Ni independencia - ni rivalidad

Hechos 8:14-17


person Autor: Christian BRIEM 8

flag Tema: La unidad del Cuerpo de Cristo

(Fuente autorizada: biblecentre.org)


La colaboración de los diversos siervos del Señor y de las iglesias locales es presentada de una manera particularmente bella en este pasaje. La narración concierne principalmente a los apóstoles en Jerusalén y a Felipe, el evangelista, en la Obra en Samaria. En la actualidad no hay apóstoles, sino diversos siervos que el Señor emplea aquí y allá. Y los principios que dirigieron a los siervos en otro tiempo son también aquellos que deben gobernarnos ahora.

1 - Samaria recibe la Palabra de Dios

El Señor había actuado con poder en Samaria por su siervo Felipe, y mucha gente había sido conducida a la fe del Señor Jesús (v. 5-8). Pero con lo que sucedió cuando la noticia llegó a los apóstoles en Jerusalén, aprendemos una de las razones por la cual el Señor no había permitido que los apóstoles hubieran sido echados de la ciudad por la persecución (v. 1). «Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan; quienes, descendiendo, oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; porque todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; tan solo estaban bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo» (Hec. 8:14-17).

Samaria había recibido la palabra de Dios. Había allí un acontecimiento de los más significativos, y el triunfo particular de la gracia de Dios sobre el poder de Satanás. No se nos dice en evidencia que todos los habitantes de esa comarca habían llegado a ser creyentes. Lo que es señalado allí, es que personas que no eran del pueblo judío habían recibido el evangelio. Según el orden que el Señor había expresado antes de subir al cielo (Hec. 1:8), la palabra de Dios había llegado ahora más allá del territorio judío. Había llegado hasta Samaria y había sido recibida por numerosas personas.

Un verdadero trabajo de Dios había tenido lugar en los corazones. Como más tarde los tesalonicenses, los samaritanos habían recibido «no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios» (1 Tes. 2:13). He aquí lo que es determinante: someterse a lo que Dios habla. Actualmente tenemos la Palabra de Dios bajo una forma escrita y completa, la Biblia. ¿Hemos ya hecho la experiencia que, por medio de ella, Dios nos habla? Numerosos habitantes de Samaria se habían inclinado ante la autoridad de Aquel que había hablado a sus corazones y a sus conciencias. Así, ellos habían encontrado el camino de la salvación.

2 - Dios no quiere ninguna iglesia independiente

¡Que gozo, sin duda, para los apóstoles que se quedaron en Jerusalén cuando, después de todo el rigor de la primera persecución, oyeron de las buenas nuevas de Samaria! Prontamente enviaron dos representantes: Pedro y Juan. Esta actitud merece toda nuestra atención. Se ve, de una manera práctica, una verdad que no será desarrollada sino mucho más tarde por el apóstol Pablo: a saber, que la Iglesia, que sea vista como Cuerpo de Cristo o como Casa de Dios, forma un todo en la cual no debe haber ninguna independencia ni ninguna rivalidad.

En esta época, la Iglesia en sí misma ya existía, aunque la enseñanza concerniente al orden que le correspondía y a su estructura fueron dadas solo más tarde en las epístolas. Hecho muy significativo, el Espíritu Santo ha conducido a los creyentes a actuar ya desde muy temprano según los principios que serían dados ulteriormente. Dios jamás ha cambiado sus pensamientos relativos a su Iglesia, y no las ha adaptado a las circunstancias que evolucionan. Hoy en día como antes, y a pesar de la ruina, son los mismos principios que dirigen a los creyentes. Dios no reconoce ningún otro.

Dos circunstancias, particularmente, hacen necesario el envío de los apóstoles a los creyentes en Samaria.

Por una parte, existía, después del retorno de la cautividad de Babilonia, un abismo profundo entre judíos y samaritanos. Estos últimos hacían derivar su tradición del patriarca Jacob (Juan 4:12). En efecto, después de los días de Nehemías habían instituido un culto rival; asimismo habían erigido su propio templo sobre la montaña de Gerizim –una especie de concurrencia al templo de Dios en Jerusalén. Del punto de vista religioso, los samaritanos habían tomado una posición cismática. Su comportamiento y su culto eran manifiestamente caracterizados por la independencia.

En la narración de la cual nos ocupamos, vemos la manera en que Dios actúa para prevenir el peligro que esta rivalidad y esta independencia en las relaciones cristianas puedan reproducirse y traigan así perjuicio.

Fácilmente se habría podido formar una iglesia marcada por un espíritu judío y otra marcada por un espíritu samaritano. Pero Dios cuida de que la bendición típicamente cristiana –la recepción y la posesión del Espíritu Santo– solo pueda ser obtenida en relación con la obra que él había comenzado en Jerusalén. Pedro y Juan deben entonces «descender» a Samaria con el fin de que los creyentes puedan recibir el Espíritu Santo. Es algo que los discípulos debían aprender. Y en cuanto a nosotros, debemos aprender por medio de esto de que Dios no permite ninguna independencia entre las iglesias locales.

Por otra parte, tampoco debía haber ninguna rivalidad entre los siervos de Dios. Fácilmente esto habría conducido a una división de la Iglesia, como nos lo enseña el triste ejemplo de los corintios (1 Corintios 3). Así era de mucha importancia que la unidad fuera mantenida de una manera práctica, que la tendencia humana a la independencia fuera echada fuera desde un principio. La palabra de Dios no había llegado a Samaria por los apóstoles –instrumentos que Dios había empleado hasta entonces– pero, en la libertad del Espíritu, por Felipe, otro siervo. Era por otra parte un hermano que había sido escogido por la Iglesia para otro servicio, un servicio material. Por lo tanto, era muy necesario que los apóstoles en Jerusalén vinieran a identificarse con la obra de Dios en Samaria. Y veremos de qué manera lo hicieron. Los judíos no tenían relaciones con los samaritanos (Juan 4:9), pero esto no impidió a los apóstoles descender de Jerusalén a Samaria y así unirse a los creyentes. La obra de Dios en Jerusalén y la obra de Dios en Samaria era en verdad una sola obra que no podía ser dividida por fronteras nacionales o por prejuicios.

Así, este episodio nos enseña que todos los creyentes, sean judíos, o samaritanos, o que vengan no importa de algún otro pueblo, forman un solo cuerpo en Cristo. Esta verdad ha sido expresada prácticamente y salvaguardada por el envío de Pedro y de Juan a Samaria. Debería estar continuamente en nuestro corazón y gobernar nuestro comportamiento. Entonces estaríamos de acuerdo con la voluntad de Dios. La exhortación que se aplica «en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Ef. 4:3) aún no era conocida, pero los apóstoles actuaban de esta misma manera, como miembros del solo Cuerpo de Cristo, porque ellos se dejaban conducir por el Espíritu Santo. El Espíritu de Dios conduce siempre a la unidad, al reconocimiento práctico de la verdad del solo Cuerpo, jamás a su negación. Dios no reconoce –hoy día como en otro tiempo– ninguna otra unidad, ningún otro «cuerpo» que el único Cuerpo de Cristo al cual pertenecen todos los creyentes. ¿Hemos aprendido a considerarnos simplemente como miembros del Cuerpo de Cristo y, conforme a esto, rehusar todo lo que contradice –en principio o en práctica– esta maravillosa unidad?

Traducido de «Le Messager Évangélique», diciembre 2005


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