Índice general
El creyente no puede perder su salvación
: Autor Paul FUZIER 9
: TemaLa certidumbre de la salvación
(Fuente: ediciones-biblicas.ch)
Satanás jamás deja descansar al creyente. Sin cesar está en actividad (Job 1:7; 2:2), acusando a los hermanos día y noche ante Dios (Apoc. 12:10), procurando hacerlos tropezar o bien intentando turbarlos. Desde el principio, sus medios para efectuar esta obra de destrucción son los mismos. Todavía hoy, con el fin de hacer vacilar la fe, siembra la duda en los corazones y siempre utiliza el «¿Conque Dios os ha dicho…?» de Génesis 3:1.
El hecho de que algunas almas sean turbadas sobre un tema tan claro y tan frecuentemente expuesto como el de la justificación por la fe es la prueba cabal de que el enemigo sigue repitiendo sus ataques. Como lo hizo en el momento de tentar al Señor Jesús en el desierto (Mat. 4:6; Lucas 4:10), se sirve de la Palabra, recordando, por ejemplo, Santiago 2:24: «Veis que por obras es justificado el hombre, y no solo a base de fe». Y Satanás añade: “Tú ves cómo tu conducta deja mucho que desear. ¿Dónde están las obras que has hecho? Tú tienes fe, pero eso no es suficiente, puesto que la Palabra dice que no se es justificado por la fe solamente”.
Se presentan también otros pasajes cuyo sentido es falseado y que, por ello, mantienen la duda en esa alma angustiada. Así Romanos 11:22: «Tú también serás desgajado», o Filipenses 2:12: «Llevad a cabo vuestra salvación con temor y temblor». También es utilizado Hebreos 6:4-6 para hacer creer que el redimido por Cristo puede muy bien perder su salvación y para quitar toda esperanza de restauración a aquellos que han caído en falta. En efecto, ese pasaje dice: «Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y gustaron la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo por sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndolo a la ignominia pública». La persona turbada es así mantenida en una continua inquietud a propósito de su salvación, teniendo siempre temor de que no efectúe bastantes obras para obtenerla o para no perderla.
Haremos dos observaciones: Es peligroso aislar un texto de su contexto y, por otra parte, la Revelación constituye un todo. Acerca de la Palabra dice ella misma: «Los juicios de Jehová son verdad, todos justos» (Sal. 19:9). Esta expresión «todos justos» nos muestra bien que el sentido de un pasaje debe ser buscado de acuerdo con las verdades conocidas del Libro Santo. Estos dos principios deben guiarnos siempre al examinar una porción de las Escrituras.
1 - Justificados ante Dios por la fe
A propósito de la justificación he aquí lo que el apóstol Pablo escribe a los romanos: «Al que no hace obras, pero cree en el que justifica al impío, su fe le es contada como justicia» (Rom. 4:5), mientras que la enseñanza del apóstol Santiago es esta: «Veis que por obras es justificado el hombre, y no solo a base de fe» (Sant. 2:24). Aislados de su contexto, estos dos pasajes parecen contradictorios y esta aparente contradicción es motivo de confusión para muchos.
Hace falta comprender que en esas dos porciones de la Palabra se tratan dos temas muy diferentes. En la Epístola a los Romanos se trata de la justificación ante Dios y en la Epístola de Santiago de la justificación ante los hombres. Dios lee en mi corazón; él puede discernir la realidad de mi fe sin que para eso sean necesarias las obras. En cambio, los que me rodean solo me pueden juzgar a través de mi vida práctica: «Yo por mis obras te mostraré mi fe» (Sant. 2:18).
Un mismo ejemplo –el de Abraham– se escogió en los dos pasajes citados, lo que es notable. Romanos 4 alude a la escena de Génesis 15: «Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas… Así será tu descendencia». Eso es lo que Dios dijo. Es suficiente creer para ser justificado: «Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia» (v. 5-6). Es el versículo recordado en Romanos 4:3, 22, citado igualmente en Santiago 2:23, pero precedido entonces por estas palabras: «Y se cumplió la Escritura que dice…». ¿Cuándo fue cumplida esta escritura? Cuando Abraham ofreció a su hijo Isaac sobre el altar (v. 21). La escena de Génesis 15, durante la cual fue pronunciada la expresión cumplida en Génesis 22, es bastante anterior. Isaac no había nacido entonces. La fe, pues, precede a las obras, las que son solamente la consecuencia y el testimonio de aquella ante el mundo. En Génesis 22 había testigos («dos siervos suyos») aunque no hayan ido hasta el lugar del sacrificio.
¿Cuál es el resultado en cada una de esas circunstancias? Génesis 15: Abraham creyó a Dios. Eso le es «contado por justicia», es justificado ante Dios por su fe. No es cuestión de obras: «Al que no hace obras, pero cree…» (Rom. 4:5). Génesis 22: sus obras manifiestan su fe. Aquí no se dice que eso le fue contado como justicia; son dos mensajes diferentes los que le son dirigidos: «El ángel de Jehová le dio voces desde el cielo…» (v. 11). «Y llamó el ángel de Jehová a Abraham por segunda vez desde el cielo…» (v. 15). ¿Cuáles son esos dos mensajes? El primero: «Ya conozco que temes a Dios…» (v. 12). El segundo: «Por cuanto has hecho esto… de cierto te bendeciré…» (v. 16-18).
Resulta muy claro, pues, que somos justificados ante Dios por la fe. Las obras que somos exhortados a cumplir nada añaden a una salvación perfecta, la cual está fundada sobre el principio de la fe solamente. Ellas manifiestan esta fe a los ojos de los que nos rodean y muestran que vivimos con el temor de Dios (Gén. 22:12; ellas no nos procuran la salvación, pero la bendición en el camino (cap. 22:16-18). Vean todavía, aparte de esos pasajes, Efesios 2:8-10; Tito 3:5-8; Gálatas 2:16.
Añadamos lo que nos dice en otra parte la Epístola a los Romanos a propósito de la justificación. Es Dios quien justifica (cap. 8:30, 33), Dios y no el hombre. ¿Por qué lo hace? Porque es un Dios de gracia: «siendo justificados gratuitamente por su gracia» (cap. 3:24). Pero ¿cómo un Dios justo y santo puede justificar a culpables? En virtud de la obra ejecutada en la cruz: la sangre de Cristo fue vertida y somos «justificados en su sangre» (cap. 5:9). Basta creer eso –«justificados, pues, por la fe» (cap. 5:1)– para tener paz con Dios.
2 - Juntos con Cristo para siempre
El verdadero alcance de Romanos 11 se pierde de vista cuando lo aplicamos a la salvación del alma. Otros pasajes de la Palabra (por ejemplo, la Epístola a los Efesios) nos enseñan que los redimidos por Cristo son vivificados y resucitados con él, que están sentados con él en los lugares celestiales, que la Iglesia es un solo Cuerpo con él. ¿Cómo, pues, podría ser rechazado lo que es uno con Cristo en el cielo? En Romanos 11 se trata de la tierra y no del cielo. La imagen escogida por el apóstol –un árbol– lo muestra bien. Este olivo no representa a la Iglesia, sino a la nación judía, y el otro olivo, el silvestre, a las naciones. Escribe el apóstol: «Pero os hablo a vosotros, gentiles; por cuanto soy apóstol de los gentiles» (v. 13). El Evangelio fue anunciado a las naciones, pero si ellas no perseveran en el temor de Dios, serán cortadas (v. 22), de la misma manera que lo han sido las ramas del buen olivo, es decir, Israel. ¿Podría haber en el Cuerpo de Cristo miembros a los que se les arrancara de él para hacer lugar a otros? ¿Hay en ese Cuerpo alguna diferencia entre judíos y gentiles? ¿No dice el apóstol Pedro a los judíos, hablando de los creyentes de entre las naciones: «Ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos…»? (Hec. 15:9), y ¿no escribe el apóstol Pablo a los efesios: «Porque él es nuestra paz, que de dos ha hecho uno… para crear en sí mismo de los dos un hombre nuevo, haciendo la paz; y reconciliar a ambos en un solo cuerpo» (Efe. 2:14-16)?
No hay, pues, ninguna duda de que en el capítulo 11 de la Epístola a los Romanos no se trata del Cuerpo de Cristo, sino de los judíos y de las naciones, responsables del testimonio de Dios en la tierra. Servirse de esta porción de las Escrituras para afirmar que el creyente que no anda fielmente puede perder su salvación estaría en contradicción con todo el resto de la enseñanza de la Palabra a ese respecto.
3 - La salvación del alma está definitivamente lograda
La explicación de Filipenses 2:12 también ha sido dada frecuentemente. El apóstol no tiene en vista la justificación cuando escribe: «Llevad a cabo vuestra salvación con temor y temblor». En la epístola que envía a los filipenses presenta la salvación como la meta a alcanzar: la liberación al final de la carrera. Como poseemos la salvación sobre el principio de la fe –¿no fue precisamente en Filipos donde él respondió a la pregunta del carcelero?: «Cree en el Señor Jesús, y serás salvo, tú y tu casa» (Hec. 16:30-32)– somos exhortados a obrar en vista de esta liberación final. Es un trabajo incesante, un combate contra Satanás que quisiera hacernos caer en el camino. Sin duda, si tuviésemos que librar ese combate con nuestras propias fuerzas y nuestros recursos únicamente, ¿quién de nosotros podría pretender alcanzar la meta? Pero «Dios es el que produce en vosotros tanto el querer como el hacer, según su buena voluntad» (Fil. 2:13). Así, podemos esperar con entera confianza «la adopción, la redención de nuestro cuerpo» (Rom. 8:23-24). La salvación de nuestras almas está lograda; es la salvación de nuestros cuerpos la que esperamos.
4 - Una fe viva y no una simple profesión de fe
El primer versículo de la Epístola a los Hebreos muestra claramente que ella fue dirigida a creyentes judíos. Dios había hablado a los padres por los profetas; cuando «ha hablado por (o en) el Hijo», su pueblo lo rechazó y lo crucificó. Sin embargo, lo hicieron por ignorancia: «Ahora, hermanos, sé que por ignorancia lo hicisteis» (Hec. 3:17). Entonces les es anunciado el Evangelio y les es predicado el arrepentimiento (v. 19). Pero si, después de escuchar, después de entrar en la profesión cristiana, ellos rechazan a Cristo y vuelven al judaísmo, Dios no tiene otro medio de salvación que ofrecerles.
Eso es lo que el apóstol Pedro dirá después de pronunciar las palabras que acabamos de citar (Hec. 4:12). El considerado pasaje de Hebreos 6:4-5 se aplica, pues, a judíos que han tenido por algún tiempo la apariencia de la profesión cristiana, pero sin tener realmente la vida de Dios. La «buena palabra de Dios» que escucharon, que gustaron, les iluminó; es el mismo caso que el de muchos profesos (los que pretenden ser creyentes, pero que no lo son) en la actualidad. Fueron hechos «partícipes del Espíritu Santo».
Observemos bien que aquí no es empleada la expresión de Efesios 1:13: «Habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo». No se trata del sello del Espíritu Santo, el cual Dios pone sobre sus hijos como una marca de propiedad; es cuestión de personas que se encontraron en la cristiandad, pero que jamás han formado parte del único «Cuerpo» de Cristo (Efe. 1:23; 4:4).
Nada en estos versículos, pues, permite decir que un hijo de Dios pueda perder su salvación y que es imposible que sea conducido nuevamente al arrepentimiento si ha caído. Un creyente que cae no pierde su salvación, sino que pierde el gozo de su comunión con el Señor. Son dos cosas muy diferentes (Lev. 21:21-23).
5 - Conclusión
Sin duda, estamos en tiempos de relajamiento. En muchos sentidos, es útil considerar con atención nuestra responsabilidad. «Ya es hora de despertaros del sueño» (Rom. 13:11-14), y esta exhortación se dirige también a nosotros: «¡Recuerda de dónde has caído! Arrepiéntete y haz las primeras obras» (Apoc. 2:5). Tenemos necesidad de considerar seriamente nuestra marcha individual y colectiva, respondiendo a la invitación que nos ha sido hecha. «Escudriñemos nuestros caminos, y busquemos, y volvámonos a Jehová» (Lam. 3:40). Quizás podríamos dudar de que realmente fuese salvo –solo Dios lee en nuestros corazones– aquel que dijera: “Soy salvo, ¡qué me importa andar fielmente o no!”. Aquel que cree se convierte en uno que ama, porque el amor de Dios es derramado en su corazón, y este amor es manifestado guardando su Palabra (Juan 14:21-23). De esa manera tenemos que mostrar nuestra fe por obras.
Pero, si nuestra salvación dependiese de nuestra marcha, ¿quién osaría pretender ser salvo? Querer despertar la conciencia de los santos adormecidos señalándoles que su salvación puede ser cuestionada porque su marcha no es lo que debería ser, tendría como único resultado turbarles en lugar de despertarles. Nuestra vida está unida a la de nuestro muy amado Salvador: «Porque yo vivo, vosotros también viviréis» (Juan 14:19). De sus ovejas, a las cuales ha dado la vida eterna, él puede decir: «No perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio es mayor que todos; y nadie es poderoso para arrebatarlas de la mano de mi Padre» (10:28-29). Esta salvación, que descansa sobre la obra perfecta de Cristo cumplida en la cruz y que hemos recibido por la fe, no puede sernos quitada. Esta certeza es nuestra felicidad y nuestra paz.
Que ningún hijo de Dios dude de su salvación. Esta descansa sobre lo que Cristo hizo y no sobre lo que nosotros hacemos. Pero que cada uno de ellos manifieste su fe por medio de sus obras, para escuchar esta promesa: «Ya conozco que temes a Dios… de cierto te bendeciré» (Gén. 22:12, 17). Podrá gozar entonces de una comunión feliz con el Padre y con el Hijo: «Vendremos a él, y haremos morada con él» (Juan 14:23). También sentirá toda la felicidad que resulta de la obediencia: «Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor… Estas cosas os he dicho para que mi gozo permanezca en vosotros, y vuestro gozo sea completo» (Juan 15:10-11).