Índice general
Las fiestas de Jehová
Levítico 23
: Autor George Christopher WILLIS 3
: TemaPentateuco
(Fuente autorizada: graciayverdad.net)
1 - Prefacio
Las páginas que siguen son, en gran parte, el resultado de estudios bíblicos, o charlas, acerca de las «Fiestas de Jehová». Los mensajes fueron presentados por primera vez después de leer y disfrutar enormemente, el pequeño libro de John Ritchie: «Las Fiestas de Jehová: brillantes prefiguraciones de la gracia y de la gloria».
El primer pensamiento del escritor fue procurar traducir ese pequeño libro al idioma chino, pero a medida que el trabajo progresaba, pareció estar bien ir más allá de los límites del original, y no se podría decir que el presente libro es una traducción de dicho original. Al mismo tiempo, el pequeño libro del hermano Ritchie ha sido la base en la que este se ha basado, y el escritor reconoce muy agradecido su gran deuda con su autor. Muchas partes de este libro están tomadas directamente del trabajo de John Ritchie.
El escritor también está en deuda con muchos otros autores. Él ha recurrido libremente a todas las obras que le han estado disponibles. Especialmente debe mencionar los «Escritos sencillos acerca de Temas Proféticos» del hermano W. Trotter, y «Sinopsis de los Libros de la Biblia» y otros libros de J.N. Darby.
También quiere reconocer con la más profunda gratitud el amoroso y fiel servicio del hermano Shih T'ien Min, que ha hecho todo el trabajo de traducción, y sin cuya labor este libro nunca habría sido publicado.
Es el sincero deseo de aquellos que han trabajado en estas páginas que ellas sean como un dedo apuntando nuestros corazones a las «Fiestas de Jehová», fiestas que fueron diseñadas y dispuestas por el Señor para volver nuestros corazones hacia él, para que podamos aprender a conocer mejor su gracia, y para animarnos para la senda oscura de aquí abajo, mediante una visión de la gloria resplandeciente que está por delante.
Jeroboam organizó una fiesta «a los quince días del mes octavo, el mes que él había inventado de su propio corazón; e hizo fiesta a los hijos de Israel, y subió al altar para quemar incienso» (1 Reyes 12: 33). Esto fue abominable para Jehová. Que esto sirva de advertencia para que nos sometamos a la Palabra de Dios, y como una demostración de la importancia de cada fiesta, justo en sus tiempo y forma designados. Si nosotros abordamos este tema tan hermoso con un espíritu tal, creemos que no podremos dejar de obtener refrigerio.
La mayor parte de los manuscritos ingleses fueron preparados solo con vistas a su traducción al chino, y fueron mostrados a dos o tres amigos cristianos de confianza en casa para su crítica. Uno de ellos ha instado a su publicación en inglés, y mediante su generosidad él ha hecho posible llevar a cabo este trabajo. El escritor está profundamente agradecido por la amabilidad y el estímulo de este amigo, y por sus valiosas críticas y correcciones.
No se ha hecho ningún esfuerzo para cambiar el estilo, que solo aspira a la sencillez para el trabajo de traducción, y no estaba destinado a los lectores ingleses. Debemos pedirles paciencia y esperar que a pesar de este 'mao p'ing' [1], las «Fiestas de Jehová» dirijan cada corazón a la gracia y a la gloria de Dios, para que pueda desbordarse en adoración para Aquel que por gracia dispuso estas fiestas.
[1] NdT.: La expresión “'mao p'ing” está incluida en el escrito original del autor que no ha dado la significación. La dejamos tal y como aparece sin poder dar una traducción o explicación.
Prefacio a la Segunda Edición
Por la misericordia de Dios, se ha hecho necesaria una segunda edición de este pequeño libro. Se han hecho algunas adiciones y correcciones, pero, por lo demás, es similar a la primera edición. Que el Señor lo use con gracia para animar y edificar a su pueblo, y para su propia gloria.
G. C. Willis
Hong Kong
25 de octubre de 1957.
2 - Introducción
En este capítulo tenemos las siete grandes fiestas que Jehová ordenó a su pueblo que celebrara cada año en la tierra de Canaán. En estas siete fiestas podemos ver una imagen de la manera en que Dios ha tratado con el hombre desde la muerte del Señor Jesucristo, hasta su reino, en la época del milenio, –y, realmente, este capítulo mira hacia atrás al reposo de Dios antes de que el pecado entrara, y hacia adelante al reposo eterno de Dios.
Aunque ahora hace quizás unos 3.400 años desde que este capítulo 23 de Levítico fue escrito, hace solo unos 1.900 años [2] que murió el Señor Jesús; y algunas de las fiestas ya se han cumplido, pero otras todavía no. Cuando ellas fueron escritas, formaron una profecía; y aún nos hablan de las cosas que sucederán en el futuro.
[2] Actualmente unos 2.000 años.
En Hebreos 10: 1 leemos: «Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas», y, en Colosenses 2: 17 leemos que «los días de fiesta», o la «luna nueva» o «el día de reposo» son una «sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo».
Así que nosotros podemos entender que estas fiestas en Levítico 23 son sombras. Hemos visto ahora algunas de las imágenes reales claramente, y podemos ver cuán exactamente las sombras se ajustan a la imagen real. Así que podemos esperar que las imágenes de las cosas que aún no vemos, también se ajustarán de manera exacta con las sombras, que esperamos examinar con la ayuda de Dios, en este capítulo. Qué maravilloso es para nosotros tener presente que cuando Dios dibujó las imágenes de estas sombras que estamos considerando ahora, él mismo veía claramente la imagen real de estas cosas. Podemos recordar que él se deleitó en mirar hacia adelante y considerar estos maravillosos acontecimientos, de los cuales nos ha presentado aquí la imagen. Si Dios se deleita en considerar estos acontecimientos, y si Dios se ha tomado la molestia de dibujar las imágenes de ellos para nosotros, cuánto nos alegraría, a ustedes y a mí, tener el privilegio de considerarlas también, y así compartir los secretos de Dios y el deleite de Dios.
¡Que no despreciemos estas preciosas imágenes que Dios nos ha presentado en el Antiguo Testamento! Es sumamente triste la forma en que el antiguo Israel despreció estas fiestas de Jehová. La fiesta de la Pascua, el fundamento de todo para Israel, fue descuidada desde la época de Salomón hasta los días de Ezequías: pero cuando por fin ellos la celebraron de nuevo, con la fiesta de los Panes sin Levadura, ello dio tal gozo a sus corazones que «toda aquella asamblea determinó que celebrasen la fiesta por otros siete días; y la celebraron otros siete días con alegría» (2 Crónicas 30: 23). Pero, aun así, quedó para un día más tarde y más oscuro el guardar la Pascua aún más de acuerdo con la Palabra, de modo que se dice de la pascua de Josías que, «Nunca fue celebrada una pascua como esta en Israel desde los días de Samuel el profeta; ni ningún rey de Israel celebró pascua tal como la que celebró el rey Josías» (2 Crónicas 35: 18). Y la más alegre de todas las fiestas, la fiesta de los Tabernáculos, fue tan despreciada y olvidada que desde los días de Josué hasta los días de Esdras y Nehemías no fue celebrada de acuerdo a la Palabra (Nehemías 8: 17). Que Dios impida que su pueblo en estos días trate sus fiestas con el mismo desprecio. Espero que al considerar más de cerca estas fiestas podamos ver que en este capítulo, Levítico 23, tenemos una de las imágenes más completas, claras y hermosas que podríamos obtener, de la forma en que Dios ha tratado con los hombres.
Oramos para que Dios alimente verdaderamente nuestras almas, y nos dé más fuerza espiritual mientras leemos y meditamos en estas fiestas, y que por ellas él nos acerque más al Señor Jesús, y haga que nuestros corazones ardan dentro de nosotros, mientras él nos abre la Escritura.
3 - Los redimidos de Jehová
«Bienaventurado tú, oh Israel. ¿Quién como tú?» (Deuteronomio 33: 29).
«Los hijos de Israel, el pueblo a él cercano» (Salmo 148: 14).
Tal vez nos ayude a entender mejor «las Fiestas de Jehová», si consideramos primero al pueblo de Jehová, –a esas personas a las que él les mandó celebrar las fiestas.
El libro de Levítico, donde leemos el relato de estas fiestas, es el tercer libro del Antiguo Testamento. En el primer libro del Antiguo Testamento, Génesis, leemos acerca de la manera en que Dios hizo al hombre, lo puso en un huerto hermoso, y descendió, al fresco del día, para pasear en el huerto con el hombre que él había creado. Nosotros encontramos aquí el maravilloso hecho de que Dios buscaba la compañía del hombre. Supongo que todos sabemos cómo el hombre pecó, y estropeó así esta comunión con Dios. En la breve historia del hombre antes del diluvio, Dios hace una pausa para hablar de un hombre que caminó con Dios durante trescientos años (Génesis 5: 23). Dios nos deja ver su gozo en este hombre, con quien pudo tener compañía.
Luego leemos acerca de la apostasía general, y del diluvio. Después del diluvio las cosas no fueron mejores, leemos acerca de la torre de Babel, y del modo en que el hombre se apartó nuevamente de Dios. Entonces Dios eligió a un hombre, Abraham; él era el «amigo de Dios». Volvemos a ver el gozo de Dios en un hombre con el que podía tener compañía. Leemos acerca de este mismo gozo en Proverbios 8: 31, donde el Señor Jesucristo, tipificado por la «Sabiduría» dice: «mis delicias son con los hijos de los hombres».
Dios eligió a Abraham para ser el padre de una nación especial. Esta nación iba a ser el propio pueblo de Dios –un «pueblo a él cercano». Espero que la mayoría de mis lectores conozcan la historia de Abraham y de sus descendientes. Ustedes conocen la forma en que esos descendientes llegaron a ser esclavos en Egipto, y cuando comienza el segundo libro del Antiguo Testamento, (Éxodo), vemos a los descendientes de Abraham, una gran y poderosa nación, en Egipto, pero como esclavos indefensos allí bajo el cruel dominio del gran rey Faraón. Pero no solo eran esclavos, sino que también habían olvidado al Dios que los había escogido y los había hecho suyos. Ellos eran idólatras en Egipto, (véase Josué 24: 14). Cuando Dios estaba a punto de enviar a Moisés para liberarlos, nosotros vemos, en Éxodo 3: 13-14, que cuando Dios dijo a Moisés que dijera al pueblo: «El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros», Moisés le preguntó a Dios, «Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé?» El pueblo de Dios había olvidado a su Dios hasta tal punto, que incluso habían olvidado su gran nombre.
No había «Fiestas de Jehová» en Egipto. No había «santas convocaciones». No había momentos de regocijo. Faraón trató de hacer que Israel celebrara la fiesta en Egipto, pero eso era imposible (Éxodo 5: 1; 8: 25). Eran esclavos e idólatras allí. Esto nos muestra una imagen del hombre, pues todo hombre, en su estado natural, se ha alejado de Dios. Es un esclavo de Satanás, el príncipe de este mundo. Cualquier cosa y todas las cosas tienen un lugar en su corazón, pero «No hay Dios en ninguno de sus pensamientos» (Salmo 10: 4).
¿Abandonó Dios a su pueblo porque estaba en esta terrible condición? No, no lo hizo. Con un poder inmenso sacó a su pueblo de Egipto. Los liberó de la cruel mano de Faraón. Los separó del pueblo y de los ídolos de Egipto, para convertirlos en el pueblo escogido por Jehová, según sus promesas a Abraham, Isaac y Jacob. Después les dijo: «Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí» (Éxodo 19: 4).
Los inicuos modos de obrar de estas personas en Egipto exigían la muerte, y Dios los sacó de Egipto por medio de la muerte, como veremos. Pero fue la muerte de otro: no de Israel, que merecía morir. Fueron redimidos de Egipto y de la esclavitud por medio de la sangre.
Ellos fueron redimidos, fueron separados, para ser el «especial tesoro» de Jehová, un «pueblo a él cercano» (Salmo 148: 14), con Jehová en medio de ellos, escudándolos, protegiéndolos y gobernando sobre ellos. Jehová nuevamente estaba concibiendo una forma por la cual él podría habitar entre los hombres.
Pero consideren, por favor, qué maravillosa gracia es que Dios tomara a tales pobres esclavos rebeldes, y los redimiera, los salvara de su cruel amo, los acercara tanto a él, y llenara sus bocas con cánticos. No es de extrañar que Moisés dijera, cuando se despidió de ellos, en Deuteronomio 33: 29: «Bienaventurado tú, oh Israel. ¿Quién como tú, Pueblo salvo por Jehová?»
Pero, aunque la gracia que llevó a Israel a tal lugar fue muy maravillosa: aunque las bendiciones que Israel recibió fueron mucho más allá del pensamiento del hombre: sin embargo, todo esto fue solo una sombra de la mayor gracia que lleva a los pobres y perdidos pecadores de hoy en día, a un lugar aún más elevado y mejor. Por favor, escuchen estas palabras: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo» (Efesios 1: 3).
Mucho menos que esto nos hubiera satisfecho. Habríamos estado bastante satisfechos de ser liberados del infierno [3] y del juicio. Eso era todo lo que deseábamos cuando descubrimos que estábamos perdidos. Pero menos que estas maravillosas bendiciones no podían satisfacer a Dios, o cumplir los deseos de su corazón. Él estaba buscando adoradores (Juan 4: 23). No dice que estaba buscando “adoración”, sino «adoradores». Su propósito era tener un pueblo a él cercano, hecho como su propio Hijo amado, «santos y sin mancha delante de él en amor» (Efesios 1: 4 - JND).
[3] NdT. El término infierno no se encuentra en la Escritura. Este vocablo significa: inferior, más abajo.
Como tal, particularmente en el Nuevo Testamento, y en muchas versiones de la Escritura, ha sustituido a la palabra Gehena, Hades y Seol. Véase Mateo 10: 28 RV, etc. Además, este término (infierno) ha dado una imagen muy nefasta de la Escritura.
El término Gehena, llamado así por un valle (vado Hinom) cerca de Jerusalén, apodado Tofet (horno) y profanado por el rey Josías (2 Reyes 23: 10), era el lugar donde se quemaba la basura de la ciudad. También fue siniestro por los sacrificios de niños (2 Reyes 16: 3). De ahí el significado figurado: lugar de tormento eterno (Mateo 10: 28; 18: 8-9; Marcos 9: 43-48; Lucas 12: 5); «hijo de la gehena» (Mateo 23: 15): destinado al juicio. La palabra tomó el significado de un lugar de maldición donde irán aquellos a quienes Dios destinará al juicio (Mateo 5: 22; 10: 28, etc.).
Estas fiestas no habrían sido de utilidad para Israel en Egipto. Otras cosas llenaban sus mentes allí. Sus vidas eran amargas con una dura esclavitud. Sus días consistían solo en hacer ladrillos y mortero. Sus espaldas estaban doloridas por los látigos de los maestros. No tenían corazón para «las Fiestas de Jehová». Pero ahora que Jehová los había liberado y sacado de Egipto, y a través del mar Rojo, al desierto, donde podían estar a solas con él, ellos estaban preparados para escuchar la benigna invitación de Jehová a venir a sus fiestas. Entonces Jehová pudo decirles lo que había en su corazón, e invitarlos a compartir con él las grandes cosas que habían estado en sus pensamientos desde la eternidad. Una vez más, Jehová pudo tener el deseo de su corazón, tener a su pueblo consigo mismo, y estar en compañía de ellos. Oigan sus propias palabras, «que hagan un santuario para mí, para que yo habite entre ellos» (Éxodo 25: 8 – LBLA), y, «Habitaré entre los hijos de Israel, y seré su Dios. Y conocerán que yo soy Jehová su Dios, que los saqué de la tierra de Egipto, para habitar en medio de ellos» (Éxodo 29: 45-46).
Jehová era el anfitrión de estas fiestas, y su pueblo Israel eran sus invitados. Él dispuso estas fiestas como celebraciones de su propio gozo, de su propio deleite, en los grandes acontecimientos a los que ellas señalaban. Ciertamente, ellas no eran más que sombras de los grandes acontecimientos que estaban por venir, pero Jehová podía ver las imágenes reales por sí mismo. Y aunque su pueblo no podía entender la plenitud y la profundidad del significado, como nosotros podemos hacerlo ahora, el gozo y el privilegio de ellos era compartir con Jehová su gozo, y ser sus invitados.
Cuando leemos y meditemos sobre estas fiestas, veremos que las cosas que han ocupado el corazón de Dios desde la eternidad, eran aquellas que aún perdurarán por la eternidad. Los cánticos del cielo nunca envejecerán. ¡Qué diferente de los gozos y los cánticos de la tierra, que fenecen tan pronto! Que el Señor nos dé ojos para ver, y un corazón para compartir aquellas cosas que llenan de gozo el corazón de Dios.
¿Recuerdan ustedes que, en la parábola del sembrador, parte de la semilla cayó entre espinos, y los espinos crecieron y la ahogaron, y el Señor nos dijo que los espinos eran un retrato de los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y que crecieron y ahogaron la Palabra, por lo cual ella se hizo infructuosa? Qué triste es si los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas hacen imposible que nos preocupemos por estas cosas que son un gozo para el corazón del Señor. Qué triste es si estamos demasiado ocupados con otras cosas, tal vez negocios, o estudios, o incluso la obra del Señor, –como para tomarnos el tiempo de oír del Señor estas cosas en las que él se ha deleitado durante tanto tiempo, y que se ha tomado la molestia de contarnos.
Cada santo es llamado a tener comunión «con el Padre y con el Hijo» (1 Juan 1: 3), y toda la Iglesia, (que significa «los llamados a salir») es llamada «a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor» (1 Corintios 1: 9). ¿Recuerdan ustedes esas benignas palabras del Señor Jesús en Juan 14: «El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él»? (v. 23). Compárese también con Juan 14: 3 y Apocalipsis 21: 3; 22: 3.
El Señor desea la comunión con su pueblo ahora, y también la deseó en los días antiguos. Él la deseaba tanto que pensó en las dificultades que podrían surgir cuando su pueblo se reuniera para encontrarse con él, y proveyó para estas dificultades. Todos sabemos que sería imposible para nosotros regocijarnos delante del Señor si nos preocupáramos por nuestros afanes en el hogar. Cuando todos los hombres dejaran sus hogares para ir al encuentro de Jehová, ¿quién protegería los hogares del poder del enemigo? ¿Y qué les parecen a ustedes los filisteos que siempre estaban dispuestos a combatir al pueblo de Jehová? ¿Sería seguro o correcto dejar a sus mujeres e hijos desprotegidos para subir al encuentro de Jehová, como él deseaba? Jehová conocía todos estos peligros y dificultades, y por eso él dio la promesa especial: «Ninguno codiciará tu tierra, cuando subas para presentarte delante de Jehová tu Dios tres veces en el año» (Éxodo 34: 24). El Dios que pudo pensar en estas cosas y cuidar especialmente de su pueblo en aquellos días, no las olvidará ahora. Él nos dice ahora que no abandonemos el congregarnos (Hebreos 10: 25) y, ¿acaso no cuidará él de que aquellos que escuchan y obedecen su Palabra, no sufran pérdida por ello? ¿No es esta una palabra especial para nosotros que estamos en China, donde a nuestro alrededor vemos a nuestros vecinos no hacer ninguna diferencia para con el día del Señor, sino que siguen con sus propios asuntos en los negocios y en los placeres, como si el día fuera de ellos? ¿Acaso no podemos nosotros sentirnos tentados a seguir el ejemplo de ellos? Pero cuando nosotros conocemos el profundo deseo del corazón del Señor de tenernos con él y alrededor de él, que nada nos estorbe, y ciertamente encontraremos, en la eternidad, que no hemos sufrido pérdida por ello. La promesa del Señor sigue en pie, «yo honraré a los que me honran» (1 Samuel 2: 30), y, «buscad primeramente el reino de Dios y su justicia (es decir, pongan en primer lugar las cosas de Dios), y todas estas cosas os serán añadidas» (Mateo 6: 33).
Pero, antes de comenzar a considerar las «Fiestas de Jehová» en detalle, hay un asunto más relacionado con ellas que debemos mencionar. Si en nuestras Biblias pasamos al Evangelio según Juan, leemos en el capítulo 2, versículo 13 acerca de la Pascua, la primera de las «Fiestas de Jehová». Pero aquí no es llamada «la Fiesta de Jehová», sino «la Pascua de los judíos». En Juan capítulo 7, versículo 2 leemos, «Estaba cerca la fiesta de los judíos, la de los tabernáculos». «Las Fiestas de Jehová» se han convertido en las «fiestas de los judíos». La forma exterior estaba allí, pero el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, había sido rechazado, y ¿qué gozo podía tener Dios en formas vacías?
Hablando de ellas en un día anterior, (Isaías 1: 14), Jehová había dicho, «Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas». ¿Por qué fue esto? ¿Acaso no fue por una manera formal y vacía en la que el pueblo celebraba las fiestas, mientras ellos mismos se contaminaban con el pecado y continuaban con el mal? ¿No creen que ustedes y yo podemos aprender una lección muy valiosa de esto hoy? ¿Creen ustedes que al Señor le agrada más una forma correcta, y una excelente adoración exterior, si el corazón está lejos de Dios, y las manos están contaminadas por el pecado, y los pies no caminan en la verdad? El Señor dice claramente: «el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros» (1 Samuel 15: 22). Cuanto vemos, acerca de nosotros, que tiene la forma de adoración, pero si lo examinamos, encontramos que no está de acuerdo con la Palabra de Dios, y no está en obediencia a su expreso mandato. Nosotros oímos a los hombres decir: “Tú adoras a tu manera, y yo a la mía; todos tenemos derecho a nuestras propias opiniones”. Esto es exactamente lo que no tenemos, a saber, ese derecho. Y si ustedes o yo adoramos a nuestra manera, podemos estar seguros de que esta adoración no es aceptable para Dios.
Recuerden ustedes que en Apocalipsis 3: 14-22, la iglesia de Laodicea tenía una gran apariencia exterior. Ellos eran ricos y se habían enriquecido con bienes, y de ninguna cosa tenían necesidad (a sus propios ojos). Pero, ¿cuál es la sentencia del Señor? Estaban listos para ser vomitados de su boca, tan aborrecibles eran ellos para él. No podía soportarlos más. Que ustedes y yo tengamos cuidado para no seguir también esa senda. Y no olvidemos que el principio de la caída, como es visto en la iglesia de Éfeso, en Apocalipsis 2: 4-5, no fue de ninguna manera evidente, sino que estuvo en el corazón, «Has dejado tu primer amor». Que el Señor guarde nuestros corazones, que mantenga nuestro amor resplandeciente y fresco, con solo él como objeto, y encontraremos nuestro gozo al estar con él, así como también él encuentra su gozo al tenernos con él. Qué bueno es si nuestros corazones pueden decir: «Mi amado es mío, y yo suya» (Cant. 2: 16), pero es una lección más profunda cuando podemos decir: «Yo soy de mi amado, y su deseo es hacia mí» (Cant. 7: 10 - JND). ¡Qué gran gracia!
Él es totalmente encantador;
Yo era tan morena como podía serlo,
Pero Él dice que soy codiciable:
Su deseo es hacia mí.Oh, qué grande es la benignidad de mi Salvador
Y Su hermosura: todos pueden ver.
Pero en mí, Él pone Su hermosura;
Su deseo es hacia mí.Él es el más hermoso entre diez mil,
Digno de la alabanza de ellos es Él;
Pero Él me amó toda, yo sin atractivo,
Su deseo es hacia mí.Pregúntales: ¿Quién es tu Amado?
El Hijo de Dios, hecho hombre, Él es.
Por mi dejó la gloria,
Su deseo es hacia mí.Él, el que es Rico, vino desde el Cielo,
Porque mis pecados murieron en el madero,
Él murió para poder Él hacerme digno:
Su deseo es hacia mí.
4 - Las siete fiestas
«Estas son las fiestas señaladas por Jehová» (Levítico 23: 4 – JND).
«Lo cual es sombra de lo que ha de venir» (Colosenses 2: 17).
Antes que consideremos las fiestas de Jehová por separado, en detalle, considerémoslas todas juntas. Había siete fiestas, o, si incluimos el día de reposo, había ocho fiestas. El día de reposo era diferente de las otras fiestas de varias maneras.[4]
[4] Si consideramos el diagrama al final del libro, entenderemos mejor las fiestas.
Se lo describe en una sección separada de Levítico de las otras fiestas. Notarán que el tema de esta fiesta comienza, «En cuanto a las fiestas señaladas por Jehová, … estas son mis fiestas señaladas» (Levítico 23: 2 – JND). Después de hablar del día de reposo, tenemos casi las mismas palabras para una introducción a las otras siete fiestas: «Estas son las fiestas señaladas por Jehová» (v. 4 – JND). Ninguna otra fiesta tiene esta introducción especial. Asimismo, el día de reposo era observado semanalmente, todas las otras fiestas eran anuales.
El día de reposo era observado en el hogar de las personas, pero las otras fiestas debían ser observadas en «el lugar» que Jehová escogiera para poner allí su nombre (Deuteronomio 12: 14; 16: 6).
El día de reposo nunca se ha cumplido completamente, y no se cumplirá completamente hasta la eternidad, pero las otras siete fiestas se cumplen dentro de un cierto tiempo.
Las siete fiestas pueden ser divididas en dos partes, cuatro en la primera parte y tres en la segunda.
La Pascua, la fiesta de los Panes sin Levadura, la fiesta de las Primicias y Pentecostés, eran las cuatro primeras. Todas ellas eran cercanas la una de la otra. Luego había un intervalo de unos cuatro meses, durante los cuales no había «fiesta de Jehová» ni «santa convocación» del pueblo en Jerusalén. Era una larga pausa entre la fiesta de Pentecostés y la siguiente, la fiesta al son de Trompetas (Levítico 23: 24), durante la cual no se oía ningún nuevo llamamiento de Jehová a su pueblo. Ciertamente Jehová tuvo un propósito en esto, y una lección para que nosotros la aprendamos. El significado es, quizás, que las verdades representadas en las cuatro primeras fiestas ya se han cumplido, mientras que lo que es representado en las tres últimas fiestas aún no se ha cumplido. Quizás el largo espacio entre la fiesta de Pentecostés y la siguiente fiesta muestra el largo espacio de más de 2000 años desde el día de Pentecostés hasta el día en que vivimos ahora.
Las primeras cuatro fiestas parecen estar relacionadas con el pueblo celestial del Señor, –la Iglesia, mientras que las últimas tres parecen estar especialmente relacionadas con su pueblo terrenal, Israel, aunque quizás el pueblo celestial también está representado en estas tres fiestas.
Nosotros veremos que las primeras cuatro fiestas se han cumplido exactamente, y esto hace que esperemos que las últimas tres fiestas también se cumplirán exactamente en el propio tiempo de Dios. El fracaso del hombre y toda la iniquidad del hombre no pueden cambiar los propósitos de Dios.
¡De qué manera este capítulo debería fortalecer nuestra fe en toda la verdad de cada palabra de la Biblia! Aquellos que nos dicen que ella es falsa, están demasiado ciegos para ver la maravillosa exactitud, verdad y hermosura en un capítulo como este, o ellos nunca más podrían dudar de la Palabra de Dios. Cuanto más de cerca consideramos las obras del hombre, peor aparecen, pero cuanto más de cerca examinamos las obras de Dios, más hermosas aparecen.
Dios ordenó a todos los varones de Israel que se presentaran ante él tres veces al año, en la fiesta de la Pascua, en la fiesta de Pentecostés y en la fiesta de los Tabernáculos (Éxodo 23: 14-17). Tenían que venir al lugar que el Señor había escogido para poner allí su nombre (Deuteronomio 16: 16). Y no debían venir con «las manos vacías» (Deuteronomio 16: 16; Éxodo 29: 24; Levítico 16: 12; Deuteronomio 26: 2).
¡Qué felices deben haber estado los hombres de Israel al reunirse todos de todas partes del país en el mismo centro, todos con un solo corazón y un solo objetivo, encontrarse con Jehová, y, de la plenitud de la bendición que él les había dado, devolverle su porción! «Cada uno dará según lo que esté en su poder dar, conforme a la bendición de Jehová tu Dios que Él te haya dado» (Deut. 16: 17 - JND). Los hombres creen que el pequeño grupo de Salmos (120 a 134) llamado «Cánticos de ascenso gradual», era cantado por estas mismas multitudes felices mientras viajaban a la ciudad del gran Rey, Jerusalén.
Mientras el corazón del pueblo del Señor estuvo en el estado correcto, ellos se regocijaron en estas fiestas de Jehová, y se alegraron cuando se decían unos a otros: «¡Vamos a la Casa de Jehová!» (Salmo 122: 1 - JND).
Pero, lamentablemente, cuando sus corazones se apartaron del Señor, encontraron gravosas sus fiestas y pronto las descuidaron de tal modo que, en el último capítulo de Jueces, al relatar el lugar que el Señor había elegido para sus fiestas, (Jueces 21: 19), fue necesario dar las más cuidadosas instrucciones acerca de cómo encontrarlo. Pero si cada varón iba a ese lugar tres veces al año como Dios había dispuesto, todo varón de Israel conocería el camino perfectamente.
En el libro de Malaquías (1: 10) el Señor pregunta: «¿Quién hay entre vosotros que cerrase las puertas? y vosotros no encenderíais fuego sobre mi altar en vano» (Mal. 1: 10 – JND), y para las ofrendas a Jehová traían lo cojo, o lo enfermo (Mal. 1: 13), diciendo de las cosas de Jehová: «¡Oh, qué fastidio es esto!». De hecho, las cosas habían empeorado tanto en los días de Malaquías que Dios habló de «el estiércol de vuestras fiestas» (Mal. 2: 3 - JND).
¿Somos nosotros mejores en nuestros días? ¿Cuántas veces abandonamos las cosas del Señor para buscar nuestras propias cosas? Incluso en los días del apóstol Pablo, él tuvo que escribir: «todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús» (Filipenses 2: 21). Y, por otra parte, tuvo que decir: «Ya sabes esto, que me abandonaron todos los que están en Asia» (2 Timoteo 1: 15).
Que el Señor Jesús llene tanto nuestros corazones que todas las demás cosas pierdan su atractivo, y que de verdad digamos:
«Nada de lo que tengo lo llamo propio,
Lo tengo para el Dador,
Mi corazón, mi fuerza, mi vida, mi todo,
son Suyos, y Suyos para siempre».
Nosotros hemos visto que en el Evangelio según Juan las fiestas de Jehová se habían convertido en «las fiestas de los judíos».
Cuando llegamos a las epístolas, encontramos que los cristianos tienen una sola fiesta, no anual, sino que el primer día de cada semana, y el Señor mismo, como anfitrión, nos llama a su mesa para comer su cena, en memoria de él, y él mismo está presente con nosotros.
La Pascua miraba hacia el futuro, hacia la muerte de Cristo. La fiesta de los Panes sin Levadura hablaba de la comunión de los santos en santidad y amor, la fiesta de las primicias nos hablaba de la resurrección de Cristo, la fiesta de pentecostés esperaba la llegada del Espíritu Santo. En la siega (Levítico 23: 22), podemos ver el regreso de Cristo.
¿Acaso no están todas ellas incluidas en la Cena del Señor, cuando semana tras semana nos reunimos para recordarle?
Cuando miramos hacia atrás, a la muerte de Cristo, disfrutamos de la comunión de los santos, recordamos que Cristo no está muerto, sino que él ha resucitado, y que el poder para disfrutar de todo esto, y para adorar, es solo por medio del Espíritu Santo, y «hacemos esto, hasta que él venga» (1 Corintios 11: 26).
Verdaderamente acerca de esa cruz podemos cantar:
«¡Oh, misterio de misterios!
De la vida y de la muerte el madero;
Centro de dos eternidades
Que miran con embelesados y adoradores ojos,
Hacia adelante y hacia atrás a Ti…
Oh cruz de Cristo, donde todo Su dolor
Y muerte es nuestra ganancia eterna».
5 - El día de Reposo
«Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo» (Génesis 2: 2).
«Guardarás el día de reposo para santificarlo, como Jehová tu Dios te ha mandado… Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido; por lo cual Jehová tu Dios te ha mandado que guardes el día de reposo». (Deuteronomio 5: 12, 15). «Acuérdate del día de reposo para santificarlo… Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día» (Éxodo 20: 8, 11).
«Queda un reposo para el pueblo de Dios» (Hebreos 4: 9).
«Ese reposo protege de los males,
Ni nube ni dolor mancha allí,
La alabanza infalible llena cada corazón,
Y el amor eterno reina».
El día de reposo es la primera fiesta de Jehová que nos es presentada en este maravilloso capítulo. Debido a que está en primer lugar, nos llama a considerarlo de una manera especial, y podemos entender que es muy importante.
En hebreo, «sabbath» significa «reposo», y debemos entender claramente que, en la Biblia, ya sea en el Antiguo Testamento o en el Nuevo Testamento, tener una participación en el reposo de Dios es lo que caracteriza al pueblo de Dios. Este es su privilegio especial. Como Dios dice: «En verdad vosotros guardaréis mis días de reposo; porque es señal entre mí y vosotros» (Éxodo 31: 13). La forma del reposo puede cambiar, como veremos, pero una participación en el reposo de Dios es siempre la señal entre Dios y su pueblo.
Dios estableció este reposo en el principio en la creación. Dios reposó, y llamó al hombre a compartir su reposo. Es cierto que el pecado entró y estropeó el reposo de Dios, por lo que el Señor Jesús dijo, «Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo» (Juan 5: 17).
Más tarde, en Deuteronomio 5: 12-15, vemos que el día de reposo fue dado como un memorial de la liberación desde Egipto.
Fue incluido de nuevo en la ley en el monte Sinaí, no como un mandamiento moral, sino como una señal del reposo de Dios en el principio.
En Ezequiel 20: 12, encontramos que el día de reposo fue dado como una señal: «Les di también mis días de reposo, para que fuesen por señal entre mí y ellos, para que supiesen que yo soy Jehová que los santifico».
Vemos así que el día de reposo fue una señal del pacto de Dios.
Es muy importante que entendamos esto. El día de reposo dado a Israel fue la señal del pacto de Dios con Israel.
En Hebreos 8 vemos que este antiguo pacto ha fenecido, y «lugar» ha sido buscado «para el segundo», que es «un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas». Es muy importante que entendamos claramente que el pacto entre Dios y el pueblo judío prescinde completamente de nosotros, y que la señal de este pacto, (reposar en el día séptimo), no nos pertenece. Si nosotros comprendemos claramente esta importante enseñanza de las Escrituras, ello nos liberará de la trampa de la enseñanza de los Adventistas del Séptimo Día, y de todos los demás que procuran poner al pueblo del Señor bajo la ley.
Pero hay más. Nuestro reposo no está en este mundo. El día de reposo fue la señal de reposo en este mundo, y el Señor Jesús es el Señor del día de reposo. El Espíritu de Dios ha tenido el cuidado de mostrar en los cuatro Evangelios cuán a menudo él trabajó en el día de reposo. El Señor no mencionó el día de reposo en el sermón del Monte (Mateo 5; 6 y 7), donde él presentó un resumen precioso de los principios fundamentales adecuados para el Reino. El Señor Jesús pasó el día de reposo en el sepulcro, una señal de la posición en que el viejo pacto está ahora.
Muchas personas procuran mostrar que el día de reposo es ahora el día del Señor. Pero el día de reposo era el séptimo día, –un reposo al final de la semana, después de terminado el trabajo. El día del Señor es llamado en las Escrituras el primer día de la semana, que para nosotros es el día más importante de todos los días. Es el día de la resurrección. Ello muestra que encontramos nuestro reposo en la resurrección. Encontramos nuestro reposo al principio de nuestra vida espiritual, en lugar de encontrarlo al final de nuestros trabajos. Cristo dijo: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar» (Mateo 11: 28). Nuestro reposo está en la nueva creación. Algunos cristianos piensan que el día del Señor es igual a los demás días, porque entienden que nuestro reposo no está en este mundo. Pero ellos no comprenden que las Escrituras claramente hacen una diferencia entre este día y los siguientes seis días de la semana. Incluso el propio Señor ha escogido el nombre de este día. Él lo llama: «el día del Señor» (Apocalipsis 1: 10). Algunos nos dicen que significa: «el día de Jehová», del cual leemos mucho en el Antiguo y Nuevo Testamento. Pero el griego dice otra cosa, y es una palabra muy diferente. Esta palabra es usada solo dos veces en el Nuevo Testamento: «La Cena del Señor» y «el día del Señor».
Así que nosotros debemos entender claramente la naturaleza del día de reposo. Era la señal designada por Dios para buscar el reposo como resultado del trabajo bajo la ley. Cuanto más entendamos esto, y entendamos que el Señor Jesús, el cual es «Señor del día de reposo», ha anulado el primer pacto, más claramente entenderemos que cualquier persona que procura ahora mantener la autoridad del día de reposo judío, está en peligro de negar la autoridad, la dignidad y los derechos del propio Señor Jesús.
Por otra parte, tengamos cuidado, debido a que no estamos bajo la ley sino bajo la gracia, de no olvidar el pensamiento acerca del reposo del hombre y también acerca del reposo de Dios. Como hemos señalado antes, el reposo es la señal especial del pueblo propio de Dios. Cuando nosotros venimos a Cristo, él nos da reposo, y cuando tomamos su yugo sobre nosotros, encontramos descanso para nuestras almas. Para el siervo del Señor que está cansado en el servicio de su Maestro, (no cansado de su servicio), nosotros leemos acerca de otro reposo: «Venid vosotros aparte… y descansad un poco» (Marcos 6: 31), y allí, solo, en la presencia de su Maestro, lejos del ímpetu y del trabajo, él siervo encuentra reposo y refrigerio, y sale aprestado de nuevo para Su obra.
Y en cuanto a los santos que nos han dejado y están «con Cristo», ellos descansan «de sus trabajos», están en el Hogar con su Señor en el paraíso (véase 2 Cor. 5: 8; Lucas 23: 43).
El Milenio será una etapa más de este reposo que Dios da, cuando Cristo reine por mil años y Satanás sea atado, entonces se cumplirá la profecía. «¡Ya descansa y está en quietud toda la tierra; prorrumpen los hombres en cánticos!» (Isaías 14: 7). El alarido de pelea ha desaparecido. El clamor de los oprimidos cesará, y «el Sol de Justicia» traerá paz y abundancia a esta agotada tierra. Ella guardará su día de reposo. Pero incluso esto no es el reposo definitivo. El reposo definitivo es reposar de los trabajos espirituales en medio de este mal, no solo del pecado. Durante el Milenio el pecado permanecerá en este mundo. Satanás, aunque atado, será desatado de nuevo. El reposo eterno, –este interminable día de reposo de Dios–, nosotros lo disfrutaremos con el Señor mismo en un día venidero, aunque ahora tenemos el privilegio de trabajar para aquel que ha dicho: «Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo».
6 - La Pascua
«En el mes primero, a los catorce del mes, entre las dos tardes, pascua es de Jehová» (Levítico 23: 5).
«Sacrificarás la pascua por la tarde a la puesta del sol, a la hora que saliste de Egipto» (Deuteronomio 16: 6).
«Nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros» (1 Corintios 5: 7).
¿Por qué el Cordero Pascual,
De antaño por Israel sangró?
Para ser su salvaguarda y su fiesta.
Para rociar y alimentar.
No atiendas, alma mía escudriñadora,
A sombras rituales ahora;
Cristo es el Cordero todo puro e íntegro,
Y tú eres el primogénito rescatado.
Haz que tu casa entre ahora.
Inmola, come, unge tu puerta;
El temible vengador no entra
Para herir, sino que pasa por alto.
Él mira y llama desde lo alto,
«¿Vas a morir o a vivir?»
Él oye los postes y el dintel clamar,
«Perdona, perdona, perdona».
Oigo al acusador rugir
Acerca de maldades que yo he hecho;
Las conozco bien, y miles más;
Jehová no encuentra ninguna.
Pecado, Satán, muerte, oprimen de cerca,
Para acosar y horrorizar;
Que aparezca mi sangrante Señor,
Ellos retroceden y caen.
Ya hemos mencionado la diferencia entre el día de reposo y las otras fiestas de Jehová.
La Pascua era la primera de las fiestas anuales de Jehová. Era observada el día catorce del primer mes, –el mes de abib (Deuteronomio 16: 1). La Pascua recordaba cada año la redención y la liberación desde Egipto. Cristo, nuestra pascua, fue sacrificada por nosotros (1 Corintios 5: 7). El Cordero pascual era un tipo de Cristo. Cada vez que era inmolado, señalaba hacia adelante hacia aquel que había de venir, –el Cordero de Dios, «en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados» (Colosenses 1: 14).
Cuando la Pascua fue dada por primera vez a Israel, ellos eran esclavos de Faraón, rey de Egipto, un tipo de Satanás, y servían a los ídolos en Egipto. Podemos ver que los propios israelitas, al igual que los egipcios, merecían recibir el justo juicio de Dios contra los pecados; no había ninguna diferencia. Dios advirtió al pueblo de Egipto, –tanto a los egipcios como a los israelitas, les dijo claramente: «A la medianoche yo saldré por en medio de Egipto, y morirá todo primogénito en tierra de Egipto» (Éxodo 11: 4-5). Pero Dios también proporcionó una forma de escapar de este juicio. Cualquier persona que creyera y obedeciera la palabra de Dios sobre la manera de librarse, ciertamente sería salva.
¿Y cuál era la manera de librarse? El décimo día del primer mes debían tomar un cordero y guardarlo hasta el día catorce del mes al atardecer, un cordero por familia. Si la familia era tan pequeña que no bastaba para comer el cordero, que él y el vecino más cercano a su casa lo tomen. Noten, por favor, que no había duda acerca de que el cordero pudiese ser demasiado pequeño para la familia. El Cordero de Dios es suficiente para todos, –incluso para el peor pecador. El día catorce del primer mes por la tarde, ellos inmolaron el cordero, colocaron la sangre en un lebrillo, y con un manojo de hisopo pintaron el dintel y los dos postes de la puerta de la casa de ellos con la sangre que estaba en el lebrillo, y nadie pudo salir de esa casa hasta la mañana.
La sangre estaba en el exterior de la casa. Las personas que estaban adentro no podían verla. La sangre era solo para los ojos de Dios. En la oscuridad de la medianoche sus ojos podían decir si había sangre en la puerta o no, y él dijo: «Cuando yo vea la sangre pasaré sobre vosotros, y ninguna plaga vendrá sobre vosotros para destruiros» (Éxodo 12: 13 – JND).
Observen, por favor, que el cordero vivo no podía salvarlos. Noten también que el cordero muerto con la sangre en el lebrillo no los salvaba. Ellos debían tomar esa sangre y ponerla en su propia puerta, si la salvación había de venir a esa casa. La sangre fue aplicada con hisopo, y el hisopo es una hierba amarga, y nos habla de la amargura del alma en el arrepentimiento, cuando yo me doy cuenta de que mis pecados han causado la muerte del Cordero de Dios para salvarme.
Queridos lectores, permitan que les pregunte: ¿han aplicado ustedes la sangre a su puerta, o todavía ella está en el lebrillo? Dios ha provisto el Cordero, –a saber, Cristo; el Cordero de Dios ha muerto, su sangre está disponible para ustedes. Ella está, por así decirlo, en el lebrillo. ¿No tomarán ustedes el hisopo y se la aplicarán a ustedes mismos? Pues de lo contrario, ella no sirve de nada para ustedes.
Sí, Dios en misericordia «pasó por alto» a los pecadores que confiaron en la sangre del cordero. En cambio, el juicio de la muerte cayó sobre el Cordero inmaculado. La sangre en el dintel y los dos postes protegió a todos los que estuvieron en el interior de esa casa de la destrucción de la muerte cuando Jehová pasó por Egipto esa noche en juicio.
La propia palabra de Dios fue: «Veré la sangre, y os pasaré por alto» (Éxodo 12: 13 – VM). La sangre del cordero los hizo estar a salvo. La palabra de Dios les hizo saber con certeza que ellos estaban a salvo. El cordero murió para que ellos pudieran vivir. La sangre apropiada para ellos, puesta en su propia puerta, por medio de la fe en la palabra de Jehová, les dio certeza y gozo. La sangre del cordero fue el fundamento de la nueva posición de ellos con Jehová, como su pueblo redimido. La redención mediante la sangre fue el derecho de ellos a todas las bendiciones que después recibieron de Dios, porque eran su pueblo. La sangre fue el fundamento de todo. La Pascua, la primera de las fiestas, fue el fundamento de todas las demás fiestas.
Pero hay otra lección para nosotros en esta fiesta. Este mes no era antes el primer mes. Dios cambió el calendario de ellos. Los meses anteriores del año fueron borrados, y el mes en el que ocurrió la Pascua fue el primer mes del año.
¡Cuán cierto es esto para el pecador! Su vida pasada es borrada por esa preciosa sangre. Él comienza una nueva vida cuando se refugia bajo la sangre de Jesucristo, el Cordero de Dios. Él nace de nuevo, y el tiempo comienza de nuevo para él. Es realmente el primer mes del año, –un nuevo comienzo, «las cosas viejas pasaron». Él tiene un nuevo día en que cumple años.
Esto nos muestra de qué manera la redención y el nuevo nacimiento están unidos. Confiar en la preciosa sangre de Cristo es: «nacer de nuevo».
Dispensacionalmente, esto puede señalar el período del juicio del hombre desde Adán hasta la muerte de Cristo. Todo fue fracaso, y debía fenecer. En la cruz hubo un nuevo comienzo. Como ustedes saben, la mayoría de los países del mundo calculan sus años desde el tiempo de Cristo. Verdaderamente, la cruz es un nuevo comienzo, «el primer mes del año».
Para el cristiano individual, ello muestra claramente que cuando cree en Cristo, él nace de nuevo. Ya no se le considera como un hijo de Adán, como un pecador caído. Él está en Cristo ahora como una nueva creación. Él comienza a vivir una nueva vida. Su antiguo yo está crucificado y enterrado.
Él ha sido comprado para Dios
Ha nacido de Dios
Sale a vivir para Dios,
Y ya no para servir al pecado, al mundo y a Satanás.
La Iglesia comenzó a existir después de la cruz.
¡En el dia de Pentecostes!
Su fundamento es, también, la sangre del Cordero, pero lo consideraremos más plenamente más adelante.
Verdaderamente, por medio de la cruz, de la que la Pascua habla, todas las cosas son hechas nuevas. Bien puede decirse: «Es el primer mes del año para ustedes».
Aparte de la muerte de Cristo, y de la fe en aquel que murió, aparte de la persona y de la obra de Cristo, no puede haber un verdadero cristianismo en la tierra, y ningún derecho para el cielo en lo sucesivo. La redención por medio de la sangre es el fundamento de todo. La cruz es el punto de partida para el trono. La sangre del Cordero es el único derecho a la gloria de Dios. Y por eso Jehová ordenó que la gran fiesta de la redención fuera observada de año en año (Éxodo 13: 10), a lo largo de sus generaciones.
Inmediatamente después de entrar ellos en el año nuevo, debían celebrar la fiesta de la Pascua. Y esto debía continuar incluso después que llegaran a la tierra de Canaán, y se establecieran en su herencia más allá del Jordán. Esta fiesta conmemorativa aún debía mantenerse (Josué 5 y Deuteronomio 16), y cuando las generaciones venideras preguntaran su significado, ellos debían contar la historia de su redención (Éxodo 12: 24-27).
Pero, después de haber aplicado la sangre al dintel y a los dos postes y de haber entrado en la casa, refugiándose bajo la sangre, ¿qué hicieron entonces los miembros de la familia? Ellos tomaron ese cordero muerto, cuya sangre les había salvado la vida. Lo asaron, y con los lomos ceñidos, el calzado en sus pies y el bordón en la mano, se reunieron alrededor del cordero asado, para alimentarse de él. La sangre los hizo estar a salvo, la carne les dio comida. Pero este cordero debía ser asado al fuego, no podían comerlo crudo, ni cocido en agua. El ardor del juicio y de la ira de Dios fue soportado por el Cordero de Dios, sin que nada se interpusiera entre él y el fuego del juicio. ¿Quién puede hablar de las profundidades de todo su padecimiento durante esas horas de tinieblas, llevando nuestros pecados en su propio cuerpo en el madero? ¿Cómo podemos conocer las profundidades de la angustia que motivó ese clamor: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» Esto nos dice algo acerca del fuego soportado por aquel inmaculado Cordero de Dios. Y este debía ser comido con «hierbas amargas». Eso me dice que yo me doy cuenta en mi propia alma de que ¡él lo hizo por mí! Fueron mis pecados los que le clavaron en esa cruz. ¡Cuán amargo, para el alma de quien le ama, es un pensamiento tal! ¡Pero, qué precioso, también!
Pero consideremos por un momento aquel cordero, y mientras hacemos eso, que el Señor nos ayude a ver más hermosura en el Cordero de Dios.
El Cordero debía ser sin defecto (Éxodo 12: 5). No ha habido ninguno de los hijos de Adán que haya podido afirmar que es «sin defecto». Solo Cristo, el Hijo de Dios, e Hijo del hombre, el Cordero de Dios, es «sin defecto».
«Macho de un año» (Éxodo 12: 5), nos habla de la fuerza y energía de nuestro bendito Cordero. El cordero escogido no debía ser viejo ni decrépito. Y nuestro Señor sufrió la muerte con toda su vida, (humanamente hablando), ante él. Tenía unos 33 años. Él pudo decir en los Salmos: «Él debilitó mi fuerza en el camino; Acortó mis días. Dije: Dios mío, no me cortes en la mitad de mis días» (Salmo 102: 23-24). Él tenía todavía el rocío de su juventud (Salmo 110: 3).
«En el diez de este mes tómese cada uno un cordero… Y lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y lo inmolará toda la congregación del pueblo de Israel entre las dos tardes» (Éxodo 12: 3, 6). Cuán maravillosamente el Señor cumplió todo esto. El décimo día del mes primero le vemos venir a Jerusalén. Él permaneció allí (aunque pernoctando fuera de la ciudad) hasta el día catorce, y al atardecer de ese día él murió.
Nuestro Señor comió la última cena con sus discípulos en las primeras horas del día catorce, porque el día judío se contaba desde el atardecer al atardecer siguiente. Era de noche cuando Judas salió de la habitación. Más tarde, esa noche, ellos fueron al huerto de Getsemaní, y mientras aún era de noche Judas guió a la banda de hombres a prender al Señor. Él fue crucificado a la hora tercera (Marcos 15: 25), o nueve de nuestra hora. Hubo tinieblas desde la hora sexta hasta la hora novena: es decir, desde las doce hasta las tres de nuestro tiempo, y alrededor de la hora novena murió el Cordero de Dios: aún en el día catorce del primer mes. El cordero pascual debía ser inmolado «entre las dos tardes» (Éxodo 12: 6). Nos dicen que esto significa entre las 3 y las 6 de la tarde. Así que el Cordero de Dios murió exactamente a la hora en que ellos comenzaban a inmolar los corderos de la Pascua.
Hay una conexión notable más entre el tipo y su cumplimiento. En la Septuaginta, (la traducción griega del Antiguo Testamento), en Éxodo 12: 13, la palabra usada para «pasar» significa «proteger, defender». Pero en Éxodo 12: 23, en la citada traducción, la palabra usada para «pasar» significa «pasar de largo» o «pasar por alto». Nuestro Señor usa esta misma palabra en Mateo 26: 39, cuando él ora en Getsemaní, «pase (o pase por alto) de mí esta copa». Así como Dios pasó por alto las casas en la noche de muerte en Egipto, así oró el Señor Jesús, para que esta copa pudiera pasar por alto de él. Pero qué precioso el final de esa oración, «pero no sea como yo quiero, sino como tú».
Por otra parte, del cordero pascual estaba escrito, «ni quebraréis hueso suyo», –Éxodo 12: 46. La forma judía de quitar la vida era la lapidación, lo cual quebraría los huesos. Pero Dios había dispuesto así que el Cordero de Dios fuera crucificado. Y aunque las piernas de los dos ladrones, crucificados con el Señor Jesús, fueron quebradas, el Espíritu de Dios, por medio de Juan, nos dice claramente que los soldados «no le quebraron las piernas. Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua. Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáIsaías Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliese la Escritura: No será quebrado hueso suyo» (Juan 19: 32-36).
Si en la fiesta de la Pascua, en medio de la paz y la abundancia de la tierra de Canaán, los hijos de Israel se deleitaban en mirar hacia atrás a esa oscura noche de juicio en Egipto, cuando en medio de los clamores de muerte y aflicción que los rodeaban, ellos fueron salvos, cuanto más nos deleitamos nosotros en mirar hacia atrás y contemplar al Cordero de Dios que era tan digno del lugar más elevado en el cielo, pero que ocupó el lugar más bajo en la tierra, incluso la muerte, muerte de cruz. Cuán preciosos son para nuestros corazones todos estos detalles en el retrato que el Espíritu de Dios nos ha dibujado tan perfectamente.
Pero por favor, consideren ustedes además que la fiesta de la Pascua era «la Fiesta de Jehová». Era un retrato de su propio gozo en el gran acontecimiento del cual ella era la sombra, y su pueblo redimido era congregado alrededor de él para compartir su gozo en su presencia. ¡Qué maravilloso pensamiento es este! ¡Jehová celebra una fiesta en anticipación de la muerte de Cristo! ¡Esto rebasa todos nuestros pensamientos! No podemos entenderlo. Ningún santo ni ningún ángel puede conocer el valor de la muerte del Cordero de Dios, o lo que esa muerte significó para el corazón de Dios. Aquel Cordero que murió en la cruz era el Unigénito Hijo de Dios. Qué profundidades de significado hay en las palabras: «Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas» (Génesis 22: 2); y además: «de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito» (Juan 3: 16); y por otra parte: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros» (Romanos 8: 32); y de nuevo: «teniendo aún un hijo suyo, amado, lo envió también a ellos» (Marcos 12: 6); y nuevamente: «En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados» (1 Juan 4: 9-10).
Aquel Cordero de Dios, el «amado Hijo» de Dios (Colosenses 1: 13), «se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz». Esa perfecta obediencia hasta la muerte, esa completa entrega, esa consagración inquebrantable, fue un «olor grato» para Dios.
Ella le devolvió más que aquello de lo cual el pecado le había privado.
La Pascua miraba hacia adelante, a la cruz. La Cena del Señor mira hacia atrás, a la cruz, y podemos aprender preciosas lecciones acerca de esa Cena al considerar la fiesta de la Pascua.
¿Dónde debía ser comida? «En el lugar que Jehová tu Dios escogiere… sacrificarás la pascua» (Deuteronomio 16: 6-7).
Tres veces en este relato de la fiesta, Jehová repite esas palabras: «En el lugar que Jehová tu Dios escogiere». Ciertamente esto habla de la gran importancia que tiene este asunto a los ojos de Dios.
Lamentablemente, hoy en día, encontramos a muchas personas comiendo la Cena del Señor en el lugar que el hombre ha escogido. Encontramos compañías de hombres llamados mediante nombres de hombres, o de países, o de formas de gobierno eclesiástico. Estos son lugares que los hombres han hecho, y los hombres han escogido, y ciertamente no es cada uno de ellos el lugar que el Señor ha escogido para poner allí su nombre, o no veríamos tal confusión, y tantos lugares, cada uno afirmando ser el lugar donde nosotros podemos comer la Cena del Señor.
Si nosotros nos alejamos de toda esta confusión, nos preguntamos, ¿encontramos alguna luz que nos guíe en la Palabra de Dios, en cuanto al lugar que él ha escogido en estos días para poner allí su nombre? Definitivamente sí.
Leemos: «Donde dos o tres estan reunidos a mi Nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mateo 18: 20 – JND). «Dos o tres» no sugeriría un gran número, ni ninguna fuerza o autoridad personal. Pero, «a mi Nombre», nos habla del poder y la autoridad de aquel a quien pertenece aquel Nombre.
Un súbdito británico en alguna lejana tierra extranjera puede acudir a la embajada británica en busca de ayuda y protección, debido al nombre que esa embajada representa: a saber, al soberano de Gran Bretaña. El poder y la autoridad de la embajada pueden no ser nada en absoluto: pero, debido al nombre que representa, hay tanto poder como autoridad. Pero ese poder y esa autoridad deben ser usados de acuerdo con la voluntad y los deseos del soberano. Sería impensable que el embajador actuara según sus propios deseos, sin tener en cuenta la voluntad de su soberano que lo ha colocado allí, y cuyo nombre él representa. Así que si nosotros hemos sido reunidos «a su nombre», es evidente que todo debe ser de acuerdo con la voluntad de Dios, y con las enseñanzas presentadas en su Palabra. Entonces, si comparamos con la Palabra esas diferentes compañías de personas que comen la Cena del Señor, podemos decir si están actuando de acuerdo a su propia voluntad, o de acuerdo a la Palabra de Dios.
Notaremos claramente que ningún edificio especial, o ningún lugar especial, son mencionados. Ya no se trata de un lugar particular aquí abajo, sino del lugar donde Cristo está en medio. Se trata de una Persona, no de un lugar, a la que ahora hemos sido reunidos. Nunca leemos en las epístolas acerca de “edificios sagrados”, más santos que otros. Nosotros leemos acerca de: «la iglesia que está en tu casa» (Filemón 2), y es evidente que los discípulos se reunían en casa de Filemón para comer la Cena del Señor (comp. también con Romanos 16: 5; 1 Corintios 16: 19; Colosenses 4: 15). No leemos nada acerca de un ministro o de un clérigo. ¿Cómo podría un hombre asumir el control si el Señor está verdaderamente en medio? Sería impensable.
De modo que podemos ver que no es necesario tener un salón evangélico, o una sala de reuniones, o un “predicador”, o “un ministro”, o “un evangelista”, o “un clérigo”, para poder comer la Cena del Señor. Solo dos o tres, si ellos han sido reunidos al nombre del Señor, pueden comerla en una casa privada. Lo que importa es que Cristo estubiera en medio, no edificios santos o personas ordenadas por hombres.
Pero la Pascua también nos habla claramente acerca de quiénes han de comer esta fiesta. En Éxodo 12: 43-45 leemos: «Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Esta es la ordenanza de la pascua; ningún extraño comerá de ella. Mas todo siervo humano comprado por dinero comerá de ella, después que lo hubieres circuncidado. El extranjero y el jornalero no comerán de ella». En Efesios 2: 19, leemos: «Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios». Es evidente que solo los que son hijos de Dios, «hechos cercanos por la sangre de Cristo» (Efesios 2: 13) pueden comer esta cena. ¡Qué tristeza ver a los inconversos comiendo, para poder obtener la bendición! Esto esta en total contradicción con la Palabra de Dios.
El rito de la circuncisión consistía en cortar una parte de la carne de todo varón. La ley de Dios para Israel era que todo varón debía ser circuncidado, es decir, a todo varón se le debía cortar una parte de su carne. El significado espiritual de esto para los cristianos es que debemos “cortar” la carne. En el Nuevo Testamento Dios habla de «la carne», como de esa mala naturaleza en nosotros que siempre es propensa a hacer cosas malas. El cristiano no debe permitir esto: debe cortarla, o mantenerla en el lugar de la muerte: pero, en realidad, la carne está siempre con nosotros hasta que el Señor nos lleve al Hogar; pero no debemos dejar que actúe.
El rito de la circuncisión estaba abierto para aquellos que desearan formar parte del pueblo de Dios, y entonces ellos también podían comer la pascua. Ahora, por medio de la fe en Cristo, nosotros llegamos a ser hijos de Dios, miembros de la Casa de Dios, y con la carne cortada, en el lugar de la muerte, podemos comer esa Cena.
Podemos ver, también, de qué manera debía ser comida esta fiesta. En Éxodo 12: 11, leemos: «Y lo comeréis así: ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua de Jehová». Debían comerla estando listos para dejar la tierra de su dolor y esclavitud. Y aunque nosotros hemos sido liberados de esa tierra por la misericordia de Dios, sin embargo, comemos de esa cena, listos para dejar este mundo de dolor y de muerte. La Palabra de Dios dice: «Todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga» (1 Corintios 11: 26). Comemos y bebemos esa cena esperando que el Señor venga.
También podemos mencionar que el tiempo exacto de la celebración de la Pascua fue especificado, y si miramos el Nuevo Testamento, podemos ver, cuándo hemos de comer la Cena del Señor.
Es cierto que las Escrituras dan gran libertad en este asunto. La Palabra dice: «Todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga» (1 Corintios 11: 26). Esto parece darnos libertad para comer «este pan y beber esta copa» en cualquier momento, y parece que en los primeros días de la asamblea ellos partían el pan diariamente (Hechos 2: 46).
Pero las Escrituras señalan claramente la práctica de la Iglesia primitiva en los días de los apóstoles, y bien podemos prestar atención a esto. En Hechos 20: 7 leemos: «El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan». En 1 Corintios 16: 2, hablando de la ofrenda para los santos, leemos: «Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado». En Hebreos 13: 15-16 este «sacrificio» de dar está relacionado con la muerte de Jesús.
Así que nos enteramos que la Iglesia primitiva se reunía el primer día de la semana. Era entonces cuando hacían su ofrenda, su sacrificio de hacer el bien y de ayudarse mutuamente, y era entonces cuando se reunían para partir el pan. No hay ninguna sugerencia en las Escrituras acerca de partir el pan solo una vez al mes, o una vez cada tres meses, o una vez al año como los hombres han dispuesto. El primer día de la semana es, evidentemente, el momento en que el Señor quiere que partamos el pan en memoria de él. ¡Qué día tan apropiado para este propósito! ¡El día de la resurrección! Proclamamos la muerte del Señor en el día en que él resucitó.
Y hacemos bien en recordar que fue «a la puesta del sol» cuando se comió la Pascua (Deuteronomio 16: 6). El memorial del Señor es llamado: «La Cena del Señor».
Cuando los discípulos se reunieron para partir el pan en Troas, parece que fue por la tarde, ya que Pablo les predicó hasta la medianoche (Hechos 20: 7).
Es un hecho notable que una palabra griega especial es utilizada para el primer día de la semana: «el día del Señor» (Apocalipsis 1: 10) y «la cena del Señor» (1 Corintios 11: 20), a saber, «kuriakós». Ella no es usada en ningún otro lugar de la Biblia. Significa, «perteneciente al Señor». El primer día le pertenece a él. Qué apropiado es que comamos la Cena del Señor en el día del Señor.
Resumamos lo que hemos aprendido de esta fiesta con respecto a la Cena del Señor.
¿Dónde la comemos?
La comemos «Donde dos o tres están reunidos» al nombre del Señor Jesús (Mateo 18: 20 – JND).
¿Quién puede comerla?
Solamente aquellos que verdaderamente han nacido de nuevo pueden comerla.
¿Cómo la comemos?
Como no siendo nosotros del mundo, sino como estando preparados para dejarlo, y partir a otro lugar.
¿Cuándo la comemos?
En el primer día de la semana.
Cuando meditamos en esta gran fiesta fundacional de Jehová, y nos volvemos a aquel que ha cumplido tan completamente cada detalle de ella, podemos clamar con todo nuestro corazón:
«El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza» (Apocalipsis 5: 12).
7 - La fiesta de los Panes sin Levadura
«Siete días comerás con ella pan sin levadura, pan de aflicción» (Deuteronomio 16: 3).
«Nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad» (1 Corintios 15: 7-8).
«Entonces, dentro de Su casa me llevó,
Él me trajo donde se celebra la Fiesta,
Me hizo comer con Él mi Padre,
A mí, que rogué por el pan del esclavo.
No como un suplicante a Su puerta,
Sino como hijo dentro de Su casa–
Al amor, al gozo, al cántico,
A la gloria, he llegado»
La fiesta de los Panes sin Levadura comenzaba el día después de la Pascua, y duraba siete días (Levítico 23: 5-8). Siete días tiene el significado de un período de tiempo perfecto. El cordero era inmolado el día catorce al atardecer; la fiesta de los panes sin levadura comenzaba después que principiaba el día quince, lo cual era inmediatamente después del atardecer, por lo que no quedaba tiempo entre la fiesta de la pascua y la fiesta de los panes sin levadura. No había ningún intervalo de tiempo entre la muerte del cordero, la aspersión de la sangre y la celebración de la fiesta.
Los siete días de la fiesta de los Panes sin Levadura es una imagen de toda la vida del creyente, y así podemos comprender que, tan pronto como una persona confía en la preciosa sangre de Cristo, entonces su vida como creyente comienza a celebrar la fiesta de los Panes sin Levadura.
La inmolación del cordero era un solo acto, y la Pascua era considerada como una fiesta de un día. También lo eran la fiesta de las Primicias, la fiesta de Pentecostés y el día de la Expiación. Estas fiestas de un solo día apuntan a ciertos grandes actos de la mano de Jehová, cada uno de los cuales era perfecto y completo en sí mismo. Pero esas fiestas de siete u ocho días apuntan al resultado de estos grandes actos de Dios.
Así como la Pascua es una imagen de la muerte de Cristo, la fiesta de los siete días de los Panes sin Levadura habla de la vida del creyente en la tierra desde el día en que confía en Cristo hasta que deja esta tierra. Ella habla de la comunión con Dios, basada en la redención en santidad y verdad. La sangre de Cristo es el fundamento de toda verdadera comunión con Dios. La única manera de continuar en esta comunión es alimentarse del cordero sacrificado, –alimentarse de Cristo, el cual murió por nosotros. La única manera de disfrutar del cordero sacrificado es quitando la levadura (el mal) lo cual da lugar a la santidad en la senda del creyente aquí abajo.
El Espíritu Santo nos da el significado de este tipo. Él dice: «Nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad» (1 Corintios 15: 7-8).
La sangre en los postes y en el dintel era el fundamento de todo, no solo de la seguridad sino de la paz. Mientras yo procure examinar la sangre, no tendré verdadera paz, –pero cuando yo aprendo que es el pensamiento de Dios acerca de la sangre, y no el mío, lo que me hace estar a salvo, entonces puedo tener paz verdadera. La sangre era para los ojos de Dios, los que estaban dentro de la casa no podían verla, pero por medio de la fe tenían una paz perfecta cuando estaban protegidos en ella.
Debemos recordar, también, que no se trataba acerca de si acaso las personas de la casa eran buenas o malas. No se trataba de si ellos estaban felices o tristes, –pacíficos o asustados–, lo que los hacía estar a salvo era la sangre en la puerta para los ojos de Dios.
Cuando yo aprendo esto, y confío solo en la sangre, y en la Palabra de Dios, hay conocimiento de la salvación y de la paz verdadera con Dios.
Solo con esta paz verdadera en nuestros corazones podemos alimentarnos con gozo del cordero asado. Todos los redimidos se reunieron alrededor de esa mesa con un solo corazón para celebrar la fiesta.
¡Qué fiesta es para el pecador redimido! Ese cordero asado es el mismo Señor Jesús que ha soportado la ira y el juicio de Dios contra mis pecados. Alimentarse de él es fortaleza. Lomos ceñidos, calzado en nuestros pies, bordón en la mano, todo ello nos habla de que somos peregrinos. Ellos estuvieron en Egipto, pero no eran de él, –estuvieron listos para dejar Egipto en cualquier momento. Así que los santos de Dios son solo peregrinos aquí abajo, el mundo no es nuestro hogar. Estamos en él, pero no somos de él. La cruz cortó los lazos que nos unían a este mundo.
Las cuerdas que ataban mi corazón a la tierra
fueron soltadas por la mano de Jesús:
Ante Su cruz me hallé–
Como un extranjero en la tierra.
No importa si la fiesta de los Panes sin Levadura era celebrada en Egipto, en el desierto o en la tierra de Canaán, estas señales eran siempre las mismas. No importa si el cristiano es visto como un «extranjero» en el mundo (Éxodo 12: 11); como un «peregrino» en el desierto (Números 9: 3); o como el poseedor de la tierra de la promesa (Josué 5: 10), la fiesta es exactamente la misma. Así que aprendemos que la comunión del santo se basa en la redención, es sostenida por medio de alimentarse de Cristo, y es mantenida segura en santidad y separación del mal. Estos son principios que nunca cambian, son como el carácter de Dios mismo.
En nuestro último capítulo nos dimos cuenta de que los israelitas alimentándose del cordero asado, pueden ser comparados con los santos participando de la Cena del Señor hoy en día. La verdadera marca de esa Cena es la adoración. Mientras nos alimentamos de aquel que murió por nosotros y recordamos su muerte, nuestros corazones se inclinan ante él en adoración, desbordándose en alabanza y adoración a él mismo. Nada de ese cordero asado debía ser dejado hasta la mañana (Éxodo 12: 10), y ello nos habla acerca de que la verdadera adoración no puede ser conocida separada de la muerte de Cristo. La adoración verdadera no puede estar nunca rancia: debe ser una adoración que está siempre fresca.
La fiesta debía celebrarse con «panes sin levadura», y no debían ser vistos levadura o pan con levadura en sus casas. Por favor, observen ustedes lo cuidadosos que fueron los mandamientos de Jehová sobre este asunto:
1º. No se debía comer pan con levadura.
2º. No debía ser vista ninguna levadura.
3º. No se permitía que hubiera levadura en sus casas (Éxodo 13: 7).
¿Qué es la levadura? Es el material que ahora ponemos en la harina para hacer pan. Los pequeños agujeros que vemos en el pan son causados por la levadura que hay en él. Un muy pequeño trozo de levadura pronto afectará a una gran cantidad de harina. Podemos ver que hincha la masa y la hace parecer grande. Si dejamos que siga trabajando en la masa, pronto la masa se agriará, y en poco tiempo se pudrirá y deberemos desecharla. Un pequeño trozo de esta masa leudada puesta en una masa fresca y limpia sin levadura pronto leudará, o agriará, todo el trozo de masa que antes no había leudado. De esta manera vemos que la levadura aumenta muy rápidamente.
Se requería que las personas procurasen diligentemente que toda la levadura fuera quitada, o de lo contrario, «un poco de levadura» dejada atrás pronto leudaría «toda la masa».
La levadura es una figura del mal, –solamente del mal–, siempre del mal, y de un mal tal que lleva la corrupción dondequiera que ella obra. Nada de esto debe ser permitido donde la comunión con Dios es buscada. La carne siempre estará presente, pero no se debe permitir que el pecado obre y entre en nuestras vidas, ya sea en secreto o públicamente, o de lo contrario, la comunión con Dios es imposible.
«Dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, etc.» (Colosenses 3: 8).
«Desechando, pues, toda malicia» (1 Pedro 2: 1).
«Desechando toda inmundicia» (Santiago 1: 21).
Estas son palabras que muestran lo que Dios quiere decir en cuanto a quitar la levadura por parte de aquellos que querrían tener comunión con Dios.
Quizás la vieja levadura se refiera a viejos hábitos, viejos pecados o asociaciones de los cuales no nos hemos separados totalmente y que continuamos a practicar ahora que pertenecemos al Señor.
Estos viejos pecados pueden llevar al creyente nuevamente al cautiverio si él no vela, y no busca diariamente la comunión con nuestro Señor Jesucristo.
Aunque ello nos humilla, es algo muy bueno que nosotros recordemos que las raíces de cada pecado que el hombre ha cometido alguna vez permanecen en la carne de todo hijo de Dios, –y si no fuera por la gracia de Dios, que nos guarda por medio del poder del Espíritu Santo, estos pecados producirían su fruto. Aquellos que nos dicen que las raíces del pecado ya no permanecen en su carne, solo se engañan a sí mismos, y hacen un daño muy grande a los santos de Dios y traen deshonra al Nombre de Cristo (1 Juan 1: 8). El Señor no les diría a los santos del Nuevo Testamento que se deshicieran de estos pecados, si la raíz de los mismos hubiese desaparecido de sus corazones, y no hubiera peligro de caer en ellos.
Si la «vieja levadura» representa esos viejos pecados cometidos antes de la conversión, tal vez podamos considerar también la «nueva levadura», que tal vez representaría otros pecados a los que el incrédulo no es tentado. Estos pecados, desgraciadamente, podemos verlos a menudo en el pueblo del Señor ahora. Algunos de estos pecados son la soberbia espiritual, los celos, la jactancia, un espíritu sectario, el deseo de tener preeminencia, la mala doctrina, la duda y la crítica de la Palabra de Dios, y muchos otros pecados que ustedes pueden haber encontrado en ustedes mismos.
Estos pecados, si no son juzgados, y si no velamos, malograrán nuestra comunión tan verdaderamente como los pecados que para el hombre parecen ser peores. Satanás usa a menudo estos pecados para arruinar nuestra comunión con el Señor y con los demás. Por lo tanto, queridos hermanos, velemos y seamos sobrios, apartemos la levadura de nuestras vidas, y busquemos la gracia de Dios para juzgarla tan pronto como aparezca.
Es bueno que recordemos que la fiesta de los Panes sin Levadura, cuando el pueblo de Dios se reunía alrededor de ese cordero asado, con los panes sin levadura sobre la mesa delante de ellos, no solo representaba la comunión con Jehová, sino la comunión en la separación del mal, con la persona de Cristo como centro. El método del hombre para la unidad y la comunión es restar importancia al mal, –cubrirlo, y no tomarlo en cuenta–, y podemos ver esto constantemente en las uniones y concilios que a menudo llevan el título de cristianos, pero que en realidad están lejos de estos principios fundamentales que Dios ha establecido tan claramente para nosotros en su Palabra.
Un gran hombre del mundo dijo una vez acerca de un cristiano: “No conozco a nadie en toda Inglaterra con mayor habilidad que Juan–, pero él se somete a ese antiguo Libro como un necio”. Que ustedes y yo, queridos hermanos, procuremos siempre someternos a “ese antiguo Libro”, aunque el mundo, incluso el mundo religioso, nos considere necios. El mal debe ser juzgado y eliminado si se quiere disfrutar de la comunión con Dios, ya sea en nuestras vidas individuales o en la asamblea de los santos.
Los panes sin levadura debían ser comidos durante siete días. Los «panes sin levadura, de sinceridad y de verdad», es lo que el Espíritu de Dios nos dice que significa esta parte del tipo. Quitar la levadura es un aspecto de esta verdad, comer panes sin levadura es el otro aspecto de esta verdad.
Estos dos aspectos son sacados a relucir muy claramente en Santiago 1: 21. «Por lo cual», desechen ustedes «toda inmundicia y abundancia de malicia», (esto nos habla acerca de que hay que desechar la levadura), y, «recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas», (esto nos habla acerca de que hay que alimentarse de los panes sin levadura). Tenemos el mismo pensamiento en 1 Pedro 2: 1-2, donde leemos, «Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada (o, sincera), para que por ella crezcáis». Siempre es peligroso ver solo un aspecto de cualquier verdad. ¿Qué significa «no adulterada» (o, sincera)? En Filipenses 1: 10 tenemos la palabra «sincero», allí significa algo “puro cuando se lo ve a la luz del sol”. Ustedes pueden sostener un vaso, o una gota de agua al sol, y encontrarlos bastante puros. Ello es ser «sincero» en esta significación. De modo que «sinceridad» significa dejar que el radiante resplandor de la luz de Dios en su Palabra resplandezca en nuestro andar y en nuestros modos de obrar, y entonces juzgar cualquier cosa que yo encuentre contraria a ella. Pero, ¿quién hay que deje que este radiante resplandor de la luz de Dios resplandezca en sus modos de obrar, y que ella no encuentre nada más que lo que es puro? Solo uno, y ese es el Señor Jesucristo. Él es el «pan que descendió del Cielo». Él es el pan sin levadura «de sinceridad y de verdad». Otro ha traducido la palabra «sinceridad» como «un carácter transparente». Así como el cordero asado le presenta como el Cordero de Dios sin mancha que soporta la ira y el juicio de Dios contra mi pecado, así el pan sin levadura le presenta como el Hombre santo, puro y sin mancha que descendió del cielo. ¡Qué fiesta ha sido preparada para mí aquí! Ciertamente ella hará que yo deje que el radiante resplandor de la luz de la Palabra de Dios resplandezca en mi andar y también en mis modos de obrar. Sin duda esto mostrará a menudo en nuestras vidas aquello que no es «puro» para esa luz, nos humillará y hará que nos postremos en confesión y vergüenza ante nuestro Señor. Pero este es su modo de obrar, y es la senda de santidad y salud para nuestras almas. Solo de esta manera podemos disfrutar la fiesta; es una senda amarga para la carne, y Jehová sabía esto porque mandó, «con hierbas amargas lo comerán» (Éxodo 12: 8). Nunca el alma disfruta tanto de Cristo como cuando se juzga a sí misma. Las hierbas amargas nos permiten disfrutar más del cordero asado y del pan sin levadura.
Estar “al resplandor del sol” ante Dios siempre nos lleva a la cruz y a la persona de Cristo. El «pan de aflicción» (Deuteronomio 16: 3) y las hierbas amargas, siempre formaron parte de la fiesta. En 1 Corintios 5: 8, encontramos que no solo eran «panes sin levadura, de sinceridad», sino «panes sin levadura, de sinceridad y de verdad». Esto también es parte de la fiesta. Cristo dijo: «Yo soy la verdad». Todo es Cristo. Él es nuestro alimento. La verdad de Dios debe tener su lugar. «Todo el consejo de Dios» (Hechos 20: 27) debe ser recordado, nada retenido, –ninguna parte descuidada–, ninguna parte exaltada en forma desmedida. De esta manera, la «comunión de los santos», primero con su Dios, y luego entre ellos, se mantendrá ininterrumpida a través de los «siete días» de la fiesta, –es decir, durante toda nuestra vida terrenal, «hasta que él venga», y luego, en esa resplandeciente mañana de resurrección, los santos vivos y los santos que duermen serán todos reunidos a la Casa del Padre, al brillante hogar donde la levadura nunca puede entrar, y donde todo lo que ha quebrantado y estropeado la comunión aquí abajo ha pasado para siempre, y con un solo corazón y una sola voz nos reuniremos alrededor del Cordero que fue inmolado, –él, nuestro único objeto–, y su alabanza, nuestro único tema.
¡Apresura Señor ese día!
¡Oh, feliz mañana! El Señor vendrá
Y llevará a Su pueblo que espera al hogar
¡Más allá del alcance de las preocupaciones!
Donde la culpa y el pecado son todos desconocidos:
El Señor vendrá y reclamará los Suyos,
Y los situará con Él en Su trono,
Para compartir la resplandeciente gloria.
La mañana de la resurrección romperá
Y todos los santos dormidos despertarán,
¡Sacados de nuevo en luz!
¡Oh, mañana, demasiado resplandeciente para ojos mortales!
Cuando toda la Iglesia rescatada se levantará
Y volará hacia cielos insondables–
Llamada con Cristo a reinar.
¡Oh Señor! Nuestros espíritus peregrinos anhelan
Cantar el cántico eterno
De la gloria, del honor, del poder;
Hasta entonces, cuando todo Tu poder ejercerás
Bendito Salvador, nuestro escudo serás,
Porque Tú te has revelado a nuestras almas
Tú mismo –nuestra fuerza y nuestra torre.
8 - La fiesta de las Primicias
«Las primicias de los primeros frutos de tu tierra traerás a la casa de Jehová tu Dios» (Éxodo 23: 19).
«Cuando hubiereis entrado en la tierra que os voy a dar, y segareis la mies de ella, traeréis una gavilla, por primicias de vuestra siega, al sacerdote; el cual mecerá la gavilla delante de Jehová, para que sea acepta a favor vuestro; el día siguiente al sábado de la Pascua, la mecerá el sacerdote» (Levítico 23: 10-11 – VM).
«Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho» (1 Corintios 15: 20).
La tercera de «las Fiestas de Jehová» seguía muy de cerca a la fiesta de la Pascua, y se celebraba al mismo tiempo que la fiesta de los Panes sin Levadura. Esta era la fiesta de las Primicias. Se celebraba a la mañana siguiente al día de reposo. La Pascua y la fiesta de los Panes sin Levadura fueron celebradas primero en Egipto y después en el desierto. Pero la fiesta de las Primicias solo pudo ser celebrada en la tierra prometida.
El desierto no era el lugar que Dios había escogido para Israel. La tierra de Canaán era el hogar de ellos. Ello nos habla de esa tierra celestial que es nuestro hogar. Incluso ahora «nuestra ciudadanía está en los cielos» (Filipenses 3: 20); e incluso ahora Dios «nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo» (Efesios 1: 3); y en él «tuvimos herencia» (Efesios 1: 11). De modo que, aunque nuestra senda está todavía en este mundo desierto, nuestros corazones ya están en el hogar en el cielo, y así también podemos celebrar la fiesta de las Primicias.
En esa «tierra buena», la tierra de Canaán, una «tierra de trigo y cebada, de vides, higueras y granados» (Deuteronomio 8: 7-9) no les faltó nada. Pero en esa tierra buena, antes que ellos mismos tocaran alguna de esas ricas cosechas, debían traer esta gavilla por primicias para ser aceptados, –«Las primicias de los primeros frutos». «No comeréis pan, ni grano tostado, ni espiga fresca, hasta este mismo día, hasta que hayáis ofrecido la ofrenda de vuestro Dios» (Levítico 23: 14). Esa ofrenda era una gavilla segada de los campos de grano maduro en la tierra de Canaán, y llevada al sacerdote, para ser mecida ante Jehová para ser aceptada en lugar de ellos, seguida del holocausto, la ofrenda vegetal y las libaciones; pero observen, por favor, que no había ofrenda por el pecado. Esta primera gavilla era una muestra de la gran cosecha que iba a seguir. El Espíritu de Dios ha tenido el cuidado de decirnos, también, el significado de esta fiesta, tal como leemos en 1 Corintios 15: 20: «Ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho»; y, además: «Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida» (1 Corintios 15: 23).
Lamentablemente, Israel no entendió que Cristo era el cordero pascual, ni tampoco que Cristo era la gavilla por primicias.
Consideren ustedes, por favor, una vez más, que el Cordero pascual fue inmolado hace más de 1900 años [5]. Su cuerpo fue bajado del madero, y en la noche antes del día de reposo, fue puesto en el sepulcro. Durante todo el día de reposo estuvo en esa tumba, con la gran piedra rodada contra la puerta, y sellada, para que nadie pudiera abrirla. Pero luego, muy temprano después del día de reposo, al amanecer del primer día de la semana, hubo un gran terremoto; porque el ángel del Señor descendió del cielo, vino, rodó la piedra de la puerta y se sentó sobre ella (Mateo 28: 1-2).
[5] NdT. En la actualidad, cerca de 2000 años.
El Señor había resucitado, la gavilla por primicia había sido segada, presentada a Dios, aceptada por él, como muestra de la gran cosecha que seguiría. En Jerusalén, en el templo, el pueblo de Israel traía sus primeras gavillas, y los sacerdotes las mecían ante el Señor, pero fuera de esa ciudad estaba la gran gavilla, en la que Dios encontraba toda su complacencia.
Exactamente en la fiesta de la Pascua, el Señor Jesús murió, y exactamente en el día de la fiesta de las Primicias, el Señor Jesús resucitó de entre los muertos. Así como la fiesta de la Pascua es un cuadro de la muerte del Señor Jesús, la fiesta de las Primicias es un cuadro de la resurrección del Señor Jesús de entre los muertos.
Nosotros le vimos colgado en la cruz, soportando nuestra gran carga de pecado. Le hemos oído clamar: «Consumado es», y hemos visto su cuerpo ir al sepulcro. ¿Será ese sacrificio suficiente para quitar nuestros pecados? ¿Será ese sacrificio acepto ante Dios? Sí, la fiesta de las Primicias responde a estas preguntas. Dios mismo dice: «Mecerá la gavilla delante de Jehová, para que sea acepta a favor vuestro» (Levítico 23: 11 – VM). La resurrección es la prueba de que Dios ha aceptado ese sacrificio por el pecado. La resurrección es el comprobante que demuestra que toda mi deuda está pagada, y que soy libre.
Esa gavilla era una muestra de toda la siega que vendría después, y cuando esa gavilla fue acepta, todos los campos para la siega de Canaán fueron aceptos con ella. Y desde ese día, ¡cuántas gavillas han sido cosechadas en esos campos para la siega! No solo de Canaán, sino de los campos blancos para la siega de todas partes del mundo. «Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida» (1 Corintios 15: 23). Y pronto llegará el día en que todas las gavillas serán reunidas en el hogar, –«en su venida»–, los santos que duermen y los santos que están vivos, –todos juntos reunidos en el hogar, todos «aceptos en el Amado».
Y ustedes recuerdan que los «dos varones con vestiduras blancas» dijeron a los discípulos: que «Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo» (Hechos 1: 11). Él es esa gavilla por primicias. Él es la “muestra” de los que le seguirán. Y él es el «mismo Jesús», no un extraño, sino el «mismo». Aun así, nuestros seres queridos que han partido antes que nosotros, también serán “los mismos”. Estarán glorificados, es cierto, pero seguirán siendo los mismos seres queridos que hemos amado aquí abajo.
El amor del Padre por él es la medida del amor del Padre por ellos (Juan 17: 23). Ellos son parte del campo del cual él fue la “muestra”. «Como él es, así somos nosotros en este mundo» (1 Juan 4: 17). Ellos están tan cerca y son tan amados por Dios como lo es Cristo. ¡Maravillosa verdad! Bien podemos cantar:
“Tan amado, tan amado por Dios,
No puedo ser más amado:
El amor con el que Él ama al Hijo
Tal es Su amor por mí”
(Véase Juan 17: 23).
Y los campos de Israel también, en un día venidero, darán ricas gavillas para el gozo del Gran Labrador. Entonces reconocerán al verdadero Cordero pascual, y luego celebrarán la verdadera fiesta de las Primicias, y no solo una forma vacía, como ellos hicieron en esa mañana de resurrección hace mucho tiempo.
¿Pero qué ocurre con los inicuos muertos? ¿Qué ocurre con los que han rechazado a Cristo? ¿No resucitarán de nuevo? Sí, ciertamente lo harán. Pero la resurrección de los santos es una «resurrección de entre los muertos». Alrededor de Jerusalén se encuentran las tumbas de los que habían muerto, pero Cristo, las primicias, resucitó de entre los muertos, –él fue el «Primogénito entre muchos hermanos» (Romanos 8: 29). Él fue el «Primogénito de entre los muertos» (Colosenses 1: 18). Y con él, después de su resurrección, muchos cuerpos de los santos se levantaron también. Pero ninguna tumba de un incrédulo fue removida para dejarlo levantarse.
Muchas personas nos dicen que habrá una resurrección general de los justos e injustos. La Biblia no nos dice esto. Al contrario, la Biblia dice claramente: «Los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años» (Apocalipsis 20: 5). Entonces ellos resucitan para presentarse ante el gran trono blanco, para ser juzgados según sus obras y para ser arrojados al lago de fuego. ¡Verdad solemne! Querido lector, la Biblia dice: «Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre estos» (Apocalipsis 20: 6). Por favor, permitan que les preguntemos: ¿tendrán ustedes parte en esta «primera resurrección»?
9 - Pentecostés o la fiesta de las Semanas
«Y contaréis desde el día que sigue al día de reposo, desde el día en que ofrecisteis la gavilla de la ofrenda mecida; siete semanas cumplidas serán. Hasta el día siguiente del séptimo día de reposo contaréis cincuenta días; entonces ofreceréis el nuevo grano a Jehová. De vuestras habitaciones traeréis dos panes para ofrenda mecida, que serán de dos décimas de efa de flor de harina, cocidos con levadura, como primicias para Jehová» (Levítico 23: 15-17)
«Y cuando hubo venido el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo lugar» (Hechos 2: 1 – VM).
«Todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3: 28).
Cincuenta días después que la gavilla a ser mecida hubo sido segada y presentada al Señor, y aceptada por él, el pueblo redimido se reunió de nuevo en el lugar que el Señor había escogido para poner allí su nombre.
Esto era para celebrar la fiesta de Pentecostés (o fiesta de las Semanas). Pentecostés es la palabra griega para «quincuagésimo». Es notable que esta fiesta se celebrara en «la mañana después del día de reposo» (Levítico 23: 15 – JND). Es decir, se celebraba el primer día de una nueva semana. Ello habla de un nuevo orden de cosas que es introducido, basado en la resurrección. Esta fiesta era para ofrecer una de las ofrendas más extrañas de todas las ofrendas que Israel ofrecía a Jehová. ¿Y cuál era esta extraña ofrenda? Eran dos panes de flor de harina, hechos de trigo de los mismos campos que cincuenta días antes habían producido la gavilla por primicias. Pero estos dos panes estaban cocidos con levadura. Ustedes recuerdan lo importante que era que toda la levadura fuese quitada en la fiesta de los Panes sin Levadura. ¡Qué extraño que la cuarta fiesta tuviese que tener levadura en la ofrenda! Estos dos panes cocidos con levadura eran mecidos por el sacerdote ante Jehová, –presentados a él y aceptados por él. Estaban acompañados por todos los sacrificios de olor grato, y también por la ofrenda por el pecado. La ofrenda por el pecado hacía posible que Dios aceptara estos panes cocidos con levadura. La ofrenda por el pecado estaba presente para hablar de la expiación del pecado que era tipificado por la levadura. No había levadura en la gavilla mecida por primicias y, por lo tanto, no se requería una ofrenda por el pecado. Pero observen, la levadura en los panes mecidos estaba cocida, y, por lo tanto, había perdido su poder.
Hay una estrecha conexión entre esta fiesta y la fiesta de las Primicias. Ellas están unidas entre sí al ser introducidas en el versículo 9 de Levítico 23, mediante las palabras: «Y habló Jehová a Moisés, diciendo». Y las palabras no son repetidas hasta el versículo 23 donde la fiesta de las Trompetas es introducida. Nosotros podemos ver que, así como la Pascua y la fiesta de los Panes sin Levadura están unidas, del mismo modo la fiesta de las Primicias, la fiesta de Pentecostés, y la siega del versículo 22, están unidas.
Hemos visto que Cristo murió el mismo día de la fiesta de la Pascua. Hemos visto que Cristo resucitó en el día exacto de la fiesta de las Primicias. ¿Qué ocurrió el día de la fiesta de Pentecostés? En ese día, en Hechos 2: 1, vemos que el Espíritu Santo descendió del cielo, y formó a los cristianos individuales en un solo Cuerpo, la Iglesia.
Hace muchos años, yo estaba en el muelle en el puerto de Kobe, Japón, esperando para abordar un barco para Shanghái. Un amado hermano japonés había venido a despedirme. Había otro gran barco al otro lado del muelle a punto de zarpar hacia San Francisco. Muy arriba, en la cubierta superior misma de este transatlántico, había un caballero, evidentemente un hombre importante, que partía hacia América. Un gran número de personas había venido a despedirse de él. En Japón tenían la costumbre de que cada persona que se despidiera llevara un rollo de cinta de papel de color. El amigo que estaba en el barco sostenía el extremo de cada cinta, y cada persona en el muelle, al despedirse, sostenía un rollo de cinta.
Mi amigo y yo contemplamos esta escena durante algún tiempo. Puede haber habido cien personas en el muelle, cada una con un rollo de cinta, mientras el caballero en la cubierta superior tenía los extremos de las cintas en su mano. De repente, mi amigo se volvió hacia mí y me dijo: “Hay un retrato de Cristo y su Iglesia. Él es la Cabeza en el cielo: nosotros somos los miembros aquí abajo. Las cintas representan al Espíritu Santo: y cada miembro está unido a la Cabeza por el Espíritu Santo; y cada miembro, a través de la Cabeza en el cielo, está unido a todos los demás miembros en la tierra”. Fue una dulce lección que nunca he olvidado. En la fiesta de Pentecostés fue dado el Espíritu Santo, el cual une a cada creyente a la Cabeza, y el uno al otro, formando «un solo Cuerpo», la Iglesia.
La Iglesia está compuesta por creyentes judíos y gentiles. Los judíos y los gentiles siendo, tal vez, los dos panes para hacer una sola ofrenda. Antes de Pentecostés estos dos pueblos estuvieron separados por una «pared intermedia» (Efesios 2: 14). Los judíos eran el pueblo escogido, mientras que los gentiles estaban alejados y ajenos, lejos y sin Dios. Pero ambos se habían mostrado en contra de Cristo, ambos se habían unido para crucificarle. En Romanos 3: 22 y 10: 12, Dios nos dijo que «no hay diferencia». Ahora bien, en el día de Pentecostés, estos dos, tan lejos el uno del otro, son unidos en una sola ofrenda.
Entonces se cumplió la palabra de que los gentiles habrían de ser coherederos y partícipes de su “un solo Cuerpo”, y de la promesa dada por él, mediante el Evangelio. «Porque por un mismo Espíritu todos nosotros fuimos bautizados, para ser constituidos en un solo cuerpo, ora seamos judíos o griegos, ora seamos siervos o libres; y a todos se nos hizo beber de un mismo Espíritu» (1 Corintios 12: 13 – VM).
Este es el lugar especial dado a los santos de esta época, a todos los santos de cada país, desde el día de Pentecostés hasta que el Señor venga a llamar a su pueblo y a llevarlo de la tierra al cielo. Este es el llamamiento especial y la porción de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, en contraste con todo lo que había pasado antes, y con todo lo que seguirá. La Iglesia está unida a Cristo, la Cabeza en el cielo, y él está unido a todos sus santos en la tierra, por medio del Espíritu Santo.
Verdaderamente, «El Señor ha hecho esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos». Y recuerden ustedes, por favor, que siendo esta la obra de Dios, la Iglesia formada de esta manera nunca puede ser destruida, y es por consiguiente una sola para siempre. El hombre no puede dividirla o estropearla, Dios la ha hecho una. Cristo es su Cabeza en el cielo. La Iglesia es su Cuerpo y, ¿quién puede malograr o tocar su Cuerpo? Cristo mismo dijo que las puertas del Hades no iban a prevalecer contra ella (Mateo 16: 18).
Esta es la Iglesia tal como Dios la ve. Ella comenzó en Pentecostés con el descenso del Espíritu Santo. Ha sido formada desde ese día hasta ahora al ser añadidos a ella los “llamados a salir” del mundo, y continuará aumentando hasta el día en que el Señor mismo baje del cielo con voz de mando, y llame a su Iglesia, ya sea que ella esté durmiendo o viviendo para él. Entonces él se la presentará «a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha» (Efesios 5: 27). No faltará ninguno en esa Iglesia. No faltará ni un solo miembro en ese Cuerpo místico. Será perfecto y completo, sin «mancha ni arruga ni cosa semejante».
Hemos hablado de la Iglesia tal como Dios la ve. Tal vez también deberíamos hablar de ella un poco tal como la vemos en este mundo. La palabra griega es «ekklesía» y significa «llamar fuera de»; esto me dice que la Iglesia es llamada a salir de este mundo. Ella ya no es parte de este mundo. Está en él, pero no es de él. Leemos en el Nuevo Testamento acerca de tres clases de personas en el mundo de hoy, los judíos, los gentiles y la Iglesia de Dios (1 Corintios 10: 32). Cuando un judío o un gentil cree en el Señor Jesús, entonces él es parte de la Iglesia. En las epístolas del Nuevo Testamento, especialmente las del apóstol Pablo, el orden de Dios para la Iglesia aquí abajo nos es presentado claramente.
En el Nuevo Testamento no leemos acerca de muchas iglesias como las que vemos a nuestro alrededor ahora, formadas, y con nombres dados por el hombre. Solo hay una Iglesia, y cada asamblea de santos en cualquier lugar forma parte de esa única Iglesia. Solo Cristo es la Cabeza de la Iglesia, y tiene el derecho, por medio del Espíritu Santo, de usar a quien quiera, para hablar y ministrar a la Iglesia. Él expresamente prohíbe a una mujer hablar en las asambleas, y nos enseña que todo hijo de Dios es un sacerdote.
Todas estas cosas son enseñadas claramente en el Nuevo Testamento, pero generalmente son negadas en la práctica por los hombres de hoy. Feliz hubiera sido la Iglesia hoy, si el pueblo del Señor hubiera obedecido a su Palabra y seguido su orden, en lugar de hacer que ciertos hombres solo se interpusieran entre Dios y sus santos, o tomaran un lugar especial, por encima de sus hermanos.
Pero, consideremos de nuevo esos dos panes mecidos. Ellos pueden tener otro significado. Dos era el número más pequeño que las Escrituras aceptaban como testimonio. Puede ser que estos dos panes tengan el significado de un testimonio débil. En el versículo 16 ellos son llamados, «ofrenda vegetal nueva a Jehová» (Levítico 23: 16 – VM). Esto puede decirnos que esta ofrenda habla de un nuevo tipo de testimonio, algo que ningún hombre había visto antes en la tierra. Nosotros sabemos que Dios dio «las primicias del Espíritu» (Romanos 8: 23) en Pentecostés. El Espíritu nunca habitó en este mundo hasta ese momento. Esto nos dice que la Iglesia es un testimonio completamente nuevo, pero un testimonio débil, del Señor, aquí abajo en la tierra. Y nosotros hemos visto que ella comenzó en el primer día de una nueva semana. Todo nos dice que la Iglesia es un orden de cosas completamente nuevo, y que no puede ser mezclada con lo que ha fenecido. Es por este motivo que un cristiano guarda el primer día de la semana, no el día de reposo judío.
Las primicias señalaban al Cristo resucitado, aceptado a favor de su pueblo en los cielos. Los panes de Pentecostés también son llamados: «primicias para Jehová» (Levítico 23: 17). Esto demuestra que son uno con «la gavilla por primicias». Ella era «primicia de los primeros frutos», los panes son «primicias». Ellos estaban hechos de harina de trigo de los mismos campos que la gavilla por primicias. Pero en todas las cosas la gavilla mecida era preeminente. Así es con Cristo y su pueblo. Él es las «primicias» (1 Corintios 15: 20), y de sus santos está escrito: «De su propia voluntad él nos engendró, con la palabra de verdad, para que seamos nosotros, en cierto sentido, las primicias de sus criaturas» (Santiago 1: 18 - VM).
Él es «el Primogénito», ellos son sus «hermanos» (Romanos 8: 29), «de uno son todos» (Hebreos 2: 11), «la asamblea de los primogénitos» (Hebreos 12: 23 - RVA). ¡Qué verdad tan gloriosa es esta! «Como él es, así somos nosotros en este mundo» (1 Juan 4: 17). Recibamos esto en nuestros corazones con toda su cálida luz y bendición. Ello suena demasiado bueno como para ser verdad, y el corazón del hombre siempre está buscando la manera de dejar de lado la belleza y el poder de esta verdad. Pero creámosla. Recibámosla. Es la verdad de Dios. Nosotros somos verdaderamente «uno con Cristo», estamos ante Dios en Cristo, aceptos en él, «completos en él». Ya no estamos en el caído Adán de la tierra, sino en el segundo Hombre, el postrer Adán, –Cristo resucitado y ascendido al cielo. Este es el lugar de cada creyente.
Dios ha dado esta bendición a todo su pueblo. ¡Cuán pocos lo creen! ¡Y cuán poco lo disfrutamos la mayoría de nosotros! Sin embargo, es la verdad de Dios, dada por Dios para ser creída y disfrutada cada día. ¿Cómo hemos de disfrutarla? Por medio del Espíritu Santo que mora en nosotros, dado a cada creyente. ¿Cuándo reciben los creyentes el Espíritu Santo? –Dios responde, «Habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa» (Efesios 1: 13). Y, «si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él» (Romanos 8: 9). Lamentablemente, muchos cristianos no creen en estas sencillas palabras de Dios, y oran y hacen muchas cosas no escriturales esperando recibir el Espíritu Santo. Ellos abren sus mentes a las cosas espirituales, y a menudo los espíritus malos entran y los hacen comportarse de manera vergonzosa. No se dejen engañar, queridos hermanos, por estas cosas. Cuando ustedes creen en Cristo, él les da su Espíritu Santo. Ustedes pueden contristarlo, pero él no los dejará. David podía orar: «no quites de mí tu santo Espíritu» (Salmo 51: 11), pero esta no es una oración para nosotros, porque desde los días de David, el Espíritu Santo ha sido enviado a este mundo, y estamos sellados por él «hasta la redención de la posesión adquirida» (Efesios 1: 14). Él nos ha redimido verdaderamente ahora, –nos ha comprado ahora–, el precio ha sido pagado, pero nuestros cuerpos, así como nuestras almas, han sido comprados, y todavía están aquí abajo. Estamos sellados hasta el día en que el Señor tome para él mismo todo lo que él ha comprado. Pero la Escritura habla también de ser «llenos del Espíritu». Ser llenos del Espíritu no es lo mismo que ser sellados con el Espíritu. La Escritura dice: «No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu» (Efesios 5: 18). Cuando un hombre se embriaga con vino, queda bajo el poder del vino, y su propia voluntad está sometida al vino. Esto es malo; nosotros los creyentes no debemos permitir que esto suceda, sino al contrario, debemos dejar que el Espíritu Santo nos llene, para que él lleve a cabo su propósito, y nuestras voluntades le estén sometidas. Pero, tanto si dejamos que él nos llene como si no, recuerden ustedes que él mora siempre en los creyentes.
A muchos creyentes les desconcierta el hecho de saber si tienen el Espíritu Santo morando en ellos o no. ¿Podemos mirar a lo alto, a Dios, y desde nuestros corazones decir, ¡Padre! «¡Abba, Padre!» Si nosotros podemos hablarle así a Dios, entonces tenemos el Espíritu Santo morando en nosotros, ya que es solamente por el Espíritu Santo que podemos llamar a Dios, «¡Padre!» (véase Romanos 8: 15).
«Las primicias del Espíritu» (Romanos 8: 23), dadas a todos los creyentes, es el sello de la unidad de ellos con Cristo, las arras y la promesa de resurrección y asociación de ellos con Cristo en la gloria, y el poder para disfrutar ahora de esta gran verdad. Si Cristo no hubiera sido glorificado a la diestra de Dios, el Espíritu no habría descendido a morar en los creyentes (Juan 7: 39). La presencia del Espíritu Santo en la tierra es el testimonio de que Cristo está glorificado a la diestra de Dios (Juan 15: 26).
La presencia del Espíritu Santo en la tierra, y la unión de los creyentes con Cristo resucitado a la diestra de Dios por medio del Espíritu, son las dos grandes marcas de la época actual.
Los dos panes mecidos eran cocidos «con levadura». Ya hemos señalado que la levadura está en todas partes y siempre es una imagen del mal. No había levadura en la ofrenda vegetal (Levítico 2: 11 - VM) porque esa ofrenda es un tipo de Cristo como el Hombre perfecto. Él mismo era completamente puro y santo en todo su carácter y sus modos de obrar.
Pero, lamentablemente, su pueblo no es así. Incluso después de la conversión, y con el Espíritu morando en ellos, los creyentes no están libres del mal, ni de manera individual, ni como Iglesia. La carne aún habita en ellos. La presencia del Espíritu Santo no la expulsa, no la mata, no la cambia, aunque, por la gracia de Dios, su poder ya no tiene por qué gobernar en nuestras vidas. Los panes, y la levadura, eran cocidos. La carne es impedida pero no erradicada. Por lo tanto, el creyente no está libre de pecado. Él no es como era el Señor, apto para ser puesto en el altar para ser aceptado por Dios. Con los dos panes mecidos, era necesario ofrecer una ofrenda por el pecado, y también eran ofrecidas las ofrendas de olor grato.
Presentemos una ilustración. Yo tengo una casa que está alquilada a un inquilino muy malo. Lamentablemente, no tengo forma de sacarlo de mi casa, pero llamo a un nuevo inquilino para que viva en mi casa. Le advierto claramente acerca del antiguo inquilino y de su mal carácter. Le exhorto a que mantenga al antiguo inquilino siempre encerrado en una habitación de la casa. Todo va bien por un tiempo. El nuevo inquilino me cree, y el antiguo inquilino se mantiene en sujeción. Pero después de un tiempo, el antiguo inquilino busca hacer amistad con el nuevo. Él cree que quizás el antiguo no es tan malo como le dije, y después de un tiempo le da al antiguo un poco de libertad. Pronto, muy a su pesar, descubre que el antiguo inquilino está tomando el mando de la casa, y a menos que recurra a alguien de afuera para que le ayude, él está realmente en una mala situación.
Los dos panes eran presentados así a Jehová, con levadura en ellos, pero eran panes y levadura cocidos, y bajo la protección, y cubiertos con la preciosidad de estas ofrendas. Así es como los creyentes, individualmente, y la Iglesia, están ante Dios, como una nueva ofrenda vegetal, aceptada en todo el valor de la persona de Cristo y de su obra expiatoria.
Tan pronto como cualquier cristiano, o compañía de cristianos, piensa que la consagración personal, el servicio, la obediencia a la Palabra, la espera de la venida de Cristo o cualquier otra obra propia da algún derecho ante Dios, él se dará cuenta, tarde o temprano, de que ha sido engañado por Satanás. Esto es cierto, ya sea un derecho para el cielo o un derecho para ser arrebatado cuando el Señor venga, o un derecho para formar parte del Reino. Todo nuestro derecho es a través de la persona sin igual y la obra expiatoria de Cristo.
Y, además, permitan ustedes que les suplique que observen que esta Escritura enseña claramente que el mal permanece en el individuo, y en la Iglesia, y es encarado, no por mi obra, sino por la obra de Cristo.
Aunque la Iglesia primitiva fue tan nueva y hermosa, pronto se hizo evidente que había levadura en ella, incluso en Jerusalén (Hechos 5: 1), levadura en la doctrina (Gálatas 5: 9), o en lo moral (1 Corintios 5: 9, 13). Cuanto más en estos días que vemos aparecer la levadura por todas partes, cuando pueden ser oídas doctrinas de demonios, y cuando los malos hombres y los engañadores van de mal en peor.
Esta aparición de la levadura no tiene por qué sorprendernos, aunque ciertamente debería humillarnos, y debería hacernos regresar a buscar nuestro descanso y fortaleza sobre el único fundamento en el que un cristiano individual, o la Iglesia de Dios, puede descansar: –a saber, Cristo mismo. Él es la Roca sobre la que su Iglesia es edificada, y a pesar de todo el aborrecimiento de los hombres y de los demonios, recordemos que nada puede prevalecer contra ella.
Hay una notable expresión más en relación con la fiesta de las Semanas. Leemos, en Deuteronomio 16: 10: «Harás la fiesta solemne de las semanas a Jehová tu Dios; de la abundancia voluntaria de tu mano será lo que dieres, según Jehová tu Dios te hubiere bendecido».
Cuán asombroso es que esto nos recuerda 1 Corintios 16: 2: «Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado».
Hace mucho tiempo en Israel, en el primer día de la semana, en esa fiesta que más claramente señalaba a la Iglesia, tenemos esta maravillosa visión, un israelita se presenta ante Jehová con esos sacrificios, la sangre de ellos derramada, con esos dos panes y con una ofrenda voluntaria, según lo había bendecido Jehová su Dios. ¿Podríamos tener una imagen más perfecta de nosotros mismos en esta época de la gracia al reunirnos en la presencia del Señor para recordar su muerte? Tenemos el pan y la copa sobre la mesa, y el privilegio de dar al Señor nuestra ofrenda voluntaria según Dios nos «haya prosperado».
Y adviertan ustedes, además, que la dación de esa ofrenda voluntaria es seguida inmediatamente por esta palabra: «Y te alegrarás». Lean ustedes mismos estos versículos, Deuteronomio 16: 10-11. El gozo era la marca de esa fiesta y cuán apropiado es que el gozo y la alabanza marquen nuestra fiesta cuando recordamos a nuestro Señor Jesús, el «don inefable» de Dios, aunque es cierto que, “Con una mezcla de gozo y de dolor hacemos memoria de Ti”.
Es muy llamativa la forma en que el Espíritu de Dios vincula nuestra dación con nuestro gozo. Comparen ustedes con 2 Corintios 8: 1-4, donde leemos acerca de la liberalidad de los queridos hermanos macedonios, que habían enviado tantas veces al apóstol: «una y otra vez» a él en Tesalónica (Filipenses 4: 16); a él en Corinto (2 Corintios 11: 9); y otra vez a él en Roma (Filipenses 4: 10). El apóstol escribe a los santos acaudalados de Corinto (de los cuales no aceptaría nada (2 Corintios 11), «Además, hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios que ha sido dada en las iglesias de Macedonia; cómo en medio de una grande prueba de aflicción, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza han redundado para aumento de las riquezas de su liberalidad. Pues que les doy testimonio, que según sus fuerzas, y aun sobre sus fuerzas, contribuyeron de voluntad propia; rogándonos con mucha instancia se les concediese el favor de participar en el ministerio del socorro de los santos» (2 Corintios 8: 1-4 – VM).
Pero, una palabra más sobre la «ofrenda voluntaria». ¿No es cierto, queridos hermanos, que a menudo fracasamos justo aquí? Cuando damos al Señor, en el día del Señor en esa «fiesta», ¿nuestro don es siempre el rebosar de gratitud de un corazón agradecido? ¿Realmente nuestro don representa la medida en que Dios nos ha prosperado?
¿Damos nosotros «según Jehová tu Dios te hubiere bendecido»? Tenemos que confesar con vergüenza que muy a menudo no lo hacemos. A veces damos lo menos posible y seguimos siendo respetables. A veces es simplemente una cuestión de costumbre. Siempre damos una cantidad determinada sin pensar en de qué manera Dios nos ha prosperado o de qué manera nos ha bendecido el Señor. ¿Acaso no explica esto la falta de «abundancia» (verdadera abundancia) en muchas de nuestras vidas? Nosotros oramos por la bendición del Señor, pero cuando él nos bendice, olvidamos por completo ofrecerle a él en reconocimiento y en la medida de esa bendición.
Lejos esté el pensamiento de que es un asunto de ley con respecto a nosotros ahora. Nunca en el Nuevo Testamento, por lo que sabemos, se sugiere que debemos dar una décima parte (el diezmo) de nuestros ingresos. No, se trata esencialmente de una «ofrenda voluntaria», dada enteramente por nuestra propia voluntad, dada en el momento en que recordamos de qué manera el Señor se entregó a sí mismo, entregó todo, por nosotros, y mi don es la señal de mi apreciación de su don, y es el rebosar de mi corazón en acción de gracias a él. J.G. Bellett comenta: “El mundo dará lo que le sobra, el Señor da aquello que le costó todo” (Juan 14: 27). Nuestra dación es en realidad exactamente como una adoración tan verdadera como nuestros himnos de alabanza o de acción de gracias. De hecho, los tenemos relacionados en Hebreos 13: 15-16: «Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, … Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios».
Además, las Escrituras relacionan nuestro gozo con nuestro dar. Recuerden las palabras de nuestro Señor Jesús, cuando dijo: «Más bienaventurado es dar que recibir» (Hechos 20: 35). Nuestro Dios es un Dios que da, y ahora nos da el privilegio y el gozo de darle a él. Aunque en verdad cada uno de nosotros debe decir con David de antaño: «De lo recibido de tu mano te damos» (1 Crónicas 29: 14). «No sois vuestros… habéis sido comprados por precio» (1 Corintios 6: 19-20.) Todo, todo lo que nosotros tenemos para ofrecer es realmente ya suyo. Suyo por creación, y suyo por redención, pero él se deleita en darnos el gozo de devolverlo a él mismo. ¿Es posible que tan incomparable gracia solo proporcione una excusa para que estos miserables corazones nuestros den menos al Señor de lo que la ley exigía, y gasten más en nosotros mismos de lo que a Israel se le permitía hacer?
¿Podemos más bien imitar a esos queridos santos macedonios de los que Pablo escribe en 2 Corintios 8: 5? Ellos presentaron su «ofrenda voluntaria», pero Pablo dice, «no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor». Demos nosotros de la misma manera.
Recordarán ustedes que incluso nuestro signo de escritura chino mismo para “Alegría, gozo o bienaventurado”, a saber, “Fuh” (福) incluye un altar, un sacrificio sobre el altar, y, junto a él, (indicando en qué consiste el sacrificio) “una boca” (yo mismo); y “campos” (todo lo que yo poseo). Esto nos habla acerca de que el verdadero gozo se encuentra cuando presento mi cuerpo, un sacrificio vivo, santo, aceptable a Dios, que es mi culto, o servicio, racional (Romanos 12: 1). Y conmigo daré al Señor, no una décima parte, sino todo lo que poseo. Queridos lectores, de verdad hagan ustedes esto.
Si todo el reino de la naturaleza fuera nuestro,
Que una ofrenda fuese demasiado pequeña;
Un amor que trasciende nuestros más altos poderes,
¡Exige nuestra alma, nuestra vida, nuestro todo!
10 - El intervalo actual
«Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre» (Hechos 15: 14).
«Ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles» (Romanos 11: 25).
“Su esposa escogida, ordenada con Él,
Para reinar sobre toda la tierra,
Primero debe ser formada, antes que Israel conozca
El inigualable valor del Salvador de ella.”
Recordarán ustedes que la fiesta de la Pascua, la de los Panes sin Levadura y la de las Primicias, son todas celebradas en una semana. Comenzaban el día catorce del mes primero, y duraban siete días. Cincuenta días después de la fiesta de las Primicias, venía la fiesta de Pentecostés a principios del mes tercero.
Después de la fiesta de Pentecostés había un largo intervalo de tiempo en el que no había fiesta alguna. Desde el comienzo del mes tercero hasta el comienzo del mes séptimo, durante casi cuatro meses, no había ningún nuevo llamamiento de Dios para venir a él.
¿Qué hacían las personas durante este largo período? Segaban sus campos, reunían sus gavillas.
Este largo intervalo de tiempo nos habla acerca del día de hoy. ¿Qué está haciendo el Señor durante el tiempo actual? Él está segando sus campos, recogiendo su grano de este mundo para llevárselo a él mismo. Ustedes recuerdan que el Señor Jesús dijo: «Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto» (Juan 12: 24).
El Señor Jesús era este grano de trigo. Él ha muerto y ha resucitado, como las primicias, y ahora él da mucho fruto. Así que podemos ver que esos cuatro meses sin fiesta corresponden al tiempo actual en que el Señor está recolectando, en su siega, a aquellos que ha redimido, del mundo. Nunca leemos en la Biblia que todo el mundo se convertirá, sino que leemos que «los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor» (2 Timoteo 3: 13).
La Iglesia está compuesta por aquellos que son llamados a salir de este mundo malo.
Pero justo en medio de las «Fiestas de Jehová», entre la fiesta de Pentecostés y la de las Trompetas, tenemos lo que parece ser una interrupción, un paréntesis –En Levítico 23: 22, leemos: «Cuando segareis la mies de vuestra tierra, no segaréis hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu siega; para el pobre y para el extranjero la dejarás. Yo Jehová vuestro Dios». Y así, cuando el granjero israelita hubo cortado el último grano en sus campos de siega, ¿qué es lo que vemos? Vemos gavillas esperando ser recogidas en el granero, pero también vemos, puesto en un rincón del campo, buen grano, y, yaciendo en el suelo, vemos puñados de grano que han sido dejados caer, pero no recogidos.
El propio Señor Jesús nos dice que «el campo es el mundo» (Mateo 13: 38), y aunque se habla de ello en una parábola, creemos que también es cierto acerca de este tipo. «El «rincón» del campo nos habla de las partes distantes, –de «los últimos confines de la tierra» (Hechos 1: 8 - VM), a los que el Señor había enviado a sus siervos justo antes de regresar al cielo, pero, lamentablemente, la mayoría de esos “rincones de los campos” están todavía en las tinieblas del paganismo. No piensen ustedes, ni por un momento, que esto nos da, a ustedes o a mí, una excusa para no ir a esos “rincones” donde el Señor nos ha enviado. La obediencia sencilla requiere que vayamos. ¿Debía este buen grano en el campo ser desperdiciado? No, ciertamente el Señor no permitiría que esto se pierda. Aquel que dijo: «Recoged los pedazos que sobran, para que no se pierda nada» (Juan 6: 12), no perdería este buen grano. Este remanente era dejado para el pobre y para el extranjero. ¿Y acaso este pequeño remanente de buen grano dejado en los campos de los que se han cortado las gavillas, no nos habla acerca de otro remanente? Nosotros creemos que sí.
La palabra «remanente» significa: “lo que queda”. En nuestra conversación diaria nosotros la usamos acerca de muchas cosas diferentes. En la Biblia, el Espíritu de Dios la usa muy a menudo para describir la fiel porción piadosa de un pueblo, más especialmente del pueblo judío, o de la nación de Israel, después que la mayor parte de la nación se haya alejado de Dios. Los profetas de la Biblia dejan perfectamente claro que existirá tal remanente. Isaías dice (Isaías 1: 9): «Si Jehová de los ejércitos no nos hubiese dejado un resto [un remanente] pequeño, como Sodoma fuéramos, y semejantes a Gomorra». En Isaías 10: 21, 22, leemos de nuevo acerca del remanente, y en estos versículos se trata, evidentemente, del remanente de un día futuro. «El remanente volverá, el remanente de Jacob volverá al Dios fuerte. Porque si tu pueblo, oh Israel, fuere como las arenas del mar, el remanente de él volverá». El lector también puede comparar las siguientes Escrituras: Isaías 11: 11, Joel 2: 32; Joel 3: 1-2, Miqueas 4: 7. Véase también Romanos 11. Creemos que estas Escrituras nos hablan de un remanente de Israel que será salvo en esta tierra después que la Iglesia haya sido convocada a estar con Cristo.
Las Escrituras hablan también del remanente de otras naciones como Siria, Asdod, los filisteos, etc., pero en casi todos los casos «el remanente» se refiere a Israel, y muy a menudo al de Israel en un día futuro.
Esto es muy importante para el cristiano que desea entender la Biblia, entender claramente esta verdad del «remanente». Para aquellos que están interesados, les recomendamos el libro de W. Trotter, “Escritos sencillos acerca de temas proféticos”. En los escritos [6] 16 y 17 encontrarán este tema tratado de manera más completa.
[6] NdT.: Estos escritos que les indicamos puede que estén ya traducidos; pero si no los encuentran, los tenemos en carpeta para ser traducidos más tarde.
Nosotros creemos que este remanente de buen grano dejado en los campos para los pobres después que las gavillas eran recogidas, nos habla, en tipo, de este remanente de Israel. Pobre y despreciado a los ojos del hombre, pero precioso a los ojos de Dios. Noten la frecuencia con que en los Salmos Dios habla de los «pobres». A menudo se refieren al remanente de Israel.
Pero este pequeño remanente de buen grano era dejado no solo para los pobres, sino también para el extranjero. ¿De quién nos hablaría «el extranjero»? Creemos que el extranjero nos habla de un remanente de gentiles que también va a ser salvo, después que la Iglesia haya sido arrebatada para estar con Cristo. Creemos que a este remanente se hace mención en Apocalipsis 7: 9: «Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos».
Creemos que este remanente gentil es visto de nuevo en Mateo 25: 31-46. Allí vemos varias personas o compañías diferentes, vemos al Rey, a los «hermanos» del Rey, a «todas las naciones», a las que separa «como aparta el pastor las ovejas de los cabritos». Ustedes notarán que lo que decide el destino de las naciones es la forma en que ellas han tratado a los «hermanos» del Rey. Creemos que estos son el remanente piadoso de los judíos. La Biblia nos dice que «las ovejas» son de todas las naciones, –es decir, gentiles. De modo que en esta parábola vemos el remanente de judíos y gentiles, de los cuales hemos estado hablando.
No piensen ustedes, por favor, que esto significa que la Escritura enseña que cualquier hombre que continúa con sus pecados puede ser salvo, rechazando a Cristo y su oferta de salvación a través de la cruz. La Biblia es bastante clara sobre esto. «El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado» (Marcos 16: 16). El Señor Jesús se revelará desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, dando retribución a los que no conocen a Dios, y a los que no obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo, «los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron» (2 Tesalonicenses 1: 7-10).
No, la Biblia es perfectamente clara. Hay una salvación completa, gratuita, ahora para el peor pecador, judío o gentil, que acepta la oferta de misericordia de Dios a través de Cristo. Pero hay condenación y castigo eterno para aquellos que desprecian o rechazan esta oferta ahora. De hecho, incluso no es necesario ni siquiera despreciarla o rechazarla mediante ninguna señal exterior. Ustedes pueden admirarla y tener la intención de aceptarla algún día, –pero es la Palabra de Dios la que hace esa pregunta solemne: «¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?» (Hebreos 2: 3).
No dejen ustedes que los maestros de hoy en día los engañen para ir al infierno [3]. No les crean cuando os dicen que hay una segunda oportunidad después de la muerte, o que, aunque ustedes sean dejados atrás en la venida del Señor, ustedes pueden entonces dar la vuelta y escapar. No, en aquel entonces, «Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia» (2 Tesalonicenses 2: 11-12).
Nosotros sabemos que el diablo tiene sus siervos que predican “el evangelio de la segunda oportunidad”. Pero queden ustedes advertidos de que este es el evangelio del diablo, no el de Dios. Dios dice: «He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación» (2 Corintios 6: 2). Qué terrible para muchos que clamarán: «Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos» (Jeremías 8: 20).
Por favor, que quede bien en claro. Debido a que la gracia de Dios nos habla de un remanente tanto de judíos como de gentiles, perdonados y salvados, (aunque muchos sufren la muerte), después que la Iglesia sea quitada, esto no es motivo para que ustedes, o cualquier hombre, aplacen aceptar a Cristo y su gran salvación un momento más.
Dejaremos ahora ese grano en los rincones de los campos de Israel, y volveremos nuestros ojos a las gavillas, cortadas y listas para ser recogidas en los graneros.
Nosotros hemos sugerido que el largo período de unos cuatro meses desde la fiesta de las Semanas hasta la fiesta de las Trompetas habla del actual largo período, más de 1900 años [7], mientras el Señor ha estado reuniendo a los suyos de cada tribu y nación para formar la Iglesia. Llegará el día en que él recogerá las gavillas en el granero (Mateo 13: 30). Nosotros llamamos a ese día el “Hogar de la Siega”. Es un día de alegría, cuando los preciosos frutos de la tierra, por los que hemos trabajado y esperado durante meses de cansancio, son finalmente llevados al hogar. Y ese gran día de la siega se acerca, viene en breve, cuando el propio Señor de la siega venga a buscar su precioso grano. «El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor» (1 Tesalonicenses 4: 16-17).
[7] NdT. Actualmente más de 2000 años
Este es el tiempo de la siega, cuando el Señor reúne a los suyos para sí mismo, para llevarlos a la casa de su Padre. Es cierto que hay más grano en los rincones de los campos, y dejado en la tierra para ser espigado, que sin duda formará una parte más de la siega, pero esta gran recolección, cuando el Señor tome a la Iglesia, a muertos y a vivos, para sí mismo, este es el gran comienzo de su siega.
Observen ustedes que se da un tiempo definido para todas las fiestas de Jehová, pero para esta recolección de las gavillas, no se da ninguna fecha definida. Por lo que dice este capítulo, ello podría haber tenido lugar en cualquier momento después de la fiesta de Pentecostés. Y así en el Nuevo Testamento era de esperar que los santos estuvieran siempre aguardando de los cielos al Señor, y velando. No se fijó un momento definido para su regreso, pero los tesalonicenses se convirtieron «de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo» (1 Tesalonicenses 1: 9-10).
Pablo podía hablar de sí mismo y decir: «Nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor» (1 Tesalonicenses 4: 15). Pablo no esperaba la muerte, esperaba de los cielos al Señor.
“Podemos no morir, sino resucitar y encontrarnos con el Señor,
Oh, la resplandeciente gloria que estas pocas palabras proporcionan,
Transformados al instante, en un abrir y cerrar de ojos,
Y Le veré cara a cara, nuestro Señor, para siempre.
Algunos no morirán, sino que se levantarán y se encontrarán con su Señor,
Oh preciosa promesa, fiel, verdadera y buena,
Aunque no sabemos ni el día ni la hora,
Sabemos que Él mismo vendrá en poder”.
Hay hombres que nos dicen que muchas cosas deben suceder antes que el Señor regrese, pero la Biblia no nos dice esto. La enseñanza clara y sencilla de la Escritura es que podemos esperar que el Señor venga por nosotros en cualquier momento.
Nos hemos preguntado si las palabras de nuestro Señor en Juan 4: 35, se referían a estos cuatro meses. Leemos: «¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega». Sus ojos miraron a lo largo de los siglos hasta el gran día del hogar de la siega, cuando todo los suyos serían arrebatados para estar para siempre con él mismo, pero mientras tanto, al mirar alrededor en los campos, él vio el grano maduro y muy maduro, esperando ser segado o perdido.
Querido compañero cristiano, ¿has levantado los ojos en respuesta a su propio mandato? ¿Están los campos menos «blancos» que en su época? Mientras esperamos, esperando solo la voz de mando que nos llame a su hogar, a él mismo, que el Señor de la siega mueva nuestros corazones para buscar y segar algo de ese grano que ha madurado, antes que se pierda.
¡Oigan la trompeta! He aquí que suena,
El sueño de las edades ahora,
Y, ¡he aquí! la luz de la gloria resplandece,
En muchas frentes doloridas.
Transformados en un momento, — levantados a la vida,
Los vivos, los muertos se levantan,
En respuesta a la voz del ángel,
Que nos llama a los cielos.
Ascendiendo a través del concurrido aire,
En alas de águila nos elevamos,
Para morar en el pleno gozo del amor,
Y allí no hay más dolor.
No deslumbrado por la luz gloriosa,
De ese amado rostro,
Vemos sin una sola nube,
¡Vemos al Salvador ahora!
Oh Señor, la resplandeciente y bendita esperanza
Que nos animó en el pasado
De pleno descanso eterno en Ti,
Por fin se ha cumplido toda ella.
El clamor de dolor aquí es silenciado,
La voz de la oración ha finalizado
Es innecesaria ahora, — porque, Señor, no imploramos más
De gracia Tu socorro.
Solo la alabanza, la alabanza sin fin, conviene
A este resplandeciente y bienaventurado lugar,
Donde todo ojo contempla desvelado
Los misterios de Tu gracia.
Pasado aquí el conflicto, oh Señor, nos corresponde,
A través de los días eternos,
Cantar nuestro cántico de victoria ahora,
Y solo vivir para alabar
- La mies es mucha (Lucas 10: 2).
- Los campos están blancos para la siega (Juan 4: 35).
- La mies de la tierra está madura (Apocalipsis 14: 15).
- Pasó la siega (Jeremías 8: 20).
11 - La fiesta de las Trompetas
«He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados» (1 Corintios 15: 51-52).
«El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor» (1 Tesalonicenses 4: 16-17).
Ya hemos mencionado que las cuatro primeras fiestas son cercanas en el comienzo del año. Luego vienen casi cuatro meses de siega hasta que la última gavilla era cortada, aunque todavía quedaba buen grano en el rincón del campo.
Ahora procuraremos, con la ayuda de Dios, considerar las tres últimas fiestas. Todas ellas se acercan mucho en el mes séptimo.
En la creación, Dios hizo el mundo en seis días y reposó en el séptimo. En la dispensación de la ley, los hombres trabajaban seis días y reposaban el séptimo. En las «Fiestas de Jehová», seis meses del año pasaban, pero una vez llegado el mes séptimo, el primer día del mes séptimo, Dios dice: «Tendréis día de reposo, una conmemoración al son de trompetas, y una santa convocación. Ningún trabajo de siervos haréis; y ofreceréis ofrenda encendida a Jehová» (Levítico 23: 24-25).
Nosotros hemos visto que las cuatro fiestas que han pasado se han cumplido con gran exactitud. Hemos visto que en la actualidad todavía estamos en ese largo espacio de tiempo que queda para la siega, entre la fiesta de Pentecostés y la fiesta de las Trompetas.
La fiesta de las Trompetas y las dos fiestas que la siguen rápidamente, el día de la Expiación y la fiesta de los Tabernáculos, aún no se han cumplido. Estas tres fiestas señalan a acontecimientos futuros. Así como las cuatro fiestas pasadas se han cumplido con tanta exactitud, podemos esperar confiadamente que las tres fiestas futuras se cumplirán con la misma exactitud en un día venidero.
En las fiestas pasadas, solo hemos visto acontecimientos en la tierra, aunque, de hecho, estos acontecimientos han incluido la resurrección y la ascensión al cielo de nuestro Señor Jesús, y el descenso desde el cielo del Espíritu Santo. Pero durante este tiempo, los cielos y la tierra han estado divididos por el pecado, pero, en un día venidero, el Señor Jesús juzgará este mundo con justicia, y luego lo tomará para sí mismo. Él no solo será Rey de los judíos, sino que también «Dominará de mar a mar, y desde el río hasta los confines de la tierra» (Salmo 72: 8). «Y Jehová será rey sobre toda la tierra» (Zacarías 14: 9).
El mismo Señor que ahora está glorificado en el cielo como Cabeza de la Iglesia, también reinará en la tierra como rey de Israel y Señor de toda la creación. Será «Rey de reyes y Señor de señores». Será honrado en los cielos arriba y en la tierra abajo, y los hombres de todas las naciones, pueblos y lenguas, se unirán para reconocer a Jesús de Nazaret, «Señor de todos». Por estos motivos, nosotros sugerimos que las fiestas restantes tienen, quizás, un significado doble. Su significado primario es, sin duda, un relato de los acontecimientos que vienen a esta tierra, especialmente en relación con Israel, pero, así como las fiestas anteriores también incluyen los acontecimientos del más profundo interés para la Iglesia, parecería que las fiestas restantes también tienen una aplicación secundaria que podría predecir acontecimientos relacionados con la Iglesia en el cielo. Pues nunca debemos olvidar que la porción de Israel es la tierra, pero la porción de la Iglesia está siempre en los cielos.
La fiesta de las Trompetas comienza la segunda serie de las «fiestas señaladas por Jehová».
En Números 10: 2, Dios ordenó a Moisés que hiciera dos trompetas de plata. Estas trompetas se usaban para convocar la asamblea y para poner en marcha los campamentos. Ellas debían ser usadas cuando Israel fuera a la guerra; y Dios prometió que cuando estas trompetas fueran tocadas, él se acordaría de su pueblo y lo salvaría de sus enemigos (Números 10: 9). También eran usadas en sus fiestas y en sus lunas nuevas. Dios dijo: «serán para vosotros como recordatorio delante de vuestro Dios» (Números 10: 10 – LBLA). La plata nos habla de redención, y esas notas en las trompetas de plata no solo traerían a la memoria el pacto de Dios con su pueblo terrenal, y su promesa a su pueblo celestial, sino que también traían a la memoria el precio que se pagó en la cruz para comprar la redención tanto del pueblo celestial como del pueblo terrenal.
Esta fiesta era un momento especial para hacer sonar estas trompetas. Era llamada: «una conmemoración al son de trompetas» (Levítico 23: 24). Era verdaderamente una fiesta de recuerdo. ¿No nos habla esto de la gran trompeta que va a ser tocada en un día venidero? En aquel entonces él «enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro» (Mateo 24: 31).
En Isaías 18: 3-7 leemos, «¡Todos los moradores del mundo y los habitantes de la tierra, cuando fuere alzada la bandera sobre los montes, vedla! ¡y cuando fuere tocada la trompeta, oídla!… ¡En aquel tiempo será traído un presente a Jehová de los Ejércitos, de parte de un pueblo tirado y despojado… al lugar del Nombre de Jehová de los Ejércitos, al Monte de Sion!» (Isaías 18: 3-7 – VM). Y de nuevo: «Acontecerá en aquel día, que se tocará la gran trompeta; y vendrán los que perecían en la tierra de Asiria, y los que eran parias en la tierra de Egipto, y adorarán a Jehová en el monte santo en Jerusalén». (Isaías 27: 13 – JND). Compárese también con Zacarías 10: 8-9: «Los llamaré con un silbido, y los juntaré; porque yo los he redimido; y se multiplicarán como antes se multiplicaban. Aunque los haya esparcido entre los pueblos, en tierras lejanas se acordarán de mí» (VM).
Hay muchos más pasajes que hablan de la reunión de Israel y Judá de regreso a su propia tierra, pero estos dejan muy claro que, en un momento determinado, un llamamiento especial saldrá de Dios para llevar a su pueblo de regreso a la tierra de ellos. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento hablan de este llamado como una trompeta, de modo que nosotros creemos que la fiesta de las trompetas predice ese toque de trompeta que llamará a Israel de regreso a su tierra.
Pero la fiesta de las Trompetas era también para llamar a recordar, y en Números 10, cuando Dios le dijo a Moisés que hiciera trompetas de plata, él le dijo a Israel que cuando fueran a la guerra contra el enemigo que los oprimía: «tocaréis alarma con las trompetas; y seréis recordados por Jehová vuestro Dios, y seréis salvos de vuestros enemigos» (v. 9). Y aunque ahora Israel parece haber sido desechado y rechazado, la Palabra de Dios nos dice que esto no siempre será así. En Ezequiel 16: 60 leemos, «Yo tendré memoria de mi pacto que concerté contigo en los días de tu juventud, y estableceré contigo un pacto sempiterno». Y oigan ustedes estas gloriosas palabras dirigidas a Israel, en respuesta a la queja de Israel: «Sion dijo: Me dejó Jehová, y el Señor se olvidó de mí» (Isaías 49: 14). Eso parece ser la actualidad, pero ¿es realmente así? Oigan ustedes: «¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaré. He aquí, en las palmas de mis manos, te he grabado; tus muros están constantemente delante de mí» (Isaías 49: 15-16 – LBLA).
Podríamos recurrir a muchos otros pasajes que nos dicen que Dios recordará de nuevo a su pueblo. Pero, en la fiesta de las Trompetas, ¿acaso no es Dios quien toca la trompeta él mismo? Si Dios, en su gracia, habla de recordar de nuevo a su pueblo, ¿no es verdaderamente Dios quien toca la trompeta para llamar a su pueblo a recordarle? Ya hemos hablado del versículo en Zacarías 10: 9, donde Dios dice: «en tierras lejanas se acordarán de mí» (VM). Los versículos de Ezequiel 16 que ya hemos citado, siguen de esta manera: «por mi pacto que yo confirmaré contigo; y sabrás que yo soy Jehová; para que te acuerdes y te avergüences» (v. 62-63).
Israel olvidó a su Dios y le abandonó, y ahora parece como si Dios hubiera olvidado, abandonado y desechado a su pueblo Israel. Pero es solo apariencia. Pablo pregunta: «¿Ha desechado Dios a su pueblo?» Y la respuesta es clara y decisiva: «En ninguna manera… No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció» (Romanos 11: 1-2), pero nosotros creemos que se acerca el día en que se tocará la trompeta que muestra que Dios se acuerda de nuevo de Israel, y de su pacto con ellos, y esa trompeta llamará a Israel para que se acuerde de su Dios, y se vuelva a él de nuevo. ¡Qué día tan feliz será para Israel! Dios describe la fiesta de las trompetas, diciendo: «Tendréis día de reposo, una conmemoración al son de trompetas, y una santa convocación» (Levítico 23: 24). Y el Espíritu de Dios en los Salmos dice de ella: «Cantad con gozo a Dios, fortaleza nuestra; al Dios de Jacob aclamad con júbilo. Entonad canción, y tañed el pandero, el arpa deliciosa y el salterio. Tocad la trompeta en la nueva luna, en el día señalado, en el día de nuestra fiesta solemne» (Salmo 81: 1-3). Pobre Israel, qué poco saben ellos de reposo y gozo ahora, echados de un país a otro, –¡no tienen reposo alguno! Pero, aunque sabemos que Israel debe pasar primero por los juicios más terribles, sin embargo, el reposo y el gozo de ellos están a punto de llegar, de hecho, ¿acaso no puede ser posible que las primeras notas de esa trompeta de plata, o el eco de ellas desde lo alto, empiezan a caer en los oídos de Israel? Por todas partes vemos que ellos oyen un llamamiento a recordar y a regresar a la tierra de sus padres, y decenas de miles están atendiendo el llamamiento y regresando. ¿No es evidente para todos que Israel está nuevamente comenzando a venir en recuerdo ante Dios? Le recuerda a uno la descripción de otra trompeta en un día más tarde. Leemos: «En los días de la voz del séptimo ángel, cuando él esté por tocar la trompeta» (Apocalipsis 10: 7 - RVA). ¿No podría ser esta una descripción de la forma en que la trompeta “está por ser tocada” en la actualidad con respecto a Israel? (Aunque, por supuesto, la trompeta de Apocalipsis 10: 7 no tiene ninguna referencia a la trompeta predicha en Levítico 23). Tememos, tristemente, que Israel no haya oído todavía esa trompeta de manera que les haga recordar a su Dios, y volverse a él de nuevo. En Isaías 27: 13 vimos que Israel iba a volver a adorar «a Jehová en el monte santo». Ellos solo pueden hacer esto cuando acepten al Señor Jesús como su Mesías, su Cristo. Pero, lamentablemente, no están preparados para hacer esto, así que podemos saber que, en la actualidad, esas dulces notas de la trompeta de plata no están sonando como pronto lo harán. Tal vez ello será como la trompeta en el monte Sinaí, cuyo sonido «aumentaba más y más» (Éxodo 19: 19 – LBLA).
Pero, si incluso el eco de las notas desde lejos están empezando a sonar, diciéndonos que la trompeta de plata está “por ser tocada”, regocijémonos y levantemos la cabeza, y oigamos con más anhelo la nota de otra trompeta, que parecería ser un toque corto y agudo, –«En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta» (1 Corintios 15: 52).
No, no es la trompeta que llama a Israel a su tierra lo que nosotros, la Iglesia, estamos esperando, sino al mismo Señor Jesús, porque: «El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor» (1 Tesalonicenses 4: 16-17.) Y, por otra parte: «He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados» (1 Corintios 15: 51-52).
¡Qué día de gozo, alegría y reposo será este para la Iglesia! Entonces estaremos para siempre con el Señor. Seremos como él, porque Le veremos tal como él es. Entonces, ya no por espejo, oscuramente, ¡sino cara a cara! Y los seres queridos que han partido antes, serán resucitados primero, ¡y estaremos juntos de nuevo para no salir más!
Pero no solo era un día de gozo, alegría y reposo, sino que el Señor advierte especialmente contra cualquier «trabajo de siervos» en aquel día. ¡Qué diferente de la enseñanza de algunos de que es solo con nuestro propio esfuerzo en el velar y en la superación que nosotros podemos siquiera esperar ver aquel día, u ¡oír aquella trompeta! Tales maestros poco conocen la gracia de Dios, o el valor de la redención de la que se nos habla en esas notas de la trompeta de plata, ni conocen la inutilidad o aborrecimiento de su propio trabajo de siervos para hacerse a sí mismos aptos para aquel día. No, no es el temor a quedarse atrás en ese día lo que Dios coloca ante nosotros como motivo para mantenernos limpios aquí abajo, sino la bendita esperanza de verle, y ser semejantes a él, –leemos: «todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro» (1 Juan 3: 3).
La fiesta de las Trompetas sigue a continuación de la siega descrita en el versículo 22 de Levítico 23. Hay un pasaje muy interesante en Isaías 27: 12-13, donde leemos: «Vosotros, hijos de Israel, seréis reunidos (o, espigados) uno a uno» (Isaías 27: 12, RVR60), y, «Acontecerá en aquel día, que se tocará la gran trompeta; y vendrán los que perecían en la tierra de Asiria, y los que eran parias en la tierra de Egipto, y adorarán a Jehová en el monte santo en Jerusalén» (Isaías 27: 13, JND). «Reunidos» (o, espigados) nos recuerda Levítico 23: 22, e inmediatamente le sigue la «gran trompeta» que nos habla de la fiesta de las Trompetas. Nosotros creemos que se trata de la siega que tipifica la venida del Señor por su Iglesia, pero las trompetas de plata de esta fiesta no pueden dejar de recordar la trompeta que llama a la Iglesia para estar para siempre con el Señor, y, evidentemente, ellas están íntimamente relacionadas con ella. La fiesta de las Trompetas caía en el primer día del mes, es decir, en el momento en que la luna es más negra y es más pequeña. En China la llamamos: “la luna negra”. Quizás esto nos recuerda que «los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor» (2 Timoteo 3: 13). Al igual que las iglesias en Apocalipsis 2 y 3, que empeoran gradualmente, hasta que al final Laodicea es vomitada de la boca de Cristo. La estrella de la mañana aparece justo antes del amanecer, cuando la noche es más oscura. Así que, hermanos, mientras vemos que la iglesia profesa empeora, mientras la vemos volverse más oscura y fría, más y más parecida al mundo, miremos hacia arriba y velemos más fervientemente a la espera de la Estrella de la mañana, y oigamos más intensamente el sonido de la trompeta.
El Señor siempre deja claro que su venida es inminente. «Aún un poquito, Y el que ha de venir vendrá, y no tardará» (Hebreos 10: 37). Tengamos cuidado de que nada en absoluto de lo que venga a nuestros corazones nos permita decir, incluso en lo más recóndito de nuestros pensamientos: «Mi señor tarda en venir» (Lucas 12: 45). Las palabras de despedida del Señor a su Iglesia nos hablan acerca de cuándo él regresará, –«Ciertamente vengo en breve». Nosotros podemos esperarle de esta manera cada día y cada hora, y con nuestros corazones siempre clamando: «Amén; sí, ven, Señor Jesús» (Apocalipsis 22: 20).
«¡Hasta que Él venga!», entonces miren a lo alto,
Todos los que aman Su aparición.
Oigan Sus últimas dulces palabras de estímulo
A Sus santos que ahora están aquí abajo —
«Ciertamente vengo en breve».
Ven, Señor Jesús, Ven, ¡Amén!
12 - El día de la Expiación
«En este día se hará expiación por vosotros, y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová» (Levítico 16: 30).
«Cristo, habiendo sido ofrecido una vez para llevar los pecados de muchos, aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvación» (Hebreos 9: 28 – LBLA).
“Allí en justicia trascendente,
He aquí, Él en el Cielo aparece;
Muestra la sangre de Su expiación,
Como tu derecho para estar allí”.
Jehová apartó el décimo día del mes séptimo de cada año, como día de la Expiación. En aquel día los pecados de la nación eran expiados, –o, cubiertos, ya que «expiación» significa «cobertura». Solo de esta manera Jehová podía habitar en Israel.
Ustedes recordarán que cuando Israel salió de Egipto, el mes séptimo fue cambiado al primer mes. Así que el décimo día del primer mes un cordero fue escogido, y el decimocuarto día fue inmolado y su sangre fue puesta en los postes de la puerta. La muerte de este cordero salvó a los primogénitos de la muerte y del juicio. Ahora bien, el décimo día del mes séptimo, un cordero es escogido de nuevo, y es inmolado. Este cordero no era ahora para salvar a Israel del juicio, sino que la sangre de este cordero es llevada dentro del velo y puesta sobre el propiciatorio.
El cordero de la Pascua tipifica a Cristo, el Cordero de Dios, el cual carga con nuestros pecados para salvarnos a nosotros, pobres pecadores, de la ira de Dios. La sangre del Cordero en el día de la Expiación habla también de la preciosa sangre de Cristo, que es presentada a Dios, pero muestra de qué manera su trono está establecido en justicia, para que él pueda morar en medio de su pueblo.
En el capítulo 16 de Levítico, Jehová nos habla con todo detalle de los sacrificios en este día, pero en el capítulo que estamos considerando, Levítico 23, nosotros vemos la fiesta desde el punto de vista de Dios.
Antes de considerar los versículos de Levítico 23, consideraremos muy brevemente Levítico 16. En los versículos 1 y 2 leemos: «Y habló Jehová a Moisés después de la muerte de los dos hijos de Aarón, cuando ofrecieron delante de Jehová y murieron. Y Jehová dijo a Moisés: Di a Aarón tu hermano que no entre en todo tiempo en el santuario, dentro del velo, delante del propiciatorio que está sobre el arca, para que no muera; porque yo apareceré en la nube sobre el propiciatorio».
Esto nos enseña claramente que el camino hacia el Lugar Santísimo no estaba abierto, ni siquiera para que el sumo sacerdote entrara en todo momento. Tampoco había alguna forma en que ellos pudieran permanecer allí en todo momento. El velo encerraba a Dios del hombre, y dejaba al hombre sin acceso a Dios. La sangre de los toros y de los machos cabríos no podía abrir aquel camino hacia el Lugar Santísimo. Ustedes recuerdan que cuando el Señor Jesús murió, entonces el velo se rasgó, se rasgó en dos, de arriba abajo, y ahora el camino al Lugar Santísimo está abierto de par en par para todos aquellos cuyos pecados son limpiados por esa preciosa sangre. «Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe» (Hebreos 10: 19-22).
Pero hasta la cruz, este camino estuvo cerrado. Solo una vez al año, un hombre, solo, podía pasar ese velo al Lugar Santísimo. «Con esto entrará Aarón en el santuario: con un becerro para expiación, y un carnero para holocausto» (Levítico 16: 3). Estas dos ofrendas tipifican las dos grandes cosas que la obra de Cristo realizó. La ofrenda por el pecado, es decir, la expiación, satisfizo perfectamente la necesidad del hombre, y el holocausto mantiene perfectamente la gloria de Dios. En este día no son mencionadas las ofrendas de paz o la ofrenda vegetal. El único gran tema es la expiación desde el punto de vista de Dios y desde el punto de vista del hombre.
Aarón debía lavar su carne con agua y debía vestirse con las santas vestiduras de lino. Cristo no necesitó limpiarse. Él era absolutamente puro en todos los sentidos. Lo que Aarón usó y lo que él hizo no son más que pequeñas sombras de lo que nuestro gran Sumo Sacerdote, el Señor Jesucristo, es realmente en sí mismo.
Pues bien, leemos: «De la congregación de los hijos de Israel tomará dos machos cabríos para expiación, y un carnero para holocausto. Y hará traer Aarón el becerro de la expiación que es suyo, y hará la reconciliación por sí y por su casa» (Levítico 16: 5-6). Aarón y su casa representan a la Iglesia, no como el «un solo cuerpo» como en Efesios y Colosenses, sino como en 1 Pedro, donde leemos: «Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (1 Pedro 2: 5). También en Hebreos 3: 6, «Pero Cristo como hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza».
Jehová mandó al sumo sacerdote, «tomará los dos machos cabríos y los presentará delante de Jehová, a la puerta del tabernáculo de reunión. Y echará suertes Aarón sobre los dos machos cabríos; una suerte por Jehová, y otra suerte por Azazel (o, macho cabrío expiatorio). Y hará traer Aarón el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Jehová, y lo ofrecerá en expiación. Mas el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Azazel, lo presentará vivo delante de Jehová para hacer la reconciliación sobre él, para enviarlo a Azazel al desierto» (Levítico 16: 7-10).
Los dos machos cabríos en estas imágenes hablan de las dos formas en que podemos ver la expiación. La suerte por Jehová caía sobre un macho cabrío, y la suerte por el pueblo sobre el otro macho cabrío.
El macho cabrío sobre el que caía la suerte por Jehová no lleva los pecados especiales de ningún pueblo en particular. Estos pecados son muy importantes, pero no son considerados en este macho cabrío. Este macho cabrío tipifica a Cristo muriendo para glorificar a Dios, con respecto al pecado, no a pecados especiales, sino al pecado que entró en este mundo y trajo una maldición incluso sobre la tierra.
Dios tiene una porción especial en la muerte de Cristo, de modo que, aparte de que cualquier pecador obtiene salvación, la muerte de Cristo glorificó a Dios. Él ha hecho expiación por el pecado. Él fue hecho maldición, y redimió así a este mundo de la maldición. Él venció a Satanás, y ató al «hombre fuerte», y en un día venidero pondrá a Satanás, de manera justa, en el abismo. Sobre el fundamento de este sacrificio, Dios puede ofrecernos misericordia en lugar de echarnos a todos en el lago de fuego. Sobre el fundamento de este sacrificio Dios todavía tiene paciencia con el hombre. Es sobre el fundamento de este sacrificio que tenemos comida, aire y luz del sol; en lugar de estar en las angustias del Seol (Hades). El aire que respira un incrédulo, la comida que come un blasfemo, todo lo que ellos disfrutan, se lo deben al sacrificio de Cristo, a aquel mismo que ellos aborrecen y del cual se burlan. Si no fuera por la expiación de Cristo, como la vemos en «la suerte por Jehová», estos hombres malvados estarían en los tormentos del infierno [3], en lugar de estar blasfemando en la tierra.
Por favor, entiendan ustedes claramente que este sacrificio no habla de perdón o de la salvación de ninguna persona. Este es otro asunto, y, como sabemos, ello es recibido cuando confesamos con nuestra boca a Jesús como Señor, y creemos en nuestro corazón que Dios le levantó de los muertos. (Romanos 10: 9). Esto es verdaderamente debido al sacrificio de Cristo en la cruz, pero, entiendan claramente por favor, que hay una gran diferencia entre Dios perdonando a un pecador, y Dios soportando con paciencia a los hombres malvados, y dándoles aliento, comida, ropa y luz del sol. Ambas cosas son por la obra de Cristo en la cruz, pero vemos que hay dos maneras diferentes de considerar esa maravillosa obra.
Algunas personas piensan que estas diferencias no son importantes, pero es debido a que las personas no entienden estas diferencias que cometen errores tan terribles. Hay personas que enseñan que uno de estos machos cabríos es una imagen de Satanás, y hacen de Satanás el salvador de ellas, para llevar sus pecados. Esta es una doctrina terrible, y esperamos que todos nuestros lectores puedan ser librados de ella.
Si nosotros consideramos algunos versículos de la Biblia tal vez entendamos mejor este asunto. Por ejemplo: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1: 29). Comparen esto con 1 Juan 2: 2, donde el Señor Jesús es llamado «la propiciación… de todo el mundo». En estos versículos vemos que el sacrificio de Cristo es por el pecado del mundo entero. Esto no significa que todos en el mundo serán salvos porque sabemos, por medio de muchas otras Escrituras, que solo los que realmente creen serán salvos, pero en estas Escrituras, vemos al Señor Jesús como aquel que cumplió el tipo del macho cabrío sobre el que caía la suerte por Jehová. Ello es de la manera más amplia misma en que nosotros podemos pensar, y trae misericordia y bendición a todo el mundo. Si pensamos en ciertas personas concretas, y en el perdón de sus pecados en estas Escrituras, ciertamente estaremos en confusión. Hay muchas otras Escrituras que hablan del mundo entero, o de todos los hombres. Estas son a causa del sacrificio de Cristo, como lo vemos en esta manera especial, el macho cabrío sobre el que caía «la suerte por Jehová».
Pero antes de que Aarón degollara este macho cabrío del que hemos estado hablando, sobre el que caía la suerte por Jehová, para ser una expiación por el pueblo, él debía degollar primero el becerro que había de ser la expiación por él y por su casa. Leemos, «Y hará traer Aarón el becerro que era para expiación suya, y hará la reconciliación por sí y por su casa, y degollará en expiación el becerro que es suyo. Después tomará un incensario lleno de brasas de fuego del altar de delante de Jehová, y sus puños llenos del perfume aromático molido, y lo llevará detrás del velo. Y pondrá el perfume sobre el fuego delante de Jehová, y la nube del perfume cubrirá el propiciatorio que está sobre el testimonio, para que no muera. Tomará luego de la sangre del becerro, y la rociará con su dedo hacia el propiciatorio al lado oriental; hacia el propiciatorio esparcirá con su dedo siete veces de aquella sangre» (Levítico 16: 11-14).
Como ya ha sido señalado, cuando la Escritura habla de “Aarón y de su casa”, ello es una imagen de la Iglesia, no como el «un solo cuerpo», sino como casa sacerdotal.
El Señor Jesucristo no tuvo necesidad de un sacrificio para hacerle aceptable a Dios. Dios siempre podía decir de él: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia». Pero cuando nosotros nos identificamos con Cristo, entonces somos aceptos tal como él es acepto. Esa nube de perfume aromático que cubría el propiciatorio, nos habla de la dulzura y la preciosidad del Señor Jesucristo. El sumo sacerdote entra en el Lugar Santísimo, completamente cubierto con esa nube de perfume aromático. El fuego para quemar ese incienso provenía del «altar de delante de Jehová», y nos habla acerca de que la muerte de Cristo es el fundamento de nuestra aceptación.
Luego el sacerdote rociaba la sangre del becerro que era para él y su casa, sobre el propiciatorio y delante del propiciatorio siete veces. De esta manera Aarón hacía expiación para sí mismo y para su casa. Expiar significa cubrir. La sangre hace una expiación, (una cubierta), para el alma (Levítico 17: 11). En el libro de Levítico tenemos la palabra expiación, u ofrenda por el pecado, cuarenta y nueve veces, siete veces siete. Esto nos hablaría de la perfección divina absolutamente completa. La sangre cubría el propiciatorio, así como la nube de incienso cubría el propiciatorio. Aquí vemos la obra del Señor Jesús, y la valía (el valor o preciosidad), de su Persona. El creyente es acepto en la persona del Señor Jesucristo mismo: somos «aceptos en el Amado» (Efesios 1: 6).
¡Qué maravilloso es pensar que somos aceptos en Cristo! ¡Al igual que él es acepto, nosotros también somos aceptos! Podemos decir con gozo, «En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues «como él es, así somos nosotros en este mundo» (1 Juan 4: 17). Queridos compañeros creyentes, deténganse y piensen en esas palabras: ¡como él es, así somos nosotros en este mundo»! ¿Es él acepto ante Dios? ¡Nosotros también lo somos! ¿Puede él entrar a la presencia misma de Dios? ¡Nosotros también podemos! ¿Está él cerca de Dios? ¡Nosotros también!
Cuando yo era niño solíamos cantar un hermoso himno:
Una mente en «perfecta paz» con Dios:
¡Oh, qué palabra es esta!
Un pecador reconciliado por medio de la sangre;
¡Esto, esto sí que es paz!
Por naturaleza y por práctica, lejos
¡Cuán lejos de Dios!
Sin embargo, ahora, por gracia, acercado a Él,
Por medio de la fe en la sangre de Jesús.
Tan cerca, tan cerca de Dios,
No puedo estar más cerca;
Porque en la Persona de Su Hijo,
Estoy tan cerca como Él.
Tan amado, tan amado por Dios,
Más amado no puedo ser;
El amor con el que Él ama al Hijo,
Así es Su amor por mí.
Yo solía cantar las dos primeras estrofas, pero cuando llegábamos a las estrofas tercera y cuarta, que decían que estábamos tan cerca y éramos tan amados por Dios como el propio Cristo, yo dejaba de cantar, porque no lo creía. Parecía demasiado maravilloso para ser verdad, pero más tarde descubrí que era verdad, ¡aunque sea tan maravilloso! Porque, «como él es, así somos nosotros en este mundo».
Siete es el número perfecto, y cuando vemos la sangre rociada siete veces delante del propiciatorio, aprendemos que cuando la sangre es rociada para expiación, entonces, a los ojos de Dios, todo es perfecto.
Después que la sangre del becerro es llevada al Lugar Santísimo, entonces él «degollará el macho cabrío en expiación por el pecado del pueblo, y llevará la sangre detrás del velo adentro, y hará de la sangre como hizo con la sangre del becerro, y la esparcirá sobre el propiciatorio y delante del propiciatorio. Así purificará el santuario, a causa de las impurezas de los hijos de Israel, de sus rebeliones y de todos sus pecados; de la misma manera hará también al tabernáculo de reunión, el cual reside entre ellos en medio de sus impurezas» (Levítico 16: 15-16).
Así que vemos que es la sangre lo que asegura la salvación de la Iglesia, la «casa» del verdadero Aarón. Es la sangre lo que asegura a la «congregación» de Israel. Es la sangre lo que asegura la bendición de toda la creación en el día postrero. Todo descansa en la sangre de su cruz. Es la sangre que habla de paz a nuestro corazón y a nuestra conciencia. Esa sangre ha sido rociada sobre el trono de Dios, y siete veces delante del trono de Dios. Cuanto más nos acercamos a Dios, más vemos el valor y la preciosidad de la sangre del Señor Jesús.
Nosotros vemos la sangre en el altar de bronce; pero en ningún lugar leemos tanto acerca de la sangre como en el Lugar Santísimo, dentro del velo, delante y sobre el trono de Dios.
El Dios santo no podría haber permanecido ni un momento en medio de la congregación excepto por esa sangre. Fue la sangre la que hizo posible que Dios habitara, obrara y gobernara en medio de un pueblo inmundo y pecador.
Pero, reflexionen ustedes ahora por un momento en el versículo 17 de Levítico 16. «Ningún hombre estará en el tabernáculo de reunión cuando él entre a hacer la expiación en el santuario, hasta que él salga, y haya hecho la expiación por sí, por su casa y por toda la congregación de Israel». Aquí estamos verdaderamente en tierra santa. Inclinemos la cabeza al pensar en la profundidad del significado de estas palabras. Ciertamente ellas nos hablan de esas horas de oscuridad en la cruz cuando el Señor Jesús solo, muy solo, estuvo haciendo expiación por nuestros pecados. Nosotros leemos que «todos los discípulos, dejándole, huyeron». Leemos en los Salmos, acerca de la profundidad de sus padecimientos y de cómo sintió esta soledad: «Esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo; y consoladores, y ninguno hallé» (Salmo 69: 20) Pero el clamor más amargo de todos fue: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Salmo 22: 1, Mateo 27: 46). Nunca ningún corazón puede concebir la profundidad de su dolor y de su padecimiento durante esas terribles horas de oscuridad, mientras colgaba de la cruz como Portador del pecado, haciendo expiación por los pecados de ustedes y por los míos, y soportando el juicio de un Dios santo, santo, santo, contra el pecado. Y él lo soportó solo. «Ningún hombre estará en el tabernáculo de reunión cuando él entre a hacer la expiación en el santuario».
Como hemos dicho, no solo el Señor Jesús cargó con nuestros pecados en la cruz, sino que además encaró plenamente toda la cuestión del pecado que había afectado a todo el universo. Es este aspecto de la muerte de Cristo el que vemos aquí.
Entonces «pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto. Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada; y dejará ir el macho cabrío por el desierto» (Levítico 16: 21-22).
Vemos aquí que los pecados actuales que hemos cometido son llevados, y vemos así toda la cuestión del pecado completamente resuelta para siempre.
Si pasamos ahora al capítulo 23 de Levítico, donde el día de la Expiación nos es presentado desde el punto de vista de Jehová, vemos primero que es en el décimo día del mes séptimo. El número diez en la Escritura habla de responsabilidad para con el hombre y para con Dios. Había diez mandamientos. Todo el fracaso en el cumplimiento de estas responsabilidades debía ser considerado y encarado, y todo este fracaso debía ser cubierto. Esta fiesta es llamada: «santa convocación». Tres veces leemos que ellos debían afligir sus almas (v. 27, 29, 32). Tres veces leemos: «Ningún trabajo haréis» (v. 28, 30, 31). Tres veces leemos la palabra «expiación», o cobertura. Y en el versículo 32 leemos: «Día de reposo será a vosotros».
¡De qué historia nos habla esto! Mientras Aarón, con ambas manos en la cabeza del macho cabrío expiatorio vivo, confiesa los pecados de la congregación, de qué manera debían ellos inclinar la cabeza avergonzados, al pensar en todos los horribles fracasos y pecados del año pasado. Verdaderamente bien podían afligir sus almas mientras todo pasaba en solemne retrospección.
¿Cómo debía ser tratada esta larga lista de pecados? «Cualquiera persona que hiciere trabajo alguno en este día, yo destruiré a la tal persona de entre su pueblo». «Ningún trabajo haréis». Entonces, ¿qué se debe hacer con todo el pecado y la contaminación? ¡Todo es cubierto por la sangre! Expiación significa cubertura. «Es el día de expiación» o, “es el día de cobertura”. «Es un día de expiación (o de cobertura), para hacer expiación por vosotros delante de Jehová» (Levítico 23: 27-28 – JND).
Gracias sean dadas a Dios porque «designa medios para que el desterrado no sea alejado de él» (2 Samuel 14: 14 - LBLA).
¿Y qué nos dice todo esto acerca del futuro? Hemos visto que la fiesta de las Trompetas, cuando Israel sea reunido de nuevo en su propia tierra, aún no se ha cumplido, y el día de la Expiación sigue de cerca después de la fiesta de las Trompetas. Ella cae antes de la fiesta de los Tabernáculos, la cual anuncia los gozos de los mil años de paz, cuando Cristo reinará.
Entonces, ¿qué describe el día de la Expiación? Para el pueblo terrenal de Israel creemos que habla de la amarga tristeza cuando sus ojos sean abiertos al hecho de que su Mesías, el Señor Jesucristo, ya vino a ellos, y ellos no le recibieron, sino que le dieron muerte. Entonces lo recibirán, pero preguntarán: «¿Qué heridas son estas en tus manos? Y él responderá: Con ellas fui herido en casa de mis amigos» (Zacarías 13: 6).
Entonces ellos entenderán que han quitado la vida al Autor de la vida, y han deseado un asesino en lugar de él. Entonces Jehová dice: «Derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito. En aquel día habrá gran llanto en Jerusalén, como el llanto de Hadadrimón en el valle de Meguido. Y la tierra lamentará, cada linaje aparte; los descendientes de la casa de David por sí, y sus mujeres por sí; los descendientes de la casa de Natán por sí, y sus mujeres por sí; … todos los otros linajes, cada uno por sí, y sus mujeres por sí» (Zacarías 12: 10-14).
Esto nos habla, en el lenguaje más claro posible, acerca de la forma en que el remanente de Israel «afligirá su alma». Tenemos más de la misma aflicción de alma en Isaías 53. Leemos: «Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos». ¡Oh, la amargura de alma! ¡Pensar que el Mesías de Israel vino, y fue tratado de esta manera terrible! Bien puede el Espíritu, en el evangelio según Juan exclamar: «A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron» (1: 11).
No solo habrá allí la aflicción de alma y la confesión de pecado que están señaladas tan claramente en Levítico, y en estos pasajes de Zacarías 12 que hemos citado anteriormente, hablando del llanto de Israel cuando mirarán a él, «a quien traspasaron», sino que, inmediatamente leemos estas palabras bienaventuradas: «En aquel tiempo habrá un manantial abierto para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para la purificación del pecado y de la inmundicia» (Zacarías 13: 1).
Aunque culpables del terrible crimen del homicidio de su propio Mesías, el Hijo de Dios, no obstante, en el momento que ellos lo reconocen en amargura de alma, ese momento en que ellos descubren el manantial abierto para la purificación del pecado, la preciosa sangre de la expiación para cubrir toda la culpa de ellos, entonces pueden continuar en el lenguaje de Isaías 53: «Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros».
No podemos dejar de leer, en estas preciosas palabras, la profundidad de la angustia con que el remanente de Israel afligirá sus almas, ¡cuando sus ojos sean abiertos por fin para ver a su Mesías, el despreciado y rechazado Jesús! Pero, ¡no podemos dejar de leer, al mismo tiempo, las maravillosas verdades del día de la Expiación, o día de la Cobertura.
Vemos también que no es por medio de obras. No es la angustia de alma de ellos lo que tapa la culpa de ellos, sino la preciosa sangre del Cordero de Dios –inmolado por ellos mismos– que cubre toda la maldad de ellos, incluso ese pecado culmen, a saber, el rechazo y el homicidio de su Mesías.
Pero hay un acontecimiento más que tiene lugar en el día de la Expiación. Leemos acerca de esto en Levítico 25: 9: «Entonces harás que la trompeta sonora recorra el país, en el mes séptimo, a los diez del mes; en el día de la Expiación haréis que la trompeta recorra toda vuestra tierra» (VM).
¿Qué era «la trompeta sonora» (o trompeta del jubileo)? Era diferente a la fiesta de las Trompetas que había pasado diez días antes Dios dice de ella: «Contarás siete semanas de años, siete veces siete años, de modo que los días de las siete semanas de años vendrán a serte cuarenta y nueve años» (Levítico 25: 8). Siete veces siete años habla, ciertamente, de la plenitud del tiempo de Dios. Entonces la trompeta sonora es tocada y, ¿qué sucede? El esclavo cautivo es liberado. La tierra perdida es devuelta. Ellos debían pregonar: «libertad en la tierra a todos sus moradores; ese año os será de jubileo, y volveréis cada uno a vuestra posesión, y cada cual volverá a su familia» (Levítico 25: 10).
La trompeta había sonado el día primero del mes séptimo para llamarlos de regreso a su tierra, pero no era hasta que se completaba el día de la Expiación cuando todos sus pecados eran juzgados y cubiertos, no era hasta entonces que la trompeta del jubileo sonaba, y se pregonaba libertad «en la tierra a todos sus moradores».
¡Y cuán dulce es el final de aquel día! ¡Reposo! Comenzaba con la aflicción de alma, continuaba con cada pecado cubierto y eliminado para siempre, no por medio de obras; luego venía la libertad, y finalmente ¡el reposo! Qué perspectiva para el pobre y hollado Israel. Y ciertamente ello sucederá.
Nosotros creemos que esto es lo que el día de la Expiación señala hacia adelante, en cuanto a su aplicación primaria al pueblo terrenal de Dios, Israel. Pero, creemos que quizás también hay una aplicación para el pueblo celestial, la Iglesia. Nos parecería que esto nos habla algo acerca del tribunal de Cristo.
En 2 Corintios 5: 10, leemos: «Es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo». Querido compañero creyente, reflexionemos acerca de esta Escritura. En primer lugar, dejemos claro que estos son un momento y un lugar completamente diferentes al «gran trono blanco», del que leemos en Apocalipsis 20: 11. El tribunal de Cristo es antes de los mil años en que Cristo reinará. El gran trono blanco es después de ese tiempo (Apocalipsis 20: 7). En el tribunal de Cristo, todos «nosotros» debemos estar. ¿Quiénes son los «nosotros» en este versículo? «Nosotros» somos los cristianos. La Segunda Epístola a los Corintios está dirigida a «la iglesia de Dios que está en Corinto, con todos los santos que están en toda Acaya» (2 Corintios 1: 1). Pablo escribió la epístola e incluyó a Timoteo en el saludo a la iglesia en Corinto.
Pablo y Timoteo y toda la iglesia en Corinto y todos los santos en toda Acaya están incluidos en esta palabra: «nosotros», los cuales debemos estar ante el tribunal de Cristo. No hay incrédulos en esta palabra «nosotros», solo cristianos verdaderos, y también nos incluye a ustedes y a mí, si es que somos verdaderos creyentes en el Señor Jesucristo.
Pero delante del gran trono blanco no hay creyentes En Juan 5: 24, el Señor dice: «De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación [8], mas ha pasado de muerte a vida». Ningún cristiano verdadero incurre en juicio ante el gran trono blanco. Todo cristiano verdadero ha sido resucitado de entre los muertos mil años antes, «y vivieron y reinaron con Cristo mil años» (Apocalipsis 20: 4). Pero los otros muertos (aquellos cuyos nombres no se hallaron inscritos en el libro de la vida, y cuyos pecados nunca han sido lavados por la preciosa sangre de Cristo), «no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años» (Apocalipsis 20: 5).
[8] NdT : La palabra «condenación», en la Biblia Reina-Valera 1960 debería ser: «juicio». Véase la Biblia Textual 3ª Edición, Biblia de Jerusalén, y Biblia JND.
En el gran trono blanco ellos fueron juzgados según sus obras (Apocalipsis 20: 13) y el resultado con cada uno que se presenta para el juicio según sus obras debe ser el lago de fuego. No hay manchas de sangre en el gran trono blanco, como las que había sobre y delante del trono de Dios dentro del velo, en el día de la Expiación. Pero todo es de una blancura y pureza deslumbrantes, –toda obra humana aparecerá vil y pervertida en esa deslumbrante blancura. En el tribunal de Cristo, el asunto no es acerca de si nosotros vamos al cielo o al infierno [3], sino que el asunto es acerca de recompensas o de sufrir pérdida.
Muchas personas piensan que en el fin del mundo habrá un gran día de juicio cuando todos aparecerán ante Dios, y sus buenas obras serán puestas en un lado de una balanza y sus malas obras serán puestas en el otro lado, y el lado que sea más pesado decidirá a dónde iremos por la eternidad, si al cielo o al infierno [3]. La Biblia nunca, en ningún lugar, enseña una doctrina como esta. Esta es solo la opinión de los hombres, y no de la Palabra de Dios. La Biblia enseña claramente dos resurrecciones. Leemos: «Vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación» (Juan 5: 28-29). Y como hemos visto, estas dos resurrecciones están separadas por mil años.
Consideremos entonces el momento en que todos los cristianos debemos estar ante el tribunal de Cristo. Es en un momento después de que hayamos sido arrebatados para encontrarnos con el Señor en el aire, y sabemos que vamos a estar «siempre con el Señor». Es antes del tiempo del reinado de Cristo en la tierra. Cuando nosotros estemos ante el tribunal de Cristo, cada uno recibirá «según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo» (2 Corintios 5: 10). Tengan claro que no se trata de ser salvo o perdido. Todos los que estemos allí somos hijos de Dios, y ahora vamos allí para que nuestra vida como hijos, –nuestra senda como siervos–, pueda ser evaluada. En cada uno de nosotros habrá lo que el Señor puede alabar y, lamentablemente, habrá en cada uno aquello que el Señor debe censurar. Es como el día de la premiación en una escuela, cuando el trabajo de los niños del año pasado es evaluado. Algunos ganarán premios, otros se avergonzarán. La obra de uno es aceptable, la de otro no lo es, así que el apóstol Pablo dice: «Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo» (2 Corintios 5: 9-10).
En 1 Corintios 4: 5, leemos que el Señor «aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones». Queridos compañeros cristianos, ¿podemos, ustedes o yo, evaluar toda nuestra senda aquí abajo? ¿Podemos hacer que se manifiesten todos los pensamientos e intenciones de nuestro corazón? Yo pregunto: ¿Podemos tener la escudriñadora luz del cielo encendida sobre todas estas cosas secretas, y no afligir nuestras almas? ¡Qué triste historia para la mayoría de nosotros será! Soberbia, egoísmo, pensamientos necios e incluso impuros, palabras ociosas, –oh, cuánto nos agrada ahora mantener estas cosas ocultas de nuestros compañeros cristianos. Entonces todo saldrá a relucir a los ojos de Cristo y a los míos. Todo será manifestado. No será manifestado, gracias a Dios, para condenarme al infierno [3] para siempre, como ciertamente debe hacerse si las obras han de ser consideradas. No, todo será pesado en las balanzas del Santuario, y verdaderamente “afligiremos nuestras almas”. Entonces veremos claramente las oportunidades de soportar la vergüenza por amor a Cristo que hemos perdido. Entonces veremos de qué manera él nos hubiera querido que le sirviéramos, pero nos desviamos de ello. Cada fracaso será sacado a la luz. Pero cada deseo de nuestros corazones después de Cristo también será recordado, y, maravilla de maravillas, cuando el Señor saque a la luz lo oculto de las tinieblas, cuando él manifieste las intenciones de los corazones, entonces, oigan ustedes las palabras: «entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios». Sí, queridos compañeros creyentes, la gracia de Dios encontrará en ustedes y en mí, lo que él sabe que ha sido hecho para él, y «cada uno» recibirá «alabanza de Dios» (1 Corintios 4: 5).
Aunque cada uno recibirá alabanza de Dios, sin embargo, sabemos, por 1 Corintios 3: 11-15, que «la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará». Si «alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego».
Del oro, de la plata, de las piedras preciosas, casi no se hace tan grande gala como de la madera, el heno o el rastrojo. Qué gran montón de heno podemos recoger, y presumir de todo lo que hemos hecho, –pero qué angustia de corazón cuando el fuego lo prueba y todo se quema.
Pero, gracias a Dios, el día de la Expiación era un día de cobertura, y después que hayamos repasado todo el triste pasado, entonces todo será recubierto, llevado a una tierra no habitada (Levítico 16: 22). Nunca más estas cosas serán esgrimidas contra nosotros. Están tapadas por esa preciosa sangre. Ellas son borradas, desaparecidas para siempre.
Pero no pensemos que es a causa de nuestras propias buenas obras que todo este pasado fracaso es borrado. La misma sangre preciosa por la que fuimos redimidos y acercados a Dios, es lo único que borra todos los fracasos del pasado en nuestra senda aquí abajo. «Cualquiera persona que hiciere trabajo alguno en este día, yo destruiré a la tal persona de entre su pueblo». Esto nos habla de la manera en que Dios estima nuestro trabajo en este sentido. Todo es por gracia, y todo debe ser de gracia. Tal vez nunca antes en toda nuestra vida habremos conocido las riquezas de su gracia como las conoceremos cuando estemos ante el tribunal de Cristo.
Y así como el día de la expiación de Israel finalizaba con reposo, ¿no será lo mismo para nosotros? Una vez que todo haya salido a la luz, todo haya sido manifestado, el reposo seguirá a continuación. Incluso aquí y ahora nosotros conocemos algo del reposo que sigue a la confesión. ¡Cuánto más pleno será ese reposo cuando todo sea manifestado, todo sea cubierto, todo desaparezca para siempre!
¿Y nos gustaría evitar el tribunal de Cristo? No lo creo. Cuán alegres seremos al ver los problemas de esta triste senda disiparse en la luz del cielo. Cuán bueno es contar con que las raíces de amargura que tal vez hemos permitido que crezcan durante años, todas marchiten y desaparezcan. ¡Y qué gracia! ¡Cada uno recibirá su alabanza de Dios!
“Hechos que pensamos que eran méritos,
Él nos mostrará que no eran más que pecado;
Pequeños actos que habíamos olvidado,
Él los reconocerá como hechos para Él”.
En aquel entonces, ese vaso de agua fría dada en su nombre, pero olvidado hace tiempo por nosotros, recibirá su recompensa. Entonces descubriremos que, «Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún» (Hebreos 6: 10).
Que el Señor nos dé gracia para vivir más ahora en la luz de ¡“Aquel día”!
13 - La fiesta de los Tabernáculos
«La fiesta solemne de los tabernáculos harás por siete días, cuando hayas hecho la cosecha de tu era y de tu lagar» (Deuteronomio 16: 13).
«En tabernáculos habitaréis siete días; todo natural de Israel habitará en tabernáculos, para que sepan vuestros descendientes que en tabernáculos hice yo habitar a los hijos de Israel cuando los saqué de la tierra de Egipto. Yo Jehová vuestro Dios» (Levítico 23: 42-43).
«Venga tu reino» (Mat. 6: 10).
“¡Salve, Ungido del Señor!
Hijo mayor del gran David:
Cuando a la hora señalada,
Los años rodantes transcurrirán,
Viene a romper la opresión,
Para libertar al cautivo;
Para quitar la transgresión,
Y gobernar con equidad”.
Llegamos ahora a la última de las «fiestas de Jehová», «la fiesta de los Tabernáculos». Esta fiesta era celebrada durante siete días cuando el trabajo en los campos había sido completado. En aquel entonces, todos los israelitas de nacimiento se hacían tabernáculos de ramas de árboles y habitaban en ellos. Era un tiempo de alegría y regocijo. El trabajo y los cuidados de esta vida eran olvidados, y sus corazones volvían al tiempo en que Jehová los condujo a través del desierto como peregrinos y extranjeros, sin casa ni hogar, sino solo con tabernáculos para habitar. El Señor nunca querría que nos olvidáramos de nuestra senda en el desierto. Él dice: «Te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón» (Deuteronomio 8: 2).
Todos esos fatigosos días en el desierto no eran más que recuerdos, y si ellos traían recuerdos de su fracaso e infidelidad, estos recuerdos eran superados por el recuerdo del cuidado infalible de Dios, y de su fidelidad.
“En el desierto Dios te enseñará
Lo que el Dios que te ha encontrado es,
Paciente, benigno, poderoso, santo,
Toda Su gracia abundará allí”.
Fue en el desierto que él «los apacentó conforme a la integridad de su corazón, los pastoreó con la pericia de sus manos» (Salmo 78: 72). Y ahora, en la tierra de Canaán, con paz, descanso y gozo en todas partes, pueden sentarse bajo sus tabernáculos, y mirar al pasado con gozo y acción de gracias por todo el camino por el que Jehová los había conducido, y a “alabarle por todo lo que había pasado”.
En Éxodo 23: 16 leemos: «La fiesta de la Cosecha, al fin del año, cuando hayas cosechado el producto de tus labores del campo» (Éxodo 23: 16 – VM). Con esta fiesta llegamos al «fin» del año, y, como veremos, esta fiesta no solo lleva nuestros pensamientos al Milenio, (los mil años en que Cristo reinará), sino al «octavo día» (Levítico 23: 36), nos lleva al estado eterno.
Nosotros hemos visto el deseo de Dios, a través de estas fiestas, de reunir a su pueblo alrededor de él, y ahora, en esta última fiesta, vemos más que en ninguna otra anterior el gozo del cumplimiento de sus propósitos de gracia. «Te alegrarás en tus fiestas solemnes, tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, tu sierva, y el levita, el extranjero, el huérfano y la viuda que viven en tus poblaciones. Siete días celebrarás fiesta solemne a Jehová tu Dios en el lugar que Jehová escogiere; porque te habrá bendecido Jehová tu Dios en todos tus frutos, y en toda la obra de tus manos, y estarás verdaderamente alegre» (Deuteronomio 16: 14-15).
Hemos visto que las dos fiestas que acabamos de considerar, la fiesta de las Trompetas y el día de la Expiación, apuntan a acontecimientos que aún no se han cumplido. La fiesta de los Tabernáculos sigue a estas fiestas, así que podemos entender claramente que está aún más lejos en el futuro que las fiestas de las que acabamos de hablar. El versículo citado al comienzo de este capítulo, (Deuteronomio 16: 13), nos dice exactamente cuándo esta fiesta ocurre, «cuando hayas hecho la cosecha de tu era y de tu lagar». Comenzaba a los quince días del mes séptimo, y duraba siete días, con un «octavo día» especial, el «gran día de la fiesta» (Juan 7: 37), que ponía término a las fiestas de Jehová para todo el año.
La cosecha de Israel consistía en dos partes: el «grano» y las «uvas». Cada una de estas partes tiene un significado típico en la Biblia, del que se habla simbólicamente en Apocalipsis 14: 14-20. Primero tenemos «el grano». «Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz aguda. Y del templo salió otro ángel, clamando a gran voz al que estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; … Y el que estaba sentado sobre la nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada». El Señor Jesús nos habló mucho antes de esta gran cosecha del «grano». Él dijo: «recoged el trigo en mi granero» (Mateo 13: 30). (El trigo y el grano tienen el mismo significado). Al decirnos el significado de esta parábola, el Señor dijo: «la siega es el fin del siglo [9]». Así que podemos ver que la enseñanza del Señor, en el evangelio según Mateo, concuerda exactamente con la enseñanza típica de Levítico y la enseñanza simbólica del Apocalipsis. El Señor Jesús nos dijo en Juan 12: 24: «De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto». Él mismo era «el grano de trigo» que cayó en la tierra y murió. Pero en su resurrección lleva consigo una rica cosecha, produce «mucho fruto». La cosecha del «grano de trigo», que tiene la misma naturaleza y procede del mismo tallo, es una hermosa imagen de Cristo resucitado de entre los muertos, con todo su pueblo celestial.
[9] NdT : otras traducciones de la Biblia al castellano rezan: «el fin del mundo» (Mateo 13: 39).
Este es «el «trigo» que será recogido en, «mi granero», al «final», en «la fiesta de la cosecha». Creemos que «el trigo» nos habla de todos los que participan en «la primera resurrección» (Apocalipsis 20: 5). 1 Corintios 15: 23 dice: «Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida». Ya hemos considerado «las primicias», ahora vemos la cosecha. Hebreos 11: 39-40 indicaría que en este número encontramos a los santos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Para que «ellos», es decir, los santos del Antiguo Testamento, «no fuesen perfeccionados», «aparte de nosotros», es decir, de los santos del Nuevo Testamento». Apocalipsis 20: 4 nos dice que esta «primera resurrección» incluye también a los mártires que han dado sus vidas por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, en ese espacio de tiempo entre la venida del Señor a buscar a su Iglesia, y el momento en que él toma su reino y reina. Los santos del Antiguo Testamento, la Iglesia, y los mártires mencionados anteriormente, todos serán reunidos en un hogar seguro para la gloria en «la «cosecha del «trigo».
La cosecha de las uvas también es mencionada en el pasaje de Apocalipsis 14, del cual hemos citado el relato de la siega de la tierra. Leemos en los versículos 17 al 20: «Salió otro ángel del templo que está en el cielo, teniendo también una hoz aguda. Y salió del altar otro ángel, que tenía poder sobre el fuego, y llamó a gran voz al que tenía la hoz aguda, diciendo: Mete tu hoz aguda, y vendimia los racimos de la tierra, porque sus uvas están maduras. Y el ángel arrojó su hoz en la tierra, y vendimió la viña de la tierra, y echó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios. Y fue pisado el lagar fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre hasta los frenos de los caballos, por mil seiscientos estadios». Nosotros creemos que la vendimia de la tierra, y el pisar el lagar de la ira de Dios se refieren a la reunión de los enemigos de Cristo para el juicio. Leemos más sobre el pisado de este lagar en Isaías 63: 1 al 6. Evidentemente, es el propio Señor quien está hablando, leemos: «He pisado yo solo el lagar, y de los pueblos nadie había conmigo; los pisé con mi ira, y los hollé con mi furor; y su sangre salpicó mis vestidos, y manché todas mis ropas. Porque el día de la venganza está en mi corazón, y el año de mis redimidos ha llegado. Miré, y no había quien ayudara, y me maravillé que no hubiera quien sustentase; y me salvó mi brazo, y me sostuvo mi ira. Y con mi ira hollé los pueblos, y los embriagué en mi furor, y derramé en tierra su sangre».
Esto nos muestra claramente que el lagar nos habla del juicio de los enemigos de Cristo. Sabemos cuándo tendrá lugar esta gran cosecha de aquellos que son del Señor, y también sabemos cuándo ocurrirá este temible juicio de sus enemigos. Ambos suceden justo antes del momento en que él toma el trono, y responde a esa oración que ha subido a lo alto por más de 1900 años [10]: «Venga tu Reino» (Apocalipsis 20: 4), al que nos hemos referido anteriormente, termina de esta manera: «y vivieron y reinaron con Cristo mil años».
[10] Actualmente cerca de 2000 años.
A partir de estas Escrituras, creo que podemos entender claramente el versículo en Deuteronomio 16: 13: «La fiesta solemne de los tabernáculos harás por siete días, cuando hayas hecho la cosecha de tu era y de tu lagar». Creemos que esto es como un dedo que nos señala el momento en que podemos esperar que la fiesta de los Tabernáculos se cumpla. Creemos que esta fiesta es un tipo del reinado glorioso de Cristo durante mil años. Generalmente llamamos a esto “El Milenio”, que solo significa «mil años». Ha habido, quizás, unos seis mil años desde la creación, pero no se puede hablar de ninguno de ellos como los «mil años». Tal vez han sido seis mil años en los que «toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora» (Romanos 8: 22). El pecado entró en el tercer capítulo de la Biblia, y con el pecado entraron la maldición, las espinas y los cardos, las lágrimas, el dolor y la muerte «hasta ahora». No solo el hombre ha padecido por el pecado de Adán, sino que incluso los animales y la tierra han padecido también, de modo que la Escritura dice verdaderamente: «Toda la creación gime».
Pero en la fiesta de los Tabernáculos ya hemos visto que no solo Israel, sino incluso el extranjero, estará «verdaderamente alegre». Nunca ha habido un día desde que el pecado entró que haya sido un verdadero cumplimiento de tal fiesta. Pero, gracias a Dios, se acerca el momento en que el Príncipe de Paz tomará el trono, y durante mil años reinará, y esta fiesta tendrá su verdadero cumplimiento.
Otra persona ha escrito sobre este tiempo. “¡Esfuérzate, pues, querido lector, en comprender cuál sería la condición de un reino, bajo el gobierno absoluto de un monarca tan sabio como para no cometer nunca un solo error, tan equitativo como para hacer justicia imparcial a todos, tan tierno de corazón como para gobernar con el más suave dominio, tan piadoso y benévolo como para no buscar ningún objetivo sino la gloria de Dios y el bienestar de sus súbditos, y tan poderoso como para asegurar la sumisión absoluta de todos dentro de la esfera de sus dominios! ¡Qué reino! Pero cuando pensamos que tal reino se extiende por toda la tierra y abarca a todas las naciones dentro de sus límites; y cuando entendemos que Cristo mismo ha de ser su Cabeza y Señor, y que los santos resucitados han de ser sus asociados en el trono, todo lenguaje fracasa, y el corazón solo puede encontrar alivio en una adoración demasiado profunda para ser expresada” (Escritos sencillos sobre temas proféticos, W. Trotter).
Esta es una descripción del Reino de nuestro Señor Jesucristo en esta tierra, durante el Milenio. Esta es una descripción de la época que es tipificada por la «Fiesta de los Tabernáculos». ¡Qué cambio con respecto a la actualidad! Pecado, guerras, violencia, injusticia, todos abatidos con una mano poderosa, y la misericordia y la verdad exhibidas por todos lados.
Ya hemos señalado que esta Edad de Oro que esta pobre tierra ha esperado tanto tiempo, sigue a continuación de la cosecha del trigo y de las uvas. «El trigo» es recogido en aquel resplandeciente Hogar en la gloria, algunos por medio de la muerte y de la resurrección, y otros sin pasar por la muerte, por lo que se puede decir: «No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados» (1 Corintios 15: 51-52). Nosotros hemos hablado de los juicios de los que nos habla la cosecha del lagar. El libro de Isaías, que también describe, en el lenguaje más brillante, las glorias del reino venidero, describe los juicios que deben marcar el comienzo de esa era maravillosa. Veamos muy brevemente algunos de estos versículos. «He aquí que Jehová vaciará la tierra, y la dejará desierta, y cual vaso, la volverá boca abajo, y dispersará sus habitantes… La tierra será enteramente vaciada y completamente saqueada; porque Jehová ha hablado esta palabra. La tierra se pone de luto y se marchita, el mundo desfallece y se marchita; desfallece la gente encumbrada de la tierra… por tanto son abrasados los habitantes de la tierra, y pocos hombres son dejados en ella» (Isaías 24: 1-6 - VM). «¡Completamente quebrantada está la tierra! ¡Completamente despedazada está la tierra! ¡Completamente sacudida está la tierra! Tambalea la tierra como un borracho; se columpia de acá para allá como hamaca, y pesa sobre ella su transgresión; y caerá, y no volverá a levantarse. Y acontecerá en aquel día, que Jehová castigará al ejército de lo alto en lo alto, y a los reyes de la tierra sobre la tierra… Y la luna será abochornada, y el sol se avergonzará; por cuanto Jehová de los ejércitos reina ya en el monte de Sion, y en Jerusalén, y delante de sus ancianos, ¡gloriosamente!» (Isaías 24: 19-23 - VM). «Porque he aquí que Jehová sale de su lugar para castigar a los habitantes de la tierra por su iniquidad; la tierra también descubrirá sus homicidios, y no encubrirá más sus muertos. En aquel día Jehová castigará con su espada, bien templada, grande y fuerte, al leviatán, serpiente veloz, y al leviatán, serpiente tortuosa; y matará al dragón que está en el mar… En los tiempos venideros se arraigará Jacob; Israel retoñará y echará flor, y llenará la haz de la tierra con su fruto» (Isaías 26: 21 y 27: 1-6 - VM).
En este último pasaje hemos traído ante nosotros tres partes diferentes en el programa de Dios para establecer su reino. Primero vemos el terrible castigo a sus enemigos. Luego vemos un castigo especial sobre «esa serpiente tortuosa», el diablo. Hablaremos de esto con más detalle en un momento. Y, por último, vemos la rica bendición que viene para Israel.
El Antiguo Testamento, en tipos, Salmos y Profecías, está lleno de referencias a la venida del reino glorioso, pero no es hasta que llegamos a Apocalipsis 20 que nosotros nos enteramos de la duración de ese maravilloso reinado. Los «mil años» son mencionados seis veces en este capítulo. Veremos que los dos acontecimientos destacados durante estos mil años son:
En primer lugar, el «dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás», será atado y arrojado al abismo durante todo este período.
En segundo lugar, Cristo reinará, y sus santos van a reinar con él.
No hay palabras que puedan hablar de la diferencia que estos dos grandes acontecimientos harán en este mundo. Ahora Cristo está oculto y Satanás anda suelto. Ahora Satanás es el dios de este siglo, (2 Corintios 4: 4), y es el príncipe de este mundo (Juan 12: 31; 14: 30; 16: 11). Ahora Satanás engaña a las naciones. En aquel entonces él no engañará más a las naciones, hasta que se cumplan mil años (Apocalipsis 20: 3). Ahora vemos a Cristo solo por medio de la fe. Entonces la fe será cambiada a vista. Ahora no solo tenemos nuestra propia naturaleza caída, sino también a Satanás que influye sobre esa naturaleza caída. En aquel entonces Satanás estará ausente.
¡Qué transformación durante esos mil años! Y no solo Satanás estará atado, sino que aquel que reina como rey es nuestro amado Salvador y Señor, y reinaremos con él. No es de extrañar que el mundo se regocije y que Israel y el extranjero sean llamados a estar “verdaderamente alegres”.
Veamos muy brevemente la condición de este mundo durante ese glorioso reinado. En las fiestas anteriores hemos visto que, aunque la aplicación primaria es muy ciertamente terrenal, sin embargo, de ellas podemos aprender lecciones en los cielos. En la fiesta de los Tabernáculos podemos ver que hay una relación más íntima entre los cielos y la tierra que en cualquiera de las otras fiestas. Esto es lo que esperaríamos, porque el diablo está atado, y el pecado es abatido con una mano fuerte. Nuestra porción, la porción de la Iglesia, es celestial, –nuestro lugar no está en esta tierra, ni siquiera en el Milenio, aunque veremos que tenemos que ver con ella.
Citaremos de nuevo el libro de W. Trotter: “Escritos sencillos acerca de temas proféticos”, donde leemos: “La relación de la Iglesia con el estado milenario nos es presentada en la visión de Juan de «la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios». Ella es llamada «la desposada, la esposa del Cordero»; y si bien su relación con Cristo es expresada así, su relación con la tierra milenaria es indicada en varias partes de la descripción. No hay noche en la ciudad celestial, y, sin embargo, no es por vela, o por sol y por luna, que ella está iluminada, sino que el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su luz, mientras que las naciones de los que hubieren sido salvos, –las naciones perdonadas de la tierra durante el milenio, «andarán a la luz de ella”.
«En ella no hay templo, el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son el templo de ella, –pero a ella, como templo, los reyes de la tierra llevan su gloria y honor. Tampoco los reyes por sí solos la frecuentarán. Pues leemos, «llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella» (Apocalipsis 21: 22-24)”.
“El río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal», que sale del trono de Dios y del Cordero, fluye por en medio de la ciudad. En ambos lados del río está el árbol de la vida, cuyas hojas son para la sanidad de las naciones. Tal es la relación de la Iglesia con esta escena de bendición. Ella misma es el testimonio y la expresión de la perfecta gracia de Dios, y del perfecto amor de Cristo su Señor y Esposo. Ella es el instrumento de esa gracia, al ministrar la luz y la sanación a las naciones. Con ella, en su gloria gubernamental, como reinando con Cristo, están asociados los santos del antiguo Testamento, y los de la crisis apocalíptica… Todos los que forman «la primera resurrección», viven y reinan con Cristo a lo largo de los mil años”.
“La sede terrenal de dominio y el centro de bendición es «la ciudad del gran rey», –Jerusalén, pues las doce tribus restauradas a la tierra, que ya no son más dos naciones, sino una, (véase, por ejemplo, Jeremías 3: 18), tendrán a Cristo como Rey y Cabeza, y constituirán la porción más favorecida y honrada de la población redimida de la tierra. Esta preeminencia nacional de Israel en tiempos del milenio… queda demostrada por casi todas las referencias al Milenio que contiene el Antiguo Testamento. En aquel tiempo llamarán a Jerusalén, el trono de Jehová, y todas las naciones serán reunidas a ella, en el nombre de Jehová en Jerusalén» (Jeremías 3: 17). «Hasta ti vendrá el señorío primero, el reino de la hija de Jerusalén» (Miqueas 4: 8). «¡… Jehová de los Ejércitos reina ya en el monte de Sion, y en Jerusalén, y delante de sus ancianos, gloriosamente! (Isaías 24: 23 - VM). «Haré de ti gloria eterna, gozo de generación en generación» (Isaías 60: 15 - LBLA)».
“Con respecto a este punto, es interesante trazar la armonía entre el Antiguo Testamento y el Nuevo, y la sorprendente correspondencia entre la Jerusalén terrenal y la celestial. Una es «la Desposada, la esposa del Cordero», –la otra es la metrópolis terrenal de Su reino…”.
“Hay mucho fundamento para creer que todos los que sobrevivan de Israel al comienzo del Milenio serán salvos, y que toda la nación también a lo largo de los mil años será salva. «Y todos tus hijos serán enseñados por Jehová; y se multiplicará la paz de tus hijos» (Isaías 54: 13). El «nuevo pacto» se hará con la casa de Israel y con la casa de Judá, en el que Dios se compromete a poner su ley dentro de ellos y a escribirla en sus corazones. «Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado» (Jeremías 31: 31-34)”.
No parece que se puede decir lo mismo acerca de las naciones. Por ejemplo, leemos en el Salmo 66, hablando, evidentemente, de la época en que Cristo reinará, (v. 3, VM), «Por la grandeza de tu poder, se te humillarán fingidamente tus enemigos». Encontramos la misma expresión en el Salmo 18: 44, VM donde leemos: «Al oír de mí, me obedecerán; los hombres extraños me dirán lisonjas serviles». A medida que profundizamos en la enseñanza de las Escrituras acerca de este período, veremos que, por triste que ello sea, el hecho es que el corazón de muchos, incluso en el Milenio, permanece sin cambios, y cuando el diablo es desatado al final de los mil años, inmediatamente tiene muchos seguidores.
Consideremos un poco más las condiciones reales de la tierra durante este glorioso reinado. Las Escrituras nos dicen mucho al respecto, como si el Espíritu Santo se deleitara en detenerse acerca del gozo y la bendición que aún está por venir a esta triste tierra maldita por el pecado.
La idolatría habrá cesado por completo. Él «quitará totalmente los ídolos» (Isaías 2: 18). «Aquel día arrojará el hombre a los topos y murciélagos sus ídolos de plata y sus ídolos de oro, que le hicieron para que adorase» (Isaías 2: 20).
El Dios verdadero será conocido y adorado. «La tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar» (Isaías 11: 9). «Y sucederá que de luna nueva en luna nueva y de día de reposo en día de reposo, todo mortal vendrá a postrarse delante de mí –dice Jehová» (Isaías 66: 23 - LBLA). «Solo Jehová será exaltado en aquel día» (Isaías 2: 17).
La guerra llegará a su fin, y la tierra disfrutará de paz universal «Volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra» (Isaías 2: 4). Véase también Miqueas 4: 3.
Todo motivo de temor, ya sea de hombre o de bestia, será eliminado, los hombres vivirán en deliciosa confianza, seguridad y paz. «Y estableceré con ellos pacto de paz, y quitaré de la tierra las fieras; y habitarán en el desierto con seguridad, y dormirán en los bosques» (Ezequiel 34: 25). «Y el efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre. Y mi pueblo habitará en morada de paz, en habitaciones seguras, y en recreos de reposo» (Isaías 32: 17-18).
La justicia será administrada imparcialmente. «He aquí que para justicia reinará un rey, y príncipes presidirán en juicio» (Isaías 32: 1). Esto nos hablaría de esos gobernantes subordinados que actúan como ministros de Cristo en los asuntos de este mundo. «El vil no será más llamado generoso, ni el tramposo será dicho dadivoso» (Isaías 32: 5 - VM).
Una vez eliminada la maldición y liberada la creación, habrá una maravillosa fertilidad y abundancia. «Coronas el año con tus bondades, y tus huellas derraman la abundancia. Derraman bendiciones sobre los pastos del desierto, y los collados se ciñen de alegría. Se visten los llanos de rebaños, y los valles se cubren de grano; dan voces de alegría, y cantan también» (Salmo 65: 11-13).
«He aquí que vienen días, dice el Señor, en que el arador alcanzará al segador, y el pisador de uvas al que siembra la semilla; y los montes destilarán mosto, y todos los collados se derretirán» (Amós 9: 13).
Las costumbres e instintos mismos de la creación animal serán transformados. «Habitará el lobo con el cordero, y el leopardo sesteará junto con el cabrito; también el becerro y el leoncillo y el cebón andarán juntos; y un niñito los conducirá. Asimismo, la vaca y la osa pacerán, y sus crías yacerán juntas; y el león comerá paja como el buey. Y jugará el niño de pecho sobre el agujero del áspid, y el recién destetado pondrá la mano sobre la madriguera de la víbora. No dañarán ni destruirán en todo mi santo monte» (Isaías 11: 6-9 – VM).
Las mentes de los hombres, sin ninguna vana búsqueda del conocimiento para su propio bien, estarán, no obstante, bien enseñadas.
Ciudades atestadas y barrios bajos serán suprimidos. «Se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien los amedrente» (Miqueas 4: 4, véase también Zacarías 3: 10).
Habrán terminado la prisa, las pasiones desenfrenadas y el egoísmo de las actuales calles de la ciudad.
«Aún han de morar ancianos y ancianas en las calles de Jerusalén, cada cual con bordón en su mano por la multitud de los días. Y las calles de la ciudad estarán llenas de muchachos y muchachas que jugarán en ellas» (Zacarías 8: 4-5). ¡Qué contraste con la calle de la ciudad actual! «En aquel día estará grabado sobre las campanillas de los caballos: Santidad a Jehová; y las ollas de la casa de Jehová serán como los tazones del altar. Y toda olla en Jerusalén y Judá será consagrada a Jehová de los ejércitos» (Zacarías 14: 20-21).
No solo Israel, sino también las naciones, recibirán la bendición. «Canta y alégrate, hija de Sion; porque he aquí vengo, y moraré en medio de ti, ha dicho Jehová. Y se unirán muchas naciones a Jehová en aquel día, y me serán por pueblo» (Zacarías 2: 10-11). «Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes… y correrán a él todas las naciones» (Isaías 2: 2). «Y vendrán muchos pueblos y fuertes naciones a buscar a Jehová de los ejércitos en Jerusalén, y a implorar el favor de Jehová» (Zacarías 8: 22).
El gozo y el regocijo caracterizarán a la tierra en esos días.
«Os regocijaréis delante de Jehová vuestro Dios por siete días» (Levítico 23: 40). «Te alegrarás en tus fiestas solemnes… y estarás verdaderamente alegre» (Deuteronomio 16: 14-15). «En Israel había alegría» (1 Crónicas 12: 40, (siendo el reinado de David, una imagen con el reino del Salomón del Milenio). «Cantad a Jehová cántico nuevo; cantad a Jehová, toda la tierra. Cantad a Jehová, bendecid su nombre; anunciad de día en día su salvación… Decid entre las naciones: Jehová reina… Alégrense los cielos, y gócese la tierra» (Salmo 96: 1-11). Jehová reina; regocíjese la tierra, alégrense las muchas costas». (Salmo 97: 1).
Pero, aunque el Señor reinará en aquel entonces, y habrá por todas partes paz y prosperidad, gozo y alegría, aunque el diablo estará atado en el abismo, para que no tiente al hombre al mal, –sin embargo, a pesar de todo, el pecado no será completamente eliminado. Y así, leemos en el Salmo 99: «Jehová reina; temblarán los pueblos… Y la gloria del rey ama el juicio». Y el Salmo 101 nos presenta más detalles de sus modos de obrar en juicio. Leemos: «Al que solapadamente difama a su prójimo, lo exterminaré; no soportaré al de ojos altaneros y de corazón vanidoso… No habitará dentro de mi casa el que comete fraude; el que habla mentiras no permanecerá en mi presencia. Cada mañana exterminaré a todos los impíos de la nación, para extirpar de la ciudad de Jehová a todos los autores de iniquidad» (Salmo 101: 5-8 – RVR1977).
De esta última frase parecería que el Señor “celebrará una sesión judicial”, por así decirlo, cada mañana, y destruirá a los impíos de la tierra. «No habrá más allí niño que muera de pocos días, ni viejo que sus días no cumpla; porque el niño morirá de cien años, y el pecador de cien años será maldito» (Isaías 65: 20). Es evidente que la gente vivirá hasta una edad muy avanzada en aquel glorioso día que se avecina, ya que el que muera a los cien años, será considerado solo como un niño.
Tal vez los días más resplandecientes que este pobre mundo ha conocido fueron durante el reinado del rey Salomón. En aquel entonces, «acumuló el rey plata en Jerusalén como piedras, y cedros como los cabrahígos de la Sefela en abundancia» (2 Crónicas 9: 27).
Salomón fue un tipo del Señor Jesucristo cuando él reinará como Rey con todos los enemigos puestos debajo de sus pies.
Pero, oh qué gran diferencia entre los días más resplandecientes que esta tierra ha presenciado, y los días que hemos estado describiendo recién. Lean el libro de Eclesiastés y noten la «vanidad y aflicción de espíritu». «Lo torcido no se puede enderezar, y lo incompleto no puede contarse» (Eclesiastés 1: 15). «Vi más debajo del sol: en lugar del juicio, allí impiedad; y en lugar de la justicia, allí iniquidad» (3: 16). «Ciertamente la opresión hace entontecer al sabio» (7: 7). «La necedad está colocada en grandes alturas» (10: 6).
Pero cuando «venga aquel a quien pertenece el derecho» (Ezequiel 21: 27 – LBLA) y asuma el trono de esta tierra, los gemidos de Eclesiastés se transformarán en cantos de alabanza.
Antes de dejar de meditar acerca del Reino venidero, consideremos brevemente una muestra de él en el Nuevo Testamento. Por favor, lean la historia de la transfiguración de Cristo, como la vemos en Mateo 16: 28 al 17: 6: Marcos 9: 1-9, y Lucas 9: 27-36. El Señor dice: «Os digo en verdad, que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios» (Lucas 9: 27). Luego sigue la escena de la transfiguración, cuando el Señor Jesús se transfiguró ante ellos. «La apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente». Pedro habla de esta escena como «el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo» (2 Pedro 1: 16), y dice: «habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad».
En «la magnífica gloria» por encima de todo, en su trono, estaba Dios, cuya voz era oída «en el monte santo». Aparte y solos en un monte alto estaba el Señor Jesucristo, transfigurado para ajustarse a la gloria celestial: y con él, estaban Moisés y Elías. Hablaban de su muerte, que iba a cumplirse en Jerusalén, un tema maravilloso, del cual los santos en la gloria nunca se cansarán. Moisés es una imagen de esos santos que han muerto y que han sido resucitados. Elías, recordarán ustedes, fue al cielo sin morir, y es una imagen de esos santos que serán llevados para estar con Cristo sin pasar por la muerte (1 Corintios 15: 51). Esta parte del retrato nos habla del aspecto celestial del Reino. ¡Y qué imagen es! ¿Acaso la hermosa intimidad de esos santos celestiales con su glorioso Señor, no nos habla, como las palabras no logran hacerlo, del carácter de nuestro Hogar en el cielo?
Pero también vemos a Pedro, a Jacobo y a Juan, todavía en cuerpos mortales, –no cuerpos de resurrección como los santos celestiales–, sino viendo y oyendo la escena celestial. Esto nos muestra el lugar de Israel cuando ellos sean restaurados en aquel día venidero. La Jerusalén terrenal «será enaltecida, y habitada en su lugar» (Zacarías 14: 10), y disfrutará de la luz y la gloria de la ciudad celestial (Isaías 60: 1; Apocalipsis 21: 23-24). No es extraño que Pedro, en medio de esta escena, dijera: «bueno es para nosotros que estemos aquí». Él quiso erigir tres tabernáculos en este lugar santo. Pero el tiempo del reino aún no había llegado. En el día del reino veremos que ellos celebrarán la fiesta de los tabernáculos, y habitarán en tabernáculos (Zacarías 14: 16), pero ese tiempo estaba aún muy lejos en aquel entonces, y el Rey debía ir primero a la cruz. Y en aquel día, como en este, el Señor Jesús debe tener siempre la preeminencia. Dios no puede permitir que su amado Hijo sea puesto al mismo nivel que Moisés y Elías. Así que vemos una nube que les hizo sombra, y desde la nube una voz salió, diciendo: «Este es mi Hijo amado; a él oíd». Y luego, cuando miraron en derredor, «no vieron más a nadie consigo, sino a Jesús solo» (Marcos 9: 7-8). Ellos regresaron a los días anteriores al reino, es decir, a los días en que nosotros vivimos. Gracias a Dios, aunque la gloria y el poder, aunque Moisés y Elías se apartaron de la vista de ellos, tenían con ellos «a Jesús solo», y él es suficiente. Le tenemos con nosotros hoy. Es cierto que no le vemos con nuestro ojo natural, pero por la fe le vemos en medio de nosotros, y le vemos en la gloria de arriba, viviendo siempre por nosotros; y él es suficiente. Sí, gracias a Dios, aunque nuestros corazones anhelantes puedan clamar, y con razón: «¡Venga tu reino!», aunque todavía no hemos visto ninguna de sus glorias, ni hemos probado sus deleites, sin embargo, «Jesús solo» es suficiente.
Jesús, Tú eres suficiente
Para llenar la mente y el corazón,
Tu paciente vida para calmar el alma,
Tu amor, su temor disipa.
Nosotros hemos estado tentados a persistir en el Reino venidero, y sin embargo no hemos persistido tanto como desearíamos. ¿Acaso no podemos pedir a nuestros lectores que tomen sus Biblias y reflexionen a solas con su Señor, acerca de algunas de estas hermosas escenas que apenas hemos considerado? ¿No leerá usted, y releerá para sí mismo, el Salmo 72, y beberá profundamente de los gozos de los días venideros cuando Cristo reine? Déjelos entrar en su corazón y en su alma, y encontrará en ellos un maravilloso antídoto para el desánimo que procura envolvernos como una espesa niebla, en estos oscuros días en los que Satanás es el príncipe de este mundo.
«Oh Dios, da tus juicios al rey, y tu justicia al hijo del rey. El juzgará a tu pueblo con justicia, y a tus afligidos con juicio. Los montes llevarán paz al pueblo, y los collados justicia. Juzgará a los afligidos del pueblo, salvará a los hijos del menesteroso, y aplastará al opresor. Te temerán mientras duren el sol y la luna, de generación en generación. Descenderá como la lluvia sobre la hierba cortada; como el rocío que destila sobre la tierra. Florecerá en sus días justicia, y muchedumbre de paz, hasta que no haya luna. Dominará de mar a mar, y desde el río hasta los confines de la tierra…» (Salmo 72: 1-8). Léanlo ustedes todo, y al igual que el salmista, debemos clamar:
«Bendito Jehová Dios, el Dios de Israel, el único que hace maravillas. Bendito su nombre glorioso para siempre» (Salmo 72: 18-19).
«Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho» (Isaías 53: 11).
Volvamos ahora a Levítico 23, y, a la luz de lo que hemos espigado de otras Escrituras, procuremos encontrar lo que el Espíritu Santo nos diría en esta porción de la Palabra de Dios, acerca de esos resplandecientes días por venir.
El lector más casual debe observar que el relato de la fiesta de los Tabernáculos ocupa más espacio en nuestro capítulo que cualquiera de las otras fiestas: algunas partes parecen repetirse dos veces. Parecería que el Espíritu de Dios se deleita en persistir en esta escena final; cuando Cristo vea la aflicción de su alma y quede satisfecho.
La cosecha está toda recogida. Los trabajos en los campos han terminado. Hay abundancia por todas partes. Ahora viene el reposo y el regocijarse. Dos veces tenemos las palabras, «ningún trabajo de siervos haréis». En el primer día, y en el octavo día, no debía haber ningún trabajo de siervos. El primer día nos hablaría de la entrada en esa fiesta, esto habla del Reino. El octavo día, como veremos más tarde, habla de un nuevo comienzo, y llega hasta el estado eterno. Las palabras para ambos son iguales. Ya sea que se trate de la entrada en el reino, o se trate de nuestra parte en la eternidad, los trabajos «de siervos» no tienen lugar en absoluto. Nuestro derecho a entrar en ambos es el mismo, solo por medio de la preciosa sangre de Cristo, solo por medio del poderoso sacrificio del que hablan los sacrificios ofrecidos a lo largo de esta fiesta. Ya sea en el reino o en la eternidad, nuestra entrada allí no es en absoluto en virtud de nuestro propio trabajo. Nuestros trabajos de siervos no nos pueden hacer aptos para ninguno de los dos. Nuestro trabajar, nuestro velar, nuestra superación, todos nuestros trabajos de siervos juntos, no tienen nada que ver con nuestro privilegio de entrada en ese glorioso reino, o en el eterno reposo más allá de él.
Nuestra posición en el reino parece estar determinada por nuestro andar aquí abajo. Leemos acerca de aquellos que tienen autoridad sobre diez ciudades, y otros que tienen autoridad sobre cinco ciudades (Lucas 19: 17, 19). Esto es un asunto de recompensa. Pero nuestra entrada en el reino no tiene nada que ver con nuestras obras.
El versículo 42 de nuestro capítulo lo deja aún más claro. «En tabernáculos habitaréis siete días; todo natural de Israel habitará en tabernáculos». El derecho a celebrar la fiesta de los tabernáculos de la manera indicada depende del nacimiento, no de las obras. No hay ninguna sugerencia, ni siquiera en la fiesta de la pascua, de que solo los que eran israelitas podían poner la sangre en la puerta, y sabemos que una «multitud de toda clase de gentes» subió de Egipto (Éxodo 12: 38). Incluso se hace una provisión para el extranjero que deseara celebrar la fiesta de la Pascua (Éxodo 12: 48). Pero la fiesta de los Tabernáculos depende del nacimiento, «todo natural de Israel habitará en tabernáculos». Y el derecho a entrar en el reino celestial también depende del nacimiento. «El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios» (Juan 3: 3). Solo el nuevo nacimiento, sin nuestros trabajos de siervos, da el derecho de entrar allí.
Los tabernáculos en los que estos israelitas habitaban estaban hechos de «ramas con fruto de árbol hermoso, ramas de palmeras, ramas de árboles frondosos, y sauces de los arroyos» (v. 40). Las ramas de palmeras hablarían de las victorias obtenidas aquí abajo, y los sauces de los arroyos hablarían de los dolores, y tal vez los fracasos y derrotas, del camino del desierto (comp. con Apocalipsis 7: 9, y con el Salmo 137: 2). Pero no eran las ramas de palmeras las que daban el derecho de entrar en el reino, ni los sauces impedían que el peregrino tuviera su parte en aquel glorioso día. Suponemos que cada uno en esa compañía celestial sabrá lo que es entretejer las palmeras y los sauces, mientras miran hacia atrás, a este viaje por el desierto (véase el v. 43). Entonces descubriremos que «todas las cosas cooperan juntas para el bien de los que aman a Dios» (Romanos 8: 28 - VM). Encontraremos en aquel entonces, que verdaderamente todas las cosas fueron por amor a nosotros (2 Corintios 4: 15). Y descubriremos que en aquel día cada uno recibirá su alabanza de parte de Dios (1 Corintios 4: 5). Nosotros creemos que no habrá ni un solo tabernáculo en esa fiesta celestial sin algunas ramas de palmera en él, aunque parezca que hacemos que las cosas fracasen ahora aquí abajo. Donde solo vemos derrota puede ser que el autor de nuestra salvación vea victoria. Pensamiento bienaventurado: «Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe» (1 Juan 5: 4), no nuestras obras.
La descripción de las ramas de los árboles utilizados en la fiesta de los Tabernáculos en los días de Nehemías (de lo que esperamos hablar más adelante) es muy notable. Leemos: «Salid al monte y traed ramas de olivo, ramas de olivo silvestre, ramas de mirto, ramas de palmera y ramas de otros árboles frondosos, para hacer tabernáculos» (Nehemías 8: 15). Notarán ustedes que las ramas de sauce son omitidas, supongo que debido a que anteriormente en el capítulo, Nehemías y Esdras habían acallado el llanto del pueblo, diciendo: «el gozo de Jehová es vuestra fuerza». Hay momentos en que el Señor seca nuestras lágrimas, y nos da un gozo sin mezcla. Supongo que Romanos 11 interpreta las ramas de olivo y las ramas de olivo silvestre, como siendo Israel y los gentiles. Aquí los encontramos entrelazados para celebrar la fiesta de los Tabernáculos, como veremos que ellos lo harán en breve.
Debía haber sacrificios especiales cada día de la fiesta. «Siete días ofreceréis ofrenda encendida a Jehová» (Levítico 23: 36). En Números 29: 12-40, tenemos un relato detallado de estos sacrificios. El holocausto incluía becerros, hablando, tal vez, del valor y el mérito de nuestro gran sacrificio; carneros, hablando de su consagración hasta la muerte; y corderos, hablando de su mansedumbre y la forma especial en que él vino como Cordero de Dios. Todos los sacrificios debían ser sin defecto, todos predecían su pureza sin mancha y todos eran de olor grato para Jehová. La ofrenda por expiación, u ofrenda por el pecado, es mencionada especialmente para cada uno de los siete días, y está especialmente mencionada para el octavo día (Números 29: 38). También en Ezequiel 45: 25 vemos que la ofrenda por expiación, u ofrenda por el pecado, el holocausto y la ofrenda vegetal, deben ser incluidas en los sacrificios que han de ser ofrecidos en la fiesta de los Tabernáculos en los días del Milenio.
Nosotros recibimos algunas enseñanzas muy notables acerca de los sacrificios de los becerros durante los siete días de la fiesta. En el primer día de la fiesta, el sacrificio consistía en trece becerros de la vacada, dos carneros y catorce corderos de un año (Números 29: 13). En el segundo día, solo se ofrecían doce becerros de la vacada. En el tercer día, once. El cuarto día, diez: hasta que el séptimo día no encontramos más que siete becerros ofrecidos al Señor. ¿Nos habla esto del sentido decreciente de la valía del valor del sacrificio que les granjeaba este reino glorioso? En el aspecto terrenal del reino, este parecería ser el caso. El terrible padecimiento, la guerra y la mortandad de los juicios que marcaron el comienzo de los mil años de paz, parecen haber hecho que algunas de las naciones ofrezcan «lisonjas serviles», como ya hemos visto (Salmo 18: 44 – VM).
A medida que pasan los años, la gratitud de ellos hacia aquel a quien le deben todo decrece cada vez más, y para cuando los mil años hayan terminado, y el diablo sea liberado de su prisión en el abismo, encontramos a las naciones que están en los cuatro puntos cardinales de la tierra, cuyo número es como la arena del mar (un gran contraste con la condición de la tierra al principio del Milenio, cuando «ellos eran pocos en número» en ella). Estas naciones están listas para seguir a Satanás para luchar contra el Rey de reyes, que ha mantenido un gobierno tan justo y benigno durante mil años (Apocalipsis 20: 7-8).
Esta puede ser una lección muy solemne para nosotros; vigilemos nuestro amor, no sea que, como la iglesia en Éfeso, se enfríe. (Apocalipsis 2: 4). Vigilemos que nuestro sacrificio de alabanza, día a día, no disminuya. Es solo cuando nuestros ojos y nuestros corazones estén ocupados de aquel Bendito que ha hecho todo por nosotros, que el día postrero encontrará el mismo sacrificio que el día primero. Que así sea con cada uno de nosotros.
El hecho de que trece, y no catorce, (dos veces siete), becerros de la vacada eran ofrecidos el primer día, podría indicar que en el Milenio todavía nos falta un poco para ese tiempo perfecto en que el pecado será eliminado. Pero, aunque esto sea cierto, cuán dulce es leer acerca de ese primer día de la fiesta (Levítico 23: 39, VM): «En el primer día habrá descanso solemne, y en el día octavo, otro descanso solemne». El Señor ofrece descanso, incluso ahora, a todos los que vienen a él, y a todos los que toman su yugo (Mateo 11: 28-30), pero en los días venideros habrá un nuevo descanso, cuando la maldición será en gran parte eliminada, y el Príncipe de Paz reinará. ¡Qué perspectiva para esta pobre tierra desgarrada por la guerra! ¡Descanso, paz y gozo! ¡Señor, apura ese día! ¡Venga tu reino! ¡Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra!
Antes que dejemos el tema de la fiesta de los Tabernáculos, debemos mencionar con dolor el poco valor que Israel le otorgó. En Nehemías 8: 17, leemos: «Y toda la congregación que volvió de la cautividad hizo tabernáculos, y en tabernáculos habitó; porque desde los días de Josué hijo de Nun hasta aquel día, no habían hecho así los hijos de Israel. Y hubo alegría muy grande». Incluso en los gloriosos días de David y Salomón, días que, en tipo, miraban al reino venidero, ellos no celebraron esta fiesta de la manera indicada (aunque había sido celebrada, véase 2 Crónicas 7: 8-10; 8: 13; 1 Reyes 8: 2, y fue en esta fiesta que el arca había sido llevada al templo recién edificado), pero quedó para un pequeño remanente débil, regresado del cautiverio, el celebrar esta fiesta como debía ser celebrada. Qué alegría y qué aliento para nuestros corazones en estos días oscuros y difíciles, cuando hay tanta debilidad y fracaso. La esperanza de la venida del Señor, y la esperanza del reino venidero, pueden resplandecer intensamente en nuestros corazones más que nunca antes. ¡Que así sea de verdad!
Fue durante los siete días de la fiesta de los Tabernáculos que Hageo pronunció su conmovedor mensaje (Hageo 2: 1-9). «Cobrad ánimo… y trabajad». «La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho Jehová de los ejércitos; y daré paz en este lugar, dice Jehová de los ejércitos». Mientras esperamos esa paz prometida, que cada uno de nosotros sea encontrado prestando atención a ese primer mensaje: «Cobrad ánimo… y trabajad».
Fue en la fiesta de los Tabernáculos que nuestro Señor mismo subió al templo. La fiesta ya no es llamada ahora «La fiesta de Jehová», sino: «la fiesta de los judíos, la de los tabernáculos» (Juan 7: 2). El Rey había venido a lo suyo, y los suyos no le habían recibido (Juan 1: 11). Les había ofrecido el reino, y ellos lo habían rechazado, y ahora el Señor rechaza la fiesta de ellos.
Pero, «en el último y gran día de la fiesta» (el octavo día, del que debemos hablar antes de terminar), «Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado» (Juan 7: 37-39).
Con el Rey despreciado y rechazado por los hombres, el reino, –es decir, lo que la fiesta de los Tabernáculos representaba–, debió ser postergado. Y ahora Judá ha estado esperando casi 2000 años para el descanso y el gozo y la paz que hace tanto tiempo rechazó. Pero, en la Escritura que acabamos de citar vemos que, en lugar de la fiesta de los Tabernáculos, el Señor da a los suyos el Espíritu Santo, y aún ahora aquí abajo tenemos descanso, y paz, y gozo. Ahora bien, si alguno tiene sed, el Señor le llama para que venga a él y beba. Quien cree en él, de su interior, (desde el fondo de su corazón, como decimos, de sus afectos más íntimos,) fluirán corrientes de refrigerio para los demás. El pobre vaso es llenado de tal manera que se desborda.
Cuando el Señor venga, tendremos la siega y la vendimia, y luego la completa bendición; pero hasta que esa bendición llegue, tenemos el Espíritu Santo en su lugar, y nuestro lugar es esperar a Cristo, cuando él venga desde el cielo.
Pero, el día se acerca en que no solo Israel, sino incluso las naciones del mundo la celebrarán exactamente igual que Israel, pero no podemos dejar de citar el siguiente pasaje notable de Zacarías 14, a partir del versículo 16: «Y todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos. Y acontecerá que los de las familias de la tierra que no subieren a Jerusalén para adorar al Rey, Jehová de los ejércitos, no vendrá sobre ellos lluvia. Y si la familia de Egipto no subiere y no viniere, sobre ellos no habrá lluvia; vendrá la plaga con que Jehová herirá las naciones que no subieren a celebrar la fiesta de los tabernáculos. Esta será la pena del pecado de Egipto, y del pecado de todas las naciones que no subieren para celebrar la fiesta de los tabernáculos».
Debemos mencionar tres cosas en estos versículos. En primer lugar, las naciones subirán cada año a adorar al Rey, Jehová de los Ejércitos. Este Rey será el Señor Jesucristo. Vemos que en aquel tiempo él está reinando, –y reinando en Jerusalén. En segundo lugar, vemos que las naciones deben subir a adorar. Ahora bien, el Señor no obliga a nadie a adorarle. Hay muchos en este mundo con gran prosperidad material que se niegan a adorar al Señor. Pues bien, él hace llover sobre justos e injustos (Mateo 5: 45). En la época que viene, si las naciones no obedecen, y no suben a adorar al Rey, y no guardan la fiesta de los tabernáculos, no tendrán lluvia. Qué notable es que no se los llame a celebrar la fiesta de la Pascua o la de Pentecostés, sino solo la de los Tabernáculos. La Pascua y Pentecostés tienen que ver especialmente con la Iglesia. La fiesta de los Tabernáculos tiene que ver con el Reino.
La fiesta de los Tabernáculos finalizaba con el «gran día de la fiesta», el octavo día. El octavo día habla de un nuevo comienzo. Los siete días de la fiesta hablan de los mil años en que Cristo reinará: «Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas. Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos» (1 Corintios 15: 24-28).
El octavo día nos habla de un largo día de reposo de la eternidad. Lo vemos en Levítico 23: 39: «El octavo día será también día de reposo», o de descanso. En Génesis 2: 2-3 leemos: «Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo. Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación». Lamentablemente, el pecado pronto irrumpió en el reposo de Dios, de modo que el Hijo de Dios debió decir: «Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo» (Juan 5: 17). Y a lo largo de casi seis mil años, el Padre y el Hijo han estado trabajando para el pobre hombre, miserable y pecador. Pero, «queda un reposo (o la observancia del día de reposo) para el pueblo de Dios» (Hebreos 4: 9). El pecado ha estropeado el resto del séptimo día, pero aún queda el resto del octavo día.
En Números 29: 35-38, VM, vemos los sacrificios especiales que debían ser ofrecidos en el octavo día de la fiesta de los Tabernáculos, leemos: «Presentaréis en holocausto, como ofrenda encendida de olor grato a Jehová, un novillo, un carnero, siete corderos del primer año, sin tacha; la ofrenda vegetal de ellos y sus libaciones serán correspondientes al novillo, al carnero y a los corderos, según el número de ellos, conforme al reglamento: y un macho cabrío como ofrenda por el pecado; además del holocausto continuo y su ofrenda vegetal y su libación». A lo largo del reposo de la eternidad, subirá siempre y por siempre el olor grato del holocausto a Jehová. A lo largo de la eternidad no habrá ningún cambio en el valor y el mérito y la fragancia de esa ofrenda. Tampoco los que tienen el privilegio de compartir esa dicha eterna se cansarán de ese tema, ni disminuirá su sentido del valor de ese poderoso sacrificio, como era el caso durante los siete días de la fiesta.
No solo el holocausto enviará siempre su olor grato, sino que la ofrenda vegetal hablará por toda la eternidad de la senda aquí abajo del Varón de dolores, en su camino hacia la cruz. Y la ofrenda por expiación, u ofrenda por el pecado, tampoco será olvidada. Los pecados han desaparecido hace mucho tiempo, para no ser recordados más, pero por siempre y para siempre recordaremos que él su vida puso en expiación por el pecado, y que “él lo hizo por mí”.
Nosotros hemos procurado trazar, en cierta medida, los modos de obrar de Dios tal como son presentados en las fiestas de Jehová desde la eternidad hasta la eternidad, y mientras contemplamos con ojos embelesados la fascinante escena ante nosotros, que se extiende una y otra vez a través de las innumerables edades de la eternidad, no podemos sino postrarnos y adorar, mientras clamamos:
«Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos» (Apocalipsis 5: 13).