Índice general
¿Cómo reunirse hoy en día de acuerdo con el pensamiento de Dios?
¿Qué es la Iglesia según la Palabra de Dios?
: Autor Biblicom 49
: TemaLa Iglesia o la Asamblea
Ser conscientes de la unidad del Cuerpo de Cristo
Preámbulo
El cristianismo de hoy se encuentra en una gran confusión. Muchos se llaman a sí mismos cristianos, pero solo lo son por su nombre. Esto es lo que muestra la parábola de la red de cerco lanzada al mar en Mateo 13:47, 48. El Evangelio “echado en el mar de los pueblos” reúne a muchos creyentes, como a no creyentes. Esta «casa grande» está dividida y formada por una multitud de iglesias y comunidades religiosas.
Pero el propósito de Dios es de salvar y de congregar. Ya lo vemos para su pueblo terrenal: «Sálvanos, oh Dios, salvación nuestra; recógenos, y líbranos de las naciones, para que confesemos tu santo nombre, y nos gloriemos en tus alabanzas» (1 Crónicas 16:35).
Muchos creyentes son celosos para difundir el Evangelio, que es bien el deseo de Dios, pero pocos de ellos parecen preocuparse por el pensamiento de Dios sobre lo que la Biblia llama «la Iglesia». Muchos se reúnen de acuerdo con los principios que les conviene, principios que no tienen relación con las Escrituras, establecidos por los hombres. Pero el Señor dijo: «El que conmigo no recoge, desparrama» (Mateo 12:30).
La dispersión presente no es por lo tanto según el pensamiento de Dios, porque Cristo murió para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos (Juan 11:52). En medio de esta confusión, cualquier creyente que desee ser fiel se hace la pregunta: ¿Cómo responder al pensamiento de Dios? Solo en las Escrituras encontrará la respuesta.
En este folleto, trataremos de identificar algunas de las indicaciones dadas por la Biblia sobre este tema.
Para la comprensión escribiremos «Iglesia» con una mayúscula para su significado general, y «iglesia» con una minúscula para la iglesia local (por ejemplo: en Antioquía, Corinto, etc.).
1 - Estado de ánimo para vivir la verdad de la Iglesia
Todos los creyentes que desean responder al pensamiento de Dios se darán cuenta de que Dios es deshonrado por el estado actual del cristianismo. Solo pueden llorar por la ruina y la miseria de la Iglesia, como lo hicieron en otro tiempo el profeta Jeremías y el salmista por Israel, por su pueblo dividido (Lamentaciones de Jeremías 3:48; Salmo 119:136).
Esta disposición de corazón corresponde a lo que el Señor nos enseña en el sermón del monte: «Bienaventurados los que lloran» (Mateo 5:4). Estamos en duelo y entristecidos de esta confusión, porque hacemos parte de esta casa, somos solidarios con ella. Los que tienen esta disposición de corazón son bendecidos porque aceptan el pensamiento de Dios.
Debemos orar por todos los hijos de Dios, reconociendo a cada uno de ellos como miembro del cuerpo de Cristo, dondequiera que esté. En esta disposición de nuestros corazones, seremos guardados de un espíritu de superioridad, de orgullo, de presunción, que Dios tiene en abominación (Proverbios 16:5).
Si somos sinceros y rectos, reconoceremos nuestras debilidades, imperfecciones y fracasos; así seremos mantenidos humildes y pequeños ante nuestros propios ojos. Es en la medida en que entendemos que tenemos poca fuerza (Apocalipsis 3:8) y que no somos nada, que Dios podrá usar su poder para ayudarnos (2 Corintios 12:9-10).
Confiemos en la fidelidad de Dios para guardarnos (1 Corintios 1:9; 10:13; 1 Tesalonicenses 5:23, 24). El Señor es Todopoderoso para mantenernos de pie (Romanos 14:4). Descansemos con confianza en la misericordia divina.
2 - La referencia: la Palabra de Dios
La Iglesia pertenece a Dios (Hechos 20:28, V.M.). Es edificada por Cristo (Mateo 16:18), así que cualquier instrucción acerca de ella se encuentra en la Palabra de Dios, y solo en ella. La Palabra es Verdad (Juan 17:17). Ella es el medio de comunicación de Dios para dirigirse a los hombres. Los hombres, de los cuales Dios se sirvió para escribirla, fueron inspirados por el Espíritu Santo (2 Pedro 1:21). Toda la Biblia es inspirada por Dios (2 Timoteo 3:16).
Esta Palabra es una lámpara a nuestros pies y una lumbrera en nuestro camino (Salmo 119:105) y es dejándonos guiar por ella, tanto para la vida personal como colectiva, que estaremos en el camino de Dios. Si tememos a Dios y amamos al Señor, la guardaremos (Apocalipsis 3:8; Juan 14:21, 23), en su sustancia y forma, es decir, guardando la verdad misma en la forma en que es presentada (imágenes o ejemplos que el Espíritu mismo ha escogido).
La Palabra es el alimento del alma y nos da instrucciones para nuestro andar. Siempre tenemos que referirnos a ella en nuestra vida personal y en la vida de las iglesias.
La Iglesia es el lugar donde la verdad es mantenida y guardada (1 Timoteo 3:15). Debemos tener cuidado de no desviarnos de ella. Esto requiere una obediencia absoluta.
3 - Cristo es el centro y el motivo para reunirse
Cristo no solo edifica su Iglesia, sino que es su centro: «Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18:20). Este versículo contiene siete puntos notables: un lugar (donde), un testimonio (dos o tres), una reunión (congregados), un nombre (en mi nombre), una persona (yo), una presencia (allí estoy) y un centro (en medio de ellos). Es una reunión «en el nombre del Señor»; estar congregados en su nombre implica que reconocemos su autoridad como Señor, que le estamos sometidos y que todo está en conformidad con las instrucciones de la Palabra de Dios.
En el pasado, para estar en la presencia de Dios, Israel tenía que ir adonde Jehová hizo habitar su nombre (Deuteronomio 12:5); hoy, tenemos que venir a donde está el Señor, es decir, donde se respetan sus derechos.
El Espíritu Santo mora en la Iglesia (Efesios 2:22). Esta presencia divina durante las reuniones requiere que estemos sujetos a su dirección. Debemos darle total libertad de acción en la dirección o desarrollo de las reuniones. Esto implica rechazar cualquier organización humana previa, cualquier liturgia (conjunto definido de ceremonias y oraciones, como una misa, por ejemplo), cualquier liderazgo humano (cualquier dominación de un hombre sobre sus hermanos, y cualquier influencia de un hombre que se presenta como guía).
Solo hay una Iglesia, la Iglesia del Señor. La diversidad de los nombres o denominaciones que los hombres dan a sus iglesias (católica, protestante, reformada, libre, bautista, pentecostal, etc.) muestra una dispersión que no corresponde a lo que la Iglesia es según Dios.
La iglesia local es una representación, en un lugar dado, de toda la Iglesia en el mundo. Sin embargo, hoy en día, la iglesia local en una ciudad en particular no reúne a todos los creyentes de esa ciudad, porque están dispersos en las iglesias establecidas por los hombres o por el hecho que algunos se quedan en casa, así que una reunión de aquellos hermanos según el pensamiento de Dios es solo una expresión de la iglesia local.
4 - La separación del mundo religioso
Somos los hijos del Dios Santo, así que conviene que seamos santos (Salmo 93:5):
«Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo» (1 Pedro 1:15, 16).
Esta santidad concierne tanto a nuestra vida personal como a nuestras asociaciones. El apóstol Pablo, después de haber mostrado la incompatibilidad de ser asociado con el mal (2 Corintios 6:14-16), dice: «Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo, y yo os recibiré» (v. 17). Los creyentes hebreos, por lo tanto, fueron exhortados a abandonar el campamento de Israel e ir a Cristo (Hebreos 13:13).
La casa de Dios, vista bajo el aspecto de la responsabilidad humana, se ha convertido en «una casa grande», que no tiene fuerza para ocuparse del mal para quitarlo. Se insta a los fieles a que se retiren de los grupos cristianos donde se toleran la iniquidad y el mal (2 Timoteo 2:21).
¿Cuál es el camino a seguir para el creyente que desea ser fiel? El pensamiento de Dios es siempre congregar y no aislar o dispersar. El creyente es llamado a salir hacia Cristo y unirse a aquellos que invocan al Señor con un corazón puro (Hebreos 13:13; 2 Timoteo 2:22). El Señor es fiel y guiará a aquellos que tienen el mismo deseo de congregarse simplemente alrededor de Él.
5 - Servir al Señor por amor a él
Cuando nos damos cuenta del amor de Dios, que dio a su único Hijo, y del amor del Señor que se dio a sí mismo por nosotros, ¿no deseamos servirle a cambio? Imitemos al apóstol Pablo, que se desvivía plenamente por el Evangelio y por los hermanos (2 Corintios 12:15). Su espíritu de devoción y sacrificio por el Señor tenía como único motivo el amor.
Se nos insta a que nos entreguemos completamente a Dios (Romanos 12:1). Esto es lo que hacían los creyentes de Macedonia (2 Corintios 8:5).
Amemos no solo de palabra, sino con hechos (1 Juan 3:18): por amor, sirvámonos los unos a los otros (Gálatas 5:13). Vivir juntos, con Jesús en el centro de nuestras vidas, cuidando los unos a los otros, eso es lo que Dios quiere para sus hijos.
Una iglesia donde los cristianos se aman, se perdonan, se ayudan, es un mensaje sin palabras que todos pueden entender.
6 - Algunos puntos fundamentales referentes a la Iglesia
El término griego «Ekklesia» traducido como «Iglesia» significa: «llamado fuera de». Designaba una reunión de personas, apartadas de todo el pueblo, para cumplir funciones especiales.
La Iglesia está formada por aquellos que han creído en Jesucristo y lo han recibido como su Salvador personal –«llamados del» mundo para pertenecer a Cristo– desde Pentecostés (ver 1 Corintios 12:13) hasta el regreso del Señor (periodo que es llamado tiempo de la gracia).
Puesto que la Iglesia era un misterio (un secreto) escondido durante siglos en Dios (Efesios 3:9), hasta que fue revelado a Pablo, solo la encontramos en el Nuevo Testamento. Ella se presenta en:
- su aspecto universal (Efesios 1:23): es el significado más general que corresponde al conjunto de los creyentes en el período de la gracia,
- su aspecto presente y temporal (Efesios 4:1-6): correspondiente a todos los creyentes que viven en la tierra en un momento dado,
- su aspecto local (1 Corintios 12:27): correspondiente a los creyentes de una localidad dada.
Hay una sola Iglesia, y es una (unida). Todo lo que la divide no es la obra de Dios.
Solo hay una Iglesia de la cual Cristo es la Cabeza (Colosenses 1:18).
La Iglesia pertenece al Señor Jesucristo (Mateo 16:18).
La Iglesia también pertenece a Dios (Hechos 20:28, V.M.).
Cristo es el fundamento de la Iglesia (Efesios 2:20).
El Espíritu Santo mora en la Iglesia (Efesios 2:22).
La Iglesia tiene un valor inmenso para el corazón del Señor Jesús (Mateo 13:46).
El Señor cuida de su Iglesia (Efesios 5:26), esperando para llevársela (Efesios 5:27; 1 Tesalonicenses 4:16-17). Este instante corresponde moralmente al «grito de medianoche» (Mateo 25:6-10). El Señor viene pronto; la Iglesia lo espera: «El Espíritu y la Esposa dicen: Ven» (Apocalipsis 22:17, 20). Entonces se presentará a su Iglesia gloriosa e irreprochable y la llevará consigo a la gloria.
7 - Cristo es la Cabeza de la Iglesia
Aquellos que forman parte del cuerpo de Cristo en un momento dado en la tierra cambian con el tiempo, pero Cristo siempre permanece como la Cabeza.
Hay una unidad maravillosa y una conexión vital entre el cuerpo y la cabeza (Efesios 1:23). La cabeza está incompleta sin el cuerpo (Efesios 1:23; 1 Corintios 12:12).
La Cabeza dirige el cuerpo, Cristo tiene toda la autoridad. Debemos estarle sometidos en nuestra vida personal y eclesial: «La Iglesia está sujeta a Cristo» (Efesios 5:24).
De la Cabeza provienen todas las bendiciones (Efesios 1:3).
Es la Cabeza la que da el alimento a todo el cuerpo: «Nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida con amor» (Efesios 5:29).
Cristo, la Cabeza, está en el cielo, sentado a la diestra de Dios (Marcos 16:19). Es un inmenso privilegio para nosotros, una garantía de estabilidad y de fiabilidad para nuestra esperanza (Hebreos 6:18-20).
Del lado de la obra de Dios, la unidad está hecha y perfecta (Juan 17:21). Por el lado de nuestra responsabilidad, debemos esforzarnos por mantener esta unidad en nuestras vidas prácticas (Efesios 4:3; Colosenses 2:19).
8 - La Iglesia representada por tres imágenes
La Iglesia es representada por tres imágenes para mostrarnos los diferentes aspectos que la caracterizan.
8.1 - La Iglesia, Cuerpo de Cristo
«Por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo» (1 Corintios 12:13).
«Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular» (1 Corintios 12:27).
«Él (Cristo) es la cabeza del cuerpo que es la iglesia» (Colosenses 1:18).
Para ilustrar la unidad de la Iglesia y la diversidad de los servicios, el apóstol toma el ejemplo del cuerpo humano, compuesto de miembros y de órganos, ninguno de los cuales puede funcionar sin los otros; constituye un organismo único y vivo, guiado por una sola voluntad, la que el Señor –la Cabeza– comunica a cada miembro. Esta gran diversidad forma un todo armonioso.
Esto sigue siendo una realidad hoy en día. Debemos ser conscientes de que somos miembros de este cuerpo de Cristo para conformarnos a la verdad que se vincula a él.
Solo aquellos que han nacido de nuevo constituyen la verdadera Iglesia. Forman un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo. Después de la obra de redención, el Señor Jesús subió al cielo, se sentó a la diestra del Padre y envió al Espíritu Santo para unir a todos los redimidos en la tierra, en un solo cuerpo con Él, su gloriosa Cabeza en el cielo. Esta unidad existe hoy como al principio, es indestructible y la ruina no puede alcanzarla. En la práctica, lo que los hombres han hecho con la Iglesia no nos permite ver su unidad; la han «desfigurado»; está completamente dividida en lugar de ser una.
8.2 - La Iglesia, casa de Dios
«Edificaré mi iglesia» (Mateo 16:18).
«Siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor» (Efesios 2:20-21).
«Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales» (1 Pedro 2:5).
«Para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad» (1 Timoteo 3:15).
La imagen de la casa de Dios enfatiza la santidad y el orden que le corresponde a esta casa, así como la responsabilidad del hombre.
Es Cristo quien edifica la casa (Mateo 16:18), dentro de la cual él oficia para la gloria de Dios (Hebreos 3:6). Esta construcción, –esta casa– comenzó en Pentecostés y terminará cuando él venga, cuando lo que él ha construido será llevado al cielo para ser la ciudad de Dios, la nueva Jerusalén.
Esta casa está compuesta de piedras vivas (1 Pedro 2:5), «edificadas» sobre Aquel que es su fundamento, la «principal piedra del ángulo» (Efesios 2:20; 1 Corintios 3:11). Tal obra es perfecta e inalterable porque es de Dios.
Esta casa también se considera confiada a la responsabilidad del hombre para su edificación (1 Corintios 3:12-15). De este lado, todo ha faltado y esta casa se ha convertido en «una casa grande» donde hay utensilios para usos honrosos y utensilios para usos viles (2 Timoteo 2:20).
8.3 - La Iglesia, Esposa de Cristo
«Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido» (Apocalipsis 21:2).
«Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero» (Apocalipsis 21:9).
«El que tiene la esposa, es el esposo» (Juan 3:29).
La Iglesia se presenta a imagen de una esposa (o mujer) para hablarnos del amor que une a Cristo con su Iglesia. Adquirió la Iglesia, esta perla de gran valor sacada de este mundo, a costa de su vida. Ella procede de él como Eva de Adán (Génesis 2:22-23). Es el objeto de su tierno afecto, la santifica y la purifica y espera a cambio amor, comunión y fidelidad.
La Iglesia es vista también como una novia, para evocar la pureza que debe caracterizarla: «Os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo» (2 Corintios 11:2). Así es presentada bajo este aspecto cuando ella está en la tierra, mientras que su nombre de Esposa es el que llevará eternamente.
9 - Reuniones de la Iglesia
Dios congrega a su pueblo, «la Iglesia», en tres ocasiones habituales.
9.1 - Para el partimiento del pan
«El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan» (Hechos 20:7).
En 1 Corintios 11:23-26, el apóstol Pablo nos recuerda que el Señor instituyó la Cena para que los suyos lo recordaran y especifica que debemos hacerlo hasta que Él venga. Así, desde el principio (Hechos 2:42), cada primer día de la semana (el domingo), los creyentes se reúnen para recordar al Señor.
En principio, el partimiento del pan tiene lugar durante la reunión de culto. Cuando lo recordamos, reunidos en torno a Él, solo la adoración puede surgir de nuestros corazones.
La iglesia, como santo sacerdocio, tiene el servicio de la adoración (1 Pedro 2:5). Al ofrecer sacrificios espirituales, ella responde a lo que Dios busca: «Los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren» (Juan 4:23, 24). Aunque invisible, el Señor es el centro del culto para la alabanza (Hebreos 2:12).
La adoración por el Espíritu es un homenaje común a Dios, y está marcada por la libertad del Espíritu (nada se determina de antemano). La adoración es en espíritu y en verdad, así que no es una adoración material como la de los israelitas. Este servicio es el de todo hijo de Dios. No hay un «conductor de alabanza» o una persona designada para oficiar (clérigo, pastor). Es el Espíritu Santo quien guía, quien da a este o aquel una oración o un himno a propósito. La adoración surge de los corazones, la participación es tanto de los hermanos como de las hermanas, pero la acción pública es solo de los hermanos (1 Corintios 14:34-35).
En general, en esta ocasión se realiza una colecta para la beneficencia. En el tiempo de los apóstoles, se relacionaba con el partimiento del pan (1 Corintios 16:1-2). En Hebreos 13:15, 16, la adoración y la colecta están estrechamente vinculadas. Este ha sido el caso del pueblo de Israel en el pasado (Deuteronomio 26:1-11 = adoración y v. 12-16 = caridad).
9.2 - Para la oración
«Mi casa es casa de oración» (Lucas 19:46).
«Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mateo 18:19, 20).
«Llegó a casa de María la madre de Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos, donde muchos estaban reunidos orando» (Hechos 12:12).
La oración es la expresión de la dependencia de los redimidos. Dependen absolutamente de él, todas las bendiciones vienen de la Cabeza, de Cristo (comparar Salmo 133) y todas las instrucciones vienen de él (Efesios 5:24).
Se nos exhorta:
- a perseverar en la oración (Romanos 12:12; Efesios 6:18),
- a orar sin cesar (1 Tesalonicenses 5:17),
- a exponer nuestras peticiones delante de Dios a través de oraciones y ruegos con acción de gracias (Filipenses 4:6),
- a ayudar con la oración (Romanos 15:30).
Bendiciones especiales van unidas a la oración colectiva, pero las condiciones morales son entonces necesarias:
«Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos» (Mateo 18:19).
Debemos orar como siendo uno solo; en el nombre del Señor Jesús. Debemos tener un mismo pensamiento, ser de un mismo corazón cuando oramos en las reuniones de la iglesia. La fuerza del término original en Mateo 18:19 es esta: «Si dos de vosotros hacéis el mismo sonido» (sinfonía). No debe haber notas discordantes, ni ninguna disonancia entre los que oran.
«Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye… en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho» (1 Juan 5:14, 15).
9.3 - Para edificación, exhortación y aliento
«Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación. Hágase todo para edificación» (1 Corintios 14:26).
La Iglesia, como nuestros cuerpos, necesita ser sustentada. Ella es alimentada de Cristo a través de los dones que el Señor ha dado a la Iglesia. Son sobre todo los dones de profeta así como los de maestro y pastor los que se utilizarán. El profeta da la palabra que Dios quiere dirigir a los suyos de acuerdo a sus necesidades en ese momento. El maestro enseña y expone con precisión la Palabra de la verdad.
Sólo los hermanos presentan la Palabra (1 Corintios 14:34, 35). Deben esperar en el Señor y dejarse guiar por el Espíritu. Nada está organizado de antemano, ningún hermano es designado de antemano para que hable (salvo el caso mencionado al final de este párrafo). Dos o tres pueden intervenir (v. 29), para dar «a su debido tiempo la ración» de trigo a los creyentes reunidos (Lucas 12:42, 43). El hermano que actúa debe ser un canal que transmite un mensaje de parte de Dios (1 Pedro 4:11). La edificación se basa solo en la Escritura y solo puede ser suscitada por el Espíritu Santo, que es el único que puede guiar en toda la verdad.
La iglesia también suele reunirse para estudiar la Palabra, es cuando varios hermanos se expresan en turno para exponer y aclarar brevemente algún pasaje o porción de un texto predeterminado.
Es conveniente mencionar que los cristianos pueden reunirse para un propósito útil y bendecido, sin estar congregados «como iglesia».
Un padre puede reunir a su familia, un hermano a los jóvenes para estudiar con ellos la Palabra de Dios. Un hermano dotado por el Señor, evangelista o maestro, ejercerá su ministerio ante una audiencia convocada para este fin. Ya sea en el local de la iglesia o en otro lugar, con el consentimiento de la iglesia. Esta última asistirá a estas predicaciones, habrá enseñanza, efectos producidos por el Espíritu Santo en la conciencia. Pero estas reuniones no serán, estrictamente hablando, «reuniones de la iglesia».
10 - La acción del Espíritu Santo en las reuniones de la Iglesia
Dios el Espíritu Santo mora en la Iglesia (Efesios 2:22). Su presencia implica que él dirige todo, en todas las reuniones. Es Soberano y Todopoderoso y hace lo que quiere (1 Corintios 12:11; Juan 3:8 «el viento sopla de donde quiere»). Tiene la libertad de actuar en la medida en que su acción no se vea obstaculizada por la voluntad del hombre o suplantada por el espíritu del mundo, que los creyentes pueden manifestar. No actúa según las reglas definidas o establecidas de antemano por los hombres.
El Espíritu da dones de gracia a quien él quiera (1 Corintios 12:8-11). Estos dones no se limitan a una iglesia local, sino que son útiles para toda la Iglesia. Fueron dados por Cristo en virtud de Su redención y exaltación en el cielo, para la perfección de los santos y para la edificación del cuerpo (Efesios 4:7-12). Son competencias o capacidades especiales dadas a los creyentes por el Espíritu Santo. Estas capacidades deben ser distinguidas de las habilidades naturales que tenemos por nacimiento y que también son concedidas por Dios (somos sus criaturas). Son dadas para la edificación y el cuidado que la Iglesia necesita: enseñanza, exhortación, aliento, advertencia, consuelo. Deben ser ejercidas bajo la única dirección del Señor, en el temor de Dios y en su dependencia. El ejercicio de los dones no se limita a las reuniones, también se ejercen en privado, en los hogares.
El capítulo 12 de la Primera Epístola a los Corintios presenta los dones confiados a la Iglesia. El capítulo 14 presenta el funcionamiento o el ejercicio de estos dones en las reuniones de la Iglesia; pero antes de eso, el capítulo 13 indica en qué espíritu deben ejercerse los dones: con el amor como motivo. «Todas vuestras cosas sean hechas con amor» (1 Corintios 16:14).
La acción del Espíritu Santo está siempre de acuerdo con la enseñanza de las Escrituras que él mismo inspiró. Es el Espíritu de verdad (Juan 16:13). Él actúa de acuerdo con una sabiduría divina que el hombre no entiende y que puede parecerle insensata (1 Corintios 2:14). Su acción nunca es espectacular a los ojos de los hombres. Su acción se discierne espiritualmente (1 Corintios 2:14-16).
Él guiará la mente del creyente para la oración, para la petición de un cántico (1 Corintios 6:17, 19), para dar gracias o presentar una enseñanza en la más completa libertad, de una manera ordenada (1 Corintios 14:40).
11 - La mesa del Señor y la cena del Señor
11.1 - La mesa del Señor
Cuando invitamos a comensales a nuestra mesa, es para hablar de cosas que nos son comunes cuando compartimos una comida; son momentos de comunión. Así, la mesa del Señor nos habla de unidad y de comunión con Dios y con el Señor.
El apóstol apela a nuestra inteligencia espiritual para hacernos entender qué es la mesa del Señor (1 Corintios 10:15).
La participación en esta mesa es un acto externo y visible; la comunión es un estado interior
Todos los creyentes tienen una parte común: se benefician de la sangre de Cristo. En la mesa del Señor, los creyentes muestran juntos estar en comunión con el Señor y estar en comunión unos con otros como miembros de un solo cuerpo. La unidad del cuerpo de Cristo se expresa de manera visible: «uno solo el pan… somos un cuerpo» (1 Corintios 10:17).
El pan representa tanto el cuerpo de Cristo dado por nosotros como el fruto de su obra en la cruz: los redimidos constituidos en un solo cuerpo, la Iglesia.
El Señor preside esta mesa, es santa, no puede de ninguna manera estar relacionada con la iniquidad o incluso con aquello que no tiene la aprobación del Señor (1 Corintios 10:21). Sería profanar tal comunión.
11.2 - La Cena del Señor
La comida que tomamos en la mesa del Señor es la Cena. Evoca la memoria y la muerte del Señor y su próximo regreso (1 Corintios 11:26). Para participar, una buena conciencia y un corazón puro son esenciales. Es necesario juzgarse a sí mismo y confesar sus propios pecados (1 Corintios 11:28, 31).
Cuando el Señor dijo: «Esto es mi cuerpo», «Esta es mi sangre», quería decir: esto representa mi cuerpo, esto representa mi sangre. Estos signos, que representan su muerte, nos ayudan a recordarlo.
La Cena no es una comida conmemorativa de nuestras bendiciones y nuestra redención, sino el recuerdo de nuestro Salvador y Señor. No estamos reunidos para pensar en nosotros sino en nuestro Señor. Los que participan en la cena son solo los redimidos del Señor: se trata de una participación personal en esta cosa común. Interpela primero a nuestro corazón y a nuestros afectos, pero también a nuestra conciencia, para que participemos en ella con dignidad (1 Corintios 11:27).
12 - La administración en la Iglesia
«De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo» (Mateo 18:18).
Este versículo se encuentra en el párrafo que nos habla de la reunión de la cual el Señor es el centro (v. 20). Nos indica que, en la Iglesia, una administración es confiada a los hombres y que es reconocida en el cielo, donde está la cabeza, el jefe de la Iglesia.
La Palabra de Dios nos indica claramente cuál debe ser el lugar de la mujer en la Iglesia: ser silenciosa y sumisa (1 Corintios 14:34), no ejercer autoridad sobre el hombre (1 Timoteo 2:12). De ello se deduce que son los hermanos los que tienen la responsabilidad de tratar las diferentes cuestiones que puedan surgir en una iglesia.
En el capítulo 15 de los Hechos vemos una reunión de hermanos convocada para tratar sobre una cuestión difícil. Lo que se manifiesta en esta ocasión es notable. Vemos el reconocimiento de las autoridades morales (Pedro, Pablo, Bernabé, Santiago), la sumisión mutua, la autoridad de la Palabra de Dios como una referencia para tratar la cuestión (v. 16, 17), el orden (todos permanecen en silencio cuando uno habla: v. 12, 13), la comunión del Espíritu Santo (v. 28).
Un encuentro de hermanos no es un foro de discusión en el que se puede expresar una opinión. Es lo que el Señor piensa que debe ser expresado, los que hablan deben ser guiados por el Espíritu. La Iglesia no es una democracia donde el pensamiento de la mayoría de los hermanos haría autoridad. La única autoridad es la Palabra de Dios.
Los hermanos dan conocimiento a la iglesia (hermanos y hermanas) de lo que el Espíritu ha mostrado al conjunto de los hermanos, y la iglesia toma decisiones en la presencia del Señor porque es ella la que «ata y desata». Es decir, lo que es decidido por la iglesia en sumisión al Señor, es «atado» o «desatado» en el cielo. Por lo tanto, estas decisiones tienen un alcance universal. Deben ser reconocidas por otras iglesias que se reúnen en el nombre del Señor, porque tienen el mismo Jefe.
Cuando una persona pide participar en la cena del Señor, los hermanos se informan de ella, con espíritu de amor, para asegurarse que nada manchará la santidad de la mesa del Señor. Entonces la iglesia toma la decisión necesaria por parte del Señor. Si se recibe, es para partir el pan… no como miembro de una organización, sino porque es miembro del cuerpo de Cristo y porque no es descalificado por mala conducta o falsa doctrina. Se recibe a la mesa del Señor, es decir, universalmente y no sólo localmente. Ya que no se la conoce en otras reuniones locales, la iglesia donde usualmente se reúne la recomendará por medio de una carta dirigida a la iglesia local a donde podría ir (Romanos 16:1; 2 Corintios 3:1). Tal práctica manifiesta la unidad del cuerpo de Cristo.
La presencia reconocida del Señor en la iglesia local trae temor y profundo respeto. Esta es responsable de mantener la santidad moral y doctrinal, el orden y la decencia en medio de ella.
Si un mal aparece en un hermano o hermana, cuidados pastorales serán provistos en un espíritu de amor para que ese hermano o hermana sea restaurado. Si estos cuidados no producen restauración, la iglesia será guiada a purificarse del mal quitando de su medio al que lleva el carácter del perverso (1 Corintios 5:7, 13). Esta decisión solo se puede tomar con humillación. Tal persona excluida de la mesa del Señor es excluida de todas las iglesias reunidas en el nombre del Señor. Notemos que esta persona no está excluida del cuerpo, permanece siempre como hijo de Dios, sino que está excluida del testimonio dado a la unidad del cuerpo. Su exclusión tiene por objetivo su restauración, por lo que es necesario rezar por ella y, cuando la restauración tenga lugar, reintegrar la que había sido excluida. Tal persona podrá seguir acudiendo a las reuniones.
Conclusión
Puesto que hemos examinado estos principios divinos relativos a la Iglesia, somos responsables de aplicarlos. Muchos no quieren comprometerse con este camino por varias razones:
- la comodidad: el rechazo de los ejercicios del alma, a veces dolorosos,
- la tradición: el renuncio a rechazar las tradiciones establecidas por los hombres,
- la costumbre: negarse a cuestionar lo que siempre se ha hecho,
- no aceptar el hecho de encontrarse solo con unas pocas personas,
- la unidad mal percibida: pensar que este camino es una división más en el cristianismo…
El Señor nos dice: «El que me ama, mi palabra guardará… El que no me ama, no guarda mis palabras» (Juan 14:23, 24). ¿Amamos al Señor?
Tomemos en serio las enseñanzas de la Escritura y aceptemos su autoridad. A veces es una decisión difícil de tomar. Nuestros afectos de vez en cuando pueden ser heridos (Mateo 10:37). Podemos temer encontrarnos aislados, pero el Señor es fiel, como Pablo lo experimentó (2 Timoteo 4:16, 17); muchos otros creyentes también lo han experimentado. ¿No dijo el Señor: «Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos»? (Mateo 18:20).
Cuidémonos de intentar innovar (es solo la imaginación del hombre: 1 Reyes 12:33), pero volvamos siempre a los principios fundamentales dados en las Escrituras; encontramos allí los pensamientos inmutables de Dios, válidos para todos los tiempos y para todas las generaciones, para servirlo de una manera que le agrada.
En resumen: Para responder al pensamiento de Dios sobre su eterno consejo referente a la Iglesia, tengamos el santo deseo de:
- Reunirse en el nombre del Señor Jesús (el Salvador, el Señor, el Santo, el Verdadero).
- Reconocer la única autoridad del Señor Jesús.
- Reconocer la dirección del Espíritu Santo y realizarla en la vida colectiva.
- Estar sujeto a la enseñanza de la Palabra de Dios.
- No tolerar que el nombre del Señor sea asociado a sabiendas con el mal.
- Servir al Señor por amor, cuidando unos a otros en ese mismo amor.