LIMPIAR, LIMPIO
A - Verbo
taher (2891, טָהֵֵר), «estar limpio, puro». La raíz de este vocablo aparece más de 200 veces en varias formas: verbo, adjetivo o nombre.
Desde la caída de Adán y Eva, ninguno de sus descendientes está «limpio» («es puro») ante la presencia de un Dios santo: «¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi corazón, limpio estoy de mi pecado?» (Prov. 20:9). Elifaz amonesta a Job al decir que nadie es inocente delante de Dios: «¿Será el hombre más justo que Dios? ¿Será el varón más puro que su Hacedor?» (Job 4:17 RVA).
Sin embargo, hay esperanza, porque Dios promete a un Israel arrepentido que los limpiará «de toda su maldad con que pecaron contra mí; y perdonaré todos sus pecados con que contra mí pecaron, y con que contra mí se rebelaron» (Jer. 33:8). Ha dicho Dios: «Yo los salvaré de todas sus rebeliones con que han pecado, y los purificaré. Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios» (Ezeq. 37:23 RVA).
El efecto funesto del pecado se reconoce en la temible enfermedad de la lepra. Después que el sacerdote diagnosticaba el mal, podía declarar «limpio» al doliente únicamente después de realizar ceremonias de purificación: «Y lavará sus vestidos, y lavará su cuerpo en agua, y será limpio» (Lev. 14:9).
Dios demanda que su pueblo observe ritos de purificación antes de entrar en su presencia para el culto. En el Día de Expiación, por ejemplo, se prescribían ciertas ceremonias con el fin de «limpiar» el altar de «las impurezas de los hijos de Israel» y «santificarlo» (Lev. 16:17-19; cf. Éx. 29:36ss). Los sacerdotes debían purificarse antes de llevar a cabo sus tareas sagradas. Moisés debía tomar a los levitas y purificarlos (Núm. 8:6; cf. Lev. 8:5-13). Después del cautiverio en la tierra impura de Babilonia, «los sacerdotes y los levitas se purificaron y purificaron al pueblo, las puertas y la muralla [reconstruida de Jerusalén]» (Neh. 12:30).
«Purificar» a veces exigía que se expurgaran físicamente ciertos objetos. Durante la reforma del rey Ezequías, «los sacerdotes entraron en la parte interior de la casa de Jehová para limpiarla. Sacaron al atrio de la casa de Jehová toda la inmundicia que hallaron en el templo de Jehová» (2 Cr. 29:16 RVA).
Algunos ritos requerían sangre como agente purificador: «Rociará sobre él la sangre siete veces con su dedo, y lo purificará y santificará de las impurezas de los hijos de Israel» (Lev. 16:19 RVA). Después de un parto se ofrecían sacrificios de propiciación para la madre: «Traerá… el uno para el holocausto y el otro para el sacrificio por el pecado. El sacerdote hará expiación por ella, y quedará purificada» (Lev. 12:8 RVA).
B - Adjetivo
tahôr (2889, טָָהור), «limpio; puro». El vocablo denota la ausencia de impureza, suciedad, contaminación o imperfección. Tiene que ver concretamente con sustancias genuinas y sin adulterar, asimismo con una condición espiritual y cúltica sin mácula.
El oro es visto como un material libre de impurezas. Por eso, el arca del testimonio, el altar de incienso y el pórtico del templo se recubrieron «de oro puro» (Éx. 25:11; 37:11, 26; 2 Cr. 3:4). Algunos de los muebles y utensilios en el templo tales como: el propiciatorio, el candelabro, las fuentes, vasijas, tazones, jarros, despaviladeras, platillos, eran de «oro puro» (Éx. 37:6, 16-24). Entre las vestimentas del sumo sacerdote se encontraban «dos cadenillas de oro puro» y un «pectoral… de oro puro» (Éx. 28:14, 22, 36).
Dios demanda que su pueblo tenga pureza espiritual y moral, sin mancha de pecado. Cualquiera que no estuviere limpio de pecado está sujeto al rechazo y castigo divino. Esta contaminación no se pierde con el correr del tiempo ni uno se sobrepone a ella. Puesto que el pecado contamina una generación tras otra, Job pregunta: «¿Quién hará limpio a lo inmundo? Nadie» (Job 14:4). A pesar de las apariencias, no se puede decir «que a todos les sucede lo mismo… al puro y al impuro» (Ecl. 9:2 RVA). Por otro lado, hay esperanza aun para el peor de los pecadores porque cualquiera puede apelar a la misericordia de Dios diciendo: «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio; y renueva un espíritu recto dentro de mí» (Sal. 51:10).
En marcado contraste con las acciones y la naturaleza contaminada de los seres humanos, «las palabras de Jehová son palabras puras» (Sal. 12:6 RVA). El Señor «es demasiado limpio como para mirar el mal» (Hab. 1:13 RVA).
El adjetivo «limpio» describe a menudo la pureza que se mantiene al evitar contacto con otros seres humanos, al abstenerse de comer animales y no usar objetos que se han declarado ritualmente impuros. La «purificación», por el contrario, se logra cuando se observan procedimientos rituales que simbolizan la remoción de la contaminación.
Al pueblo del antiguo pacto se le informó que «el que toque el cadáver de cualquier persona quedará impuro durante siete días» (Núm. 19:11). Un sacerdote no podía contaminarse «a causa de algún difunto de su pueblo», excepto si era «un pariente cercano» (Lev. 21:1-2 RVA). Pero esta exención de la regla se le negaba al sumo sacerdote y también a los nazareos «durante todo el tiempo de su consagración a Jehová» (Núm. 6:6ss).
Los ritos de purificación enfatizaban el hecho de que a los seres humanos nos concibieron y parieron en pecado. Aunque la concepción y el nacimiento no se tacharon de inmorales (de la misma manera que morir no era inmoral), una mujer que acababa de dar a luz permanecía impura hasta sujetarse a los ritos de purificación prescritos (Lev. 12). El capítulo 15 de Levítico prescribe la purificación ritual de las mujeres durante su flujo menstrual, también de los hombres con emisiones seminales, así como «para la mujer con quien el varón tuviera ayuntamiento de semen» (Lev. 15:18 RV).
Para ser ceremonial o cúlticamente «limpio», un israelita tenía que abstenerse de comer ciertos animales y aun de tocarlos (Lev. 11; Deut. 14:3-21). Después que los israelitas se asentaron en la tierra prometida, se hicieron algunas modificaciones en los reglamentos (Deut. 12:15, 22; 15:22).
Los ritos de purificación a menudo requerían agua. Para purificarse, una persona tenía que lavarse a sí mismo y toda su ropa (Lev. 15:27). Se rociaba agua sobre el individuo, su tienda y todos sus enseres: «Una persona que esté pura tomará hisopo y lo mojará en el agua. Luego rociará la tienda, todos los utensilios, a las personas presentes, y al que tocó un hueso o a uno que ha sido matado o un cadáver o una tumba» (Núm. 19:18 RVA). A veces el que se purificaba tenía también que cambiar sus ropas (Lev. 6:11).
A pesar de la importancia de los ritos, estos no acumulaban méritos que ganaran el favor y el perdón de Dios. Los ritos tampoco cumplirían su función si se realizaban en forma mecánica. A menos que los ritos expresaran el deseo contrito y sincero de la persona de ser purificada de la mácula del pecado, estos eran una abominación a Dios y solo contribuían a agravar la culpabilidad del penitente. Cualquiera que apareciese delante de Él durante un rito o ceremonia con «manos… llenas de sangre» (Isa. 1:15) y no clamara por la purificación de su crimen, lo juzgarían tan malvado como la gente de Sodoma y Gomorra. La esperanza de Sion se encuentra en la purificación mediante una ofrenda: «Y traerán a todos vuestros hermanos de entre todas las naciones, como ofrenda a Jehová, a mi santo monte en Jerusalén, tanto en caballos como en carros… de la misma manera que los hijos de Israel traen su ofrenda en vasijas limpias a la casa de Jehová» (Isa. 66:20 RVA).