Índice general
Abraham, amigo de Dios
: Autor Hamilton SMITH 29
: TemaAbraham
1 - Prefacio a la edición en inglés
La importancia de un verdadero conocimiento de los caminos de Dios hacia Abraham y hacia su descendencia no puede ser sobre enfatizada lo suficiente como para poder entender con precisión el mensaje de la Biblia. A Abraham le dijo el Señor: «Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra» (Gén. 12:3). Gálatas 3:16 nos dice que Cristo es esta semilla y que solo en él se realizan todas las bendiciones del pacto.
Abraham es uno de los personajes más interesantes de la historia bíblica. Pocos hombres son mencionados tan a menudo en las Escrituras. Las páginas de la concordancia lo muestran: además de los muchos versículos del Antiguo Testamento en los que aparece el nombre del patriarca, Abraham es mencionado más de setenta veces en once libros del Nuevo Testamento. Tiene el honor de ser llamado «amigo de Dios» (Sant. 2:23).
Para que Abraham pudiera ocupar el lugar que le correspondía, el Dios de gloria se le apareció (Hec. 7:2), dándole visiones maravillosas sobre el Señor Jesús (Juan 8:56) y de la ciudad celestial «porque esperaba la ciudad que tiene [los] cimientos; cuyo arquitecto y hacedor es Dios» (Hebr. 11:10).
Las lecciones prácticas que podemos aprender de la vida de este hombre se presentan en el libro de Hamilton Smith: «Abraham, el Amigo de Dios». Confiamos en que el Señor bendiga esta obra, como lo hizo con los otros libros del mismo autor, entre los que mencionaremos «José» y «Elías y Eliseo».
2 - Del otro lado del río (Génesis 11:27-30)
Para entender y beneficiarse de la historia de Abraham, hace falta conocer el carácter del mundo en el que vivía el patriarca y del que fue llamado a salir.
2.1 - La primera parte de su vida
Al describir el tiempo anterior al diluvio, el apóstol Pedro habla del «mundo de entonces». El apóstol Pablo evoca el «presente siglo malo» (Gál. 1:4); luego al «mundo habitado por venir»: el “mundo milenario” (Hebr. 2:5). Así que está el mundo que era entonces, el mundo que es ahora y el mundo venidero.
El mundo de antes del diluvio se arruinó con la caída y se hundió en la iniquidad. Dios soportó la creciente maldad de los hombres durante mil seiscientos cincuenta años, hasta que, el mundo entero se corrompió delante de él y estando lleno de violencia, cayó el juicio y «el mundo de entonces pereció anegado en agua» (2 Pe. 3:6).
El mundo de ahora comenzó después del diluvio. Se caracteriza por elementos completamente nuevos. El gobierno fue introducido para que, por la gracia de Dios, la maldad no quede impune. Al hombre se le ha dado la responsabilidad de reprimir el mal ejerciendo el juicio sobre el malvado. Dios dijo a Noé: «El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada» (Gén. 9:6). Pero, así como el hombre que todavía estaba en la inocencia había caído y arruinado el mundo antes del diluvio, así también fracasó en el gobierno y arruinó el mundo de ahora. Cada vez que el hombre está puesto en el campo de la responsabilidad, falla, y esto desde el principio de su historia. Noé, que había sido puesto en una posición de autoridad, no supo gobernarse a sí mismo. Se embriagó y se convirtió en un objeto de burla para su hijo. En general estas cosas, desafortunadamente, siempre han caracterizado al gobierno de este mundo. Aquellos que reciben autoridad no saben usarla, y aquellos que están en la oposición se burlan por las fallas de los gobernantes. También vemos que, con el tiempo, la gente se sirve del gobierno para elevarse a sus propios ojos y actuar independientemente de Dios. Dicen: «Edifiquémonos una ciudad… y hagámonos un nombre» (Gén. 11:4). Después de poco tiempo, el mundo se hizo apóstata y cayó en la idolatría; leemos: «Así dice Jehová, Dios de Israel: Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor; y servían a dioses extraños» (Josué 24:2).
Para contener la maldad del hombre, el mundo ha sido dividido en diferentes familias, con diferentes nacionalidades e idiomas.
Este ha sido el principio y este es el carácter de este siglo malo que está madurando rápidamente para el juicio; un mundo en el cual el gobierno es instituido por Dios, pero un mundo arruinado por las manos de hombres que actúan independientemente de Dios, y que se elevan a sus propios ojos, finalmente abandonan a Dios y caen en la idolatría.
2.2 - Momento crucial de su vida
Durante más de cuatrocientos años, Dios ha soportado a este mundo; pero entonces, el Dios de gloria aparece a un hombre en la tierra y comienza a actuar según un principio completamente nuevo: el llamado soberano de Dios. Este nuevo principio no deja de lado el gobierno de este mundo; no se trata de mejorarlo o reformarlo, ni de reprender su maldad. El mundo se queda en el estado que estaba, pero este principio afirma el derecho supremo de Dios sobre un individuo, elegido por gracia soberana y llamado a salir del mundo.
No podemos subestimar la importancia de esta gran verdad, cuando vemos, en el Nuevo Testamento, que sigue siendo la base sobre la cual Dios actúa hoy. La Iglesia está compuesta solo por individuos llamados por gracia. El apóstol Pablo dice expresamente que Dios no solo «nos salvó», sino que también «nos llamó»; y que este llamado es un «santo llamamiento… según su propio propósito» (2 Tim. 1:9). En su Epístola a los Romanos, nos recuerda que los creyentes son «los que son llamados según su propósito» (Rom. 8:28). Además, al escribir a los creyentes hebreos, el apóstol se dirige a ellos como «participantes del llamamiento celestial» (Hebr. 3:1). El apóstol Pedro nos dice que hemos sido «llamados de las tinieblas a su luz admirable», y añade que el Dios de toda gracia nos «llamó a su gloria eterna» (1 Pe. 2:9; 5:10).
Por lo tanto, es obvio que los creyentes no solo son «salvos» sino también «llamados». La primera preocupación de un alma ansiosa es naturalmente la misma que la del carcelero de Filipos en el pasado: «¿Qué debo hacer para ser salvo?» (Hec. 16:30). Después de encontrar la salvación a través de la fe en Cristo y en su obra consumada, con demasiada frecuencia estamos satisfechos con la certeza de que nuestros pecados son perdonados, y que estamos a salvo del juicio, salvados de la condenación. Somos lentos para discernir que el mismo evangelio que nos trae las buenas nuevas de la salvación proclama el llamado de Dios a la gloria de Cristo. El apóstol no solo dice a los creyentes de Tesalónica: «Dios os escogió desde el principio para salvación», sino que añade inmediatamente: «os llamó mediante nuestro evangelio, para obtener la gloria de nuestro Señor Jesucristo» (2 Tes. 2:13-14).
Estos diversos pasajes muestran claramente que, si Dios nos llama, es porque desea satisfacer el propósito de su corazón. Este «llamado» incluye que somos retirados de un mundo sumergido en tinieblas, o que vive en la ignorancia de Dios, para ser introducidos en la maravillosa luz de todo lo que Dios se ha propuesto para Cristo en otro mundo. Además, si somos llamados, es para obtener la misma gloria de nuestro Señor Jesucristo. El precio del llamado celestial, es estar con Cristo y ser como él.
2.3 - El interés de su vida para nosotros
Estas son algunas de las verdades preciosas relacionadas con el llamado de Dios que se ilustran en la vida de Abraham. La importancia práctica de este relato radica en esto: la gran verdad del llamado de Dios no es presentada en una exposición doctrinal, sino como ha sido vivida por un hombre con las mismas pasiones que nosotros, cuya historia es por lo tanto accesible a todos.
3 - El llamado de Dios (Génesis 11:31 al 12:3)
La primera parte de la vida de Abraham ilustra el camino de fe que responde al llamado de Dios, los obstáculos que se erigen en ese camino, la fe que se compromete a ello, y las bendiciones, así como las faltas, las tentaciones y los conflictos que el creyente encuentra allí.
3.1 - El carácter del llamado
3.1.1 - Un llamado divino
El carácter bendito del llamado de Dios es la primera gran verdad que se nos presenta al comienzo de la historia de Abraham. En el discurso de Esteban expuesto en Hechos 7, aprendemos que «El Dios de gloria apareció a nuestro padre Abraham, estando él en Mesopotamia». Vemos aquí lo que distingue este llamado de todos los demás: viene de Dios, del Dios de gloria. En este mundo con sus ciudades y sus torres que se elevan a los cielos, no hay nada que hable de Dios; solo hay aquello que exalta y despliega la gloria del hombre. La expresión «El Dios de gloria» nos habla de otra escena en la que no hay nada del hombre, sino que todo revela a Dios. Y este Dios, en su magnífica gracia, se le aparece a un hombre que vivía en un mundo alejado de Él e inmerso en la idolatría. Por lo tanto, es la gloria de Aquel que se le aparece a Abraham la que le da plena importancia al llamado, y le da a la fe la autoridad y el poder para responder.
3.1.2 - Un llamado que aparta
En segundo lugar, aprendemos que el llamado lleva a la separación. La palabra dirigida a Abraham es esta: «Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre». No se le dice que se quede en la ciudad de Ur y se ocupe de la maldad del hombre, ni que busque mejorar la condición social del hombre o reformar su vida doméstica; ni se le pide que trate de organizar un mundo mejor y más bello. Es llamado a salir de él, bajo todas sus formas. Abraham debe abandonar el mundo político: «tu tierra», el mundo social: «tu parentela», y el mundo familiar: «la casa de tu padre».
Hoy, el llamado no es menos preciso. El mundo que nos rodea tiene la forma de piedad, pero ha negado su poder; es el mundo del cristianismo corrupto. Y la epístola que nos dice que somos partícipes del llamado celestial nos urge a separarnos de la corrupción de este mundo. Estamos llamados a salir «a él [a Jesús], fuera del campamento, llevando su oprobio» (Hebr. 13:13). Esto no significa que tengamos que despreciar el gobierno que ha sido establecido por Dios. No podemos descuidar los lazos familiares: han sido establecidos por Dios. No debemos dejar de ser corteses y amables y de hacer el bien a todos siempre que tengamos la oportunidad. Pero, como creyentes, debemos abstenernos de participar en las actividades políticas del mundo, en su vida social y en todo aquello en lo que los miembros inconversos de nuestras familias encuentran placer sin Dios. No se nos pide que reformemos el mundo o que intentemos mejorar su estado, sino que lo abandonemos. La exhortación de 2 Corintios 6:17-18 sigue siendo válida: «¡Salid de en medio de ellos y separaos, dice el Señor, y no toquéis cosa inmunda; y yo os recibiré, y seré vuestro padre, y vosotros seréis mis hijos y mis hijas, dice el Señor Todopoderoso!»
3.1.3 - Un llamado reconfortante
En tercer lugar, si el llamado de Dios separa a Abraham de este mundo, es para introducirlo en otro mundo, «la tierra», dice Dios, «que te mostraré». Si el Dios de gloria se le aparece a Abraham, es para introducirlo en Su propia gloria. Así, el maravilloso discurso de Esteban, que comienza con la aparición del Dios de gloria a un hombre en la tierra, se termina con el de un Hombre en el cielo, en la gloria de Dios. Al final de su discurso, Esteban, con los ojos fijos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios; y dijo: «Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios».
Considerando a Cristo en gloria, vemos el maravilloso propósito del corazón de Dios cuando nos llama a salir de este mundo. Nos llamó a la gloria, para ser semejantes a Cristo y con él en una esfera donde todo habla de Dios y del amor infinito de su corazón.
Dios no le dijo a Abraham: “Si respondes a mi llamado, te daré inmediatamente la posesión de la tierra”, sino «te mostraré» la tierra. Asimismo, si respondemos a su llamado, Dios nos concede, como a Esteban, ver al Rey en su belleza y contemplar la tierra lejana. Miramos hacia arriba y vemos a Cristo en gloria.
3.1.4 - Un llamado beneficioso
En cuarto lugar, hay ahora una gran bendición para el que responde al llamado. Dios dijo a Abraham, separado de este mundo malvado: «Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición». Los hombres de este mundo buscan hacerse un gran nombre; dicen: «Hagámonos un nombre». Pero Dios dijo al hombre separado: «Te bendeciré, y engrandeceré tu nombre».
Las inclinaciones de nuestro corazón natural siempre nos empujan a tratar de hacernos un nombre, y la carne se apoderará de cualquier cosa, incluso de las cosas de Dios, para elevarnos a nuestros propios ojos. Esta tendencia también se manifestó entre los discípulos del Señor, que discutían entre ellos sobre cuál de ellos sería el más grande.
La dispersión de los hombres en Babel y las divisiones que se han producido en el cristianismo, así como las disputas entre los hijos de Dios, todas tienen el mismo origen: la vanidad de la carne que quiere exaltarse.
El pensamiento que estaba en el Señor Jesús era el de anonadarse a sí mismo: «Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio el nombre que es sobre todo nombre» (Fil. 2:9). Dios ha exaltado Su Nombre: y al que tiene este pensamiento de humildad y lo sigue fuera del campamento en respuesta a Su llamado, Dios le dice: «Engrandeceré tu nombre». En la gloria del cielo, Dios puede darle al creyente un nombre infinitamente más grande de lo que podríamos hacer por nosotros mismos en este malvado siglo.
Confesemos honestamente que el verdadero motivo que mantiene a muchos en una posición falsa es el deseo secreto de ser grandes; como resultado, se alejan del humilde camino que les distancia del mundo religioso actual. ¿No vemos en las Escrituras, y también en la experiencia de la vida diaria, que los que han sido espiritualmente grandes entre el pueblo de Dios siempre han sido hombres separados, hombres que han respondido al llamado de Dios; mientras que cualquier desviación de este camino de separación conduce a una pérdida de peso moral y de toda verdadera grandeza espiritual entre el pueblo de Dios?
3.1.5 - Un llamado enriquecedor
En quinto lugar, Dios añade: «Serás bendición». En el camino de la separación, no solo Abraham sería bendecido, sino que se convertiría en una bendición para los demás. Sopesemos cuidadosamente estas palabras. Cuántas veces un creyente mantiene una asociación que sabe no estar de acuerdo con la Palabra de Dios, pretextando ser más útil a los demás así que separándose. Sin embargo, Dios no le dijo a Abraham: “Si te detienes en Ur de los caldeos, o a medio camino de Harán, serás bendición”; pero es cuando responde al llamado de Dios que se le dice: «Serás bendición».
3.1.6 - Un llamado protector
En sexto lugar, Dios también le dijo a Abraham que, separado, disfrutaría del cuidado y de la protección de Dios. Ciertamente tendría que enfrentarse a la oposición y a las pruebas, porque siempre es verdad que «el que se apartó del mal fue puesto en prisión» (Is. 59:15); pero Dios dice al hombre separado: «Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré» (Gén. 12:3). El que camina en la separación está preservado de muchas pruebas que golpean al creyente que ha permanecido asociado con el mundo. La bondad de Jehová salvó a Lot del destino de Sodoma, pero este hombre perdió todo en su desafortunada asociación: esposa, hijos, riqueza y nombre.
3.1.7 - Un llamado eficaz
En séptimo lugar, Abraham aprende que, si actuaba con fe en la palabra de Dios, todas las familias de la tierra serían bendecidas en él. Sabemos cómo el Espíritu de Dios usa esta promesa. Dijo: «Y previendo la Escritura que Dios justificaría a los gentiles por la fe, anunció de antemano la buena nueva a Abraham: En ti serán bendecidas todas las naciones» (Gál. 3:8). Abraham no se dio cuenta –no podía darse cuenta– del alcance del principio de fe por el cual actuaba en respuesta al llamado de Dios, pero Dios sabía que este era el único camino de bendición para todas las familias de la tierra. Hoy, hasta cierto punto, solo Dios puede conocer de antemano la extensión y el alcance de las bendiciones producidas por la fe sencilla y completa de un alma que responde al llamado de Dios.
3.2 - Lo que impide responder al llamado de Dios
Hemos destacado las preciosas promesas relacionadas con el llamado de Dios, y veremos cómo la fe responde a este llamado. Pero la historia tan instructiva de Abraham nos muestra con cuánta frecuencia el hombre de fe puede estar impedido por algún tiempo de responder.
El discurso de Esteban (Hec. 7) nos dice que el llamado fue dirigido a Abraham «estando él en Mesopotamia, antes de que habitase en Harán». Sin embargo, los lazos de la naturaleza le impidieron responder. Abraham había escuchado el llamado, pero aparentemente la naturaleza a veces muestra gran celo e incluso juega un papel importante. Leemos que «Tomó Taré a Abram su hijo… y salió con ellos de Ur de los caldeos, para ir a la tierra de Canaán» (Gén. 11:31). La naturaleza puede tratar de andar en el camino de la fe y, al principio, actuar con las mejores intenciones; pero llena de confianza en sí misma, siempre va más allá de lo que tiene el poder de hacer. Y es así que, incluso si Taré deja Ur «para ir a la tierra de Canaán», jamás llegaría. La naturaleza se detiene en el camino, en Harán; y Taré permanece allí hasta el día de su muerte.
Pero ¿qué hay de Abraham, el hombre de Dios? Por un tiempo, se dejó desviar de la obediencia completa al llamado de Dios. No es solo que su padre estaba con él, sino que se deja llevar por su padre; leemos: «Tomó Taré a Abram». Y luego no entra en el país al que Dios lo estaba llamando. En el discurso de Esteban, vemos que, saliendo de la tierra de los caldeos, vivió en Harán; y de allí, después de la muerte de su padre, Dios le hizo pasar a Canaán.
Cuántos de nosotros no se han encontrado impedidos por un tiempo de comprometerse en el camino de la separación, en respuesta al llamado de Dios, por causa de un ser querido. El creyente recibe el llamado, reconoce la verdad, pero tarda en responderla porque uno de sus familiares no está preparado para tomar la misma posición. El alma se aferra a la esperanza de que con un poco de paciencia el pariente será guiado a aceptar el llamado, y que ambos puedan responder juntos. Pero la fe no puede elevar la naturaleza a su propio nivel, mientras que, desafortunadamente, la naturaleza puede rebajar la fe al suyo y retrasar al creyente. Podemos presentar muchas excusas para explicar una parada a medio camino, pero en realidad, es poner las demandas de la naturaleza por encima del llamado de Dios. Así que, como en la historia de Abraham, Dios debe traer la muerte en el círculo familiar para quitar a aquel que nos retiene y nos impide obedecer a Su llamado. Por lo tanto, Abraham no respondió plenamente al llamado de Dios hasta después de la muerte de su padre.
4 - Fe e incredulidad (Génesis 12:4-20)
Abraham fue liberado de los lazos de la naturaleza a costa de la dolorosa entrada de la muerte en el círculo familiar. Después de la muerte de su padre, Abraham obedeció el llamado; leemos: «Y se fue Abram, como Jehová le dijo».
Lleva consigo a su sobrino Lot que, atraído por el mundo, resulta ser una carga. En el caso de su padre, solo Abram había recibido el llamado, pero dejó que la naturaleza se manifestara: «Tomó Taré a Abraham», y este vínculo familiar fue un obstáculo fatal para él. En el caso de su sobrino, Abram toma la delantera; leemos: «Tomó, pues, Abram… a Lot»; además, aunque esta compañía se convierta en una carga para él, no puede impedir que la fe responda al llamado.
Cuando la naturaleza tiene ventaja, se dice que «Salió con ellos de Ur de los caldeos, para ir a la tierra de Canaán». Pero bajo el liderazgo de Taré, nunca llegaron al país. Mientras que cuando la fe es libre de actuar, leemos de nuevo que «Salieron para ir a tierra de Canaán»; y esta vez, «a tierra de Canaán llegaron» (v. 5).
4.1 - Un contraste
Cuando llegaron a Canaán, comprueban que «el cananeo estaba entonces en la tierra». Este es un hecho muy significativo. Dios había dicho de Abraham: «Te bendeciré». De Canaán, dijo: «¡Maldito sea Canaán!» Si Dios introduce a Abraham, el hombre de bendición, en la tierra prometida, inmediatamente descubre que el diablo ya ha establecido al hombre de la maldición en esa misma tierra. De esta manera el diablo busca oponerse al propósito de Dios e impedir que el hombre de fe tome posesión del país.
4.2 - Una comparación
El cristiano también está llamado a dejar este mundo, participa del llamado celestial, está bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales. Pero respondiendo al llamado y dejando el mundo, descubre que tiene contra «las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales» (Efe. 6:12). El creyente que desea disfrutar de sus bendiciones espirituales pronto se dará cuenta de que el poder espiritual de maldad está en su contra para impedirle que se asiente en el lugar celestial, donde se encuentra la única verdadera porción de la Iglesia.
Para Abraham, Ur de los caldeos era cosa del pasado; la posesión del país aún estaba por llegar. Por el momento, no tenía ni el mundo que acababa de dejar ni el buen país al que se dirigía. El cristiano que responde al llamado de Dios se encuentra en la misma situación. Ha salido de este mundo malo y aún no ha llegado al mundo venidero.
Podemos entonces preguntarnos cuál es la parte del que responde al llamado y qué lo sostendrá en esta posición de separación. La historia de Abraham es rica en instrucciones y aliento a este respecto.
4.3 - La obediencia de la fe
Notemos primero que el gran principio que guiaba a Abraham es el de la fe. Si ha salido de un país y que aún no ha llegado al otro, es obvio que no tiene nada para la visión natural. No es que no vio nada, pero lo que veía, lo veía por fe. Así leemos: «Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir a un lugar que iba a recibir por herencia»; y de nuevo: «Por la fe habitó como extranjero en la tierra de la promesa». Él y su familia vivieron por la fe, y al final se dice: «En la fe murieron todos estos» (Hebr. 11:8, 9, 13).
4.4 - El camino de la fe
En segundo lugar, al responder al llamado de Dios sobre el principio de la fe, Abraham y los suyos se convirtieron en «extranjeros y peregrinos». En el Nuevo Testamento, el Espíritu Santo puede decir de ellos que «confesaron que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra» (Hebr. 11:13). La historia de Abraham ilustra este hecho de una manera muy notable. Leemos que se quedó en Harán, donde se había quedado durante algún tiempo; mientras que una vez que entró en el país, «morando en tiendas» como alguien que no tiene una morada fija. Vemos también que «habitó como extranjero en la tierra de la promesa». Extranjero, solo tenía una tienda en este mundo; se dirigía a otro mundo.
4.5 - La porción de fe
En tercer lugar, aprendemos cómo Abraham fue sostenido en este camino de peregrino. Leemos: «Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra». Observemos primero que se menciona dos veces: «Apareció Jehová a Abram»; luego, que la tierra es puesta delante de él como una posesión futura. Ve al Rey en su belleza y el lejano país. Continuó su viaje como extranjero y peregrino a la luz de la gloria del Dios que lo había llamado y con el gozo por la fe del país al que se dirigía. El Nuevo Testamento nos dice que él «esperaba la ciudad que tiene [los] cimientos» y que quería «una mejor, es decir, la celestial» (Hebr. 11:10, 16).
¿No es lo mismo para nosotros? Solo tendremos el carácter de extranjero y de peregrino si tenemos a Cristo en su gloria y la felicidad que será nuestra parte en la morada celestial hacia la que nos encaminamos. No basta con conocer la doctrina de Cristo y saber que el cielo es ofrecido al final del viaje. El deseo del corazón de cada uno de nosotros debe ser el del apóstol: «Para conocerle a él» y «sigo adelante, esperando alcanzar aquello para lo cual también me alcanzó Cristo» (Fil. 3:10, 12).
Si, en respuesta al llamado, nos separamos de este mundo, podemos crecer en nuestro conocimiento personal del Señor mismo. ¿No dijo: «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre y yo le amaré y me manifestaré a él» (Juan 14:21)?
4.6 - La respuesta de la fe
En cuarto lugar, leemos que Abram «edificó allí un altar a Jehová» inmediatamente después de que Jehová se le apareció. Esto habla claramente de la adoración. En la Epístola a los Hebreos, los que salen a Cristo fuera del campamento no solo son peregrinos sin ciudad permanente, sino que se convierten en adoradores que ofrecen «un continuo sacrificio de alabanza» (Hebr. 13:13-15).
Abraham no solo había visto algo de la gloria de la tierra en un futuro lejano, sino que había captado por la fe la gloria de Aquel que se le había aparecido. El don del país era muy apropiado para despertar su gratitud; pero la gloria del Donante hizo de él un adorador. Siempre es así, porque la adoración es la expresión de un corazón lleno de la gloria de la Persona a quien adoramos.
4.7 - El recurso de la fe
En quinto lugar, Abraham «invocó el nombre de Jehová». Esta actitud muestra su dependencia del Señor. Cualesquiera que fueran sus necesidades, a pesar de las privaciones con las que se encontraría durante su peregrinación, la oposición a la que podría tener que enfrentarse, las tentaciones que surgirían en su camino, él tenía un recurso infalible: podía invocar el nombre de Jehová.
En los días difíciles, el hombre piadoso encuentra su recurso en Jehová. En el tiempo de ruina que precede el diluvio, había hombres que, como Caín, salieron de delante de Jehová; pero también había algunos que comenzaron a invocar el nombre de Jehová (Génesis 4:16, 26). Así, en los días oscuros de Malaquías, el piadoso remanente encontró su recurso en Jehová; pues se habla de «los que piensan en su nombre» (Mal. 3:16). En los primeros tiempos de la Iglesia, los creyentes eran conocidos como «los que invocaban este nombre» (Hec. 9:21). En medio de las persecuciones de las que fueron víctimas, se volvieron hacia el Señor. Y en medio de la ruina de los últimos días, estamos seguros de que otros invocarán al Señor con un corazón puro (2 Tim. 2:22).
La fe de Abraham era notable, y sin embargo era un hombre con las mismas pasiones que nosotros. Nadie entra en el camino de la fe sin ser probado. Esto se permite para manifestar, por un lado, nuestra debilidad y, por el otro, la gracia y la fidelidad de Dios.
4.8 - La infidelidad de Abraham
En la historia de Abraham, la prueba se ha manifestado bajo la forma de una hambruna. La situación era crítica, ya que «Hubo entonces hambre en la tierra». Pero si Jehová permite la aflicción, ciertamente puede satisfacer las necesidades de los suyos en el dolor. Bajo el peso de la prueba, Abraham, sin embargo, deja que las circunstancias se interpongan entre su alma y Dios. En vez de invocar a Jehová, escuchó las sugerencias de la simple razón o del sentido común, y se alejó por un tiempo del camino de la fe: «descendió Abram a Egipto». En vez de confiar en la ayuda de Dios, se aleja hacia el mundo para buscar ayuda.
Como resultado de este paso en falso, Abraham descubre que, si sus necesidades inmediatas son satisfechas, se enfrenta a nuevas dificultades, derivadas de su falsa posición. Teme ser ejecutado a causa de los deseos de los egipcios.
Habiendo adoptado una actitud que ya no le permite confiar en la protección de Dios, Abraham trata de resolver el problema solo. Abandonado a sus propias estratagemas, cae por debajo del mundo y recurre a la mentira. Con una verdad a medias, intenta encontrar refugio, a expensas de su esposa.
La incredulidad lleva las semillas de su propio juicio. Además, inevitablemente conduce al mal que estamos tratando de evitar. Como dijo otro: «Temerosos de ser esparcidos sobre la tierra, los hijos de los hombres comenzaron a construir una torre, y el Señor los dispersó porque ellos la construyeron. Temiendo que el Faraón se llevara a su esposa, Abram dice que ella es su hermana (como si Dios no pudiera protegerla), y por eso el Faraón la lleva a su casa» (J.N.D.). Más tarde, en circunstancias similares, Elimelec abandonaría la tierra de Dios para escapar de la muerte por inanición, pero tendría que comprobar que la muerte le esperaba precisamente en la tierra de Moab (Rut 1:1-3).
Ciertamente, la falta de conducta de Abraham le permite satisfacer sus necesidades inmediatas; incluso se enriquece, pero ¡a qué precio! Porque en Egipto no puede extender una tienda, ni edificar un altar, ni invocar el nombre de Jehová.
4.9 - La fidelidad del Dios de Abraham
Sin embargo, a pesar de todas las faltas, Dios es fiel a los suyos. Los dones y el llamado de Dios son sin arrepentimiento. Dios no abandona a sus hijos cuando fracasan. Él actúa a nuestro favor, aunque en su forma de gobierno tengamos que sufrir por nuestra locura. Es así como Dios intervino a favor de su siervo fracasado. Leemos: «Jehová hirió a Faraón y a su casa con grandes plagas, por causa de Sarai mujer de Abram».
Cuando se descubrió el engaño, los egipcios despidieron a Abraham; Faraón dijo: «He aquí tu mujer; tómala, y vete». Y Faraón se aseguró de esta partida, pues «Entonces Faraón dio orden a su gente acerca de Abram; y le acompañaron, y a su mujer, con todo lo que tenía» ¡Qué tema tan humillante cuando el mundo despide a los hijos de Dios, no por la fidelidad de su testimonio a Dios, sino por su conducta vergonzosa!
Por la bondad de Dios, su pobre siervo es así sacado de una mala posición, pero no sin reproche y sin vergüenza.
5 - Rechazar y elegir (Génesis 13)
Abraham pronto fue puesto a prueba y pudo demostrar la realidad de su regreso al camino de la fe. Las circunstancias le permitirán demostrar que vuelve a vivir a la luz de la patria celestial y que, por lo tanto, puede permitirse rechazar la llanura bien regada elegida por su sobrino, atraído por el mundo.
5.1 - La restauración
Abraham fue expulsado de Egipto. Al mundo le importa muy poco adónde irá. Pero Abraham era un verdadero creyente, aunque a veces, como nosotros, conoce fracasos en el camino de la fe. Había disfrutado de estar allí, separado para Dios, así que nada satisfará más a su alma que el regreso al lugar de bendición desde donde se habían extendido sus pies. Y así leemos: «Subió, pues, Abram de Egipto hacia el Neguev, él y su mujer… hacia Bet-el, hasta el lugar donde había estado antes su tienda… al lugar del altar que había hecho allí antes».
Como toda alma verdaderamente restaurada, sigue sus pasos, paso a paso, hasta que lo encontramos de nuevo, en su carácter de extranjero y peregrino con su tienda, como adorador con su altar y como hombre dependiente, invocando el nombre del Señor.
5.2 - Las consecuencias del incumplimiento
La restauración de Abraham está completa; pero su paso en falso tiene consecuencias en el comportamiento de sus parientes. Nunca un santo cae sin arrastrar a otros hombres, aunque él mismo pueda ser restaurado. El resultado del fracaso de Abraham se manifiesta inmediatamente en Lot. En Taré, hemos visto al hombre según la naturaleza, capaz de hacer una hermosa profesión, pero incapaz de comprometerse en el camino de la fe que lleva a dejar el mundo. En Abraham, tenemos al hombre de fe que, actuando según la palabra del Señor, toma un lugar de separación, aunque a veces experimente fracasos en este camino. En Lot, vemos a un verdadero creyente tomando un lugar de separación, no en la fe en Dios, sino bajo la influencia de un hombre. Leemos arriba que cuando Abraham se fue de Harán, «Lot fue con él» (cap. 12:4). Y cuando Abraham subió de Egipto, se dice: «y con él Lot». (cap. 13:1). Aquí, por tercera vez, se habla de Lot como el que «andaba con Abram».
Lot representa esta vasta clase de personas que toman una posición justa en cuanto a la separación del mundo, pero que lo hacen bajo la influencia de un amigo o pariente en lugar de como resultado del ejercicio personal y de la fe en Dios. Desde el principio de su camino, Lot se caracteriza por una conducta a la luz de otro. Desgraciadamente, en otras circunstancias y de diferentes maneras, con qué frecuencia, como Lot, seguíamos a aquellos que tenían la fe que nos faltaba, solo para encontrar al final que no podíamos resistir la tentación.
Cuando llegue la prueba, los creyentes que caminan a la luz de los demás caerán y abandonarán un camino que no tiene atracción para la carne, sobre el que nunca han ejercitado y en el que se han comprometido sin fe personal.
5.3 - La trampa de la riqueza
Cuántas veces, también hoy, la prueba toma la forma que tomó en la historia de Abraham y Lot. Leemos: «Hubo contienda». Y aprendemos que la razón principal de esto fueron sus posesiones. Notemos que dos veces se repite que no podían vivir juntos, y notemos también la causa profundamente significativa de su división: «sus posesiones eran muchas». ¡Cuántas veces, desde entonces, los creyentes han sido divididos por los celos sobre los dones espirituales o las riquezas temporales de los demás! El mal uso de los dones espirituales fue una fuente de división en la asamblea de Corinto. El apóstol puede decir a esta asamblea: «Porque en todo habéis sido enriquecidos en él, en toda palabra y en todo conocimiento». Pero estas mismas riquezas se habían convertido en causa de disputa y división; de hecho, el apóstol observa: Hay «entre vosotros celos y contiendas»; y añade que se «ninguno de vosotros sea altivo a favor del uno contra el otro» (1 Cor. 1:5; 3:3; 4:6). La pobreza los habría llevado a acercarse unos a otros; su riqueza estaba en la raíz de sus divisiones.
En el caso de Abraham y Lot, los bienes terrenales causaron disputas entre los dos hombres. Podemos preguntarnos: “¿De dónde han salido estas riquezas?” Cuando Abraham se embarcó en el camino de la fe, y Lot fue con él, tomaron «todos sus bienes que habían ganado». Pero no era una fuente de disputas (cap. 12:5). En Egipto, sin embargo, Abraham adquirió una gran riqueza, y después de su restauración, leemos que «era riquísimo en ganado, en plata y en oro» (13:2).
Los bienes adquiridos fuera del camino de la fe se convierten en causa de problemas y de división entre los hermanos. Y estos hermanos que se pelean ya no son testigos de Dios ante el cananeo y el ferezeo que vivían en el campo en ese tiempo.
5.4 - La posición de la fe
Sin embargo, Abraham es un hombre restaurado, en una posición verdadera, con un motivo justo; mientras que Lot, si ocupa el mismo lugar, solo sigue a los demás. Mientras que esta disputa es la triste oportunidad de revelar la mundanalidad de Lot, los pensamientos celestiales de Abraham son sacados a la luz. Puede renunciar a las cosas que se ven. Abraham dijo: «No haya ahora altercado entre nosotros dos… porque somos hermanos». Quien no tiene la fe suficiente para ocupar el puesto en el que se encuentra, acaba convirtiéndose en fuente de disputas entre hermanos. Es mejor separarse del hombre cuya fe no puede imitar.
Porque tiene ante sí la patria celestial, Abraham puede renunciar al mundo presente, a su facilidad, a su abundancia. La elección se deja a Lot; y si Lot prefiere lo mejor a la apariencia natural, Abraham estará satisfecho con el camino que Dios ha escogido para él. El camino puede ser difícil o fácil, el hombre de fe lo sigue sin vacilar, sabiendo que conducirá a la tierra prometida y a todas sus bendiciones.
5.5 - La elección de la carne
Bajo la influencia de otros, Lot aceptó caminar por el camino de la separación; el cual abandonó antes de su propia elección, y manifiesta que el mundo está en su corazón (v. 10-13). Sin buscar el pensamiento de Dios, él escoge su camino por la vista. «Alzó Lot sus ojos, y vio toda la llanura del Jordán». Fue un espectáculo atractivo, que mostró un trabajo fácil y una abundancia material. En todas partes encontraba agua para sus rebaños, sin tener que cavar pozos. La llanura, tan fértil, era «como el huerto de Jehová». Pero es aún más significativo notar que era «como la tierra de Egipto». Habiendo seguido a Abraham a Egipto, Lot había probado los placeres encontrados en ese país, y la atracción del bienestar fácil y de las riquezas mundanas había aumentado.
Así, Lot eligió para sí mismo toda la llanura del Jordán; abandonó el camino de separación que había seguido sin fe personal y abandonó para siempre la tierra de Canaán. No había nada malo en elegir una llanura regada; pero esto prueba que el corazón no está apegado a la tierra invisible de la promesa de Dios. Además, hay un peligro real en las llanuras regadas: Satanás construyó Sodoma allí.
Abraham vivió en la tierra de Canaán y Lot se estableció en las ciudades de la llanura. Dejando el camino de la fe por el camino de la vista, del mundo y de su facilidad, Lot seguirá hundiéndose; leemos que puso «sus tiendas hasta Sodoma». «Mas los hombres de Sodoma eran malos y pecadores contra Jehová en gran manera». Sin embargo, aprenderemos que no hay solución para Lot. Se hunde cada vez más, hasta desaparecer de la escena, cubierto de vergüenza y deshonra.
5.6 - La confesión de fe
Liberado de la compañía de su sobrino mundano, Abraham recibió nuevas comunicaciones de Jehová. Lot se había dejado guiar por la vista humana sin buscar la dirección de Jehová. Ahora, lo que vieron sus ojos despertó su lujuria, y sus pies siguieron la elección de su corazón.
Abraham también usa sus ojos, pero lo hace por mandato de Jehová; porque después que Lot se fue de él, Jehová le dijo: «Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás». Dios invita a Abraham a mirar en todas direcciones el país que le dio. Y para nosotros, una vez liberados del peso de los que no tienen fe para recorrer el camino de la separación, ¿no hay un gran beneficio en pensar en las cosas de arriba, nuestros ojos, no están fijos en las cosas que se ven, ¡«sino en las que no se ven»! (2 Cor. 4:18). ¿No deberíamos tratar de disfrutar de cada parte de la revelación que Dios nos ha dado del mundo venidero, la patria celestial con la ciudad que tiene los cimientos?
En este sentido, todavía podemos responder a la invitación que el Señor dirigió a Abraham: «Levántate, ve por la tierra a lo largo de ella y a su ancho; porque a ti la daré». Liberado de la gente que lo seguía solo por imitación, Abraham puede superar todas las disputas insignificantes. Abandonando a Jehová la elección de su camino, disfrutó de una revelación plena del mundo venidero y lo esperó pacientemente, caminando por la tierra con su tienda y su altar.
6 - Victoria y derrota (Génesis 14)
En el capítulo 12, consideramos la bendición encontrada en el camino de fe seguido en respuesta al llamado de Dios. Y hemos visto cómo nuestros pies pueden deslizarse si no son sostenidos por el poder del Señor.
El capítulo 13 nos mostró al creyente que conoce el camino de la fe para renunciar al mundo; y en contraste, al creyente que se deja guiar por la visión de hacer la dolorosa elección del mundo.
El capítulo 14 presenta los conflictos del mundo –naciones que se levantan contra naciones–, conflictos de los que el creyente que ha renunciado al mundo sale victorioso; mientras que el hombre que camina por la vista se convierte en su presa. Además, aprendemos que, a través de los juicios de Dios, tales conflictos conducirán a la liberación de su pueblo y al establecimiento del reino de Cristo como Rey y Sacerdote. Esto se nos muestra como un tipo en Melquisedec, rey de Salem.
6.1 - El conflicto (v. 1-11)
Este capítulo comienza con un cuadro solemne de este mundo malvado. Es un escenario en el que vemos a las naciones agruparse y formar alianzas para lograr sus proyectos de grandeza y defenderse de los ataques enemigos.
Es, además, un mundo sin ley, donde los hombres se ven obligados a someterse a los gobiernos contra su voluntad, o a rebelarse para obtener su libertad (v. 4).
Así, el mundo entero, ya sea en lugares altos o en áreas menos prominentes –las montañas o el desierto (v. 6)– se convierte en el escenario de intereses bélicos y conflictos egoístas.
6.2 - La captura (v. 12)
La narración de los conflictos de este mundo nos permite comparar, para nuestro beneficio, el camino del creyente que se mueve según la vista con el camino del que avanza por la fe. Durante estos conflictos, Lot, el hombre de la vista, se convirtió en el cautivo del mundo; Abraham, el hombre de fe, fue victorioso sobre el mundo.
Así, leemos que los reyes victoriosos «Tomaron también a Lot, hijo del hermano de Abram, que moraba en Sodoma, y sus bienes, y se fueron». En el capítulo anterior, vimos que Lot, que había elegido toda la llanura del Jordán, había levantado sus tiendas «hasta Sodoma». Aquí podemos notar que ha dado un paso más en el camino de la lejanía; leemos en efecto que «vivió en Sodoma». Podemos estar seguros de que cuando comenzó a levantar sus tiendas a Sodoma, Lot no tenía intención de vivir allí. Pero un error lleva a otro. A medida que se acerca al mundo, pronto se encuentra allí, y al vivir allí, se ve envuelto en sus conflictos y se convierte en un cautivo de su poder.
Sigue siendo cierto que el creyente que se instala en el mundo no le puede resistir a este. Sin la fe que se adhiere a la gloria venidera, tampoco hay fe para vencer este malvado siglo. Tal fue el caso de Lot. Nunca ganó; las malas influencias, una tras otra, precipitaron su caída. Se había embarcado en el camino de la separación siguiendo a Abraham en lugar de hacerlo por la fe en Dios. En el momento de la tentación, sucumbe a las hermosas perspectivas que se abren a sus ojos. Habiendo llegado más cerca del mundo, Lot cayó aún más bajo su influencia cuando se estableció en Sodoma. Finalmente, viviendo en Sodoma en el momento del conflicto, se dio cuenta de que se había convertido en un hombre solitario, sin fuerzas, sin amigos que lo ayudaran, e incapaz de contar con el apoyo de Dios. Impotente en el día de la prueba, es cautivo de sus enemigos.
6.3 - El contraste (v. 13-16)
A diferencia de Lot, que elige el mundo y se convierte en su presa, nosotros vemos al hombre que ha renunciado al mundo y es victorioso sobre él. El día de la batalla cogió a Lot desprevenido; Abraham, manteniéndose alejado, estaba listo para la batalla. Tiene con él a sus hombres entrenados para la guerra, y está dispuesto a luchar la buena batalla, no como el mundo para aumentar sus posesiones o para obtener las riquezas de este mundo, sino para liberar a un hermano que ha caído bajo su gobierno.
Las armas de nuestra guerra no son carnales, y no luchamos contra carne y hueso. La lucha cristiana es, sin embargo, muy real. Luchamos por la verdad y buscamos liberar a aquellos que están en peligro de caer en un mundo religioso, o que ya han sido atrapados en sus redes.
Pablo vivió en la luz de otro mundo y se jactó en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo fue crucificado a Pablo, y Pablo al mundo. Luchó la buena batalla y escapó de la trampa de los que aspiraban a las riquezas y así se traspasaron con mucho dolor. Tuvo una gran batalla por aquellos que estaban en peligro de caer presa del mundo religioso (Col. 2:1).
Y Judas, en el mismo espíritu que Abraham, odiando aun la ropa manchada por la carne, estaba listo para pelear por la fe; podía tener compasión de aquellos creyentes que habían sido tomados cautivos por el mundo, y tratar de sacarlos del fuego (Judas 3, 22, 23).
6.4 - La recompensa (v. 17-24)
Además, Abraham no solo es victorioso sobre la hostilidad del mundo, sino que es insensible a sus honores y dones. Podríamos elevarnos por encima de la enemistad del mundo y, sin embargo, sucumbir a su benevolencia. Nunca estamos más expuestos a una caída que después de una victoria. El enemigo lo sabe bien y se presenta con sus tentaciones en el mismo momento en que dejamos de estar en guardia. Así, en el caso de Abraham, al regresar después de golpear a los reyes enemigos, «salió el rey de Sodoma a recibirlo».
Pero si el rey de Sodoma viene a tentar a Abraham, el rey de Salem está allí para apoyarlo.
En la Epístola a los Hebreos, el Espíritu Santo nos da el significado de esta hermosa escena. Melquisedec está introducido como un tipo para presentar las glorias de Cristo. Su nombre y el de su país indican que era rey de justicia y rey de paz. También era «sacerdote del Dios Altísimo» (Hebr. 7:1-3). Como rey, lleva justicia y paz a sus súbditos; como sacerdote, eleva las alabanzas de su pueblo a Dios. Como representante de Dios ante los hombres, Melquisedec bendice a Abraham en nombre de Dios; como representante de los hombres ante Dios, bendice al Dios Altísimo en nombre de Abraham.
En los días del Milenio, Dios será conocido como el Altísimo, aquel que liberará a su pueblo terrenal de sus enemigos y que actuará en juicio contra todos los poderes hostiles. Entonces Cristo aparecerá verdaderamente en sus caracteres de Rey y Sacerdote. Una profecía nos lo dice expresamente: «Él llevará gloria, y se sentará y dominará en su trono, y habrá sacerdote a su lado; y consejo de paz habrá entre ambos» (Zac. 6:13). Él será el verdadero Rey de justicia, Rey de paz y Sacerdote del Dios Altísimo.
Melquisedec habiendo traído pan y vino, las necesidades de Abraham están satisfechas y su gozo asegurado; así también puede prescindir de los dones de este mundo. Abraham levantó su mano al Señor, el Dios Altísimo, dueño del cielo y de la tierra. Ha sido bendecido por Dios y no aceptará nada del mundo; no sea que digas: «Yo enriquecí a Abram».
Bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales, y lleno de las insondables riquezas de Cristo, el creyente puede elevarse por encima de las seducciones de este mundo, rechazar sus dones y honores, y seguir su vida de fe en paz por el camino de separación. Y la fe avanza en este camino, a la luz del mundo venidero. Ella sabe que todos los conflictos en este mundo terminarán en el reino glorioso de Cristo, cuando su pobre y fallido pueblo sea liberado de todos sus enemigos, y que la justicia y la paz serán establecidas, como leemos en el Salmo 72: «Él juzgará a tu pueblo con justicia, y a tus afligidos con juicio. Los montes llevarán paz al pueblo» (v. 2-3).
7 - Un hijo y una herencia (Génesis 15)
Los capítulos 11 al 14 nos dieron el testimonio público de Abraham ante los hombres. En la segunda parte de su historia, contenida en los capítulos 15 al 21, tenemos los ejercicios personales de su alma ante Dios. Está claro que la partida de Abraham de Harán, su tienda, su altar, su renuncia al mundo y su victoria sobre los reyes fueron actos, conocidos por todos, que iban de la mano con una vida de fe y el glorioso propósito al que conduce. Ahora descubriremos los ejercicios secretos detrás de este testimonio público.
Es importante comprender que no estamos llamados simplemente a ser testigos de hechos reales, sino que también tenemos que dar testimonio de las verdades con las que nuestras almas han sido penetradas.
Estas maravillosas escenas contienen las conversaciones personales entre Dios y un hombre con las mismas pasiones que nosotros. Dios se le aparece a Abraham en visiones y visitas durante las cuales habla con él e incluso acepta su hospitalidad. En estas comunicaciones Dios revela el propósito de su corazón a Abraham y a sus descendientes y, considerándolo como un amigo, revela sus pensamientos hacia el mundo.
7.1 - La revelación de Dios (v. 1)
Por su parte, Abraham puede poner sus necesidades ante Dios con total confianza, compartir con él sus dificultades e interceder por los demás. La manifestación de tal gracia, tal condescendencia por parte de Dios y tal confianza firme por parte de Abraham es rica en enseñanzas para nosotros. A la luz de Dios que se revela plenamente como Padre, los creyentes pueden disfrutar aún más de la intimidad con él, aunque de una manera menos familiar. Hagamos sonar nuestro corazón y preguntémonos si sabemos algo de esta bendita intimidad: ¿podemos, con la plena confianza de un niño, llevar nuestras dificultades a Dios, presentarle nuestras necesidades y, con la audacia del amor, interceder por los demás? Estas bellas escenas nos son dadas en particular para animarnos a cultivar esta intimidad con Dios.
El calendario de estas nuevas comunicaciones es muy informativo. Abraham acaba de rechazar los dones y honores del mundo. Leemos: «Después de estas cosas vino la palabra de Jehová a Abram en visión, diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande». Habiendo despertado la hostilidad del mundo al ganar una victoria sobre él, Abraham necesitará un escudo. Habiendo rechazado los dones de este mundo, él recibirá la recompensa de Dios que sobrepasa por mucho todo lo que este mundo tiene para ofrecer. Con Dios como nuestro escudo, no debemos temer las represalias de los enemigos derrotados; con Dios como nuestra recompensa, no seremos tentados por los dones de este mundo.
7.2 - La respuesta de la fe (v. 2-3)
La confianza muy simple, expresada en la respuesta a esta comunicación, es muy hermosa. Dios había dicho: «Yo soy Jehová… para darte a heredar esta tierra». Con plena confianza en la palabra de Dios, Abraham le pregunta: «¿qué me darás? Entonces le explicó su necesidad: “Hablaste de mi simiente; prometiste darme la tierra”, pero «siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer». “Me diste la tierra y me hablaste de mis descendientes, pero mira, no me diste hijos y un siervo es mi heredero”.
7.3 - La recompensa de la gracia (v. 4)
La palabra de Jehová viene entonces a Abraham y, como siempre cuando se trata de Dios, sus dones exceden nuestras peticiones. Abraham había pedido un hijo. Dios responde prometiéndole no solo un hijo sino también una herencia para su descendencia. Hijo y herencia son los dos grandes temas de la respuesta divina. Dios dijo a Abraham: «Un hijo tuyo será el que te heredará» y «Yo soy Jehová, que te saqué de Ur de los caldeos, para darte a heredar esta tierra».
Toda la escena ilustra esta verdad expuesta en la Epístola a los Romanos (8:17): «Si somos hijos, también somos herederos». La posición de los hijos y la herencia están inextricablemente ligadas, ya sea el pueblo terrenal o el pueblo celestial de Dios. Nuestras esperanzas futuras están ligadas a nuestro carácter de hijos. Si somos hijos, también somos herederos. Dios tiene hijos, y tiene una herencia para ellos.
7.4 - Le fue contado por justicia (v. 5-7)
Pero esta bella imagen ilustra otra verdad más, a saber, que los creyentes, «todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús» (Gál. 3:26). Antes ya había habido hombres de fe, pero por primera vez se dice de uno de ellos: «Creyó a Jehová». Esta fe se muestra en toda su simplicidad. Dios separó a Abraham de sus circunstancias y lo invitó a mirar, escuchar y creer. Debe apartar la mirada de Sara, de sí mismo, de la tierra, de todo lo que toca a la naturaleza. «Mira ahora los cielos», le dijo el Señor. Y al mirar a las estrellas, oye que Dios le dice: «Así será tu descendencia». Entonces leemos: «Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia».
El Espíritu de Dios usa esta imagen, en Romanos 4, para mostrar cómo el creyente es justificado ante Dios. Cristo es presentado a los pecadores, y Dios de alguna manera dice: «Mirad» y «Escuchad». Mirad al cielo, fijad vuestros ojos en Cristo en la gloria, y escuchad lo que Dios dice de él: Murió por todos, Dios está satisfecho con Jesús y su obra. Al mirar a Jesús y escuchar lo que Dios dice, el alma ejercitada cree que Jesús murió por ella. Dios dice del que cree que es purificado de todos sus pecados, que es justificado delante de Dios, y aún más, que es un hijo de Dios, y que, si es un hijo, también es un heredero.
7.5 - La remisión de pecados (v. 8-10)
Abraham también aprendió que el sacrificio es el fundamento de toda bendición. Nosotros también debemos recordar siempre que el inestimable sacrificio de Cristo es la base eterna de nuestra bendición. «Sin derramamiento de sangre no hay perdón» (Hebr. 9:22). Puede haber diferentes grados de aprecio por el sacrificio de Cristo, probablemente ilustrado en los diversos animales que Abraham fue invitado a ofrecer, pero solo un sacrificio puede asegurar la bendición.
Al darse cuenta de que cualquier bendición para nosotros depende del sacrificio de Cristo, el enemigo siempre se esforzará por atacar y debilitar Su poderosa obra. Nuestra parte es luchar por la verdad y mantener alejada a cualquier ave inmunda que niegue el sacrificio de Cristo o pisotee Su sangre.
Si el sacrificio es la base de todas las bendiciones, debemos, de nuestro lado, apropiarnos individualmente la muerte de Cristo por fe. «Mas a la caída del sol», «sobrecogió el sueño a Abram» y «el temor de una grande oscuridad cayó sobre él», todo nos habla de los ejercicios del alma que entran en el sentido profundo de la cruz. ¿Acaso Pablo no sabía algo de estas experiencias? Cuando, después de ver a Cristo en gloria, «Estuvo tres días sin ver; y no comió ni bebió» (Hec. 9:9).
Finalmente, Abraham debe aprender que el camino a la gloria es un camino de sufrimiento. Su semilla ciertamente entraría en la tierra prometida, pero primero pasaría por la aflicción. Abraham descubre que más allá del horno de la aflicción, está la luz de la gloria. Así, pues, las cuatro verdades contenidas en el capítulo 8 de la Epístola a los Romanos (v. 17) están ilustradas en su historia: somos hijos de Dios, herederos de Dios, tenemos que sufrir con Cristo, y seremos glorificados con él.
8 - La carne y la Ley (Génesis 16)
El capítulo 15 nos mostró que la bendición fue definitivamente prometida a Abraham, por la gracia soberana de Dios, sobre la base de un sacrificio. Él nos presentó la gran verdad de que, tanto para el pueblo terrenal de Dios como para su pueblo celestial, toda bendición es concedida por pura gracia, pero en perfecta justicia, por la muerte de Cristo.
En este capítulo, vemos cómo Abraham trata de obtener la promesa de un heredero de una manera carnal, sobre la base de las obras o de sus propios esfuerzos.
8.1 - El evento
Dios le había prometido a Abraham un hijo, y Abraham había creído a Dios (cap. 15:4-6). Pero su paciencia se pone a prueba, porque leemos: «Sarai mujer de Abram no le daba hijos». ¿Cómo entonces tendrá un heredero? En la prueba falta su paciencia: en vez de esperar el momento elegido por Dios, Abraham busca, por sus propios medios, obtener la bendición prometida. En la Epístola a los Hebreos, Abraham es presentado como el gran ejemplo de aquellos que, «heredan las promesas por medio de la fe y la paciencia» (Hebr. 6:12-15). La historia del patriarca nos muestra (y debemos ver esto tan a menudo en nosotros mismos) que en muchas ocasiones Abraham fracasa precisamente en circunstancias en las que, en general, se nos presenta como un ejemplo notable. En el capítulo 12, su fe vaciló en la tribulación. Aquí, en el capítulo 16, su paciencia es superada por una nueva prueba.
8.2 - La tentación
Anteriormente, la atracción de Egipto había desviado a Abraham del camino de la fe, al eliminar todos los ejercicios que implica caminar en dicho camino. En el capítulo 16, vemos a la sirvienta egipcia poner fin a su espera. Aunque restaurado, las consecuencias de su estancia en Egipto permanecen. Un elemento del mundo ha sido introducido en su casa, y está listo para ser usado, si Abraham actúa según la carne. ¡Qué cierto es que «lo que el hombre siembre, eso también lo cosechará»! (Gál. 6:7). A través de un paseo despreocupado, podemos introducir fácilmente en nuestros hogares un elemento del mundo que, cuando llegue el momento, proporcionará a la carne la oportunidad de manifestarse.
El apóstol Pablo se refiere a este incidente en Gálatas 4:21-26, y nos da su significado espiritual. Recuerda a las asambleas de Galacia que Abraham tuvo dos hijos, uno de la sierva y el otro de la mujer libre; el hijo de la sierva fue engendrado según la carne, pero el hijo de la mujer libre nació por la promesa.
8.3 - La enseñanza
Pablo nos dice entonces que estas cosas deben ser tomadas en un sentido alegórico. Hablan de los dos pactos: la ley del Sinaí, que conduce a la servidumbre, representada por Agar y su hijo; y la Ley de la gracia, vinculada a Jerusalén desde arriba, que conduce a la libertad, representada por Sarai y su hijo.
8.4 - La tendencia
Los creyentes en Galacia, aunque verdaderamente convertidos y poseedores del Espíritu, corrían el riesgo de volver a la Ley como regla de vida y hacer que su bendición dependiera en la práctica de sus propios esfuerzos. Para usar el lenguaje de la alegoría, se convirtieron en hijos del Sinaí y asumieron un carácter dominado por los rasgos de la carne. Si hubieran estado apegados a la libertad de Jerusalén desde arriba, que representa la gracia soberana, habrían reproducido el carácter de Cristo. En cambio, poniéndose bajo la Ley, manifestaron un espíritu altivo y vano, que los llevó a envidiarse unos a otros, de modo que se mordieron y devoraron unos a otros y fueron arrastrados al mundo (Gál. 4:21; 5:15, 26). El apóstol quería que Cristo fuera formado en ellos para que la belleza de su carácter pudiera resplandecer a través de ellos (Gál. 4:19).
Si volvemos a la historia de Abraham, vemos que el único resultado que obtuvo al tratar de asegurar un heredero a través de sus propios esfuerzos carnales fue la introducción en su casa de lo que tiene el carácter de la carne. «Lo que es nacido de la carne, carne es» (Juan 3:6). La naturaleza solo puede producir naturaleza. Por lo tanto, los esfuerzos naturales de Abraham solo pueden generar al hombre natural que más tarde perseguirá a la semilla espiritual.
8.5 - La tragedia
Mientras tanto, se introduce un elemento de discordia en la familia. El que representa los esfuerzos de la carne desprecia a aquel por quien vendrá la bendición (v. 4). Sara y Agar, ilustrando una lo que es de la carne y la otra lo que es del Espíritu, no pueden estar de acuerdo, «Porque lo que desea la carne es contrario al Espíritu, y lo que desea el Espíritu es contrario a la carne; pues estos se oponen entre sí» (Gál. 5:17). Además, el hombre que es introducido en la familia de Abraham se siente atraído por el mundo: en efecto, el hijo de Agar se encuentra en el desierto de Shur, en la frontera de Egipto (v. 7). Y este hijo tiene un carácter difícil que se levanta contra todos y excita a todos contra él (v. 12).
8.6 - El tipo
Es sencillo aplicar estas verdades a nosotros mismos. Podemos ser verdaderos creyentes como Abraham, podemos haber recibido el Espíritu de Dios como los gálatas y, sin embargo, en nuestra vida diaria, podemos hacer de la Ley nuestra regla de vida. Entonces corremos el riesgo de pensar que nuestra posición en el favor y la gracia de Dios nuestro Padre depende de la fidelidad de nuestra propia conducta y de nuestros esfuerzos legales. El resultado será doble. Primero, nos caracterizaremos por nuestra propia dureza y justicia: estaremos orgullosos de nosotros mismos y celosos de los demás. Entonces no disfrutaremos de la libertad que Cristo ha adquirido para nosotros, nos faltará gracia y amor, y no podremos de ninguna manera producir el fruto del Espíritu, que es la manifestación del carácter de Cristo (Gál. 5:1 al 6:22).
8.7 - La interpretación
La interpretación dada por la Epístola a los Gálatas muestra que esta alegoría no se aplica al pecador que busca la justificación a través de las obras, sino al creyente que ya está justificado, que busca una vida de santidad a través de sus propios esfuerzos legales y por su propia fuerza.
Es obvio que el cristianismo ha caído en este legalismo de los gálatas. No es que las verdades cristianas hayan sido completamente abandonadas, pero el sistema legal representado por Agar ha sido introducido en la profesión cristiana; y así muchos cristianos verdaderos son mantenidos en esclavitud en cuanto a sus almas, porque para caminar erguidos y obtener el favor de Dios buscan regular sus vidas por la Ley; no han entendido que un camino recto resulta del hecho bendito de que la muerte de Cristo ya los ha introducido en el favor eterno de Dios, y que solo pueden caminar bien a través del poder de Cristo.
Como tipo, podemos ver en esta narrativa la historia de Israel bajo la Ley, el pueblo que busca obtener promesas a través de sus propias obras. Los hijos de Israel se encuentran entonces, como Agar, expulsados de su país y vagando por el desierto de este mundo donde se oponen a todos los hombres y donde tienen a todos los hombres contra ellos. Sin embargo, la nación sigue siendo amada por los padres, por lo que el cuidado providencial de Dios nunca se le quita: Agar descubrió que en el desierto había una fuente y el Ángel del Señor, y que Dios vio toda su angustia.
9 - El Dios Todopoderoso y el pacto eterno (Génesis 17)
9.1 - Abraham escuchando la revelación de Dios (v. 1-2)
En la Carta a los Hebreos leemos que Abraham, «habiendo esperado con paciencia, obtuvo la promesa» (6:12-15). La historia de Agar e Ismael nos mostró que a Abraham le faltaba paciencia. Este episodio termina con la mención de que «Era Abram de edad de ochenta y seis años, cuando Agar dio a luz a Ismael». Y se dice: «Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció Jehová». Tuvo paciencia durante trece años. Durante estos años, no vemos que hubo ninguna comunicación hecha a Abraham. Dios espera hasta que toda esperanza de obtener la bendición a través de los esfuerzos de la carne haya desaparecido.
Abraham experimentó la inutilidad de sus propios esfuerzos para obtener el heredero prometido; se le dio que esperara hasta los noventa y nueve años y así darse cuenta de su total debilidad; entonces el Señor se le apareció y se le reveló como el «Dios Todopoderoso». Como ya hemos mencionado, se trata de una mejora importante con respecto a comunicaciones anteriores. En el capítulo 15, Dios se reveló a sí mismo a Abraham como su escudo y su gran recompensa. Allí fue la revelación de lo que Dios era a Abraham; en el capítulo 17, es la revelación de lo que Dios es en sí mismo.
En relación con esta revelación, el Señor dijo a Abraham: «anda delante de mí y sé perfecto». Vimos que la marcha de Abraham no había sido realmente perfecta. Aunque era verdaderamente un hombre de fe y de paciencia, le faltaba fe cuando bajó a Egipto, y no mostró paciencia en el asunto de Agar. Ahora, después de darse cuenta de su debilidad, aprende que Dios es el Todopoderoso. Pero si Dios es todopoderoso, sus palabras y promesas ciertamente se cumplirán, aunque su cumplimiento pueda parecer imposible para la naturaleza, la vista y la carne. Abraham solo debe recordar que Dios es todopoderoso, y entonces inmediatamente las dificultades desaparecerán, los obstáculos serán superados, y se le concederá que espere tranquilamente, con fe y paciencia, la intervención de Dios en el momento oportuno. Abraham ya no puede esperar nada de la naturaleza. Todo depende de Dios, de principio a fin. Así que Dios puede decir: «Pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera». Podemos decir: «Si Dios quiere»; pero ¿quién sino el Dios Todopoderoso puede decir: «Y haré»?
9.2 - Abraham cayendo de bruces ante Dios (v. 3)
El efecto de esta nueva revelación en Abraham es sorprendente. Cuando la palabra de Jehová llegó a Abraham en una visión, para revelarle lo que Dios era para él, Abraham pensó inmediatamente en sí mismo y, en una feliz confianza, se dirigió a Dios, exponiendo sus necesidades y mencionando sus dificultades ante Él. Aquí, cuando Dios viene personalmente a visitar a Abraham, revelándose a sí mismo en lo que es en sí mismo, Abraham cae de bruces para escuchar, en la actitud correcta, y Dios le habla. Se da cuenta de su propia nada en la presencia de la grandeza de Dios, e inmediatamente toma el lugar de la humildad en su rostro. La comunicación anterior había llevado a Abraham a pensar en sí mismo y en sus necesidades. Esta revelación dirige sus pensamientos sobre Dios y forma en él un carácter según Aquel que responde a sus necesidades: camina delante de Dios y es perfecto.
Estos ejemplos prácticos de la bendita intimidad entre Dios y el creyente son hermosos. Abraham, lleno de confianza, tan penetrado por la seguridad de que Dios es para él, puede hablar con Dios; entonces es llevado al lugar de la humildad que es apropiada ante Dios, y entonces Dios puede hablar con él.
Hoy reclamamos estas diferentes revelaciones de Dios, y las poseemos. Necesitamos saber todo lo que Dios es para nosotros en su gracia y amor; y tal conocimiento nos lleva a una dulce intimidad, a la comunión con Dios a través de la cual podemos presentarle nuestras necesidades, todas nuestras dificultades y nuestras pruebas. Pero también tenemos la revelación de todo lo que Dios es en sí mismo como Padre. Esta revelación da una medida verdadera de nuestra nada ante Él, pero al mismo tiempo, el corazón, regocijándose en Él, se forma en la semejanza de Aquel que estamos contemplando. «Vamos siendo transformados en la misma imagen, de gloria en gloria» (2 Cor. 3:18). Así, en los días de Abraham como ahora, la apreciación correcta de todo lo que el Señor es, nos hace conformarnos a él. En este sentido, debemos caminar ante el Señor y ser perfectos.
9.3 - Abraham recibiendo comunicaciones de Dios (v. 4)
Entonces se nos permite escuchar estas preciosas comunicaciones que Dios hace a Abraham. Primero aprende que la gracia de Dios fluirá a las naciones. Si Dios es todopoderoso, puede derribar todas las barreras y bendecir a los gentiles.
En segundo lugar, en relación con la revelación de Dios como el Todopoderoso, el nombre de Abram es cambiado a Abraham, es decir, «padre de muchedumbre de gentes». Dios honra así a su siervo.
Tercero, Abraham aprende que Dios lo hará extremadamente fructífero. No solo las naciones serán bendecidas en Abraham, sino que en él habrá fruto para Dios en la tierra.
Cuarto, las naciones serán bendecidas, pero Abraham y su descendencia estarán en la relación más íntima con Dios. «Estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti». Y este pacto será un pacto eterno por el cual Dios se compromete a ser el Dios de Abraham y de su descendencia después de él.
Quinto, Dios no solo hace un pacto eterno, sino que garantiza a Abraham y a su descendencia la «heredad perpetua».
9.4 - La responsabilidad hacia Dios (v. 9-13)
Así que estas son algunas de las bendiciones del pacto eterno de Dios con Abraham. El pacto presenta el propósito de Dios, su propósito de bendición; de hecho, siete veces durante esta comunicación, Dios habla de lo que hará. Y Abraham aprende que Dios espera, a cambio de su propia gracia, una respuesta del creyente en su vida. Abraham debe caminar ante Dios y ser perfecto.
Como Abraham, estamos llamados, como cristianos, a conducirnos de una manera que agrada a Dios, no para obtener bendición, sino porque somos bendecidos. Para caminar así y ser perfecto ante Dios, se debe depender de él y de su omnipotencia. Pero esto implica la completa separación de la carne. Para este propósito, la circuncisión fue introducida como una señal de que la carne debe ser considerada muerta para que la conducta pueda ser perfecta ante Dios. En el capítulo 15, la muerte fue introducida como base de la justificación; aquí, el juicio de la carne, por un acto que prefigura la muerte de la carne, apunta a la santidad de la conducta.
Si Dios se compromete a bendecir a través de su omnipotencia, no debe haber confianza en nosotros ni aceptación de nuestra actividad. Hoy, para el creyente, la circuncisión es «la del corazón, en espíritu, no en letra; cuya alabanza no es de los hombres, sino de Dios» (Rom. 2:29). El juicio de la carne no es simplemente la negligencia externa del cuerpo, visible al mundo; sino que es la condenación de la actividad oculta de la carne en el corazón: confianza en sí mismo, justicia propia, vanidad y concupiscencia. Ha sido condenada en la cruz (Col. 2:11).
Hay una solemne advertencia aquí. Si el creyente deja que la carne actúe en él, se expone al juicio gubernamental de Dios e incluso a ser separado de su pueblo. Sarai es bendecida con Abraham y se ennoblece con el cambio de su nombre.
9.5 - Abraham suplicando a Dios (v. 18-21)
Abraham suplica por Ismael y Dios responde a su oración. Sin embargo, a Abraham se le recuerda dos veces que el pacto se hace con el hijo según la promesa, con Isaac.
De los versículos 6 al 9 de Romanos 9, parece que Ismael representa la masa incrédula de Israel. Leemos en este pasaje: «No todos los que descienden de Israel, son Israel; ni por ser descendientes de Abraham, son todos ellos hijos; pero: En Isaac será llamada tu descendencia». La masa incrédula de la nación está formada por los hijos de Abraham según la carne; pero solo el residuo creyente es la verdadera semilla según la promesa. Sin embargo, incluso los hijos según la carne se convertirían en una gran nación en la tierra.
9.6 - Abraham guardando el pacto de Dios (v. 22-27)
Después de esta importante comunicación, Dios termina su conversación con Abraham. Ese mismo día, Abraham se ocupó de mantener el pacto realizando el acto de la circuncisión. Él pone en práctica la palabra que ha escuchado y actúa de acuerdo con la revelación que Dios ha dado de sí mismo.
10 - Las bendiciones y los privilegios (Génesis 18)
En el capítulo 17, vimos a Dios revelarse a Abraham como el Todopoderoso, aquel que puede cumplir sus promesas de bendición a pesar de todas las dificultades. A la luz de esta revelación, Abraham está llamado a caminar ante Dios y ser perfecto, sin confiar en la carne.
El capítulo 18 pone ante nosotros las bendiciones y privilegios de un hombre cuyo caminar está de acuerdo con la revelación de Dios como el Todopoderoso. Este pasaje describe cuatro grandes privilegios que son la parte de un hombre así. Primero, el Señor se manifiesta personalmente a él (v. 1-8). En segundo lugar, con la promesa del heredero, se le asegura la bendición venidera (v. 9-15). Tercero, Dios se dirige a él como un amigo a quien confía lo que hará (v. 16-21). Cuarto, en la confianza y cercanía de Dios, él puede interceder por los demás (v. 22-33).
10.1 - La visita divina (v. 1-7)
La manifestación personal del Señor es el primer gran privilegio del que goza el creyente que camina delante de Dios a la luz de la revelación que Él ha dado de sí mismo. Este privilegio se ofrece al hombre que no confía en la carne.
Al principio del capítulo, vemos a Abraham sentado a la entrada de su tienda. Un extranjero, viviendo en su tienda, vive pacíficamente lejos de las luchas de este mundo. ¿No están algunos creyentes hoy en día en peligro de ser distraídos y perturbados porque están demasiado ocupados con los acontecimientos del mundo? Que sepamos más sobre el resto del espíritu, que es la parte del que ha respondido al llamado de Dios, está separado para él, confía en él y no en la carne. A tal alma, Dios se revelará a sí mismo; hablará con ella en la mayor intimidad, como con Abraham. La forma en que lo hace es notable. Abraham levantó la vista y vio a «tres varones estaban junto a él». Durante la historia, nos enteramos de que dos de ellos eran ángeles que, a su debido tiempo, iban a la puerta de Sodoma (cap. 19:1). El tercero, como sabemos, no era otro que el mismo Jehová, apareciendo en forma humana, la figura del día en que el Hijo de Dios se hizo hombre y habitó entre los hijos de los hombres.
10.2 - El ministerio divino (v. 6-8)
Aparentemente no había ninguna señal externa que hubiera permitido a Abraham, o a otros, discernir la presencia de Jehová. Todo lo que el mundo podía haber visto eran tres hombres apareciendo a la entrada de su tienda. Con el discernimiento espiritual de un hombre de fe que camina en la proximidad de Dios, Abraham distingue a Jehová de los dos ángeles; como señal de respeto, se postra en tierra y se dirige a él personalmente. «Señor, si ahora he hallado gracia en tus ojos, te ruego que no pases de tu siervo». Pide el favor de lavarles los pies y los invita a descansar a la sombra del árbol mientras les prepara la comida.
La petición de Abraham fue concedida. Puso una comida preparada delante de ellos; y «él se estuvo con ellos debajo del árbol, y comieron». Hoy, ¿no tienen los creyentes que caminan, según el conocimiento aún más profundo de Dios revelado como Padre, el privilegio de gozar de esta dulce e íntima comunión con las Personas divinas? No de la misma manera que Jehová se le aparece a Abraham, sino a través del Espíritu que vino del Padre, somos introducidos en la más bendita comunión. El disfrute que tenemos de ella puede ser muy limitado, pero no es menos real. La última noche que el Señor pasó con sus discípulos en el aposento alto, les anunció que, cuando los dejara, podrían, por el poder del Espíritu, gozar de una intimidad infinitamente más profunda con él de lo que habían conocido mientras él estaba presente entre ellos. Después de hablarles del Espíritu que el Padre enviaría, les dijo: «En aquel día» (v. 20), el día en que vivimos, «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre y yo le amaré y me manifestaré a él»; y el Señor añade de nuevo: «Si alguno me ama, guardará mi palabra. Y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada con él» (Juan 14:16-25).
También encontramos en estos versículos la primera mención en las Escrituras de lavar los pies. Y, aquí como en todas partes, tenemos la idea del refrigerio de aquel cuyos pies están lavados. Abraham tiene el inmenso privilegio de lavar los pies de Aquel que luego se hará carne y que, en la grandeza del amor que agrada servir a los demás, en su maravillosa gracia, lavará los pies de sus pobres discípulos.
10.3 - La comunicación divina (v. 9-15)
El Señor aprovechó este momento de santa intimidad para fortalecer la fe de Abraham al confirmarle el nacimiento inminente de su hijo. Sara está preocupada, así que Jehová le pregunta: «¿Dónde está Sara, tu mujer?» Y añade: «De cierto volveré a ti; y según el tiempo de la vida, he aquí que Sara tu mujer tendrá un hijo». Estas palabras habrían sido pura presunción si no hubieran sido pronunciadas por una Persona divina. Para nosotros, el día de hoy no nos pertenece. Pero Dios puede decir: «De cierto volveré». La fe de Abraham es así fortalecida por las propias palabras del Señor. Y aun ahora el Señor se complace en tranquilizar nuestros corazones temblorosos con la palabra cierta de Aquel que puede decir: «Lo haré» (v. 14). «vendré otra vez, y os tomaré conmigo… No os dejaré huérfanos; yo vengo a vosotros» (Juan 14:3-18).
Abraham, plenamente consciente de la gloria de Aquel que habla, recibe esta preciosa promesa sin expresar dudas, sin expresar asombro ni poner objeciones. Por otro lado, la fe y el discernimiento de Sara no alcanzaron el nivel que se puede ver en Abraham. Ella oye las mismas palabras, pero discierne poco la gloria de Aquel que las pronuncia. Ella duda de lo que es anunciado debido a su situación personal. Anciana, su cuerpo desgastado, piensa que las palabras del Señor no son realistas. En su corazón, se ríe, incrédula, ante la idea de tener un hijo. Sara es tomada de nuevo por su incredulidad, y el Señor le recuerda a Abraham que, si el cumplimiento de la promesa es imposible en la tierra de la naturaleza, no hay nada demasiado difícil para él.
Acusada de incredulidad, Sara se avergüenza de confesar la verdad. Como tantas veces, el miedo a las consecuencias lleva a la mentira y al engaño. Ella «negó, diciendo: No me reí». Tal vez no se había reído a carcajadas; pero se había reído en su corazón y debía aprender que está en presencia de Aquel que puede leer en el corazón y ver dentro de las tiendas.
10.4 - La profecía divina (v. 16-20)
Años más tarde, a través del profeta Isaías, Dios habla de Abraham de una manera particularmente conmovedora, llamándolo «mi amigo» (Is. 41:8). En esta escena, vemos a Dios dirigiéndose a Abraham como a un amigo. Es verdad que, generalmente, solo se habla con el siervo para mantenerlo en su servicio, mientras que a un amigo se le confían sus intenciones, aunque no le conciernan directamente. Aquí, Abraham es tratado como un amigo, porque Dios dice: «¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer?» La razón es muy bella; el Señor dice: «Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio». Aquel a quien el Señor considera su amigo no es solo alguien que cree en Él, sino también alguien que dirige bien su casa, en el temor del Señor.
El Señor dijo a su pueblo: «Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando». Y añade: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todo lo que he oído de parte de mi Padre, os lo he dado a conocer» (Juan 15:14-15).
Considerando a Abraham como amigo, el Señor le reveló el juicio que iba a ejecutar en las ciudades de la llanura. Pero recordemos que estas comunicaciones se hacen a un hombre que vive separado del mundo, que ha renunciado al mundo y que ha ganado la victoria sobre el mundo. A menos que huyamos de este mundo corrupto, podríamos decir con los profesos ordinarios: «¿Dónde está la promesa de su advenimiento?» (2 Pe. 3:4). El apóstol Pedro nos exhorta a no ignorar esta solemne verdad: el día del Señor vendrá como ladrón en la noche, trayendo juicio sobre un mundo impío.
Leemos arriba que «los hombres de Sodoma eran malos y pecadores contra Jehová en gran manera» (cap. 13:13). Ahora sabemos que el clamor de su pecado había llegado a Jehová para ser juzgado, porque este pecado era mucho peor. Dios es paciente ante la maldad del hombre, pero no es indiferente al pecado. El grito se eleva hacia él hasta que finalmente esté listo para el juicio. Sin embargo, el Señor tarda en condenar. Primero vemos cómo los dos ángeles «se levantaron de allí, y miraron hacia Sodoma» (v. 16); luego fueron «hacia Sodoma» (v. 22); y finalmente, «Llegaron, pues, los dos ángeles a Sodoma a la caída de la tarde» (cap. 19:1).
10.5 - La intercesión (v. 22-33)
Dos ángeles han ido a ejecutar el juicio de Jehová sobre las ciudades condenadas. Abraham permanece solo ante el Señor. Inmediatamente toma el lugar del intercesor. Basa su intercesión en la imposibilidad de que Dios destruya a los justos con los malvados. Por lo tanto, Abraham rogó a Dios que perdonara a la ciudad, si había allí cincuenta personas justas. Entonces él pide que ella sea perdonada si hay cuarenta y cinco justos; entonces él baja a cuarenta, treinta, veinte, y finalmente intercede solo por diez hombres justos. En su gracia, Dios accede a su petición cada vez, hasta el momento en que la fe de Abraham se debilita y deja de invocar esta gracia de Dios que desborda donde el pecado abunda.
Mucho más tarde, Dios pudo decir a Jeremías al hablar de Jerusalén, la ciudad condenada: «Recorred las calles de Jerusalén, y mirad ahora, e informaos; buscad en sus plazas a ver si halláis hombre, si hay alguno que haga justicia, que busque verdad; y yo la perdonaré» (Jer. 5:1). Este hombre ha sido encontrado: «Porque hay… un solo mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús; el que se dio a sí mismo en rescate por todos». Por medio de él, se nos exhorta a interceder por todos los hombres (1 Tim. 2:1-6).
11 - La amistad con el mundo (Génesis 19)
En el capítulo 18, vimos las bendiciones que se unen al creyente cuya conducta está en armonía con la revelación de Dios como el Todopoderoso.
El capítulo 19 pone ante nosotros las aflicciones de un creyente que ha abandonado el camino de la separación y que se asocia en su camino a un mundo condenado. Veremos que tal creyente es realmente salvado, sin embargo, como si fuera a través del fuego; desaparece de la historia, como si estuviera atrapado bajo una nube, dejando el recuerdo de una vida vergonzosa.
11.1 - Un contraste sorprendente
Los primeros versículos de estos dos capítulos establecen claramente el contraste obvio entre Abraham y Lot. En el capítulo 18:1, Abraham nos es presentado mientras estamos sentados a la entrada de su tienda. En el capítulo 19:1, vemos a Lot sentado «a la puerta de Sodoma». Uno está fuera del mundo, en su verdadero carácter peregrino, con su tienda; el otro no solo está en el mundo, sino que tiene un papel activo en su administración; se sienta a la puerta, el lugar donde se ejerce el juicio.
11.2 - La culminación de un camino descendente
Lot se había encontrado una vez en un camino de separación, en respuesta al llamado de Dios, pero solo se separó como siguiendo a otro. Desde la primera pequeña dificultad encontrada en su camino, abandonó el camino de la fe y de la separación; eligió la llanura bien regada y levantó sus tiendas «hasta Sodoma» (cap. 13:12). Entonces aprendemos que él «moraba en Sodoma» (cap. 14:12); finalmente, leemos que «Lot estaba sentado a la puerta de Sodoma».
Pero la ciudad en la que Lot ocupa un lugar de honor, la de magistrado, es una ciudad condenada, madura para el juicio. Por las mismas palabras del Señor en Lucas 17, sabemos que esta escena solemne es una imagen del juicio que caerá sobre este mundo malvado. Leemos: «Como también ocurrió en los días de Lot… Lo mismo sucederá el día en que el Hijo del hombre se revele» (Lucas 17:28-32).
Vivimos en los días inmediatamente anteriores a la manifestación del Hijo del hombre, y el mismo Señor nos advierte que conoceremos una condición tan terrible como la que existía en los días de Lot. De ahí la importancia práctica de este capítulo, que presenta el verdadero carácter del mundo actual y, sobre todo, revela un estado tan atroz a los ojos de Dios que él debe intervenir finalmente a través del juicio.
11.3 - La quiebra del testimonio
¿Bajo qué condiciones Sodoma iba a atraer el juicio de Dios sobre ella?
La ciudad se caracterizaba por dos cosas. En primer lugar, los hombres de Sodoma «eran malos y pecadores contra Jehová» (cap. 13:13). Entonces, un verdadero creyente ocupaba un lugar de honor en la ciudad y se asociaba a los pecadores para tratar de juzgar al mundo y mantener el orden. Sodoma era por lo tanto una ciudad caracterizada por la asociación de los pecadores ante el Señor con los creyentes. Y esta condición, tan aborrecible para Dios, es la que caracteriza al mundo de hoy y que, en un futuro muy próximo, pondrá fin al período de gracia presente. No es solo la maldad del mundo la que pondrá fin al día de la gracia. Esto puede manifestarse de diferentes formas en diferentes momentos, pero hoy no puede ser peor que cuando se cometió el mayor pecado de todos los tiempos: la crucifixión del Señor de gloria. Ya no es el fracaso de la profesión cristiana por la que incluso los verdaderos creyentes son vistos mezclados en el mundo, no como testigos de la gracia de Dios, sino como estando íntimamente ligados al mundo –que Dios no puede tolerar– lo que hace el juicio inminente. Cuando aquellos a quienes Dios deja en la tierra para ser testigos de su gracia se instalan en el mundo y abandonan todo testimonio para Él, el fin está cerca.
11.4 - El mensaje de advertencia
El apóstol nos dejó una advertencia clara e inequívoca: «No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; pues, ¿qué relación hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué armonía de Cristo con Belial? ¿O qué parte tiene un creyente con un incrédulo?» (2 Cor. 6:14-15).
A pesar de estas palabras serias, ¿qué vemos hoy en día en todas partes? No solo un mundo invadido por la violencia y la corrupción (siempre ha sido así), sino por todos lados verdaderos creyentes asociados con los no creyentes y aquellos que se burlan de las cosas divinas, despreciando totalmente la Palabra de Dios…
Cuando los que profesan ser ministros del cristianismo dejan de ser testigos de Cristo; cuando, bajándose al nivel del mundo, ellos mismos se convierten en líderes profanos, entonces la sal ha perdido su sabor; el cristianismo profeso, que se ha vuelto odioso para Cristo, será vomitado de su boca y el juicio caerá sobre el mundo.
La destrucción de Sodoma debe, por tanto, hablar seriamente a nuestra conciencia y llevarnos a estar atentos a estas palabras: «Salid de ella, pueblo mío, para que no participéis en sus pecados, y para que no recibáis de sus plagas» (Apoc. 18:4).
11.5 - El ministerio de los ángeles
Podemos aprender otras lecciones de esta escena solemne. En el capítulo anterior, Jehová se le apareció a Abraham, acompañado de dos ángeles. Vienen solos a Sodoma. Abraham, separado para Dios, en su tienda goza de una dulce comunión con el Señor. Lot, sentado a la puerta de Sodoma, no tendrá la visita de Jehová. Su alma está indudablemente atormentada por la conducta corrupta y las acciones perversas de los malvados, pero no disfrutará de la comunión con el Señor.
Además, mientras Jehová se le apareció a Abraham a plena luz del día, los dos ángeles vinieron a Sodoma «a la caída de la tarde». Vienen, no para dar testimonio público en Sodoma, sino, por así decirlo, en la oscuridad de la noche, para salvar a un santo del fuego del juicio (cap. 18:1; 19:1).
Las Escrituras nos enseñan que el servicio de los ángeles es doble. Por un lado, son los ejecutores del juicio y, por otro, «espíritus servidores, enviados para ayudar a los que van a heredar salvación» (Hebr. 1:14; Sal. 104:4). Los vemos en Sodoma en el ejercicio de esta doble función. En el juicio, habían venido a destruir la ciudad; providencialmente, estaban allí para salvar a un verdadero creyente de una posición falsa. Cuán precioso es hoy saber que, si el juicio está listo para caer sobre el cristianismo, todo verdadero creyente será salvo del juicio, aunque para muchos sea como para Lot: sus obras serán destruidas, pero ellos mismos serán salvos, «como a través del fuego» (1 Cor. 3:15).
11.6 - La inconsistencia de Lot
Vemos también que Lot, un verdadero creyente, reconoce a los visitantes celestiales, los trata con respeto, busca honrarlos y protegerlos de los insultos de los hombres del mundo. Desafortunadamente, debe admitir finalmente que no tiene poder para frenar la maldad de estos últimos. Al final, incluso está dispuesto a utilizar los infames medios de abandonar a sus dos hijas a sus lujurias para poner fin a los disturbios. Sus esfuerzos solo despiertan la ira de los hombres de Sodoma. Le dicen: «¡Quita allá!» Acusan a este extraño que vino a quedarse con ellos de querer actuar como su juez. Con estas palabras, amenazaron mucho a Lot que escapó de la violencia de la multitud solo a través de la intervención providencial de los ángeles.
11.7 - La caída de Lot
Los ángeles dan instrucciones a Lot para que advierta a sus parientes de la inminente destrucción de la ciudad por el Señor. Este hecho solemne pone de relieve la incapacidad personal del creyente para dar testimonio cuando se encuentra en una posición falsa. «Salió Lot y habló a sus yernos… salid de este lugar; porque Jehová va a destruir esta ciudad. Mas pareció a sus yernos como que se burlaba». Era un testimonio de la verdad, pero él mismo la desvirtuó. ¿No profesó Lot ser un hombre justo? Sin embargo, Sodoma se había vuelto tan atractiva para él que decidió quedarse allí e incluso tomar parte activa en sus asuntos. ¿Realmente creyó entonces que Jehová destruiría la ciudad? Toda su vida contradijo su testimonio. Por lo tanto, no es sorprendente que los hombres de Sodoma tuvieran la impresión de que Lot se estaba burlando de ellos.
Lo mismo ocurre hoy en día. ¿No es de extrañar que el mundo preste poca atención a las advertencias de aquellos que se llaman a sí mismos ministros y que viven de una manera mundana?
11.8 - Las dudas de Lot
A pesar de la advertencia que le comunicó su séquito, Lot abandonó a regañadientes Sodoma; en efecto, cuando los ángeles le instaron a abandonar la ciudad condenada, leímos: «A la caída de la tarde». Sin embargo, el Señor se apiada de él, y los ángeles «lo sacaron y lo pusieron fuera de la ciudad». Su esposa y sus dos hijas fueron llevadas con él, pero todas sus pertenencias quedaron atrás. Es salvado como a través del fuego.
Liberado por la misericordia de Dios, fue conducido para que se salvara a sí mismo en «el monte». Reconoce la gracia que lo salvó, pero tiene poca fe en el cuidado y protección de Aquel que lo envía a la montaña. Impulsado por el miedo y la incredulidad, pidió que el pequeño pueblo de Zoar se salvara para que fuera un lugar de refugio para él. Su oración es respondida; y al amanecer, Lot entra en Zoar.
«El sol salía sobre la tierra». ¡Qué expresión tan solemne! Evoca un día sin nubes, sin ninguna señal del juicio inminente. Hablando de los hombres de Sodoma, el Señor dijo que comían, bebían y edificaban, como de costumbre; «pero el día en que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre desde el cielo y los destruyó a todos». El Señor añade estas palabras serias: «Lo mismo sucederá el día en que el Hijo del hombre se revele» (Lucas 17:28-30). Más tarde también el apóstol puede escribir: «El día del Señor viene como ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: ¡Paz y seguridad!, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como el dolor de parto a la que está encinta; y no podrán escapar» (1 Tes. 5:2-3).
11.9 - La esposa de Lot
La esposa de Lot miró hacia atrás. Lot era un hombre justo, aunque hubiera sido tomado por los asuntos del mundo. Su esposa era una simple mujer; aunque dejó la ciudad, su corazón permaneció allí. Vuelve la vista atrás al lugar de sus afectos y se convierte en una advertencia eterna para los cristianos profesos que, en un momento de temor, pueden estar separándose del mundo, pero que nunca han conocido el llamado de Dios. El mismo Señor dijo estas palabras solemnes: «Acordaos de la mujer de Lot» (Lucas 17:32).
En el contraste con Lot, salvado por el fuego, y su esposa que miró hacia atrás, tenemos una breve visión del hombre separado que estaba esperando la ciudad con los cimientos. Abraham estaba en el «lugar donde había estado delante de Jehová». Fue testigo desde lejos de la destrucción de las ciudades de la llanura. Entonces aprendemos que, si Lot se salva de la destrucción de las ciudades, es porque «Dios se acordó de Abraham». Cuando estaba sentado a la puerta de Sodoma, Lot pudo haber dicho: “¿Cómo es que Abraham, retirado en su tienda, es útil al mundo?” Sin embargo, fue de Abraham, en su camino de separación, que Dios dijo: Tú «serás bendición». Y este fue el caso; porque si Lot es salvo, es porque Dios se acordó de Abraham.
11.10 - El miedo de Lot
Aunque liberado del destino de Sodoma, el pobre Lot sigue temeroso. Tiene miedo de vivir en la misma ciudad de su elección, así que se retira al monte donde se le dijo que huyera. Pero aquí de nuevo, él va a los montes guiado por el temor de los hombres, en lugar de por la fe en Dios. Allí es víctima de la infamia de sus hijas y abandona la escena sin mencionar su final. Dejó atrás una posteridad que se convertiría en el enemigo constante del pueblo de Dios.
Qué motivos tiene nuestro corazón para ser ejercitado por la historia solemne de un creyente que, después de haber seguido durante un tiempo por el camino de la separación, lo abandonó para asociarse con el mundo; Lot entonces experimenta que así no puede tener comunión con Dios, no obtiene fuerzas para frenar la maldad del mundo, no tiene poder para dar testimonio de la verdad, y no puede confiar en el cuidado y protección de Dios; y finalmente abandona esta escena en la profunda oscuridad de una terrible vergüenza. Que esta historia nos lleve a darnos cuenta de nuestra propia debilidad. Entonces no podremos rechazar a Aquel que tiene el poder de guardarnos sin tropezar y que quiere ponernos irreprochables ante su gloria con abundante alegría.
12 - Las obras de la carne (Génesis 20)
El capítulo 19 nos mostró a Abraham en los lugares altos, «donde había estado delante de Jehová», fuera del mundo y resguardado de la hora de la prueba que sobrevino a los moradores de la tierra.
12.1 - Una recaída
En el capítulo 20, Abraham va una vez más a la tierra del Sur y se queda en la frontera con Egipto. En esta posición ambigua, su actitud despierta una vez más los reproches del hombre del mundo.
Abraham cae en el mismo pecado que había cometido unos veinte años antes, aunque las circunstancias fueron un poco diferentes. Entonces, apresurado por la hambruna, abandonó el país y entró en Egipto. En nuestro capítulo, sin una razón similar, pero simplemente por temor a los hombres, él niega a Sara, de la que, según la clara seguridad dada por Dios, iba a venir el heredero prometido (cap. 18:10). En el primer caso, Abraham abandona el testimonio de la herencia; en el segundo, mancha el del heredero. Ahora como entonces, detrás de cada fracaso del pueblo de Dios, el enemigo ataca alguna gran verdad relacionada con el llamado divino. Hoy, el adversario está luchando particularmente contra la verdad sobre la verdadera relación de la Iglesia con su Cabeza glorificada en el cielo.
Que después de tantos años Abraham ha retrocedido de la misma manera agrava aún más su falta. Porque ya no es un simple novicio que falla en el camino de la fe, sino alguien que ha caminado mucho tiempo en el sendero de la separación.
Este triste episodio también puede enseñarnos otra lección importante, a saber, que la carne en los hijos de Dios nunca cambia. Es una verdad solemne que tardamos en comprender, pero que todos debemos aprender, a veces de experiencias amargas. La gracia está ciertamente allí para liberarnos del poder de la carne y para guardarnos de su maldad; pero esta carne malvada de la cual somos preservados nunca cambia. La carne puede manifestarse de diferentes maneras según las personas, pero cualquiera que sea la forma de maldad que tome, la mantendrá desde el principio de nuestra historia hasta el final.
Este fracaso repetido dos veces en un hombre de Dios se nos da ciertamente no para desanimarnos o recordarnos nuestra debilidad, sino más bien para atarnos a la verdadera fuente de toda confianza y fortaleza. Alguien dijo con razón: “Cuando nos damos cuenta de nuestra incapacidad para actuar sin la ayuda de Dios, entonces descubrimos que Él está constantemente a nuestro lado”. Pero es fácil decir que no podemos hacer nada sin él; es más difícil aprender de la experiencia, quizás como resultado de repetidos fracasos, que somos dependientes de Dios en todo momento.
Temiendo al hombre, Abraham perdió su confianza en Dios. Carente de fe, se apoya en sus propios recursos y actúa en la duplicidad de la carne. Dice de su mujer, de Sara: «Es mi hermana». Establece una verdad para ocultar la verdad. Y de nuevo, expone a su esposa a la vergüenza para preservar su propia vida.
12.2 - Un Dios siempre fiel
Sin embargo, Dios no abandona a los suyos, por muy grande que sea su culpa. Nunca tirará sus perlas, aunque se les haya adherido un poco de arena. Él cuidará de todo lo que es contrario a Él en nosotros –puede costarnos– para hacernos partícipes de Su santidad. Y Dios no solo se preocupa por sus pobres hijos fracasados, sino que actúa por ellos. Así, en la escena que tenemos ante nosotros, Dios interviene de una manera obvia para proteger a Sara de la vergüenza a la que Abraham la había expuesto con su disimulo. Abimelec, está siendo retenido para pecar contra Abraham. Incluso se le advierte que es un profeta y que, si Sara no le es devuelta inmediatamente, la muerte golpeará su casa. Abimelec también aprende que quien le causó este gran daño es un hombre que goza de una proximidad tan cercana a Dios que puede orar por él. A pesar de su fracaso, Abraham es un profeta e intercesor ante Dios; y Dios no niega estos altos privilegios debido a sus faltas.
12.3 - Un reproche justificado
Pero el privilegio de ser profeta e intercesor solo aumenta la gravedad de la duplicidad de Abraham. Esto es algo que el mundo juzgó rápidamente. De hecho, Abimelec inmediatamente llamó a Abraham y le reprochó su conducta. En otras palabras, le dijo: “Has actuado hacia mí de una manera inaceptable”. Abraham no solo carecía de fe en Dios, no solo había dañado a su esposa, sino que también había dañado a este hombre del mundo. Su manera de actuar no estaba por debajo del nivel de su llamado, sino por debajo de lo que es apropiado para un hombre honesto del mundo.
Abimelec también quiere saber por qué Abraham actuó así. Abraham le respondió: «Porque dije para mí: Ciertamente no hay temor de Dios en este lugar, y me matarán por causa de mi mujer». ¡Qué caída en este hombre de Dios! Llevado por sus propios pensamientos, mirándose solo a sí mismo y a su seguridad, actúa falsamente, mostrando claramente, en ese momento, que era él quien no tenía temor de Dios, y no ellos.
12.4 - Una mala excusa
Además, como sucede a menudo cuando un creyente es culpable, Abraham es tentado a justificarse a sí mismo, en vez de confesar honestamente: «He pecado». No hay palabras en el lenguaje humano más difíciles de pronunciar, ni para un pecador ni para un santo, que estas: «He pecado». Así, Abraham busca excusar su mentira explicando que Sara es su hermana, aunque haya ocultado la verdad de que ella también es su esposa.
12.5 - Una raíz de incredulidad no juzgada
También parece que esta brecha tiene una raíz de incredulidad que no ha sido juzgada en su historia pasada. En una posición falsa, Abraham menosprecia el testimonio de Dios a los ojos del mundo al declarar: «Cuando Dios me hizo salir errante de la casa de mi padre». No dice: “Cuando Dios me llamó a una patria celestial y a una ciudad que tiene los cimientos”, sino que quiere dar la impresión de que, como cualquier hijo pródigo, Dios le hizo alejarse de la casa de su padre. En estas circunstancias, él y su esposa habían acordado, por incredulidad, mentir.
12.6 - Una conducta inapropiada
A pesar de la culpa de Abraham, Abimelec, aunque es un hombre del mundo, actúa con una justicia y una liberalidad que contrastan fuertemente con la conducta de Abraham. El día de su poder y victoria sobre el enemigo, Abraham se había negado a tomar «de un hilo hasta una correa de zapato» de la mano del rey de Sodoma. En el día de su debilidad e incredulidad, aceptó del rebaño y de los rebaños, siervos y criadas, y mil piezas de plata del rey de Gerar.
Sin embargo, aunque hace donaciones a Abraham, Abimelec no duda en reprender a Sara en términos despectivos. Porque él dijo: «He aquí he dado mil monedas de plata a tu hermano; mira que él te es como un velo para los ojos de todos los que están contigo». Si ella hubiera sido debidamente velada, como esposa de Abraham, Abimelec nunca la habría visto ni la habría llevado a su casa. El velo sirve como señal, para mostrar que la mujer pertenece exclusivamente a su marido.
Si el mundo viera, en nuestra actitud, que pertenecemos enteramente a Cristo, no querría tenernos en su compañía. Pablo pudo decir: «Para mí el vivir es Cristo» (Fil. 1:21); como resultado, el mundo le fue crucificado y él fue crucificado al mundo. Si no mantenemos esta consagración del corazón a Cristo, perderemos, como Sara, el respeto del mundo y atraeremos sus merecidos reproches.
Ahora que la raíz de su falta ha sido descubierta, Abraham una vez más toma su lugar verdadero en el mundo, como un intercesor (v. 17-18).
13 - El nacimiento del heredero (Génesis 21)
En los capítulos 17 y 18, Dios se reveló como el Todopoderoso, Aquel que cumple sus promesas a pesar de la debilidad de los suyos y de la maldad del mundo.
El capítulo 19 da una demostración completa de la maldad del mundo; mientras que en el capítulo 20, la maldad de la carne y la debilidad de los hijos de Dios se manifiestan.
Como el mundo y la carne han sido descubiertos, aprendemos en el capítulo 21 que el tiempo fijado por Dios está aquí y que el heredero prometido desde hace mucho tiempo ha nacido (v. 1-7); la sierva y su hijo son expulsados (v. 8-21); y el mundo debe reconocer que Dios está con el hombre de fe (v. 22-34).
13.1 - El nacimiento de Isaac (v. 1-5)
Por el lado humano, todo estaba perdido; pero entonces nos enteramos de que había llegado «Visitó Jehová a Sara, como había dicho, e hizo Jehová con Sara como había hablado», y había nacido el heredero prometido. Abraham llamó el nombre de su hijo Isaac («Reír») y a su debido tiempo lo circuncidó de acuerdo a las instrucciones y mandamientos del Señor. Todo sucede «en el tiempo que Dios le había dicho» y según la palabra de Dios.
El nacimiento de Isaac presenta un notable tipo de Cristo, con el que leemos: «Cuando llegó la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo» (Gál. 4:4). Cristo es el que asegura todas las bendiciones prometidas a Abraham, ya sea para Israel, la simiente directa, o para las naciones gentiles.
13.2 - El efecto de este nacimiento (v. 6-9)
Las dos actitudes siguientes muestran el efecto producido por el nacimiento del heredero. En la primera escena encontramos a los que se regocijan; en la segunda, a los que se burlan. ¿No vemos de nuevo en estos dos casos de una manera sorprendente el doble efecto producido por el nacimiento de Cristo? Sara dijo: «Dios me ha hecho reír; y cualquiera que lo oyere, se reirá conmigo». Antes (cap. 18:12) su risa había sido una expresión de su incredulidad; ahora (21:6) era el desbordamiento de la alegría de su corazón. Además, su fe reconoce y confiesa que el nacimiento de este hijo es tan enteramente de Dios, tan ajeno al pensamiento de los hombres, que puede preguntar: «¿Quién dijera a Abraham que Sara habría de dar de mamar a hijos?» Para la naturaleza, era tan imposible que nadie lo hubiera dicho. Solo Dios lo había declarado; y solo el Todopoderoso podía cumplir su palabra.
Así, cuando finalmente el Cristo de Dios se hizo hombre, hubo algunos que, en armonía con los cielos, reconocieron la intervención de Dios y pudieron regocijarse por el nacimiento del heredero prometido desde hacía mucho tiempo. María puede proclamar con alegría: «Porque me hizo grandes cosas el Poderoso». Zacarías discierne que Dios visitó a su pueblo «para ser misericordioso con nuestros padres, y recordar su santo pacto. Juramento que juró a nuestro padre Abraham». Y con ellos, «a todos los que esperaban la redención en Jerusalén» (Lucas 1:49, 68-73; 2:38).
Pero si hubo algunos que se regocijaron por el nacimiento de Isaac, otros se burlaron de él, y vemos lo que causa su animosidad. Un día se celebra «una gran fiesta» en honor del heredero. Esto excita los celos y la maldad de aquellos que, durante mucho tiempo, habían tenido un lugar especial en la casa de Abraham.
También en la historia del Señor, el reconocimiento de su lugar supremo y único, suscitó los celos y la animosidad de la carne religiosa. Los sabios de Oriente le rinden tributo como Rey de los judíos, e inmediatamente toda Jerusalén se ve afectada, y Herodes, el falso rey, trata de matar al niño santo.
13.3 - La lección para nosotros (v. 10)
Sin embargo, encontramos otras lecciones en esta escena profundamente instructiva. En la Epístola a los Gálatas, el apóstol cita estas palabras de Sara a Abraham: «Echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi hijo». En este pasaje, el apóstol menciona a Isaac, no como un tipo de Cristo, sino como un representante de los creyentes: aquellos que son los objetos de la gracia soberana. Pero nosotros, hermanos, dijo, como Isaac, somos hijos de la promesa. Además, cita a Isaac para indicar todo lo que somos como nacidos del Espíritu, y usa el ejemplo de Ismael para presentar a nuestro viejo hombre –todo lo que somos como nacidos según la carne. También muestra que el hombre en la carne es totalmente opuesto al hombre según el Espíritu. «Pero como entonces el que nació según la carne persiguió al que nació según el Espíritu, así también sucede ahora» (Gál. 4:28-31).
13.4 - El verdadero carácter de la carne (v. 11-12)
La venida de Cristo al mundo reveló todo lo que el hombre es según la carne, y despertó la animosidad de la carne. Asimismo, al sondear nuestras almas, en la medida en que Cristo tiene el lugar que le corresponde en nuestros afectos, descubriremos el verdadero carácter de la carne que todavía está en nosotros. Si estamos «felices» de Cristo, si le damos su verdadero lugar en nuestros corazones, vemos que hay en nosotros este “viejo hombre” que siempre busca manifestarse y elevarse. De ahí la gran pregunta: “¿permitiré a la carne satisfacer al yo, tolerándolo y halagándolo, o la mantendré en la muerte, para que Cristo tenga el primer lugar en mi vida?”
Los corintios fueron indulgentes con la carne en su carácter mundano, los colosenses estaban en peligro de servirla con ritos religiosos, mientras que los gálatas le dieron un lugar a través del legalismo. Se pusieron bajo la Ley como una regla de vida. Pero lejos de realizar una vida conforme a la de Cristo, solo llevaban una vida carnal, con su vana gloria, sus deseos y sus luchas. Entonces el apóstol dijo: «Echa fuera a la sirvienta y a su hijo» (Gál. 4:30). Debemos rechazar la Ley como regla de vida y la carne que excita. No es que el creyente desprecie la Ley o sea indiferente a sus requerimientos morales. Lejos de eso. Pero debe negarse a someterse a un principio de Ley. Cristo nos ha liberado de la Ley como medio para obtener la bendición; y debemos permanecer firmes en la libertad que Él ha adquirido para nosotros, esperando que Él nos guarde en todo momento. El apóstol Pablo tuvo una preciosa experiencia de esto. Cristo fue el primero en sus afectos. Podía decir: «Para mí, el vivir es Cristo». Por lo tanto, rechazó su propia justicia que era de la Ley y no confiaba en la carne (Fil. 1:21; 3:3). Estaba echando a la sierva y a su hijo.
El dejar de lado la carne implica la renuncia a uno mismo, y esto conduce al sufrimiento. Así, echar a la sierva «Este dicho pareció grave en gran manera a Abraham a causa de su hijo». Pero Dios le recuerda que todas las bendiciones están relacionadas con Isaac. Renunciar a sí mismo y seguir a Cristo es tomar la cruz, la parte del sufrimiento, pero es el camino hacia una gran bendición en comunión con Cristo.
13.5 - La imagen de Israel
Agar e Ismael vagan por el desierto, el agua, por otro lado, está agotada: este cuadro muestra la posición actual de Israel, que buscó adquirir la bendición bajo la Ley y así rechazó a Cristo, la simiente prometida. Expulsados de su país, el pueblo terrenal de Dios deambula, esparcido por todo el mundo. Sin embargo, aunque Israel está expulsado del país, sigue siendo objeto del cuidado providencial de Dios, al igual que Agar y su hijo.
13.6 - El testimonio del mundo (v. 22-24)
En la escena que termina este capítulo, el hombre del mundo reconoce que Dios está con el hombre de fe que camina separado del mundo. Anteriormente, el hombre de fe había experimentado un fracaso y, actuando por incredulidad, había atraído los reproches de Abimelec. Ahora ha nacido el heredero prometido y recibe de Abraham el lugar que le corresponde; la sierva y su hijo han sido despedidos. Lo que es de Dios está en primer lugar; todo lo que es de la carne ha sido apartado, y Abimelec fue llevado a declarar: «Dios está contigo en todo cuanto haces». Ya no es él quien da a Abraham como en el pasado, sino que es él a quien Abraham dará. ¿No es eso lo que está pasando hoy?
Si damos a Cristo el lugar que le corresponde en nuestras vidas, si somos libres y caminamos por fe en una verdadera separación del mundo, este será guiado por Cristo a considerar y admitir que Dios está con nosotros.
13.7 - El verdadero carácter del mundo (v. 25-34)
Sin embargo, si el mundo debe reconocer que Dios está con los suyos que caminan en separación, buscará privar al pueblo de Dios de sus fuentes de refrigerio espiritual. Intentará tapar nuestros pozos. Como Abraham, podemos resistir los esfuerzos del mundo y recuperar nuestros pozos, pero como él, busquemos que nuestros reproches estén imbuidos de este espíritu de gracia que se esfuerza por comunicar al mundo algo de nuestras bendiciones –algo que las siete ovejas jóvenes nos dicen.
Los últimos versículos parecen presentar la parte superior de la historia espiritual de Abraham. Hemos visto al mundo forzado a reconocer que Dios está con Abraham; ahora vemos a Abraham con Dios. Invoca el nombre del Señor, el Dios de eternidad, y habita en la tierra como peregrino.
14 - El sacrificio de Isaac (Génesis 22)
La primera parte de la vida de Abraham nos presentó su testimonio público como hombre de fe, caminando en separación del mundo, en respuesta al llamado de Dios (cap. 12 al 14). En la segunda parte de la historia del patriarca, que comienza con las palabras: «Después de estas cosas», encontramos los ejercicios íntimos de su alma en su relación personal con Dios (cap. 15 al 21).
14.1 - La última etapa de la vida de Abraham
El capítulo 22 de Génesis presenta la última etapa de la vida de Abraham. Este pasaje también comienza con las palabras: «Después de estas cosas». Este capítulo y los que siguen ponen ante nosotros ciertas circunstancias que, de manera muy clara, presentan en cierto modo los caminos de Dios en el cumplimiento de sus propósitos para la gloria de Cristo y la bendición del hombre.
En el capítulo 21, el nacimiento de Isaac «en el tiempo señalado» representa ese momento extraordinario del que se dice: «Pero cuando llegó la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer» (Gál 4:4). El capítulo 22 pone ante nosotros un tipo de la muerte y resurrección de Cristo, el Cordero que Dios ha provisto. En el capítulo 23, la muerte y el entierro de Sara hablan en figura del despojo de Israel, la esposa terrenal, a causa del rechazo de Cristo. En el capítulo 24, cuando Israel es apartado, tenemos el llamado de la Iglesia, la esposa celestial, representada por Rebeca.
Al tiempo que tratamos de aprovechar el aspecto típico de estas historias notables, no debemos ignorar su significado moral. Si este capítulo 22 es una magnífica presentación del amor de Dios en el don de su Hijo, moralmente pone ante nosotros, de una manera sorprendente, la fe de Abraham.
14.2 - El evento supremo
La enseñanza moral se introduce con las primeras palabras: «Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham». En el hermoso capítulo de la Epístola a los Hebreos, que pone delante de nosotros a los que han caminado por el camino de la fe, Abraham ocupa un lugar prominente. No solo es presentado como alguien que, por fe, ha respondido al llamado de Dios, sino que ha tenido el gran privilegio de ser probado en su fe más que cualquier otro hombre antes de él o desde entonces. Dios le dijo: «Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré». El comentario inspirado en la Epístola a los Hebreos relata: «Por la fe Abraham, siendo probado, ofreció a Isaac», aquel en quien se concentraron todas las promesas y a quien se le había dicho: «En Isaac te será llamada descendencia». Se le pidió que realizara un acto que, desde una perspectiva humana y con referencia al sentido común, parecía imposibilitar el cumplimiento de las promesas de Dios. Pero aprendemos que no actúa según la razón, sino «estimando que Dios podía resucitarle aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también lo volvió a recibir» (11:20).
14.3 - El acto de obediencia
Cuando le son tomados sus hijos, Job se somete de una manera muy notable a lo que Dios permitió, pues dice: «Jehová dio, y Jehová quitó» (1:21). Pero la fe de Abraham, ante una prueba mucho más dolorosa, se eleva a un nivel infinitamente más alto. No se le pide simplemente que se someta pasivamente a la voluntad de Dios, sino que se le llama a cometer un acto contrario a la naturaleza, desgarrando el corazón de un padre y que, si no es pedido por Dios, sería un ultraje a las leyes de Dios y de los hombres. Pero Abraham, con una fe dada por Dios, estaba a la altura del desafío. Con serena determinación, se levantó temprano por la mañana, enalbardó su asno, llevó consigo a dos de sus jóvenes e Isaac, su hijo, y «fue al lugar que Dios le dijo».
Camina durante tres días. Esto le dio tiempo y oportunidad de entrar plenamente en lo que estaba llamado a hacer. Durante tres días tuvo esta terrible prueba ante su alma. Durante tres días experimentó la angustia de tener que sacrificar a su hijo. Este acto no se llevaría a cabo apresuradamente, bajo un impulso temporal. Abraham actuó deliberadamente después de sopesar todos los costos. Su amor por su hijo, los sentimientos de Isaac y el amor de este por su padre, la promesa de Dios: «En Isaac te será llamada descendencia», todo esto se midió plenamente, pero la fe triunfó.
Si hubiera habido incredulidad, Abraham habría tenido tiempo de regresar. Pero perseveró en la fe; al tercer día vio el lugar desde lejos y «Entonces dijo Abraham a sus siervos: Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros». Por la fe, creyendo que Dios podía resucitarlo de entre los muertos, Abraham dijo con la máxima confianza: «Volveremos».
No somos probados de la misma manera que Abraham. Pero qué precioso es poder decir, cuando nuestros seres queridos son llevados: «Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios traerá con él a los que durmieron en Jesús» (1 Tes. 4:14). La fe sabe que si por un tiempo nos son arrebatados –y que han llegado a adorar– «Dios los traerá».
14.4 - El padre y el hijo
«¿Dónde está el cordero para el holocausto?», pregunta Isaac. Por la fe Abraham responde: «Dios se proveerá de cordero para el holocausto, Hijo mío»; y sin añadir una palabra, continúan «e iban juntos». Sin resistencia, sin queja, Isaac se deja atar al altar. «Y extendió Abraham su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo».
Entonces intervino el Ángel de Jehová, deteniendo la mano de Abraham y evitando que tocara a su hijo. La fe de Abraham estaba a la altura del desafío y Dios puede decir: «Porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único». Actuando en temor de Dios, Abraham triunfó sobre todas las aprensiones humanas e hizo lo que los hombres habrían condenado completamente.
14.5 - Otro Padre – otro Hijo
Si consideramos esta notable escena en su alcance típico, estamos colocados ante la grandeza del amor de Dios entregando a su Hijo a la muerte por nosotros. La palabra dirigida a Abraham: «Toma ahora tu hijo», nos recuerda que Dios «no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros» (Rom. 8:32). Abraham está llamado a tomar a su hijo, su «único» hijo. Tres veces en este capítulo la Palabra enfatiza que Isaac es su «único» hijo (v. 2, 12, 16). Esto nos habla de nuevo del amor de Dios, el amor que lo llevó a dar «a su Hijo unigénito» (Juan 3:16). Además, Dios, hablando a Abraham sobre el hijo que debe ofrecer como dice el holocausto: «a quien amas», nos recuerda que Cristo es aquel de quien se dice: «El Padre ama al Hijo» (Juan 3:35). Es significativo que esta primera mención del amor, en la Palabra de Dios, se relacione con una escena que habla del amor de Dios Padre por el Hijo.
14.6 - La obediencia perfecta
Si esta escena pone ante nosotros el amor de Dios en el don de su Hijo, también presenta la perfecta sumisión y obediencia de Cristo a la voluntad del Padre. En todo esto tenemos una imagen muy bella de la perfecta obediencia de Cristo a su Padre, una obediencia que lo llevó a decir en presencia de la muerte: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:42).
Durante este viaje de tres días, Isaac llevó la leña del holocausto, mientras que Abraham tomó el fuego y el cuchillo en su mano. Durante los años de su ministerio, el Señor siempre tuvo ante sí la perspectiva de su muerte. En su camino, a cada paso, aparecía la sombra de la cruz. Las multitudes podían sorprenderse de todo lo que Jesús hizo, pero él sabía que el Hijo del Hombre iba a ser entregado en manos de los hombres (Lucas 9:43-44). Los discípulos pudieron seguirlo hasta Jerusalén, con el deseo de ser testigos del establecimiento del reino en el poder, así como Cristo reinando en un trono de gloria, pero solo él sabía que iba a encontrarse con la muerte ignominiosa de la cruz.
Sin embargo, si el Señor fue crucificado por los hombres, el fuego y el cuchillo, que hablan de juicio y muerte, estaban en las manos de Dios. Los hombres se imaginan que tienen el poder de crucificar o liberar al Señor, pero Él le dice a Pilato: «No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te hubiera sido dada de arriba» (Juan 19:11). Nadie podía mirar en las tinieblas de aquel solemne momento en que el fuego y un cuchillo cayeron sobre Cristo. Pero todo lo que conocía entonces, Cristo lo aceptó de la mano de Dios; podía decir: «Me has puesto en el hoyo profundo, en tinieblas, en lugares profundos. Sobre mí reposa tu ira, y me has afligido con todas tus ondas» (Sal. 88:6-7).
14.7 - La comunión perfecta
Llega el momento en que los «dos siervos» se quedan atrás; Abraham y su único hijo suben solos a la montaña. ¿No tenemos aquí esta hora solemne de la que el Señor dijo: «A donde yo voy, tú no puedes seguirme ahora»? (Juan 13:36). Puede decir, sin embargo, «El que me envió está conmigo; el Padre no me ha dejado solo» (Juan 8:29). Así, pues, leemos dos veces que Abraham e Isaac «iban juntos» (v. 6, 8); esto nos habla de la comunión perfecta del Padre y del Hijo, presentada de una manera tan bella en el Evangelio según Juan, cuando el Señor Jesús caminó hacia la cruz para ser ese holocausto por el cual Dios será plenamente glorificado. El Señor podía decir: «Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo trabajo»; y de nuevo: «No procuro mi propia voluntad, sino la voluntad del que me envió». Más tarde dirá: «Hago siempre las cosas que le agradan» y: «Yo y el Padre somos uno» (Juan 5:17, 30; 8:29; 10:30).
14.8 - La oferta perfecta
Cuando llegó al lugar designado por Dios, Isaac estaba perfectamente sumiso a su padre. Abraham construyó el altar y arregló la leña; ató a Isaac su hijo y lo puso sobre el altar, y extendió su mano y tomó el cuchillo para matar a su hijo. Leemos a Cristo: «Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca… Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento» (Is. 53:7-10).
14.9 - Comparación y contraste
Debe recordarse que, en todos los sacrificios, la víctima era primero ejecutada y luego presentada en el altar. Aquí, la ofrenda es un tipo de Cristo tanto más llamativa cuanto que es atada al altar antes de que el cuchillo sea tomado para cortarle la garganta.
Pero ningún tipo puede igualar la realidad. Aquí, el Ángel de Jehová detiene la mano que sostiene el cuchillo, e Isaac se salva. En la cruz, no había mano para detener el poder de la muerte. El amor del Padre no perdonó al Hijo y el amor del Hijo se sometió a la voluntad del Padre al entrar en la muerte. Había en verdad un ángel para fortalecer al Señor en el huerto de Getsemaní, pero no había nadie que lo preservara del juicio en la cruz.
En figura, Abraham recibe a Isaac de entre los muertos (Hebr. 11:19). Pero si Isaac puede salir libre, la muerte debe golpear al carnero sostenido en la zarza por los cuernos –otro tipo de Cordero que Dios ha provisto. Durante esta notable escena, Abraham hizo dos declaraciones proféticas: primero, «Dios se proveerá de cordero para el holocausto» y, segundo, «En el monte del Señor será provisto». El Señor podía decir: «Vuestro padre Abraham se regocijó por ver mi día; y lo vio y se alegró» (Juan 8:56).
Dios renueva sus promesas a Abraham sobre la base de un sacrificio, y confirma su promesa de bendición para todas las naciones de la tierra en la semilla resucitada. Ahora bien, por la Epístola a los Gálatas, sabemos que la simiente es Cristo; porque, dice el apóstol, «A Abraham fueron hechas las promesas, y a su descendencia. No dice: A las descendencias, como si hablara de muchos, sino hablando de uno solo: A tu descendencia, que es Cristo» (Gál. 3:16).
La genealogía contenida en los últimos versículos parece ser dada aquí por diseño para presentar a Rebeca, la que tan hermosamente representa a la esposa celestial de Cristo.
15 - La muerte de Sara (Génesis 23)
En el capítulo 23 tenemos el relato de la muerte y entierro de Sara. Como tantas veces en estos relatos del Antiguo Testamento, los hechos reportados tienen un significado típico y moral. Esta no es una conclusión extravagante: la doble interpretación del Nuevo Testamento de estos eventos es prueba de ello.
15.1 - Una alegoría
En la Epístola a los Gálatas, el apóstol nos explica el significado alegórico de Agar y Sara. Agar y su hijo representan la Ley y a aquellos que buscan la bendición bajo la Ley; mientras que Sara y sus hijos hablan de las promesas incondicionales de Dios y de aquellos que son bendecidos en virtud de la gracia soberana (Gál. 4:21-26). El pueblo de Israel, después de someterse a la Ley, buscó la bendición con sus propios esfuerzos; el único resultado que logró fue la manifestación de las malas obras de la carne, y el rechazo de Cristo que les fue presentado en gracia y por quien podrían haber obtenido la bendición en la tierra de las promesas hechas a Abraham. Dirigiéndose a la nación después de la muerte y resurrección de Cristo, Pedro puede decir: «Vosotros sois hijos de los profetas y del pacto que hizo Dios con nuestros padres, diciendo a Abraham: En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra. Después de manifestar a su siervo, Dios os lo envió primero a vosotros para bendeciros, apartando a cada uno de sus iniquidades» (Hec. 3:25-26). La nación ha rechazado esta oferta de gracia y, como resultado, el pueblo terrenal de Dios ha sido apartado en el tiempo presente.
15.2 - La esposa terrenal de Cristo
La muerte de Sara después del sacrificio de Isaac parece bien indicar que se apartó a Israel, una consecuencia del hecho de que la nación rechazó la gracia ofrecida a ella sobre la base de la muerte y resurrección de Cristo. Sara, una especie de esposa terrenal de Cristo, desaparece de la escena, y Rebeca, una especie de esposa celestial, entra en ella.
15.3 - Una declaración clara
Este parece ser el significado típico de la muerte y el entierro de Sara. Pero la Epístola a los Hebreos pone ante nosotros de manera muy explícita el sentido moral de estas historias. Aprendemos que estos santos de antaño no solo vivían por la fe, sino que «En la fe murieron todos estos, no habiendo obtenido las promesas; pero las vieron y las saludaron de lejos, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que tales cosas dicen, manifiestan que buscan una patria» (Hebr. 11:13-14).
Allí, entonces, vemos la fe de Abraham en la presencia de la muerte, confesando que él es solo un extranjero y un peregrino, manifestando claramente, por sus acciones, su carácter de peregrino ante el mundo.
15.4 - La esperanza de la fe
Por la fe en la palabra del Señor, Abraham había recibido a Isaac, aunque era mayor de edad, con respecto a su propio cuerpo. Por fe, había ofrecido a Isaac, obedeciendo la palabra del Señor, creyendo que Dios podría resucitar a su hijo aun de entre los muertos. Por fe de nuevo, ahora entierra a Sara con la esperanza segura y cierta de la resurrección. Por fe, había subido a la montaña de Moriah para ofrecer a su hijo. Por la misma fe adquirió la cueva de Macpela para enterrar a su esposa. Ha llegado el momento de enterrar su muerto delante de él, pero por la fe sabe que su amada resucitará y tendrá su parte en esta patria mejor y celestial de lo que su fe esperaba.
15.5 - El Dios de la resurrección
Dios se reveló a Abraham como el Todopoderoso y el Dios de la resurrección; le dio la tierra en la que había vivido como un extranjero –toda la tierra de Canaán– en posesión perpetua (cap. 17:8). Todo le pertenecía por promesa, pero aún no lo disfrutaba. A través de la fe en la promesa de Dios, se aseguró de que el cuerpo de Sara descansara en la tierra prometida. Ella había vivido en la tierra de Canaán con Abraham como extranjero y peregrino; murió «en la tierra de Canaán»; fue sepultada «en la tierra de Canaán» (v. 2, 19). Más tarde, en la misma fe, los hijos de Isaac enterraron a su padre en Hebrón, en la tierra de Canaán (Gén. 35:27-29). Por fe otra vez, cuando llegue el momento, aunque haya muerto en Egipto, Jacob será sepultado por sus hijos en la tierra de Canaán, en la cueva de Macpela (Gén. 50:13). Por la misma preciosa fe, José, en su muerte, juró a los hijos de Israel traer sus huesos desde Egipto hasta la tierra de Canaán (Gén. 50:25, 26; Éx. 13:19).
15.6 - Una aflicción según Dios
Sin embargo, si en estas escenas tenemos ejemplos luminosos de la fe de un elegido de Dios en presencia de la muerte, también aprendemos que la fe no deja de lado los afectos naturales. Así leemos: «Y vino Abraham a hacer duelo por Sara, y a llorarla» (v. 2). Por la fe tenemos plena seguridad de que nuestros seres queridos, muertos en el Señor, resucitarán, y que para ellos la muerte es una ganancia; sin embargo, es legítimo que lloremos y sintamos su pérdida. La esperanza segura y firme de la resurrección está ahí para recordarnos, en las palabras del apóstol, que no debemos estar afligidos como los que no tienen esperanza. Pero en ninguna parte dice que no debemos llorar. Nadie conocía mejor el poder de la resurrección que Aquel que es él mismo la resurrección y la vida, y sin embargo Jesús lloró ante la tumba de Lázaro.
15.7 - Una promesa cumplida
Además, vemos que aun en presencia de la muerte Abraham actúa apropiadamente como un extranjero y peregrino. Confesó ante los hijos de Het: «Extranjero y forastero soy entre vosotros». Como tal, gana el respeto del mundo; los hijos de Het le responden: «Eres un príncipe de Dios entre nosotros» (v. 6). Qué contraste sorprendente con el pobre Lot, el creyente que abandonó su carácter de peregrino para vivir en Sodoma. Y el mundo lo trató con merecido desprecio, ya que el día que se encontró en apuros, los hombres de la ciudad dijeron: «Quita allá… Vino este extraño para habitar entre nosotros, ¿y habrá de erigirse en juez?» (cap. 19:9). Sesenta años antes, Dios le había dicho a Abraham que, si respondía al llamado de Dios y se apartaba para él, entre otras cosas, haría grande su nombre (cap. 12:2). Tenemos aquí el cumplimiento de esta palabra. El mundo está llevado a confesar que este hombre separado es «un príncipe de Dios». El pobre Lot, que había buscado levantarse en el mundo, como un juez a la puerta, debía retirarse ante el desprecio de los hombres.
15.8 - Un espíritu humilde
Pero Abraham no aprovecha el gran respeto que el mundo tiene por él para elevarse. No habla de su dignidad, ni de su llamada celestial, ni de las glorias que están ante él. Cuando el Señor estuvo en la tierra y el mundo indiferente quiso hacerlo rey, se retiró a la montaña él solo (Juan 6:15). En el mismo espíritu, Abraham se niega a jactarse. No espera del mundo una veneración como la que se ofrece a un gran príncipe, sino que se caracteriza por la humildad de espíritu; en dos ocasiones leemos que «se inclinó delante del pueblo de la tierra» (v. 7-12).
15.9 - Un carácter recto
El mundo, en su bondad, quiere darle a Abraham un lugar de sepultura gratis. Fiel a su carácter de peregrino, Abraham se niega a ser un príncipe que recibe regalos; se contenta con ser el extranjero que paga por sus necesidades. Se negó a aprovechar los tributos del mundo para levantarse ante sus propios ojos, y no permitirá que la bondad del mundo lo aleje de su viaje como extranjero. Así como antes no había aceptado los dones del rey de Sodoma, ahora rechaza los de los hijos de Het. Compra el campo para enterrar a sus muertos y, como es apropiado para un extranjero en todas sus relaciones con el mundo, actúa con la máxima rectitud y paga «cuatrocientos siclos de plata».
En todo esto, vemos que Abraham, en su tiempo, fue alguien que invocó al Señor con un corazón puro y siguió la justicia, la fe, el amor y la paz.
16 - El llamado de Rebeca (Génesis 24)
En el sacrificio de Isaac, reportado en el capítulo 22, no podemos dejar de discernir un tipo llamativo de la muerte y resurrección de Cristo. En el capítulo 23, la muerte y el entierro de Sara prefiguraron la marginación de Israel. El pueblo terrenal de Dios está excluido como resultado del rechazo de Cristo. En nuestro capítulo tenemos una imagen muy bella del llamado de la Iglesia, un llamado que tiene lugar durante el período de la ausencia de Israel.
16.1 - Tres verdades principales
Sabemos que después de su muerte y resurrección, Cristo resucitó en gloria y tomó su lugar a la diestra de Dios. Luego se produjo este acontecimiento notable: la venida del Espíritu Santo, una Persona divina, para habitar con y en los creyentes de la tierra. Estas tres grandes verdades caracterizan el día en que vivimos: primero, hay un Hombre en la gloria: Jesucristo; segundo, hay una Persona divina en la tierra: el Espíritu Santo; tercero, el Espíritu Santo ha venido para constituir la Iglesia, para guiarla por este mundo y presentarla a Cristo en gloria.
16.2 - Panorama general
Son estas grandes verdades las que el capítulo 24 de Génesis pone ante nosotros. La inmensa importancia de este capítulo radica en el hecho de que presenta, en un cuadro, el papel de cada una de las personas de la Deidad durante el período actual. Al mirar a nuestro alrededor, vemos la creciente maldad del mundo, así como la creciente debilidad y las deficiencias del pueblo de Dios. La visión de toda esta confusión es causa de tristeza y desánimo. Pero cuando miramos el cuadro presentado en este capítulo, tenemos una visión general de lo que Dios hace para la realización de sus propios propósitos. Otros pasajes destacan la fe y también los fracasos de los creyentes para animarnos y advertirnos; pero aquí la Palabra nos presenta en toda su belleza lo que Dios está haciendo para gloria de Cristo a pesar de cualquier influencia adversa, ya sea de nosotros mismos, del mundo o del diablo. En medio de esta turbulenta escena, nuestra alma permanecerá en paz, segura de que Dios seguramente logrará todo lo que se ha propuesto a sí mismo. También tendremos la inteligencia de los pensamientos de Dios y no nos decepcionarán las falsas esperanzas. Y no estaremos tentados de gastar nuestra energía en todo tipo de actividades que, aunque tengan en mente los intereses del mundo, son totalmente ajenas a los pensamientos de Dios.
Durante la narración se nos presentan tres temas principales: primero, las instrucciones de Abraham a su siervo (v. 1-9); segundo, la misión del siervo en Mesopotamia (v. 10-61); tercero, el encuentro entre Isaac y Rebeca en la tierra de Canaán (v. 62-67).
16.3 - El propósito del Padre
Las directrices de Abraham presentan de una manera muy hermosa el consejo de Dios Padre hacia el Hijo, y lo que Dios está haciendo hoy en el mundo a través del Espíritu Santo para el cumplimiento de sus consejos.
Primero aprendemos cuál era el gran propósito de la misión del siervo. Abraham le dijo: «Tomarás mujer para mi hijo». El sirviente fue enviado a Mesopotamia con este único propósito. Su misión se cumpliría cuando encontrara una esposa para Isaac y se la trajera. La tarea del sirviente no era de ninguna manera interferir con los intereses políticos o sociales de Mesopotamia. El Espíritu Santo no está aquí en la tierra para mejorar o reformar el mundo, ni para traer paz a las naciones, ni para convertir al mundo. No fue enviado para corregir las injusticias hechas a los pobres, o para detener la opresión. Tampoco es responsable de aliviar las enfermedades, las necesidades y la miseria que afectan a la humanidad.
Hay en verdad un Hombre que, a su debido tiempo, traerá paz y bendición al mundo; el que ha vivido en la tierra y ha manifestado que tiene el poder y la gracia de liberar al hombre de toda angustia. Lo clavamos en una cruz y se fue; y la miseria del mundo permanece. Sin embargo, él regresará para traer la bendición; pero mientras tanto, Jesús está en la gloria y el Espíritu Santo está aquí para formar una esposa para Cristo –la gente celestial– y guiarla a Cristo en gloria.
La cristiandad, por desgracia, ha entendido tan poco el pensamiento de Dios que considera el cristianismo como un simple sistema religioso diseñado para mejorar al hombre y elevarlo para hacer del mundo, en sus propias palabras, un lugar más bello y más feliz. Si eso es todo lo que los hombres ven en el cristianismo, no es de extrañar que se aparten de él, porque es obvio que después de más de diecinueve siglos el estado del mundo no ha mejorado, sino que ha empeorado; está lleno hoy en día de violencia y de corrupción cada vez mayores, y los corazones de los hombres están llenos de temor debido a los acontecimientos futuros que vendrán sobre la tierra.
Ciertamente, en su providencia, Dios vela por sus débiles criaturas; puede frenar y de hecho frena la maldad de los hombres. Donde se recibe la verdad, habrá indudablemente alguna mejora en las circunstancias terrenales. Pero, si nos dejamos enseñar por la Palabra de Dios, veremos que el Espíritu Santo está aquí en la tierra para sacar a un pueblo del mundo para Cristo en la gloria.
Entonces Abraham dijo a su siervo: «No tomarás para mi hijo mujer de las hijas de los cananeos». Precisa que ella debe ser «mi parentela». Los cananeos estaban bajo la maldición y destinados al juicio. No puede haber conexión entre Cristo en gloria y un mundo bajo juicio. La esposa de Isaac no debía ser una extraña; debía pertenecer a la familia de Abraham. De la misma manera, la Iglesia no está formada por inconversos, ni por una mezcla de creyentes e incrédulos, sino por toda la familia de la fe.
Todavía se le advierte al sirviente que no debe, bajo ninguna circunstancia, llevar a Isaac a Mesopotamia. Mientras el siervo estaba en Mesopotamia, Isaac estaba en Canaán, y no había conexión entre Isaac y los habitantes de Mesopotamia. De la misma manera, hoy no hay un vínculo directo entre Cristo en gloria y el mundo como tal. Por no haber visto esto, los esfuerzos del cristianismo y de muchos cristianos sinceros tienden a hacer precisamente lo que se le advierte dos veces al siervo que no haga. Hay muchas maneras de traer a Cristo de vuelta al mundo y de asociar su nombre a proyectos caritativos que buscan reformarlo y mejorarlo. Tales esfuerzos no tienen nada que ver con la obra del Espíritu Santo, que está aquí en la tierra no para traer a Cristo de vuelta al mundo, sino para remover del mundo a un pueblo para Cristo. Es verdad que un día Cristo volverá al mundo; pero no olvidemos que la última vez que fue visto desde el mundo fue cuando los hombres lo clavaron en la cruz. Lo volverán a ver cuando aparezca «en llamas de fuego, ejerciendo venganza sobre los que no conocen a Dios, y sobre los que no obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesús» (2 Tes. 1:7-9).
El siervo finalmente aprende que el ángel de Dios iría delante de él. Los ángeles son «todos ellos espíritus servidores, enviados para ayudar a los que van a heredar salvación». Su servicio, al parecer, es siempre providencial y protector. El Espíritu Santo cuida de las almas, mientras que los ángeles parecen actuar en relación con las circunstancias. Un ángel podía señalar a Felipe la dirección correcta; pero fue el Espíritu quien le ordenó que cuidara de un alma (Hec. 8:26, 29).
16.4 - La misión del siervo
Esta parte de la historia es rica en instrucción para nuestra alma; de hecho, presenta en tipo, no solo el propósito de la venida del Espíritu Santo, sino también su manera de alcanzarlo.
El siervo va a Mesopotamia con todo lo necesario para cumplir su misión. Leemos: «Era el que gobernaba en todo lo que tenía». Nos recuerda que el Espíritu Santo vino a enseñarnos «todas las cosas», a conducirnos a «toda la verdad» y a mostrarnos «todo lo que tiene el Padre» (Juan 14:26; 16:13-15).
La obra del siervo en Mesopotamia tiene un carácter cuádruple. Primero, encuentra a la esposa destinada a Isaac (v. 10-21); segundo, la distingue de cualquier otra (v. 22); tercero, separa el corazón de la muchacha mesopotámica y ata sus afectos a Isaac (v. 23-53); finalmente, la conduce a través del desierto a Isaac (v. 54-61).
16.5 - La esposa encontrada
Primero, entonces, aprendemos a través de la oración del siervo el gran propósito de su misión. No ora por los hombres de la ciudad, ni por sus hijas; solo tiene un objeto delante de él: encontrar a la que estaba destinada a Isaac. El Espíritu Santo no vino para convertir al mundo, sino para manifestar a la elegida de Dios, la esposa destinada a Cristo.
Además, vemos que el signo que identificará infaliblemente a la esposa elegida es la gracia. El criado pregunta: «Sea, pues, que la doncella a quien yo dijere: Baja tu cántaro, te ruego, para que yo beba, y ella respondiere: Bebe, y también daré de beber a tus camellos; que sea ésta la que tú has destinado para tu siervo Isaac». Estas palabras muestran claramente que el siervo había sido enviado no para elegir una esposa para Isaac de entre las hijas de los hombres, sino para encontrar una para él (v. 14), y que la gracia caracterizaría a la joven.
Su oración tiene una respuesta, porque cuando Rebeca aparece y responde a las preguntas del siervo, ella accede a su petición y dice: «También para tus camellos sacaré agua». Todo esto nos recuerda que el Espíritu actúa en la gracia en aquellos que son «escogidos según el previo conocimiento de Dios Padre, en santificación del Espíritu» (1 Pe. 1:2).
16.6 - La esposa vestida
En segundo lugar, cuando encontró a la esposa que Dios quería para Isaac, el siervo no se contentaba con una obra de gracia que pudiera admirar, sino que públicamente distinguía a la muchacha de todas las demás adornándola con un anillo de oro y brazaletes de oro que todo el mundo podía ver. El Espíritu Santo no está aquí en la tierra solo para producir una obra de gracia en el creyente; pero puesto que el creyente ha sido sellado con el Espíritu, se debe ver fruto: amor, gozo, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza. Estas joyas preciosas serán un testimonio para los demás y distinguirán al creyente del mundo que lo rodea.
16.7 - La recepción
Tercero, vemos al siervo trabajando para vincular los afectos de Rebeca con Isaac. Aquí también tenemos en figura la obra del Espíritu por la cual los creyentes son fortalecidos en cuanto al hombre interior, para que Cristo pueda morar por la fe en sus corazones. Esta parte del trabajo del siervo es introducida por la pregunta: «¿Hay en casa de tu padre lugar donde posemos?» De una manera muy hermosa, esta vez de nuevo, la respuesta de Rebeca va más allá de la petición del siervo. Él solo pide “un lugar para quedarse”; ella dice que hay «mucho forraje» así como vivienda (v. 25). El mismo Labán puede decir al siervo: «Ven, bendito de Jehová». Y entonces leemos que «el hombre vino a casa» (v. 31-32). El Espíritu Santo vino tomando lo que es de Cristo y proclamárnoslo (Juan 16:14). Pero podemos hacernos esta importante pregunta: “¿Hay un lugar donde se pueda quedar?” ¿Estamos listos, nosotros mismos, para dejar que el Espíritu Santo more en nosotros? La carne y el Espíritu se oponen entre sí (Gál. 5:17). No podemos recibir las comunicaciones del Espíritu si servimos a la carne. Dar lugar al Espíritu y estar ocupado con las cosas de la carne es imposible. ¿Estamos dispuestos a actuar sin complacencia hacia la carne, en lo que concierne a la tierra, para permitir que el Espíritu habite en nosotros y nos conduzca a las cosas profundas y eternas de Dios? ¿Estamos preparando un lugar y provisiones para el Espíritu? En la casa de Betuel había alojamiento y forraje para el siervo de Abraham; el siervo puede entonces hablar de Isaac, para iniciar el afecto de Rebeca hacia Isaac y conducirla a él.
16.8 - La esposa ganadora
Habiendo recibido una cálida bienvenida en esta casa, el sirviente inmediatamente habló de Isaac. Al revelar los pensamientos de Abraham sobre su hijo, él toma lo que es de Isaac y se lo presenta a Rebeca. Evocando las riquezas de su amo, muestra que todo pertenece a Isaac: «Le ha dado a él todo cuanto tiene». Esto nos lo dice el mismo Señor: «Todo lo que tiene el Padre es mío», y añade que el Espíritu tomaría de lo que es suyo para anunciárnoslo (Juan 16:15).
16.9 - La respuesta
El siervo habló de Isaac y del deseo de Abraham de bendecir a su hijo; ahora se detiene para ver el efecto de su mensaje. ¿No actúa el Espíritu de la misma manera con nosotros? ¿No espera a ver si somos sensibles a las revelaciones que hace de Cristo antes de dar testimonio abierto de su Persona? En la escena delante de nosotros, la respuesta es inmediata, así que «Sacó el criado alhajas de plata y alhajas de oro, y vestidos, y dio a Rebeca». Asimismo, si respondemos a las revelaciones del Espíritu sobre Cristo, ¿no nos hará testigos del amor redentor: joyas de plata, justicia divina; joyas de oro, y santificación práctica; vestidos?
16.10 - Una decisión firme
Finalmente, después de haber vinculado los afectos de Rebeca a Isaac, el siervo todavía tiene una gran tarea que cumplir: llevar a Rebeca a Isaac. Él dijo: «Despachadme para que me vaya a mi señor». Había venido a buscar una esposa; la encontró y quiere irse. Su meta no era encontrar una esposa que la dejara en su antiguo hogar, sino llevarla a un nuevo hogar.
A la familia de Rebecca le gustaría retener a la doncella por lo menos diez días. El deseo del siervo es irse, y él forma el mismo pensamiento en Rebeca a través de la historia que da sobre Isaac. Si no obstaculizamos la acción del Espíritu Santo en nosotros, si no la extinguimos, formará nuestro espíritu de acuerdo con el Suyo, llevándonos a tener los mismos pensamientos sobre Cristo que Él, separando nuestros corazones de las cosas donde Cristo no se encuentra y comprometiendo nuestros afectos con Cristo donde Él está. Con demasiada frecuencia impedimos que el Espíritu actúe, porque permanecemos apegados al mundo, a su política, a sus placeres y a su religión. Pero el mundo no puede detenernos si nuestros corazones se vuelven hacia Cristo en gloria. El hermano y la madre de Rebecca pueden tratar de retenerla, pero la decisión depende de ella. Ellos dicen: «Llamemos a la doncella y preguntémosle». Entonces, la gran pregunta que le hacen a Rebecca es esta: «¿Irás tú con este varón?» Esa sigue siendo la cuestión para todos nosotros. ¿Reconocemos la presencia del Espíritu Santo, y estamos listos para seguir su dirección sin importar el costo?
El cristianismo ha ignorado casi totalmente la presencia del Espíritu, y luego se ha establecido en el mundo en una profesión sin fe real que rechazaba a Cristo, un mundo en el que Cristo está ausente. Que nuestros corazones estén tan apegados a Cristo en la gloria que podamos gritar como Rebeca una vez: «¡Sí, Iré!»
16.11 - Un camino seguido
La decisión de la doncella tuvo un resultado inmediato: «Entonces dejaron ir a Rebeca su hermana, y a su nodriza, y al criado de Abraham y a sus hombres». Si manifestamos nuestra voluntad de olvidar las cosas que están detrás y de tender hacia las que son celestiales, no solo mostramos que estamos abandonando el mundo, sino que lo veremos abandonarnos; seremos enviados lejos.
Entonces leemos que «Entonces se levantó Rebeca y sus doncellas, y montaron en los camellos, y siguieron al hombre; y el criado tomó a Rebeca, y se fue». ¡Cuántas veces a los creyentes que han aceptado felizmente el plan de salvación de Dios les gustaría seguir su propio camino al cielo! Debemos estar ansiosos de conocer Su camino y dejarnos guiar por Él. Seguir al Espíritu no es seguir alguna luz interior, como oímos, sino caminar siempre de acuerdo con la Palabra de Dios; y el Espíritu, a través de ella, siempre conducirá a Cristo.
Así que Rebeca, yendo tras el hombre, comienza su caminata por el desierto. Por el momento, no tiene ni la casa de Labán ni la de Isaac. Del mismo modo, si nos dejamos guiar por el Espíritu, encontraremos, como otro lo expresó, que “no tenemos ni la tierra en la que vivimos ni el cielo al que vamos”. Sin embargo, durante este largo viaje de más de 6.000 km a través de regiones parcialmente desérticas, Rebeca tiene ante sí una perspectiva feliz: al final del viaje, Isaac, a quien su corazón se ha apegado, está dispuesto a acogerla. Con el mismo espíritu, el apóstol Pablo, que deseaba estar con Cristo en gloria al final de su peregrinación, pudo decir: «Una sola cosa hago: olvidando las cosas de atrás, me dirijo hacia las que están delante, prosigo hacia la meta, al premio del celestial llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (Fil. 3:13-14).
16.12 - El objetivo alcanzado
A lo largo de su misión en Mesopotamia, el siervo tuvo ante sus ojos ese gran día en que la esposa, después de cruzar el desierto bajo su dirección, sería presentada a Isaac. En todas estas escenas, Isaac no participó activamente y no abandonó el país de Canaán. Todo estaba en manos del sirviente. Sin embargo, Isaac estaba lejos de ser indiferente a su misión y a la llegada de la esposa. Al atardecer, viene del pozo de Beer-lajai-roi para encontrarse con la esposa. El significado que se atribuye al nombre del pozo es muy bello: el «pozo del vivo que se revela». Si es verdad, sugeriría la realidad indiscutible de que a lo largo de nuestra peregrinación terrenal estamos bajo la mirada de Aquel que está vivo y revelado. Como dice el apóstol: «Por eso puede salvar completamente a los que se acercan a Dios por medio de él, viviendo siempre para interceder por ellos» (Hebr. 7:25).
16.13 - La llegada
Finalmente vemos a Isaac, saliendo al encuentro de la esposa, porque Rebeca pregunta: «¿Quién es este varón que viene por el campo hacia nosotros?» La imagen muestra a Isaac como alguien que espera a su esposa y la quiere. Nuestros afectos por Cristo son a menudo débiles, pero Él espera y desea el momento en que se le presente a su esposa. Antes de irse, pudo decir a sus discípulos: «Si voy y os preparo un lugar, vendré otra vez, y os tomaré conmigo; para que donde yo estoy, vosotros también estéis» (Juan 14:3).
16.14 - El matrimonio
Cuando Rebeca vio por fin a Isaac, «tomó el velo, y se cubrió». El matrimonio sigue inmediatamente; leemos que Isaac «tomó a Rebeca por mujer, y la amó». Del mismo modo, al final de nuestra peregrinación terrena, cuando el Espíritu Santo haya terminado su gran obra y, por primera vez, veamos al Señor Jesús cara a cara –cuando nos lleve a él–, se cumplirán finalmente estas maravillosas palabras: «Han llegado las bodas del Cordero, y su mujer se ha preparado» (Apoc. 19:7).
Cuando la creación fue completada, Eva fue presentada a Adán como su esposa, el primer tipo del gran misterio escondido en Dios desde el principio del mundo; este misterio habla del propósito eterno de Dios de adquirir una esposa para su Hijo. A través de los siglos y de las diversas dispensaciones, Dios siempre ha tenido en mente el gran día de las bodas del Cordero. El pueblo de Dios ha caído y ha fracasado en toda dispensación; el mundo, cada vez más violento y corrupto, tienta al pueblo de Dios y a menudo gana la victoria; el diablo presenta y establece la falsa esposa que se emborracha con la sangre de los santos. Sin embargo, a pesar de la ruina del pueblo de Dios, de los esfuerzos del diablo y de las tentaciones del mundo, Dios nunca abandona su intención de adquirir una esposa para su Hijo. Antes de que el Libro de Dios se cierre, se nos concede ver en visión el gran día de las bodas del Cordero; y al final, tenemos una magnífica presentación de Jesús esperando a su esposa, y de la esposa, en la actitud que le conviene, bajo la guía del Espíritu, esperando la venida de Jesús. «El Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven!». Él respondió: «Sí, vengo pronto», y la esposa dijo: «Amén; ¡ven, Señor Jesús!» (Apoc. 22:17, 22).
16.15 - Un estímulo para nosotros
Cuántas desilusiones no nos ahorraríamos si, en cada servicio, tuviéramos ante nosotros la gran meta que el Espíritu de Dios siempre tiene ante nosotros: la presentación de la Iglesia a Cristo, sin mancha, ni arruga ni nada parecido, el día de las bodas del Cordero. Con demasiada frecuencia nuestra visión y servicio se limita a una pequeña comunidad y a los días en que vivimos; y cuando todo parece estar fallando localmente y en general, nos sentimos desanimados y decepcionados. Mientras que si nuestro propósito primordial fuera traer almas a Cristo para las bodas del Cordero, no nos dejaríamos vencer, a pesar de los dolores y fracasos encontrados a lo largo del camino. No habrá corazones rotos, ni arrepentimientos, ni desilusiones cuando oigamos «como la voz de una gran multitud, y como el sonido de muchas aguas, y como el sonido de fuertes truenos, diciendo… ¡Alegrémonos y regocijémonos, y démosle gloria! Porque han llegado las bodas del Cordero» (Apoc. 19:6-8). Continuemos, pues, nuestro camino a pesar de los dolores, pruebas, debilidades y oposiciones bajo todas sus formas, sabiendo que la meta es el gran día de las bodas del Cordero.
La enseñanza típica de estos capítulos termina con la mención de los hijos que Cetura dio a Abraham (cap. 25:1-6). Estos hijos, que están en el origen de varias naciones orientales, reciben «regalos», y así comparten la bendición por su parentesco con Abraham. Sin embargo, el lugar de Isaac está en marcado contraste con el de los otros hijos de Abraham. A ellos les hace donaciones; a Isaac le da todo lo que le pertenece.
¿No nos presenta esto la importante verdad de que Cristo, resucitado de entre los muertos, es el heredero de todas las cosas, y que después de recibir a su esposa celestial, tomará posesión de su herencia terrenal en relación con el Israel restaurado, y las naciones de la tierra también participarán en la bendición?
La historia informativa de Abraham termina con un breve relato de su muerte pacífica «en buena vejez» y una evocación de su entierro por sus hijos Isaac e Ismael en la cueva de Macpela. Así, en contraste con el pobre Lot, Abraham terminó su peregrinación terrenal rodeado del respeto y los honores debidos a aquel que era «amigo de Dios» y «padre de todos los creyentes».