Manifestación


person Autor: Henry Allan IRONSIDE 5

flag Tema: Después del arrebatamiento

(Fuente autorizada: biblecentre.org)


Quiero llamar la atención sobre el quinto capitulo de la Segunda Epístola a los Corintios: «Por lo que también procuramos, sea presentes o ausentes, serle agradables; porque es necesario que todos nosotros seamos manifestados ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho en el cuerpo, sea bueno o malo» (v. 9-10).

Se podría traducir la segunda cláusula como sigue: «Todos nosotros hemos de ser manifestados ante el tribunal de Cristo». Y esto es lo que quiero que consideremos: la palabra «manifestación».

Será un día maravilloso cuando los que conocemos y amamos al Señor comparezcamos en su presencia y cuando recordemos juntos todo el camino que hemos andado desde que su gracia nos salvó. Él señalará todo lo que ha habido en nuestra vida y servicio que ha estado de acuerdo con su santa Palabra, todo lo que ha sido el resultado de la obra del Espíritu Santo en nosotros, y para todo esto habrá una recompensa especial en ese día. También nos hará ver todo el egoísmo, toda la negligencia, toda la mundanalidad y la falta de espiritualidad que han caracterizado a muchos de nosotros. Nos mostrará cómo hemos perdido nuestras oportunidades, cómo habríamos podido ser más fieles, cómo hubiéramos podido ser más devotos. Pero fuimos indiferentes al llamamiento del Espíritu de Dios, y a causa de ello perderemos mucho en ese día.

Quiero que notemos varias Escrituras que nos presentan este pensamiento. Miremos al versículo 9 que ya hemos leído: «Por lo que también procuramos, sea presentes o ausentes, serle agradables».

«Por lo que también procuramos». Lo hacemos nuestra meta, lo ambicionamos, tenemos una ambición loable, mientras seguimos a Cristo aquí en este mundo. ¿Y cuál es esta ambición loable? Que sea que permanezcamos en el cuerpo o que vayamos a estar con el Señor porque esto es lo que significa la expresión, «presentes o ausentes» podamos serle agradables. No confundamos esta expresión con una parecida que hallamos en Efesios 1:6 que tiene muy distinto significado. Allí leemos que Dios «nos colmó» a nosotros que creemos «de favores en el Amado». Esto es verdad en cuanto a todo creyente. Es verdad en cuanto a ustedes que no hace mucho todavía andaban en el mundo con los mundanos, que aún no habían recibido a Cristo, pero que ahora han confiado en Él. En el mismo instante que pusieron su confianza en Cristo, Dios los hizo aceptos en el Amado. Esto es, Dios los recibió en ese momento conforme al valor de la obra y de la persona de su Hijo. ¡Qué cosa maravillosa es esta! ¡Aceptos en Él!

¿Qué significa? Sencillamente esto, que el creyente es tan precioso al corazón del Padre como lo es el Señor Jesús; que Dios tiene en tanta estima a los que han confiado en Cristo como a su bendito Hijo. Esto parece casi increíble; en realidad, yo no podría creerlo si no lo encontrara en mi Biblia, pero está allí. En Juan 17 oímos al Señor Jesús orar al Padre, y dice estas palabras: «Para que el mundo sepa que tú me enviaste, y que los has amado, como a mí me has amado» (v. 23). Estas son palabras del Salvador. Él dice de cada creyente, de cada hijo de Dios por la fe en su nombre, de cada uno de ellos, no importa cuál haya sido su experiencia: «Los has amado, como a mí me has amado».

Hay otro versículo en la Primera Epístola de Juan que es muy notable. Dice allí, «Como él es», esto es, como Cristo es, «así somos nosotros en este mundo» (4:17). Recuerdo que hace unos años yo no podía comprender esto. Leía esas palabras, «Como él es, así somos nosotros en este mundo», y me decía a mí mismo, “¡Oh no, yo no! No soy tan santo, no soy tan justo como es Él. No tengo tanto amor, no tengo tanta compasión, no me intereso tanto por los pecadores perdidos como lo hace Él”. No podía decir que era como él aquí en este mundo. Sentía que lo hubiera comprendido mejor si hubiera dicho: “Como él es así seremos nosotros cuando dejemos este mundo”, pues tenia la confianza de algún día llegar a ser como él es. Pero decir, «Como él es, así somos nosotros en este mundo», me parecía estar fuera de mi alcance en aquellos días. Me parecía que lo hubiera podido comprender si hubiera dicho, “Como él es, así debemos ser nosotros en este mundo”, pues sentía que era mi deber asemejarme a Él en lo posible mientras estaba en el mundo. Pero el decir categóricamente que, «Como él es, así somos nosotros en este mundo», esto iba más allá de mi comprensión. Hasta que recibí la luz celestial sobre este pasaje y comprendí que hablaba no tanto de nuestra experiencia personal, de nuestro crecimiento en la gracia o de nuestra semejanza a Cristo, sino de nuestra justificación ante Dios, y de nuestra aceptación en el Amado. Es en este sentido, que Dios ve a cada creyente en Cristo. Como Él es, así somos nosotros ante Dios en este mundo.

Esto es lo que nos da a entender la Epístola a los Romanos, capítulo 8: «No hay, pues, ahora ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús». Yo estoy en él delante del Padre. Él me ve en su Hijo, y yo me hallo perfecto y completo en Cristo. Cada creyente es hecho apto para participar «de la herencia de los santos en luz» (Col. 1:12).

Pero en el capítulo 5 de la Segunda Epístola a los Corintios, dice el apóstol: «Por lo que también procuramos, sea presentes o ausentes, serle agradables» (v. 9). Aquí se está refiriendo a nuestro comportamiento, a nuestra experiencia práctica, a nuestro servicio; es como si dijera: “Estamos obrando, estamos trabajando ahora, tenemos ambición de serle agradables. Queremos recibir su aprobación cada día”. Yo quiero que el Señor me apruebe; ¿y tú? No puedo formar concepto de un cristiano que no desee que su vida sea agradable a Dios.

Y continúa diciendo, «Porque es necesario que todos nosotros seamos manifestados ante el tribunal de Cristo». Se acerca el día cuando tendremos que dejar este mundo. El Señor viene para arrebatar a los suyos, y los muertos serán resucitados y los vivos transformados. Entonces tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo.

Alguien dirá, “¿Cómo sabe usted que este tribunal de Cristo se lleva a cabo inmediatamente después del arrebatamiento de la Iglesia?” Porque en el libro del Apocalipsis, en el último capítulo, encontramos estas palabras: «He aquí vengo pronto, y mi galardón está conmigo, para recompensar a cada uno según es su obra» (22:12). Así vemos que cuando venga otra vez, cuando vuelva para arrebatar a los suyos, su galardón vendrá con Él. El tribunal de Cristo es el lugar donde seremos manifestados a fin de que podamos recibir nuestra recompensa. Y el apóstol dice, «Es necesario que todos nosotros», nosotros los creyentes –está hablando de las dos clases, los muertos resucitados y los vivos que serán transformados– «Es necesario que todos nosotros seamos manifestados ante el tribunal de Cristo».

Se ha sugerido que la palabra en el original lleva el pensamiento de una revelación completa, de quitar el velo por completo, y que puede ser traducida como sigue, “Que todo nuestro ser íntimo será revelado en el tribunal de Cristo”. ¿Le gustaría que esto sucediera en estos momentos? ¿Le gustaría que todos sus pensamientos y todos sus motivos ocultos fuesen manifestados? Creo que esto sería bastante humillante para algunos de nosotros.

Muchos de nosotros somos más hipócritas de lo que quisiéramos que la gente supiese. Por supuesto que si lo supiese la gente ya no seríamos hipócritas. Puede que ocultemos las cosas ahora, pero vendrá el día cuando todo será manifestado. Uno puede hacerse pasar por modesto, humilde y deseoso de cumplir la voluntad del Señor, entre tanto que en el corazón hay envidia, contienda y celos de otros, y no gustarle ver que otros son reconocidos en vez de él.

Oh, si nuestro ser intimo fuera revelado en estos momentos, ¡cuántas cosas serían manifestadas! Nuestros amigos verían muchas cosas que nunca imaginaron que estaban escondidas en nuestro corazón. Pues debemos ser sinceros, no debemos ser hipócritas, porque todo se manifestará algún día. El Señor Jesús nos ha dicho que todo será manifestado en aquel día. Cada palabra ociosa y cada pensamiento de nuestro corazón será conocido. «Porque es necesario que todos nosotros seamos manifestados ante el tribunal de Cristo».

Permítame decir esto. El tribunal de Cristo, como lo tenemos revelado aquí, no debe ser confundido con el juicio del gran trono blanco al fin del mundo. El gran trono blanco será tribunal de Cristo también. El dice, «Porque el Padre no juzga a ninguno, pero todo el juicio lo ha encomendado al Hijo» (Juan 5:22). Así que cuando los impíos que han muerto sean resucitados al fin del siglo y se presenten ante el gran trono blanco, ¿sabe Vd. quién estará sentado sobre ese trono? Aquel mismo bendito Ser que una vez sufrió para salvarlos y a quien rechazaron. Verán sentado sobre el trono de juicio al Hombre que estuvo colgado en la cruz del Calvario, el Señor Jesucristo, pues Él es Dios a la vez que hombre. Dios va juzgar al mundo, pero lo va a juzgar en la persona de su Hijo.

El juicio del gran trono blanco, del cual leemos en Apocalipsis 20, es el juicio de los impíos. El tribunal de Cristo es un juicio muy distinto. Es el juicio del pueblo amado de Dios que se presenta ante Él para dar cuenta de su vida desde el momento en que los salvó. Allí no serán juzgados por sus pecados, pues todos estos han sido borrados por la preciosa sangre de Cristo; pero están allí para dar cuenta de su servicio, y el Señor tomará nota de todo lo que han hecho los suyos, ya haya sido bueno o malo, ya haya sido obra de la carne u obra del Espíritu; «para que cada uno reciba según lo que haya hecho en el cuerpo, sea bueno o malo» (2 Cor. 5:10).

Será un momento maravilloso cuando nos encontremos allí en nuestros cuerpos glorificados. Pues no estaremos allí para saber si vamos a ir al cielo, sino que estaremos allí glorificados en nuestros cuerpos resucitados. Será muy maravilloso cuando estemos allí ante nuestro bendito Señor y Él nos diga: “Ahora les haré ver lo que opino de sus obras”. Para muchos de nosotros será una tremenda revelación. Hemos trabajado mucho y obrado largamente, y algunas veces hemos estado tan desanimados como si no hubiéramos logrado nada. Entonces el Señor nos revelará las cosas y nos dirá, “¿Recuerdas aquel tiempo cuando te hallabas tan desanimado? Pensabas que estabas trabajando en vano y que todo era inútil, pero en ese mismo tiempo una preciosa alma llegó a conocer a Cristo”. Esa noche cuando estabas tan desalentado y cuando sentías que tu obra como predicador había fracasado y le dijiste al Señor que tal vez sería mejor que no continuaras predicando, encontrarás ante el tribunal de Cristo que el Señor usó ese mensaje que diste en esa ocasión para guiar un alma a Él.

Algunas veces tenemos esas experiencias en la tierra. Recuerdo que una vez había orado muy intensamente por una reunión. Pasé mucho tiempo ante Dios y mi expectativa era grande. Di el mensaje con todo mi corazón aquella noche, pero no hubo respuesta. No parecía haber alguien interesado, y ni sentí ánimos de ir hasta la puerta para saludar a los que salían, tan desanimado estaba. Salí por la puerta trasera y me fui a casa y me arrojé sobre mis rodillas ante el Señor contándole cuán inútil era y que nadie salía bendecido por medio de mis mensajes. ¡Estaba completamente desanimado! Unos tres meses más tarde me alejaba de ese lugar después de haber trabajado allí por unos nueve meses, cuando recibí una carta de una señorita que cantaba en el coro.

Me escribió como sigue: “Nunca le he contado acerca de mi salvación, y creo que antes que usted se vaya debo hacerlo”. Me dio la fecha de su conversión. Dijo que se le había grabado tan vivamente en la mente que nunca lo olvidaría. “Esa noche yo estaba cantando en el coro. En efecto”, dijo: “canté un solo”.

Yo siempre creía que era cristiana, pero esa noche Dios me reveló mi propio corazón. Vi que nunca había estado convertida, y cuando usted hizo la invitación para que alguno aceptara a Cristo, sentí un gran deseo de ir hasta la plataforma y confesar a Cristo públicamente, pero tenía vergüenza. Fui a mi casa sintiéndome tan desdichada, tan infeliz; pero doy gracias a Dios que antes de acostarme me sentía tan abatida delante de Él que me arrodillé, confesé mis pecados y acepté a Cristo como mi Salvador. Desde entonces todo ha cambiado. No he tenido el valor de decírselo antes, pero sentí que debía hacerlo antes que usted se fuera”.

Comparé las fechas y encontré que esa era la noche cuando yo estaba tan desanimado. Esa noche Dios había obrado un milagro en la vida de esa joven.

Creo que habrá muchas cosas semejantes a estas en el día de la manifestación. Creo que el Señor mostrará a muchos de nosotros cómo Él usó la Palabra, cuando no sabíamos que la estaba usando. O tal vez nuestra manera de vivir habrá influenciado a otro, y en el tribunal de Cristo aquél dirá, “Yo observaba a ese hombre, a esa mujer, cuando trabajaban; los observaba cuando las cosas no andaban bien, y demostraban un espíritu cariñoso y lleno de gracia. Yo los observaba para ver si se enojaban cuando las cosas no salían como a ellos les gustaría, pero eran mansos, tan llenos de gracia y tan parecidos a Cristo. Yo me dije a mi mismo: “Ellos tienen algo que yo desearía tener”. Ese mensaje me guio a Cristo. Nunca se lo he dicho, pero lo hago ahora”.

Muchas cosas saldrán así, y por todo lo que haya sido hecho para Cristo, habrá una recompensa. Pero también hay el lado opuesto. Me temo que muchos seremos chasqueados en ese día. Mucho servicio ha sido hecho en la fuerza de la carne, y seremos chasqueados cuando el Señor nos diga: “Tu vida no ha sido de mucho valor para mí. Has estado tan ocupado exaltándote a ti mismo, tratando de crearte un buen nombre, tratando de que las personas te tengan en estima, y su aplauso y alabanza eran tu orgullo. Bien, ya has tenido tu recompensa. No tengo ninguna para ti ahora. Has recibido toda allá en la tierra. Tendrás que sufrir perdida. No trabajaste para mi gloria; no pusiste todo tu empeño para hacer que otros llegaran a conocerme. Querías ser apreciado por todos. Deseabas que todos hablaran bien de ti. Has tenido tu éxito, pero no tengo recompensa para ti aquí”.

Él ya viene. Oh cuán solemne ha de ser escuchar la voz del Juez, quien en su propia luz nos ha de mostrar cada pensamiento, hecho y palabra. Entonces veremos que algunos hechos que nosotros creíamos meritorios, no eran más que pecados, y en cambio algunas pequeñas acciones que quizás habíamos olvidado, el Señor nos dirá que fueron hechas para Él.

Será maravilloso llegar a conocer su opinión acerca de todo esto, pero también será muy solemne.

Ahora volvamos al pasaje de la Primera Epístola a los Corintios, capítulo 3. Estos corintios estaban tratando de exaltar a los dirigentes cristianos, de modo que se estaban dividiendo formando grupos. Un grupo decía, «Yo soy de Pablo», otro, «Yo de Apolos», y otro, «Yo de Cefas». Creo que no usaron realmente los nombres, pues el versículo 6 del capítulo cuarto, parece negarlo: «Hermanos, si me he aplicado todo esto a mí mismo y a Apolos, es por vosotros; para que en nosotros aprendáis a no sobrepasar lo que está escrito; para que ninguno de vosotros sea altivo a favor del uno contra el otro. Porque, ¿quién te diferencia de otro? ¿O qué tienes que no hayas recibido? Pero si lo recibiste, ¿por qué te glorías, como si no lo hubieses recibido?» (1 Cor. 4:6-7).

Notemos como dice: «Me he aplicado todo esto a mí mismo y a Apolos». Lo que probablemente estaba pasando era lo siguiente: Algunos decían, “A mi me gusta escuchar a Pablo, quien si sabe predicar la Palabra. No me interesa oír a estos de poco peso. Yo prefiero a los que profundizan, que van más allá de la letra y nos dan algo substancioso”.

Otro, dice: “No me gusta perder el tiempo escuchando a un maestro de la Biblia que parece estar medio dormido. Da enseñanzas muy profundas que no entiendo. Yo prefiero a un hombre que nos lleve a las alturas, uno que pueda predicar con unción y libertad, un hombre elocuente y poderoso en las Escrituras. ¡Para mí Apolos! Me gusta oír a un gran predicador. No tengo interés en ir a la iglesia para escuchar solamente enseñanza de la Biblia. Quiero algo que me emocione”.

Luego hay otro que dice: “A mí me gusta escuchar al que sabe exhortar, al que da lecciones prácticas que nos ayuden en la vida diaria. No tengo interés en el que enseña las doctrinas de la Biblia ni tampoco en un predicador elocuente. Me gusta uno que sepa exhortar bien y fielmente. Yo soy de Cefas”.

Pero el apóstol dice: “Todos han recibido sus dones del Señor, y los dones son para toda la Iglesia. No menospreciemos a uno para poner en alto a otro. Demos gracias a Dios por todos. A veces hace falta un enseñador, otras veces un predicador elocuente, y hay ocasiones cuando se necesita un exhortador. Demos gracias a Dios por cada uno de ellos”. Veamos lo que dice: «Entonces, ¿qué es Apolos, y qué Pablo? Servidores por medio de quienes creísteis, y según lo que el Señor dio a cada cual. Yo planté, Apolos regó; pero Dios dio el crecimiento. De manera que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino el que da el crecimiento: Dios» (1 Cor. 3:5-7). En otras palabras, no ponderemos demasiado al instrumento. Es Dios quien da el crecimiento, y si obra por intermedio del enseñador o del predicador o del exhortador, debemos dar a Dios la gloria y la alabanza.

Ahora en cuanto al obrero, «El que planta y el que riega uno son», y ya ha dicho que ambos no son nada; así que los dos son humanos. En sí mismos no valen nada, pero «cada cual recibirá su propia recompensa, según su propio trabajo» (v. 8). Allí lo tenemos. Esa es la recompensa que los creyentes recibirán en el tribunal de Cristo. Cumples tu trabajo fielmente en el lugar donde Dios te ha colocado y no tienes por qué preocuparte si no puedes hacer lo que hacen otros. Recibirás tu recompensa. No hay razón de sentir celos, ni tener envidia porque otros reciben más alabanza que nosotros. Haz lo que Dios te ha mandado, y como sirviendo al Señor. Cada uno recibirá su recompensa de acuerdo con su labor.

«Vosotros labranza de Dios sois edificio de Dios sois. Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto» (1 Cor. 3:9-10).

Pablo había ido a Corinto, había trazado los planes para la obra, y fue usado por Dios para establecer la iglesia allí «… puse el fundamento, y otro edifica encima: empero cada uno vea como sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo» (v. 10-11).

La Iglesia descansa sobre Cristo y sobre El únicamente.

«Si sobre este fundamento alguno edifica» –él está sobre el Fundamento; él está en Cristo. Ahora está edificando: «Oro, plata, piedras preciosas…». Estas darán gloria a Dios. Nos hablan de lo que es precioso a su vista.

Pero también hay «madera, heno, paja». Estos nos hablan de lo que es sin valor; no resistirán el fuego del juicio.

«La obra de cada uno será manifestada». Esto nos enseña que todo será revelado en aquel día. «Porque el día la descubrirá, porque con fuego se revelará».

El fuego de la santidad divina probará la obra de cada uno. ¿Alcanzará el modelo exigido por Dios? ¿Alcanzará el nivel que con todo derecho Él espera? ¡Él la probará! «El fuego probará cómo es la obra de cada uno».

Es de gran consuelo para mí el saber que no dice: “Cuánto no hayas hecho”. Siempre ha habido tanto que he deseado hacer, tantísimos lugares que he querido visitar para predicar el evangelio, tantas cosas que quisiera hacer para Cristo, pero el tiempo y las fuerzas no me bastan. Al echar un vistazo por los años transcurridos veo cuán poco he hecho comparado con lo que pudiera haber hecho, pero esta escritura me consuela: «La obra de cada uno será manifestada; porque el día la descubrirá, porque con fuego se revelará, y el fuego probará cómo es la obra de cada uno» (v. 13). Y mi corazón dice: “Señor, ayúdame para que haga la clase de obra que conviene, aunque no pueda hacer mucho. Dios permita que haga el tipo de obra que Él aprueba, obra que sea el resultado de una vida controlada por el Espíritu Santo, y de acuerdo con la Palabra de Dios”.

«Si permanece la obra que alguno sobreedificó, recibirá recompensa» (v. 14).

Esta no es la salvación; ¡es una recompensa! Alguien dirá, “¿Usted trabaja para recibir una recompensa?” Trabajamos para la gloria de Dios, pero Él se deleita en dar recompensas.

Una noche asistí a un banquete para hombres en una de las iglesias de nuestra ciudad. Habían hecho algunos trabajos de ampliación en su edificio y estaban agradeciendo a los que habían ayudado en esta obra. Invitaron a un hermano anciano que pasara al frente y esto es lo que dijeron de él: “Es probable que él haya hecho más trabajo en esta obra para la iglesia que cualquier otro”, y quisieron hacerle un obsequio. El hombre pasó al frente con toda modestia y dijo, “Lo que hice, lo hice para el Señor. No buscaba las gracias ni tampoco buscaba ningún obsequio; pero ya que han sido tan amables, aceptaré su obsequio y se lo agradezco”.

Creo que ese será nuestro proceder cuando el Señor nos diga, “Tú hiciste esto y eso y lo de más allá para mí, y ahora quiero darte esta recompensa. Te daré una corona de justicia o una corona de gloria”. Creo que le diremos, “Bendito Señor, no lo hice para que me recompensaras sino porque te amaba. Pero ya que en tu gracia te deleitas en dar recompensas, la recibo como de ti y te la agradezco”.

¡En el día de la manifestación! Creo que nos avergonzaremos si no hemos hecho nada que merezca una recompensa.

«Si la obra de alguno se consume, él sufrirá pérdida» (v. 15). Esto no tiene nada que ver con el asunto de su eterna salvación, pues leemos: «Aunque él mismo será salvo, si bien como a través del fuego».

¡Que Dios permita que le sirvamos fielmente en vista del día de la manifestación, y que tengamos una recompensa abundante debido a nuestra devoción a Cristo mientras estemos en el mundo!


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