; ellos también tienen sus santuarios terrenales, sus rituales y sus sacerdotes ordenados humanamente que son intermediarios entre el pueblo y Dios. Pero al imitar el campo, los cristianos, como hemos visto, han dejado de lado

  • Cristo como la Cabeza,
  • el Espíritu Santo como guía,
  • las Escrituras como autoridad.

Si, entonces, queremos darle a Cristo su verdadero lugar, debemos, en obediencia a la Palabra, salir «a él fuera del campamento, llevando su oprobio».

10.5.2 - La separación de las malas doctrinas

Pero, en segundo lugar, no basta con separarnos de este orden de cosas, el campo, que vemos en estos sistemas religiosos. Las Escrituras también prescriben claramente la separación de las doctrinas malignas. En 2 Timoteo 2:19, leemos: «Apártese de la iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor». Quien confiesa el nombre del Señor se identifica, por su profesión, con el Señor y es responsable de retirarse de la iniquidad. La iniquidad puede tomar muchas formas, pero los versículos precedentes (de 2 Tim. 2) muestran claramente que las malas doctrinas son particularmente prominentes. No debemos atar la iniquidad con el nombre del Señor. Separarnos de la iniquidad puede costarnos mucho en el tiempo, pero atar el nombre del Señor a la iniquidad nos costará mucho más en la eternidad.

10.5.3 - La separación de las personas malas

En tercer lugar, el mismo pasaje de la Escritura requiere la separación de las personas malvadas. El versículo 20 (2 Tim. 2) habla de vasos de honor y de deshonor, y en el siguiente versículo se nos ordena limpiarnos de los vasos de deshonor para ser santificados y útiles al Amo. Aquí, está claro que se consideran personas, no solo doctrinas. Alguien comentó acertadamente: “Es siempre en proporción de vuestra separación de estos vasos –gente, no solo sus doctrinas–, que usted será santificado y útil al Amo… Pocos tienen idea de cuánto se sufre de una compañía profana. No basta con no sostener sus doctrinas, sino que su compañía contamina. Usted está contaminado por la compañía más baja que sigue frecuentando. Se ha hecho todo lo posible en la cristiandad para debilitar la fuerza de este pasaje; cada cristiano es grande en proporción a su separación”.

Por lo tanto, es evidente que las Escrituras ordenan claramente la separación

  • de los sistemas religiosos que son una negación de la verdad,
  • de las falsas doctrinas que socavan la verdad,
  • de los vasos de deshonor que no practican la verdad.

10.6 - La asociación con lo que es según Dios: «Seguir… con…»

Pero eso no es suficiente. La separación, por necesaria que sea, es solo negativa; también debe haber lo que es positivo. Esto nos lleva al segundo gran principio, la asociación con el bien. Así como la separación debe ser de las cosas malas como de las personas malas, también la asociación debe ser con las cosas justas y buenas, así como con las personas que son rectas con el Señor. Debemos seguir «la justicia, la fe, el amor y la paz con los que de corazón puro invocan al Señor» (2 Tim. 2:22).

  • La justicia es necesariamente lo primero. No importa qué profesión haga un hombre, si no se mantiene la justicia práctica, no puede haber una conducta según Dios. Pero la justicia no es suficiente: el bien y el mal por sí solos no son suficientes para determinar el camino del cristiano.
  • El cristiano debe hacer el bien, pero se necesita fe para tomar el camino del Señor. Por eso, junto con la justicia, debe perseguirse la «fe».
  • Entonces la justicia y la fe abren el camino al «amor». Si el amor no está custodiado por la justicia y la fe, degenerará en mero afecto humano, y será usado como una llamada al laxismo y a la tolerancia del mal.
  • Entonces estas tres cualidades conducen a la «paz». No una paz deshonrosa hecha de compromisos con el mal, la incredulidad y el odio; sino una paz honorable que resulta de la justicia, de la fe y del amor.

Si perseguimos estas bellas cualidades, encontraremos a otros que hacen lo mismo –aquellos que invocan al Señor con un corazón puro– y con los que tenemos que asociarnos. El hecho de que invocan al Señor con un corazón puro se ve claramente en su vida práctica, en la medida en que podemos ver que se han «apartado de la iniquidad», que se han purificado de los vasos de deshonor y que prosiguen «la justicia, la fe, el amor, la paz». Está claro, por lo tanto, que el camino de separación no es un camino de aislamiento. Las Escrituras muestran que siempre habrá aquellos con los que nos podamos asociar.

Sin embargo, aquellos que, en medio de la corrupción de la cristiandad, toman este camino de separación del mal y de asociación con el bien, verán que «cuestiones necias e insensatas» les son hechas por aquellos que rechazan un camino que no tienen fe para seguir. Para responder a ellas, será necesario cultivar un espíritu de «amabilidad», de «afabilidad» y de «ayuda». Solo es manifestando este carácter que será posible de evitar las peleas mientras se busca instruir (2 Tim. 2:23-26).

10.7 - Nada que reconstruir, sino caminar a la luz de lo que es desde el principio

Se notará que en estas Escrituras que dan instrucciones tan precisas para los hijos de Dios en un día de ruina, nunca se sugiere dejar la Casa de Dios. De hecho, es imposible hacerlo sin dejar la cristiandad, lo que implicaría dejar el mundo por completo. Pero, aunque no podemos dejar la Casa, tenemos la responsabilidad de separarnos del mal en la Casa.

No se nos dice que reconstruyamos nada. No se nos dice de reconstruir la Casa. No se nos dice que formemos una iglesia modelo o que empecemos algo nuevo. Simplemente tenemos que caminar a la luz de lo que fue en el principio y que todavía existe a los ojos de Dios, a pesar de todo el fracaso del hombre en su responsabilidad. En otras palabras, sigue siendo nuestro privilegio y nuestra responsabilidad

  • de caminar en la verdad de la Iglesia,
  • el reconocimiento de Cristo como Cabeza,
  • estar bajo el control y la dirección del Espíritu Santo, y
  • según las instrucciones de las Escrituras.


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