Índice general
Un sumario de la profecía
: Autor Clarence E. LUNDEN 1
: TemaLas profecías (generalidades)
(Fuente autorizada: bibletruthpublishers.com)
1 - Un sumario de la profecía
La esperanza de la Iglesia es la venida del Señor. Como creyentes, no esperamos que sucedan acontecimientos proféticos mientras estamos en la tierra. Nuestro hogar es el cielo, y esperamos al Salvador para nuestra liberación corporal de este presente mundo malo que está hundiéndose en la perdición. Esta esperanza se materializará cuando oigamos el clamor de victoria y seamos arrebatados para reunirnos con el Señor en el aire, para estar para siempre con él en la casa del Padre. A continuación del arrebatamiento de la Iglesia con los santos del Antiguo Testamento, cuando en aquel tiempo todos en Cristo serán resucitados y transformados para estar para siempre en el cielo, la tierra comenzará a sufrir cambios (Apoc. 6).
Durante dos mil años se ha mantenido en suspenso el cumplimiento de la venida a causa del «misterio», hasta que haya entrado «la plenitud de los gentiles» (Rom. 11:25). El apóstol Pablo fue el primero y único en recibir una revelación del «misterio». Todo el período de la Iglesia, incluyendo el juicio del falso cuerpo profeso, es un misterio conocido actualmente solo por el verdadero creyente que tiene la unción del Espíritu. Pablo recibió, por revelación, la verdad de la Iglesia tocante a su carácter, la administración en testimonio durante su estancia en este mundo, y el orden y la conducta en la reunión de la asamblea para doctrina, partimiento del pan, comunión y oraciones, y también su arrebatamiento en asociación con Aquel que como Hombre será Cabeza sobre todas las cosas creadas (Rom. 16:25; Efe. 3:8-9).
Juan estaba dando, por revelación, el futuro establecimiento del gobierno y de la bendición en la tierra mediante la Iglesia. La Iglesia estará asociada con Cristo en gloria administrativa en el trono como aquellos que moran en los cielos. Juan nos muestra también el desarrollo y la culminación de la terrible apostasía y violencia que cierran la historia de la Iglesia incrédula, desobediente, profesante, que es dejada aquí para sufrir la ira de Dios, mientras que la verdadera Asamblea mora en gloria en los cielos, más allá del fragor del retumbar del juicio.
Probablemente, las condiciones de la época en que la verdadera Iglesia haya partido no darán evidencia inmediata de cambio, y las organizaciones religiosas proseguirán de una forma muy parecida a antes. Probablemente habrá agitación al desaparecer la compañía de los creyentes. Indudablemente se emprenderá una búsqueda, para confusión de los que la emprendan. El hecho de que no se hallen cuerpos y que todo haya quedado tal como estaría si los creyentes estuviesen presentes, será desde luego un enigma para los que moran sobre la tierra. Aumentará la observancia externa de las tradiciones a fin de aliviar la conciencia, y la idolatría dará satisfacción externa al corazón agitado y alienado de Dios (Apoc. 9:20).
Parece haber dos esferas sobre las que se centra la luz profética –la romana (occidental) (Apoc. 8:7), y la tierra santa (oriental) (Apoc. 9:1-4). El término tierra incluye tanto la parte occidental como la oriental. Es una expresión moral para establecer la parte de la tierra que tiene una relación conocida con Dios, al menos en cuanto a profesión. Habrá la predicación de un evangelio en la tierra después del arrebatamiento de la Iglesia. Proclamará la venida del Rey, del Mesías de Israel, tan largamente prometido, que reinará en justicia sobre el trono de Su padre David.
Después que haya sido predicado el evangelio del reino (Mat. 24:14), las naciones que se hallan dentro de los límites de las cuatro monarquías, descritas por Daniel en el segundo capítulo de su profecía, quedarán también incluidas junto a Israel en la tierra profética. Será la tierra profética la que será entonces juzgada (Is. 26:9), no todo el mundo geográfico.
De las cuatro monarquías (o bestias) que se mencionan, babilónica, medo-persa, griega y romana, esta última será avivada en los últimos días, cuando se llenará la iniquidad y el pecado, para encabezar una tierra abiertamente opuesta a Dios y a su Cristo. Antes que pueda ser plenamente introducido el día del milenio, caerá lo que queda de estos orgullosos instrumentos del gobierno y de la ira de Dios, como parte de la gran imagen descrita en Daniel 2. La imagen quedará totalmente aplastada por el Hijo del hombre cuando él llegue a tomar su reino en justicia.
El apóstol Pablo escribe acerca de cómo «endurecimiento parcial ha acontecido a Israel hasta que entre la plenitud de los gentiles». El primer cambio para la tierra de parte de Dios será la eliminación de este endurecimiento (Rom. 11:25). Algunos de los judíos, designados como «entendidos» o inteligentes, procedentes de las dos tribus que entonces volverán a Palestina, enseñarán al despertado remanente (Dan. 12:3). El resultado será un testimonio en Jerusalén. Será en este punto, o justo antes, que alguna gran potencia marítima, posiblemente de Europa, asumirá la causa de los judíos, no solo en llevarlos a su tierra en grandes muchedumbres (Is. 18), sino que posiblemente será la misma potencia que concertará con ellos un pacto de protección por siete años (Dan. 9:27). Al concluir los primeros tres años y medio de este pacto, este será quebrantado, acto que introducirá la gran tribulación sobre las dos tribus que han regresado. Los primeros tres años y medio son a veces designados como «principio de dolores».
Al principio, probablemente habrá prosperidad al volver los ricos judíos a su tierra con los tesoros recogidos durante la era cristiana (Is. 2:7), y la civilización florecerá en Jerusalén y sus alrededores (Is. 17:9-11). Surgirá un popular líder con un trasfondo religioso para conducir al pueblo. Poco después, llegará a ser su rey (Dan. 11:36).
Desde el comienzo, habrá un remanente piadoso distinguido de la masa del pueblo. Este remanente no participará del pacto, del culto ni de los sacrificios, siendo el sacrificio de ellos un corazón contrito, que el Señor no despreciará (Sal. 51:17). Surgirán falsos maestros en y alrededor de Jerusalén (Mat. 24:24).
Procedente de Occidente, durante este mismo período, surgirá un gran líder que triunfará en una brillante conquista incruenta (Apoc. 6:2), sometiendo a las naciones de Occidente, al menos por un breve tiempo. La agitación debida al despotismo producirá una forma de guerra civil (Apoc. 6:4), quizá diferente de otras anteriores en que será más caótica y generalizada; se matarán «unos a otros». Esto puede que sea el resultado de diferencias en cuestiones locales como trabajo contra capital, disputas raciales, y, al ir volviéndose las condiciones más duras, por la relajación de la moral, por el placer y el beneficio, siendo estas dos cosas el objeto del hombre caído. El día del placer y del beneficio está ya sobre nosotros. ¡Cuán cercana debe ser la venida del Señor!
Como resultado de un período de prolongadas luchas civiles y de que las energías quedarán consumidas en guerras asoladoras, la agricultura sufrirá. El aumento de población, que ya se ha transformado en un problema, añadirá a un hambre extendida (Apoc. 6:5-6), especialmente entre las clases trabajadoras. Espectáculos terribles acompañados de señales del cielo causarán terror, al extenderse la pestilencia y la muerte por una parte de la tierra profética (Apoc. 6:8).
Nunca ha habido un tiempo en que Satanás no atacare al pueblo de Dios, y el tiempo al que se hace referencia aquí no es ninguna excepción. Se oye a los mártires clamando desde debajo del altar pidiendo venganza contra los que moran sobre la tierra (Apoc. 6:9-10), que son las gentes religiosas que han rechazado el cielo, en lugar de tomar el camino del rechazamiento junto a un Cristo ascendido y glorificado a quien el mundo ha echado fuera. Aquellos que habían sido un pueblo privilegiado, habiéndose apartado de la verdad, caerán víctimas del engaño de Satanás y vendrán a ser los instrumentos en sus manos para perseguir y dar muerte al remanente testificante de los judíos, todos los que de ellos puedan encontrar. A los mártires se les dice que reposen hasta que sus «hermanos» y «consiervos» sean muertos como ellos (Apoc. 6:11).
Al llegar a este punto del desarrollo profético, Satanás será echado del cielo a la tierra, provocando una tremenda convulsión, especialmente en Occidente (Apoc. 12:7-9). No teniendo ya más posibilidad de obrar desde el cielo, sus energías se concentrarán desde entonces en la tierra. Aunque estará personalmente presente para dirigir las cosas, siendo un ángel caído, no será visto. Entrará en la lucha política, reuniendo al imperio Romano, pero en una forma nueva y diferente, nunca antes conocida, con diez cuernos y siete cabezas, las cabezas coronadas (Apoc. 12:3). La cola del dragón (Satanás) arrastrará la tercera parte de las estrellas del cielo al caer a la tierra (Apoc. 12:4). La «tercera parte» designa al imperio Romano, entonces la recién formada coalición de diez naciones, pero sin que todas ellas tengan un rey como más adelante hacia el fin. El arrastramiento con la cola sugiere que estarán bajo un control religioso foráneo, pero dictado por Satanás, no por el cielo (Apoc. 9:15). El terremoto mencionado es este cambio de poder sin precedentes, ahora políticamente de una manera absoluta en manos de Satanás (Apoc. 6:12-14). El fin que Satanás tiene a la vista, y que seguirá, es ser adorado en la tierra. Sin organización eclesiástica, Satanás no tendría instrumentos apropiados mediante los que actuar (Apoc. 17:7).
La iglesia de Roma, llamada la «mujer» en su forma gobernante (Apoc. 17:18), la «ramera» en su forma religiosa corrompida en la que cae y es destruida (Apoc. 17:1-5), será el instrumento maduro y listo para ser empleado por Satanás en la conformación del nuevo orden sobre la tierra poco después que sea echado del cielo (Apoc. 17). La iglesia de Roma siempre ha tratado de influir en los gobiernos, y es precisamente una organización así la que puede ser empleada para hacer llevar a toda la masa de la cristiandad a la idolatría y al culto a Satanás (Apoc. 18:2). Naturalmente, la «ramera» tendrá «hijos», las denominaciones protestantes que abrazarán principios romanistas (Apoc. 2:23). El movimiento ecuménico podría ser una premonición de esto. De esta manera, el mundo político romano será controlado por un gobierno religioso durante una parte de los últimos tres años y medio de los siete años proféticos que deben todavía transcurrir.
Al quedar subvertido el gobierno, los hombres se quedarán sin protección. El temor de lo que va a sobrevenir a la tierra abrumará de tal modo a los hombres que serán llevados a la desesperación, pidiendo a las peñas y a los montes que caigan sobre ellos para ocultarlos de la ira del Cordero (Apoc. 6:16). El terror abrumará la tierra occidental que estuvo en el pasado en posesión de las más preciosas verdades, y que, si son creídas en el corazón, no solo ocultan el alma de la ira de Dios, sino que llevan al más vil pecador a Su eterno favor por la fe, dando paz ya ahora en medio de un mundo angustiado (Hec. 10:36). Pero en el tiempo al que aquí se hace referencia ya no habrá para ellos oportunidad de misericordia. El remordimiento y el terror lucharán por dominar el corazón humano.
Pero la ira del Cordero no habrá llegado aún. Se trata del lejano tronar de un juicio tan terrible que, si no fuese que los días serán acortados, ninguna carne sería salva (Mat. 24:22). Alguna carne será salva; y en el intervalo, antes del anuncio de más duras calamidades, somos invitados a ver qué está haciendo Dios para ensalzar Su gran nombre (Apoc. 7). Ciento cuarenta y cuatro mil de los hijos de Israel (un número simbólico), así como una gran compañía de gentiles que nadie podía contar, de todas las naciones, son presentados como los trofeos de la gracia de Dios para salir de la gran tribulación y tener un puesto especial en el reino. Estos gentiles puede que sean los mismos que las ovejas de Mateo 25, que han creído a los predicadores judíos que saldrán a todos los gentiles de la tierra profética antes que venga el «fin» (Mat. 24:14). Las oraciones de los mártires, anteriormente mencionados, serán entonces llevadas al cielo, lo que precipitará los siguientes y abrumadores juicios (Apoc. 8:3-5).
Las ocho almas de los días de Noé prefiguran a los que no solo serán salvados para constituir la nueva tierra del milenio sino también a los que poblarán la tierra en el estado eterno (1 Pe. 3:20).
Si en el tercer sello la clase trabajadora sufrió el hambre, aquí los grandes de la tierra, el capital, las clases altas, caen bajo el juicio, y sus bienes caen con ellas. Supongo que se les hace sentir cuán pequeño realmente es el hombre cuando Dios quita Sus bendiciones diarias por las cuales el hombre muestra tanta ingratitud. Toda soberbia será abatida.
El siguiente juicio dentro de la tierra romana tiene que ver con un gran poder (una montaña) echado a las masas del pueblo, volviéndolo a la apostasía (Apoc. 8:8-9). (La apostasía es el abandono de una posición que se conoce o se profesa.) El comercio llega entonces a su fin. ¡Qué terribles condiciones se apoderarán de la tierra! La «estrella» que se ve caer podría ser el abandono de toda relación con Dios, incluso en profesión externa, por parte de un líder popular del mundo occidental (Apoc. 8:10-11). Este poder apóstata asume el control, lo que afecta a las mismas fuentes y canales establecidos de vida y bienestar dentro del imperio. Por medio de la influencia popular, la apostasía vendrá a ser parte de la administración gubernamental, afectando al final el comprar y el vender (Apoc. 8:12).
El juicio que alcanza a los gobernantes, y que se extiende a los poderes más subordinados, infundiendo la apostasía como verdad, y el culto a Satanás como si fuese Dios, exhibe el gran engaño que está teniendo lugar. El hombre quedará sin una apropiada dirección, y no habrá ni inspiración ni dirección en su vida privada. Las naciones que forman parte de la tierra romana, con sus líderes, se habrán apartado de Dios a Satanás, y la gran masa del pueblo los seguirá en este camino. ¡Qué emocional superstición se apoderará finalmente del llamado mundo cristiano!
En el Este, un líder religioso posteriormente designado como el Anticristo asumirá el control del pueblo apóstata de Judá y de Benjamín, que habrá vuelto a la tierra (Apoc. 9:1-11). El primer ¡ay! presenta el sometimiento de este líder a las entenebradas influencias de la morada de Satanás, encerrando como en una red religiosa a la masa de los judíos apóstatas, no sellados. La luz del cielo habrá desaparecido –¡qué tinieblas caerán! «si, pues, la luz que en ti hay son tinieblas, ¡cuán grandes serán las tinieblas!» (Mat. 6:23).
Los instrumentos empleados en juicio sobre las llamadas naciones cristianas de occidente no serán otra cosa que las fuerzas del ateísmo, que son entonces contempladas cruzando el Éufrates para atacar al imperio romano desde oriente (Apoc. 9:12-21). Tanto la espada como el veneno de la serpiente se dejarán sentir en occidente, llegando hasta dentro del imperio. Esto consolidará la confederación judía y occidental como un solo frente contra el enemigo oriental. No sabemos hasta donde alcanzarán los efectos de este ataque, pero será suficiente para cerrar la brecha entre el imperio romano y la población en el área de Palestina. Dios traerá a las naciones contra el pueblo judío profeso. El asirio comenzará sus actividades que finalmente lo llevarán también al juicio. Este abrumador poder del norte y del oriente no hará volver a los súbditos romanos de sus idolatrías.
Se ve una bestia surgiendo del mar y corriendo su carrera durante cuarenta y dos meses. De este modo quedará establecido el escenario para lo que sigue, el surgimiento de las dos bestias en sus actos finales de blasfemia. La primera bestia es vista ascendiendo del abismo, y su poder procede ahora directamente de Satanás (Apoc. 11:7). Es en su última forma un emperador con diez reyes coronados subordinados a él. Bajo esta forma, la bestia acude a asumir el control completo de la tierra y para ser adorado, finalmente como supremo sobre todos (Apoc. 13:4). Usurpa el derecho de Dios y de su Cristo.
De las cuatro monarquías, la primera con la cabeza de oro fue la más gloriosa desde la perspectiva de la tierra (Dan. 2:37-39). Pero la última, la romana, es la que ejercerá el mayor y más cruel poder, pero solo por un poco de tiempo (Dan. 7:19-21). Sin embargo, incluirá toda la crueldad simbolizada por las otras monarquías.
La segunda bestia de Apocalipsis 13 surge de la tierra (Apoc. 13:11), y su carácter es como poseyendo dos cuernos como de cordero, imitando a Cristo como profeta y rey. Es llamado «rey» por el profeta Daniel (Dan. 11:36), y usurpa el puesto de Mesías, engañando a toda la tierra.
Los dos malvados instrumentos de Satanás, las dos bestias, surgirán en su última forma blasfema durante los juicios de la tribulación para intentar oponerse a la venida del reino del Hijo del hombre. Al ver el profeta al Cordero de pie en el monte Sion con los «ciento cuarenta y cuatro mil» (Apoc. 14:1), el ángel con el evangelio eterno llama a todos a dar la gloria a Dios, porque ha llegado la «hora» de Su juicio. Serán estos dos malvados instrumentos los que llevarán a su punto culminante la gran apostasía de los judíos y de la falsa iglesia. Entonces habrá el culto directo a la bestia por medio del engaño impuesto por el falso profeta, lo que atraerá el juicio procedente del templo de Dios (Apoc. 16).
El testimonio público en Jerusalén cesará donde el anticristo ejerce su influencia, porque los dos testigos son muertos por la primera bestia.
Ahora, durante «una hora» (Apoc. 17:12), todos estarán en manos de la bestia romana, con los diez reyes y el anticristo judío. Los diez cuernos pasarán al frente y junto con la bestia derribarán a la «mujer», quitándole su poder político, dejándola solo como una «ramera», para que venga a ser morada de demonios. Poco después, será totalmente destruida por los diez cuernos y por la bestia.
Este arrebatamiento de poder gubernamental a la iglesia de Roma es mencionado en la Escritura como cayó «Babilonia». Luego viene a ser morada de demonios. Este será el estado de la iglesia profesa justo antes de su destrucción final. Los diez cuernos han formado parte del imperio romano, pero estarán coronados y en actividad al sacudirse el poder gubernamental papista y al dar su poder a la bestia, cuando esta asuma el carácter como ascendiendo del abismo. Al dar su poder a la bestia, pueden juntos atacar al Cordero cuando Él sale del cielo para establecer su reino.
El poder de Satanás se manifestará primero en corrupción bajo la falsa iglesia apóstata, y luego en violencia bajo la bestia surgida del abismo. La otra bestia que surge de la tierra seguirá a la primera, como ya se ha indicado antes (Apoc. 13:11).
La falsa iglesia, con el título de la «gran Babilonia», será entonces totalmente destruida.
No es sorprendente que Juan quede sobrecogido de asombro al contemplar el terrible fin de aquello que había sido antes la depositaria de la más alta verdad que Dios jamás diese al hombre –de lo que Juan era apóstol (Apoc. 17).
Después que el primer grupo de mártires judíos sean muertos (Apoc. 6:9), habrá mártires gentiles que no recibirán la marca de la bestia ni la adorarán (Apoc. 15:2). Estos dos grupos, junto con los dos testigos que fueron muertos, serán resucitados y llevados a su reposo y recompensa (Apoc. 14:13).
Después de la inmisericorde tiranía de la última cabeza del imperio romano reavivado (Apoc. 16:8), el reino de la bestia comenzará a resquebrajarse, sus propósitos a frustrarse, y su territorio comenzará a ser cercenado por las hordas procedentes de oriente (Apoc. 16:10). Desesperada, concentrará sus ejércitos y marina cerca de Jerusalén para la lucha con las naciones del este y del norte que se han reunido en Armagedón para la última batalla (Apoc. 16:12, 16). Desde sus naves afligirá a Asur y a Eber (Núm. 24:24).
El cielo se abrirá entonces y vendrá el Hijo del hombre como el Cordero, con un cortejo siguiéndole, puros y resplandecientes, todos ellos montados en caballos blancos (Apoc. 19:11-15). Pero Él estará recubierto de una vestidura bañada en sangre, con Sus ojos como llama de fuego, y sobre Su cabeza muchas diademas. Es el Cordero, y él solo, quien ejecuta el juicio sobre sus enemigos, aquellos que han pisoteado su sangre y que no han recibido el amor a la verdad para ser salvos. La bestia y el falso profeta serán tomados sin juicio y echados vivos al lago de fuego (Apoc. 19:20). En esta gráfica descripción en Apocalipsis 19:18, «todos, libres y esclavos, pequeños y grandes», son mencionados como muertos por la espada de Su boca.
Al mismo tiempo que viene «como ladrón» (Apoc. 16:15), se muestra «temible es a los reyes de la tierra» (Sal. 76:12). Todos los que acuden a la batalla de Armagedón y se oponen al Cordero al salir él del cielo serán aplastados en una terrible venganza cuando él afila su resplandeciente espada. Los rebeldes que se unen a la bestia y al falso profeta serán muertos en la repentina venida del Cordero desde el cielo. El día del Señor habrá entonces comenzado. Estos reyes parecen desaparecer de la escena y ya no se vuelven a mencionar (Sal. 83).
La venida del Cordero del cielo será algo misterioso, como ladrón en la noche. Es la singular venganza que caerá sobre los que habían desafiado abiertamente sus celestiales derechos sobre todo. El hombre de pecado se sentará en el templo de Dios haciéndose pasar por Dios (2 Tes. 2:3-4). Esto será un desafío directo a Dios. El Cordero hace frente a este reto como un rayo. Viene como ladrón en la noche. Sin advertencia, excepto su Palabra dada antes, mata repentinamente con la espada de su boca a los seguidores de la bestia y del falso profeta.
El Señor usará ángeles para limpiar su reino de todo lo que ofende. Esta purificación comenzará en Jerusalén, porque Jerusalén tuvo la mayor luz. Cada nación de la tierra profética sentirá el ardiente aliento de la ira del Cordero, y también los de fuera que se inmiscuyan con su pueblo, que es ahora objeto de su misericordia. Pero antes de poder mostrar misericordia, ha de disciplinar a su pueblo. Su vara para el castigo en los tiempos antiguos fue Asiria, y el Asirio volverá a ser empleado, junto con las otras naciones del Salmo 83, para poner a su pueblo de rodillas. Egipto intentará interceptar el primer ataque del asirio, pero es echado atrás y tomado (Is. 20). Cuando Jerusalén quede totalmente humillado y los sacerdotes y los ancianos estén llorando entre el porche y el altar clamando por misericordia, entonces Dios quitará al asirio, o ejército del norte (Joel 2:17-20) e introducirá la bendición, derramando su Espíritu en medio de ellos.
Con esto, la tierra quedará rápidamente limpia. «el Señor ejecutará su palabra en la tierra, acabándola y acortándola» (Rom. 9:28). Los enemigos dentro serán echados de la tierra, al volver Judá primero para gozar de la bendición del Señor que enriquece y que no añade ningún dolor. Así, la presente edad quedará clausurada en juicio (Jer. 25:30-33).
Los pies del Señor se afirmarán sobre el monte de los Olivos (Zac. 14:4). Esto no será como cuando fue visto viniendo del cielo para aplastar a sus enemigos. ¡No! Esto será el comienzo de la nueva era. Esta venida será introducida por la plácida manifestación de Sí mismo –«este Jesús» de Hechos 1:11. No es necesariamente la exhibición de sus manos y de sus pies como más adelante, sino una sosegada supresión del velo, similar a la primera vez que José se dio a conocer a sus hermanos (Gén. 45). Todos los demás recibieron orden de salir. Este desvelamiento los turbó. Más tarde, cuando su padre Jacob murió y estaban viviendo en Gosén, y habiendo reflexionado profundamente acerca de su conducta para con José, quedaron totalmente restaurados (Gén. 50:15-21). Reconocieron a aquel que había descendido por ellos a la muerte, para poder ir por adelantado y preservar la vida.
Los 1290 días mencionados en Daniel 12:11, con 30 días adicionales sobre los 1260 días relacionados con la gran tribulación, dan inicio a la nueva era. Habrá aún otro breve período de 45 días antes que la indignación sea quitada de toda la nación, que mientras tanto está regresando a la tierra por fe. El gran asirio, mencionado como Gog en Ezequiel 38:17-18, ha de volver aún a Jerusalén para ser destruido antes que Sion pueda ser fundada. Las doce tribus volverán antes que el asirio ataque Jerusalén por segunda vez (Is. 10:24-34).
Dios reunirá a todas las naciones de la tierra profética a Jerusalén para la batalla, para poder derramar su indignación sobre ellas (Sof. 3:8). Esta vez la vara va más allá de lo que Dios ha ordenado y tratará de tomar posesión de la tierra amada (Hab. 1). Como enemigo, Gog acude como una nube, y el Señor planta Su tienda alrededor de Su casa (Zac. 9:8), y Su pueblo estará allá morando en seguridad (Ez. 38:10-18), siendo Jehová su confianza. Gog reunirá a toda la tierra como los peces son recogidos en una red –quizá el comunismo (Hab 1:15). Las doce tribus que ahora han regresado tendrán primero miedo y acudirán a Egipto para pedir ayuda (Is. 31:1), pero finalmente oirán a los maestros que les serán enviados (Is. 30:18-21), y se resignarán a confiar en Jehová. Cuando el asirio ataque, Jehová será la paz (Miq. 5:5).
Las naciones atacantes se reunirán probablemente en círculo alrededor de Jerusalén (Joel 3:15; Zac. 12:2-3). Gog acudirá desde el norte; Edom, al sur, ha sido responsable de esta confederación de naciones. Al tener lugar la batalla, el Señor rugirá desde Sion contra Gog y toda su hueste. Subirá el furor en el rostro de Jehová. Los medios empleados serán fuego, pestilencia y espada, y el asirio, Gog, caerá sobre los montes de Israel. Se necesitarán siete meses para sepultar a los muertos –y siete años para quemar la madera– procedentes de la batalla. Este juicio de las naciones en Jerusalén se extenderá hasta trescientos kilómetros a Edom (Abdías).
En este conflicto final que decide la controversia de Sion, Jehová habrá de aparecer en su gloria judicial. Entonces se establecerá el trono de su gloria (Is. 14:32) y todo ojo le verá. «Y mirarán a mí, a quien traspasaron» (Zac. 12:10), y habrá un gran lamento como jamás lo ha habido, al darse cuenta de que ellos fueron quienes causaron las heridas. Este es el día de la expiación (Sal. 130). Él exhibirá su Iglesia delante de todos, como identificada con él como su esposa.
Al tener lugar la restauración de todas las cosas, introduciendo el día del milenio, cambiará la inclinación de los seres de la creación. El león comerá paja como el buey, el niño jugará con la serpiente (Is. 11:1-9; 65:17-25). El Espíritu será derramado entonces. La tierra será distribuida, de modo que cada tribu tendrá su heredad tocando directamente el mar Mediterráneo; algunas de ellas lindarán con el río Éufrates en el este (Ez. 48). Desecha la maldición, la vegetación florecerá (Amós 9:13). Satanás y todas sus huestes quedarán encadenados por mil años (Is. 24:21-22). El reposo, la paz y la prosperidad llenarán aquel plácido reino, extendiéndose hasta que la tierra quede cubierta del conocimiento de Jehová como las aguas cubren el mar (Is. 11:9).
Al final del período del milenio de reposo y esplendor, Satanás será soltado para la última prueba del hombre. Miríadas de los que han estado aceptando las bendiciones de aquella era de bondad pero que nunca han aceptado personalmente a Jehová como Rey y Salvador seguirán a Satanás al engañar a todos los que no son de recto corazón, y los llevará a atacar la ciudad amada. Fuego del cielo pronto termina con ellos, mientras que Satanás es echado para siempre al lago de fuego (Apoc. 20:7-10).
Llegará entonces el momento para el tercer establecimiento del trono. El primero tuvo lugar para recompensar a los santos celestiales y para proveerles de vestiduras limpias y resplandecientes (2 Cor. 5:10; Apoc. 19:8), el segundo para disponer el reino sobre la tierra por mil años (Mat. 25:31), y esta vez será para juzgar a los muertos (Apoc. 20:11). ¡Qué solemne tribunal será! No habrá posibilidad de réplica, sino que se pronunciará la sentencia, y esta de boca de Aquel que hubiese podido ser su Salvador para liberarles de esta eterna condenación. Serán lanzados al lago de fuego (Apoc. 20:15).
Aparecerán en el horizonte un nuevo cielo y una nueva tierra. Todas las cosas serán hechas nuevas, y ya no habrá más mar (Apoc. 21:1-8). La ciudad celestial se posará sobre la tierra. Dios mismo enjugará todas las lágrimas; el dolor y el clamor se desvanecen al pasar las cosas primeras. En el cielo, todas las diversas familias, cada una de ellas en su puesto, gozarán de la bondad de un Dios que honra a aquellos que honran a su Hijo, inclinándose por la gracia a su Palabra (Efe. 2:7). La esposa, ahora con Cristo como Hombre, comparte para siempre la honra del Hijo en su hogar en la casa del Padre, mientras el Padre derrama su excelsa bondad sobre los hijos en su seno (Efe. 3:21).
Quizá seas un joven en la escuela, un padre joven o una persona anciana. ¿Cuál es tu expectativa, tu destino –el cielo o el infierno? ¿Estarás en aquella luz inmaculada, o te encontrarás donde el gusano (la conciencia) no muere y donde el fuego (el castigo eterno) no se apaga jamás? (Marcos 9:44). Tu elección ya está hecha en este mismo momento, porque este momento es todo lo que tienes a tu disposición. Sé sabio y actúa para tu bien eterno, «antes que la cadena de plata se quiebre, y se rompa el cuenco de oro, y el cántaro se quiebre junto a la fuente, y la rueda sea rota sobre el pozo» (Ec. 12:6). Él está a la puerta y llama. ¿Abrirás la puerta, para que Cristo pueda entrar?
Que estas breves meditaciones acerca del destino final sirvan para despertar cada corazón a la conciencia de la solemnidad de la vida y a la importancia de las decisiones que vamos tomando, paso a paso a lo largo del camino, hasta que entremos en las escenas donde todas las cosas son de Dios, donde él nos ha reconciliado consigo para siempre, si estamos descansando en la obra consumada de Cristo, el eterno Hijo de Dios.
2 - El libro abierto
El Apocalipsis, con sus terribles premoniciones, llegará a su punto culminante al salir el Cordero del cielo seguido de su cortejo, todos montados en caballos blancos, con el propósito de tomar venganza de sus enemigos y establecer su reino. Todos los que rehúsen al Cordero como su Salvador, caerán bajo su ira.
A continuación de las profecías simbólicas del capítulo nueve de Apocalipsis, Juan ha de profetizar otra vez a muchas naciones, pueblos, lenguas y reyes. Esta profecía, que comprende once capítulos (cap. 10-20), y en la que los capítulos 10 y 11 forman un paréntesis, trata de aquellos a los que les será proclamado el evangelio eterno, y que serán los mismos que estarán bajo la bestia durante la crisis.
Los primeros nueve capítulos (10 al 18) establecen de manera secreta el escenario para la crisis. En estos capítulos todo es simbólico, cubierto de un misterio que solo puede ser desentrañado por los que están en comunión con la mente de Dios. Sin el libro abierto todo es un enigma; todo es un misterio para el mundo hasta que Dios ha hecho todo por recuperar a su criatura (Apoc. 9:20-21).
Un poderoso ángel con su pie derecho sobre el mar y su izquierdo sobre la tierra clama con gran voz que no habrá más demora, sino que al sonar la séptima trompeta se consumará el misterio de Dios. En esta sazón, el Hijo del hombre, según el Salmo 2, pedirá su herencia de las naciones, con vistas a tomar su propio trono sobre la tierra (Sal. 110).
Habiéndose descorrido la cortina, salen los instrumentos de Satanás, retando los derechos de Cristo tocante a las naciones. La bestia, habiendo recibido el trono de Satanás y gran autoridad, extenderá su control sobre las naciones de la tierra profética, rigiendo tiránicamente hacia el fin. Babilonia cae entonces.
El resultado será una total apostasía sobre la tierra profética, excepto aquellos que han recibido el evangelio del reino, siendo que el falso profeta hará levantar la imagen de la primera bestia y exigirá que todos adoren a la bestia y lleven su marca, con pena de muerte en caso de desobediencia. Este aparente triunfo de los malvados será efímero.
Habiendo sido resucitados todos los mártires para la bendición, las bodas y la cena del Cordero encuentran al cielo en la condición que será gozada durante el reinado de mil años de Cristo. La tierra tiene aún que ser preparada para este reinado.
Al salir el Cordero del cielo con su cortejo, la bestia atacará junto con los reyes confederados con ella, lo que resultará en que la bestia y el falso profeta serán lanzados al lago de fuego.
La cosecha de la tierra y la vendimia introducirán el establecimiento del trono del Hijo del hombre, y Satanás quedará encadenado por mil años.
El milenio termina con Gog y Magog destruidos cuando Satanás será dejado suelto por un breve tiempo. El primer «Gog y Magog» son anteriores al milenio.
Al llegar el momento para el juicio final, justo antes de la introducción del estado eterno, Satanás y todos aquellos cuyos nombres no sean encontrados en el libro de la vida del Cordero serán lanzados al lago de fuego.
El capítulo catorce da una cronología de los acontecimientos de la crisis del libro abierto.