Pepitas de oro


person Autor: John Nelson DARBY 45

(Fuente autorizada: creced.ch)


Los fragmentos que se hallarán en cada número de la revista durante dos años han sido recopilados de las meditaciones y la correspondencia de un fiel siervo de Cristo: John Nelson Darby. El propósito principal es, en efecto, la persona de Cristo considerada bajo muchos aspectos y adaptada a las necesidades de las almas. Solo el Espíritu Santo podía darnos este gran desarrollo de la verdad revelada en la Palabra; pues, como lo dijo el mismo Señor al hablar del Consolador que Él iba a enviar de parte del Padre: «él dará testimonio acerca de mí» (Juan 15:26). Podemos comparar los extractos contenidos en estas páginas a pepitas de oro; para que el lector aprecie su valor, deberá examinarlas y considerarlas cuidadosamente.

1 - La gracia

«El Dios de toda gracia» (1 Pe. 5:10).

• ¿Cuándo se elevará el corazón del hombre, aunque solo sea con el pensamiento, a la altura de la gracia y de la paciencia de Dios?

• El amor en Dios, no algún atractivo en el hombre pecador, explica la rebosante liberalidad de su aceptación en Cristo.

• La manera en que el hombre natural comprende la misericordia no se centra en el hecho de que Dios quita el pecado por medio del sacrificio expiatorio del Señor Jesús, sino en que trata el pecado con cierta indiferencia: ¡Eso no es la gracia!

• Nada se regala en «la provincia apartada» ni aun las algarrobas que comen los cerdos. Satanás todo lo vende y a un precio muy elevado. El precio es nuestra alma. Se necesita comprar todo. El principio del mundo es este: «nada es gratuito». Para encontrar a alguien que dé, hace falta venir a Dios.

• La gracia no conoce fronteras, ni límites. Por más culpables que seamos (y no podemos ser peores), no obstante, Dios es amor para con nosotros.

• Su gracia es siempre más incomprensible para mí. Por el hecho de que Cristo llegó a ser Hombre, esta gracia se liga de una manera tan sorprendente a todas las fibras y a todas las necesidades de nuestros corazones, que nos lleva a una condición que nadie puede conocer sin encontrarse en ella. Sin embargo, en esta posición, no somos nada, aunque unidos a Aquel que lo es todo. Ahora bien, no ser nada, es un estado precioso entre todos.

• La ley puede torturar nuestra conciencia, pero la gracia nos humilla.

• «Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom. 5:8). Encontramos dos verdades en este pasaje: primero que el pecador está sin fuerzas y sin recursos; luego, que Dios está a favor de él. Al igual que el hijo pródigo, dilapidó todos sus bienes; por eso, cuando volvió en sí y se disponía a regresar a su padre, no tenía nada que llevarle. Todos sus bienes, como los de un marinero náufrago, habían sido arrojados por la borda, todo se fue a merced de las olas; él mismo, luchando contra las oscuras oleadas, es arrojado sobre la playa, agotado, desposeído, sin tener nada. ¡Pero, alabado sea Dios, en medio de nuestra angustia, en esta playa lo encontramos a Él; y está allí para nosotros! Además, sabemos que no seremos rechazados y que podremos contar con todas las bendiciones que Dios tiene para darnos. «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?» (Rom. 8:32).

• Lo que me da el sentimiento de la enormidad del pecado, es lo inconmensurable de la gracia que lo quitó.

• «Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús» (Efe. 2:7). Es así como los ángeles, que son «los principados y potestades en los lugares celestiales» (Efe. 3:10), aprenderán a conocer las abundantes riquezas de su gracia. ¡Verán al pobre malhechor (Lucas 23:40-43), a la mujer de la ciudad que era pecadora (Lucas 7:37) y también a nosotros, en el mismo lugar y en la misma gloria que el Hijo de Dios!

• La palabra del Maestro: «Buen siervo y fiel» (Mat. 25:21), resuena como dulce melodía en los oídos del redimido, pero sobre todo es apreciada por aquel que sabe que solo la gracia puede darnos uno u otro de esos caracteres.

2 - La Palabra de Dios

«La palabra del Señor permanece para siempre» (1 Pe. 1:25).

• En estos últimos días, en los que injuriosamente se pone en duda la Palabra de Dios, es precioso pensar que un solo versículo de las Escrituras era suficiente para el Señor como autoridad, y le bastó para hacer callar absolutamente al diablo.

• Las nuevas interpretaciones de las Escrituras no me gustan; la crema de la leche se encuentra en la superficie.

• La Palabra de Dios es en sí misma su propia prueba y tiene su propio poder, aunque, seguramente solo el Espíritu de Dios puede aplicarla al corazón. Tan solo andando con Dios podemos probar toda la dulzura de esta Palabra y alimentarnos de ella. Creo que, bajo este aspecto, el Espíritu de Dios es un Guía cierto y, si lo tiene a bien, puede darnos pensamientos seguidos, un don continuo; pero, para que ríos de agua viva corran de nuestro interior, nos hace falta ir a beber de la fuente porque tenemos sed.

• Detengámonos y preguntémonos: ¿En qué se ocupó hoy mi mente? ¿Qué he buscado? ¿La palabra de Cristo ha morado ricamente en mí? ¿Quizás hemos estado ocupados en política o en novedades de nuestra ciudad o en nuestros propios asuntos? La palabra de nuestro propio corazón o la obra de nuestra propia mente, ¿han llenado la mayor parte de nuestro día? No era, pues, «Cristo».

• Es muy peligroso querer ocuparse de la Palabra haciendo abstracción del Espíritu Santo. No conozco nada que nos separe más de Dios que el hablar de la verdad sin tener comunión con Él.

• Dios no manifiesta sus pensamientos a los «sabios» y «entendidos», sino a los «niños» (Mat. 11:25). El poder de la mente humana aplicada a las cosas de Dios, no es lo que recibe de Él bendición; solo el espíritu de un niño «nacido de nuevo» que desea ardientemente «la leche espiritual no adulterada» (1 Pe. 2:2) encuentra la bendición. La inteligencia más desarrollada debe acercarse a la Palabra de Dios como el niño recién nacido.

• No hay ninguna palabra en el libro de Dios por la que nuestras almas no puedan ser alimentadas.

• Estudie la Palabra con oración. Busque al Señor en ella y no el conocimiento; este también se le otorgará, pero el corazón sigue la correcta dirección cuando busca al Señor.

• Yo creo, querido hermano, que usted ha estudiado demasiado la Palabra, pero que la ha leído muy poco. Me he dado cuenta muchas veces, de que en esto debo ser prudente. Es la enseñanza de Dios y no el trabajo del hombre lo que nos hace entrar en los pensamientos y los designios de Dios revelados en su Palabra. No quisiera que nadie vaya a suponer que yo no deseo que esta sea muy estudiada, pero mi ardiente deseo es que ella sea leída con Dios.

• Hay un Hombre que conoce la verdad, porque él es la verdad, un Hombre satisfecho de la Palabra escrita: es el Señor. No hay artimaña de Satanás que la Palabra de Dios no pueda hacer fracasar.

• Cuando esta corta vida haya terminado, solo quedará lo producido por la Palabra de Dios.

3 - El Espíritu Santo

«Otro Consolador» (Juan 14:16).

• Permítame preguntarle cómo trata usted a este Divino huésped. Ahora hablo con reverencia de la presencia de Dios. ¿Cuántas veces piensa usted a lo largo del día que su cuerpo es templo del Espíritu Santo? Si el soberano del país en el que residimos viniese a habitar bajo nuestro techo por algunos días, ciertamente que su presencia absorbería todos nuestros pensamientos. ¿Hacemos lo mismo con el Espíritu Santo que mora en nosotros? No pensamos en esto muy a menudo; pero lo recordamos si hacemos todas las cosas en vista de agradar al Señor.

• La presencia efectiva del Espíritu Santo sacrifica el egoísmo y nos libera de la ocupación en nosotros mismos, en el camino que recorremos, pues nos llena de un solo objeto: Jesús.

• Ahí donde la vida en la carne termina, empieza la del Espíritu; y prácticamente en la medida que la carne se considera muerta, tenemos poder para manifestar la vida del Espíritu.

• Poseer el Espíritu Santo es una cosa, estar lleno del Espíritu Santo es otra. Cuando Él es la única fuente de mis pensamientos, estoy lleno del Espíritu Santo (Efe. 5:18). Si Él posee mi corazón, tengo poder para hacer callar lo que no viene de Dios, para guardar mi alma del mal y para dirigirme en todas las actividades de mi vida y de mi conducta.

• Muchas veces necesito reprensión, pero la carne no puede corregir a la carne; y esta no se someterá a la carne de otro. Sin embargo, si verdaderamente ando en el poder del Espíritu, tendré la autoridad de Dios según mi medida, y Satanás deberá ceder al Espíritu.

• Si alguien habla en la iglesia y habitualmente su acción no edifica, creo que hace falta pararlo. Nunca he podido comprender que la Iglesia de Dios pueda ser el único lugar en el cual la carne tenga la libertad de obrar sin ser reprimida; es una locura pensar que así debe ser. Deseo que la más plena libertad le sea dada al Espíritu, pero ninguna a la carne.

• El Espíritu rebosa como «ríos de agua viva» del alma en la cual mora (Juan 7:38), y su abundancia fluye hacia todo lo que le rodea, ya sea una tierra fértil o una árida arena; pero, sea como fuere, el propio carácter del Espíritu en su naturaleza y su poder consisten en brotar sin cesar.

• Deberíamos ser capaces de confundir a todos los enemigos, no por la sabiduría, la inteligencia o el conocimiento humanos, sino por el poder del Espíritu. Aunque otros no crean en la Palabra de Dios, no dejaré la espada del Espíritu porque otros piensen que esta no cortará. Yo sé que ella es más cortante que toda espada de dos filos (Hebr. 4:12), por eso la utilizo.

• Cuando una persona no está llena del Espíritu de Dios, que da poder a la verdad en su corazón y claridad a su visión moral, el poder seductor del enemigo lo engañará. Tan insumisa como sea respecto a la verdad, ella ama lo maravilloso, pero le falta el santo discernimiento, porque desconoce la santidad y el carácter de Dios. No posee la estabilidad de un corazón que tiene el conocimiento de Dios como tesoro, que sabe que todo lo tiene en Él y que no necesita otras maravillas.

4 - Las perfecciones de Cristo

«…y todo Él codiciable» (Cant. 5:16).

• El Señor Jesús es en sí mismo el resumen de toda belleza y perfección.

• ¿Cómo fue la vida de este Jesús, el «varón de dolores, experimentado en quebranto»? (Is. 53:3). Una vida de activo trabajo en la oscuridad, haciendo penetrar el amor de Dios hasta los más escondidos rincones de la sociedad, en todas partes donde mayor era la necesidad. Esta vida no se ponía al abrigo de las miserias del mundo, sino, ¡maravillosa gracia!, hacía penetrar allí el amor de Dios.

• Mientras que la primera acción de Adán es la de hacer su propia voluntad, Cristo aparece en este mundo de miseria, ofreciéndose en amor para hacer la voluntad de su Padre. El Señor vino al mundo, despojándose a sí mismo. Por un acto de consagración a su Padre, vino hasta nosotros a fin de que, por mucho que le costara, Dios fuera glorificado.

• Adán fue culpable del único acto de desobediencia que pudo cometer. Pero Aquel que disponía de todos los recursos de la potestad, utilizó esta solo para manifestar un servicio más perfecto y una dependencia mayor. ¡Qué precioso es para nosotros el espectáculo de los caminos del Señor!

• Cuanto más fiel era el Señor, tanto más era despreciado y contradicho; cuanto más humilde se mostraba, menos estimado era. Pero todo esto no cambiaba en lo más mínimo sus designios; pues todo lo hacía para Dios solamente. Ya en relación con las multitudes, con sus discípulos o con los que lo acusaban con injusticia, nada cambiaba la perfección de sus caminos, porque Él, en toda circunstancia, lo hacía todo para Dios.

• El Hombre Jesucristo, «crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres» (Lucas 2:52). Siempre fue el siervo de cada uno. Lo primero que me llamó la atención, cuando leí los evangelios fue: ¡He aquí un Hombre que nunca hizo algo para sí mismo! ¡Qué milagro hallar aquí abajo semejante Hombre! Dios era su única porción.

• Los evangelios nos hacen conocer a Aquel en quien no había egoísmo alguno. Nos abren su corazón, siempre accesible a todos. Aunque su sufrimiento fuese profundo, siempre pensaba en los demás. Podía advertir a Pedro en Getsemaní y llenar de certeza al malhechor arrepentido crucificado a su lado. Su corazón estaba por encima de las circunstancias; jamás se dejó influenciar por ellas, sino que siempre las atravesaba según la voluntad de Dios.

• La autosatisfacción, el ensalzamiento y la propia voluntad, suelen ser siempre la fuente de las obras del hombre. En nuestro precioso Salvador, había una verdadera consagración de corazón, un afecto, un servicio exento de la más pequeña parcela de búsqueda de sí mismo. Aquello que el hombre siempre anhela, no existía en absoluto en Él. Podía decir: «Gloria de los hombres no recibo» (Juan 5:41).

• En los apóstoles encontramos afectos admirables y, como dijo Jesús, obras mayores que las Suyas (véase Juan 14:12). Había en ellos ejercicios de corazón y, por gracia, el conocimiento del amor que no se puede medir, pero no vemos en ellos esta permanente igualdad que era propia de Cristo: Era el Hijo del hombre que, incluso estando aquí, estaba en el cielo (Juan 3:13). Un hombre como Pablo era como un instrumento de cuerdas que Dios tocaba y del cual sacaba una maravillosa melodía; pero Cristo era la melodía misma.

• Quiera Dios que sepamos apreciar la perfecta belleza de este Jesús que vino hasta nosotros.

5 - La fe

«Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios» (Gál. 2:20).

• La fe me hace ver que Dios es mayor que mis pecados, y no que mis pecados son mayores que Dios.

• Vincule usted su servicio solo a Dios y no a individuos particulares. Puede ser alentado por medio de la comunión fraternal; su corazón puede encontrar refrigerio; pero debe obrar por medio de su propia fe y energía, sin apoyarse en los demás. Pues, si obra de otra manera, no puede ser un siervo fiel. El servicio siempre debe medirse por medio de la fe y de la comunión personal con Dios. A través de todos los siglos, se ha traído bendición a las almas mediante la actividad individual, y, siempre que esta actividad se ha perdido, el poder del testimonio ha declinado en la tierra. La tendencia a la asociación tiene como resultado que nos apoyemos los unos en los otros.

• La sencillez de una vida de fe posee un atractivo totalmente desconocido para aquellos que jamás lo experimentaron.

• No nos deshacemos de las dificultades que puedan presentarse en el camino de la fe, buscando esquivarlas. Debemos superarlas por el poder de Dios. Una dificultad puede ser muy real, pero constituye un obstáculo solo para la incredulidad de nuestros corazones, si permanecemos en el camino de la voluntad de Dios; porque la fe cuenta con Dios y para Él no existen dificultades.

• La experiencia debe fortalecer la fe; pero hace falta una fe viva para echar mano de la experiencia.

• Por medio de la fe, Dios es glorificado.

• Satanás se alegra cuando logra apartarnos, por medio del temor, del claro y sencillo camino de la fe.

• La fe actúa a favor de Dios y lo revela en medio de las circunstancias, en lugar de ser dominada por ellas. La superioridad de la fe sobre todo lo que la rodea es evidente. ¡Qué consuelo poder dar testimonio en medio de las contaminaciones de este pobre mundo!

• Lo que caracteriza a la fe, es que ella cuenta con Dios, no solamente a pesar de las dificultades, sino a pesar de las imposibilidades.

• Nunca he visto que el Señor abandone a aquellos que se han consagrado a su obra, confiando en Él. En cambio, he comprobado que los obreros del Señor, a causa de sus mujeres o a causa del estado de sus propios corazones, han buscado ocupaciones suplementarias para ayudar a sus mujeres y a sus familias, cayeron en graves angustias morales y su eficacia en el testimonio se ha visto gravemente impedida.

• Una fe probada es una fe fortalecida. Por medio de las pruebas aprendemos a conocer nuestras propias debilidades, pero también la fidelidad de Dios, sus tiernos cuidados, incluso en las dificultades que nos envía, para que podamos atravesarlas con Él.

• Mis recursos pecuniarios pueden aminorar, pero todo está bien: ¡Para la fe todo va bien! «Dad gracias en todo» (1 Tes. 5:18). Si «todo» viene de Dios, todo debe ser bueno.

• En el cielo está Aquel que tiene el poder de cumplir todos Sus designios. Si tenemos fe y andamos en su dependencia, experimentaremos la seguridad de Su dirección.

• Cuando un peligro nos amenaza, reaccionamos con prontitud para apoderarnos de las riendas, pero el Señor sabe mejor que nosotros lo que se debe hacer: A su debido tiempo, salvará a todo aquel que confía en Él.

6 - La paz

«La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento» (Fil. 4:7).

• Sea cual fuere la bondad de Dios, es una cosa muy seria encontrar la paz con un Dios de santidad. Cristo hizo la paz, pero quiere que sintamos lo que es necesitarla, a fin de que podamos conocerla.

• Deseamos obtener la victoria a fin de encontrar la paz; pero nos hace falta tener la paz (la paz ya hecha por la obra de Cristo) para lograr la victoria. Entonces encontraremos la fuerza necesaria; pero la encontramos solo cuando tenemos conciencia de que carecemos de ella.

• El Evangelio de la paz nos pertenece en Cristo, pero el espíritu de paz debe morar en nuestro corazón. La paz fue hecha para nosotros, a fin de que podamos permanecer en paz.

• La obra de Cristo es lo que da paz a la conciencia; pero una voluntad sometida, la ausencia de voluntad propia, tanto en las cosas grandes como en las cosas pequeñas, es lo que nos da la paz del corazón, mientras atravesamos las pruebas de este mundo.

• En lugar de inquietarnos, deberíamos presentar a Dios nuestras peticiones, por medio de toda oración y ruego, de manera que, mientras le suplicamos, ya podemos darle gracias por estar seguros de que Él nos dará la respuesta, sea del modo que fuere. La Escritura no dice: «Obtendréis lo que habéis pedido», sino: «La paz de Dios… guardará vuestros corazones» (Fil. 4:7). ¡Qué gracia es saber que nuestras mismas angustias son un medio del cual se sirve para llenar nuestros corazones de esa maravillosa paz!

• Una de las pruebas evidentes de que vivo en Cristo es la tranquilidad. Mi parte está en otro sitio diferente de aquí abajo, y prosigo mi camino. Sean cuales fueren las circunstancias, si permanecemos en Dios, manifestaremos en ellas un espíritu apacible. No solamente nuestra alma es feliz para consigo misma, sino que lleva la atmósfera del lugar de donde ella viene.

• ¿Encuentran todas sus pruebas corazones que se apoyan en Dios su Padre de manera que, si ellas llegaran a multiplicarse, su espíritu esté en reposo, su sueño tranquilo, y que pueda dormir y despertarse como si todo estuviese apacible a su alrededor (Sal. 3:5; 4:8), porque sabe que Dios está vivo y que dispone de todas las cosas? ¿Es así entre usted y sus preocupaciones, o aquellos que son la causa de ellas? Si esa es su experiencia, ¿qué mal podría alcanzarle?

• El alma que está en comunión con Dios vivirá en un espíritu de paz. Para triunfar sobre las inquietudes de este mundo, no hay nada más importante que permanecer en esta atmósfera de paz.

• Nada guarda mejor al alma en el gozo de la paz que una confianza firmemente fundada en Dios. Sin ella, el hombre siempre estará excitado, presuroso, lleno de ansiedad. Si la paz de Dios guarda sus corazones, gozarán del triunfo que ella da; no manifestarán nada que se oponga o que no tenga armonía con ella.

• El amor y la gracia de Dios que íntimamente nos relacionan con el cielo llenan nuestros corazones, y somos hechos capaces de llevar a almas turbadas esa tranquilidad y esa paz que nada en este mundo puede destruir.

• Un poco de reposo aparte nos permite muchas veces ver todas las cosas tranquilamente con los ojos de Cristo.

«La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo» (Juan 14:27).

«Tu guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado» (Is. 26:3).

7 - La humildad

«Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mat. 11:29).

• De todos los males que nos hostigan, el orgullo es el mayor, y es aquel de entre todos nuestros enemigos que más lentamente muere y con la mayor dificultad. Dios aborrece el orgullo más que ninguna otra cosa, porque este da al hombre el lugar que pertenece a Aquel que está en el cielo, exaltado por encima de todo. El orgullo impide la comunión con Dios y acarrea castigo al hombre, porque: «Dios resiste a los soberbios» (1 Pe. 5:5).

• «Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente» (Sal. 84:6). El valle de lágrimas es un lugar de lágrimas y de humillación, pero, al mismo tiempo, un lugar de bendición. Para algunos de nosotros, este valle puede ser la pérdida de algo muy querido por nuestro corazón, o bien de aquello que se opone a nuestra propia voluntad, algo que nos humilla, pero que, con todo, es un lugar de bendición. Las cosas penosas restauran más nuestras almas que aquellas que son agradables. La confortación y la bendición llegan por medio de lo que nos ha afligido, humillado y despojado.

• El más pequeño y humilde será el más bendecido, y en abundancia.

• A menudo, el creyente que busca el gozo, no puede encontrarlo; el gozo terrenal no puede ni limpiarlo ni bendecirlo. Y para bendecir, Dios debe purificar. Cuando, despojados de nosotros mismos, buscamos a Dios, encontramos la felicidad.

• ¿Olvidaré alguna vez la humillación de Cristo? Nunca, jamás, durante toda la eternidad, el recuerdo de su humillación en la tierra se borrará de mi memoria. Mientras que la contemplación de Cristo en la gloria llena el alma de fuerza para procurar unírsele, el pan que descendió del cielo la alimenta. Estas cosas producen un espíritu que piensa en cualquier otro objeto y no en sí mismo. Conozca a este Cristo, viva de Él, y usted será transformado a su imagen para manifestar Su gracia, Su mansedumbre y Su belleza moral. Que Dios nos permita estar suficientemente ocupados en Aquel que estaba tan lleno de amor y humildad, de manera que manifestemos esas virtudes.

• La verdadera humildad consiste no solo en pensar mal de nosotros mismos, sino en no pensar en esto en absoluto. Soy demasiado malo para merecer que se acuerden de mí. Lo que necesito, es olvidarme de mí mismo para mirar a Dios quien es digno de todos mis pensamientos.

• La única verdadera humildad, así como el poder y la bendición, consiste en olvidarme de mí mismo en la presencia de Dios y en el gozo de la claridad de su faz.

• Quiera el Señor que nos sintamos tan quebrantados que podamos encontrar al Único que jamás lo está.

• Ignoramos cómo ser débiles y esta es justamente nuestra debilidad, porque «cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor. 12:10).

• El espíritu humilde no vive de sus propios pensamientos; recibe los pensamientos de Dios.

• «Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús» (Fil. 2:5). ¿Cuál era ese sentir? El de humillarse siempre. Cuanto más se humillaba, más le despreciaban. Descendió sin cesar hasta que le fue imposible poder descender más, hasta el polvo de la muerte. ¿Nos basta hacer lo mismo? ¿Nos basta tener este mismo sentir que hubo en Cristo Jesús? ¿Nos basta siempre dejarnos despreciar hasta lo sumo?

• Que el Señor sea con nosotros y nos guarde cerca de Él en humildad y en el servicio, recibiendo mucho más de Él que lo que podamos emplear para Él.

8 - La prueba

«Porque el Señor al que ama, disciplina» (Hebr. 12:6).

• Cristo nunca abre una brecha en nuestra vida salvo para introducirse en nuestra alma y unirla más estrechamente a Él. El más pequeño progreso en el conocimiento de su amor y de su Persona tiene mucho más valor que todos los sufrimientos que jamás el hombre haya soportado. Nada hay que pueda ser comparado con este conocimiento de Él; es de una permanencia eterna.

• No todos atraviesan tranquilamente esta vida, aunque algunos padezcan menos que otros; pero, después de todo, somos afligidos «por un poco de tiempo, si es necesario» (1 Pe. 1:6). No nos impacientemos; es Dios el que tiene todo en sus manos, el que juzga acerca de lo que nos hace falta. No se complace en afligirnos. Juzga según la necesidad, si somos afligidos, pero no es más que por un momento.

• Muchas veces nos resulta muy penoso acudir a Dios con nuestras dificultades. Se suele decir: «¿Cómo puedo hacerlo, si son la consecuencia de mis pecados? ¿Puedo acudir a Dios con corazón sincero con todas mis inquietudes, sabiendo que las merezco?» Sí, porque Cristo las llevó ante Dios. Este es el terreno en el cual puedo posicionarme. Dios puede emprender el hecho de venir en mi ayuda en toda mi aflicción, porque la obra de Cristo por mí ha sido perfectamente cumplida. Generalmente, todos los sufrimientos proceden del pecado, y todo el socorro está fundamentado en la expiación.

• No hay ninguna situación en que un creyente se encuentre, en la cual no pueda buscar la presencia de Dios para ser socorrido.

• Me he sentido muy dichoso durante mi enfermedad; me hizo comprender más que nunca que el cielo y el seno de Dios son mi refugio, puesto que estaré eternamente con Él.

• El orgullo y una resistencia estoica al sufrimiento no nos convienen. De esta manera, nuestras almas no son llevadas ante Dios, sino, al contrario, son efectivamente mantenidas a distancia de Él. Cuando el dolor es total y sin escapatoria, esto nos da intimidad con Él, quien quiere y puede socorrernos, y entonces encontramos nuestro recurso en Dios.

• Si llevásemos todas nuestras inquietudes a Dios para verdaderamente atravesarlas con Él, nuestros corazones serían libres y felices de olvidarse de sí mismos para cuidar de los demás.

• Cuando un creyente es probado, el movimiento natural de la fe es buscar refugio en Dios como fuente de toda esperanza. No hay momento más feliz que el tiempo de la prueba para el alma que en Él confía.

• Cuando miremos atrás a nuestra vida pasada, tenemos motivos de bendecir a Dios por las pruebas que hemos atravesado, más que por cualquier otra cosa.

• Dios es condescendiente para identificarse con todas nuestras circunstancias. En la más mínima dificultad que nos oprimiera, su intervención tiene como efecto, no hacernos recobrar lo que hemos perdido, sino hacernos encontrar a Dios como sustituto de nuestro dolor.

• Llegará el momento en el cual desaparecerán todos nuestros sufrimientos, pero nuestro Amigo permanecerá. Es aquel de quien el amor fue puesto a prueba, nuestro verdadero Amigo. Penetró en las más profundas dificultades de nuestros corazones y quiere hacernos participar de su gozo para siempre.

9 - La comunión

«Bajo la sombra del deseado me senté» (Cant. 2:3).

• Moisés vio «al Invisible» (Hebr. 11:27); esto le hizo ser decidido. Cuando tenemos conciencia de la presencia de Dios, Faraón no es nada. Cuando nuestra comunión con Él está interrumpida, la flaqueza y la indecisión nos caracterizan.

• Solo hay verdadero poder en Cristo. No tengo ninguno en ningún momento, salvo cuando mi alma está en secreta comunión con Él. Por eso, todo el poder que ejerce Satanás, lo desempeña esencialmente con vistas a impedirnos vivir de Cristo.

• Ante todo, deberíamos procurar que nuestra comunión con Cristo sea tan profunda como toda nuestra predicación y todo lo que enseñamos a los demás; sin eso, la misma doctrina no tendrá fuerza; además, no estaríamos con Dios en ese camino, y, ante todo, es la única cosa necesaria.

• Cuando Dios necesita siervos, puede desarrollar en ellos una gran actividad, como Pablo o los «hijos del trueno» (Marcos 3:17); pero la comunión es para Él lo más precioso. Había diferencia entre Pedro y Juan. El corazón del Señor Jesús descansaba con satisfacción en aquel que se recostaba al lado de Él.

• El creyente debería tener con Dios relaciones más íntimas que con ninguna otra persona. La comunión con los creyentes es preciosa, pero es necesario que yo tenga, ante todo, una íntima comunión con Dios que lo sobrepase todo. Porque la comunión con los creyentes resulta de la comunión con Dios.

• Gozarse en Dios es comunión; presentarle una necesidad no lo es. Dios hablaba con Abraham, «llamado amigo de Dios» (Sant. 2:23); en esto consiste la comunión.

• La comunión con Dios es el refugio secreto donde nuestro corazón se retira.

• Si vivimos en comunión con Dios, no pensamos en nosotros mismos. Moisés no sabía que «la piel de su rostro resplandecía» (Éx. 34:29), mientras que todos en Israel lo sabían. Dirigió sus ojos hacia Dios olvidándose de sí mismo. Luego, cuando miró a la tierra, trajo consigo la luz del cielo.

• Nadie puede estar tan cerca de nosotros como lo está Dios, porque Él está en nosotros. Pero ¡cuán maravillosa es esta intimidad!

• La cruz y la corona van juntas; y aún más, la cruz y la comunión van juntas. La cruz alcanza mi voluntad propia; por eso, rompe y echa fuera todo aquello que impida la comunión.

• Si no estoy en comunión con Dios, el Espíritu Santo hablará a mi conciencia en lugar de querer utilizarme para Él.

• Que nuestra obra sea una obra hecha por fe, que saque su poder, e incluso su existencia, de nuestra comunión con Dios nuestro Padre.

• Si, al presentar la verdad de Dios, no podemos hacerlo «conforme a las palabras de Dios» (1 Pe. 4:11), en comunión con Él, entonces, sería mejor guardar silencio.

• Puedo estudiar con perseverancia la Palabra, pero si por este medio no encuentro la comunión con el Señor, eso no me será de ningún beneficio, al menos por el momento.

• ¿En qué encuentra el Redentor su satisfacción, sino en el gozo y la comunión, en la felicidad de sus redimidos?

10 - La separación del mundo

«Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo» (Fil. 3:8).

• Un cristiano celestial considera como una vergüenza cualquier rasgo del mundo sobre él.

• El hombre celestial que puede decir: «estoy muerto con Cristo» (Rom. 6:8), es el único capaz de liberarse de todo lo que pertenece a Egipto (el mundo). El principio de la mundanalidad es arrancado del corazón de aquel que, muerto y resucitado con Cristo, vive una vida celestial.

• La asociación con el mundo nos impide vencerlo.

• Llamada a la gloria, la fe abandona necesariamente a Egipto (el mundo); no es ahí donde Dios ha puesto su gloria. Estar cómodo en el mundo es no estar a gusto en el cielo.

• Mucho temo que los creyentes se cansen de la separación del mundo.

• Debemos caminar con un Señor rechazado. Todo el sistema de este mundo es un obstáculo empleado por el enemigo para apartar los corazones de Dios. Ropas llamativas, vanas apariencias, adulaciones…, todo aquello que nos pone en el lugar del rico de Lucas 16, es una trampa. El cielo se abrió para recibir a un Cristo rechazado: Recordémoslo bien.

• Sansón era nazareo, separado para Dios, santificado para Jehová; como señal de su separación, sus cabellos no debían ser cortados. Conservaba su poder mientras observara este mandamiento y el precepto divino. Podía parecer que había poca relación entre el cabello largo y una fuerza invencible: pero Dios estaba en ello, y un Dios al que obedecemos y honramos es un Dios de poder para nosotros.

• El designio de Dios es vincularnos con el cielo. Es necesario que tengamos el cielo sin el mundo, o el mundo sin el cielo. Aquel que preparó la Ciudad, no puede desear para nosotros algo que esté entre los dos.

• Recuerdo haber dicho que hay una gran diferencia entre abandonar el mundo y ser abandonados por él. Esta última posibilidad pone a prueba todos los elementos personales de importancia, escondidos mucho más profundamente en nuestros corazones de lo que podemos pensar.

• La actividad de la que más necesitamos es aquella que tiene como objeto presentar a Cristo a las almas, de manera que produzca abnegación por Él, ausencia de mundanalidad, una vida en la cual hacemos una sola cosa. Que el hogar, los vestidos, toda nuestra manera de ser, muestren que Cristo es todo para nosotros.

• Salimos de en medio de la gente del mundo, con el fin de entrar en la relación de hijos y de hijas con el Dios Todopoderoso (2 Cor. 6:17-18). Si no lo hacemos, no podremos gozar de esta relación. Dios no quiere tener a gente del mundo en relación con él como sus hijos y sus hijas: esta posición respecto a él les es desconocida.

• Con qué sabiduría Dios no eligió a «¡muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles!» (1 Cor. 1:26). Ellos encuentran muy difícil someter a Dios todas sus ventajas. Si una iglesia está compuesta de hermanos ricos, ocurrirá una de dos posibilidades: o bien se volverán prácticamente pobres y sin pretensiones, o bien mundanos en la vida práctica.

• Un corazón distraído es una calamidad para el cristiano. Cuando el corazón está lleno de Cristo, no posee ningún lugar ni siente ningún deseo por las vanidades del mundo. Si Cristo habita en su corazón por fe, usted no se hará más la tan frecuente pregunta: «¿Qué mal hay en esto o en aquello?» Sino que más bien se preguntará: «¿Hago yo esto por Cristo? ¿Puede aprobarme Cristo en esto?» Si usted está en comunión con Él, descubrirá fácilmente lo que no es según Él. No permita que el mundo intervenga y desvíe sus pensamientos.

11 - El servicio

«…del Dios de quien soy y a quien sirvo» (Hec. 27:23).

• El amor por Jesús nos empuja en la obra; no conozco otro motivo.

• Todo verdadero servicio debe resultar del conocimiento de Él mismo.

• En este tiempo, el gran secreto del poder es la fe en la presencia del Espíritu de Dios.

• La vida interior con Dios es el único medio de vivir en público para Él. Cualquier actividad exterior que no sea el fruto de la vida interior, tiende a hacernos obrar sin Cristo y a sustituirle por el «yo». Temo una gran actividad sin gran comunión.

• ¡Cuánto necesitamos, en la obra, confiarnos totalmente al Espíritu Santo, y cuán sencillo es cuando lo hacemos! Una sola cosa da poder: permanecer estrechamente unido a Cristo; de lo contrario, el corazón se encoge bajo la presión del trabajo, y estamos en peligro de perder la amplitud de corazón y la capacidad para presentar con pureza el amor de Dios a los hombres.

• No es que yo pienso que, en la obra del Señor, siempre tengamos esa libertad del Espíritu que discierne todas las cosas en la luz. Algunas veces, es necesario caminar con fe sin ver. ¡Lamentablemente, los mejores siervos en la obra del Señor nos han dado la prueba!; un apóstol, pobre vaso de barro, comprometido en la lucha entre el Señor y Satanás, sentirá a veces el golpe del combate, porque este tiene lugar en él, y entre él y las fuerzas adversas.

• ¡Quiera Dios proveer obreros según Su corazón, que sepan presentar a Cristo ante los hombres!

• Un verdadero siervo, «un varón de Dios», es un gran tesoro, el de mayor valor que haya en el mundo.

• Es una cosa peligrosa ser de repente llamados a ocupar «un púlpito». Dice un refrán: «La aceptación del hombre por los demás no es la aprobación de Dios» (véase 2 Cor.10:18; 1 Tes. 2:4), aunque Dios pueda otorgárnosla para favorecer la propagación de la verdad. Pero, si nos contentamos con los resultados, permaneceremos lejos de la fuente, y eso llega a ser una trampa por la cual nuestras almas se secan, en lugar de ser el medio de conducirnos cerca de aquellos entre los cuales deberíamos difundir las riquezas de Cristo.

• Respecto a nuestro servicio, busquemos el rostro del Señor y apoyémonos en Él. El trabajo es un favor que nos es concedido. Estemos completamente en paz y felices en el sentimiento de la gracia, entonces vayamos y ofrezcamos esta paz a otros. Es este el verdadero servicio, del cual podemos volver muy cansados en nuestros cuerpos, pero sostenidos y felices en nuestras almas. Descansemos bajo las alas de Dios, y continuemos el servicio hasta que llegue el verdadero descanso.

• ¡Cuán poco utilizamos ese poder del Espíritu Santo, que reduce a nada los planes y las artimañas de Satanás! La Iglesia, no solamente debería poseer la verdad, sino que también debería estar tan llena del Espíritu que, incluso estando puesta a prueba por el enemigo, ella fuese capaz de resistir a todas sus trampas. Lo que me humilla tan profundamente, es la ausencia de fuerza, la falta de un poder suficiente para guardar a todos los creyentes, por el poder del Espíritu Santo, al abrigo del poder de Satanás.

• «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba… de su interior correrán ríos de agua viva» (Juan 7:37-38). ¿Tiene usted sed; bebe para sí mismo? Así es cómo ríos de agua viva correrán desde nosotros hacia los demás.

12 - El amor de Dios

«Dios es amor» (1 Juan 4:8).

• Las cosas más profundas son las más sencillas. Hablo del perfecto amor de Dios.

• Cuando hemos llegado a conocer verdaderamente a Dios, lo hemos hecho como al Dios de amor. Entonces, sabiendo que todo proviene de Él, aunque estemos en un desierto –en cualquier lugar o circunstancia en la cual nos encontremos– todo lo interpretamos a través de su amor.

• Solo hay una esfera en la cual Dios no puede satisfacerse a sí mismo: es la de su amor. Su amor precisa de otros seres aparte de Él para hacerlos felices.

• La ley dice: «Amad» (Amós 5:15; Zac. 8:19). Pero el Evangelio, Cristo mismo, dice: «De tal manera amó Dios» (Juan 3:16)

• Ninguna creación, nada de lo que jamás fue visto en este mundo, podría ser lo que fue la cruz. La creación pone de manifiesto el poder de Dios, pero ella no podría hacer resplandecer, como la cruz, su amor y su verdad. Por lo tanto, la cruz permanecerá durante la eternidad como el lugar maravilloso y bendito en el cual aprendemos lo que en ningún otro sitio puede ser aprendido: todo lo que es Dios.

• En el corazón del hombre hay tanto egoísmo que el amor de Dios es para él un enigma aún más incomprensible que su santidad. Nadie comprendió al Señor Jesús, porque Él manifestaba a Dios.

• El Espíritu Santo nos hace sentir el amor del Padre. Nos lleva a la libertad mostrándonos, no que somos insignificantes, sino cuán grande es Dios.

• ¿Dónde puede la fe conocer, en su mayor intensidad, el pecado del hombre y su odio contra Dios? En la cruz. Pero, al mismo tiempo, ella ve, en su mayor extensión, el triunfo del amor de Dios y de su misericordia para con el hombre. La lanza del soldado romano que abrió el costado de Jesús no hizo más que manifestar lo que hablaba de amor y de misericordia.

• Es verdaderamente una dolorosa prueba, cuando Dios retira de la escena de este mundo a un ser querido, quien es parte de nosotros mismos. Sin embargo, ¡qué diferencia, cuando podemos ver el amor del Señor! Esta consolación lo transforma todo. El amor de Dios, que descendió al lugar de la muerte, ha iluminado todas las tinieblas con sus más preciosos rayos; y esas tinieblas sirven solo para comprobar cuán precioso es tener tal luz.

• Es necesario que Cristo sea todo para nosotros, de lo contrario pronto nos desanimaremos. Si Cristo no es nuestro único objeto, y si el amor del Padre no es el aire que respiramos para la vida de nuestras almas, no caminamos por el buen camino.

• «El Señor al que ama, disciplina» (Hebr. 12:6). La Palabra saca dos conclusiones de esta verdad: 1) La disciplina nunca tendrá lugar sin que yo haya dado la causa; 2) ella jamás se ejercerá sin el amor de Dios. Por eso, no debo despreciarla, pues hay un motivo en mí para que el Dios de santidad y de amor obre de esa manera. Además, no debo perder ánimo, porque es su amor el que me golpea. El Padre corrige al hijo que ama.

13 - El amor de Cristo

«…El amor de Cristo, que excede a todo conocimiento» (Efe. 3:19).

• El Señor que he aprendido a conocer como quien dio su vida por mí, es el mismo Señor con quien tengo que estar ocupado cada día de mi vida, y todas sus maneras de obrar para conmigo se basan en el mismo principio de gracia que mi salvación. Cuán precioso y alentador es saber que Cristo, en estos mismos momentos, siente y ejerce el mismo amor conmigo que cuando murió por mí en la cruz.

• Su muerte abrió las ventanas de los cielos, a fin de que las fuertes corrientes de su amor pudiesen derramarse en los pobres pecadores.

• «La muerte del Señor» (1 Cor. 11:26). ¡Es imposible hallar palabras que, añadidas una a otra, den un significado tan importante como este! ¿Cuántas cosas están contenidas en el hecho de que Aquel que es llamado «el Señor» esté muerto? ¡Qué amor! ¡Qué consejos! ¡Qué eficacia! ¡Qué resultados!

• Qué tranquilidad para una pobre alma, cuando comprende que está en relación con Aquel que venció a todos sus enemigos. Antes de que ella tuviera conciencia de ello, el libro de sus transgresiones cotidianas le parecía que subía ante Dios, ennegrecido de la lista de sus ofensas, anotadas en cada página con esa palabra que se repite sin cesar: «¡Pecado, pecado, pecado!». Pero ahora, esas letras negras son borradas, y en su lugar usted lee en cada página una palabra escrita con la sangre del Cordero muy amado de Dios: «¡Amor, amor, amor

• Este amor es nuestro santuario mientras atravesamos un mundo lleno de trampas, en el cual encontramos la oposición de todos los hombres. Cuanto más dolorosas son las aflicciones y las perplejidades, tanto más grato es el reposo de Su presencia.

• La gran cuestión para nosotros es estar cerca del Señor, y permanecer constantemente allí. Pues allí somos guardados en paz en el profundo sentimiento de su amor. Así, nuestro servicio resulta del hecho de que moramos cerca de Él, y lleva el sello de ello. ¿De qué manera Cristo revela al Padre? «El unigénito Hijo que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer» (Juan 1:18). Pudo manifestarlo según el gozo que Él tenía, en el mismo momento, del amor del cual era el objeto y del cual gozaba en Su seno. Era perfecto, y nosotros somos pobres y débiles siervos. No obstante, para nosotros también, es el único medio para derramar a nuestro alrededor la unción de Su presencia.

• Cuando todas las tormentas hayan terminado, el esplendor de la gloria, para la cual Él nos prepara, brillará sin nubes, y este esplendor será Él mismo. ¡Cuán precioso es el amor, el amor de Jesucristo, quien nos habrá llevado a Su gloria, para estar siempre con Él!

14 - Negarse a sí mismo

«En los postreros días vendrán tiempos peligrosos… habrá hombres amadores de sí mismos» (2 Tim. 3:1-2).

• La carne en todo tiempo se encierra en sí misma, porque es egoísta. Cuando estamos en el Espíritu, siempre hay acuerdo entre los hermanos.

• Cuando pensamos en nosotros mismos, ¡resulta imposible ser testigos para con los demás de lo que Dios es!

• Los dolores agudos, que producen el egoísmo y el amor propio, preparan la acción del espíritu maligno en el alma.

• El amor ama servir y el egoísmo quiere ser servido.

• Si percibimos en profundidad los caminos, el pensamiento y el espíritu de Jesucristo, nada nos será más aborrecible que la aparición del «yo». Jamás hallaremos en Cristo un hecho que tenga este origen: no solamente no había en Él ningún rasgo de egoísmo, sino que en él no existía el «yo».

• Cuando el creyente se abandona a Dios, el Señor está con él en la prueba y lo guarda en una perfecta tranquilidad. El Espíritu de amor, el Espíritu de Cristo está con él. Si, por el contrario, piensa en sí mismo, es el espíritu de egoísmo.

• El Espíritu Santo no tiene ninguna comunión con el «yo». El corazón no está liberado mientras el Espíritu no haya fijado nuestros pensamientos en el Señor Jesús. La eficaz presencia del Espíritu Santo crucifica el egoísmo y nos libera de estar ocupados en nosotros mismos: Nos llena de un único objeto: Jesús.

• En la casa de Dios y en el seno de Dios, tenemos el privilegio de haber terminado con nosotros mismos.

• Nuestra propia voluntad y el hecho de que hacemos del «yo» el objeto central, constituyen la fuente de toda nuestra miseria; pues las circunstancias de fuera pueden ponernos a prueba y causar dolor, pero no producirán miseria moral; esta resulta de la voluntad propia agitada y descontenta.

• La tendencia natural de nuestros corazones es procurar complacer al «yo». Estos placeres que le brindamos pueden ser inocentes, pero desvían el corazón de Dios y son corrompidos por el pecado. Surge la pregunta: «¿Qué clase de mal hay en esto?» Pero la pregunta debe ser: «¿Qué uso hace usted de ellos? ¿Dónde está su corazón?» Tan pronto como nos apartamos de la cruz, que significa la muerte a todo, el Señor nos dice: «Quítate de delante de mí» (Marcos 8:33).

• Moisés no procuró hacer resplandecer su rostro, ni tampoco sabía que este brillaba; sino que ese era el resultado de haber hablado con Dios (Éx. 34:29). Uno mismo jamás puede ver su propia cara resplandecer. El corazón está ocupado con Cristo, y, en cierto sentido y medida, el «yo» ha desaparecido.

• El «yo» siempre se aleja de Dios.

• La confianza en sí mismo conduce a la ruina: «No seas sabio en tu propia opinión» (Prov. 3:7). Nuestros ojos no llegan lejos si están dirigidos hacia el «yo», y este es el objeto que siempre está presente a los ojos de la carne.

• Nuestras oraciones, nuestros cánticos y nuestros servicios son pobres y deficientes, y, sin embargo, nos sentimos orgullosos de ellos. Buscamos honores entre nuestros semejantes para cosas de las cuales debemos confesar a Dios que están manchadas de pecado. Por eso, cuánta necesidad tenemos de que nuestros corazones estén descubiertos ante Él y digamos: «Ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno» (Sal. 139:24).


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