La sangre y el agua


person Autor: Frank Binford HOLE 29


El apóstol Juan relata un hecho histórico: Un soldado atravesó con una lanza el costado de Cristo ya muerto y «en el acto salió sangre y agua» (Juan 19:34). Luego el apóstol se detiene en el versículo 35 para dar testimonio de este hecho como testigo presencial. Lo hace de una manera tan solemne que podemos concluir que le dio especial importancia, aunque nunca más se mencionó.

Sin embargo, no somos dejados a conjeturar, ya que en su primera epístola el mismo apóstol vuelve al tema y completa el relato histórico de su Evangelio dándonos el significado de este hecho (1 Juan 5:6-8). Dice: «Este es el que vino mediante agua y sangre, Jesucristo; no solo con el agua, sino con el agua y con la sangre» (v. 6); luego habla del Espíritu, del agua y de la sangre como los tres testigos del Hijo de Dios (v. 8).

El significado de estas palabras no es obvio a primera vista. Sin embargo, hay dos cosas que son evidentes.

  1. La sangre y el agua están relacionadas con la muerte de Cristo.
  2. Aunque están estrechamente relacionadas, son tan distintas que pueden citarse por separado como testigos. Por lo tanto, debemos distinguirlas cuidadosamente.

Encontramos en las Escrituras que la purificación está relacionada con la sangre y el agua, por ejemplo:

«La sangre de Jesús su Hijo nos limpia de todo pecado» (1 Juan 1:7).

«Para santificarla, purificándola con el lavamiento de agua por la Palabra» (Efe. 5:26).

Tratemos de hacer una clara distinción entre las dos purificaciones mencionadas. En general, podemos decir que están relacionadas con los dos grandes efectos del pecado: su culpabilidad y su mancilla.

La sangre nos presenta la muerte expiatoria de Cristo, que borra nuestra culpa y nos trae el perdón. De este modo, somos purificados judicialmente.

El agua nos presenta la misma muerte, pero bajo el lado donde nuestro estado pecaminoso fue juzgado y llegó a su fin. Somos liberados de nuestra condición anterior y de las asociaciones en las que vivíamos. Como resultado, somos moralmente purificados y el poder del pecado sobre nosotros ha sido roto.

En el himno «Roca de las edades», el poeta escribió con razón:

«Que el agua y la sangre,
Que fluyeron de tu costado perforado…
Sean del pecado el doble remedio,
Que me limpian de su culpa y poder

Las virtudes y el poder de la sangre de Cristo se exponen en Hebreos 9 y 10. El gran tema de estos capítulos es la eficacia de esta sangre, en contraste con la ineficacia de la sangre de los toros y de los machos cabríos. Encontramos:

1. La sangre de Cristo limpia la conciencia del pecador de las obras muertas para servir al Dios vivo (Hebr. 9:14).

2. La sangre ha eliminado las transgresiones de los santos de antaño, acumuladas durante siglos bajo el primer pacto, es decir, la Ley (Hebr. 9:15).

3. Él ratificó un nuevo pacto de gracia (Hebr. 9:15-18).

4. Él quitó los pecados del creyente y sentó las bases para la abolición del pecado en su totalidad (Hebr. 9:22, 26).

5. Por la fe, lo ha hecho todo tan completamente, que una vez purificada, la conciencia del creyente queda para siempre liberada de la cuestión judicial de sus pecados (Hebr. 10:2).

6. El creyente, por lo tanto, tiene la libertad de entrar en la presencia misma de Dios (Hebr. 10:19).

7. La sangre ha santificado (apartado para Dios) al creyente de una vez por todas (Hebr. 10:10, 29).

Tengamos en cuenta que el gran tema aquí es el acceso del creyente a Dios en virtud de la sangre de Cristo. Su purificación judicial es perfecta, a través de esta única ofrenda que no necesita ser repetida. De ahí las expresiones «una sola vez», «una vez, un solo, una sola» (cf. Hebr. 9:12, 26, 28; 10:2, 10, 12, 14) que caracterizan estos capítulos. Se repiten siete veces, para que no olvidemos la plena suficiencia y la especial gloria de la preciosa sangre de Cristo.

Pero si la purificación judicial por la sangre es el gran tema de estos capítulos, no se olvida la necesidad de la purificación moral. Nos acercamos a Dios teniendo no solo «corazones purificados de una mala conciencia» sino también «lavados los cuerpos con agua pura» (Hebr. 10:22). Esto sin duda alude a la consagración de Aarón y de sus hijos al oficio sacerdotal, reportada en Éxodo 29: fueron lavados con agua (v. 4) y se puso sangre sobre ellos (v. 20). Esta fue la sombra de la realidad que tenemos: la muerte de Cristo. Esta obra de dos maneras: la sangre nos purifica judicialmente y nos da una posición perfecta ante Dios; el agua nos purifica moralmente, quitando la vieja vida en la que vivíamos y llevándonos a una nueva vida.

En la naturaleza misma de las cosas, esta purificación moral por el agua debe mantenerse; por lo tanto, la noción de repetición es apropiada para ella. La encontramos en el tipo. En su consagración, Aarón y sus hijos se lavaron de pies a cabeza con agua; esto no se repitió, pero se colocó una fuente para que los sacerdotes se lavaran las manos y los pies (Éx. 30:17-21). La instrucción era clara: «Siempre que entren en el Tabernáculo de reunión, se han de lavar con agua, para que no mueran».

Pasando del tipo al antitipo, tenemos la misma instrucción. En el aposento alto de Jerusalén, probablemente justo antes de instaurar la Cena, el Señor Jesús se ciñó con un paño y, echando agua en un lebrillo, comenzó a lavar los pies de sus discípulos (Juan 13). La reticencia de Pedro es una oportunidad para que el Señor presente la verdad de que tal lavado es necesario si uno quiere disfrutar de la comunión con Él en su posición celestial. «Si no te lavo, no tienes parte conmigo» (v. 8). El entusiasmo repentino de Pedro lleva al Señor a decir: «El que se ha bañado no tiene necesidad de lavarse más que los pies, ya que está todo limpio» (v. 10).

Aquí se distinguen cuidadosamente los dos significados con los que se presenta la purificación por el agua en las Escrituras. La muerte de Cristo nos ha purificado de nuestra vida anterior de una vez por todas –hemos sido completamente lavados, pero todavía necesitamos la aplicación de esta muerte a nuestras almas día a tras día. Sin ella, no podemos acercarnos al santuario o tener una “participación con” Cristo.

Con estos pensamientos ante nosotros, podríamos volver a las palabras de 1 Juan 5 citadas al principio y encontrar un significado más profundo.

Jesucristo, el Hijo de Dios, vino por el agua y por la sangre; su venida se caracterizó por estas dos cosas. ¿Por qué el Espíritu de Dios revela específicamente este punto? diciendo, «No solo con el agua, sino con el agua y con la sangre» ¿No podría ser debido a la actual tendencia creciente –que está madurando rápidamente en la apostasía– de enseñar que Cristo vino solo por el agua? Muchos dicen que vino a purificar moralmente al hombre poniendo ante él los más altos ideales y viviéndolos Él mismo para motivarnos; vino a ser un vínculo entre Dios y el hombre. Tal teoría ignora con desdén la idea de la expiación.

Previendo este error fatal, el Espíritu dice: «no solo con el agua, sino con el agua y con la sangre». No solo en la purificación moral, sino en la purificación moral y la expiación del pecado. Es el Espíritu quien da testimonio y «el Espíritu es la verdad» (v. 6).

Así pues, hay tres testigos, el Espíritu, el agua y la sangre: el Espíritu, el Testigo vivo, que actúa y habla; el agua y la sangre, dos testigos silenciosos; los tres están de acuerdo. Ellos testifican que Aquel que ha venido de esta manera es el Hijo de Dios, la Fuente de la vida eterna, y que en Él la vida eterna es nuestra, nosotros que creemos en el nombre del Hijo de Dios.

Gracias a Dios, podemos proclamar con fervor que cuando el soldado le atravesó el costado con su lanza, «¡En el acto salió sangre y agua!».

1 - El ministerio de Cristo, la burla y los azotes que sufrió de los hombres, ¿no contribuyen en la expiación de los pecados?

No, las Escrituras dicen claramente, «Él mismo llevó en su cuerpo nuestros pecados sobre el madero» (1 Pe. 2:24). La paga del pecado es nada menos que la muerte. A veces se argumenta que Romanos 5:19 enseña lo contrario: «Por la obediencia de uno solo, muchos serán constituidos justos». Pero una lectura cuidadosa del pasaje completo (v. 12-21) muestra que confirma exactamente lo que Pedro escribió. Pablo contrasta los dos jefes de raza, Adán y Cristo –el pecado de uno con las consecuencias desastrosas que le sigue; la justicia y la obediencia del otro con su resultado de bendiciones. Es una cuestión de «una sola transgresión» y de «un solo acto de justicia». La única justicia de Cristo fue su obediencia hasta la muerte.

2 - Si la sangre nos limpia de todo pecado, ¿para qué sirve el agua?

Respondamos a esta pregunta haciendo otra. ¿No cree usted necesitar ser limpiado del amor al pecado tanto como de la condenación del pecado? Hay una gran necesidad del «agua», una gran necesidad de que los cristianos detesten el pecado como Dios detesta el pecado.

En cuanto a la limpieza diaria de la que se habla en la fuente de bronce, ¿no la necesitamos en este mundo mancillado? ¿No tenemos muchas cosas que eliminar personalmente, sin mencionar las sutiles influencias de este mundo que a menudo nos afectan imperceptiblemente? Todo cristiano con una conciencia sensible seguramente estará de acuerdo con que lo necesitamos.

3 - ¿No es bíblico, entonces, tratar con la sangre para la purificación diaria? Dice «limpiar, purificar» en 1 Juan 1:7.

En ninguna parte de las Escrituras encontramos que la purificación por la sangre de Cristo deba repetirse diariamente. El argumento de que el verbo purificar está en tiempo presente en 1 Juan 1:7 no es válido. El verbo está en tiempo presente para indicar la propiedad inherente de la sangre preciosa. En el lenguaje común también usamos el tiempo presente cuando hablamos de generalidades. Por ejemplo, tomemos el ejemplo de alguien que expone un saco de cal viva a la lluvia, diciendo: “La lluvia se encargará de ello”. El agua extingue la cal. No quiso decir que cada vez que llueve el agua reaccionará con la cal, porque la cal solo puede ser apagada una vez; solo se refería a la conocida propiedad del agua sobre la cal, propiedad que es válida en todo momento y en todo lugar.

Así es como el apóstol habla en 1 Juan 1:7.

Por otra parte, las Escrituras mencionan que el lavado con el agua se repite; y si insistimos en esta distinción, no es por mera precisión teológica. Enseñar que debemos repetir nuevas aplicaciones de la sangre deshonra la sangre de Cristo, y pone al santo de nuevo en la posición de un pecador para que repita el proceso de purificación y justificación una y otra vez.

La verdad es que «con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados» (Hebr. 10:14). Retengámoslo con firmeza.

4 - Hablemos un poco más sobre esta limpieza diaria con el agua. ¿Cómo se hace?

A través de la Palabra. El agua y la Palabra están claramente vinculadas en el pasaje «para santificarla, purificándola con el lavamiento de agua por la Palabra» (Efe. 5:26).

Es la Palabra de Dios que recuerda a nuestras almas el poder y la riqueza espiritual de la muerte de Cristo. El pecado se revela en todo su horror, y nuestros afectos son purificados de él. «¿Cómo podrá el joven mantener puro su sendero? Cuidando de él conforme a tu palabra» (Sal. 119:9).

A menudo olvidamos este efecto purificador de la Palabra de Dios, aunque estemos ansiosos por un mejor conocimiento textual de la misma.

Un día, una creyente se quejó a un creyente mayor y más maduro sobre su dificultad para recordar los puntos de la enseñanza cristiana que había escuchado. Le pidió que le trajera un poco de agua con un colador. ¡Solo podía traer unas pocas gotas cada vez, pero él le mostró que cada vez el colador estaba siempre más limpio!

Centrémonos mucho en la Palabra de Dios. Puede que nunca seamos profundamente versados en las Escrituras –eso es una consideración secundaria– pero nuestras vidas y caminos serán purificados por ello.

5 - En Juan 3, se trata de nacer del agua. ¿Hay una conexión entre esto y lo que estamos hablando, o se trata del bautismo?

Está relacionado con lo que estamos hablando. A través del agua de la Palabra aplicada por el poder del Espíritu Santo de Dios, nacemos de nuevo y poseemos una nueva vida y una nueva naturaleza que trae con ella la condenación de la antigua. Es, en el tipo, el lavado inicial de la cabeza a los pies de los sacerdotes (vea Éx. 29:4 y Juan 13:10).

No es un bautismo. Esto es evidente a partir de una lectura cuidadosa del pasaje:

  1. el Señor habla solo de un nuevo nacimiento;
  2. que es «de agua y del Espíritu» (Juan 3:5), el agua es el medio, el Espíritu es el poder;
  3. el Señor dice expresamente que es indefinible y que el hombre no tiene control sobre ella (v. 8). El bautismo, por otro lado, está bien definido y es controlado por el hombre. Por lo tanto, no se trata de esto en este pasaje.

6 - ¿Solo cuando pecamos necesitamos el agua?

La necesitamos cuando pecamos, pero también porque estamos en un mundo de corrupción. La necesitamos para adorar, mantener la comunión con Dios y servirlo. En Números 19, encontramos en tipo «el agua» como purificación de pecados; en Éxodo 30:17-21, tenemos en tipo «el agua» suprimiendo toda la contaminación terrenal en vista de acercarse a Dios en el santuario, sin referencia a pecados precisos. En el Nuevo Testamento, Juan 13 está más relacionado con el último aspecto que con el anterior.

¡Cuánto dependemos, no solo de la sangre, sino también del agua!


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