Esperaos unos a otros

El mal del individualismo


person Autor: Frank Binford HOLE 29


Así como es necesario evitar el sectarismo, si queremos andar en comunión según el modelo del apóstol, entonces es necesario asimismo rechazar el individualismo, el cual es, en algunos aspectos, el extremo opuesto.

Para despejar posibles malentendidos, afirmemos nuevamente que nosotros aceptamos plenamente la declaración, repetida a menudo, de que en los días cuando la unidad y el orden exterior de la iglesia profesa se han quebrantado, la senda de fe conviene a un individuo; mediante lo cual queremos decir que se trata de una senda a la que se debe entrar, y que se debe mantener, en la energía de una fe individual. Los versículos en 2 Timoteo 2:19-22 son clara evidencia de esto, a saber:

«Pero el sólido fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de la iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor. Pero en una casa grande no hay solo vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para honor, y otros para deshonor. Si, pues, alguien se purifica de estos, será un vaso para honra, santificado, útil al dueño, y preparado para toda obra buena. Huye de las pasiones juveniles y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz con los que de corazón puro invocan al Señor» (2 Tim. 2:19-22; VM).

Las responsabilidades y privilegios sobre los que se insiste allí reposan sobre «todo aquel» «alguien» o mejor traducido «si un hombre» (v. 21), y el pasaje completo no es dirigido a una iglesia, sino a Timoteo, un individuo fiel, y, por consiguiente, cuando se obedece el versículo 22, aquellos que siguen así la justicia, la fe, el amor y la paz solo son miembros individuales del Cuerpo de Cristo que caminan juntos en la verdad.

En todo eso estamos plenamente de acuerdo y, no obstante, se debe sostener también con igual claridad, que tales miembros del Cuerpo de Cristo que están juntos así solo andarán en la verdad en la medida que ellos sean gobernados por ella en su integridad. Ignorar la verdad en cuanto a la Iglesia de Dios no servirá de nada.

Asumamos que tal reunión de santos existe delante de nosotros. Nosotros les señalaríamos entonces que, en primer lugar, ellos no deben asumir ser lo que no son. Ellos no son la Iglesia, ni tampoco ellos son una Iglesia, en el sentido de ser un cuerpo corporativo con una constitución propia. Ellos son sencillamente miembros del Cuerpo de Cristo (el cual es la Iglesia) que tiene por objeto congregarse y andar conforme a su constitución original.

Pero, en segundo lugar, deberíamos señalar que la ruptura y el fracaso que han sobrevenido no los ha relevado, de ningún modo, de la responsabilidad de andar conforme a todo lo que la Escritura indica que es la voluntad del Señor para su Iglesia. No podemos, si hemos de obedecerle y agradarle a él, afirmar nuestra acción individual, juicio o ministerio sin la anulación de la comunión práctica en estas cosas, sea ello la persona individual o la reunión individual de los santos.

Los creyentes en Corinto, tal como el apóstol Pablo les escribió, eran carnales y andaban como hombres, por consiguiente, ellos habían caído en el sectarismo formando escuelas de opinión alrededor de líderes favoritos. Es igualmente claro que ellos se estaban afirmando a sí mismos como individuos de una manera equivocada y que ese individualismo estaba obrando el caos en medio de ellos. Señalaremos ahora las evidencias del obrar de este principio falso que tenemos en la Primera Epístola a los Corintios.

En 1 Corintios 10, la cuestión de la asociación con ídolos y la idolatría está siendo discutida. El apóstol comienza con la historia de Israel como el pueblo profeso de Dios, y muestra cuán ruinosas habían demostrado ser tales asociaciones en el caso de ellos. Esto conduce a la exhortación del versículo 14. Desde el versículo 15 en adelante, el apóstol apela a ellos sobre el terreno de lo que se expone en la Cena del Señor. El carácter verdadero de la copa y del pan es que ellos evocan la sangre y el cuerpo de Cristo; además, su sangre y su cuerpo expresan la comunión. Todos nosotros participamos de aquel pan como un Cuerpo (v. 17) no como muchos creyentes individuales. Tenemos aquí la Cena del Señor vista en su naturaleza y relevancia abstractas, y el individualismo es claramente excluido en conexión con ella.

En 1 Corintios 11:17, el apóstol lleva más allá su ministerio correctivo y se vuelve a los errores y abusos que estaban entre ellos cuando se reunían –sus asambleas. Debemos distinguir, evidentemente, entre la iglesia en Corinto y sus reales reuniones bajo aquel carácter. A través de todo este escrito nosotros usamos la palabra «iglesia» para lo primero y reservamos la palabra «asamblea» para lo último. Los santos en Corinto se reunían algunas veces en relación con el ministerio de los siervos del Señor –por ejemplo, para escuchar a Apolos y para recibir ayuda a través de él (Hec. 18:2)– estas reuniones no eran “reuniones de asamblea” en el sentido en que nosotros usamos ahora la palabra, (pero ellas eran) es decir, reales convocatorias de la iglesia como tal en sujeción a la Cabeza resucitada actuando por su Espíritu en medio de ellos. La iglesia podía reunirse así para disciplina (1 Cor. 5), para tomar la Cena del Señor (1 Cor. 11), para la edificación, la exhortación y el consuelo (1 Cor. 12 y 14:1-5), para la oración y la adoración (1 Cor. 14:9-17).

Ante todo, en relación con sus reuniones, él se vuelve a los grupos que existían entre ellos y que eran claramente visibles cuando ellos se reunían «como asamblea» (1 Cor. 11:18). Este sectarismo puede resultar en grupos selectos de una clase muy rígida y exclusiva, agrupados alrededor de maestros o predicadores escogidos, pero ello está, evidentemente, relacionado muy de cerca con el individualismo, por cuanto este individualismo surge de un sentido exagerado de la importancia del individuo que es hecho el centro del grupo. Ello termina en santos “asidos” al líder del grupo más que asidos «a la Cabeza» (Col. 2:18-19).

En 1 Corintios 11:20, el apóstol se vuelve a la asamblea en cuanto a la participación de la Cena del Señor. Había graves abusos, pero estamos ahora solamente preocupados de señalar que al comer lo que ellos profesaban ser la Cena del señor, ellos estaban comiendo realmente «cada uno… su propia cena» (1 Cor. 11:21). Ellos individualizaron de tal manera ese memorial sagrado que se convirtió en una escena de desorden impropio, cada uno comiendo por sí mismo. De ahí el mandato del apóstol en el versículo 33, «Así que, hermanos míos… esperaos unos a otros».

Todo esto es extremo y horroroso, y sería totalmente inexcusable si estuviese ocurriendo ahora que comprendemos mejor la Palabra de Dios que los corintios no la comprendían. Aun así, nosotros debemos velar contra los trabajos más sutiles de la misma cosa. Nosotros, de hecho, partimos el pan y bebemos la copa individualmente, pero lo hacemos como aquellos que pertenecen al un Cuerpo, de acuerdo con el un pan del cual participamos.

En 1 Corintios 12, el don o las manifestaciones del Espíritu están en cuestión. Estos se encuentran en diferentes miembros del Cuerpo como el Señor en su sabiduría deseó ordenar, pero ellos eran dados a individuos en la perspectiva del todo. «Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para el bien de todos» (1 Cor. 12:7) y ese provecho es el provecho de todo el Cuerpo tal como los versículos siguientes muestran.

Ahora bien, un miembro dotado por la posesión de un don puede estar absorto en su propia importancia y autocomplacencia, que podría guiarlo naturalmente en el mal uso que haría de él, en lugar de estar completamente bajo el dominio del amor divino. De ahí el maravilloso capítulo en 1 Corintios 13, el cual entra como un paréntesis.

1 Corintios 14 retoma el hilo de 1 Corintios 12 y nos da una reflejo de las asambleas corintias para el ministerio, la oración y la alabanza. El individualista se levantaba y hablando en una lengua desconocida, se edificaba a sí mismo (1 Cor. 14:4) mientras que el propósito divino en la asamblea era que la Iglesia fuera edificada.

1 Corintios 14, versículo 26, es muy claro. En las asambleas, cada uno de ellos tenía un salmo, una doctrina, una lengua, una revelación, una interpretación. Los versículos siguientes dan la instrucción que regula el uso de estos dones, y de estos versículos, y del versículo 31 en particular, entendemos que no había nada malo en que cada uno de ellos tuviera algo para contribuir, sino que había libertad para todos, según el Señor podía dirigir en diferentes ocasiones. El problema radicaba, más bien, en ese individualismo que los llevaba a degradar la Cena del Señor comiendo cada uno su propia cena. Ellos degradaban aquello que era la asamblea del Señor, donde él gobernaba y dirigía por su Espíritu, a una reunión libre y desordenada de un gran número de individuos cada uno con sus ideas propias y su propia pequeña porción que él deseaba lanzar con impaciencia a la olla común.

La diferencia entre la asamblea, dirigida directamente por el Señor y la reunión individualista del sello Corintio puede ser comparada a la que existe entre un cubrecama de tejido fino de lino y un edredón confeccionado con retazos. La Biblia misma consiste en 66 libros escritos en épocas diferentes por hombres diferentes. Sin embargo, una unidad divina la impregna porque fue escrita bajo inspiración del Espíritu de Dios. Una unidad similar de ministerio, así como de oración o de adoración, será discernible en la asamblea controlada en sus actividades por el Espíritu de Dios, y mientras más sea controlada así, más será ello discernible.

El Espíritu de Dios debía tener tan completamente el control de la asamblea que, si un profeta estuviera de pie, presumiblemente controlado por el Espíritu, y una revelación adicional hubiese sido hecha a otro profeta que estuviese sentado cerca de él, el primer orador debía aceptarlo de inmediato como una señal de que había llegado el momento para que él se detuviera; y volviéndose a sentar, él debía dar lugar al otro.

Bajo las condiciones existentes del ministerio unipersonal (de un solo hombre), y las formas litúrgicas y las costumbres o tradiciones, que dominan las organizaciones religiosas, toda esta parte de la Escritura ha sido reducida a letra muerta. Pero es tristemente posible tener reuniones de santos aparte de tales restricciones y con libertad de ministerio, y con todo, que ello resulte solamente en reuniones de este tipo individualista corintio. De hecho, ello debe resultar así a menos que estemos preparados para mantener ante nosotros la verdad de la Iglesia en su comunión y trabajo prácticos. Repetimos, ninguna reunión de santos hoy en día puede ser más que la reunión de unos pocos miembros del Cuerpo de Cristo, pero si quisieran ser obedientes, ellos deben actuar, reunidos de este modo, en la luz de toda la verdad de la Iglesia.

Al concluir este breve examen de la Epístola, podríamos observar que el uso de la disciplina y de la exclusión mencionado en 1 Corintios 5 implicaba también la acción de la asamblea. La energía y la acción apostólicas son, de hecho, prominentes en los versículos 4 y 6 de 1 Corintios 5 ya que, hasta entonces, las conciencias de los corintios estaban dormidas, pero la acción final que iba a ser tomada en el versículo 13 era de un carácter asambleario.

La Segunda Epístola nos muestra que tal acción fue tomada, y que «la mayoría» de los santos, asumieron la tarea (2 Cor. 2:6). Ellos fueron de tal manera movidos a celo por la Primera Epístola (2 Cor. 7:11) que la gran mayoría se reunieron y quitaron al ofensor de en medio de ellos. Hoy en día ¡lamentablemente! los santos son, a menudo, tan letárgicos que solo unos pocos se reúnen para actuar si surge una semejante triste ocasión y el castigo es infligido por los “pocos” más bien que por la «mayoría».

Si consideramos ahora por un breve momento de qué manera estas correcciones e instrucciones apostólicas son aplicables para la actualidad, nos daremos cuenta rápidamente de cuánta necesidad hay de atender a estas enseñanzas de 1 Corintios 14. Aún es posible para unos pocos santos reunirse de esta forma en «asamblea», a través de solo una fracción de los que son miembros de la Iglesia en su ciudad. Reunidos así, ellos pueden partir el pan, orar o esperar en el Señor para el ministerio por medio de dos o tres de sus siervos –es decir, lo que podemos llamar una “reunión abierta”. ¿Estamos nosotros libres de individualismo en estas ocasiones? De ningún modo. Cuán frecuentemente notamos que las acciones de gracia y los himnos particulares de alabanza y adoración, siendo muy excelentes en sí mismos, están, no obstante, muy en desacuerdo con lo que ha precedido o con lo que sigue a continuación, ¡están completamente inadaptados si son juzgados desde el punto de vista de la acción del Espíritu en la asamblea! Cuán a menudo hay momentos de oración cuando la misma petición es expresada una y otra vez por varios hermanos, aparentemente olvidadizos de que el primero que fue guiado a pedirla, lo hizo como siendo la boca de los presentes, a ser ratificada por todos diciendo «Amén» al final de sus peticiones; y eso, por tanto, salvo en ocasiones excepcionales, semejante repetición constante es innecesaria porque ¡todos ya la han pedido! Con cuánta frecuencia, de nuevo, existe la tendencia a reunirnos, teniendo cada uno su himno, su oración, su porción de la Escritura, ¡y a divulgarlos a toda costa!

Además, tenemos que estar conscientes de que el individualismo toma una forma de la que se ha hablado algunas veces como siendo “independencia”. Este puede tomar la forma de un santo individual afirmándose a sí mismo, en su juicio, en sus acciones contra la asamblea donde él se encuentra; o la forma de una asamblea individual actuando en completa indiferencia para con las otras asambleas que andan igualmente en sujeción al mismo Señor, o como no teniendo ninguna relación con ellas.

Algunos podrían objetar aquí que nosotros encontramos poco en la Escritura en cuanto a estos errores. Estamos de acuerdo. El caso de Diótrefes (3 Juan) tiene relación con ello, pero generalmente hablando, estos problemas son los que han afligido a la iglesia en estos últimos siglos. La autoridad apostólica actuaba al principio como un freno a esa forma de individualismo. Nosotros hemos llegado a estar más expuestos a ello en estos últimos días, cuando los santos han intentado una vez más andar conforme a la verdad, pero sin otra autoridad apostólica en medio de ellos que los escritos apostólicos, y aun sin ancianos designados como al principio. La posición de ellos es similar a la de los judíos que regresaron a Jerusalén bajo Zorobabel, Nehemías y Esdras, quienes no tenían rey y contaban con un sacerdocio muy imperfecto. Ellos habían perdido estos factores externos, y habría sido una locura, si acaso no algo peor, haber asumido poderes que ellos no poseían, ordenando por cuenta de ellos un rey y más sacerdotes. La pérdida de estos factores externos no los eximió, no obstante, de la obediencia a toda la ley.

Por eso hoy en día comprendemos que tenemos especial necesidad de gracia y sabiduría en este asunto. No tenemos ningún deseo de obstaculizar a los siervos del Señor, pero ellos deben recordar que son miembros del Cuerpo de Cristo y que, si ellos profesan estar andando, con tantos como estén disponibles, en una senda de obediencia a la verdad completa de la Iglesia, deben mantener estas cosas en mente. Lo que es correcto para el individuo es también claramente correcto para la reunión colectiva de santos. Nosotros debemos evitar cuidadosamente, por lo tanto, la posición de independencia que es llamada comúnmente “congregacionalismo”.

Es perfectamente cierto que frecuentemente han ocurrido fracasos en el pasado con santos individuales y con reuniones colectivas en cuanto a estas cosas y, si el Señor tarda en venir, ocurrirán nuevamente. Entonces, se preguntará: “¿Qué hemos de hacer?”

Nuestra responsabilidad es actuar bajo el Señor, es decir, en obediencia a su Palabra. Poderes de disciplina aún quedan para los santos colectivamente, tal como se indica en Romanos 16, 17 y 18; 1 Tesalonicenses 5:14; 2 Tesalonicenses 3:6, 14-15. Incluso en el mismo caso flagrante de Diótrefes, el apóstol se contenta con una acción amenazadora, si él viniese o cuándo el viniese. No instó a Gayo o a Demetrio para que intentasen ellos mismos una acción contra él. El individualismo o la independencia no se han de enfrentar con contra-independencia. El espíritu de división no puede ser vencido, según Dios, por el espíritu de contra-división. Si en equivocado celo nosotros intentamos enfrentarlo de este modo, corremos siempre el riesgo de hacer que el remedio sea peor que la enfermedad, y de tragarnos un camello entero en nuestros esfuerzos por colar el mosquito.

Al escribir las líneas de arriba, nosotros tenemos plenamente en mente que puede venir un tiempo, según 2 Timoteo 2:16-21, cuando la acción individual no solo es permitida en la Escritura, sino que realmente la Escritura la impone. Ese tiempo es cuando el mal, habiendo entrado, es de un carácter tal que vence a la fe atacando los fundamentos. Entonces, asumiendo que este sobrepasa toda acción de la asamblea, el individuo debe actuar por su cuenta en fidelidad a su Señor.

Nosotros debemos nuestra posición, si efectivamente nos reunimos al nombre del Señor, a tal acción individual en fidelidad al Señor. En esa posición estamos obligados a actuar como gobernados por la verdad completa en cuanto a la Iglesia y a la comunión de los apóstoles («Perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partiendo del pan y en las oraciones» Hec. 2:42 - JND), y no a actuar sobre una base individualista. Si a causa de infidelidad la posición es abandonada o corrompida, entonces, una vez, más la acción individual según 2 Timoteo 2 llega a sernos obligatoria para que un lugar según Dios pueda ser asumido y la pureza personal mantenida.

Tenemos que hacer una aplicación más de la verdad que está ante nosotros. Se ha dicho y se ha escrito bastante durante los últimos quince años en cuanto al carácter no escritural de los “círculos de comunión”. En la medida que tales “círculos” son de la clase de círculos que dicen «Yo soy de Pablo» etc., o formados para defender alguna verdad, o verdades especiales, estamos muy de acuerdo. Sin embargo, no debemos olvidar que había un círculo de comunión en Jerusalén en el día de Pentecostés. Temprano en la mañana este consistía de cerca de 120 personas, al caer la noche se expandió a más de 3.000. Aquel círculo de comunión era la «comunión unos con otros». («Perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partiendo del pan y en las oraciones» Hec. 2:42 - JND).

Más tarde, en Corinto, el “círculo” divinamente formado fue puesto en peligro por “círculos” sectarios no separados aún abiertamente los unos de los otros, sino grupos formados dentro de la iglesia, siendo esto fruto de su condición carnal. En relación a esto, 1 Corintios 11:18-19, son versículos muy claros: «Oigo decir que… hay divisiones entre vosotros», dice al apóstol, «Porque también es necesario que las haya» (1 Cor. 11:19). No hubo ningún «es necesario» en el caso de los filipenses o de los efesios, donde el estado prevaleciente era de frescor y de poder espirituales. Si los santos andan en la carne, las tendencias carnales deberán manifestarse. Pero, por otra parte, tales manifestaciones carnales solo sirven para poner de relieve a los que adhieren fielmente a lo que es divino y son aprobados así por Dios. Es evidente que había algunos en Corinto que no se adscribirían a ninguno de los estándares de grupo.

Ahora bien, es más que probable que, cuando los grupos de «Pablo» y «Apolos» y «Cefas» se estaban formando en Corinto y algunas de las almas más espirituales y fieles rehusaban unirse en sus movimientos, a los ojos de los observadores descuidados o de mente mundana, parecería que estos estaban formando otro grupo. Pero incluso si ellos encontraban difícil o imposible demostrar que no eran otro grupo más, y vindicarse así ellos mismos, ellos fueron aprobados por Dios y en la opinión del apóstol inspirado. Ellos tenían que satisfacerse con eso.

Por consiguiente, mientras, nosotros no tenemos ningún deseo de formar “un círculo de comunión” más del que tenemos de formar “una iglesia”, sugerimos que estaría bien averiguar exactamente qué es lo que las personas quieren dar a entender cuando ellas usan el término “círculo de comunión”; después sugerimos que debemos hacer muy cierto que el remedio propuesto para los “círculos” de comunión, contra los cuales se levanta protesta, no es que a cada individuo se le permita formar su propio círculo de comunión. De lo contrario, nosotros solo estamos practicando el individualismo del tipo Corintio bajo un nuevo disfraz.

Nosotros no queremos “un círculo” de comunión, sino que lo que  queremos es comunión. Es un tesoro precioso. Seamos cuidadosos, por tanto, no sea que como dice un viejo proverbio, nosotros “dejemos evacuar el bebé junto con el agua de la bañera”. Los ideales humanos se incrustan frecuentemente sobre la verdad. Al descartar la incrustación es excesivamente fácil dejar que la verdad se deslice. Más bien, «esperaos unos a otros» como manda la Escritura.

(Extraído de «Scripture Truth Supplement» en la circular de junio 1966).


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