Una exhortación a los hermanos jóvenes en las asambleas


person Autor: A. J. POLLOCK 1

flag Tema: La Iglesia o la Asamblea


Como anciano, me gustaría dirigir una palabra de exhortación a mis hermanos más jóvenes. El mensaje se dirige especialmente a aquellos de ustedes que están en asambleas de creyentes reunidos en el nombre del Señor, donde se busca de manera práctica la guía del Espíritu Santo en el desarrollo de las reuniones. En estas asambleas, la verdad del único Cuerpo de Cristo es conocida y proclamada. Cristo en la gloria es la Cabeza de este Cuerpo, y cada creyente es un miembro de él, a través del cual la vida de Cristo se manifestará en la tierra. El Espíritu Santo habita en cada creyente; los une a todos a la Cabeza que está en el cielo, y los vincula entre ellos en la tierra de una manera maravillosa.

Cuando nos reunimos para recordar la muerte del Señor, o en otras ocasiones que tienen el carácter de una reunión de asamblea (por ejemplo, para la oración), la parte activa se deja a menudo a los hermanos mayores. Ciertamente es bueno reconocer el lugar especial que ocupan los hermanos mayores por su madurez y experiencia en las cosas de Dios. Las Escrituras los presentan como «conductores» (Hebr. 13:7) y los exhorta a ser «modelos de la grey» (1 Pedro 5:3). Son dignos de respeto.

Pero, por otro lado, debemos estar en guardia contra toda forma de clericalismo –esa plaga de la iglesia profesa. El establecimiento de un clero, una clase sacerdotal distinta de los llamados laicos –que son inmediatamente excluidos de cualquier participación audible en el servicio– ha sido un error monumental en la historia de la Iglesia. El resultado ha sido la negación práctica del oficio sacerdotal que se da a cada creyente, según la enseñanza de la Escritura: «vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual, un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por Jesucristo» (1 Pe. 2:5).

Las Escrituras enseñan muy claramente que el Espíritu debe ser libre de guiar a cualquier hermano presente para expresar alabanza, adoración u oración. (1 Cor. 12:7-8; 14:26-32; 1 Tes. 5:19) Una vez oí decir que todos los hermanos tienen derecho a expresarse en las reuniones de la asamblea. Señalé entonces que no es un derecho, sino un privilegio para los hermanos poder hacerlo, siendo guiados por el Espíritu de Dios.

Sin embargo, ¿no es cierto que muchos hermanos jóvenes nunca han considerado este privilegio como suyo también? Y entonces sus corazones no están ejercitados para colocarse efectivamente bajo la guía del Espíritu de Dios. Es triste encontrarse en una reunión de la asamblea en la que las pausas son largas y pesadas, y en la que solo los hermanos mayores se expresan, mientras que los hermanos jóvenes se quedan sentados en silencio, sin pensar que el Espíritu Santo podría utilizarlos para expresar la alabanza, la adoración o la oración de la asamblea.

Estamos sin duda en los días de Laodicea, caracterizados por una profesión cristiana que no es ni fría ni caliente, ni totalmente muerta, pero donde el fervor del espíritu es raro (comp. Rom. 12:11). Si estas líneas pueden servir para despertar a algún joven hermano y animarle a orar por ello, habrá valido la pena escribirlas.

Cuanto más pequeña es una asamblea, más necesario e importante es el compromiso de cada hermano. En una asamblea de cien personas, un hermano puede pensar que representa solo una centésima parte del total –y en una asamblea de diez personas, una décima parte. En una asamblea muy pequeña, un hermano puede darse cuenta de que su responsabilidad es tal que, si falta a la reunión, esta no puede tener lugar. Pero cuán alentadora es la promesa del Señor, esa palabra de sus propios labios: «Donde dos o tres se hallan reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mat. 18:20). Cuando esto se realiza de verdad, la reunión tiene un carácter muy feliz.

Cuando un hermano joven es guiado por el Espíritu para hablar en una reunión de la asamblea, todos los hermanos y hermanas espirituales reconocerán que así es y se regocijarán, especialmente los hermanos mayores. Por otro lado, qué triste es cuando un hermano seguro de sí mismo quiere expresarse, cuando es evidente para todos que tiene el espíritu de Diótrefes –ese hombre que se dice que «ambiciona ser el primero» entre los creyentes (3 Juan 9).

No olvidemos a nuestras hermanas jóvenes. Son tan parte de la asamblea como los hermanos jóvenes; no son menos «sacerdotes» para el Dios y Padre de nuestro Señor (comp. Apoc. 1:6). Sin embargo, la Palabra, en su perfecta sabiduría, les pide que guarden silencio en las reuniones. Pero es muy bueno y útil para una asamblea tener hermanas serias y devotas en sus bancos, ejercitadas ante Dios en cuanto al desarrollo de las reuniones. A menudo, sus oraciones pueden llevar a un hermano a ponerse de pie y expresar lo que hay en sus corazones y pensamientos. La presencia de hermanas así ejercitadas es un gran estímulo para todos los hermanos.

Algunos pueden sentir mal la falta de juventud en la asamblea, o están sometidos a influencias perjudiciales y se inclinan a buscar un gran número de personas o una compañía más agradable. Muchos pueden sentirse tentados a abandonar la asamblea. Que estas líneas reaviven el interés de nuestros jóvenes hermanos por la asamblea, para que desplieguen su energía por el bien de esta. Entonces podrán fortalecerse para convertirse, a su debido tiempo, si la gracia de Dios se lo concede, en «conductores» y «modelos de la grey».

Es bastante obvio que, si el Señor no ha regresado, los hermanos mayores abandonarán esta escena progresivamente. Si los hermanos jóvenes no crecen en la fe, la debilidad general podrá solo aumentar. Que el Señor nos conduzca a todos, hermanos y hermanas, jóvenes y mayores, a darle lo que le corresponde y a perseverar «en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones» (Hec. 2:42).


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