format_list_numbered Índice general

El Tabernáculo

Primera realización de la morada de Dios en la tierra


person Autor: Pierre COMBE 14

flag Tema: Pentateuco


Esta compilación de meditaciones, dadas a lo largo de varios años y en diferentes lugares, ha sido revisada por el autor. Sigue el orden moral del viaje del hombre hacia Dios. Respondiendo primero a los llamados de la gracia, entrando por la puerta ancha del atrio, luego liberado de sus pecados por el sacrificio por el pecado en el altar de bronce, el redimido va, a través de la fuente de bronce, al santuario, al altar de oro, el lugar de adoración e intercesión.

Pareció útil añadir al desarrollo del tabernáculo algunas meditaciones que son relacionadas con el mismo tema (Anexos), lo que explica algunas repeticiones.

1 - Introducción

1.1 - El propósito de Dios

El propósito de Dios siempre ha sido salvar a los hombres – reunirlos en uno y a morar en medio de este pueblo reunido en torno a Él.

En el Génesis, vemos solo relaciones individuales; pero desde el Éxodo, mientras que la tierra estaba poblada desde hacia 25 siglos, un pueblo elegido aparece por primera vez y es puesto aparte (Deut. 7:6).

1.2 - La actualidad del AT

2 Timoteo 3:16: «Toda la Escritura es inspirada por Dios y es útil…».

Lucas 24:27, 44: «Y comenzando por Moisés y por todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras las cosas que a él se referían… que era necesario que se cumpliera todo lo que está escrito acerca de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos».

Juan 5:39: «Escudriñáis las Escrituras… ellas son las que dan testimonio de mí».

1 Corintios 10:11: «Estas cosas les acontecían como ejemplo… para advertirnos a nosotros para quienes el fin de los siglos ha llegado».

Estas palabras del Señor y del apóstol Pablo se refieren al Antiguo Testamento (el Nuevo Testamento no existía), mostrando así que esta parte de la Sagrada Escritura conserva toda su actualidad, aunque el Pentateuco se remonta a 35 siglos. La palabra está viva como Dios está vivo; ella es permanente como él mismo; ninguna de sus partes es anticuada y el Espíritu Santo la hace penetrante y operante (Hebr. 4:12).

El AT es una especie de libro ilustrado espiritual que tiene 4 aspectos: histórico – típico – espiritual – profético. La Epístola a los Hebreos, por sus similitudes y sobre todo por sus contrastes, se refiere constantemente a ella hablándonos de la «sombra de las cosas celestiales» (8:5), de la «sombra de los bienes venideros» (10:1), las «figuras de lo que hay en los cielos» (9:23). Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, el Espíritu Santo nos habla, en cada página, a través de estos diferentes tipos, de Cristo, de su obra y de los resultados de su obra. Por ejemplo, cuando el pecado entró en el mundo, Dios vistió a Adán y Eva con piel, lo cual implicó un sacrificio sangriento.

1.3 - La tipología

Entre los tipos que la Palabra utiliza para enseñarnos, podemos distinguir 4 grandes categorías:

  • Las cosas: se puede tratar de los más pequeños elementos (como el grano de trigo – Juan 12), como de los más grandes (por ejemplo, el sol).
  • De los sacrificios: en el libro de Levítico, en particular, tenemos las 4 clases de sacrificios que presentan los 4 caracteres de la obra de Cristo correspondientes a los 4 lados del altar de bronce, así como a los caracteres de los 4 evangelios.
  • De episodios o circunstancias: la Pascua (el sacrificio expiatorio de Cristo), el cruce del Mar Rojo (la redención), el cruce del Jordán (la entrada en la tierra de Canaán, la emancipación).
  • Las personas, hombres sencillos como eruditos, siervos como reyes (David –Salomón).

El propósito de estos tipos es prefigurar a Cristo, su obra, las consecuencias de su obra. El Tabernáculo nos habla como un tipo de la presencia divina en medio de su pueblo y de lo que se necesita para llegar a Dios (el sacerdocio).

Los israelitas cumplieron en una obediencia implícita, pero sin comprender lo que Dios les había mandado respecto a la construcción de su santuario. Hicieron la Pascua que prefiguraba el sacrificio de Cristo. Pero para nosotros, desde que la obra de nuestra redención ha sido cumplida en la cruz, tenemos el Espíritu Santo y el Nuevo Testamento que nos dan la comprensión de estos tipos del AT. Estas ordenanzas e instituciones levíticas subrayan el lugar que ocupa, en los pensamientos de Dios, la obra de su Hijo y sus efectos. A la luz del NT, entendemos lo que no podía ser revelado a Israel.

1.4 - Demostraciones de la presencia divina

  • Israel –la columna de nube (Éx. 40:34-35)
  • El Señor en la tierra –presencia visible y física (Col. 1:19)
  • La Iglesia –presencia invisible, espiritual (Mat. 18:20)
  • El estado eterno –presencia gloriosa visible y física (Apoc. 21:3)

1.5 - La morada de Dios en la tierra

Dios ha habitado en la tierra bajo 7 formas sucesivas (una plenitud) con o en el hombre. La Casa de Dios es siempre la misma, a través de todos los tiempos. Nunca ha habido dos casas de Dios simultáneamente en la tierra. Era el propósito eterno de Dios vivir con un pueblo que fuese su pueblo, y además, quiere hacer de los suyos habitantes del cielo.

1 – El Tabernáculo: morada itinerante en el desierto.

2 – El templo de Salomón: una morada fija en la tierra prometida.

3 – El templo de Zorobabel (Esd. 6). Aunque ya no existía el arca, era objeto de la aprobación de Dios, especialmente en virtud de la purificación.

4 – En una posición central, el Señor Jesús. «Agradó al Padre que toda la plenitud habitara en él… porque en él habita toda la plenitud de la deidad corporalmente» (Col. 1:20; 2:9). «Dios estaba en Cristo…» (2 Cor. 5:19), para poder decir: «El que me ha visto, ha visto al Padre» (Juan 14:9). Hay que tener en cuenta que cuando Dios habita con sus criaturas, es una gracia, una condescendencia; cuando habita en la persona del Hijo, es un placer. Él es mi Hijo amado en quien he encontrado mi placer.

5 – La Iglesia es la morada de Dios por el Espíritu (Efe. 2:22).

6. – El templo de Jerusalén en el milenio (Ez. 44:4-7 y 48:35).

7 – En el estado eterno: «Vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, desde Dios, preparada como una novia engalanada para su esposo. Y oí una gran voz del trono, que decía: ¡He aquí la morada de Dios está con los hombres, y habitará con ellos, y ellos serán su pueblo, y él será Dios de ellos!» (Apoc. 21:3).

1.6 - El calendario

1491 A.C.: Salida de Egipto.

1490 A.C.: Horeb – construcción del tabernáculo durante la segunda mitad del primer año [1].

[1] Se puede observar el corto plazo para construir los elementos del Tabernáculo: alrededor de 6 o 7 meses. El Tabernáculo fue inaugurado en el primer día del primer mes del segundo año (Éx. 40:17), así que al final del primer año de campamento en Horeb. Pero debemos restar de este primer año, los 3 meses de marcha de Ramsés a Horeb (19:1), y los 46 días en que Moisés estuvo en el monte con Dios (24:16-17).

38 años de errancia en el desierto (esto no estaba en el consejo de Dios, porque solo había 11 días de viaje entre Horeb y Cades-barnea (Deut. 1:2).

1 año desde Cades-barnea hasta el Jordán.

1450 A.C.: La travesía del desierto duró 40 años en total, lo que determina la llegada a Gilgal en 1450 a.C.

7 años de conquista del país.

2 - Los materiales – Los pesos y las medidas

Un codo (cd) ~49 cm. El talento = 3000 siclos ~45 kg. 1 siclo ~15 g.

2.1 - El origen de la plata

Durante el recuento (Éx. 30:11-16 ; 38:21-31), se han contado 603.550 hombres desde la edad de 20 años (38:26b). Cada uno tuvo que dar un rescate por su alma: un beka, un medio siclo de plata (~7g.). Por lo tanto, se puede calcular un total de 1/2 siclo x 603.555 = 301.775 siclos, es decir, 100 talentos de plata + 1.775 siclos.

Los 100 talentos estaban destinados a las 100 basas de plata de las 48 tablas del tabernáculo (2 por tabla) y a las cuatro columnas que sostienen la cortina.

Los 1.775 shekels (27 kg) se destinaron a los capiteles de los pilares del atrio + las barras.

2.2 - El peso de los diferentes materiales

Las 48 tablas 1 tabla = 10 codos (5m) x 1,5 codo (0,75) x ½ codo (0,25) = 0,94 m3
48 tablas = 0,94 m3 x 48 = 45 m3
La densidad de la acacia se estima en 0,7 ➔ 0,7 x 45 = 31,5 toneladas
31,5 t.
9 columnas Estimación 5m x 0,3m x 0,3m = 0,45 m3 x 9 = 4 m3 x 0,7 ➔ 2,8 toneladas 2,8 t.
60 pilares del atrio 2,5m x 0,20 x 0,20 = 0,1 m3 x 60 pilares = 6 m3 x 0,7 ➔ 4,2 toneladas 4,2 t.
El altar de bronce 5 x 5 x 3 codos = 2,5 x 2,5 x 1,5 mSi estimamos el grosor de sus paredes en 10 cm, llegaríamosa un volumen de madera de 1,44 m3 x 0,7 ➔ 1.000 kg.(El peso de la rejilla de bronce tenía que formar parte de los 70 talentosde bronce, ya que la lámpara está incluida en los 29 talentos de oro). 1 t.
Arca – Altar de oro – mesa estimación: ½ m3 = 0,350 t. 0,35 t.
Las barras de las tablas Si Ø = 6 cm = 0,6 dm; r. = 0,3 dm.(15m + 5m + 15m) x 5 = 175 m = 1.750 dm.1750 dm x 0,3 dm x 0,3 x 3,1416 = 500 dm3500 x 0,7 = 350 kg 0,35 t.
Total de madera de sittim ~40 t.
Cortinas 1.635 m2 a 3 kg por m2 = 4.905 kg ~5 t.
Metales Oro (29 talentos) ➔ 1.300 kgPlata (100 talentos) ➔ 4.500 kgBronce (70 talentos) ➔ 3.150 kg ~9 t.
Total madera + metales + cortinas ~54 t.

2.3 - La población

2,5 a 3 millones de personas (603.550 hombres de guerra)

El equipaje y las innumerables tiendas de campaña

6 carros y 12 pares de bueyes

8.580 portadores

Durante los 39 o 40 años del desierto, desde el Sinaí hasta el Jordán, el tabernáculo fue armado y desarmado por lo menos 40 veces (según las paradas mencionadas en Núm. 33).

3 - El servicio del Tabernáculo

3.1 - El servicio del Tabernáculo confiado a la familia de los levitas

Este servicio había sido confiado a la familia de los levitas como recompensa por su separación del mal en el asunto del becerro de oro (Éx. 32:26-29; Núm. 3:5; 4:49):

Los coatitas – llevaban los objetos del santuario después de haberlos envuelto según las instrucciones de Números 4.

Los meraritas – llevaban la parte sólida. Su papel era muy importante porque eran responsables de las basas, de los fundamentos (Anexo 5).

Los gersonitas – llevaban la parte textil. Las cortinas tejidas por las mujeres en sus casas (un testimonio en este mundo).

Ninguno de ellos había elegido su función. Jehová se la atribuyó: ilustración de 1 Corintios 12:4-7, 11, 18.

3.2 - El sacrificio fue reservado para Aarón y para sus descendientes

3.2.1 - Aarón, tipo de Cristo

En el capítulo 29:7 – Aarón, tipo de Cristo, es el único que recibe la unción de aceite. Es una evocación profética del descenso del Espíritu Santo sobre el Señor, que remonta al bautismo de Juan. El Espíritu descendió sobre él en forma de paloma, acompañado por la voz del Padre declarando que encontraba placer en su Hijo amado. Está solo.

3.2.2 - Aarón con sus hijos, familia sacerdotal, tipo de la Iglesia

En el capítulo 29:21 – Aarón está con sus hijos, una familia sacerdotal, un tipo de la Iglesia. Reciben la unción con aceite después de la sangre (el lóbulo de la oreja derecha, el pulgar de la mano derecha y el dedo gordo del pie derecho), lo que evoca, después de la cruz y la glorificación del Señor, el descenso del Espíritu Santo en Hechos 2. Derramado sobre los santos reunidos, y el Espíritu Santo constituye la Iglesia (Hec. 2:33).

Vea más adelante la unción de la familia sacerdotal.

4 - La estructura de los capítulos 25 a 40 del libro del Éxodo

4.1 - Capítulos 25:10 al 31 – la primera narrativa

Esta primera narrativa tiene como objeto las instrucciones que Jehová le dio a Moisés sobre el monte, en cuanto a la construcción del tabernáculo. Por lo tanto, es la revelación del propósito divino tener un santuario para habitar en medio de su pueblo, objeto de su elección soberana (Deut. 7:7-8). Por eso leemos frecuentemente tú «harás, ellos harán» al futuro. Esta primera descripción tiene dos partes distintas.

4.1.1 - Capítulos 25:10 al 27:19 – Parte 1 de la primera narrativa

Esta primera parte se abre con la descripción del arca y se termina, tras la evocación de varios elementos, con el del atrio. Es el camino del interior hacia el exterior, el camino de Dios hacia el hombre.

Entendemos entonces que el primer elemento mencionado es el arca, porque Dios nos habla en primer lugar de su Hijo que es siempre su primer pensamiento.

Pero notemos la ausencia de dos elementos: la fuente de bronce y el altar de oro. Por supuesto, el camino del Señor hacia sus criaturas no requería ninguna purificación para él.

Por otro lado, si su camino como hombre perfecto en la tierra se termina en la cruz, representada por el altar de bronce, el Señor no es un adorador. Él ha hecho de nosotros adoradores de su Padre (Juan 4:23); pero él es el objeto, el tema de nuestra adoración. Por lo tanto, se le adora a Él mismo.

4.1.2 - Capítulo 27:20-21 – La luz del Espíritu Santo

El aceite de oliva puro, triturado (no prensado), hacía que las lámparas brillaran continuamente: figura del Espíritu Santo. Para que el hombre pueda entrar en la percepción de lo que es el santuario de Dios y el servicio que debe realizarse allí, hace falta un recurso fuera de nosotros: el Espíritu Santo. No podemos entrar en el disfrute de las revelaciones divinas sin la ayuda del Espíritu. Este es el lado del hombre, pero la gracia de Dios quiere responder a él.

4.1.3 - Capítulos 28 al 31 – Parte 2 de la primera narrativa

En esta segunda parte, nos orientamos desde el exterior hacia el interior. Este es el camino del creyente, sacerdote llamado a presentar el perfume en el altar de la adoración. Entendemos entonces que el ejercicio de tal servicio realizado por el creyente, revestido de Cristo, entrando en los lugares santos requiere:

  • Capítulo 27:20-21 –la luz del Espíritu Santo.
  • Capítulos 28 al 29:44 –la instauración del soberano sacerdocio (imagen de aquel de Cristo) con el que se asocia el de los creyentes (los hijos de Aarón).
  • Capítulo 29:45-46 –entonces se cumplirá el voto divino de habitar en medio de su pueblo y ser su Dios.
  • Capítulo 30 –entendemos que después de esto, el altar de oro será evocado (30:1-10). Allí, a la luz del candelabro, se consume el incienso de las drogas odoríferas (30:34-38), exhalando su perfume, figura de las iguales e infinitas glorias de Cristo.

Tal servicio en el santuario (no solo en el altar de oro, sino también en la mesa y el candelabro) resulta de la redención de nuestras almas (la plata de la propiciación – 30:11-16) y requiere la purificación práctica (el lavado en la fuente de bronce30:17-21). ¿No es sorprendente que encontremos aquí los dos elementos precisamente ausentes en la primera parte de la narrativa?

Los capítulos 32 a 35 relatan el triste asunto del becerro de oro, el juicio del mal, la separación de Moisés, su intercesión, la recepción de las segundas tablas de la Ley (las mismas palabras que las primeras), el establecimiento de un pacto mediador. El pueblo es entonces llamado a ofrecer y trae de corazón lo que fue prescrito, los materiales necesarios para la construcción del Tabernáculo.

4.2 - Capítulos 38:8 al 40 – La segunda narrativa

Es la realización práctica del Tabernáculo; luego leemos: «hicimos… hicieron». El trabajo comienza en el capítulo 38:8 y se termina al final del capítulo 40. Es en estos últimos capítulos que vemos aparecer por primera vez y cuatro veces (39:32 ; 40:3, 6, 29) la expresión: «el Tabernáculo de la tienda de reunión».

Tabernáculo: el lugar de la morada de Jehová .

Tienda: vivienda temporal.

De reunión: lugar de reunión asignado.

El capítulo 40 (exactamente a partir del 39:32) muestra la obediencia del pueblo (la expresión «como Jehová había ordenado a Moisés» se encuentra 18 veces) y la finalización de la obra a plena satisfacción de Jehová ; él sella su aprobación con su presencia en la nube sobre y en el Tabernáculo.

5 - El atrio y la puerta – Éxodo 27:9-19

La conversión

El atrio era de 100 codos de largo x 50 codos de ancho, o un perímetro de 300 codos (150 m).

Estaba delimitado por una «valla» compuesta por 60 pilares (probablemente de madera de acacia) unidos por varas y ganchos de plata. Los pilares se colocaban sobre 60 basas de cobre y estaban coronados con 60 capiteles de plata. A estos pilares estaban colgadas:

Unas cortinas de fino algodón retorcido de 5 codos de alto (2,5 m) por 280 codos de largo (140 m) es decir una superficie total de 350 m2 de lienzo, suspendidos a las varas de plata; a lo que hay que añadir la puerta de 20 codos de ancho.

5.1 - La cortina

Este lienzo de fino algodón retorcido, opaco, representa la pureza de la humanidad del Señor, que hace separación entre:

  • el mundo exterior sucio y,
  • la esfera interior que es la del creyente que ha pasado por la puerta.

Un triple testimonio de su pureza fue dado por los tres apóstoles Pablo, Pedro y Juan (2 Cor. 5:21; 1 Pe. 2:22; 1 Juan 3:5).

La opacidad y la altura de 5 codos (2,50m) no permitían ver desde fuera lo que sucedía dentro de esta esfera de bendición divina y una vez dentro, uno ya no se interesaba por lo que había fuera. El atrio nos separa de este mundo, pero representa un testimonio exterior dado en este mundo (Juan 17:15-18); mientras que el santuario es el lugar donde la presencia de Dios se realiza y donde se encuentran los recursos divinos para el creyente (visto como sacerdote).

Observamos que la superficie total del lienzo (280 m2) es la misma que la de las 10 cubiertas de color que cubren el santuario (28 codos x 4 codos x 10 cubiertas = 14m x 2m x 10 = 280 m2). En todo lo que Dios instituye, hay una sola medida invariable; es la «medida antigua», que dictaba las dimensiones del templo de Salomón (2 Cr. 3:3). El hombre, tan voluble, siempre quiere cambiar las medidas de las cosas y volver todo a su propia apreciación. Para Cristo no hay cambio, tanto en su gracia como en su santidad y su justicia.

5.2 - Los capiteles y las varas de plata

Cada pilar estaba coronado por un capitel de plata y provisto de ganchos de plata a los cuales fueron colgadas las varas de plata que sostenían el lienzo. Esta plata provenía de la compra de los 603.550 hombres mayores de 20 años que habían pasado por el recuento (30:11-15; 38:25-28), especialmente los 1.775 siclos que excedían los 100 talentos para las basas del santuario.

La plata prefigura la Palabra de Dios, que es «plata refinada en el vaso de barro, vertida 7 veces» (Sal. 12:6) y Cristo es la Palabra hecha carne (Juan 1).

(El oro nos habla de la justicia de Dios en gracia, en justificación del pecador, vestido como hijo de Dios en Cristo)

5.3 - Las basas de bronce

Los 60 pilares se apoyaban cada uno en una basa de bronce. El bronce representa la justicia de Dios que condena el pecado (no el pecador). En el altar de bronce, los sacrificios eran consumidos por fuego (Éx. 27:1-8). Las basas de bronce que sostienen los pilares del atrio muestran que se entraba en un recinto donde el pecado no tenía derecho ni lugar.

Es significativo que el atrio descanse sobre basas de bronce, el juicio de Dios contra el pecado; con la plata en la parte superior, la Palabra que nos da los recursos de la gracia; y entre los dos, el fino lienzo de algodón retorcido que nos separa del mundo, la imagen de Cristo y de la santidad de su persona. Tal es la diferencia entre el interior y el exterior, figura del testimonio exterior público que separa del mundo.

5.4 - Las estacas y las cuerdas

Mencionadas en Éxodo 35:18; Números 3:37 y 4:32, asegurando la estabilidad de los pilares, figura de la responsabilidad de los creyentes de mantener la separación del mundo exterior.

5.5 - La puerta de entrada

Ella es única

Cristo es la puerta (Juan 10) y no una puerta; y no hay otra. «En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo… en el que podamos ser salvos» (Hec. 4:12).

Ella es muy amplia (20 codos ~10 m), accesible a todos –los brazos del Salvador están abiertos de par en par para que quien quiera pueda entrar trayendo un sacrificio. «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os daré descanso» (Mat. 11:28). «Al que viene a mí, de ninguna manera le echaré fuera» (Juan 6:37). Hay restricciones para entrar en el santuario mismo relacionadas con la presencia divina, pero ninguna para entrar en el atrio.

Se abre hacia el Oriente. Lucas 1:78: El Oriente (un amanecer), Cristo, la Luz venida de arriba, nos ha visitado y la invitación es para todos aquellos que están sentados en la oscuridad y la sombra de la muerte para llevar nuestros pies por el camino de la paz –la invitación es para todos.

Esta puerta está formada por 4 pilares que descansan sobre 4 basas de bronce que testifican que Cristo ha respondido por nosotros y por sí mismo a las exigencias de la justicia de Dios contra el pecado. Aquel que franqueaba esta puerta se concienciaba que, pese a su culpabilidad, pero en virtud de un sacrificio acordado, sería perdonado. Esta es la base de la salvación.

5.6 - La cortina de la puerta

Era de 20 x 5 codos, por lo que tenía una superficie de 10m x 2,5 m = 25 m2. Es la misma superficie que la cortina de entrada al santuario y que el velo entre el Lugar santo y el Lugar Santísimo. Siempre hay la misma capacidad de acceso al Señor. Pero esta cortina de la entrada al atrio es menos alta y más ancha que la cortina de entrada del santuario; para entrar en la presencia divina en el santuario, se requiere una percepción espiritual más elevada que para entrar en el atrio, esa esfera de bendición divina que incluye el sacrificio en el altar de bronce.

Esta cortina de entrada en algodón fino y retorcido fue bordada en 3 colores: azul, púrpura y escarlata, pero no había querubines. Podemos discernir en estos 4 elementos como también en los 4 pilares, los 4 testimonios dados a Cristo en los 4 evangelios:

5.6.1 - El algodón fino –Evangelio según Marcos: la perfecta pureza del siervo y profeta

El algodón fino es la imagen de la pureza de Cristo en su humanidad, sin mancha ni defecto (o sin contaminación) (1 Pe. 1:19). Participó en todo en la naturaleza humana, pero en nada en la naturaleza pecaminosa; era perfectamente hombre, pero al mismo tiempo era perfectamente Dios. Era su calidad de hombre, sabiendo cuál es el camino del hombre en la tierra, y en virtud de su obra, que se “convirtió” en nuestro sumo sacerdote para la eternidad, siempre vivo para interceder para nosotros (Hebr. 7:21a y 25b). Es porque caminó aquí como un hombre, en una perfecta fidelidad, que puede sostenernos y simpatizar con nuestras debilidades, pero nunca con nuestras faltas (Hebr. 4:15).

5.6.2 - El azul –Evangelio según Juan

El azul evoca el aspecto celestial y el Hijo de Dios «enviado» del cielo, una expresión tan característica del Evangelio de Juan (40 veces). Cuánto nos gusta levantar los ojos para ver este azul, pero desafortunadamente nuestra vista es a menudo oscurecida por las nubes.

5.6.3 - La púrpura –Evangelio según Lucas: El Hijo del hombre que tendrá el dominio universal

Después de que el Señor fue condenado por el Sanedrín, los soldados romanos lo vistieron de púrpura como burla (Marcos 15:17; Juan 19:2, 5). La púrpura es el emblema de la gloria real. No olvidemos que, aunque fue rechazado como rey por los judíos (no queremos que él reine sobre nosotros), el Señor nunca renunció a su título de rey. Lo confirmó a Pilato (Lucas 23:3) y Dios nunca renunciará a que su Hijo reine en la tierra. Esta es la respuesta de Dios al insulto hecho a su Hijo.

5.6.4 - El escarlata –Evangelio según Mateo: La gloria real del Mesías en su reino mesiánico

El escarlata es el color de la gloria mesiánica terrenal sobre Israel (2 Sam. 1:24). Es en el Evangelio de Mateo, el evangelio mesiánico, que el Señor fue vestido de escarlata (Mat. 27:29).

El escarlata es también el color de la sangre, evocando los sufrimientos del Señor en la cruz y el valor de su sangre derramada.

Así, pues, el escarlata nos recuerda los sufrimientos que iban a ser la parte de Cristo y las glorias que vendrían después (1 Pe. 1:11).

5.6.5 - La ausencia de querubines

No hay querubines en la cortina de la puerta de entrada, así como no los hay en la cortina de entrada del Lugar Santo. Por otro lado, aparecen en el velo del Lugar Santísimo. Los querubines son elementos celestiales cuya misión es preservar los derechos de Dios.

Por ejemplo, se ve que cierran la entrada al jardín del Edén después de que el pecado entró en el mundo. No hay querubines que impidan la entrada al atrio.

Es en el atrio donde se ofrecían los sacrificios, en el altar de bronce.

6 - El altar de bronce – Éxodo 27:1-8 y 38:1-7

La conversión

6.1 - Sus dimensiones

Suficientemente grande: 5 x 5 x 3 codos, es decir, 2,5 x 2,5 x 1,5 m, para poder poner un toro. Había una rejilla de bronce a mitad de camino y todos los utensilios eran de bronce.

6.2 - Su constitución

Estaba hecho de madera de acacia enchapada en bronce.

De acuerdo con Números 16:36-40, recibió un enchapado adicional con los 250 incensarios de Coré y su séquito; sus incensarios fueron aplastados en láminas y aplicados en las paredes del altar de bronce. Esto significa que las pretensiones del hombre natural de hacer aprobar su ofrenda ante Dios, no tiene otro lugar que el altar del sacrificio para el pecado, ser clavado en la cruz de Cristo. Este enchapado servía a recordar perpetuamente que acercarse a Dios en la carne es una cosa terrible que trae destrucción. ¡Qué contraste con los motivos de las mujeres que han renunciado a sus espejos, en favor de la purificación (la fuente de bronce (Éx. 38:8)!

El bronce es la expresión de la justicia de Dios que se ejerce contra el pecado y que lo condena –como las basas de los 60 pilares del atrio.

La madera de acacia: Acacia, imputrescible (la humanidad del Señor no conoce la corrupción); resiste el calor (fuego del juicio).

Acacia + bronce = Cristo, víctima sin defecto, resolviendo la cuestión del pecado (de los pecados) por su cuerpo colgado en el madero. Es la perfección de la víctima la que da al sacrificio su pleno significado. Las víctimas sacrificadas tenían que ser sin defecto, pero pertenecían a esta creación, inevitablemente llevando la mancha de la naturaleza pecaminosa, de ahí su ineficacia a pesar de su repetición. Cristo, la santa víctima, era sin mancha y sin contaminación (1 Pe. 1:19), sin la mancha de la naturaleza pecaminosa, de modo que por una sola ofrenda ha hecho perfectos a perpetuidad a los santificados (Hebr. 10:14).

6.3 - Su significación

El altar de bronce es una figura de la cruz de Cristo donde él fue hecho pecado (2 Cor. 5:21). Ahí, ha resuelto por su muerte, para satisfacción de Dios y para siempre, la cuestión del pecado. Era el primer elemento encontrado por el israelita al entrar por la puerta. El que responde a los llamados de la gracia, a la salvación por la gracia que todavía se predica hoy en día durante el tiempo de la paciencia de Dios, es inmediatamente confrontado con la cruz de Cristo. Allí, el pecado fue condenado en Cristo (Rom. 8:3). Solo él podía pagar la deuda del pecado; nada por debajo de esta medida podía satisfacer las exigencias de la santidad divina; y el Señor fue hecho pecado por nosotros y por todos los hombres. Este es el aspecto de la propiciación (1 Juan 2:2).

6.4 - Los cuernos del altar

Estos cuernos evocan el poder del amor de Cristo ofreciéndose voluntariamente; es uno de los tres aspectos de su obra.

José, un tipo maravilloso del Señor, no pudo evocar a sus hermanos, en el día de la reconciliación, que los dos primeros aspectos y no el tercero (Gén. 45:5).

6.5 - La rejilla de bronce a media altura = entre el cielo y la tierra

Esta rejilla era el soporte del marco del altar. Era ahí donde se ejercía todo el ardor del fuego sobre la víctima, sobre los sacrificios de los que los primeros ocho capítulos del Levítico nos hablan, a media altura del altar. Solo podemos pensar en el Señor que ha sido elevado sobre la tierra que lo rechazó, en una cruz, y debajo del cielo que fue cerrado para que su oración no pasara (Lam. de Jeremías 3:44).

Encontramos aquí de nuevo 4 tipos de sacrificios:

El holocausto (Juan);

El sacrificio por el pecado o el crimen (Mateo);

El sacrificio de paz (Marcos);

La oblación, un sacrificio no sangriento (Lucas); vea Isaías 53:12.

Estos sacrificios debían repetirse, y eran solo actos recordatorios de pecado, que no podían hacer perfectos a los que se acercaban. Por otro lado, la ofrenda del cuerpo de Jesús, hecha una vez por todas, ha hecho perfectos para siempre a los que son santificados (Hebr. 10:1-7).

6.6 - No hay cornisa en el altar de bronce

A diferencia del altar de oro y de la mesa de los panes de proposición, no hay cornisa alrededor del altar de bronce. ¿Cuál fue la corona del Señor en la cruz? –¡Una corona de espinas! (Las zarzas y las espinas son una imagen de la maldición de la tierra. No ha pecado, pero ha sido contaminada por el pecado del hombre (Gén. 3:17).

También son una figura de los hombres caracterizados por el pecado (Miq. 7:4a). El Señor, el único hombre sin pecado, ha llevado sobre su santa cabeza la maldición impuesta a la creación, mientras que fue hecho maldición por nosotros (Gál. 3:13). La reconciliación incluirá no solo la de las personas, sino también la de las cosas (Col. 1:20); la gracia de Dios se ha ocupado primero de nosotros los culpables; pero operará la reconciliación de su creación más tarde cuando llame a la existencia a los nuevos cielos y a la nueva tierra en la que habitará la justicia (2 Pe. 3:13).

No olvidemos que para que hubiera un adorador en el altar de oro, ha tenido que haber una víctima en el altar de bronce. No se puede venir al altar de oro si no se ha ido primero al altar de bronce. Hay un orden divino que sigue siendo válido hoy en día para nosotros. El hombre pecador es llamado a pasar por la puerta donde la gracia lo llama, para ser puesto ante la grandeza, la eficacia, la unicidad de este sacrificio que fue el del Señor que murió por nosotros en la cruz del Calvario.

Y entonces es una progresión, donde el altar de bronce es un elemento fundamental que condiciona el acceso al santuario, porque el camino del creyente, el camino de la fe, es un camino ascendente.

6.7 - El transporte del altar de bronce: Números 4:13-14.

Primero debía cubrirse con una sábana de púrpura sobre la que se colocaban todos los utensilios utilizados para los sacrificios, luego se envolvían en una piel de tejón. Esta tela de púrpura da testimonio de que la gloria no borra la memoria de los sufrimientos del Señor (Apoc. 5:6).

Luego era llevada por los coatitas con la ayuda de las barras. Llevar un objeto de este tipo en la marcha de una etapa a otra a través del desierto significa mantener y proclamar esta verdad... de los sufrimientos de Cristo y su muerte en la cruz, que será seguida por la gloria de la dominación universal (la púrpura). Además, en nuestro servicio debemos mantener el recuerdo de los sufrimientos del Señor por nuestra redención: «Llevando siempre en el cuerpo, por doquier, la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor. 4:10).

7 - La fuente de bronce – Éxodo 30:17-21; 38:8 – la confesión, la purificación

7.1 - La primera mención solo en el capítulo 30:18

18. La fuente de bronce no está incluida en la primera descripción del tabernáculo en los capítulos 25 a 27:19. Entendemos que, en esta descripción, que comienza con el arca –Cristo, el primer objeto del corazón de Dios, y que va al hombre, no hay lugar para la fuente de bronce, figura de purificación práctica en el caminar. En efecto, en su camino desde el Padre en el cielo, para acercarse a nosotros, la purificación representada por la fuente no era apropiada para el Señor.

7.2 - La ubicación de la fuente

Entre el altar de bronce y la entrada del santuario.

En el tipo, en el altar de bronce, la salvación es adquirida; la vida eterna está asegurada. Pero la carne reside en el creyente, exponiéndonos a una interrupción de la comunión de nuestras almas con el Señor. Ahora el creyente, el adorador representado aquí por el sacerdote, está invitado a entrar en el santuario, para gozar de la intimidad de su alma con el Señor, de ahí la necesidad de la confesión y de la purificación de nuestros pecados (1 Juan 1:9). Esto ilustra la exhortación de 1 Corintios 11:28-30 en relación con la Cena del Señor.

7.3 - Su composición: de bronce

El bronce simboliza la justicia de Dios ejerciéndose contra el pecado para condenarlo.

Se hizo con los espejos «de las mujeres… que asistían a la entrada del tabernáculo de reunión» (Éx. 38:8). Ellas eran conscientes de la santidad requerida ante Jehová, y fueron contadas entre los que se habían retirado del campamento con Moisés (Éx. 33:7). Estas piadosas mujeres renunciaron a su objeto de vanidad, poniéndolo en beneficio de la fuente, que habla de la purificación de nuestras imperfecciones por la Palabra de Dios, representada por el agua.

7.4 - Sin dimensiones – Su función

Esta falta de dimensiones ilustra la inmensidad de los recursos de la gracia. El Espíritu atrae la atención sobre su función, antes que sobre su aspecto; contiene agua para lavarse. Representa un práctico lavado diario, por el agua de la Palabra de Dios.

No es el lavado de la regeneración (Éx. 29:4; Núm. 8:7; y Tito 3:5) lo que nos lava de nuestros pecados en la sangre de Cristo; este lavado inicial no se hace con agua, sino por virtud de la sangre (Apoc. 1:5), y es único: ¡uno se convierte una sola vez! «Porque con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que son santificados» (Hebr. 10:14). La sangre para el que se la apropia tiene un valor de aplicación inicial, única y perpetua; ¡no se nace de nuevo dos veces!

Por el contrario, el lavado en la fuente de bronce es repetitivo; es la purificación práctica y diaria de nuestro caminar en el desierto.

¿Por qué hacía falta lavarse los pies y las manos? –Porque era necesario purificar los pies mientras se caminaba en el desierto, y las manos para realizar el servicio en el santuario. En la economía de la gracia de hoy en día, ya no tenemos que realizar el servicio material, porque nuestra adoración es en espíritu y en verdad.

Pero seguimos caminando en la tierra donde estamos en contacto con la mancilla. Cuando el Señor lavó los pies de los discípulos, Pedro no entendió el significado de este lavado de pies y le pidió al Señor que le lavara también las manos y la cabeza (Juan 13:9). El Señor le respondió: «El que está lavado no tiene necesidad de lavarse más que los pies, sino que está del todo limpio, y vosotros estáis limpios». No se trataba del lavado inicial, de nacer de nuevo, de tener una posición EN él a través de la conversión, sino de tener una posición CON él. Para estar en comunión con él, es necesario purificarse de las contaminaciones que contraemos en el camino y de las faltas que todavía cometemos. Nuestra comunión es frágil pero nuestra posición en él está asegurada.

Desgraciadamente, pero necesariamente, el creyente debe detenerse en la fuente de bronce, para confesar sus faltas. «Que cada uno se examine a sí mismo» (1 Cor. 11:28). Lo que nos hará sentir la necesidad de la fuente es haber pasado al altar de bronce. Al ser redimidos por el valor del sacrificio de Cristo, pronto nos damos cuenta de que la carne todavía está en nosotros. Aunque hay el nuevo hombre en nosotros que no peca –gracias a Dios– todavía tenemos el soporte de nuestro ser físico, humano, que sigue perteneciendo a la vieja creación, que es pecador y que constituye la carne en nosotros, como una carga que llevaremos hasta los últimos pasos de nuestra peregrinación. Tenemos faltas, incluso cometemos pecados, y nunca podemos clamar victoria sobre la carne; es por eso que el lavado en la fuente nos es constantemente necesario. Que cada uno se pruebe a sí mismo y coma; no se dice que cada uno se detenga en la fuente y no vaya más allá. Después de su purificación en la fuente de bronce, el sacerdote es llamado a pasar la puerta del santuario.

8 - La unción de la familia sacerdotal y del Tabernáculo – Éxodo 28 y 2930 y 40

Nos parece útil añadir algunas palabras sobre la consagración de los sacerdotes y de la del santuario.

8.1 - Solo la unción de Aarón –el soberano sacerdocio de Cristo

En lo que respecta a la familia sacerdotal, es necesario ante todo distinguir en Aarón:

  • por un lado su persona como hombre pecador, teniendo que ofrecer sacrificios por sí mismo para ser purificado, lavado, santificado (Hebr. 5:1-3; Éx. 5:4),
  • por otro lado la naturaleza de su función como sumo sacerdote, una figura de lo que Cristo ejerce en el cielo para nosotros los creyentes.

Si Aarón debía ser rociado con sangre como sus hijos debían serlo, entendemos que el Señor no tenía que ser puesto en beneficio de Su propia obra para convertirse en sumo sacerdote.

En el capítulo 29 del Éxodo, vemos la investidura del sacerdocio.

En los versículos 5 al 7: Aarón es adornado con sus vestiduras de gloria, establecido solo en su función. Esta escena nos lleva a la declaración de la Epístola a los Hebreos donde Dios saluda a su Hijo como sumo sacerdote. «Y habiendo sido hecho perfecto, vino a ser autor de eterna salvación a todos los que le obedecen; habiendo sido nombrado por Dios sumo sacerdote, según el orden de Melquisedec» (Hebr. 5:9-10).

En el versículo 7 de Éxodo 29, Aarón es ungido solo. Solo sobre el Señor, el día del bautismo en el Jordán, descendió el Espíritu Santo, Aquel en quien el Padre declara encontrar placer.

8.2 - La unción de la familia sacerdotal

Por otro lado, en el versículo 21 del capítulo 29, después de la mención de la sangre del carnero de consagración (necesaria para Aarón como hombre, pero no para el Señor), Aarón es nuevamente ungido con aceite, en compañía de sus hijos. Por esta unción de la familia sacerdotal, nos referimos a la escena descrita en Hechos 2: «Siendo, pues, por la diestra de Dios ensalzado, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, él ha derramado esto que veis y oís» (Hec. 2:33); es entonces la escena de Pentecostés, la constitución del Cuerpo de Cristo, por medio del Espíritu Santo que vino a la tierra.

Anotemos algunos detalles muy significativos:

En el versículo 7, no se dice que Aarón debe acercarse para ser ungido, sino que sus hijos deben acercarse para ser vestidos. Pero en cuanto al establecimiento en la función sacerdotal, (ponerse el cinturón: v. 9), los hijos no pueden ejercerlo sin Aarón.

Además, Aarón se vistió él mismo con sus vestiduras sacerdotales (v. 5), mientras que sus hijos fueron vestidos (v. 8).

8.3 - La unción de la tienda de asignación y de todos sus elementos – (Éx. 30:26-29 ; 40:9-11)

Los componentes del aceite de la santa unción se describen en el capítulo 30 (v. 22-33). Los sacerdotes, el Tabernáculo y todos sus utensilios debían ser ungidos con él. Dios ungió a su Hijo, Jesús de Nazaret, con el Espíritu Santo y con poder (Hec. 10:38). Todas las excelentes gracias del Espíritu Santo estaban en Él y fluían de Él. Nuestro Señor, concebido por el Espíritu Santo, ungido con el Espíritu Santo, exaltado en la gloria, lo derramó sobre su Iglesia y en los suyos, testimonio de una redención obtenida.

En esta unción del Tabernáculo, de sus utensilios y de los que ministraban en él, tenemos una ilustración elocuente de lo que encuentra su cumplimiento en la Iglesia, aunque no hay más elementos materiales (excepto los de la Cena del Señor), sino que todo debe realizarse bajo la acción, la guía del Espíritu Santo (1 Cor. 12:4-13), y también en la búsqueda de la unidad del Espíritu (Efe. 4:3).

Notemos que la santidad divina no tolera ninguna falsificación para la satisfacción del hombre (por ejemplo, la adoración organizada, el ministerio dirigido por el espíritu del hombre, las oraciones recitadas –vea 1 Cor. 2:14). Por otro lado, tenemos una bella ilustración de esta acción del Espíritu Santo en el Salmo 133:1-2: «¡Cuán bueno y cuán apacible es que habiten los hermanos juntos en armonía! Es como la unción olorosa sobre la cabeza, que descendió sobre la barba, la barba de Aarón; que descendió hasta las faldas de sus vestiduras». Dios quiera que estas disposiciones divinas ordenadas a Israel, encuentren su realización espiritual en la vida de la Iglesia.

8.4 - El lugar de los capítulos 28 y 29

Vea la introducción punto 4.1.3.

La segunda parte de la primera descripción del Tabernáculo (cap. 28 al 31), nos conduce del exterior hacia el interior. Este es el camino del creyente-sacerdote llamado a presentar el perfume en el altar de la adoración. Entendemos entonces que el ejercicio de tal servicio realizado por el creyente, vestido de Cristo, entrando en los lugares santos requiere:

  • la luz del Espíritu Santo. – Capítulo 27:20-21.
  • el establecimiento del soberano sacerdocio (imagen del de Cristo) al que es asociado al de los creyentes (los hijos de Aarón). – Capítulo 28 al 29:44.

Entonces será cumplido el voto divino de morar entre su pueblo y ser su Dios (cap. 29:45-46).

Entendemos que después de esto se menciona el altar de oro (30:1-10). Allí, a la luz del candelabro, se consume el incienso de las drogas odoríferas (30:34-38), exhalando su perfume, figura de las iguales e infinitas glorias de Cristo.

Tal servicio realizado en el santuario (no solo en el altar de oro, sino también en la mesa y en el candelabro) resulta de la redención de nuestras almas (la plata de la propiciación –30:11-16) y requiere una purificación práctica (lavado en la fuente de bronce30:17-21). ¿No llama la atención que encontremos ahí los dos elementos precisamente ausentes en la primera parte de la narrativa (capítulos 25 al 27:20)?

9 - El santuario – El lugar santo

Éxodo 26; 36:20-34; 40:17-18; Hebreos 9:1-2; 10:1-7.

El santuario: Dimensiones: 30 x 10 x 10 codos (15 x 5 x 5 m), incluyendo el Lugar Santo solo accesible, y el Lugar Santísimo inaccesible (salvo el sumo sacerdote una vez al año), donde se encontraba el arca.

9.1 - El Lugar Santo

9.1.1 - El acceso reservado a los sacerdotes

El Lugar Santo estaba reservado exclusivamente para los sacerdotes de la familia de Aarón. En la época de la gracia, los redimidos del Señor son todos reyes y sacerdotes y tienen «plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesús» (Hebr. 10:19).

9.1.2 - Las tablas – Éxodo 26:15-30; 36:20-34

Un tipo de planchas de madera de acacia enchapadas con oro con un destino específico.

48 tablas de 10 x 1,5 codo (20 tablas + 20 tablas + 8 tablas para el fondo)

Cada tabla tiene dimensiones impresionantes: 10 codos de alto (5m), 1,5 codo de ancho (0,75m), y ½ codo de espesor (0,25). El grosor de una tabla se deduce del versículo 22 del capítulo 26 (6 tablas = 9 codos + 2 veces el espesor de los lados = 10 codos), por lo tanto, podemos calcular el peso de una tabla, unos 750 kg (Vea pesos y medidas).

El peso de las 48 tablas alcanzaba así unas 31,5 toneladas, a las que hay que añadir el peso de los pilares (~2,8t) y travesaños.

9.1.3 - Las basas de plata

Cada tabla reposaba sobre dos basas de plata. Así que había 96 basas de plata debajo de las tablas, más 4 basas de plata bajo los 4 pilares del velo y 5 basas de bronce bajo los 5 pilares de la cortina de entrada. Cada basa pesaba 1 talento (45 kg), las 96 basas de las tablas, las 4 basas de los pilares del velo más las basas de los 5 pilares de bronce de la cortina pesaban alrededor de 4,7 toneladas (45 kg x [96+4+5] = 4.725 kg).

Por lo tanto, el peso total de la estructura sólida, los metales y los textiles puede estimarse en unas 54 toneladas. Estamos impresionados por el peso del Tabernáculo.

Así que estas tablas fueron extraídas de un bosque, hechas y chapeadas con oro. Entonces fueron puestos en sus 96 basas de plata (38:27) y unidos por travesaños interiores y exteriores.

9.2 - El significado espiritual

(Vea Anexo 4: Fundamentos y TerminacionesAnexo 5: Guardar lo que el Señor nos confía)

9.2.1 - Cada tabla muestra una persona redimida

Es comprensible que, para obtener una tabla de unos 75 cm de ancho, el enorme árbol del que se va a tomar se tala primero y luego se sierra hasta el centro. Está ahí, como un Saulo de Tarso en el camino de Damasco, que el hombre natural encuentra su lugar ante Dios: tirado al suelo, reducido a la nada. Debe ser alcanzado en su ser interior más profundo para que emerja un elemento de la morada de Dios en el desierto de este mundo.

Las 48 tablas unidas por los travesaños representan en figura a los redimidos unidos unos a otros por el Espíritu Santo, constituyendo la morada de Dios por el Espíritu.

Los travesaños interiores evocan el vínculo del Espíritu Santo que une a los creyentes en un solo cuerpo; un vínculo invisible. «Porque todos nosotros fuimos bautizados en un mismo Espíritu para constituir un solo cuerpo, seamos judíos o griegos, seamos esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un solo Espíritu» (1 Cor. 12:13).

Los travesaños exteriores pueden representar las manifestaciones exteriores del Espíritu Santo, tanto en los caracteres morales y espirituales como en el ministerio por el Espíritu (Efe. 4:2-4, 11-12).

Obviamente esta verdad de la Iglesia, la habitación de Dios por el Espíritu, no estaba revelada, pero es visible para nosotros en estas instituciones materializadas del Tabernáculo.

9.2.2 - Enchapadas de oro

Estas tablas chapeadas con oro son en verdad una expresión de los redimidos del Señor, revestidos de Cristo por pura gracia. Cristo nos fue hecho por parte de Dios sabiduría, justicia, santidad y redención (1 Cor. 1:30). Esto es lo que Dios ve en los suyos –vestidos de Cristo, como estando en Cristo según la nueva naturaleza. Somos vestidos de él, hechos agradables en el Amado. (No se dice aquí del oro puro: vea la explicación de este hecho en el capítulo sobre el arca).

9.2.3 - Las basas de plata – figura de la Palabra y de la redención

Estas tablas no podían descansar de forma estable y por sí mismas en la arena. Debían tener un fundamento, y cada uno de ellos descansaba sobre dos basas de plata por sus dos espigas, incrustada en cada basa. Había 96 basas en las tablas (más 4 basas para los 4 pilares del velo). Esta plata provenía de la compra de los 603.550 hombres de más de 20 años de edad (Éx. 38:25), que cada uno de ellos tuvo que pagar a ½ siclo de plata (unos 7,5 g) para su redención.

La plata es la imagen de la Palabra de Dios: Las palabras de Jehová «como plata refinada en horno de tierra, siete veces acrisolada» (Sal. 12:6), la base segura por la cual los pensamientos de Dios son revelados y nos hace conocer el valor de la sangre de Cristo derramada en la cruz, el valor de nuestra redención. (1 Pe. 1:18-19) –«habéis sido comprados por precio» (1 Cor. 6:20; 7:23). Todo lo que estaba en el exterior del santuario, en lo que respecta al metal, era de bronce; mientras que todo lo que se adhería al propio santuario era de plata y de oro (con una excepción: las basas de los 5 pilares a la entrada del santuario que eran de bronce).

No descansamos sobre la plata, sino en lo que este metal prefigura: la redención. No hay nada estable en esta tierra, pero estamos sobre una base segura. Somos como las tablas incrustadas en las basas de plata, enraizadas, edificados en Él. (2 Cor. 1:24; Col. 1:23; 2:7; Efe. 3:18).

Además, es muy hermoso ver que en las diversas moradas sucesivas de Dios, ya sea el templo de Salomón, o el templo de Zorobabel, o la Iglesia, un énfasis especial se pone en el fundamento. Estamos sobre el fundamento seguro que es Cristo y su obra.

9.2.4 - Dos basas debajo cada tabla – Cuatro dobles aspectos de la obra de la cruz

Es sorprendente notar que la obra de la redención se puede ver bajo 4 dobles aspectos evocados por sus dos basas (4 lados del altar – 4 evangelios – 4 sacrificios). En el Anexo 1 se suministra un mayor desarrollo.

1a - La perfección de la víctima 1b - la perfecta eficacia de la obra
2a - La cuestión «del» pecado 2b - La cuestión «de los» pecados
3a - La propiciación 3b - El perdón (o expiación)
4a - La reconciliación de las personas 4b - La reconciliación de la creación
9.2.4.1 (1) - La perfección de la víctima y la perfección de la obra

Se necesitaba una víctima perfecta para que la obra realizada fuera perfecta y aceptada para Dios.

La perfección de la víctima confiere necesariamente a la obra toda su eficacia. Ambas cosas están íntimamente relacionadas, pero son distintas porque si tomamos los tipos de sacrificios ofrecidos, la imperfección de las víctimas requería una repetición constante – y aunque se repetían, la ofrenda de estas víctimas no resolvió la cuestión del pecado (Hebr. 10:3).

9.2.4.2 (2) - La cuestión «del» pecado y «de los» pecados

Es necesario distinguir entre la cuestión del pecado y la de los pecados, así como se distingue entre el árbol y los frutos del árbol. El pecado es este poder maligno, esta energía que tiene su fuente en el corazón del enemigo y que ha sido insuflado en el corazón del hombre. El Señor, por un solo sacrificio, ha resuelto a satisfacción de Dios la cuestión del pecado como poder maléfico, independientemente del número de creyentes que se benefician de la eficacia de esta obra.

A este pensamiento fundamental del pecado, se añade el de los pecados. No se dice en la Palabra que el Señor ha llevado los pecados de todos los hombres, sino que «llevó, en su cuerpo, nuestros pecados sobre el madero» (1 Pe. 2:24), es decir, los pecados de los que los confesaron. Solo aquellos que se reconocen a sí mismos como pecadores son puestos al beneficio de esta obra gloriosa y magnífica; no solo debemos reconocer que hemos cometido faltas, pecados, sino que somos pecadores, que nuestra vieja naturaleza solo puede producir pecados, frutos malos.

9.2.4.3 (3) - La propiciación y la expiación

La propiciación no tiene límites. El apóstol Juan nos dice «… el cual es la propiciación por nuestros pecados, y no solo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» (1 Juan 2:2).

No dice, “por los pecados del mundo entero”, sino él «es la propiciación… por los de todo el mundo». Toda la humanidad, a través del arrepentimiento, puede beneficiarse de esta obra de la cruz. Es la propiciación. El apóstol Pablo también nos dice: «… que uno (Cristo) murió por todos… y murió por todos...» (2 Cor. 5:14-15). Sin embargo, todos no se salvan, sino solo los que creen. Estemos en guardia, especialmente la juventud, contra el peligro que supone este pensamiento erróneo, que a menudo se predica, de la salvación universal.

La expiación o el perdón de los pecados es únicamente la parte de aquellos que se reconocen pecadores, que confiesan sus pecados ante el Señor, y así son puestos en beneficio de la eficacia de su obra; esa obra que la Palabra describe como gloriosa y magnífica, de la cual nos ha dejado un memorial (Sal. 111).

9.2.4.4 (4) - La reconciliación de las personas y de la creación

«Agradó al Padre que toda la plenitud habitara en él; y mediante él reconciliar todas las cosas consigo (la plenitud de la deidad), haciendo la paz por medio de la sangre de su cruz; mediante él, ya sean cosas de la tierra, ya sean las de los cielos. Y a vosotros, que en otro tiempo erais extranjeros y enemigos por vuestros pensamientos y malas obras, ahora os ha reconciliado en el cuerpo de su carne mediante la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprochables delante de él» (Col. 1:19-22).

«…Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo… Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no teniéndole en cuenta sus transgresiones» (2 Cor. 5:18).

Lo que llena nuestros corazones de alabanza es que el Señor se haya ocupado primero de los hombres culpables. Por la eficacia de su obra, reconocida por Dios Padre, estamos desde ahora reconciliados con Dios, sin esperar a ser glorificados.

En su tiempo, producirá la reconciliación de las cosas, es decir, la purificación de la creación cuando los nuevos cielos y la nueva tierra sean llamados a existir.

9.2.5 - Los ángulos del fondo

En el versículo 23 del capítulo 26, tenemos dos tablas para las esquinas del Tabernáculo, unidas por debajo en las basas, y perfectamente unidas por arriba con un anillo (un collar metálico). Podemos ver al apóstol Pablo y al apóstol Pedro, «columnas» que sostienen y han sido en la mano del Señor instrumentos para transmitirnos lo que a ellos se les ha revelado, el extraordinario propósito de Dios, en relación con su morada, su Iglesia (Efe. 2:20-21).

(Si consideramos que hay dos veces dos tablas en las esquinas, uniendo la parte superior y la inferior, algunos han visto los 4 dones de evangelista, pastor, doctor, profeta).

Esta sólida estructura está, por tanto, perfectamente unida por abajo sobre cimientos de plata (la obra de Cristo) y unida en la parte superior (en Cristo). Ya hemos notado el énfasis especial que el Espíritu de Dios, en relación con la construcción de su Casa, pone en los cimientos. Lo mismo es cierto para su Iglesia, que descansa sobre una base firme.

9.2.6 - Tres cosas no existían

No había ventana, porque todavía estamos en la oscuridad moral de este mundo, pero hay la luz del candelabro que ilumina el interior. El servicio en la Casa de Dios tenía que llevarse a cabo sin otra luz que la del Espíritu Santo.

No había asiento; el servicio nunca se terminaba y tenía que ser renovado sin descanso porque «la Ley no perfeccionó nada» (Hebr. 7:19). Mientras que el Señor, después de haber terminado su obra fue invitado por Dios a sentarse a su derecha (Sal. 110:1, citado 6 veces en el NT: Mat. 22:44; Marcos 12:36; Lucas 20:42; Hec. 2:34; Hebr. 1:13; 10:13). Además, esta ausencia de asiento ilustra el hecho de que el servicio de culto, en el pensamiento de Dios continuará incluso en la eternidad. Nunca se termina.

No había entarimado; todavía estamos sobre la arena del desierto de este mundo. Esta no es la santa ciudad cuya calle es de oro puro como lo veremos en el día de eternidad (Apoc. 21:21). El templo de Salomón, una figura de estabilidad en el reino milenario de Cristo, tenía un suelo de cedro del Líbano (1 Reyes 6:14-15).

9.2.7 - El transporte de esta estructura sólida – aplicación espiritual

El Tabernáculo era una casa itinerante en contraste con el templo construido por Salomón que era un hogar permanente. El Tabernáculo fue desarmado y luego armado por lo menos 40 veces, en cada una de las 40 etapas de la marcha del pueblo a través del desierto, reportadas en Números 33.

El transporte de estructuras sólidas era responsabilidad de los meraritas (Núm. 3:33-37; 4:29-33 –vea Anexo 5), 6.200 hombres entre 30 y 50 años de edad.

Debido a los enormes pesos a transportar, habían recibido de los príncipes 4 carros y 8 bueyes (Núm. 7:8). Transportaban las tablas y las basas, y hay que destacar la vigilancia que debían manifestar; se nos dice: «Los contarás… designarás por nombre los enseres que es de su obligación llevar» (4:29, 32). Tenían que contar todos estos objetos y en particular las basas al salir, y volver a contarlas al llegar a cada etapa.

Esta es una lección particularmente valiosa. La realización de la Casa de Dios descansa sobre fundamentos que son ante todo Cristo y su obra redentora. Hay además las enseñanzas que condicionan la realización de su Iglesia. Entendemos fácilmente cuáles habrían sido las consecuencias de la pérdida de una basa por el camino; al llegar a la siguiente etapa, el Tabernáculo no hubiera podido ser armado. Cuando hemos entendido esto en el plano espiritual, entendemos la importancia de los fundamentos. El Tabernáculo no fue construido sobre la arena del desierto, sino sobre basas de plata; la Casa de Dios, la Iglesia en este mundo, descansa sobre fundamentos sólidos que condicionan su realización. Que el Señor nos haga muy atentos a estas enseñanzas de la Escritura, tan preciosos y que han conservado a lo largo de los siglos la misma actualidad, a saber, que la Casa de Dios, su Iglesia descansa sobre fundamentos bíblicos que no tenemos derecho a perder en el camino. Se nos han contado y tendremos que dar cuenta de ellos.

10 - El santuario – La puerta del lugar santo y su cortina

Éxodo 26:36-37 y 36:37-38

La entrada al tabernáculo era de 10 codos de alto y 10 codos de ancho. Por lo tanto, esta cortina de la entrada tenía aproximadamente el mismo tamaño (10 x 10 codos, o unos 5 x 5 m, o unos 25 m2) que la cortina de la entrada al atrio. Pero si tenía la misma superficie que la cortina de entrada del atrio, era dos veces más alta; para penetrar en la presencia divina en el santuario se requiere una percepción espiritual más elevada que para entrar en el atrio. Muchos creyentes se limitan a las bendiciones adquiridas en el altar de bronce, en el atrio, sin entrar en el santuario, que ahora es accesible a todo redimido (Hebr. 10:19-22).

La cortina de la entrada se apoyaba en 5 pilares y sus ganchos. Estos cinco pilares descansaban sobre basas de bronce (Éx. 26:37b; 36:38b).

Antes de entrar en la presencia de Dios en el santuario, uno tenía que detenerse en el umbral formado por estas cinco basas de bronce. La presencia del bronce aquí es una característica notable y significativa (junto con las grapas de la alfombra de pelo de cabra), porque todos los demás elementos metálicos del santuario eran de plata u oro. El bronce representa el juicio, la condenación del mal. En Sofonías 1:9 leemos esta solemne declaración: «Castigaré… a todos los que saltan el umbral». Esta es una enseñanza de gran actualidad; antes de entrar en la morada de Dios, en la presencia del Señor, debemos sentir este ejercicio de conciencia antes de cruzar el umbral; es un umbral de bronce que corresponde a esta advertencia que encontramos en la pluma de Pablo: «que cada uno se examine a sí mismo» –el juicio de sí mismo.

Después de pasar la puerta del atrio, después de detenerse en el altar de bronce, después de haberse purificado en la fuente de bronce, todavía hay un umbral de bronce, como un recordatorio final del juicio de la carne: “Cuidado, estás entrando en la presencia divina que no debes profanar”. Que esta realidad, tan preciosa como solemne, hable a nuestros corazones y conciencias. Debemos reconocer que con demasiada frecuencia y facilidad hemos saltado el umbral moral y espiritualmente.

10.1 - Los cinco pilares

El número 5 es la medida del hombre – nuestros 5 dedos, las 5 piedras del arroyo, los 5 panes, las 5 palabras, los 5 autores de las epístolas del NT.

10.2 - La cortina

La cortina daba acceso al lugar santo donde obraban los sacerdotes, mientras que la cortina interior cerraba el acceso al Lugar Santísimo (excepto para el sumo sacerdote, una vez al año y para Moisés introducido en una intimidad muy especial – Éx. 25:22).

Como para la cortina de la puerta de entrada del atrio, estaba hecha de azul (primero), de púrpura, escarlata y algodón fino retorcido, sin querubines. Si el velo del Lugar Santísimo, con sus querubines, nos habla de lo que Cristo es para Dios, la cortina de entrada nos enseña lo que Cristo es para para nosotros, una figura de Cristo, pero desprovista de su carácter judicial.

Es Cristo presentado en gracia a los que estaban fuera como el camino de entrada a la posición y a los privilegios de los sacerdotes, como el camino de acceso a la presencia de Dios en este carácter de gracia.

11 - El Santuario – Las alfombras y las cubiertas del Tabernáculo

Éxodo 26:1-13; 36:8-19

Desde el interior hacia el exterior, se nos describen 4 elementos: una alfombra, una tienda de campaña y dos cubiertas.

11.1 - La alfombra

11.1.1 - 10 tapices de algodón fino retorcido decorados con 3 colores + querubines

Dimensiones: 2 veces 5 alfombras de 28 x 4 codos (14m x 2m x 10 alfombras = 280 m2) 10 tapices de algodón fino retorcido (nombrados primero) con 3 colores (azul, púrpura y escarlata) con querubines. El Lugar Santísimo estaba así envuelto por cinco de sus lados con tapices con querubines (teniendo en cuenta la cortina que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo).

5 tapices estaban unidos a los otros 5 tapices por 50 tiras azules y 50 grapas de oro.

11.1.2 - «Un solo Tabernáculo» – «Un solo Cuerpo de Cristo»

Estos 10 tapices representan la totalidad de los redimidos, vistos en Cristo según los pensamientos de Dios. Nos llama la atención que tengan los mismos colores que la cortina y el velo que separa el Lugar Santo del Lugar Santísimo. Son en cierto modo el aspecto de una colectividad que se expresa en la unidad del pueblo en Cristo según Dios. Estos dos grupos de 5 tapices, divinamente unidos entre sí (las grapas de oro) y celestiales (las tiras azules) podrían prefigurar el resultado de la obra de Cristo según la Epístola a los Efesios:

«… Nos vivificó (a los creyentes, judíos y gentiles) con Cristo (por gracia sois salvos), y nos resucitó con él, y nos sentó con él en los lugares celestiales en Cristo Jesús… Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que antes estabais lejos, habéis sido acercados a él por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de dos ha hecho uno, derribando el muro que los separaba… para crear en sí mismo de los dos un hombre nuevo, haciendo la paz; y reconciliar a ambos en un solo cuerpo con Dios, por medio de la cruz, matando por ella la enemistad» (Efe. 2:2-16). Es una sola tienda (v. 6), «un solo Tabernáculo» y esto se repite para los otros tapices (v. 11).

Estos tapices eran vistos por los sacerdotes en el interior. El redimido, introducido en el santuario, puede considerar a través de estas imágenes dos aspectos de la gracia divina: Dios manifestado en Cristo (como el velo), y el conjunto del pueblo de Dios visto en Cristo.

La multiplicidad de las congregaciones llamadas cristianas no existe en la mente de Dios. Solo hay una Iglesia de la que la Escritura nos da los caracteres y a la que estamos llamados a buscar y a realizar con la ayuda de la gracia. Solo hay una Casa de Dios, y un pueblo de Dios. Encontramos el mismo pensamiento evocado por las tablas, es decir, que estamos fundados y arraigados en él para formar un todo indivisible (Col. 2:7). La unidad del Cuerpo de Cristo es algo que está hecho y no que se deba hacer. A pesar de la división exterior que nos confunde, la unidad del Cuerpo de Cristo es inalterable, siempre bella a los ojos de Aquel que la constituyó (Juan 11:52; 1 Cor. 12:13).

11.1.3 - La fabricación y el transporte de los tapices

Todo lo que era textil era transportado por los gersonitas (Núm. 4), es decir, en una amplia medida la parte visible.

Los tapices habían sido tejidos por las mujeres «sabias» y «…cuyo corazón las impulsó» (35:26), en sus tiendas. También aquí tenemos una enseñanza de particular solemnidad y valor; hay una estrecha conexión entre las dos moradas que Dios reconoce, su morada y la casa de los suyos. Hay una similitud entre las dos casas, ya que ambas le pertenecen; el Señor tiene los mismos derechos en cada una y ellas se apoyan en los mismos fundamentos espirituales. La vida doméstica de los redimidos que desean ser fieles y honrar al Señor con la ayuda de su gracia se reflejará en la vida de la Iglesia. Lo que se tejía en las casas, se encontraba sin cambios en la Casa de Dios; traemos a la iglesia lo que son nuestras propias casas.

Si no hay un lugar para el Señor en nuestra vida diaria, ¿cómo tendría él el primer lugar en la iglesia y cómo sería él el primero de nuestros pensamientos cuando cruzamos el umbral de su casa?

Las mujeres tejían en las casas y los hombres responsables de la casa llevaban estos tapices, como un testimonio, durante las sucesivas etapas del viaje.

Si añadimos extremo a extremo estos 10 tapices, cada uno de 28 codos de largo, llegaríamos a una longitud de 280 codos, que es la misma longitud del perímetro del atrio (sin los 20 codos de la puerta de entrada); no hay dos medidas en los pensamientos de Dios.

11.2 - La tienda de campaña

11 tapices de pelo de cabra = una tienda de campaña que preserva de la contaminación.

11.2.1 - La descripción

Dimensiones: 30 x 4 codos (15m x 2m x 11 tapices = 330 m2). Esta segunda cobertura era más grande que la de los 10 tapices tricolores (30 codos en lugar de 28), y cubría todo el Tabernáculo por sus lados y en el fondo, casi hasta el suelo. Los dos grupos de 5 y 6 tapices, unidos por tiras y grapas de bronce (excepción como las 5 basas de los pilares de la cortina de la entrada) dan testimonio de que la realización práctica de la unidad del pueblo de Dios es de nuestra responsabilidad.

11.2.2 - Significado simbólico

El vestido de pelo (el profeta Elías, 2 Reyes 1:8; Juan el Bautista, Marcos 1:6) era típico de los profetas y expresaba su separación del mundo. Esta cobertura de pelo de cabra envolvía todo el santuario de Dios, constituyendo así una protección contra la mancilla exterior; era la expresión de la separación del mal, de la santidad práctica que va de par con la responsabilidad que caracteriza a los que componen esta única tienda (ella será «una sola» – 11b). Hay, en estos tapices de pelo de cabra, un lenguaje diferente de aquel de los tapices tricolores. Siguen representando la unidad del pueblo, pero desde el punto de vista de la responsabilidad; el pueblo es responsable de manifestar y mantener esta santidad práctica.

¿Qué llevamos a la casa del Señor? En primer lugar, el estado de nuestros corazones. El capítulo 35 (que es el capítulo del corazón21, 26, 34, 35) pone especial énfasis en el motivo de estas mujeres israelitas para hacer los elementos textiles: ellas eran las que su «corazón las impulsó» (v. 26). Que el Señor nos conceda la ayuda de su gracia para que podamos tener el deseo de llevar en primer lugar corazones juzgados y el producto de nuestros afectos por él, en testimonio de nuestro apego. Simbólicamente, esta cobertura de pelo de cabra subraya la vigilancia que debería caracterizar a quienes constituyen la morada de Dios, para impedir la introducción de la mancilla desde el exterior, que sería contraria a la santa presencia de Aquel que es el amo de su morada (Sal. 93:5).

¡Que Dios nos conceda que nuestras queridas hermanas, madres de familia, estén bien decididas de corazón para tejer este pelo de cabra en las casas, teniendo en cuenta que el ambiente en la casa es en gran medida mantenido por la esposa, por la madre!

11.3 - Las cubiertas

11.3.1 - La cubierta de piel de carnero teñida de rojo

Las dimensiones no nos son dadas (podemos imaginarlas cubriendo la totalidad del Tabernáculo por la parte superior, los lados y el fondo; ya sea 30 x 40 codos; o 15m x 20m ~300m2).

Significado:

El carnero era la víctima del sacrificio de consagración (Éx. 29 y Lev. 8). El color rojo evoca el color de la sangre.

Esta cobertura evoca la consagración de Cristo en la obra que Dios su Padre le había dado para hacer, incluso hasta el don de su vida –la vida está en la sangre. Lo glorificó perfectamente (Juan 17:4). Nada podía desviarlo de su cumplimiento, cuál fuere el precio a pagar. No podemos medir lo que fue para él, la lucha que soportó en la soledad de Getsemaní, abandonado por los suyos que se habían dormido a una tirada de piedra. Tampoco nosotros podemos entrar en los sufrimientos que el Señor conoció por anticipación y menos aún en los sufrimientos expiatorios que no se pueden describir. ¿No era él este carnero de consagración, así como estos dos machos cabríos del día de propiciación de Levítico 16 –el macho cabrío que se va, sobre cuya cabeza se habían puesto los pecados? Nada lo detuvo en su camino de obediencia. Se humilló a sí mismo, cuando nadie lo podía humillar. Se entregó a sí mismo cuando no estaba en el poder de nadie entregarlo. Se entregó a sí mismo voluntariamente y eso hasta la muerte.

Hay una aplicación para nosotros, porque «murió por todos, para que los que viven, ya no vivan para sí mismos, sino para el que por ellos murió y fue resucitado» (2 Cor. 5:15).

11.3.2 - La cubierta de piel de tejón

Según estudios recientes, el tejón no es el tejón de la montaña, sino un animal marino, el dugón, vecino del manatí. En cualquier caso, su piel podía servir para confeccionar zapatos (Ez. 16:10); aunque poco atractiva, servía de protección.

Esta cobertura tenía las mismas dimensiones que la cobertura de piel de carnero (~300 m2).

Significado

En Números 4, vemos que todos los elementos del santuario eran exteriormente cubiertos con piel de tejón para su transporte, excepto el arca que estaba cubierta con un lienzo todo azul (v. 6). Esta piel de tejón tiene un doble significado:

  • un papel protector: una figura de vigilancia frente a la mancilla circundante,
  • pero sobre todo un elemento sin atractivo para los que son extraños a lo que es Cristo y su morada.

¿Qué veía el observador, extraño a los pensamientos de Dios y de su pueblo, en esta caravana que atravesaba el desierto y avanzaba paso a paso hacia la tierra celestial? Un gran pueblo –ciertamente, pero nada atractivo en estos objetos llevados al hombro y envueltos en pieles de tejón. Nada deseable en estos peregrinos, pero la piel de tejón escondía un tesoro: las bellezas del santuario que no están al alcance de la mirada de extraños. Solo un punto azul podía atraer la mirada de este observador: el lienzo azul que cubría el arca (Núm. 4:6), la figura de Dios en Cristo, la plenitud de la divinidad agradándose habitar en Cristo. Evoca al Señor mismo, acompañando a los suyos en su peregrinación terrenal. El Espíritu no lo presenta bajo la figura de Isaías, como el hombre de dolor, «tan desfigurado, era su aspecto más que el de cualquier hombre», y que «no tiene forma ni hermosura… ni tiene buen parecer para que lo deseemos» (Is. 52:14 al 53:2), sino en la forma que Juan el Bautista había visto en él cuando dijo: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo… y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre» (Juan 1:29, 14). Dios presenta a su Hijo unigénito según lo que es para su corazón.

La superficie total de estas 4 cubiertas del Tabernáculo era de unos 1.200 m2. Estimando el peso medio de una alfombra en 3 kg/m2, el peso total de las alfombras y cubiertas podría alcanzar las 3,6 toneladas. Si añadimos el peso de las cortinas, velos, colgaduras, la superficie total sería de unos 1.635 m2; es decir un peso total, de la parte textil, estimado en 4.900 kg ➔ ~5 toneladas.

11.4 - Recordatorio de los pesos y de las medidas:

Madera 40 toneladas

Metales 9 toneladas

Cortinas 5 toneladas

Total = 54 toneladas

12 - El candelabro

Éxodo 25:31-40; 26:35; 37:17-24; 40:24-25

Levítico 24:4; Números 8:2-4; Hebreos 9:2

Ninguna dimensión – peso de 1 talento de oro puro (~45 kg)

Oro puro: Justicia divina para el pecador.

Oro batido: (becerro de oro fundido) Cristo luz, rechazado por los hombres y golpeado por Dios.

Única fuente de luz en el Lugar Santo: el Espíritu Santo en su plenitud (7 lámparas - 7 iglesias de Asia), tipo de la plenitud de la luz del Espíritu Santo en el santuario; él dirige el servicio.

Pie = un fundamento – el tronco central se llama «el candelabro».

El candelabro, del que se habla con frecuencia, ocupa un lugar especial porque es él el que produce la luz en el Lugar Santo, mediante el aceite triturado (Éx. 27:20; 29:40; Núm. 28:5); siete luces, que representan la plenitud de la luz de Cristo.

Casi siempre en la Palabra, el aceite es la imagen del Espíritu Santo. El aceite triturado expresa los sufrimientos que el Señor ha conocido y que nos son revelados por este recurso de un precio incomparable que es el Espíritu Santo.

El candelabro es una parte particularmente preciosa del Lugar Santo que es:

  • un lugar de luz
  • un lugar de alimento con los panes en la mesa
  • un lugar de oración, de intercesión y de adoración a través del altar de oro.

12.1 - Sin dimensiones

Mientras que para la mayoría de los elementos del Tabernáculo las medidas están indicadas, para el candelabro no se da ninguna medida: la luz divina no conoce límites. Es lo mismo para la fuente de bronce, porque no hay límite en los recursos de la gracia para llevar a cabo nuestra purificación práctica.

12.2 - Es de una sola pieza

Evoca esa realidad que ya hemos visto varias veces con la mesa que lleva los 12 panes que son uno (Éx. 25:30), o los tapices unidos entre sí de una manera indisoluble, formando una sola tienda. El candelabro es un solo candelabro; y sin embargo vemos ahí otra vez a Cristo y a los suyos. El Espíritu Santo enfatiza el hecho de que hay un solo Cuerpo de Cristo (la cabeza y los miembros), que somos uno en Cristo, y hechos agradables en el muy amado ante Dios. «...Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti; que ellos también estén en nosotros para que el mundo crea que tú me enviaste» (Juan 17:21). «Porque todos fuimos bautizados en un mismo Espíritu para constituir un solo cuerpo… y a todos se nos dio a beber de un solo Espíritu» (1 Cor. 12:13). «Ahora bien, hay muchos miembros, pero un solo cuerpo» (1 Cor. 12:20).

12.3 - Está hecho con un talento de «oro puro»

¡Un talento (¡casi 45 kg!), que expresa la excelencia de la justicia divina en la que se encuentra la fuente de luz para iluminar cualquier servicio en el santuario; es uno de los pocos elementos que estaban hechos solo de oro; los otros elementos estaban hechos de madera de acacia chapeada con oro puro. Por lo tanto, representa:

  • la plenitud de la luz,
  • la excelencia de quien es la fuente.

Solo en la justicia divina está la fuente de la luz.

12.4 - Es de oro «batido».

En este elemento fuente de luz, tenemos la expresión del camino de sufrimiento que el Señor recorrió en su vida, pero sobre todo los sufrimientos expiatorios de las tres horas de tinieblas en las que no podemos entrar, y que por supuesto no son descritas en la Palabra; estas tres horas de abandono durante las cuales el Señor fue hecho pecado, y donde el Señor estuvo solo ante el Dios Santo. Es solo con la máxima reverencia que los evocamos con un espíritu de alabanza, de reconocimiento y de adoración.

¿Qué diferencia con el becerro de oro que Aarón fundió mientras que Moisés, en el monte, recibía las comunicaciones de Dios para construir el Tabernáculo!

12.5 - Las diferentes partes del candelabro

Aunque de una sola pieza, el candelabro estaba compuesto por diferentes partes: una base, un tronco central, y 6 ramas de «aquí y allá».

12.5.1 - «Su pie»

Un fundamento, una base sólida para que el candelabro se mantenga en pie; sugiere estabilidad del “fundamento seguro” que es Cristo, la «piedra angular preciosa» (Is. 28:16; 1 Pe. 2:6), la «roca» sobre la que edifica su congregación (Mat. 16:18). Todas las bendiciones son en Él y a través de Él.

12.5.2 - Un tronco central

Él mismo es llamado «el candelabro» (fin del v. 33 y principio del v. 34). En este tronco central hay 4 copas «en forma de flores de almendro, sus manzanas y flores…», cuando las ramas solo tienen tres. El Señor, como José puesto aparte de sus hermanos, siempre está por encima de todo y de todos. Cristo es el centro del cual se extienden las ramas: su pueblo, su Iglesia; pero el candelabro sigue siendo una pieza de la que no se puede separar ningún elemento.

12.5.3 - Los 6 brazos del candelabro

Los brazos «saldrán del candelabro» (v. 32); «salen del candelabro» (v. 35) a ambos lados del tronco central. No están pegados ni atornillados; salen de ella, tienen su naturaleza. Es el conjunto con sus ramas a cada lado lo que constituye «el candelabro».

Nos parece que estas expresiones son evocadoras de la creación de la esposa del primer hombre en la tierra, Eva, sacada de su lado (Gén. 2:21). El sueño profundo que Dios hizo caer sobre Adán es una imagen de la muerte en la que Cristo tuvo que entrar para tener a su Esposa, la Iglesia «la cual es su Cuerpo» (Efe. 1:23). Tenemos aquí como una anticipación de lo que ha sido la parte del Señor.

Habiendo cumplido su obra, su costado fue traspasado y de él salió sangre y agua. La Iglesia, en sentido figurado, es sacada del costado del Señor, de su costado traspasado; nosotros somos, por pura gracia, el resultado de esta obra cumplida, sacados de él, de su corazón, hechos cuerpo con él mismo, indisolublemente unidos a él para constituir esta plenitud de las 7 lámparas de las cuales él es el centro.

12.5.4 - Las 7 lámparas

El número 7 es la expresión de la plenitud. Cada rama lleva una lámpara: estas 7 lámparas representan la luz divina en perfección en el poder del Espíritu Santo, tal como ha sido manifestada por el Señor. Él era ungido «con el Espíritu Santo y con poder» (Hec. 10:38).

El Apocalipsis presenta, en los capítulos 2 y 3, las siete iglesias a las que se dirigen mensajes. El Señor es el que camina entre las siete lámparas de oro, y que tiene los siete espíritus de Dios, que son los siete caracteres del Espíritu Santo mencionados en Isaías 11.

12.5.5 - Las flores de almendro

El almendro es el primer árbol que florece en primavera. Se puede encontrar varias veces en la historia de Israel, por ejemplo: en Números 17, con la vara de Aarón que floreció y produjo almendras; es el fruto del Espíritu. Las flores de almendro hablan de la vida en resurrección.

12.5.6 - Las manzanas

Estas son frutas que alimentan: «...confortadme con manzanas» (Cant. 2:5). Las manzanas representan las bendiciones dadas por el muy amado y el delicioso fruto producido por el muy amado en los suyos y que alegra su corazón. Notemos que solo hay una manzana debajo de cada rama lateral, mientras que hay cuatro en el tronco central.

12.6 - El aceite para el candelabro

Era aceite de olivas puro triturado (27:20), que no debe ser confundido con el aceite de la santa unción ni con el incienso compuesto. El aceite triturado resulta de la trituración de las aceitunas en un mortero, reflejando los sufrimientos de Cristo.

Este aceite que produce luz es la evocación evidente del Espíritu Santo y de sus direcciones en el creyente y en la Iglesia. ¿Cómo se podría obrar en el Lugar Santo sin esta luz? En la vida de la Iglesia, no hay ningún otro poder activo autorizado. Con todo, solo hay dos poderes que pueden actuar en el creyente, ya sea el Espíritu o la carne; pero la carne es dejada de lado. Dios quiera que esto sea prácticamente el caso. Necesitamos pedirlo porque sentimos la dificultad para cumplirlo y manifestar esta dependencia del Espíritu Santo. La única fuente que permite cualquier servicio en el santuario, es la luz del Espíritu Santo. El mantenimiento de la llama producida por el aceite consumido requiere el cuidado del sumo sacerdote, para que la luz no se vea alterada por las impurezas que puedan entrar en ella (Éx. 30), viniendo de fuera.

A través de la descripción de este candelabro, descubrimos la plenitud de la luz y de la acción del Espíritu en el santuario, en la Casa de Dios.

12.7 - Las diferentes iluminaciones del candelabro:

Un desarrollo más completo se puede encontrar en el Anexo 2.

Queremos destacar 6 formas en las que el candelabro brillaba en el Lugar Santo, siempre con el pensamiento de que estas cosas nos conciernen. El Lugar Santo es un lugar de luz (el candelabro), de alimento (la mesa), de adoración y de intercesión (el altar de oro).

12.7.1 - Las lámparas iluminan hacia el candelabro (Éx. 25:37)

La luz del Espíritu Santo derramada a través del candelabro hace resaltar el brillo y el esplendor del propio candelabro. Este es el primer testimonio que el Espíritu Santo da a Cristo mismo. «Él testificará de mí» (Juan 15:26). Dios siempre tiene a la vista, ante todo la gloria de su Hijo. La luz sin la cual no hay servicio posible tiene por objeto la gloria de Cristo –el que es la fuente de ella.

12.7.2 - El candelabro estaba frente a la mesa (Éx. 26:35)

El candelabro brilla frente a la mesa en la que se encuentran los 12 panes que expresan la unidad del pueblo, de las 12 tribus. La luz del candelabro resalta, para gloria de su autor, la maravillosa posición de este pueblo elegido de Dios, visto según sus pensamientos y no bajo el ángulo de la responsabilidad de ellos. Tanto es así que, a pesar de las humillantes condiciones prácticas de este pueblo terrenal, de la ruptura entre las 2 tribus con las otras 10 y los conflictos internos, Dios todavía ve a su pueblo como una unidad indivisible. (El altar de 12 piedras de Elías en 1 Reyes 18. Las epístolas de los apóstoles Pedro o Santiago a los cristianos de las 12 tribus).

El Cuerpo de Cristo no se nos revela en el AT, pero el pensamiento de la unidad del pueblo es establecido desde el principio. Esto sigue siendo así incluso ahora en la Iglesia, donde como fruto de su obra todos los redimidos, vestidos de Cristo y hechos perfectos a perpetuidad ante Dios, son los miembros del Cuerpo de Cristo. No se trata de nuestro estado práctico, sino de nuestra posición ante Dios en Cristo, que no puede ser alterada de ninguna manera.

No confundamos la realidad inalterable de la unidad del Cuerpo de Cristo, constituido por todos las creyentes en la tierra, con la realización de la comunión en la mesa del Señor; son 2 cosas distintas pero relacionadas.

12.7.3 - Las lámparas del candelabro debían brillar continuamente: de la tarde a la mañana (Éx. 27:20)

Había algunas cosas que no debían pararse durante la noche. Principalmente el candelabro debía brillar toda la noche, así como el fuego del holocausto no debía apagarse durante la noche (Lev. 6:2, 6).

En la noche moral y espiritual de un cristianismo que expira, no tenemos otra luz que aquella que el Espíritu Santo nos comunica a través de la Palabra y en nombre de Aquel que es la fuente de ella. Desde la noche hasta la mañana, hasta que llega el amanecer y las sombras huyan, estamos seguros de beneficiarnos de esta luz que nos da el Espíritu Santo. Lo hará hasta el momento de esta escena donde mantendrá la alabanza de los santos glorificados en la santa ciudad que la gloria ilumina, y de la cual el Cordero es la lámpara; porque «no habrá allí noche» (Apoc. 21:25).

12.7.4 - Las lámparas del candelabro se mencionan antes de la consagración de los levitas (Núm. 8:1-3; 5-7; 10-16…)

En este capítulo 8 de Números, tenemos la consagración, la santificación y la purificación de los levitas para hacerlos aptos para ejercer su servicio (v. 5-17).

La investidura de los levitas, dados a Jehová y a la familia sacerdotal (v. 16, 19), se realiza en la luz del candelabro, la luz del Espíritu Santo, para que puedan cumplir con los diversos servicios del santuario según la mente de Dios, primero para su gloria, para la bendición de su pueblo y para que la santidad se mantenga prácticamente en el santuario.

12.7.5 - El candelabro y la mesa de los panes antes de la mención de blasfemia (Lev. 24:1-9)

En el versículo 11, el hijo de una mujer israelita blasfemó el nombre de Jehová y lo maldijo; es una evocación temprana de la apostasía que tenemos ante nuestros ojos hoy en día en el cristianismo profeso sin vida. La violencia y la corrupción de este mundo nos rodea. Uno niega a Dios mismo; es la anticipación del tiempo del Anticristo.

Ante este estado de cosas, los fieles del pueblo de Dios disponen de recursos inestimables y muy necesarios: la luz del candelabro y el alimento de la mesa. En esta escena de tinieblas y de apostasía, tenemos la luz y a Aquel que es la fuente de ella. En medio de la hambruna espiritual, tenemos el alimento que el Señor nos mantiene en su fidelidad.

Que el Señor nos conceda apreciar cada vez más el valor de esta luz que nadie puede apagar y el sabor del alimento que pone ante nosotros y que nos lo asegure continuamente hasta que venga. «Haced esto… en memoria de mí… hasta que venga» (1 Cor. 11:25-26).

12.7.6 - El candelabro relacionado con el servicio en el altar de oro – Éxodo 30:1-10

Aarón hacía quemar el incienso en el altar, cada mañana y cada noche, cuando arreglaba las lámparas.

La luz del Espíritu Santo, que glorifica a Cristo, hace aparecer todas sus perfecciones. Es indispensable para cumplir el servicio de la adoración y de la intercesión en el altar de oro. La adoración, el culto rendido en espíritu y en verdad requiere la pureza, la santidad; de ahí la mención de sus despabiladeras y sus platillos utilizados para limpiar las lámparas del candelabro (Éx. 25:38 y 37:23). Nada debe obstaculizar la acción y dirección completa y única del Espíritu en la adoración.

Cuando seamos llevados a la última morada, la parte celestial del reino, ¿cuál será el candelabro? «La ciudad no tiene necesidad del sol ni de la luna, para que la iluminen; porque la gloria de Dios la iluminó, y su lámpara es el Cordero». No habrá ninguna lámpara que guardar, porque estaremos en la fuente inagotable de la luz, bebiendo del río de sus delicias (Sal. 36:8). Su amor será como un río de luz, que alimentará la adoración eterna y perfecta de nuestras almas (Apoc. 21:2, 22-23).

13 - La mesa de los panes

Éxodo 25:23-30; 37:10-16; Levítico 24:5-9

13.1 - La descripción

Dimensiones:

Largo: 2 codos

Ancho: 1 codo

Alto: 1,5 codo

Se ve a la luz del candelabro (figura del Espíritu Santo).

Hecha de madera de acacia y enchapada con oro puro: (figura de Cristo y de su pueblo que son UNO)

13.2 - La altura de 1,5 codo – Alcance espiritual

La altura de la mesa es la misma que la altura de la rejilla del altar de bronce y del propiciatorio sobre el arca. Hay una identidad posicional que es muy llamativa.

Sobre la rejilla del altar de bronce era colocada la víctima del sacrificio por el pecado, y los otros sacrificios, expuesta al fuego que ardía bajo ella. Es una figura de la cruz y del sufrimiento indecibles que el Señor ha conocido a causa del pecado. En la cruz, solo ha habido una víctima; solo se necesitaba una: «porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados» (Hebr. 10:14).

Sobre la mesa, a la misma altura de la rejilla, estaban dispuestos los doce panes de proposición, figura de las doce tribus del único pueblo de Dios, en su inalterable unidad, vistos a la luz del candelabro en el Lugar Santo del santuario.

Esta equivalencia de altura muestra que la posición de los santos y su unidad son el fruto del sacrificio de Cristo, habiendo respondido perfectamente a la santidad de Dios. Estos doce panes por lo tanto, representaban la unidad del pueblo en Dios y ante Dios; para nosotros, es una imagen de la posición y de la unidad inalterable de los redimidos en Cristo y ante el Dios Santo.

13.3 - La igualdad de cada pan

Hecho de harina fina (humanidad de Cristo) y cubierto de incienso: figura de la excelencia de la víctima. Para los creyentes, ellos son hechos agradables en el Amado.

13.4 - El orden de los panes

Los doce panes eran colocados en la mesa en un orden perfecto en dos hileras (no dos pilas), seis por fila (Lev. 24:6). El pueblo está en un orden perfecto y en una posición excelente acordada a la fe en la obra de Cristo.

13.5 - Los doce panes

Diferentes pensamientos emergen de estos doce panes:

13.5.1 - Cristo mismo es el alimento de nuestras almas

Los doce panes eran el alimento de los sacerdotes (Lev. 24:9). Había diferentes alimentos para el pueblo: el cordero pascual, el maná, los sacrificios de paz, el grano asado en el país y todos nos hablan de Cristo el pan del cielo, la Palabra de Dios. Pero estos doce panes de harina fina, llamados «un solo pan», representan a Cristo probado en su humanidad santa por el juicio de Dios, manifestado perfecto y puesto ante Dios, en la luz del candelabro en el Lugar Santo. Este alimento de los sacerdotes en un santuario terrenal, prefigura para nosotros nuestro alimento espiritual en los lugares santos donde tenemos acceso y donde podemos alimentarnos del hombre Cristo Jesús resucitado y glorificado.

13.5.2 - Representan a todo el pueblo, visto en su unidad

«Sea por memorial del pan… por pacto perpetuo» (Lev. 24:7-8). Un pueblo indivisible a los ojos de Dios.

Si hay una división externa entre los redimidos del Señor, no por ello deja de ser cierto que para Cristo y ante Dios solo hay un pueblo. Esta realidad de la unidad del pueblo terrenal a los ojos de Dios se transcribe muchas veces en la Palabra. En Esdras 6:17, doce carneros fueron sacrificados como ofrenda por el pecado por las doce tribus, cuando solo había dos tribus representadas. El apóstol Santiago dirige su carta a las doce tribus de Israel que están en la dispersión. Nadie podría haber reunido a esas doce tribus, sin embargo, siguen siendo un todo que Dios conoce y reconoce.

Lo mismo ocurre con nosotros, cuando se nos concede la gracia de participar del único pan en la Cena del Señor, recordamos la unidad indivisible del pueblo de Dios. No dejemos de lado la primera estrofa de este magnífico himno 20 (Hymnes et Cantiques, en francés); la unidad del cuerpo de Cristo es siempre hermosa a sus ojos, para honor y gloria de Aquel que la hizo. Murió para reunir en uno a los hijos de Dios que están dispersos (Juan 11:52). La fragmentación externa que no permite ver esta unidad no quita valor a esta gloriosa realidad, para el honor de Aquel que la llamó a la existencia.

Además, no confundamos la realidad inalterable, siempre bella a los ojos divinos de la unidad de su pueblo, con la realización de la comunión en la Mesa del Señor. Son dos cosas distintas; si las asimilamos, entramos en confusión.

13.6 - Un borde de una palma y una cornisa de oro

«Harás un borde del ancho de una mano, en torno suyo, y harás una cornisa de oro alrededor de su borde». Los doce panes de la mesa eran llevados y sacudidos mientras caminaban por el desierto y la cornisa aseguraba su posición; no podían caer de la mesa.

Nuestra posición, ligada a un Cristo glorificado, está asegurada y es imposible caer de ella durante las vicisitudes y las sacudidas de la peregrinación en el desierto. A pesar de los pasos en falso de los portadores, el conjunto, toda la unidad está asegurada.

No había cornisa (coronación) en el altar de bronce; la única corona que habría convenido habría sido la corona de espinas que el Señor había llevado en su santa cabeza. Pero aquí, el Señor es glorificado; su obra está terminada y estamos más allá del altar de bronce (Sal. 21:3).

Mientras que nuestra posición en Cristo ante Dios está asegurada, la realización de esa posición y nuestra comunión siempre permanecen frágiles. «Arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra propia firmeza» (2 Pe. 3:17). La medida en la que entramos y disfrutamos es todavía vulnerable, debido a lo que somos.

Que el Señor nos conceda comprender mejor estas cosas, y de manera especial, cuando nos reunamos en torno a él, y en su nombre, para alimentarnos de su amor, con el alimento de su mesa (1 Reyes 10:5). Que ante este memorial que él nos ha dejado, el memorial de sus maravillas como dice el salmista (Sal. 111), suban de nuestros corazones la gratitud y la adoración mientras esperamos hacerlo de una manera celestial y gloriosa.

14 - El altar de oro – Éxodo 30:1-9

Dimensiones:

1 x 1 x 2 codos; más pequeño que el altar de bronce, pero más alto que la parrilla y la mesa (1,5 codo)

Madera de acacia y oro: humanidad y divinidad

Cornisa de oro: Cristo glorificado

Su lugar: cerca del arca, pero delante del velo cerrado

14.1 - Su altura

Este altar es pequeño, pero excede la altura (por 1/2 codo) de la rejilla del altar de bronce y de la mesa: esta altura significa que, atraídos por el amor de Cristo en nuestras almas, nos elevamos espiritualmente a la altura de la adoración. ¿Cuánto es deseable que este paso suplementario hacia Dios sea hecho, porque muchos preciosos redimidos en el corazón del Señor, no van más alto que el altar de bronce, es decir, no más allá del disfrute que proviene de la certeza de la salvación de sus almas. Pero estamos llamados a subir más alto, hasta el altar de la adoración, que es también el altar de la intercesión.

14.2 - Su lugar

En Israel, el sacerdote que ofrecía el incienso en el altar de oro, se encontraba ante un velo cerrado con querubines, detrás del cual estaba el arca y su propiciatorio, en la oscuridad total. Ahora todos nosotros, como creyentes, hechos reyes y sacerdotes, no entramos en el santuario ante un velo cerrado; la gracia nos ha sido concedida para seguir un camino nuevo y vivo a través del velo, que habría sido un camino de muerte a los que hubieran cruzado, excepto Aarón y Moisés (Hebr. 10:19-22). Este velo fue rasgado cuando el Señor selló su obra terminada (Mat. 27:51).

14.3 - La cornisa de oro

En el lugar santo, ya sea considerando la mesa de los panes o el candelabro, somos puestos al nivel espiritual del Señor glorificado después de haber terminado su obra. En virtud del valor de esta obra terminada, los que se acercan a ella son aceptados, por pura gracia, como reyes y sacerdotes autorizados a entrar en los lugares santos para encontrarse ante este altar de la adoración.

14.4 - Su uso

Para que hubiera un adorador en el altar de oro, primero había habido una víctima en el altar de bronce.

14.4.1 - Precauciones

«...Quemará incienso aromático sobre él; lo quemará cada mañana al preparar las lámparas» (v. 7, LBLA). Este servicio si elevado de la adoración solo puede realizarse a la luz del Espíritu Santo. Las lámparas reclamaban cuidados y cada mañana el sacerdote arreglaba las lámparas del candelabro (30:7) con despabiladeras (25:38; 37:23; Núm. 4:9), para que la luz sea total y pueda ofrecer el incienso. En primer lugar, las lámparas tenían que ser liberadas de todas las impurezas que podrían haber alterado el brillo de la luz. Se debe tener cuidado de que nada impida la acción del Espíritu Santo para tan alto servicio.

¿Pero qué traía el sacerdote al altar de oro? –incienso compuesto (30:34-38), cuatro perfumes mezclados, estacte, uña aromática, gálbano aromático e incienso, de todas las cosas, «en igual peso». Este incienso compuesto traducía en su composición, en su calidad y pureza, la excelencia de la persona de Cristo mismo en relación con sus sufrimientos, pues es la acción del fuego (las brasas tomadas del altar de bronce) que hace que el perfume se eleve hacia Dios. Nuestros predecesores que han estudiado estas cosas antes que nosotros y más que nosotros, nos han enseñado que:

• El estacte, vendría de una parte interior de una lágrima seca de mirra –la mirra siendo la expresión del sufrimiento; evoca los sufrimientos ocultos de Cristo en el momento de la expiación en los que no podemos entrar, conocidos solo por Dios. Pero para Dios, es la fragancia por excelencia.

• La uña aromática, nos habla de aquel que descendió a las profundas aguas del juicio de Dios, diciendo con el espíritu profético: «Las algas… se envuelven alrededor de mi cabeza», «Todas tus ondas… han pasado sobre mí» (Jonás 2:6; Sal. 42:7; 88:7).

• El gálbano, es de un olor acre que puede hacer pensar lo que son los sufrimientos de Cristo para un incrédulo; no es un perfume de olor agradable en la medida que lo llevan a la convicción de pecado: un olor de muerte (ME 1935 p. 142).

• El incienso, desprende un olor agradable y fragante.

14.4.2 - De todo, de igual peso

No hay ninguna virtud, ninguna cualidad esencial del Señor que supere a otra. En la esfera humana es a menudo cuando se miran las cosas de lejos que ellas son más hermosas; pero en las cosas de Dios, más se mira de cerca, más se descubre la belleza. Lo «molerás muy fino».

Este incienso era salado, puro, santo… Cristo no conoció, ni cometió pecado, ni había en él ningún pecado (2 Cor. 5:21; 1 Pe. 2:22; 1 Juan 3:5). «No habéis de hacer otro alguno para vuestro uso… lo tendréis por cosa santa a Jehová». Este precioso perfume está reservado para Dios. Todo uso impío, todo eso que podría exaltar al hombre, solo puede conducir al más severo castigo de Dios.

¿Qué traemos en el momento de la adoración? El sacerdote que trae el incienso es una figura de la adoración dirigida a Dios y de la cual Cristo es la sustancia. Somos un «sacerdocio santo» para presentar Cristo a Dios, y su obra en la cruz (1 Ped. 2).

14.5 - Las cosas prohibidas en el altar de oro

14.5.1 - Ningún sacrificio, ni ofrenda vegetal, ni libación

El sacerdote no debía venir al altar de oro con un sacrificio, una oveja o un carnero, pero con el incienso de las drogas perfumadas (30:34-38). No venimos al altar de oro para ser salvado; esto fue resuelto y obtenido en el altar de bronce, en la cruz. El adorador viene al altar de oro porque ha sido salvado, porque está al beneficio de la obra de Cristo. Se debe hacer una distinción entre el altar de bronce y el altar de oro.

¿No estamos expuestos a llevar al altar de oro lo que se redujo a cenizas en el altar de bronce, estando a veces más ocupados, en la hora de la alabanza, con el estado de miseria en el que nos encontrábamos, que dar gracias por el trabajo realizado para liberarnos de él y presentar a Dios la excelencia de su Hijo cuyo nombre es un incienso esparcido?

14.5.2 - No hay fuego extraño

Era con el fuego tomado en el altar de bronce que el perfume consumido exhalaba su buen olor. Usar un fuego extraño era recurrir a recursos carnales, medios humanos para presentar lo que es de Dios; por ejemplo, un servicio de adoración preestablecido, que no estaría bajo la única guía del Espíritu.

Los dos hijos de Aarón, Nadab y Abiú (Lev. 10), ofrecieron fuego extraño, y murieron. No habían tomado el fuego donde debía ser tomado, es decir, en el altar de bronce, en la cruz de Cristo, el único fuego que puede exhalar el aroma de la excelencia de la víctima. Como es triste ver que en el mismo momento en que el sacerdocio fue instituido, haya ocurrido esta falta de estos dos sacerdotes; Dios no permitió esto, porque él salvaguarda las glorias que se deben a su Hijo.

14.5.3 - No hay incienso extraño

Ofrecer incienso extraño sería ofrecer a Dios algo más que la excelencia de Cristo, representado en la composición de este incienso compuesto de drogas odoríferas. Exaltar al hombre o hacer valorar al hombre en la adoración es incienso falso. Esto muestra a nuestros corazones y a nuestras conciencias la seriedad que conlleva acercarse al altar de oro en el santuario.

La naturaleza del fuego está relacionada con la adoración rendida en espíritu y en verdad.

La naturaleza del incienso se relaciona con el objeto de la adoración, presentar Cristo a Dios.

15 - El Santuario – La cortina del lugar sántisimo

Éxodo 25:1-9; 26:31-34

Este primer párrafo del capítulo 25 evoca lo que es el objeto del capítulo 35: la disposición del corazón de las personas que aportan (14 veces entre 35:1 y 36:7) lo necesario y aún más allá, para la construcción de esta morada de Dios. Este «espíritu liberal» no está en nuestros corazones naturales, sino que es el resultado de lo que la gracia de Dios ha producido en los corazones renovados.

15.1 - Las dimensiones

10 x 10 codos (5m x 5m ~25 m2). Tenía la misma superficie que la cortina de entrada al atrio (4 x 20 codos) y la cortina de la entrada al Lugar Santo. El Señor solo tiene una medida de apreciación.

15.2 - El aspecto

Encontramos en ella los 4 elementos, como los de la cortina de entrada del atrio, la cortina de entrada del santuario, la cobertura de los 10 tapices: azul, púrpura, escarlata y algodón fino torcido, pero esta vez con querubines. Se puede discernir en estos 4 elementos, así como en los 4 pilares, los 4 testimonios dados a Cristo en los 4 evangelios: Informamos aquí sobre el tema de las páginas sobre la puerta del atrio.

15.2.1 - El algodón fino –Evangelio según Marcos: La perfecta pureza del siervo y profeta

El algodón fino es la imagen de la pureza de Cristo en su humanidad, sin mancha y sin defecto (1 Pe. 1:19). Participó en todo en la naturaleza humana, pero en nada en la naturaleza pecaminosa; era perfectamente hombre, pero al mismo tiempo era perfectamente Dios. Es como hombre, sabiendo cuál es el camino del hombre en la tierra, y en virtud de su obra, que se «convirtió» en nuestro sumo sacerdote para la eternidad, siempre vivo para interceder por nosotros (Hebr. 7:21a y 25b). Es porque él caminó aquí como hombre, en una perfecta fidelidad, que puede sostenernos y simpatizar con nuestras debilidades, pero nunca con nuestras faltas (Hebr. 4:15).

15.2.2 - El azul –Evangelio según Juan

El azul, que se cita en primer lugar, evoca el aspecto celestial y el Hijo de Dios «enviado» del cielo, una expresión tan característica del Evangelio de Juan (40 veces). Cuánto nos gusta levantar la vista para ver este azul, pero desafortunadamente nuestra vista es a menudo oscurecida por las nubes.

15.2.3 - La púrpura –Evangelio según Lucas: El Hijo del hombre que tendrá el dominio universal

Después de que el Señor fue condenado por el Sanedrín, los soldados romanos lo vistieron de púrpura por burla (Marcos 15:17; Juan 19:2, 5). La púrpura es el emblema de la gloria real. No olvidemos que, aunque fue rechazado como rey por los judíos («No queremos que este reine sobre nosotros»), el Señor nunca renunció a su título de rey. Lo confirmó a Pilato (Lucas 23:3) y Dios nunca renunciará a que su Hijo reine en la tierra. Esta es la respuesta de Dios al ultraje hecho a su Hijo.

15.2.4 - El escarlata –Evangelio según Mateo: La gloria real del Mesías en su reino mesiánico

El escarlata es el color de la gloria mesiánica terrenal sobre Israel (2 Sam. 1:24). Es en el evangelio según Mateo, el evangelio mesiánico, que el Señor fue vistido de escarlata (Mat. 27:29). El escarlata es también el color de la sangre, evocando los sufrimientos del Señor en la cruz y el valor de su sangre derramada. Así, pues, el escarlata nos recuerda los sufrimientos que iban a ser la parte de Cristo y las glorias que vendrán después (1 Pe. 1:11).

15.2.5 - Tenía querubines

Los querubines son seres celestiales cuya misión es preservar los derechos de Dios. Así es como los vemos cerrando la entrada al jardín del Edén después de que el pecado entró en el mundo. No había querubines para prohibir la entrada al atrio, pero aquí salvaguardaban la entrada al lugar santísimo. Solos, Moisés introducido en una intimidad particular, podía entrar regularmente (25:22; Núm. 7:89) y el sumo sacerdote, Aarón o sus sucesores, una vez al año en el gran día de la expiación (Lev. 16).

«El velo hará separación para vosotros entre el lugar santo y el lugar santísimo». A la luz del NT y del Espíritu Santo entendemos que, para el tiempo del tabernáculo, «el camino del lugar santísimo aún no ha sido manifestado», y que todavía no había «libertad para entrar en el lugar santísimo» (Hebr. 9:8; 10:19). Y aún es así para este pueblo; «el mismo velo permanece sin ser alzado» (2 Cor. 3:14-15); y se “termina en Cristo”, porque fue en la muerte de Cristo que fue rasgado de arriba a abajo por el medio. Ahora cada creyente está invitado a disfrutar de plena libertad para entrar en los lugares santos por el camino nuevo abierto a través del velo rasgado (Hebr. 10:19-22).

15.2.6 - No hay oro

No había hilos de oro brocados (a diferencia del efod – Éx. 39:3). El misterio de la humanidad y la divinidad de Cristo está velada a los ojos del hombre.

15.3 - Los 4 pilares

Sus 4 pilares eran de madera de acacia chapeadas con oro, con ganchos de oro, y se apoyaban en basas de plata. Ya no hay más cobre porque la cuestión del pecado ha sido resuelta. Los cuatro pilares (como los cuatro colores de la cortina) también nos hablan de los cuatro evangelios, desplegando ante el adorador en el altar de oro los cuatro aspectos de la persona de Cristo (Is. 53:12).

16 - El Santuario – El lugar santísimo

16.1 - Las dimensiones

Es cúbica: 10 x 10 x 10 codos (5 x 5 x 5 m) como la santa ciudad de Apocalipsis 21:16. En este lugar sagrado de la presencia divina, no hay ningún elemento característico que supere a otro. El cubo habla de la perfección divina.

Las 3 paredes de los lados y la parte del fondo son de tablas chapeadas en oro. Los querubines envuelven el perímetro y el «techo» del lugar sagrado para salvaguardar el acceso, excepto para el suelo, ya que la casa de Dios está en la tierra, en contraste con la ciudad celestial (Apoc. 21:21).

En el interior, en la oscuridad: un solo objeto, el arca y el propiciatorio.

16.2 - Era el lugar de la presencia de Dios:

Pero era un lugar totalmente oscuro, donde el arca descansaba. Cerrado por la cortina, envuelto por querubines en sus cuatro lados y en el «techo», era el lugar donde Dios aparecía en la nube (Lev. 16:2). Incluso Moisés y Aarón no permanecían allí. Fuera del Lugar Santísimo, el arca debía ser cubierta, de manera que ningún israelita ha visto el arca, excepto los hijos de Aarón, que la cubrían durante las salidas (Núm. 4 y 5). Salomón, después de poner el arca en el templo expresó esta solemne realidad de este período de la Ley, que Dios «moraría en las tinieblas espesas» (1 Reyes 8:12; 2 Cr. 6:1).

En la economía mosaica, todavía no estaban introducidos en la plena luz que actualmente es nuestro feliz compartir. Pablo escribió a Timoteo que Dios «habita en una luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver» (1 Tim. 6:16). En efecto, la luz de la presencia divina permanece inaccesible al ojo de la carne. No hay más que el ojo de la fe que puede fijar su mirada en el Señor, y ver su gloria a cara descubierta (Hebr. 12:2; 2 Cor. 3:18).

16.3 - La excepción de Moisés y Aarón (véase el propiciatorio)

Eran las dos únicas personas que tenían acceso al Lugar Santísimo, de vez en cuando:

• Aarón como sumo sacerdote, una vez al año (Lev. 16).

• Moisés como apóstol, como un privilegio. Dios se reunía allí con él y hablaba con él desde encima del propiciatorio (25:22; 34:34; Núm. 7:89)

El Señor Jesús tiene estos dos caracteres: apóstol y sumo sacerdote de nuestra confesión: Hebreos 3:1.

17 - El arca y el propiciatorio

Éxodo 25:10-15; 37:1-9; 40:20-21Números 4:5-6

El camino del hombre va desde el exterior del atrio hasta el interior del santuario; pero cuando Dios se dirige al hombre, comienza por presentarle a su Hijo. El primer elemento del que Dios habla a Moisés es el arca; el Hijo es su lenguaje. Describir el arca primero era como decir: «Todavía tengo un hijo, os lo enviaré» – anticipando estas palabras del NT «al final de estos días nos ha hablado por el Hijo» (Hebr. 1:2). «Tenía uno aún, su amado Hijo amado, a este les envió» (Marcos 12:6).

17.1 - Las dimensiones:

Largo: 2,5 codos – ancho: 1,5 codos – alto: 1,5 codo (es decir, 1,25m x 0,75m x 0,75m). Se observa que su altura es la misma que la de la mesa y la rejilla del altar de bronce. Nuestra aceptación en Cristo y ante Dios está «al nivel espiritual» de la obra de la cruz y de nuestra posición en Él.

17.2 - La composición

Madera de acacia (acacia conocida por su resistencia y carácter imputrescible)

El arca estaba revestida de oro puro como el candelabro, la mesa y el altar de oro, lo que no se dice de las tablas, chapeadas «solo» con oro (26:29). Fue chapeada por dentro y por fuera, mientras que el altar de oro fue chapeado con oro puro solo por fuera.

Tenía una cornisa (coronación) de oro, como la mesa y el altar de oro (imagen de Cristo glorificado).

17.3 - Significado espiritual del arca

La madera de acacia es la imagen de la encarnación de Cristo y su vida como hombre en la tierra «santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores» (Hebr. 7:26).

El oro puro es un símbolo de la gloria intrínseca de Dios en su justicia, su santidad, su verdad, su sabiduría, su poder y su amor (Apoc. 21:11, 18). Todos los elementos que hablan del Señor Jesús son de oro puro, mientras que los que hablan de los redimidos es simplemente de oro (las tablas, los travesaños, los pilares de la cortina). Estamos vestidos con Cristo.

El conjunto de madera de acacia y de oro puro expresa lo que el Señor Jesús fue para Dios, en la tierra durante su vida, perfectamente hombre mientras era perfectamente Dios. Es un misterio insondable, que el creyente debe guardarse de querer sondear, porque «Nadie conoce al Hijo, sino el Padre» (Mat. 11:27). Los hombres de Beth-semes quisieron mirar dentro del arca y murieron (1 Sam. 6:19). Solo Cristo reveló la gloria de Dios (Juan 1:14, 18). Solo él es el resplandor de la gloria de Dios y la huella de su sustancia (Hebr. 1:3).

17.4 - Su contenido

  • La jarra de oro que contiene el maná
  • La vara de Aarón
  • Las segundas tablas de la Ley

17.5 - El significado del contenido

17.5.1 - La jarra de oro

Guardaba el maná como recuerdo; no se corrompía en contraposición a lo que los israelitas recogían cada mañana y que se pudría después de un día (Éx. 16:20). El disfrute y el estado práctico del creyente no están a la altura de los pensamientos divinos.

Este maná preservado testimoniaba de los recursos permanentes de la gracia y de la fidelidad de Dios durante la travesía del desierto, a pesar de los murmullos de este pueblo «de dura cerviz».

Era una figura de Cristo venido del cielo, el verdadero pan de vida (Juan 6).

17.5.2 - La vara de Aarón

Se trata de la vara del sacerdocio, que había brotado y producido almendras durante la noche (Núm. 17). Era solo Dios quien había establecido este sacerdocio. En efecto, es durante esta noche única en los anales de la eternidad, donde Cristo conoció las tres horas tenebrosas de la cruz, que el «soberano sacerdocio» le fue concedido. Es entonces «hecho sumo sacerdote para siempre» (Hebr. 6:20; 7:21).

17.5.3 Las segundas tablas de la Ley

Se describen en Éxodo 34:1 y en Deuteronomio 10:1-5 y tienen las mismas palabras que las primeras que Moisés rompió al pie del monte Sinaí.

17.6 - El revestimiento interior y exterior

«La cubrirás de oro puro por dentro y por fuera». El altar de bronce y el altar de oro estaban chapeados solo en el exterior. Esta especificidad del arca expresa que la excelencia del Señor Jesús estaba en la esencia misma de su persona, así como en sus manifestaciones externas. «Has probado mi corazón, me has visitado de noche; me has puesto a prueba, y nada inicuo hallaste; he resuelto que mi boca no haga transgresión» (Sal. 17:3). Esto es lo que Cristo fue para Dios: su Hijo amado, en quien encontró placer.

17.7 - Su transporte

El arca acompañó al pueblo de Dios en todas sus etapas a través del desierto. Su lugar de elección era en medio de la caravana (Núm. 10:21), entre las primeras seis tribus y las seis últimas. Pero vemos en el versículo 33 que, desde la primera salida, ella fue a ponerse ante el pueblo el camino de tres días, para abrirles el camino y buscarles un lugar de descanso. Todavía precedía al pueblo de 2000 codos para el cruce del río Jordán (Jos. 3:14). Antes del cruce del mar Rojo, el arca no existía, pero el Ángel de Jehová y la nube se pusieron detrás del pueblo (Éx. 14:19).

Las barras eran colocadas en sus anillas y no debían ser retiradas (v. 15), porque al instante decidido por Dios, la columna de nube podía levantarse, y el campamento tenía que partir. En ese momento, la primera intervención de los coatitas consistía en cubrir el arca con el velo tricolor con los querubines, luego de piel de tejón, y finalmente con un lienzo azul (Núm. 4:5-6); este lienzo azul traduce esta expresión de la Escritura: «Dios estaba en Cristo» (2 Cor. 5:19). Así fue llevada desde el Sinaí hasta el templo de Salomón donde las barras fueron retiradas. Probablemente permaneció en el templo hasta la caída final del pueblo y su deportación a Babilonia. El arca era, por lo tanto, la expresión de la presencia de Jehová en medio de su pueblo. (La última mención del arca se encuentra en 2 Cr. 35:3, lo que explica su ausencia en la casa de Dios en Esdras 6).

Como todos los otros objetos del tabernáculo, debía ser llevada por los coatitas en hombro; y esta obligación no carece de importancia. Cuando David, aunque tan apegado a Jehová, a pesar de sus faltas, quiso llevar el arca de Quiriat-jearim a su casa, la hizo transportar en una carreta nueva; pero este transporte estuvo enlutado por la brecha de Uza, que había puesto su mano sobre el arca porque los bueyes habían tropezado (2 Sam. 6). Esto nos muestra que Dios no permite un gesto que pueda manifestar la pretensión del hombre de ayudarle apoyando con sus manos un sistema vacilante (Henri Rossier).

17.8 - El significado espiritual de «llevar el arca»

Moralmente, es nuestro precioso privilegio llevar en nuestros corazones al propio Cristo, y guardar todo lo que es de él, para nuestro propio gozo y también como testimonio ante el mundo. Si llevamos sobre nosotros el sello celestial (el lienzo azul) de nuestra vida oculta en Cristo (Col. 3:3), daremos testimonio de un Cristo glorificado (la coronación de oro) sentado en el cielo.

17.9 - Sus diferentes denominaciones

(vea André Gibert en ME 1.972 p. 227)

  • Arca del testimonio en el desierto hasta Josué 4:16.
  • Arca de la alianza = base de la relación con su pueblo, especialmente en la tierra (desde Josué 4:18).
  • Arca de Jehová = el poder de Jehová en el Jordán y en Jericó.

17.10 - El propiciatorio – Éxodo 25:17-22; 37:6-9

17.10.1 - La descripción

Era una especie de tapa, colocada en la parte superior del arca y con las mismas dimensiones que ella: 2,5 codos de largo x 1,5 codo de ancho. La ausencia de desbordamiento muestra el hecho de que no hay propiciación fuera de Cristo.

Era oro puro y macizo, oro batido como el candelabro.

En este propiciatorio había dos querubines sacados de él, siendo un solo cuerpo con él. Estaban en una actitud notable; no tenían una espada (a diferencia de los querubines que prohibían el camino al jardín del Edén). Sus rostros estaban vueltos hacia el propiciatorio y contemplaban la sangre puesta sobre el propiciatorio en el gran día de la expiación (Lev. 16:12-14). La sangre no era para ellos sino para el pueblo. Aunque la obra de la cruz no sea para las criaturas celestiales, la Palabra nos dice que los ángeles desean mirarlas de cerca (1 Pe. 1:12).

17.10.2 - El significado

El arca y el propiciatorio forman un todo: el trono de Dios se ha convertido para los redimidos en un trono de gracia al cual podemos acercarnos con confianza en virtud de la sangre, y para recibir ayuda en el momento adecuado (Hebr. 4:16).

Era el único lugar de encuentro entre Jehová y su pueblo a través de Moisés y de Aarón, dos figuras del doble carácter del servicio de Cristo para nosotros – el apóstol y el sumo sacerdote de nuestra confesión (Hebr. 3:1).

Moisés, como apóstol o enviado de Dios, recibía las comunicaciones directamente de la boca de Dios (Éx. 25:22; 34:34; Núm. 7:89), desde encima del propiciatorio, entre los querubines. Dios hablaba con Moisés como un hombre habla con su amigo que transmitía la voluntad de Dios al pueblo.

Aarón ejercía su servicio de sacerdote y de intercesor.

El sumo sacerdote entraba una vez al año en el Lugar Santísimo en el gran día de la expiación (Lev. 16:34), para que sean mantenidas las relaciones entre el pueblo pecador y Jehová, el Dios Santo. Entraba con su incensario lleno de carbones encendidos tomados del altar de bronce, que esparcía una nube de incienso, y además con la sangre del sacrificio por el pecado para rociarla sobre y delante del propiciatorio. Cuando entraba, lo que se menciona primero es el incienso y luego la sangre. El incienso nos habla de la excelencia de la persona del Señor que da eficacia a su obra cumplida representada por la sangre. El perfume precede a la sangre.

Solo Aarón (o sus descendientes) podía entrar en el lugar santísimo una vez al año (Lev. 16:34). El pueblo esperaba afuera sin saber si sería aceptado o no. Luego salía, y entonces qué tema de gratitud para el pueblo que entendía que la ofrenda había sido aceptada por Dios; lo que aseguraba que la relación de Jehová con su pueblo continuara por un año.

En el Antiguo Testamento el pecado solo era cubierto por un tiempo. Pero el Señor ha expiado y quitado nuestros pecados de una vez por todas (Juan 1:29; Hebr. 8:12 = 10:17). Luego entró en los lugares santos, habiendo obtenido la redención eterna y se ha sentado a la diestra de Dios para siempre (Hebr. 10:12); el cumplimiento de su obra ha respondido perfectamente a los derechos divinos y nos asegura una relación permanente. El amor y la gracia nos han sido plena y definitivamente adquiridos. Su posición sentada a la diestra de Dios es garante de la redención obtenida de la cual somos los objetos.

Es sobre este propiciatorio rociado con sangre que tenemos el encuentro en plena satisfacción recíproca de la justicia y de la gracia (Sal. 85:10). Cantamos que nuestro Señor es nuestro santo propiciatorio; en efecto, es en este lugar donde Dios nos es propicio, en virtud de la eficacia de la sangre de su propio Hijo, que fue derramada por manos inicuas y que es el precio pagado por nuestro divino Salvador para darnos acceso por medio de él a Dios.

18 - Una obra terminada Éxodo 39 a 40

(Vea «Los fundamentos y las terminaciones» – Anexo 4)

Un año después de la salida de Egipto (en ~1490 a.C.), el Tabernáculo fue terminado. Moisés «terminó la obra». Al principio de estas meditaciones, ya hemos notado la rapidez con la que todos sus elementos se completaron en unos 7 meses. En los primeros 3 meses de este primer año caminaron, guiados por la gracia de Dios, desde Egipto hasta el Sinaí. Entonces Moisés, llamado por Dios, subió al monte santo. Nadie debía acercarse a esa montaña, y mucho menos escalarla. Los ancianos tenían que inclinarse ante este monte humeante desde lejos, y el pueblo temblaba (Éx. 19; 24:9). Después de seis días con Josué (24:16), Moisés permaneció solo en el monte delante de Jehová durante 40 días, durante los cuales recibió todas las instrucciones relativas a la realización de este santuario. Por lo tanto estos 3 meses y 46 días deben ser restados de este primer año, sin contar el tiempo de la purificación del pueblo después del becerro de oro.

Mientras Moisés estaba en el monte, Aarón entregó a este pueblo al desorden y lo condujo a la idolatría de un becerro de oro que no era de oro batido, sino el resultado del cincel del hombre. Estamos sorprendidos de escuchar la súplica de Moisés intercediendo para que Jehová no destruyera a este pueblo que lo había merecido. Será necesario purificarlo, pero a costa de la vida de 3.000 hombres (32:28).

Moisés se separará del pueblo y pondrá su propia tienda fuera del campamento, lejos del campamento (33:7); y sin embargo ¡era el pueblo de Dios! Este paso de Moisés nos muestra que puede haber la necesidad de separarse del mal, debido a lo que se puede encontrar incluso dentro del pueblo de Dios.

Después de esta purificación del pueblo y del restablecimiento de las relaciones entre Dios y su pueblo, Moisés dirigirá la primera construcción de la Casa de Dios (y no la construcción de la primera casa de Dios, pues nunca ha habido simultáneamente varias casas de Dios en la tierra; porque no ha habido una segunda o tercera Casa de Dios, siempre ha sido la misma, pero en diferentes épocas).

18.1 - Una condición – la obediencia

Ciertamente Dios ha provisto los medios, los recursos; ha dotado a los siervos de inteligencia y sabiduría para llevar a cabo esta notable obra pero, sobre todo, les concedió la gracia de llevarla a cabo en obediencia implícita. La obediencia es una coacción para la carne, pero Dios les concedió el favor de la sumisión absoluta, incluso cuando no entendían el significado de lo que estaban haciendo.

Es notable encontrar 18 veces la expresión: «como había mandado Jehová» a Moisés en los capítulos 39 y 40. El número 6 es el número del hombre y el 18 es un múltiple. Sin querer hundirnos en la imaginación, parece que este «3 veces 6» evoca las tres partes constitutivas del hombre: el espíritu, el alma y el cuerpo. Así todo nuestro ser se compromete a obedecer a Dios. Este pensamiento parece encontrar la confirmación en la exhortación de Pablo: «Que todo vuestro ser: espíritu, alma y cuerpo, sea conservado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tes. 5:23). De esta obediencia completa viene la bendición (39:43b). La obediencia condiciona la presencia de Dios en su morada en medio de su pueblo; y lo mismo ocurre con la Iglesia, que es su morada por el Espíritu.

¡Qué reverencia y qué dignidad acompañan a todas estas instituciones divinas dadas 15 siglos antes de la obra de Cristo! Esto nos anima a disfrutar cada vez más de la mina inagotable de la Palabra de Dios. Israel hizo todas estas cosas en una obediencia implícita, sin entender que la bondad de Dios le daba estas ordenanzas en vista de que su realización se encontrará en Cristo y por medio de su obra. Escribiendo a los corintios, el apóstol Pablo, refiriéndose a las disposiciones de Dios hacia Israel en el desierto, enfatiza que son tipos de lo que nos concierne (1 Cor. 10).

En el mismo capítulo, encontramos 17 veces la mención del Tabernáculo, que representa como un tipo la totalidad de los pensamientos de Dios sobre la perfección de la persona de Cristo y la perfección de su obra. Tres veces encontramos la expresión «el tabernáculo de reunión» (40:2, 6, 29, y una vez más en el capítulo 39).

El Tabernáculo expresa el pensamiento de la morada de Dios en medio de su pueblo. El Tabernáculo indica el carácter provisional de esta morada.

La asignación evoca un lugar designado para la reunión.

18.2 - «Acabó Moisés la obra» (33b).

Lo que Dios se propone hacer, lo termina. Será lo mismo en lo que concierne su Iglesia. Se la presentará gloriosa, sin mancha, sin arruga, ni nada parecido (Efe. 5).

18.3 - «Y la nube cubrió la tienda de reunión, y la gloria de Jehová llenó la habitación»

El santuario de Dios fue construido de acuerdo con sus ordenanzas, y el sello de aprobación de Dios fue colocado en él por su nube. La gloria de Dios, que está en la nube, cubre y llena la casa de manera que Moisés no podía entrar en la tienda de reunión. Esto sucederá de nuevo cuando Salomón terminará la construcción del templo, los sacerdotes tendrán que salir (1 Reyes 8:11; 2 Cr. 7:1). El régimen legal no permitía al hombre entrar en la esfera de la gloria divina y obligaba al sacerdote a salir.

Pero para nosotros los cristianos, contemplamos por la fe, en la persona de Cristo (Juan 1:14; Hebr. 1:3), la gloria divina comprometida en la Iglesia. Ahora el camino de los lugares santos nos ha sido abierto por y en Cristo y la invitación se dirige a nosotros: Acerquémonos. (Hebr. 10:19-22).

18.4 - Todas estas figuras se hicieron realidades en y a través de la obra de Cristo

Todas las instituciones que nos han ocupado hasta ahora en la primera realización de la morada de Dios con los hombres eran solo sombras y figuras. Encontraron su gloriosa realidad en Cristo y en virtud de su obra. Ahora estamos invitados por la gracia a entrar, en plena libertad, no en el Lugar Santo, sino en «los lugares santos» (Hebr. 10:19; nota 9:8: el velo siendo rasgado, los dos son uno). Todas estas figuras se han convertido en realidades en y a través de la obra de Cristo.

A la muerte del Señor, tres ámbitos fueron tocados:

El velo rasgado. La primera de las tres cosas que se nos informa después del grito de victoria de nuestro Señor: es que el velo ha sido rasgado por Dios mismo desde arriba hasta abajo –es decir, del cielo hasta la tierra (y no al revés), abriendo el camino de acceso a Dios.

Entonces las rocas se rompieron. Los elementos más duros de la tierra se agrietaron; se muestran más sensibles que el corazón del hombre que no siempre está quebrantado por la demostración de amor divino. ¿Pero, no es la Palabra de Dios un martillo que rompe la roca? (Jer. 23:29).

La muerte. «Los sepulcros se abrieron». Se demostró que la muerte fue derrotada por la resurrección de los santos que, más tarde, después de la resurrección del Señor, aparecieron a muchos –después porque el Señor tiene la preeminencia y se presenta primero a sus discípulos como el resucitado.

El camino a los lugares santos está abierto para nosotros y estamos invitados a cruzar el umbral, sin «saltarlo» como dice el profeta (Sof. 1:9). Ya somos introducidos en la presencia del Señor, como un preludio en la tierra de lo que será nuestra condición eterna, cuando seremos como él y lo veremos como él es, para rendirle nuestro homenaje eterno. Que los acentos del himno eterno germinen y nazcan en nuestros corazones como anticipación de lo que será nuestra actividad eterna en el reposo de su presencia. Que, de ahora en adelante, presentados ante Dios en él y por él, nuestros corazones llenos de seguridad y desbordantes de gratitud, puedan expresarle, en nuestra medida, la adoración que tan justamente le corresponde, esperando hacerlo de manera perfecta en una escena celestial y gloriosa.

19 - Anexo 1 – Los cuatro dobles aspectos de la obra de la cruz

Es sorprendente notar que la obra de redención puede ser considerada bajo 4 aspectos dobles evocados por estas basas dobles de plata que soportan cada tabla del santuario. (4 lados del altar – 4 evangelios – 4 sacrificios):

1a - La perfección de la víctima 1b - la perfecta eficacia de la obra
2a - La cuestión «del» pecado 2b - La cuestión «de los» pecados
3a - La propiciación 3b - El perdón (o expiación)
4a - La reconciliación de las personas 4b - La reconciliación de la creación

19.1 - La perfección de la víctima, y la perfecta eficacia de la obra

19.1.1 - 1a – La perfección de la víctima, Cristo, el Cordero sin mancha y sin contaminación

¿Qué hacía que todos los sacrificios fueran imperfectos, aunque son elocuentes como institución para mostrar lo que el pecado requiere, y los pecados cometidos por el hombre en la tierra? ¿Qué hacía que estos sacrificios fueran ineficaces para satisfacer la justicia divina? Era que se hacían con víctimas que, aunque elegidas sin defecto corporal y sacrificadas en el altar, pertenecían a esta creación maldita a causa del hombre, a una escena afectada por las consecuencias del pecado.

Esta era la fuente de su ineficacia ante Dios para borrar el pecado: porque «en ellos se hace un recuerdo de pecados cada año», es decir, poniendo en la memoria la presencia del pecado (Hebr. 10:3). Sin embargo, demostraban que la relación con un Dios santo requería un sacrificio, que los israelitas no podían percibir como nosotros podemos ahora.

En cuanto a nosotros, los creyentes, no hemos sido redimidos (salvados) «con cosas corruptibles, plata u oro… sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin defecto y sin mancha» (1 Pe. 1:19-20), sin la mancha del pecado, que ha contaminado toda la creación (Gén. 3:14, 17). Tenemos una base segura en la obra perfecta de Cristo, una víctima sin mancha o defecto. Es en virtud de la perfección de Señor Jesús, de la ausencia total de la mancha del pecado en él, que hemos sido redimidos «con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados» (Hebr. 10:14).

La Escritura muy a menudo subraya la excelencia, la perfección de esta víctima, del hombre Cristo Jesús, «porque en él habita toda la plenitud de la deidad corporalmente» (Col. 1:19; 2:9). Cuando Dios moraba con el hombre en el Tabernáculo del desierto o en el templo de Salomón, era una gracia, una condescendencia divina; pero cuando Dios mora en su Hijo amado, es un placer (se complace) por la perfección de su persona. La gloria de Dios entró en el Tabernáculo y luego en el templo de Salomón; de la misma manera, la gloria de Dios está implicada en la vida de su Iglesia: ¡es una gracia! Pero en cuanto al Señor, su cuerpo, todo su ser era la gloria de Dios, el resplandor de su gloria, la impronta de su sustancia (Hebr. 1:3).

19.1.2 - 1b – La perfección de la obra

La perfección de la obra de la cruz es la fuente del cumplimiento de todo el propósito de Dios. A pesar de la elocuencia simbólica de las instituciones levíticas que subrayan el lugar que ocupan Cristo y su obra en el propósito de Dios, estos repetidos sacrificios «nunca pueden perfeccionar a los que se acercan con los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año» (Hebr. 9:9; 10:1-4). En contraste, la misma epístola, a menudo llamada La «epístola de los cielos abiertos», nos dice que Cristo, «con una sola ofrenda, hizo perfectos para siempre a los santificados» (10:14). «Habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados, se sentó a perpetuidad a la diestra de Dios» (10:12; 9:12). La fe se apropia de tales certezas, sabiendo que Dios ha puesto el sello de su plena satisfacción en la obra realizada por su Hijo, resucitándolo de entre los muertos y haciéndolo sentar a su derecha. Lo que es perfecto no se repite y no requiere de adiciones. La unicidad y la perfección de la obra de la cruz están atestiguadas en las Escrituras.

El Hijo de Dios, después de los sufrimientos expiatorios experimentados durante las tres horas de abandono de Dios, selló su obra diciendo: «Cumplido está». No había dicho ya a su Padre al final de su camino como hombre perfecto en la tierra: «Yo te glorifiqué en la tierra», lo que todavía enfatiza la perfección de la víctima. Todo está adquirido, pero todos los resultados de su eterna y gloriosa obra aún no se han realizado (la glorificación de los creyentes, el establecimiento de su reino, los nuevos cielos y la nueva tierra). Lo serán cuando las palabras de Jesús: «Hecho está; yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin» (Apoc. 21:6), resonarán en una escena de gloria inmutable.

El salmista, guiado por el Espíritu, ya ha dicho: «Esplendor y majestad es su obra» (Sal. 111:3, LBLA). Isaías, evocando proféticamente la obra de Cristo, escribió (Is. 53:12): «Yo le daré porción con los grandes, y con los poderosos repartirá los despojos;

  • por cuanto derramó su alma hasta la muerte (holocausto – Evangelio según Juan – el Hijo de Dios),
  • y con los transgresores fue contado (sacrificio de la prosperidad – Evangelio según Marcos – el siervo perfecto),
  • y él mismo llevó el pecado de muchos (ofrenda por el pecado – Evangelio según Mateo – el Rey/Mesías),
  • y por los transgresores intercedió» (ofrenda vegetal – Evangelio según Lucas – el Hijo del Hombre).

Aquí tenemos lo que el velo sostenido por los cuatro pilares desplegaba ante el sacerdote, consumiendo el incienso en el altar de oro.

El salmista añade: «Ha establecido un memorial de sus maravillas» (Sal. 111:4). Esto es lo que el Autor de nuestra salvación instituyó la noche en que fue entregado (Lucas 22:19-21); un memorial en el que los beneficiarios de su obra perfecta tienen decidido en el corazón participar, en su mesa, cada primer día de la semana.

El autor divino de esta obra perfecta y gloriosa constituirá el tema de la alabanza eterna de los santos glorificados. Que sea ya hoy en los corazones de los que le pertenecen.

19.2 - La cuestión del «pecado» y de «los pecados»

19.2.1 - 2a – La cuestión del pecado

Es necesario distinguir entre la cuestión del pecado y la de los pecados, así como se distingue entre el árbol y los frutos del árbol. El pecado es este poder maligno, esta energía que tiene su fuente en el corazón del enemigo y que ha sido insuflado en el corazón del hombre: «…por un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por el pecado la muerte… así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron… por medio de una sola transgresión, vino la condenación a todos los hombres» (Rom. 5:12, 18). Este poder maléfico ha contaminado a toda la humanidad, de hecho, a toda la creación, que, sin incluso haber pecado fue maldecida a causa del hombre: «Maldita sea la tierra por tu causa» (Gén. 3:17; Rom. 8:20-22).

Entre los 7 testimonios dados por Juan el Bautista, cuando presenta al Señor a su pueblo, está este: «¡Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!». Este es el cuarto testimonio, el testimonio central del Señor, dado a propósito del Señor, de su venida y a los efectos de su obra.

La Epístola a los Hebreos, que todavía nos habla en contraste con el antiguo pacto, la institución dada para Israel, y el nuevo pacto y los recursos de gracia, se complace en subrayar el hecho de que el Señor ha venido para resolver definitivamente el asunto del bien y del mal.

No podemos medir lo que fue para el Señor esta perspectiva de ser hecho pecado, cuando estaba perfectamente libre de él. «Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros llegásemos a ser justicia de Dios en él» (2 Cor. 5:21). No cometió pecado, pero Dios se debía a sí mismo, para que su plan de gracia encontrara su cumplimiento, golpear a su Hijo como el pecado debía serlo (JND). Su santidad y su justicia podían ser satisfechas solo por una víctima, su Hijo amado; y lo fueron en un solo momento, que para el Señor fue de una duración que no podemos medir, las tres horas de tinieblas del abandono de Dios. En ese momento, el gran luminar, el sol que había sido creado para iluminar las obras de sus manos, sobre las que había dicho que todo estaba muy bien, fue velado. No le fue «permitido» iluminar a su Creador hecho pecado. Dios le debía a su justicia y a su santidad apartar la vista y hacer oídos sordos a su grito: «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Mat. 27:46).

Estas expresiones de la Palabra nos impresionan:

  • Salmo 76:7: «Tú eres terrible, y ¿quién podrá estar en pie delante de ti una vez que se encienda tu ira?»
  • Nahúm 1:6: «Delante de su indignación ¿quién podrá estar en pie? ¿o quién aguantará el ardor de su ira? Se derrama como fuego su encono...».
  • Lamentaciones 3:8-18, 44: «Te has cubierto de una nube, para que no penetre… la oración».

Nunca podremos entender lo que estas tres horas tenebrosas fueron para el Señor, y por eso no se nos describen. El enemigo habiéndose retirado por un tiempo, el odio brutal de los hombres habiendo terminado, el Señor, la víctima santa y perfecta, pero «hecho pecado», se encuentra por encima de una tierra que lo rechazó, bajo un cielo que está cerrado para él, abandonado por Dios, para pagar la deuda que habíamos contraído.

«… Pero ahora… él ha sido manifestado para la anulación del pecado mediante su sacrificio» (Hebr. 9:26). Para eso vino. El Señor nunca se desvió. Puso su rostro firmemente hacia Jerusalén (Mat. 23:37; Lucas 13:34). ¡Nada podía hacer que se apartara de ese camino de perfecta obediencia que lo llevó a la muerte ignominiosa de la cruz!

Sabemos muy bien que, si la cuestión del pecado ha sido resuelta para la satisfacción de la justicia y de la santidad de Dios, el pecado aún no ha sido quitado del mundo, ya que aún estará allí, después del arrebatamiento de los santos para estar con el Señor. Todo está adquirido incluso si todo no está todavía manifestado; pero no hay nada que añadir a su obra. Pensamos en toda la irrupción del mal durante el período apocalíptico, pero llegará el momento en que el pecado será quitado del mundo, en el día del gran trono blanco, del juicio final. Tan pronto como el pecado será quitado del mundo, automáticamente la muerte no será más, ya que la paga del pecado es la muerte (Rom. 6:23).

La obra siendo cumplida de una vez por todas, el Señor entró ante Dios en los lugares santos, habiendo obtenido una redención eterna (Hebr. 9:12) –Nótese que este pasaje dice que «ha venido… mediante su propia sangre, ha entrado una sola vez para siempre en el lugar santísimo...». No dice que entró con su propia sangre, porque la sangre sostiene la vida en la tierra, no en el cielo– (Lucas 24:39 no menciona la sangre). Este es el cumplimiento en Cristo de lo que fue instituido en el gran día de las expiaciones (Lev. 16:12-14), donde vemos al Sumo Sacerdote entrar en el Lugar Santísimo una vez al año detrás del velo con el perfume y la sangre con los cuales va hacer aspersión. El perfume viene antes que la sangre. Nos habla precisamente de la excelencia de la persona, mientras que la sangre nos habla de la eficacia de su obra. En primer lugar, la excelencia de la víctima es necesaria para que la obra sea aceptada; por eso el Sumo Sacerdote tenía que humear primero el perfume que salía de su incensario lleno de carbones encendidos y luego rociar la sangre.

La persona del Señor, por su perfección, “fue olfateada” como un perfume de olor grato por el mismo Dios. Con respecto a su Hijo, se dice: «Tu nombre es como ungüento derramado» (Cant. 1:3). En virtud de su propia sangre, del valor de su obra, el creyente sabe que Cristo «ha sido manifestado para la anulación del pecado mediante su sacrificio» (Hebr. 9:26).

19.2.2 - 2b – La cuestión de los pecados

A este pensamiento fundamental del pecado se añade el de los pecados. Los pecados son perdonados para los que los confiesan, reconociendo que son el fruto de una naturaleza corrupta. No dice la Palabra que el Señor ha llevado los pecados de todos los hombres, pero «llevó, en su cuerpo, nuestros pecados sobre el madero» (1 Pe. 2:24). Llevó «los pecados de muchos» (Hebr. 9:28). «Nuestros» pecados, es decir, solo los pecados de los «muchos» que se reconocen como pecadores –pero no de todos. Solo estos están puestos al beneficio de esta gloriosa y magnífica obra; no solo debemos reconocer que hemos cometido faltas, pecados, pero que somos pecadores, que nuestra naturaleza solo puede producir pecado, malos frutos.

Pedro reconoció esto ante el Señor: «¡Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador!» (Lucas 5:8). De la misma manera, entrando en el templo y enfrentado al trono de Dios, Isaías dijo: «¡Ay de mí! pues soy perdido, porque soy hombre de labios inmundos, y en medio de un pueblo de labios inmundos habito» (6:5).

Entonces solo para estos, es necesario el arrepentimiento. Pedro, hablando a los de Israel, dijo: «Arrepentíos… para perdón de vuestros pecados (para que vuestros pecados sean perdonados)». 2:38) «Arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados» (Hec. 3:19).

¡Estamos tan expuestos a este pensamiento tan común de salvación universal! Que la salvación sea para beneficio de toda la humanidad, es verdad; pero que la obra de Cristo fue hecha para solucionar la culpa de toda la humanidad, no es cierto. La salvación permanece personal. Nótese que el llamado a la salvación en Juan 3:16 enfatiza la responsabilidad personal: «Porque Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único para que todo el que cree en él, no perezca, sino tenga vida eterna». «Quienquiera» es todo aquel que cree en el Hijo y obtiene la vida eterna. Lo mismo ocurre con el llamado de Dios a la fidelidad de los suyos; es siempre en la dirección personal: «Apártese de la iniquidad todo aquel que nombra el nombre del Señor» (2 Tim. 2:19).

«Llevó, en su cuerpo, nuestros pecados sobre el madero» (1 Pe. 2:24); Pedro solo puede decir esto de los que han pasado por este arrepentimiento, trayendo sobre sí mismos un juicio que glorifica a Dios. El arrepentimiento glorifica y justifica a Dios en el sentido de que nos damos cuenta de que, a causa de nuestra culpabilidad, el Dios justo y santo debió golpear a su amado Hijo.

Esta expresión se usa a menudo: «El Señor murió en nuestro lugar», la cual no se encuentra en la Escritura. El pensamiento de la sustitución es evidente; se establece con claridad divina, especialmente en los sacrificios. Pero lo que encontramos en el Nuevo Testamento es la expresión: «Cristo murió por nosotros» (Rom. 5:8). Tan justo y verdadero como sea que él murió en nuestro lugar en el sentido de la sustitución, parece que la expresión bíblica: «Cristo murió por nosotros» es más significativa. La expresión “en nuestro lugar” podría dar a entender que, tanto si lo hace Él como si lo hago yo, el resultado es el mismo. Si alguien realiza una tarea en mi lugar, la tarea es hecha; no importa quién la haya hecho al final. Pero ningún hombre podía lograr la purificación y cargar con los pecados de otro: es Cristo quien murió por nosotros, en nuestro favor, y nadie más podía hacerlo. «Ninguno podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su rescate; (porque la redención de su alma es costosa, y no se logrará jamás)» (Sal. 49:7-8).

19.3 - La propiciación, el perdón, la expiación

19.3.1 - La propiciación

La palabra «propiciación» refleja el pensamiento de la magnitud de la esfera que se puede poner al beneficio de la obra de la cruz: toda la humanidad.

Nadie está excluido del beneficio y de los resultados benditos de la obra de Cristo: «… el cual es la propiciación por nuestros pecados; y no solo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» (1 Juan 2:2). Una vez más, no dice: “por los pecados del mundo entero”, sino «Él es la propiciación… por los de todo el mundo». Toda la humanidad, a través del arrepentimiento, puede beneficiarse de esta obra gloriosa y magnífica. Es la propiciación. La Epístola a los Corintios también nos dice: «… Uno (Cristo) murió por todos… entonces todos murieron...» (2 Cor. 5:15). No todos se salvan, sino solo los que creen.

Estemos en guardia, especialmente la juventud, contra el peligro que representa este pensamiento erróneo, aunque a menudo predicado, de la salvación universal.

19.3.2 - El perdón – la expiación

La palabra «expiación» no se encuentra en el Nuevo Testamento (pensamiento traducido en el Antiguo Testamento por medio de los sacrificios), pero el perdón está claramente establecido. El perdón es la única parte de aquellos que se reconocen como pecadores por naturaleza. ¿Cómo alguien que no se reconoce a sí mismo como un pecador podría ser salvado?

Pedro, de una manera particular, pero también Esteban, el primer mártir (Hec. 7), o Pablo (Hec. 17:30) han llamado abundantemente al arrepentimiento para que los pecados sean perdonados. Dios, que en su gracia desea la salvación de sus criaturas, «ahora ordena a los hombres, que todos, en todas partes, se arrepientan» (Hec. 17:30).

La palabra «expiación» expresa el pensamiento de una satisfacción dada, a cambio de un castigo, para una justicia que exige. Siempre existe la idea del castigo vinculado a la expiación. El Señor ha hecho esta obra de la expiación, de la eliminación de los pecados de los que lo reciben a través del arrepentimiento que produce el nuevo nacimiento, la creación del nuevo hombre. La Palabra describe esta obra de la cruz de Cristo como «gloriosa y magnífica» (Sal. 111) y nos dejó un memorial de ello.

19.4 - La reconciliación de las personas y de las cosas (la creación)

«… Porque agradó a Dios que toda la plenitud habitara en él (en Cristo) y mediante él reconciliar:

1 – todas las cosas consigo (la plenitud de la Deidad), haciendo la paz por medio de la sangre de su cruz; mediante él, ya sean cosas de la tierra, ya sean las de los cielos.

2 – Y a vosotros (creyentes) que en otro tiempo erais extranjeros y enemigos por vuestros entendimientos… ahora os ha reconciliado en el cuerpo de su carne mediante la muerte, para presentaros santos y sin mancha ante él...». (Col. 1:19-21).

«Dios… nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo… Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no teniéndole en cuenta sus transgresiones» (2 Cor. 5:18-19).

19.4.1 - La reconciliación actual de las personas

La palabra «reconciliación» significa el cese de un conflicto. No hubo conflicto entre Dios y su criatura; por el contrario, Dios demostró su amor por sus criaturas perdidas enviándoles un Salvador perfecto. Pero hay conflicto de naturaleza, como lo muestran las epístolas, en particular (2 Cor. 6:11-16), entre dos naturalezas opuestas que no pueden ser reconciliadas entre sí. No hay comunión entre lo que es santo y lo que es sucio. Y sin embargo, la obra de la cruz, la obra de la redención, reviste este aspecto de la reconciliación, cuán importante y preciosa para nuestros corazones.

El hombre ha pecado; se ha convertido conscientemente en enemigo (Col. 1:21) y debe ser reconciliado con Dios. La gracia se ocupó primero de los culpables, produciendo por esta obra de Cristo la reconciliación al beneficio de la cual están todos los creyentes como redimidos del Señor.

Cabe señalar que este movimiento de reconciliación viene de Dios y no del hombre. El hombre puede reconciliarse con su semejante, pero no con Dios. En 2 Corintios 5:18-20, leemos: «…Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo… Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no teniéndole en cuenta sus transgresiones; y dándonos la palabra de la reconciliación… ¡os rogamos, por Cristo, reconciliaos con Dios!»

Desde el momento en que la obra de la salvación comenzó, produciendo el arrepentimiento y el nuevo nacimiento, el creyente es reconciliado, de tal forma que el apóstol puede decir a los romanos, «No hay, pues, ahora ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús» (8:1). ¿Quién podría traer una condena, una acusación, contra «los escogidos de Dios» (Rom. 8:33), habiendo sido reconciliados con Él?

Los creyentes están ahora reconciliados con Dios; no esperan a ser hechos semejantes al Señor para ser reconciliados: están reconciliados ahora. Es precioso buscar en la Palabra los muchos «ahora» que traducen lo que el creyente es ya en Cristo.

La reconciliación es, por lo tanto, el privilegio como también la bendita certeza de cada alma que pertenece al Señor.

19.4.2 - La futura reconciliación de la creación

La naturaleza, la creación entera sufre las consecuencias del pecado del hombre. «Maldita sea la tierra por tu causa… y te producirá espinos y abrojos» (Gén. 3:17-18).

Esta es la expresión de la maldición. Sin embargo, la creación sigue siendo el testimonio silencioso que por sí solo hace al hombre inexcusable (Rom. 1:20). Es debido a esta maldición en la tierra que el Señor tuvo que llevar una corona de espinas en Su santa cabeza (traducción del hecho de que el pecado había entrado en el mundo a través de Adán y Eva).

El Señor también llevó esta maldición, no para «perdonar» a la creación que fue contaminada por el pecado del hombre, sino para reconciliarla. La creación, no habiendo pecado, no es culpable y por lo tanto no necesita ser justificada; solo ha sido contaminada y por lo tanto necesita ser purificada. Mientras que el hombre no solo está contaminado, sino que es culpable; no solo debe ser purificado del pecado por medio de la sangre, sino que también debe ser justificado. Aunque el creyente ya está reconciliado con Dios, la creación todavía no está purificada; está esperando: ella «suspira», esperando ser liberada de «la servidumbre de corrupción» (Rom. 8:21); está esperando esta liberación de las consecuencias del pecado y será liberada en un tiempo venidero. La sentencia pronunciada sobre la tierra que no es culpable será, en cierta medida, derogada durante el reinado milenario.

Pero el pecado aún no será quitado del mundo en esta era milenaria. Solo lo será en la nueva tierra y en los nuevos cielos, cuando el consejo de Dios encontrará su glorioso y completo cumplimiento. Entonces la creación será liberada definitivamente de las consecuencias del pecado del hombre.

Este doble efecto de reconciliación es un aspecto que es importante conocer en relación con la obra del Señor en la cruz, donde una vez se manifestó para la abolición del pecado por su sacrificio (Hebr. 9:26). Juan el Bautista anunció su obra en este aspecto: «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29). Ahora leemos en Colosenses 1:19, 20 que en Él la plenitud de la deidad se complacía en habitar y que era el placer de la Deidad reconciliar todas las cosas consigo mismo, es decir, llevar el universo (la tierra y el cosmos creados pero contaminados, las personas y las cosas) a la armonía con la naturaleza de Dios. Esta reconciliación se basa en la obra de Aquel que hizo la paz por medio de la sangre de su cruz (v. 20).

20 - Anexo 2 – El candelabro de oro puro

20.1- Las diferentes formas en que el candelabro debía brillar

Queremos señalar 6 formas en las que el candelabro brillaba, siempre con el pensamiento de que estas cosas nos conciernen. Dios nos ha hablado en tipos y figuras, y el Espíritu Santo nos concede obtener instrucción de ella. Cuando el Señor dice en Juan 5: «Escudriñáis las Escrituras… ellas son las que dan testimonio de mí» (v. 39), o que habla a los discípulos de Emaús a través de las Escrituras, él se refiere necesariamente al A.T. ya que el N.T. no existía.

Recordamos (vea punto 9.2.6) que en el santuario no había ventana, ni entarimado, ni asiento:

  • Sin ventana –porque el servicio en la casa de Dios debía hacerse sin otra luz que la del Espíritu Santo.
  • Sin entarimado –porque todavía era una casa itinerante, sobre la arena del desierto. Este no es el templo de Salomón.
  • Sin asiento –el servicio de la adoración, en la mente de Dios, continuará incluso en la eternidad. Nunca se terminará.
20.1.1 - Las lámparas iluminaban hacia el candelabro (Éx. 25:37)

¡Una lámpara que brilla hacia sí misma! Dios siempre tiene la gloria de su Hijo a la vista. La luz que brilla en la casa que le pertenece, en el santuario, y que conduce cada servicio realizado allí, tiene el efecto de hacer brillar la gloria de Aquel que es el objeto y la fuente. Todas las instrucciones dadas en cuanto a los pensamientos de Dios, son dadas en relación con Cristo, «hacia él». La luz del Espíritu Santo derramada por el candelabro hace sobre todo surgir el brillo y el esplendor del propio candelabro. Nosotros estamos en un lugar de luz, de alimento, de adoración y de intercesión.

20.1.2 - El candelabro estaba frente a la mesa (Éx. 26:35)

El candelabro brilla frente a la mesa. En esta mesa de madera de acacia cubierta de oro, con una cornisa, se disponían los 12 panes en 2 filas. Estos 12 panes expresan la unidad del pueblo, de las 12 tribus. La acción del Espíritu Santo nos permite realizar, en un terreno según Dios, la unidad del Cuerpo de Cristo. El Cuerpo de Cristo no se nos revela en el A.T., pero el pensamiento de la unidad del pueblo se establece desde el principio. Tanto es así que a pesar de las condiciones prácticas lamentables de este pueblo terrenal, de la ruptura de las 2 tribus de Judá y las otras 10 y de la lucha interna, Dios todavía ve a su pueblo como un unidad indivisible.

Cuando el profeta Elías construyó un altar, el pueblo estaba dividido. Sin embargo, hizo un altar de 12 piedras (1 Reyes 18), que proclamaba, a pesar de las dolorosas circunstancias, la unidad de este pueblo a los ojos de Dios.

En Esdras 6, durante la reconstrucción de la Casa de Dios después del retorno de la deportación a Babilonia, las dos tribus presentes (Judá y Benjamín) sacrificaron, en la dedicación, 12 carneros según el número de las tribus de Israel, recordando todavía la unidad inalterable del pueblo de Dios, cuando 10 tribus habían sido deportadas a Asiria desde hacía más de 2 siglos (en -721). Es lo mismo cuando los apóstoles Pedro y Santiago escribieron a los cristianos de origen judío; dirigen su mensaje «a las 12 tribus», aunque estaban dispersas. A los ojos de Dios, constituyen una sola y misma unidad.

Esto sigue siendo aún ahora en la Iglesia, donde como fruto de su trabajo, los redimidos, vestidos de Cristo y hechos perfectos ante Dios son los miembros del Cuerpo de Cristo. No se trata de nuestra realización práctica, sino de nuestra posición ante Dios en Cristo, que no puede ser alterada de ninguna manera.

Lo que vivimos tan dolorosamente en la historia de la vida del pueblo celestial de Dios, al que por gracia pertenecemos, la división externa que es para humillación nuestra, a nuestro cargo, nada quita sin embargo al hecho que Dios siempre vea a los suyos como una unidad indivisible. La luz del Espíritu Santo pone en evidencia, para gloria de Aquel que estableció estas cosas, esta unidad inalterable del pueblo de Dios que se ve en estos 12 panes sobre la mesa.

Tenemos el privilegio, a pesar de tantas circunstancias angustiosas y humillantes, de poder proclamar, para gloria de su autor, cada primer día de la semana, en la mesa del Señor y a la vista de un solo pan, la unidad del Cuerpo de Cristo. No borremos la primera estrofa del himno 20: “Qué hermosa es la unidad de tu Iglesia, Señor Jesús, ¡cuán agradable es a tus ojos!” (de Hymnes et cantiques, francés).

No confundamos la realidad inalterable de la unidad del Cuerpo de Cristo, formado por todos los creyentes de la tierra, con la realización de la comunión en la Mesa del Señor; son dos cosas distintas aunque estén vinculadas.

20.1.3 - Las lámparas del candelabro debían brillar continuamente (Éx. 27:20)

Había algunas cosas que no debían detenerse durante la noche. Principalmente el candelabro debía brillar toda la noche como el fuego del holocausto (Lev. 6:2, 6). Estamos en un mundo donde la oscuridad se hace más densa cada día, en un cristianismo que demuestra no solo indiferencia sino también desprecio por las enseñanzas divinas que los creyentes están llamados a realizar y a profesar. Sin embargo, dentro de esta zona de sombra, en medio de este cristianismo que expira, la Palabra de Aquel que comunicó sus pensamientos para la bendición de los suyos, nos recuerda que, de la tarde a la mañana, es decir, durante esta noche moral y espiritual, tenemos los recursos permanentes del Espíritu Santo, representados por la luz constante del candelabro. Que verdaderamente en nuestros corazones, la grandeza, la eficacia de los gloriosos resultados eternamente adquiridos por Cristo y por su obra, ocupen y alimenten nuestros afectos y desarrollen nuestro vínculo hacia Aquel a quien debemos todas nuestras bendiciones, siendo bendecidos «con toda bendición espiritual, en los lugares celestiales en Cristo» (Efe. 1:3). Tenemos todo en Él y nada fuera de Él.

La luz del candelabro, la acción del Espíritu, se nos mantiene y el Señor nos asegura que no nos será quitada en la noche de este mundo, hasta el día de la eternidad del cual se nos dice en Apocalipsis (21:25; 22:5) que «no habrá allí noche».

20.1.4 - Las lámparas del candelabro se mencionan antes de la consagración de los levitas (Núm. 8:1-3, 5-7, 10-16…)

Los levitas son consagrados, es decir, hechos aptos para cumplir sus deberes: recibieron como recompensa de Dios el servicio del santuario; porque el día del becerro de oro se separaron del pueblo sumido en el mal (Éx. 32:26-29), desenvainando incluso (esta es una figura para nosotros) su espada contra sus propios hermanos. Este mal que había entrado en medio del pueblo de Dios, llevó a Moisés a salir de la congregación y a poner una tienda fuera del campamento, lejos del campamento (Éx. 33:7). El énfasis está puesto en la separación personal. Este acto práctico de separación de los levitas, que demostraba el reconocimiento de los derechos y de la santidad de Jehová, debía ser muy costoso para sus afectos; tuvo como recompensa el servicio de la Casa de Jehová. Este es uno de los muchos aspectos de un remanente que se disocia de un conjunto que ha fracasado en su función.

Es a la luz del candelabro que son consagrados, preparados, los siervos de Dios, los que son llamados a participar en la obra, a ofrecer a Dios y a sacrificar.

En el pueblo terrenal, solo esta tribu de Leví podía tener acceso a este servicio en el Tabernáculo y solo los de la familia de Aarón podían ser sacerdotes. Ahora, por la gracia de Dios, en el pueblo celestial de Dios al cual pertenecemos, todos los redimidos son invitados a entrar en el santuario para realizar el servicio de la adoración. Cada creyente, cual sea su edad, su madurez espiritual, porque ha nacido de nuevo, porque es un hijo de la familia del Padre, está llamado a ser un adorador. «Al que nos ama, y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre, y ha hecho de nosotros un reino, sacerdotes para su Dios y Padre» (Apoc. 1:5-6). Pero desafortunadamente, muchos creyentes lo ignoran y otros lo descuidan; y sin embargo es la bendición más elevada de todas que se concede a los redimidos del Señor durante su viaje en la tierra, y que no tendrá fin, ya que continuará de manera celestial y perfecta durante la eternidad.

Los levitas tenían diferentes funciones dependiendo de si pertenecían a la familia de Merarí, de Gersón o de Coat; pero no eran ellos los que elegían su servicio, para llevar las basas o los tapices, o cualquier otro objeto de la Casa de Dios. En cuanto a nosotros los creyentes, es solo el Señor, en su soberanía (1 Cor. 12), su gracia y su sabiduría, quien confiere diferentes servicios a uno u otro. Los siervos de Dios no son escogidos, ni elegidos por los hombres. Es el Señor quien elige, llama, forma y envía.

Todo esto se hace en dependencia divina y en las condiciones de purificación del versículo 7 de Números 8. La purificación mediante el lavado del agua de la Palabra es siempre necesaria antes de entrar en el servicio. Si el lavado de la regeneración tiene lugar una sola vez, cuánto necesitamos este lavado repetitivo de la purificación práctica.

Durante la consagración de los levitas,

  • hay ante todo lo que hace Moisés, la aspersión del agua de purificación por el pecado,
  • luego lo que queda a la responsabilidad de los levitas:
    • el afeitado completo que nos enseña que es necesario cortar en la base todo lo que es producido por la carne del hombre natural y,
    • el lavado de la ropa. Si el creyente es lavado fundamentalmente con el lavado de la regeneración, el lavado de la ropa, como el lavado de las manos y de los pies en la fuente de bronce, es la figura de un lavado repetitivo de las manchas contraídas durante la marcha. Esto representa una preparación espiritual a través de la acción de la Palabra de Dios y del juicio de uno mismo, para el servicio en la Casa de Dios, para el Señor mismo, cual sea la naturaleza. La ropa lavada evoca un testimonio visible, no manchado.

Luego en el versículo 10, tenemos el pensamiento de una doble identificación (la palabra comunión no existe en el AT). Los hijos de Israel imponen sus manos sobre los levitas y los levitas imponen sus manos sobre las cabezas de los animales sacrificados.

1 – Los hijos de Israel se identifican con los levitas. Esta es la expresión de la «mano de asociación» (Gál. 2:9) por parte del pueblo de Dios a propósito de los siervos llamados a ejercer un servicio (Hec. 13:3). ¡Qué necesario es esto! Es lo opuesto a un servicio independiente. Obrar en el santuario, ejercer un servicio para el Señor, ya sea en la Iglesia o en el mundo, según la naturaleza de la función que Dios confiere a cada uno, tal servicio debe realizarse en comunión con el pueblo de Dios, en comunión con todos los levitas (Hechos 6:6; 13:3).

2 – Los levitas se identifican con el sacrificio de los toros. Este sacrificio es la base en virtud de la cual se les confió un servicio particularmente precioso y bendito… Que el Espíritu Santo nos conceda «imponer las manos», es decir, identificar nuestros pensamientos y nuestros corazones con el pensamiento de Dios, que nos es comunicado por su Palabra.

3 – «Después de eso». Es sorprendente leer estas tres pequeñas palabras: «después de eso» en el versículo 15; no es “antes de eso” ni “al mismo tiempo que eso”, sino «después de eso», cuando se cumplen las condiciones (Núm. 8). Cuando los siervos, debidamente preparados, tienen la comunión de la Iglesia y están imbuidos de la mente de Cristo, después de eso, pueden entrar y cumplir su función, comprendiendo también de que están enteramente entregados a Aarón, la figura de Cristo mismo, nuestro sumo sacerdote (v. 16-19).

Todo esto nos hace comprender la razón por la cual, durante la consagración de los levitas, encontramos la mención del candelabro. Todo había de conducirse de acuerdo con la mente de Dios, a la luz del candelabro, primero para su gloria, luego para la bendición de su pueblo y para mantener la santidad práctica en el santuario.

Esto pone un énfasis solemne y alentador en cómo el siervo de Dios, como los levitas, se establece en el servicio.

Cuán necesario es que la función que la gracia nos confiere en el Cuerpo, cual sea su naturaleza –y sabemos bien que en nuestro cuerpo los órganos más ocultos tienen una función vital– se ejerza en las condiciones que la Palabra nos enseña. Estas enseñanzas, dadas hace 35 siglos, todavía conservan hoy exactamente el mismo valor de aplicación, la misma actualidad.

20.1.5 - La luz del candelabro se menciona antes de un caso de blasfemia (Lev. 24:1-9)

En los pasajes que siguen a estos primeros 9 versículos, el nombre de Jehová es maldecido. En el versículo 11, el hijo de una mujer israelita blasfemó el Nombre y lo maldijo; es una evocación temprana de la apostasía, acompañada de violencia, que ya tenemos hoy ante nuestros ojos: una escena de rechazo del Nombre y de los derechos divinos. Nos encontramos ante tal situación en el cristianismo profeso cuya apostasía está llegando a su madurez. El desierto moral y espiritual de este mundo, llamado cristianizado, nos rodea: se niega al mismo Dios; es el preludio de la dominación del Anticristo.

Ante una escena así, tenemos recursos. Nos sorprende encontrar el candelabro y la mesa en los versículos 1 a 9, sin conexión aparente con lo que sigue; y sin embargo hay un vínculo y cuán precioso para nuestros corazones, a saber, que ante la confusión de una profesión sin vida, madura para el juicio, que ya asume las características de la Babilonia de Apocalipsis 18, que será arrojada al corazón de los mares y ya no se encontrará, quedan para los fieles del pueblo de Dios recursos de un precio incomparable e indispensable: la luz del candelabro y el alimento que se come en un lugar santo. En esta escena de tinieblas, conocemos, por la gracia de Dios, la luz y a quien es su fuente; y en medio de un cristianismo que se marchita, poseemos el alimento que el Señor nos mantiene. Podemos probarlo y compartirlo juntos en el santuario. ¡Que nos conceda hacerlo!

Este comienzo del capítulo 24 pone ante nosotros, de manera muy reconfortante, el valor de la luz divina que conduce en el servicio; esta figura del Espíritu Santo que se complace en tomar las cosas que son de Dios, para darnos la percepción y el disfrute de ellas. Dios quiera que este Espíritu no encuentre en nuestros corazones ningún obstáculo a su acción porque no tiene otro objetivo que la gloria de Dios y la bendición de nuestras almas.

A la luz del candelabro que brilla desde la tarde hasta la mañana, la familia sacerdotal está reunida para ser alimentada. Los sacerdotes están allí alrededor de la mesa, teniendo ante sus ojos los 12 panes que constituyen «un solo pan», figura de la unidad inalterable del pueblo tal como Dios lo ve. Leamos atentamente los versículos 1 a 9: «será un pan (de) memorial...». Tenemos 7 veces las palabras «continuamente» o «perpetuo»; no es ocasionalmente, sino continuamente. Reunidos así cada sábado en el lugar santo, Aarón y sus hijos se alimentan allí, a plena luz de la acción del Espíritu Santo; mientras que fuera, es el desierto moral y espiritual de este mundo.

La Palabra nos muestra por estas alegorías el valor de la aplicación espiritual y permanente de estas cosas. El Señor nos invita a «escudriñar las Escrituras», a dedicarles energía. Sabemos muy bien que hay muchas cargas legítimas, con los estudios, el trabajo, etc.…, pero ¿no deberíamos reconocer que el corazón humano es tal que siempre encuentra tiempo para hacer lo que nos agrada? Para nuestro enriquecimiento, necesitamos sondear las Escrituras, no para proveer nuestro intelecto, sino para que nuestros afectos por el Señor se desarrollen y se alimenten. El alimento espiritual nos es necesario diariamente, así como el alimento para nuestros cuerpos. La vida espiritual consiste en cultivar día tras día la relación íntima de nuestras almas con el Señor. Quiera Dios que el Espíritu no encuentre ningún obstáculo en nuestros corazones para Su acción, porque no tiene otra meta que la gloria de Dios y nuestra bendición. «Una sola cosa he pedido a Jehová, y esta buscaré; que more yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para ver la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo» (Sal. 27:4).

Que el Señor nos conceda apreciar cada vez más el valor de esta luz que nadie puede apagar y el sabor del alimento que pone ante nosotros y que nos asegura continuamente hasta que venga.

20.1.6 - Aarón quemaba incienso en el altar, cada mañana y cada tarde, cuando arreglaba las lámparas (Éx. 30:1-10)

Se trata del altar de oro, que no se menciona en la primera descripción del tabernáculo (Éx. 25:10 al 27:19), es decir, el camino de adentro hacia afuera (vea la Estructura de estos capítulos en la Introducción); en cambio lo encontramos en el camino de afuera hacia adentro, el camino del creyente que se acerca a Dios y llega al santuario en el altar de oro, el lugar de la adoración y de la intercesión.

El altar de oro del lugar santo ante el velo cerrado debe distinguirse del altar de bronce del atrio. En el altar de bronce se ofrecían sacrificios. Tenía que haber un sacrificio y un sacerdote en el altar de bronce, para que pudiera haber un adorador en el altar de oro. Era imposible para un levita oficiar en el altar de oro sin que se haya dado cuenta del valor de lo que había sucedido en el altar de bronce, una figura de la obra de Cristo. Pero lo que se hizo en el altar de bronce ya no se hace en el altar de oro. El altar de bronce, es la cruz; el altar de oro es el santuario. Por eso estaba prohibido venir al altar de oro con sacrificios (30:9). Traer un sacrificio al altar de oro habría significado que uno viniera a adorar al Señor en su santuario para ser salvado. ¡De ninguna manera! Era porque hubo un sacrificio en el altar de bronce y que fue aceptado, consumido por el fuego del juicio divino contra el pecado, que el sacerdote, liberado de su culpabilidad, podía presentarse ante el altar de oro del santuario y no ofrecer más sacrificios ni libaciones, sino incienso.

Este perfume constaba de 4 componentes (estos 4 componentes de igual peso son objeto de meditación: ver la composición del incienso en el capítulo sobre el altar de oro). Es la adoración, y el perfume es Cristo; Jesús cuyo nombre es un perfume difundido (Cánt. 1:3). En beneficio del sacrificio ofrecido en el altar de bronce, somos invitados, mientras nos detenemos en el umbral de bronce (las basas de bronce sobre las que descansan las columnas que sostienen la cortina de la entrada), a entrar en los lugares santos para ofrecer la fragancia de la alabanza –porque ahora el Lugar Santo y el Lugar Santísimo son uno solo (Hebr. 10:19-22), ya que el velo ha sido rasgado. Capítulo 30:9: «No quemarás (ofrecerás) ningún incienso extraño, holocausto, ni ofrenda de torta en él, ni derramarás una libación en él».

Ningún incienso extraño, prohibición de ofrecer a Dios otra cosa que la excelencia y el perfume de Cristo.

No hay sacrificio (holocausto u ofrenda vegetal) porque el adorador no viene al altar de oro para ser salvado, sino porque lo está.

No hay fuego extraño: Presentar perfume consumido por un fuego extraño era un pecado de extrema gravedad. Es presentar a Cristo por la carne (el formalismo, un culto programado…). ¡Qué lección para nosotros! El fuego debía ser tomado del altar de bronce para consumir el perfume en el altar de oro. Sabemos bien lo que les ocurrió a los dos hijos de Aarón y entendemos, a pesar de su silencio, lo que fue para Aarón la condenación de sus hijos. «Aarón calló» (Lev. 10:3).

Esto muestra a nuestros corazones y a nuestras conciencias la seriedad que se vincula al hecho de acercarnos al altar de oro del santuario. Se nos enseña a hacer esto en Espíritu y en verdad.

En el versículo 7: «...quemará incienso aromático sobre él; lo quemará cada mañana al preparar las lámparas». Este alto servicio solo puede hacerse a la luz del Espíritu Santo. Las lámparas requerían cuidados (despabiladeras, jarrones de ceniza…) para que nada alterara la plenitud de la luz. El aceite era siempre puro (Éx. 26:20) como lo es el Espíritu Santo; pero cualquier impureza en las lámparas alteraba la luz; tenían que ser mantenidas, para que el aceite puro y triturado, la figura del Espíritu Santo, pudiera actuar y conducir un servicio tan alto como el de la adoración, la presentación del perfume en el altar de oro.

Comprendemos por qué la gracia divina nos ha conservado estas antiguas páginas que, a pesar de los 35 siglos que nos separan de ellas, conservan toda su actualidad, pues no hay nada anticuado en las Escrituras. ¡Qué lenguaje! Dios quiera que estas cosas tan preciosas registradas en la Palabra de Dios produzcan en nuestros corazones el deseo de responder a la invitación del Señor: «Escudriñáis las Escrituras… ellas son las que dan testimonio de mí».

20.2 - La ciudad santa está iluminada por la gloria de Dios, y el Cordero es su lámpara (Apoc. 21:2, 22-23)

Cuando seamos introducidos en la última morada, la parte celestial del reino, ¿cuál será el candelabro? «La ciudad no tiene necesidad del sol ni de luna para que la iluminen, porque la gloria de Dios la iluminó, y su lámpara es el Cordero». En esta escena gloriosa y celestial en la que seremos introducidos, de la cual se nos dice «no habrá allí noche» (v. 25), no encontramos un candelabro. No habrá ninguna lámpara que mantener, porque estaremos en la fuente de la luz.

Esperamos este momento con impaciencia y el Señor más que nosotros, este momento en el que tendrá a todo los suyos a su alrededor. Ahora nos damos cuenta con gratitud y alabanza que Él está con nosotros; en poco tiempo estaremos con Él, en su casa, como el fruto maduro y perfecto de la obra de su alma (Is. 53:11). En ese día eterno, se presentará su Iglesia en su perfección, para el gozo eterno de su corazón. Entonces la alabanza resonará en la eternidad, para la gloria del autor de todas nuestras bendiciones.

21 - Anexo 3 – Las etapas de la peregrinación de Israel en el desierto (Núm. 33:1-20, 38-49)

Cada uno de los cinco libros del Pentateuco tiene un tema particular, así como una evocación simbólica de la obra de la cruz.

Génesis: el libro del llamado, donde se dan en forma de germen los principios de la relación de Dios con el hombre.

Éxodo: el libro de la redención (el pueblo de Israel es salvado del juicio por la sangre del Cordero y liberado de la esclavitud de Egipto).

Levítico: las instrucciones relacionadas con los sacrificios, cómo acercarse a Dios (nótese que el término «comunión» no se encuentra en el A.T. y en lo que respecta a la adoración, el Señor habla de «Su adoración», excepto «adorar» en Ezequiel 46:2-3, 9. Ahora bien, la adoración según Juan 4 es colectiva).

Números: la marcha del pueblo y las lecciones del desierto.

Deuteronomio: el testamento de Moisés (este libro considera al pueblo que entró en Canaán, insiste en la obediencia al Señor). Este es el libro del recuerdo.

Tema particular Capítulo central
Génesis El llamado Capítulo 22: Sacrificio de Isaac
Éxodo La redenci Capítulo 12: El Cordero pascual
Levítico Acercarse a Dio Capítulo 16: El gran día de la expiación
Números Marcha en el desierto Capítulo 19: La ternera roja
Deuteronomio Recordar Capítulo 16: Pascua-Pentecostés-Fiesta de los Tabernáculos

En cada libro, un capítulo central enfoca nuestra mirada de manera especial en Cristo y en su obra:

Génesis 22: El sacrificio de Isaac, el hijo de Abraham, es un tipo de Cristo ofrecido como sacrificio.

Éxodo 12: el fundamento de la liberación del pueblo se encuentra en el cordero pascual cuya sangre ve Dios (el vínculo con el Cordero de Dios sin defecto y sin mancha en 1 Pedro 1:19 habla por sí mismo).

Levítico 16: En el gran día de las expiaciones, por los sacrificios ofrecidos y la entrada del sumo sacerdote en el Lugar Santísimo, Dios mantiene su relación con el pueblo de año en año.

Números 19: con el agua que contiene las cenizas de la ternera roja (nuevo sacrificio que prefigura el de Cristo), están los recursos divinos para remediar a las contaminaciones contraídas en la marcha por el desierto.

Deuteronomio 16: la reunión del pueblo en ocasión de 3 fiestas principales establece el deseo de Dios de ver a su pueblo reunido en el lugar de su elección para recordar el pasado (la Pascua), disfrutar del presente (Pentecostés) y regocijarse en la perspectiva del futuro (Fiesta de los Tabernáculos).

21.1 - Números 33

Este capítulo 33 de Números, sobre el que podríamos ser incitados a pasar rápidamente, es no obstante muy rico en instrucciones. 1 Corintios 10:11 nos recuerda que: «Estas cosas les acontecían como ejemplos, y fueron escritas para advertirnos, a nosotros para quienes el fin de los siglos ha llegado».

En este capítulo hay una retrospectiva de cuarenta años de desierto, desde Egipto hasta el río Jordán. Se presenta, no bajo el aspecto de la responsabilidad y de la culpa del pueblo, sino según la gracia de Dios, que no menciona ninguna murmuración o fracaso de los israelitas. Considerando a su pueblo bajo la mirada de su gracia, Dios lleva a Balaam a declarar: «No ha reparado la iniquidad en Jacob, y no ha mirado la perversidad en Israel» (Núm. 23:21). Esto no significa que Dios pase por alto las faltas, sino que lo que queda al final es el pensamiento de la misericordia, de la fidelidad de Aquel que llevó a su pueblo (Deut. 1:31).

En estos versículos notamos que siempre se habla de «partida». ¿No es una evocación del camino de los creyentes, tanto individual como colectivamente? Hay etapas sucesivas en la vida del cristiano, con salidas y paradas, pero tiene ante sí la meta final, celestial: el umbral de la casa del Padre, el final de la última etapa, estar con Cristo (Fil. 1:23). Es entonces «la llegada».

Para Israel, el desierto precedía a la entrada en Canaán. En cuanto al cristiano, está simultáneamente en el desierto (donde todavía camina) y en el país (donde entra por la fe). Notemos que Canaán no es una imagen del cielo, ya que el pueblo tenía que luchar allí para tomar posesión de la heredad, despojando a los enemigos que la ocupaban. Canaán representa para el cristiano el disfrute por la fe de la heredad, mientras está todavía en la tierra y no realmente introducido en esta heredad que es «reservada en los cielos» (1 Pe. 1:4).

Debemos distinguir en la Escritura entre lo que pertenece al consejo de Dios (o a su propósito), de lo que revela sus caminos:

El consejo de Dios es lo que él ha establecido y que inevitablemente encontrará su cumplimiento: «porque irrevocables son los dones de la gracia y el llamamiento de Dios» (Rom. 11:29).

Los caminos de Dios son sus disposiciones o los medios por los que realiza su propósito; son insondables: «¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!» (Rom. 11:33). Tienen un propósito educativo y a veces reprobable.

Los cuarenta años en el desierto pertenecen a los caminos de Dios. Pero a lo largo de sus etapas, Dios llevó a su pueblo como «lleva un hombre a su propio hijo» (Deut. 1:31). Moisés da este testimonio: «Él se ha hecho cargo de tu viaje por este gran desierto; estos cuarenta años Jehová tu Dios ha estado contigo; nada te ha faltado» (Deut. 2:7); y esto es lo que encontramos en este capítulo, la única fidelidad de Dios en sus caminos.

Este capítulo está dividido en dos partes principales:

A – Una retrospectiva de la gracia de Dios hasta el versículo 49, que en sí mismo presenta 3 divisiones:

Versículos 3-15 (vea punto 21.2): los tres meses del primer año (Éx. 19:1-2 – ~1491 a.C.) relatan 11 etapas, desde Ramsés hasta el desierto del Sinaí, donde el pueblo construyó el Tabernáculo.

Versículos 16-36 (vea punto 21.3): los 38 años de errancia en el desierto (~1490 a 1451 a.C.) que incluye 21 etapas, desde el desierto del Sinaí hasta Cades-barnea.

Versículos 37-49 (vea punto 21.4): en el cuadragésimo año (~1451 a 1450 a.C.) que incluye 9 etapas, desde Cades hasta el monte Nebo, la cumbre del monte Pisga, frente a Jericó, desde donde se puede ver todo el país (Deut. 34:1), y de allí salieron para acampar junto al Jordán.

B – Una prospectiva del versículo 50 al 56 que llama a la responsabilidad del pueblo cuando haya pasado el Jordán, y hayan entrado en la tierra de Canaán.

Consideremos ahora solo algunas de estas 40 etapas:

21.2 - Las 11 etapas desde Ramsés hasta el monte Sinaí (v. 3-15)

21.2.1 - Ramsés

Esta primera salida tiene lugar el día después de la Pascua (v. 3). El camino del cristiano tiene su punto de salida desde el momento en que respondió a la llamada que el Señor dirige a su conciencia y a su corazón. En beneficio de la obra de Cristo (representada por la Pascua), su peregrinación en la tierra comienza; tiene ante sí una meta celestial.

Cuando el pueblo, después de la noche de Pascua, deja la tierra de la esclavitud y se pone en camino hacia su heredad, los egipcios entierran a sus muertos. Así, los redimidos del Señor, habiendo sido plenamente liberados por su obra, se dirigen a la casa del Padre mientras que todos los que se negaron a creer en la eficacia de esta obra para salvarlos, permanecen en estado de muerte.

21.2.2 - Desde el mar Rojo hasta Elim

Muy poco tiempo después de cantar el cántico de la liberación (Éx. 15), los murmullos empiezan en Mara. Moisés intercede por el pueblo y Dios responde a su oración con la gracia. Esta madera que Dios le «muestra» es una figura de Aquel que bajó a las aguas amargas y profundas de la muerte, así como del poder de la cruz experimentada por el cristiano que «con Cristo» está crucificado (Gál. 2:20), en circunstancias difíciles, pruebas que atraviesa en el desierto. Luego, en Elim, el pueblo prueba refresco y descanso. Los murmullos fueron espontáneos, pero el agua y la sombra de Elim no producen ningún reconocimiento; y sin embargo tenemos aquí la imagen de la reunión de los creyentes y de la bendición saboreada en el camino de la obediencia.

Guiados por Dios para regresar al Mar Rojo (v. 10), los israelitas pueden recordar la victoria obtenida por Jehová sobre los egipcios. En su fidelidad, Dios nos hace conscientes del valor liberador de la obra de Cristo en la cruz. Allí, él ganó una victoria total sobre Satanás y aseguró nuestra liberación. Para el pueblo, el mar Rojo hacía separación entre su antiguo estado y aquel al que la gracia le había traído.

21.2.3 - Refidim

El pueblo murmura de nuevo porque no hay agua para beber (Éx. 17). La roca golpeada evoca a Cristo crucificado, el que fue «herido por la transgresión de su pueblo» (Is. 53:8). El agua viva representa el Espíritu Santo. La lucha contra Amalec es ganada por Josué (el tipo del Señor que lucha con nosotros), pero es la intercesión de su fiel siervo Moisés en el monte (figura de Cristo intercediendo por los suyos) que condiciona la victoria.

Es muy probablemente cerca de Refidim, en el desierto de Sinaí, al pie de la montaña sobre la cual Moisés subió, que el Tabernáculo fue construido y armado (Éx. 19:1-3 y 40:1-2).

21.3 - Las 21 etapas de errancia entre Sinaí y Cades (v. 16-36)

Desde Sinaí, la situación del pueblo cambia. Anteriormente bajo el régimen de gracia, es colocado ahora bajo aquel de una ley inflexible, habiendo declarado: «Haremos todo cuanto ha dicho Jehová» (Éx. 19:8). Las relaciones de Dios con su pueblo dependerán ahora de su conducta hacia él: es el principio de la Ley. Con la Ley, Dios da a su pueblo el Tabernáculo: Dios habitará en el Lugar Santísimo, detrás del velo. El sacerdocio asegurará y mantendrá la relación de su pueblo con Él.

Kibrot-hataava («sepulcro de la avidez»)

Entre todas las etapas de errancia en el desierto, está la de Kibrot-hataava, relatada en Números 11. Es un triste recuerdo. El Salmo 106 también nos lo recuerda: «ellos fueron llenos de lujuria en el desierto, y tentaron a Dios en el lugar desolado; y él les dio lo que habían pedido, carne, codorniz, pero envió la consumición en sus almas» (Sal. 106:14-15). El apóstol Pedro exhorta a los creyentes a «abstenerse de los deseos carnales que batallan contra el alma» (1 Pe. 2:11).

21.4 - Las 9 etapas desde Cades hasta el Jordán (v. 37-49)

A – El monte Hor – la muerte de Aarón

Después de haber errado durante este largo período gubernamental de 38 años en el desierto de Zin, como consecuencia de la incredulidad del pueblo al regreso de los espías (Hebr. 3:19), después de la muerte de todos los hombres mayores de 20 años (Núm. 14:28-30) y la muerte de Aarón y de Moisés, es una nueva generación que llegará a la tierra prometida.

Este severo gobierno no se menciona en Números 33. Solo se menciona la muerte de Aarón el sumo sacerdote. Será «agregado a su pueblo» (Núm. 20:24 en el monte Hor). La severidad del gobierno de Dios hacia el sumo sacerdote se ejerce de manera solemne; fue despojado de sus vestiduras de sumo sacerdote (Núm. 20:26-28). Este gobierno también alcanzará a Moisés, quien, indignado por el pueblo, había golpeado la roca dos veces. A él, como a su hermano, Jehová debe decir:

«Por cuanto no creísteis en mí para santificarme en presencia de los hijos de Israel, por tanto vosotros no introduciréis esta congregación en la tierra que yo les he dado» (Núm. 20:12). Dios protege la gloria de su Hijo y no permite que sea deshonrado, ni siquiera en lo que lo prefigura, porque la roca era Cristo (1 Cor. 10:4).

Sin embargo, la gracia de Dios no es despojada de su fragancia por la severidad de su gobierno. Moisés tendrá el incomparable privilegio de ver «toda la tierra» desde la cima del Pisga; y en la mejor compañía posible, la de Dios, quien a su vez enterró a su siervo de ciento veinte años. «Mas no se ha levantado todavía profeta en Israel semejante a Moisés, a quien conociera Jehová cara a cara» (Deut. 34:1, 10).

B – Algunas observaciones al final de Números 33 (v. 50-56): Tomando posesión del país

Durante los primeros 49 versículos de este capítulo, la mirada estaba dirigida hacia el pasado. A partir del versículo 50, por el contrario, la mirada se dirige hacia el futuro: «Cuando hubiereis pasado el Jordán, a la tierra del Cananeo, entonces desposeeréis a todos los habitantes de la tierra de delante de vosotros» (v. 51-52).

Si el país ha sido dado al pueblo por Dios, debe sin embargo tomar posesión de él: es la parte de su responsabilidad. De la misma manera, para nosotros los cristianos, la gracia divina nos da una herencia preciosa, pero somos responsables de apropiárnosla por medio de la fe.

Muchas cosas son obstáculos para el disfrute de nuestra herencia celestial. Aunque no tenemos que abandonar las cosas de la tierra, debemos velar para que no tomen el lugar del Señor en nuestros afectos y prioridades. Habrá que tomar decisiones para eliminar, si es necesario, lo que no parece necesariamente malo pero que ocupa un lugar muy grande en nuestros corazones.

Los hijos de Israel debían destruir «todos los ídolos de piedra» de los habitantes del país, «sus imágenes de fundición» (v. 52). ¿No es esta una evocación de toda clase de cosas atractivas (en el campo del arte, de la filosofía, de la investigación intelectual...) que suscitan opiniones contrarias al pensamiento de Dios? En todo lo que transmiten los medios de comunicación, se nos pueden proponer insidiosamente concepciones opuestas a la verdad divina. ¡Tengamos cuidado de no dejar que nuestras almas se desvíen!

Una seria advertencia fue dada al pueblo si no obedecía este mandato de Jehová (v. 55). Los habitantes del país no destruidos serían como:

  • «aguijones en vuestros ojos» (¡se pierde la capacidad de discernimiento!),
  • «espinas en vuestros costados» (¡la marcha se vuelve coja!).

Las diferentes etapas del pueblo terrenal de Dios a través del desierto, enumeradas en este capítulo 33 de Números, nos proporcionan ricas instrucciones sobre lo que concierne a la marcha del pueblo celestial en camino hacia su patria. Jehová sabía exactamente dónde se encontraba su pueblo y velaba sobre él. Hasta hoy, día y noche, sigue acompañando a sus seres queridos y los rodea con sus cuidados.

Fuerza y bondad, gracia y poder
se unen en él para bendecir;
Por eso la Iglesia con seguridad
espera el eterno porvenir

(Hymnes et Cantiques, 6:2)

Que deseemos honrar al Señor, para que «en todo tenga la preeminencia». (Col. 1:18), esperando que pronto en la gloria él tenga «todo el lugar»!

22 - Anexo 4 – Los fundamentos y las terminaciones – Las diversas construcciones de la Casa de Dios

«Si fueren destruidos los fundamentos, ¿qué ha de hacer el justo?» (Sal. 11:3)

«Cuando formaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo; cuando afirmaba los cielos arriba, cuando afirmaba las fuentes del abismo; cuando ponía al mar su estatuto, para que las aguas no traspasasen su mandamiento; cuando establecía los fundamentos de la tierra, con él estaba yo ordenándolo todo, y era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de él en todo tiempo. Me regocijo en la parte habitable de su tierra; y mis delicias son con los hijos de los hombres» (Prov. 8:27-31, RV).

La preocupación de todo arquitecto que construye un edificio se relaciona en primer lugar con el fundamento y se acompaña de la esperada alegría de la finalización de la obra que se propone. Podríamos considerar algunas ilustraciones que confirman la importancia del pensamiento que Dios atribuye a lo que crea y a la alegría que siente cuando está terminado.

LA CREACIÓN – Leer Génesis 1:31 al 2:3

Dios mismo y su Hijo a su lado fueron uno en concebir todo el consejo, todo el decreto divino, tanto en la creación como en lo que concierne la redención, que el Señor mismo, y solo él, podría hacerlo posible mediante su humanidad y por el cumplimiento de su obra.

Ligado a este pensamiento está el llamado a la existencia de la creación, a través de su Palabra, «cuando establecía los fundamentos de la tierra» (Prov. 8:29). Dios creó el universo, sacándolo de la nada, y llamándolo a la existencia por su Palabra. Será lo mismo al final, cuando, a su Palabra, los elementos ardientes serán disueltos, y la tierra y las obras que están en ella serán disueltas totalmente (2 Pe. 3:7).

Dios, por lo tanto, creó la tierra para habitación de los hombres, libre de toda condición adversa y coloca allí al primer hombre hecho a imagen de Dios, no para ociosidad sino para cultivarla y mantenerla.

Además, en todos los campos sucesivos de la historia humana, encontramos el mismo pensamiento respecto a lo que la divina bondad le confía: es para que lo cultive y lo guarde, desde el jardín del Edén hasta el final. Lo que será el certificado de aprobación del Señor por el fiel testimonio de Filadelfia es esta expresión de Apocalipsis 3:8: «Has guardado mi palabra, y no has renegado mi nombre». Para Dios, es todo. Toda la historia del hombre responsable se basa en lo que Dios tiene derecho a esperar de él.

Dios pudo descansar porque todo era muy bueno; todo correspondía a su naturaleza; todo respondía a su voluntad. Está satisfecho y puede descansar. Sabemos bien que este descanso fue interrumpido. Todo lo que ha sido llamado a la existencia ha sido contaminado por la desobediencia del hombre por el que el pecado entró en el mundo. Por un gesto insidiosamente sugerido por Satanás, el hombre ha arruinado el trabajo de los seis días. Pero el divino Alfarero volvió a trabajar en el torno de la gracia, dando forma a otro jarrón (figura del creyente) que entonces agrada a sus ojos (Jer. 18:4).

LA CASA DE DIOS

El pensamiento de las fundaciones y de las terminaciones está particularmente relacionado con la Casa de Dios, que no ha querido dejar a sus criaturas dispersas y sin relación con Él. Dios quiere habitar en medio de su pueblo, en la tierra, y hacer de los suyos habitantes celestiales.

De acuerdo con la elección soberana de su gracia, de su misericordia, Diod ha llamado a un pueblo para habitar en medio de él: Israel (Éx. 29:45). Esto es lo que nos dice Deuteronomio 7:6: «Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra». Los hebreos no eran más atractivos que los otros, ni mejores que otros pueblos; pero el criterio de la elección divina es el amor y la fidelidad: «… Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres» (v. 8). La palanca de la intervención de Dios con respecto a sus criaturas pecadoras es el amor… Dios amó tanto al mundo… Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella… El amor y la fidelidad divinos están en el origen de todas nuestras bendiciones.

Podemos ver a través de las sucesivas construcciones de la morada de Dios con su pueblo el énfasis que se pone en los fundamentos y en la terminación.

Siempre se trata en las sucesivas economías de la misma morada de Dios. Nunca ha habido dos moradas de Dios en la tierra simultáneamente. Es siempre la misma casa, pero realizada según la medida de las revelaciones que él encuentra bien para dar.

22.1 - Primera construcción: El Tabernáculo

En esta morada itinerante en el desierto, encontramos los mismos dos pensamientos: fundamento y terminación. Jehová le dio a Moisés todas las instrucciones, mostrándole incluso un modelo; instrucciones que transmitió fielmente al pueblo para que todo fuera hecho de acuerdo con las ordenanzas recibidas en la montaña.

22.1.1 - El fundamento: Éxodo 26:15-30

Las tablas – figura de los redimidos

A partir del versículo 15, las tablas del Tabernáculo se nos presentan como elementos estructurales. Habían 48 tablas, y cada una de ellas descansaba sobre dos basas de plata, es decir, 96 basas en el santuario que incluye el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. A su alrededor, el atrio con su recinto en el que las tablas descansaban sobre basas de bronce.

Las tablas son una figura de los redimidos. Entendemos que para obtener una tabla, es necesario que el árbol del que se va a tomar sea primero talado y luego dividido hasta el centro para retirar un pieza de 0,75m de ancho y 0,25m de espesor. Es así, como un Saulo de Tarso echado a tierra en el camino de Damasco, que el hombre natural encuentra su lugar en la casa de Dios: debe ser reducido a la nada, ser alcanzado en su ser interior más profundo, para que pueda liberarse un elemento de la morada de Dios en el desierto de este mundo.

Basas de plata – figura de la Palabra

Las tablas no podían descansar firmemente en la arena. Tenían que tener un fundamento y cada una de ellas se apoyaba en dos basas de plata. El peso de cada una de estas basas era de un talento, unos 45 kg, así que unos 90 kg de plata bajo cada tabla. Es instructivo calcular (tenemos casi todas las dimensiones necesarias) el peso que podía representar esta casa de Dios (~54 toneladas). Una sola tabla pesaba unos 650 kg. Cada tabla se apoyaba en estas dos basas de plata por sus dos espigas, encastradas en cada basa. La plata es la imagen de la Palabra de Dios: «Las palabras de Jehová son palabras limpias, como plata refinada en horno de tierra, purificada siete veces» (Sal. 12:6). Esta plata había sido recolectada por el recuento del pueblo (Éx. 38:25), 100 talentos utilizados para las 96 basas y las 4 basas de los 4 pilares que sostienen la cortina. No hay nada estable en esta tierra, pero descansamos sobre una base segura. Esta plata nos habla de la Escritura, ese fundamento seguro por el cual los pensamientos de Dios son dados a conocer, que exalta el valor de la obra de Cristo, de la sangre derramada en la cruz, el precio de nuestra redención –«habéis sido comprados por precio» (1 Cor. 6:20; 7:23). Somos, como las espigas de las tablas colocadas en las basas, arraigados, sostenidos en posición vertical, edificados en Él (Col. 1:23; 2:7; Efe. 3:18).

Los travesaños – una figura del Espíritu Santo

Una tabla aislada no constituye una habitación; era necesario que todos juntos estuvieran vinculados entre sí por medio de travesaños cuyas dimensiones y posiciones nos son dadas, corriendo por fuera o por dentro. Estos travesaños son una figura elocuente del Espíritu Santo que nos une unos a otros en un solo Cuerpo, «trabado y unido» (Efe. 4:16). Existen las manifestaciones externas de las que nos hablan los dos travesaños exteriores, pero hay un elemento que nos une internamente, el travesaño interno de la estructura.

Así pues, se han puesto los cimientos y podemos ver que el Espíritu de Dios pone un énfasis particular en estos puntos, en relación con la construcción de su Casa. Entendemos que es lo mismo para su Iglesia: nos apoyamos en un fundamento seguro (1 Cor. 3:11).

El Tabernáculo es una casa itinerante en contraste con el templo construido por Salomón que es un edificio fijo. El Tabernáculo fue desmontado y luego rearmado en cada una de las 41 etapas (por lo menos) de la marcha del pueblo a través del desierto (Núm. 33).

22.1.2 - La obediencia – «como Jehová había mandado a Moisés» (Éx. 39 y 40)

Todo debía hacerse según las indicaciones de la voluntad de Dios. Lo que condicionaba la aprobación divina, y más aún la presencia divina en forma de columna de nube, era la obediencia; y esto nos lo confirman los últimos capítulos del Éxodo que evocan la finalización de esta maravillosa obra. Notemos que el Tabernáculo fue construido en el primer año del desierto, ya que el pueblo fue sacado de Egipto en 1491 antes de nuestra era, fue construido en 1490 (Éx. 40:1-2). Si miramos de cerca todo lo que comporta esta obra, todos los elementos que componen este santuario, se necesitaba el poder y la sabiduría divina, para que pudiera ser construido según el pensamiento de Dios y en condiciones humanamente impracticables en un desierto.

Sin embargo, leemos en el capítulo 39:42-43: «Conforme a todo lo que había mandado Jehová a Moisés, así hicieron los hijos de Israel toda la obra. Y vio Moisés toda la obra; y he aquí que la habían acabado de hacer; como había mandado Jehová, así la habían hecho». ¡Qué maravillosa declaración! Somos fácilmente duros con Israel por el hecho de que muchas veces la Palabra nos hace conocer sus fracasos, sus desobediencias, pero hay circunstancias en la vida terrenal del pueblo de Dios que son un ejemplo para nosotros. En los capítulos 39 y 40, encontramos la misma expresión 18 veces: «… como Jehová había mandado a Moisés». La obediencia implícita era la condición para que la aprobación divina pudiera ser demostrada por la columna de nube, figura de la gloria de Dios involucrada en su propia casa. (Un hermano dijo: 18 veces = 3 x 6, es decir 3 veces el número del hombre, lo que corresponde a 1 Tes. 5:23: «Que todo vuestro ser: espíritu, alma y cuerpo, sea conservado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo», es decir, que los 3 elementos del ser humano estén al servicio de la obediencia). Construyeron esta casa en pocos meses, según el modelo que Dios le mostró a Moisés en el monte (Éx. 26:40), de forma que pone, por la presencia de la nube, el sello de su aprobación. Todo se hace a satisfacción de Dios: «así la habían hecho».

Si la obediencia en la construcción de la primera Casa de Dios, el Tabernáculo, era tan necesaria, es fácil comprender que, en todas las sucesivas construcciones de su Casa, la misma obediencia condiciona la presencia divina. Lo mismo sucede con su Iglesia. Si hemos captado esta realidad y se impone en nuestros corazones, hemos comprendido lo esencial.

22.1.3 - La terminación (el arca y la nube)

En los versículos 33-34 del capítulo 40, se nos dice: «Erigió el atrio alrededor del tabernáculo y del altar, y puso la cortina a la entrada del atrio. Así acabó Moisés la obra. Entonces la nube cubrió el Tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el Tabernáculo». ¡Qué maravilla!

Es sorprendente comprobar que las instrucciones de Jehová dadas a Moisés en los 8 primeros versículos del capítulo 40, referentes al Tabernáculo erigido, están formulados bajo la misma forma (tú harás) que en los capítulos 25:1 a 27:19. Además, estas instrucciones van de adentro hacia afuera (el camino de Dios hacia el hombre).

El primer elemento mencionado es de nuevo el arca, figura de Cristo, centro de atracción. ¿Que sería la reunión en el nombre del Señor sin su presencia? Pero bajo la Ley, ningún sacerdote (excepto Aarón el sumo sacerdote, que entraba una vez al año en el lugar santísimo y Moisés) no veía el arca. ¿Qué había en él?

  • Las segundas tablas de la Ley, figura de Cristo que pudo decir: «Tu ley está en medio de mi corazón» (Sal. 40:8).
  • La jarra de oro que contenía el maná que alimentó al pueblo durante la travesía del desierto.
  • La vara de Aarón (Núm. 17), que había brotado, producido flores y almendras (la vida en la resurrección), una ilustración del soberano sacerdocio de Cristo.

A esto se añade la unción con el aceite del Tabernáculo, de todo su contenido, así como la unción, la santificación de Aarón vestido con las vestiduras sagradas y de sus hijos vestidos con sus túnicas.

Después de eso, cuando el Tabernáculo fue armado (construcción de la Casa de Dios: él puso, él colocó), la nube cubrió la tienda de reunión, y la gloria de Jehová la llenó. El propósito divino se cumple: Jehová habita en medio de su pueblo. La gloria de Dios que está en la nube (éx. 16:10 y 24:16) cubre el exterior y llena el interior de la Casa. Dios toma posesión de su Casa a la vista del pueblo. Sin embargo, el propio Moisés no podía entrar en la tienda, porque la nube permanecía encima. Este hecho nos recuerda que, bajo la Ley, el camino a los lugares santos estaba cerrado. Ahora, en virtud de la obra de Cristo, el camino está abierto a la fe a la que se dirige la invitación: Acerquémonos (Hebr. 10:19-22).

Las etapas continuarán durante casi 40 años, lo cual no estaba en la mente de Dios, ya que Deuteronomio 1:2 nos dice: «Once días hay de Horeb, camino de la serranía de Seir, hasta Cades-barnea». Debido a su incredulidad, el pueblo tuvo que errar durante 38 años. Durante todos estos años de errancia, se ha demostrado al mismo tiempo la falibilidad del pueblo, incluso su incredulidad, y la fidelidad de Dios que nunca renuncia a lo que se ha propuesto. Él ejerce sus medios gubernamentales debido a la infidelidad, pero siempre cumple la meta que se ha propuesto. Son realidades sencillas de comprender, importantes para nuestros corazones, que solo pueden entenderse con la ayuda divina.

La Casa ha sido terminada, el servicio se cumplirá, la presencia divina está allí. Es la primera manifestación de la morada de Dios con una colectividad, con un pueblo que le pertenece.

En el Génesis vemos a muchos hombres de Dios que caminaron con Dios, incluso en una intimidad notable (Abraham, Henoc que caminó con Dios 300 años… ¡es tan difícil caminar un día!…), pero no vemos una colectividad, siempre escenas individuales. De hecho, para formar una colectividad, era necesario que el sacrificio del cordero pascual, prefiguración de la obra de la cruz, el sacrificio del Cordero divino, sea realizado. Dios vio y reconoció el valor de la sangre del cordero pascual, colocada en los dos postes y en el dintel de las puertas, prefigurando el valor de la sangre de Cristo. Dijo: «Veré la sangre, y os pasaré por alto» (Éx. 12:13).

22.2 - Segunda construcción: el templo de Salomón

Dos reinados sucesivos

Ya no es el desierto; se ha instituido la realeza. Jehová ha levantado a David, un rey según su corazón, figura de Cristo rechazado. Sin embargo, cometió faltas, algunas muy graves. Pero, como resultado de la profunda obra de Dios en su conciencia, él tuvo la rectitud y la energía espiritual para confesarlas, juzgarlas y abandonarlas, de manera que fue totalmente restaurado. A pesar de sus faltas, es un tipo notable de Cristo, pero de Cristo rechazado. David no es el rey de gloria, sino el rey rechazado.

Entonces, se le concedió a su hijo Salomón, dotado de una sabiduría incomparable, el sabio entre los sabios, el privilegio especialmente precioso de realizar lo que su padre David tenía decidido en su corazón, la edificación de la Casa de Dios. Ya no un Tabernáculo itinerante, sino una casa fija en la tierra de la promesa.

En su oración en 1 Crónicas 29, David puede decir que preparó en abundancia todos los elementos necesarios; puso toda su energía, todo su pensamiento, todo su corazón, en su amor (1 Cr. 29:3), y en su aflicción (1 Cr. 22:14), para que todo esté listo para la realización de esta Casa que tanto le hubiera gustado construir él mismo. Jehová le hizo saber que era su hijo Salomón quien tendría ese privilegio. Salomón es una figura del Señor glorificado, no del rey rechazado. Estos dos reinados, que se suceden, sin interregno, son juntos la figura de la misma persona: Cristo rechazado y Cristo glorificado.

Los caminos de Dios, en su sabiduría, nos hacen entender que Cristo no construyó su Iglesia, durante el tiempo de su vida en la tierra, antes de su obra. Es solo al final de las horas de expiación, que el Señor ha podido decir: «Cumplido está». Desde ese momento, todo es adquirido; Él ha cumplido su obra y todas las bendiciones futuras que serán la parte del creyente ya están adquiridas. Ya disfrutamos de la salvación de nuestras almas, de las promesas más preciosas, del disfrute de su compañía como redimidos, hijos del Padre, de su presencia en la congregación.

Pero la transformación «de nuestros cuerpos en la conformidad del cuerpo de su gloria», nuestra introducción en la escena celestial para ocupar el lugar que él ha preparado, y todo lo que seguirá: a saber, sus disposiciones en juicio, el establecimiento de su reinado, el llamado a la existencia de los nuevos cielos y de la nueva tierra… todo esto, aunque ya adquirido por su obra, aún no ha sido producido.

22.2.1 - El fundamento

Hay un fundamento moral y un fundamento material en el templo de Salomón.

El fundamento moral:

«Comenzó Salomón a edificar la casa en Jerusalén, en el monte Moríah que había sido mostrado a David su padre, en el lugar que David había preparado en la era de Ornán Jebuseo. Y comenzó a edificar en el mes segundo, el dos del mes, en el cuarto año de su reinado» (2 Cr. 3:1-2).

El fundamento moral de la Casa de Dios está en el Calvario, representado por el monte Moríah, donde Isaac, el único y amado hijo de Abraham, fue sacrificado moralmente (Gén. 22). A Abraham se le perdonó la muerte de su hijo, pero Dios no perdonó a su propio Hijo: este es el fundamento de la Casa de Dios. En la era de Ornán, el juicio decretado sobre David pudo ser detenido por un sacrificio aceptado de Dios, de modo que el ángel volvió a poner la espada en su vaina (2 Sam. 24:18-25; 1 Cr. 21:20-26). Este es el fundamento moral de la Casa de Dios en la obra de Cristo.

Fundamentos materiales:

«Estas son las medidas que dio Salomón a los cimientos de la Casa de Dios. La primera, la longitud, de sesenta codos, y la anchura de veinte codos. El pórtico que estaba al frente del edificio era de veinte codos de largo, igual al ancho de la casa, y su altura de ciento veinte codos; y lo cubrió por dentro de oro puro. Y techó el cuerpo mayor del edificio con madera de ciprés, la cual cubrió de oro fino, e hizo realzar en ella palmeras y cadenas» (2 Cr. 3:3-5, RV).

«En el cuarto año, en el mes de Zif, se echaron los cimientos de la casa de Jehová. Y en el undécimo año, en el mes de Bul, que es el mes octavo, fue acabada la casa con todas sus dependencias, y con todo lo necesario. La edificó, pues, en siete años» (1 Reyes 6:37-38).

Si hay un fundamento moral, los fundamentos materiales son igualmente elocuentes. Vemos a Hiram (figura del servicio del Espíritu Santo) trabajando para Salomón (1 Reyes 5).

Los capítulos 6 y 7 de 1 Reyes describen la construcción de cuatro casas:

  1. La primera, a la que Salomón dedica toda su energía, es la Casa que construye para Jehová: se echaron los fundamentos y se terminó la Casa (Cap. 6).
  2. Entonces hay su propia casa, la casa del Hijo (7:1, 8);
  3. Luego la casa del bosque del Líbano que es la sede del gobierno (7:2-7);
  4. La casa de la hija de Faraón (7:8 y 9:24), figura de la relación de Cristo con las naciones durante el reinado del milenio.

Tenemos, especialmente en conexión con el templo de Salomón, estos dos pensamientos de los fundamentos y de la terminación, que fueron traídos a la luz en el mismo comienzo de la construcción de esta magnífica Casa que prefigura el reino milenario de Cristo.

Las piedras del fundamento eran piedras talladas (¡80.000 canteros!), piedras caras, de dimensiones impresionantes de 4 o 5m, (1 Reyes 5:17 y 7:9). Hay un paralelismo instructivo entre este pasaje y 1 Pedro 2, que nos habla del edificio de la gracia: «Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual…» (1 Pe. 2:5). –una Casa espiritual puesta sobre el fundamento que es Cristo.

22.2.2 - La terminación

En la descripción de 2 Crónicas 3:4 nos llama la atención la altura del pórtico: 120 codos, 6 veces más alto que ancho: 20 codos. Eso es extraño, pero nos lleva de vuelta al Salmo 24:7: «Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, Y entrará el Rey de gloria». Cuando Cristo, el rey de la gloria, entre en su morada, establecerá su reinado sobre Israel y sobre toda la tierra.

La Casa está terminada y este libro de los Reyes enfatiza esta terminación más de una vez; por ejemplo: «Cuando Salomón hubo acabado la obra de la casa de Jehová… que Salomón quiso hacer… dijo Jehová… He santificado esta casa que tú has edificado, para poner mi nombre en ella para siempre; y en ella estarán mis ojos y mi corazón todos los días» (1 Reyes 9:1-3). Ella sería «grande y portentosa» (2 Cr. 2:9).

22.2.3 - La obediencia

Esta bendición está vinculada a una condición, al caminar fiel de Salomón (1 Reyes 9:4-5). ¡Cuántas instrucciones en todos estos libros históricos! Como para el tabernáculo, los que construyeron estos elementos del templo, lo hicieron sin entender lo que estaba en el fondo del pensamiento de Dios. Ellos han hecho estas cosas, por una sabiduría que les fue dada, con la energía que les fue renovada, en perfecta obediencia. Era el principio de la Ley: Guarda mis mandamientos y vivirás (Prov. 7:2). Una sola iniciativa del hombre en la obra de Dios habría reducido a la nada el cumplimiento del propósito de Dios de habitar en medio de su pueblo.

Que esto nos toque profundamente en relación con la vida de la Iglesia. Los israelitas lo hicieron en escrupulosa obediencia, pero no podían percibir que, a través de estos elementos materializados, Dios tenía un pensamiento continuo, que encontramos como un hilo conductor de un extremo a otro de su Palabra: Cristo, su obra y el cumplimiento de su propósito. Un hermano decía: «Si hemos leído una página del AT sin encontrar nada de Cristo y su obra, lo hemos leído mal».

22.2.4 - La dedicación del templo

Cuando el templo fue terminado, el arca fue colocada allí y la nube lo llenó, como se había hecho antes cuando el Tabernáculo fue erigido. En las dos primeras construcciones de la Casa de Dios, ya sea en forma de una morada itinerante (una tienda), o un templo suntuoso en el país de la promesa, el sello de la satisfacción y de la aprobación divina está puesto. Sin embargo, los sacerdotes deben salir del santuario. La cortina permanecía y no debía abrirse hasta que el Señor hubiera sellado su obra en la cruz. Tan pronto como dijo: «Cumplido está», y después de haber entregado el espíritu, la cortina se rasgó desde arriba hasta abajo. A partir de entonces el camino hacia los lugares santos se abrió a la fe. Aquí en este templo maravilloso de Salomón, Dios habita detrás de un velo cerrado, en una profunda oscuridad. ¿Apreciamos ahora la plena libertad concedida a la fe para entrar en los lugares santos por la sangre de Jesús, por el camino nuevo y vivo que él nos ha consagrado a través del velo, es decir, su carne?

En la inauguración del templo de Salomón, cuyo reinado prefigura el establecimiento terrenal y futuro del reinado de Cristo, la dedicación fue suntuosamente celebrada. ¿Qué es una dedicación, sino el acto de dedicar, de consagrar o asignar personas, valores a un oficio particular, a un servicio particular?

En Deuteronomio 20:5, un hombre que había construido una casa nueva debía consagrarla. Aarón y sus hijos fueron consagrados antes de realizar su servicio sacerdotal (Éx. 29:29). Después de su purificación, los levitas eran entregados por completo al Señor (Núm. 8:16).

En 2 Crónicas 7:4-11, asistimos a la dedicación de la Casa de Dios y del altar en el cual 20.000 bueyes y 120.000 ovejas fueron sacrificados durante 7 días, y luego la dedicación del templo por otros 7 días en el 7º mes.

Salomón es una figura elocuente del Señor estableciendo su reinado glorioso, el reinado milenario. Aunque Cristo fue rechazado y crucificado como rey, nunca renunció a su título de rey, ni a su derecho al reino. Llegará el día en que se sentará en el trono de su gloria y todas las naciones serán reunidas ante él (Mat. 25:31).

22.3 - Tercera construcción: el templo de Zorobabel – Esdras 3:1-10

Cuatro siglos más tarde, cuando la infidelidad de Israel fue declarada sin remedio, Dios ya no tuvo compasión y envió a los caldeos contra Jerusalén que destruyeron el templo, se llevaron todas sus riquezas a Babilonia, y deportaron a Judá y a Benjamín a Babilonia durante 70 años de cautiverio. La cifra de 70 años no es arbitraria (corresponde a los 70 años sabáticos de los cuales Jehová había sido frustrado).

Al final de estos 70 años, en el 536 a.C., la misericordia de Dios dispone entonces el corazón de Ciro que concede a los judíos deportados que habían colgado sus arpas en los sauces (Sal. 137), incapaces de cantar himnos al Señor en tierra extranjera, la libertad de volver a Judea. Así que Dios concedió a los que lo deseaban volver a Jerusalén para reconstruir la Casa de Dios en su sitio. Unas 50.000 personas subieron de Caldea a Jerusalén, bajo el liderazgo de Zorobabel, para encontrar allí ruinas; tienen ante sus ojos las consecuencias del abandono de Jehová y de su Casa. El libro de Esdras describe este maravilloso despertar, producido por la gracia de Dios. La reconstrucción se completó 21 años más tarde a pesar de una interrupción de unos 15 años, pero principalmente en virtud del ministerio de Hageo. Ciertamente, no fue más el esplendor del templo de Salomón, pero la gracia divina, que inclina los corazones de los reyes como arroyos de agua (Prov. 21:1), produjo esta restauración temporal, de forma que la dedicación fuera celebrada (Esd. 6:16). Estas circunstancias del pueblo de Israel son un valioso estímulo, que nos muestra que la santidad y el gozo de los que el Señor es la fuente, pueden realizarse en tiempos difíciles, incluso en un ambiente hostil.

22.3.1 - El altar en su sitio

Cuando el enemigo arruina lo que Dios confía a su pueblo, lo primero que destruye es la adoración. Así fue capaz de eliminar de un pueblo llamado cristianizado la noción de culto. Cuando hay un reavivamiento producido por la misericordia de Dios, es lo primero que debe ser restaurado: la reconstrucción del altar de la adoración. Es muy sorprendente ver lo que anima a estos hombres de vuelta a Jerusalén: temiendo a Dios, buscan el lugar del altar (v. 2-3), la adoración rendida en el terreno de Dios según las ordenanzas divinas. Es lo que caracteriza un avivamiento del pueblo de Dios. Es sobre lo que el enemigo lanza sus primeros asaltos, la adoración de Aquel que lo derrotó. La obra de Cristo ha demostrado su victoria sobre el enemigo, el pecado y la muerte; y este terreno debe ser restaurado.

Un reavivamiento da testimonio de las faltas cometidas, del abandono de los valores espirituales. A veces se sugiere ser menos exigente… tener un poco de tolerancia… no pretender a un nivel demasiado alto, etc. No, porque esta no es la enseñanza de la Palabra. Restaurar el altar en su lugar y no en otro. «Lo que oísteis desde el principio permanezca en vosotros. Si lo que desde el principio oísteis permanece en vosotros, vosotros también permaneceréis en el Hijo y en el Padre» (1 Juan 2:24). Dios nunca baja el nivel de santidad, y da recursos para mantenerla.

22.3.2 - La vigilancia de los derechos de Dios sobre su Casa. La unidad del Espíritu

Además, se nombran supervisores, «para que activasen la obra de la Casa de Jehová» que «como un solo hombre asistían para activar a los que hacían la obra en la casa de Dios». Fueron de una sola mente, de un solo pensamiento, para ejercer este velar para que se respeten los derechos de Dios sobre su pueblo y su Casa (Esd. 3:3, 8-9). ¡No nos gusta que nos vigilen! Pero si hay una esfera donde la supervisión y la vigilancia son requeridas, es bien aquel donde el Señor tiene sus derechos en su propia Casa.

Esta hermosa expresión «como un solo hombre» se encuentra varias veces en este libro y en otras partes; corresponde a la unidad del Espíritu, que debe distinguirse de la unidad del Cuerpo. No se nos exhorta a mantener la unidad del Cuerpo que está garantizada por la obra de Cristo. Pero tenemos que aplicarnos en «guardar la unidad del Espíritu», un mismo pensamiento, un mismo sentimiento, al que el apóstol exhortaba a los filipenses (Fil. 2:2). Debemos aplicarnos a ello, porque esta unidad del Espíritu es muy vulnerable (Efe. 4:3). Puede perder muy rápidamente su carácter; se requiere vigilancia. En el versículo 1, están unidos como un solo hombre para buscar el terreno de Dios y en el versículo 9, todavía están unidos como un solo hombre para supervisar la obra de la Casa de Dios.

22.3.3 - Los fundamentos (Esd. 3:10-13)

En el versículo 10, echaron «los cimientos del templo de Jehová» y en los versículos 11 a 13, algunos «lloraban en voz alta», mientras que otros con «gran júbilo» alababan a Jehová porque se echaban los cimientos de esta Casa. ¿Qué solemnidad en esta escena donde se ponen los fundamentos! Ciertamente 2 o 3 generaciones estaban presentes en este trabajo.

Los ancianos que habían visto el magnífico templo de Salomón, o al menos habían oído hablar de él, tienen ante sus ojos un templo en ruina. Tienen muchas razones para llorar, porque son testigos de las consecuencias de su infidelidad.

Los jóvenes que subieron de Babilonia, que gritaban de alegría, no se equivocaban. No habían conocido el templo de Salomón, pero probablemente se les había hablado de la Casa de Jehová. Por primera vez ponen los pies en el lugar donde ella había estado construida. Tenían razón en gritar de alegría cuando vieron los fundamentos establecidos.

Un concierto combinado de llantos amargos y gritos de alegría acompaña esta restauración donde todo está de acuerdo con la mente de Dios. Son de la misma mente, pero perciben las circunstancias de manera diferenciada. Qué belleza y podemos desear ardientemente que aún hoy, en un cristianismo en ruinas, cuando los fundamentos de la casa de Dios, de su iglesia, se evocan, produzcan alegría en el corazón de nuestros jóvenes. El sonido de este concierto se escuchaba desde lejos (v. 13); ¡un testimonio público resultó de esa escena!

22.3.4 - La terminación – Esdras 6:13-18: La dedicación

La Casa se completó, no sin dificultad, porque el enemigo, después de que su oferta simulada de participar en esta restauración fue rechazada, demostró inequívocamente su oposición, buscando retrasar el trabajo, y si era posible detenerlo (15 años – 4:24). En el versículo 14: «Edificaron, pues, y terminaron, por orden del Dios de Israel…» y en el versículo 16: «…hicieron la dedicación de esta casa de Dios con gozo».

Un tiempo de ruina – los recursos divinos no cambian

Si se compara el número de sacrificios ofrecidos, ¡ya no es la magnitud ni el esplendor de la dedicación del templo de Salomón! Esta es la continuación de un tiempo de ruina. No volveremos a los días primaverales llenos de frescor del principio del cristianismo. No vamos a revivir el principio del libro de los Hechos. Pero todavía tenemos, hoy en día, los mismos recursos que al principio del amanecer de la Iglesia. El Señor no nos ha quitado ningún recurso. Él no es el que ha cambiado. Pero, si hay humillación, se nos puede conceder la gracia, incluso en un tiempo de ruina, para manifestar los caracteres inalterables de la casa de Dios.

La unidad del pueblo proclamada

La casa se completa, se dedica y se ofrecen sacrificios, entre otras 12 cabras según las 12 tribus de Israel, cuando solo había dos. Las otras 10 tribus estaban dispersas; solo quedaban dos. Sin embargo, la unidad del pueblo ante Dios permanece inalterable. Tenemos el privilegio, aunque seamos pocos, reunidos alrededor del Señor en su mesa, para proclamar la unidad del pueblo de Dios. Estamos ante un solo pan que proclama la realidad de la unidad del Cuerpo de Cristo. Por el partimiento del pan, participamos en el memorial de la obra y muerte de Cristo, y esto en calidad de miembros de su Cuerpo, un organismo espiritual formado por todos los creyentes sobre la tierra en todo momento. No confundamos nunca la realidad inalterable de la unidad del pueblo con la comunión en la mesa del Señor. Estos dos aspectos distintos rara vez se mencionan en la Cena del Señor. Si no lo son, el pensamiento de comunión práctica con todos los miembros del Cuerpo de Cristo puede ser inducido involuntariamente.

La santidad – El gozo – La unidad del Espíritu

Pero hay una condición espiritual especificada en este capítulo de la dedicación en los versículos 19-20: «…Los hijos de la cautividad celebraron la pascua a los catorce días del mes primero… Porque los sacerdotes y los levitas se habían purificado a una; todos estaban limpios…» y en los versículos 21-22: «…Todos aquellos que se habían apartado de las inmundicias de las gentes de la tierra para buscar a Jehová Dios de Israel. Y celebraron con regocijo la fiesta solemne de los panes sin levadura siete días, por cuanto Jehová los había alegrado». ¡Qué frescor! Fue solo un despertar, lejos del origen en lo que respecta a las circunstancias externas; pero los corazones eran quizás más fervientes que en el momento de la dedicación del templo de Salomón. Aquí, la dedicación y la fiesta del pan se llevan a cabo con gozo, mientras que no es mencionado para la dedicación del templo. Después de siglos de experiencias cuán dolorosas, esta restauración por la gracia divina se concede a los que vuelven sobre el terreno que había sido abandonado.

Se purificaron como un solo hombre, en un solo espíritu, separados de la impureza de las naciones del país. Si hay una circunstancia en la que los pensamientos divergen, cuando la unidad del espíritu es difícil de lograr, es cuando es necesario separarse y purificarse del mal. Es entonces cuando el estado de nuestros corazones sale a la luz.

Celebraron la Pascua, que tiene su antitipo en el sacrificio del Señor en la cruz, el fundamento de nuestra liberación, que recordamos en la Cena del Señor. Volvemos a las cosas del principio, en el frescor de las bendiciones encontradas de nuevo. Celebran con gozo la fiesta de los Panes sin levadura durante 7 días; estos 7 días que evocan la vida cristiana en separación para Cristo, que es la fuente de nuestras alegrías. A pesar de la precariedad de ese tiempo, estaban felices de encontrar la casa de Dios restaurada. Pero la verdadera fuente de alegría estaba en el mismo Dios. Jehová los había hecho felices.

En esta escena en la que encuentran lo que se había perdido, hay una renovación de frescor que nos muestra, para nuestro mayor aliento, lo que podemos saborear si hay fidelidad, santidad, un profundo deseo de corazón, a pesar de los momentos más difíciles.

Nota

Más tarde, el muro destruido será reconstruido bajo Nehemías en solo 52 días y la dedicación también será celebrada con gozo (Neh. 6:15; 12:27). El gozo se establece en la separación para Dios.

Mencionemos también la Fiesta de la Dedicación, instituida en el año 165 a.C. por los Macabeos, para celebrar la restauración del templo, tres años después de que Antíoco Epífanes lo profanara. Esta Fiesta de la Dedicación de 8 días es ajena a las «Fiestas de Jehová», pero se siguió celebrando en diciembre, incluso el 25. El Evangelio de Juan menciona la presencia del Señor en Jerusalén durante esta celebración (10:22-23). Aunque era el verdadero Salomón, al ser rechazado como tal, era inútil para él declararles que era Cristo; pero llama a los suyos, a sus propias ovejas que conocen y escuchan su voz, a las que da la vida eterna.

22.4 - Cuarta construcción: La Iglesia – Mateo 16:18; 1 Pedro 2:6-7

22.4.1 - El fundamento

El Señor fundó su Iglesia, y más que eso, él mismo es el fundamento de la misma. «Sobre esta roca edificaré mi Iglesia» (Mat. 16:18). Este es el fundamento ya mencionado por el profeta Isaías (cap. 28:16). El fundamento seguro es el propio Cristo. El apóstol Pedro, que se benefició enormemente de las palabras que el Señor le había dirigido personalmente (Mat. 16 y 18; Juan 21:15-19), a menudo a través de circunstancias dolorosas para la carne, se complace en repetir en sus epístolas lo que el Señor le enseñó sobre el valor del fundamento de la Iglesia (1 Pe. 2) y el cuidado a dar al rebaño de Dios (1 Pe. 5). Pedro describe la calidad de este fundamento: Cristo, la «piedra angular, escogida, preciosa», «escogida y preciosa ante Dios» (1 Pe. 2:6, 4). El fundamento es Cristo y su obra. Tanto Pablo como Pedro trabajaron en el fundamento que fue puesto (1 Cor. 3). Ni el apóstol Pablo ni el apóstol Pedro eran el fundamento. El uno como el otro, los dos apóstoles dando muy particularmente, pero bajo diferentes aspectos, enseñanzas sobre la Iglesia, han trabajado sobre este fundamento. El apóstol Pablo, refiriéndose a las extraordinarias revelaciones que se le hicieron, los llama un «misterio oculto» hasta entonces, un «gran misterio» en relación con Cristo y su Iglesia (Efe. 5:32). Sean cuales sean los asaltos del enemigo, no podrían prevalecer contra ella.

22.4.2 - También está la terminación de la Iglesia, que se realiza en 2 fases

Tenemos una primera realización, cuando después de la glorificación del Señor, el Espíritu Santo descendió en Hechos 2. Unió en un solo cuerpo a los creyentes que se beneficiaron de la obra del Señor. Fue en este tiempo que la Iglesia fue constituida (1 Cor. 12:13).

Pero tenemos la gloriosa y definitiva terminación. El pasaje de Efesios 5, describe en 7 puntos lo que el Señor ha hecho, está haciendo y hará por su Iglesia.

En el pasado:

  • la amó (el motivo) y
  • se entregó a sí mismo por ella.

En el presente, el Señor está haciendo 4 cosas:

  • Él la alimenta y
  • la aprecia,
  • la purifica y
  • la santifica.

En el futuro:

  • a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha.

Sentimos en nuestros corazones algo de este amor de Cristo por su Iglesia, su tesoro en el campo, el tesoro de su corazón en este mundo. La alimenta con él mismo. Prácticamente la purifica, por el lavado de agua por la Palabra. La santifica, la pone aparte para sí mismo. Esperando para presentársela a Él mismo para el gozo eterno de su corazón. El fundamento de su Iglesia es él. La finalización de su Iglesia, será cuando él se la presentará como una virgen casta el día de la boda (1 Cor. 11:2).

22.5 - Los cimientos de la Nueva Jerusalén desarrollados ante nosotros en Apocalipsis 21

22.5.1 - La Nueva Jerusalén

Apocalipsis 21:9-27; 22:1-5

El capítulo 21 del Apocalipsis, a partir del versículo 9, da una descripción figurativa de la santa ciudad, la Nueva Jerusalén durante el reino milenario.

Los fundamentos de la Nueva Jerusalén, parte celestial del reino

«El muro de la ciudad tenía 12 cimientos, y sobre ellos los nombres de los 12 apóstoles del Cordero» (v. 14). Estos nombres de los apóstoles en los 12 fundamentos vinculan esta ciudad celestial con el trabajo que hicieron guiados por el Espíritu Santo después de Pentecostés. El Apóstol Pablo especialmente, luego los otros apóstoles, edificaron sobre el único fundamento que es Jesucristo (1 Cor. 3:10-11). Una esfera de bendición y gobierno celestial ha sido así constituida en la tierra. Esta obra iniciada a través de los apóstoles es ahora vista en su totalidad y en gloria. En efecto, la ciudad celestial no muestra a la Iglesia como el apóstol Pablo la presenta bajo el aspecto de Cuerpo de Cristo o en su relación con la Casa del Padre, sino como un objeto de la manifestación de la gloria de Dios ante el mundo milenario.

Las puertas de la ciudad santa – La terminación

Si el comienzo de una ciudad está marcado por la colocación de los fundamentos, su terminación se ve en que son puestas las puertas. Todo es perfecto, cumpliendo con los requisitos divinos. No solo los cimientos están adornados con piedras preciosas (v. 19), representación simbólica de los santos reflejando la gloria de Cristo, pero cada una de las puertas es una piedra preciosa (v. 21). En esta esfera de luz y de gloria, las puertas no serán cerradas (v. 25). ¡Qué contraste con las precauciones tomadas por Nehemías durante la reconstrucción del muro (Neh. 7:3)!

La única perla de la que es formada cada una de las puertas habla del precio de la Iglesia para el corazón de Cristo (Mat. 13:46). De cual lado que se llegue a ella, la ciudad demuestra su valor para Él. En un día futuro, el mundo entero verá en la Iglesia por un lado, el valor que Cristo tiene para Dios y por otro lado, el precio que la Iglesia tiene para Cristo; entonces las palabras del Señor a Filadelfia tendrán su cumplimiento: «Los haré venir y postrarse ante tus pies, para que sepan que yo te he amado» (Apoc. 3:9).

El trono de Dios y del Cordero

En esta santa ciudad de Dios, habrá un río que nunca se secará, y un árbol de la vida cuyos frutos nunca faltarán con hojas que nunca se marchitarán.

Mientras que en Apocalipsis 4 (v. 5), rayos y truenos salían del trono, aquí por la obra de Cristo y la presencia del Cordero, un río de agua viva fluye de él como el cristal (pureza absoluta). Si había dos árboles en el Edén, solo hay uno en el paraíso celestial, aquel de la vida. Su fruto asegurado sostendrá la vida eterna y su follaje no se marchitará. ¡Qué contraste! Además, la plenitud de los motivos de sufrimiento vividos en la tierra es eliminada: a las cinco eliminaciones mencionadas en el versículo 4 del capítulo 21 –las lágrimas, la muerte, el luto, los gritos y el dolor, se añaden las de la noche y de la maldición. Todo será bendición y alabanza en esta inmutable esfera de luz y de gloria.

22.5.2 - La morada de Dios con los hombres (Apoc. 21:1-8)

El libro del Éxodo anuncia proféticamente la meta final de Dios, el momento en que su «morada» será con los hombres. «Los introducirás y los plantarás en el monte de tu heredad, en el lugar de tu morada, que tú has preparado, oh Jehová, en el santuario que tus manos, oh Jehová, han afirmado» (Ex. 15:17). «Esperamos nuevos cielos y una tierra nueva, en los que habitará la justicia» declara el apóstol Pedro (2 Pe. 3:13).

Los versículos 1 a 8 del capítulo 21 de Apocalipsis presentan el estado eterno. Las «primeras cosas» pasarán para siempre y darán paso a las cosas gloriosas y eternas. Dios «habitará (el tabernáculo, lit. tabernaculará)» con los hombres; «ellos serán su pueblo, y él será Dios de ellos» (Apoc. 21:2-3). La Iglesia, llamada la Nueva Jerusalén, «preparada como una novia engalanada para su esposo» (Apoc. 21:2), tan bella como el día de la boda del Cordero celebrada mil años antes (Apoc. 19:7), ocupará un lugar privilegiado.

Todo será terminado, los planes de Dios y los votos de su amor se habrán perfectamente cumplidos: «¡Hecho está! Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin» (Apoc. 21:6). Este «hecho está» viene como un eco celestial y glorioso del «cumplido está» pronunciado por el Señor en la cruz. Dios descansará en su amor (Sof. 3:17); será «todo en todos» (1 Cor. 15:28).

22.6 - Conclusión

El que ha comenzado, termina. «¿Lo dirá y no lo hará? Habrá hablado y ¿no lo logrará?» (Núm. 23:19). «… lo que Dios había prometido, también es poderoso para cumplirlo» (Rom. 4:21). Qué gracia estar seguro de esto mismo, que «el que comenzó en vosotros una buena obra, la llevará a cabo hasta el día de Cristo Jesús» (Fil. 1:6).

Somos los objetos de este propósito. Que él nos dé a gozar cada vez más y nos permita esperar la celestial y gloriosa conclusión que es segura, que es parte de estas preciosas y grandes promesas (2 Pe. 1:4), de esa esperanza gloriosa (Col. 1:27) que pronto encontrará su cumplimiento. Que mientras tanto, ¡nos conceda demostrar algún amor por él, comprendiendo qué precio ha pagado para adquirir esta Iglesia que le es tan querida! ¡Que nuestros afectos estén siempre dirigidos hacia Él, esperando serle semejante, verlo tal como es, y rendirle un homenaje eterno y celestial!

23 - Anexo 5 – Guardar lo que el Señor nos confía

Leer: Proverbios 4:1-13

Es un mandato frecuente en la Palabra, que el Espíritu Santo pone ante nuestros corazones, para «guardar» lo que Dios, en su bondad, nos confía. El conocimiento de sus pensamientos, las revelaciones dadas por las Escrituras constituyen un tesoro que debemos apreciar especialmente.

Esta petición divina es puesta en la conciencia del hombre desde el jardín del Edén. El hombre no fue puesto en un jardín de delicias para estar ocioso, sino «para que lo labrara y lo guardase» (Gén. 2:15); él era responsable de guardar esta esfera, que condicionaba su felicidad.

La Ley que Dios le dio a su pueblo Israel tenía que ser cuidadosamente guardada. Tenía que ser leída, meditada, para guiar el camino del pueblo terrenal y unir su corazón a Dios que lo había liberado del opresor. Sabemos que desde el principio el hombre ha fallado a su noble mandato y transgredió lo que Dios le había ordenado.

Guardar las instrucciones divinas es la parte privilegiada de los creyentes. «Guarda el buen depósito», dijo el apóstol Pablo a Timoteo (2 Tim. 1:14). La bondad y la misericordia de Dios nos han confiado valores que poseemos en «vasos de barro» (2 Cor. 4:7). En nuestros propios cuerpos, en nuestros corazones, tenemos este «depósito» que estamos llamados a cultivar y a guardar.

El aprecio de Dios por el testimonio de Filadelfia, que no obstante tenía poca fuerza, muestra lo que tenía valor para Dios en esta iglesia: era que había guardado su Palabra y no había negado su nombre.

Al final del libro del Apocalipsis, después del anuncio de las profecías solemnes, se dice: «Dichoso el que guarda las palabras de la profecía de este libro» (Apoc. 22:7).

Este mandato de mantener los valores que nos han sido confiados corre a lo largo de la Escritura como un hilo conductor, para atar nuestros corazones y conciencias a Aquel a quien debemos fidelidad y obediencia.

23.1 - El servicio de los meraritas (Núm. 3:33-38; 4:29-33)

Desde el primer año de la marcha de Israel por el desierto, Dios estableció su morada en medio de su pueblo, una Casa itinerante cuyos elementos debían ser transportados de lugar en lugar, según que la nube se elevaba o se detenía. De ahí la repetición durante estos 39 años del desmontaje y el montaje de todos estos elementos del Tabernáculo, la morada de Dios.

Tres familias de los levitas habían recibido este servicio como recompensa por su fidelidad en el asunto del becerro de oro; y Jehová había asignado a cada familia una tarea definida:

  • los gersonitas debían llevar la parte textil del Tabernáculo (~5 toneladas).
  • los meraritas se encargaban de la parte estructural, de las basas, las tablas, de todo lo que sostenía la estructura (~49 toneladas).
  • los coatitas transportaban los elementos del santuario.

Ninguno de ellos había elegido lo que debía hacer; Jehová lo había ordenado con mucha precisión.

Nuestro privilegio, que también es nuestra responsabilidad, es guardar, mantener en nuestros corazones lo que la gracia divina nos confía para el camino aquí abajo.

Las basas de plata y cobre

Sobre las basas de plata descansaban las tablas laterales del Tabernáculo y los cuatro pilares que sostenían la cortina entre el lugar santo y el lugar santísimo. Las basas de bronce soportaban los pilares del atrio y los 5 pilares de la cortina de entrada del santuario.

Los meraritas tenían la gran responsabilidad de no perder nada en el camino, de una etapa a la otra. Las basas eran los últimos elementos que se cargaban, cuando todo estaba desarmado, y los primeros que habían de ser puestos en la siguiente parada para volver a montar el Tabernáculo. Si una de las 65 basas de bronce faltaba, o una de las 100 basas de plata, a la llegada a la siguiente etapa, cuando la nube se detenía, no podía haber sido erigida la Casa de Dios.

Estos elementos materiales son muy significativos para nosotros, los cristianos: ya nos hacen percibir el pensamiento de Dios sobre lo que está vinculado con la Casa de Dios y condiciona la vida colectiva de los creyentes. La Iglesia descansa sobre basas fundamentales espirituales que condicionan su realización.

La Escritura y el Espíritu Santo, en el Nuevo Testamento, nos hacen entender cuáles son los metales preciosos usados para la construcción de la Tienda de Asignación[2]:

[2] NdT.: Añadimos aquí lo que significa y la diferencia que hay entre el Tabernáculo y la Tienda de Asignación:

  • El Tabernáculo: Expresa el pensamiento de la morada de Dios en medio de su pueblo. El Tabernáculo indica el carácter provisional de esta morada.
  • La Tienda de Asignación: Evoca la separación del mal. Moisés se separó del pueblo y puso su propia tienda fuera del campamento, lejos del campamento (33:7); y sin embargo ¡era el pueblo de Dios! Este paso de Moisés nos muestra que puede haber la necesidad de separarse del mal, debido a lo que se puede encontrar incluso dentro del pueblo de Dios. La asignación evoca un lugar designado para la reunión.

El bronce es una imagen de la justicia de Dios contra el pecado, justicia manifestada en el juicio. En el altar de bronce los sacrificios eran consumidos por el fuego (Éx. 27:1-8). Las basas de bronce que sostenían los pilares del atrio mostraban que se entraba en un recinto donde el pecado no tenía ni derecho ni lugar. También los cuatro pilares que sostenían el velo de la entrada al Lugar Santo estaban colocados sobre basas de bronce, como última advertencia de la necesidad de un juicio de sí mismo para acceder a ese lugar.

La plata que constituyen las basas del Tabernáculo, colocadas debajo de cada una de las tablas y debajo de cada uno de los cuatro pilares que sostienen la cortina, nos habla de la Palabra de Dios: «las palabras de Jehová, como plata refinada en horno de tierra, siete veces acrisolada» (Sal. 12:6). La Palabra nos instruye acerca de los caminos de Dios y de sus designios en relación con la obra de redención de Cristo. La plata es una figura del precio que el Señor pagó por la redención de los pecadores.

El oro es un símbolo de la gloria de Dios revelada en su justicia, su santidad, su poder y su amor. Los elementos del Tabernáculo que hablan del Señor Jesús eran de oro puro (el arca y el propiciatorio, la mesa de los panes de proposición, el candelabro, el altar de oro –o del incienso). Los elementos que presentaban los redimidos eran de oro o recubiertos de oro (las tablas y sus travesaños, las grapas de las alfombras y los pilares de la cortina). Las tablas no estaban cubiertas de bronce, sino de oro, lo cual habla de la justicia de Dios para todos los redimidos, pecadores que han recibido la salvación, vestidos de Cristo.

Los dos elementos utilizados para las basas del Tabernáculo (bronce, la justicia de Dios contra el mal, y plata, la figura de la redención) constituyen los fundamentos de la Casa de Dios. Por eso las tablas, tipo de los redimidos, revestidos de oro y no de bronce, reposaban sobre basas de plata sobre las que estaban encastradas.

Los meraritas eran los últimos en salir, y había que esperarlos para que pusieran todas las basas para poder armar el Tabernáculo. Así tenemos, por medio de estas primeras ilustraciones que Dios nos da, enseñanzas para nosotros hoy. Sin duda los israelitas cumplieron lo que se les pedía sin entender lo que ahora podemos comprender, en el período de la gracia. Sobre las experiencias de los israelitas en el desierto, el apóstol Pablo dice: «Estas cosas les acontecían como ejemplos, y fueron escritas para advertirnos» (1 Cor. 10:11). Tenemos el privilegio de entrar por medio del Espíritu Santo en el significado espiritual de aquellas cosas materiales que Dios ordenó bajo la Ley.

Nada es anticuado en la Escritura; tenemos una Palabra viva y permanente, como Aquel que nos la dio. ¡No contiene páginas inútiles! (2 Tim. 3:16).

El transporte de los elementos del Tabernáculo debía hacerse con gran cuidado y mucha vigilancia. Había que vigilar atentamente para que nada se perdiera en el camino. Lo que debía ser transportado era inscrito, registrado: «Los designarás por nombre» (Núm. 4:32).

Nosotros, que somos por gracia los depositarios de lo que la gracia divina nos ha confiado, dejémonos instruir por el Espíritu Santo para comprender lo que el Señor quiere decirnos sobre su casa en la economía actual: su Iglesia. Ella también se apoya sobre basas, y si las perdemos en el camino, la casa no se puede realizar.

23.2 - Los bienes de la casa de Dios confiados a Esdras (Esd. 7:11-26; 8:15-36)

Debido a su infidelidad, el pueblo de Israel fue deportado a Babilonia durante 70 años (estos corresponden a los 70 años sabáticos de los que Jehová había sido frustrado). Al final de estos 70 años, Dios en su gracia se sirvió del gran rey Ciro para conceder a todos los que lo quisieran el permiso para subir a Jerusalén.

Un primer convoy, bajo la dirección de Zorobabel, hijo de Salatiel, subió en el año 536 a.C. Unas 50.000 personas vinieron a Jerusalén para ver las ruinas; el templo y la ciudad quedaron reducidos a un montón de piedras. Tenían ante sus ojos las consecuencias de su desobediencia y del gobierno de Dios hacia ellos. Sin embargo, habían regresado a la tierra prometida, y estaban allí «como un solo hombre» para volver a encontrar los fundamentos del altar. Es lo que hicieron con la ayuda divina, a pesar de las acusaciones y amenazas del mundo; porque el mundo siempre se opondrá al pensamiento de Dios.

Entonces este pueblo se desanimó en la reconstrucción de esta Casa, por las amenazas, prohibiciones, cansancio… ¡Esto no les impidió, por desgracia, ocuparse de sus casas artesonadas! (Hag. 1:4). La obra de la Casa de Jehová se interrumpió durante 15 años (Esd. 4:24).

En el año 519, después de estos 15 años de sueño espiritual, con la ayuda de la gracia divina y siguiendo el mensaje que les envió el profeta Hageo, un mensajero enviado por Jehová, se produjo un avivamiento en sus corazones. Reanudaron el trabajo y en 4 años y 3 semanas más tarde, en el año 515, la Casa de Jehová estaba terminada. La dedicación fue pronunciada en condiciones maravillosas de santidad práctica.

23.2.1 - Esdras, siervo de Dios, discierne el llamado a subir a Jerusalén

47 años después, Jehová permite un nuevo avivamiento entre los judíos que permanecieron en Babilonia (Esd. 7). Esdras viene desde Babilonia con un pequeño convoy de unas 1.500 personas que van por el mismo camino. Este hombre era de una fidelidad al Señor y de una piedad particulares, ya que se nos dice que «Esdras había preparado su corazón para inquirir la Ley de Jehová y para cumplirla, y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos» (Esd. 7:10).

• Dios dispone favorablemente al rey Artajerjes que le autoriza a volver a Jerusalén. Dios dispone de quien quiere, cuando quiere, para hacer lo que Él quiere.

• Artajerjes les confía (les devuelve) los valores de oro y plata que estaban en Babilonia. Entre estos valores, estaban ciertamente los utensilios del templo de Jerusalén arrebatados a Israel, durante los últimos reinados de Judá (2 Cr. 36:7, 10, 18). Habían permitido que se les robaran los utensilios de la Casa de Jehová, los vasos de oro y de plata que fueron llevados en Babilonia.

• Además, Esdras sube con la protección y recomendación del rey Artajerjes para reconstruir la «Casa de tu Dios».

Si bien es profundamente triste ver que el pueblo se había dejado arrebatar estos valores, qué hermoso es ver que la gracia de Dios les da la oportunidad de recuperar esas bendiciones que antes habían descuidado y abandonado. ¡Qué bondad de Dios!

23.2.2 - El encuentro cerca del río Ahava

Esdras, junto al río Ahava, busca a los levitas y no los encuentra (Esd. 8:15). Es solo después de una cuidadosa búsqueda que logra encontrar 38 levitas, mientras que había miles de ellos. Los levitas eran de la tribu que había recibido el servicio de la Casa de Dios. Pero cuando la ruina del pueblo está ahí, debemos ver que los siervos están ausentes; ¡el servicio ha sido abandonado! Por otro lado, es muy sorprendente que hayamos encontrado 220 sirvientes del templo. Es un tiempo de precariedad, pero también es un tiempo de gracia.

Los levitas eran del pueblo de Dios, mientras que los sirvientes del templo eran extranjeros que se habían unido al pueblo. Esto es a veces el caso incluso en el pueblo celestial al que pertenecemos; a veces hay más celo e interés por la Palabra y por el pueblo de Dios en los que vinieron de afuera a la Casa de Dios, y que han descubierto los valores que hay en ella, que en los nacidos en esta esfera de privilegios.

Esta disposición favorable de Artajerjes no lleva a Esdras a buscar recursos en el mundo, en el hombre; no buscará la caballería del rey. ¿Pero qué hace? Él se humilla. Incluso en un tiempo de despertar, en un tiempo en el que la gracia de Dios se manifiesta, cuando se ha tomado conciencia de las consecuencias de las infidelidades pasadas, es apropiado tomar el camino de vuelta sobre un terreno de humillación. Esdras se detiene junto al río Ahava (es instructivo ver en la Palabra lo que sucede en las orillas de los ríos) para suplicar, humillarse y pedir la dirección divina para ellos y para la siguiente generación, para sus hijos y para todas sus pertenencias. ¡Qué disposición favorable en Esdras, y esto en un tiempo de pequeñas cosas! Podría haber pensado que era inútil, que los enemigos les rodeaban y les robarían a lo largo del camino. Podría haber renunciado a ponerse en camino o, al menos, pedir ayuda a la poderosa caballería del rey. ¡Ni lo uno ni lo otro! El asedio al poder para encontrar «el camino derecho» sembrado de peligros y trampas, era la humillación en la orilla del río, como la oración para pedir a Dios su ayuda y su protección. De esta manera, a pesar de su poca fuerza, esta salida para un largo trayecto desde Babilonia hasta Jerusalén, podía estar asegurada de la ayuda y de la protección de Dios. Solo después de eso se ponen en camino.

Piden la indicación del «camino derecho»; ¡hay muchos caminos! Estamos en tiempos difíciles; el enemigo está activo y es sutil, redoblando sus esfuerzos, porque sabe que le queda muy poco tiempo para actuar. Pone toda su energía en engañar y perjudicar el testimonio que la gracia de Dios nos concede conocer y nos pide llevar a cabo. Pero no importa los recursos que tenemos en sí mismos; Esdras y sus compañeros no buscaron protección en el hombre. Es Dios mismo quien es la fuente de nuestras fuerzas. «La mano de nuestro Dios es para bien sobre todos los que le buscan...» (Esd. 8:22).

La gracia de Dios concede a los que confían en él una maravillosa satisfacción. «Ayunamos, pues, y pedimos a nuestro Dios sobre esto, y él nos fue propicio» (v. 23). Son circunstancias en las que la carne no es alimentada: «ayunamos». Entonces hay discernimiento para pedir lo que es apropiado: se lo «pedimos a nuestro Dios». La oración es seguida por la respuesta divina.

Estas ilustraciones son de particular relevancia para nosotros y nuestra fe debe apoderarse de ellas. ¡Que su gracia produzca en nuestros corazones disposiciones como estas!

23.2.3 - La distribución de las cargas

Esdras nombra a los principales sacerdotes que deben servir los intereses de Dios llevando las cargas que constituían una fortuna colosal (8:26 –un talento pesaba unos 45 kg: 650 talentos de plata = 30 toneladas y 100 talentos de oro = 4,5 toneladas). Son responsables de este tesoro para llevarlo a la casa de Jehová en Jerusalén. Se entiende el ejercicio de dependencia, el temor de Esdras, lleno de sabiduría, para emprender tal viaje. Todo se pesa (v. 26), para llevar a Jerusalén todos estos tesoros que se habían dejado robar. Finalmente regresan, con un sentimiento de pequeñez, de humildad y de humillación, pero con el anhelo de encontrar el lugar donde Jehová reúne a los suyos y donde se encuentran todos los valores espirituales materializados en este pasaje.

Encontramos en el versículo 27 la mención de 2 vasos de bronce bruñido, preciosos como el oro. Esto puede sorprender porque no hay ningún vínculo entre estos dos metales. Si el bronce –justicia de Dios ejerciéndose contra el pecado (por lo tanto, la separación del mal), se identifica con el oro –la justicia de Dios a favor de los pecadores justificados (su posición en Cristo), tenemos en esta asociación la expresión de un nivel práctico de santidad (el bronce) cuya elevación refleja su posición en Cristo (el oro).

Estos tesoros son pesados y los que los llevan son llamados a la santidad. No es posible ser portadores de cosas sagradas mientras se está mancillado. «Purificaos, los que lleváis los utensilios de Jehová», dijo el profeta Isaías (52:11). «Vosotros estáis consagrados a Jehová, y son santos los utensilios, y la plata y el oro, ofrenda voluntaria a Jehová Dios de nuestros padres» (Esd. 8:28).

«Vigiladlos y guardadlos hasta que los peséis...» (v. 29): esto es lo que el Señor espera de nosotros. Él ha puesto en nuestros corazones revelaciones sobre su casa, esta Iglesia por la cual se entregó a sí mismo, este misterio «escondido desde los siglos en Dios» (Efe. 3:9), revelado solo al apóstol Pablo. Tenemos estos valores en vasos de tierra, nuestros cuerpos; pero en nuestros corazones estamos llamados a la vigilancia para que no perdamos nada en el camino y mantenerlos allí donde tienen su lugar.

23.2.4 - El viaje y la llegada a Jerusalén

Subrayemos estas dos expresiones: «partimos» y «llegamos a Jerusalén» (Esd. 8:31-32)

• «Nos ponemos en marcha»: como redimidos por el Señor, también nos hemos puestos en marcha el día en que nos dimos cuenta de nuestra pecaminosidad y en el que hemos venido al Señor. Desde ese día, estamos en camino, en un nuevo camino, pero sembrado de trampas. Vemos dos manos trabajando al mismo tiempo, pero de manera absolutamente opuesta: «La mano de nuestro Dios estaba sobre nosotros, y nos libró de la mano del enemigo y del acechador en el camino. Y llegamos» (v. 31). Si existe la mano del enemigo que solo busca poner trampas y robar a los portadores de estos valores, la mano de Jehová prevalece y preserva a los portadores de tales riquezas. Durante todo el viaje, la «mano de su Dios» ha estado sobre los suyos para guardarlos y liberarlos de la «mano del enemigo»; ambas manos están activas, pero es la mano de Dios la que ha prevalecido. De la misma manera, como creyentes que caminan por la fe, podemos experimentar la ayuda de «la mano de nuestro Dios». Si Satanás no puede quitarnos nuestra bendita esperanza en Cristo, busca constantemente privarnos del disfrute de la comunión con el Señor, para obstaculizar nuestro caminar. Recordemos, como Esdras lo experimentó, que la buena mano de nuestro Dios «guarda las almas de sus santos; de mano de los impíos los libra» (Sal. 97:10), «es para bien sobre todos los que le buscan» y ¡que siempre prevalecerá sobre la del adversario!

• «Hemos llegado a Jerusalén»: estamos seguros de llegar al final del camino; vamos a llegar a la presencia del Señor. Que el Señor nos haga profundamente deseosos de no perder en el camino los valores espirituales revelados por su Palabra, lo que su gracia nos concede conocer y poseer. Si nos confiamos a la mano del Señor, seremos custodiados. «Conmigo estarás a salvo» (1 Sam. 22:23).

«Nadie las arrebatará de mi mano…» (Juan 10:28). ¡No hay una posición más segura!

23.2.5 - La recepción de la plata, del oro y de los utensilios

A su llegada, «Fue luego pesada la plata, el oro y los utensilios, en la casa de nuestro Dios… y por peso se entregó todo» (Esd. 8:33-34). Es en la casa de Jehová, en el lugar donde los vasos debían ser puestos, que el pesaje es hecho. Aquí es donde es puesto en evidencia la fidelidad durante este largo viaje. Todo es inscrito a la salida y todo es inscrito a la llegada. Estos valores se depositan allí para comprobar que nada se ha perdido en el camino.

¿No es la evocación del tribunal de Cristo? Cuando seamos introducidos ante el Señor, habremos terminado con las amenazas y los asaltos del enemigo. El tiempo de nuestra responsabilidad como portador habrá llegado a su fin; entonces compareceremos ante el Señor. Nuestra vida aquí será revisada y apreciada por el Señor. Especificamos bien que en el tribunal de Cristo no hay ningún condenado; solo hay redimidos que escucharán del Señor su apreciación en relación con su viaje como creyentes en la tierra.

No hay nada en común con el «gran trono blanco» donde no habrá ningún redimido, sino solo condenados (Apoc. 20:11-13).

Seguramente, en el cielo, habremos terminado con nuestra responsabilidad. Desde ahora, nosotros que pertenecemos al Señor, somos justificados, hechos agradables en el Amado; pero allí seremos glorificados, hechos semejantes a él. Sin embargo, esta comparecencia en el cielo de los redimidos es necesaria. En la tierra, en nuestros cuerpos y en nuestras limitaciones humanas, no podemos conocer plenamente la apreciación del Señor. Si no hubiera esta escena en el cielo, ignoraríamos eternamente cómo el Señor apreció nuestra vida como creyentes en la tierra. Necesitamos conocerlo; y para entenderlo, necesitamos ser liberados de nuestras limitaciones, para serle semejantes. Así como no habrá uniformidad en los castigos y los juicios, tampoco la habrá en la gloria (1 Cor. 15:41). Podremos tener una recompensa; podremos tener una pérdida; pero nunca habrá la pérdida de la salvación.

Habiendo aprendido, mejor de lo que podemos hoy, la gracia de la cual hemos sido objeto, el resultado será un cántico de alabanza eterna.

23.2.6 - La presentación de los holocaustos, expresión de la unidad del pueblo de Dios

Los sacrificios ofrecidos por las 12 tribus de Israel recuerdan la unidad indestructible del pueblo, cuando había tan poca gente alrededor.

Estos diversos sacrificios, los 12 toros, los 96 carneros, los 77 corderos, los 12 machos cabríos, son ofrecidos en sacrificio por el pecado; pero todo esto se ofrece en holocausto a Jehová. Hay una gran diferencia entre los holocaustos y los sacrificios por el pecado; pero en esta escena de gloria prefigurada en este pasaje, todo lo que resolvió la cuestión del pecado, los varios aspectos del sacrificio de Cristo por el pecado en la cruz, tendrán por efecto en la gloria mantener la alabanza y la adoración perfecta de los redimidos celestiales, hechos semejantes al Señor. Los sacrificios por el pecado toman el carácter de holocaustos en esta escena celestial donde solo queda la excelencia del sacrificio de Cristo.

Este relato del libro de Esdras proporciona, por un lado, un recordatorio solemne y sorprendente de los privilegios de los que somos depositarios y, por otro lado, un estímulo para mantener estos valores espirituales en nuestros afectos y en nuestros corazones. Estos valores, sobre los que descansa la Iglesia de Dios, constituyen y condicionan la realización de Su presencia.

23.3 - La parábola de los talentos (Mat. 25:14-30)

La enseñanza de esta parábola ilustra la responsabilidad del creyente de guardar fielmente los bienes confiados por el Maestro y hacerlos valer durante el tiempo de su ausencia.

23.3.1 - Los diferentes dones

El amo no da el mismo valor a cada uno de los 3 esclavos; a uno 5 talentos, al otro 2 talentos y 1 talento al tercero, «a cada cual conforme a su capacidad» (v. 15). La capacidad de cada uno no es la responsabilidad del portador. El Señor es el dador de los bienes que confía a cada uno; Él conoce la capacidad de cada uno. Así que no somos responsables, si nuestra capacidad es solo de 1 o 2 talentos, de producir 5 más; y no hay razón para presumir si nuestra capacidad es de 5 talentos, pero debemos ser conscientes de lo que el Maestro tiene derecho a esperar.

23.3.2 - Una misma responsabilidad

Por otra parte, la responsabilidad de cada siervo es la misma, según lo que haya recibido: hacer fructificar lo que se le ha confiado. Tendrá que responder según su fidelidad. El caso de los 2 primeros siervos es demostrativo. El maestro, a su regreso después de una larga ausencia, expresa la misma apreciación favorable, palabra por palabra, tanto a aquel a quien se le dio 5 talentos que al que había recibido 2: «Siervo bueno y fiel… has sido fiel…» (Mat. 25:21, 23).

De la misma manera, compareceremos ante el Señor para conocer su apreciación de lo que hemos hecho con lo que él nos ha confiado. Cada uno es responsable de ser fiel, cual sea su capacidad. Pablo dice que cada cual obra en el cuerpo, según su «actividad» (Efe. 4:16). Si no somos responsables de nuestra medida (es el Señor quien nos lo ha dado), somos responsables de la forma en que hayamos respondido a lo que está en derecho de esperar.

23.3.3 - La recompensa

«¡Muy bien, siervo bueno y fiel! En lo que es poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor» (v. 21). Esta declaración nos muestra que el Señor nunca es un deudor; lo poco que se hace para él es ampliamente recompensado: «sobre mucho te pondré». A él le gusta recompensar a los suyos.

«Entra en el gozo de tu señor». Si se dijera: “Entra y sé feliz conmigo”, eso ya sería maravilloso. Pero va mucho más allá: «Entra en el gozo de tu señor», es decir: «Compartirás mi propio gozo». Es la enseñanza que encontramos muchas veces en la Escritura, y particularmente en la promesa que el Señor hace a Filadelfia: ella disfrutará de la porción del Señor. Él quiere que su gozo esté en nosotros.

23.3.4 - El destino del tercer siervo

El tercer siervo recibió un talento y normalmente debería haber traído dos, un talento más. En cambio, escondió su talento en el suelo, es decir, ¡lo pisoteó! Es una expresión del desprecio por lo que la gracia concede y deposita en un corazón.

Además, cuando comparece ante el maestro, lo acusa: «¡Yo sabía...!» Pretendía conocerlo, pero en realidad, no lo conocía en absoluto. Y lo llama un hombre duro. ¡Qué actitud tan descarada e irrespetuosa! ¡En cuanto al talento que me has confiado, para hacerlo valer, lo escondí en el suelo! Lo saco, te lo devuelvo, toma lo que es tuyo; ¡no quiero saber nada más de lo que me has dado! Es rechazar lo que el Señor ha confiado, despreciarlo y devolverlo a su dador de manera insolente.

Tenemos aquí una triste, pero real ilustración del cristianismo profeso sin vida, a quien se le había dado un talento –de una manera particular, desde la Reforma– y que lo rechazó. Tiene exactamente la actitud de ese hombre al que se le dio un talento, pero que lo despreció, lo pisoteó. Sin embargo, el cristianismo que expira, que se convierte en la Iglesia apóstata, un vasto campo de ruinas, es todavía responsable de lo que se le había confiado.

Notemos que el talento, en sí mismo, no ha perdido su valor. Aunque puesto en la tierra, pisoteado, despreciado, el talento que surgió ha conservado todo su valor. Las verdades espirituales despreciadas por la Iglesia profesa sin vida –condición que se demuestra de manera acentuada día a día– conservan sin embargo todo su valor a pesar del desprecio que se pueda tener por ellas y vuelven a Aquel que es la fuente de ellas.

«Quitadle, pues, el talento y dadlo al que tiene los diez talentos...» (v. 28), «El hombre de verdad tendrá muchas bendiciones» (Prov. 28:20a). Esta es la sentencia del Amo. El siervo malvado es objeto de un juicio incuestionable. Esto es como un anticipo de la condenación de «la gran Babilonia» descrita en el aterrador capítulo 18 del Apocalipsis: «Cayó la gran Babilonia...». Entendemos que el apóstol Juan es llevado a decir dos veces: «misterio» al hablar de esta Babilonia. Qué asombro para este apóstol, a quien el Señor dio tales revelaciones, tener que escribir la divina sentencia pronunciada sobre la Iglesia apóstata que se convirtió en generadora de abominaciones, la guarida de todo espíritu inmundo (Apoc. 17:1-7; 18:2-3). Para el apóstol es un misterio, el de la iniquidad (2 Tes. 2:7).

Volvamos, pues, del lado de Aquel que nos ha confiado este inestimable tesoro que constituye para nosotros, los cristianos, nuestra «herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, conservada en los cielos...» (1 Pe. 1:4). Que el Señor nos conceda mantener estos valores inmateriales e imperecederos en nuestros corazones, esperando el día en que lleguemos a la meta celestial.

Nos hemos puesto en marcha y a pesar de los escollos, los peligros, pero en virtud de la ayuda y de los recursos de la gracia divina, llegaremos. Entonces, a los pies de Aquel que nos redimió, introducidos en su presencia, podremos depositar nuestras coronas. ¡Alrededor de él, el nuevo cántico resonará eternamente!

Del cielo Jesús vendrá;
Al cielo nos llevará:
Vivamos para Él.
Él dice: «Vengo en breve».
Guardemos el buen acopio.
Velemos; ya la noche
Palidece y huye.

(Hymnes et Cantiques, 112:3)


arrow_upward Arriba