«En Cristo»
: Autor Edward DENNETT 15
De la revista “Christian Friend”, vol. 9, 1883, página 260.
Como parece que hay un poco de confusión en el extranjero en lo que se refiere a la posición del creyente, nos proponemos examinarla brevemente, con la esperanza de establecer a algunos de nuestros lectores en la verdad.
1. Preguntamos entonces, ¿se encuentra la posición del creyente en Romanos 5:1 y 2?
«Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos acceso, por la fe, a esta gracia en la que estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios».
El hecho de que él creyente es justificado por la fe, que tiene paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, que es llevado por Cristo al disfrute actual del favor de Dios, y que se gloría en la esperanza de Su gloria, se establece claramente en los versículos leídos; pero, todo esto –inmensas como son las bendiciones indicadas– ¿expone la posición del creyente? Si es así –ya que hasta aquí el creyente no ha muerto con Cristo, queremos decir, hasta ahora en la enseñanza de la epístola– él podría estar aún en la carne; porque, por el momento, se ha tratado solo con la cuestión de los pecados, de la culpa. Abraham fue justificado igualmente con nosotros, y, aunque no es llevado a las mismas bendiciones, su posición sería, entonces, similar, similar en que él estaba también en la carne. La diferencia que llegamos a conocer estaría, más bien, en el carácter de sus bendiciones. Es bastante claro que en esta Escritura tenemos la posición judicial del creyente, o, para hablar con mayor precisión, la posición a la cual Dios, en su gracia, le ha llevado judicialmente, con posterioridad a la muerte y resurrección del Señor Jesucristo; pero no podemos aceptar esto como presentándonos la verdad de nuestra posición.
2. Nos parece que dos Escrituras hablan muy claramente sobre este asunto. El Señor, hablando a sus discípulos, dice: «En aquel día conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros» (Juan 14:20). El apóstol Pablo escribe: «Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros. Pero si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, ese no es de él» (Romanos 8:9). Pues bien, es evidente que nuestro Señor está hablando de un tiempo después de la venida del Consolador, aquel que estaría con los suyos para siempre, morando con ellos y estando en ellos. Además, él añade: «No os dejaré huérfanos; yo vengo a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis» (Juan 14:18-19). Es entonces cuando dice: «En aquel día conoceréis», etc. (14:20). Esto es, ciertamente, cristianismo –el Espíritu Santo en la tierra y morando en el creyente, y por medio de esto, el creyente es capaz de llegar a conocer la posición de Cristo, a saber, que él está en su Padre, el creyente está en Cristo, y Cristo está en el creyente. Así que en Romanos 8 hay tres cosas relacionadas: nosotros estando en Cristo, el Espíritu Santo morando en nosotros, y Cristo mismo estando en nosotros (Romanos 8:1, 9, 10).
«No hay, pues, ahora ninguna condenación para los [que están] en Cristo Jesús» (Romanos 8:1 – RVA).[1]
[1] En diversos manuscritos no aparece: «los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu."
«Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros. Pero si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, ese no es de él» (Romanos 8:9).
«Y si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto a causa del pecado, pero el espíritu es vida a causa de la justicia» (Romanos 8:10).
Y en el versículo 9, el apóstol contrasta expresamente el estar en la carne con el estar en el Espíritu, esto último condicionado a que el Espíritu de Dios more en nosotros. Por tanto, si es verdad que todo creyente que tiene paz con Dios, tiene el Espíritu Santo morando en él, y que cada uno de estos está «en Cristo», estamos obligados a concluir que nuestra posición está representada solamente por estas palabras. Según el contraste descrito por el apóstol, todo incrédulo está «en la carne», y todo creyente está «en el Espíritu»; también en Cristo, según el versículo 1 de Romanos 8. (No entramos aquí a examinar la fuerza precisa de las expresiones). El término «en Cristo», entonces, entendemos que expone la posición de todo creyente que ha sido sellado por Dios por medio del Espíritu Santo. El hecho de que se necesita una experiencia y una condición práctica para entrar en estas bienaventuradas bendiciones, y para el disfrute de ellas –a saber, que Dios nos ve ahora, no en Adán, en la carne, sino en Cristo– se ve a partir de la posición de Romanos 7, con relación a Romanos 6 y Romanos 8; pero esa es totalmente otra cuestión.
3. Se debe observar otra cosa. El término «en Cristo» no es necesariamente de la misma fuerza en Romanos como en 2 Corintios 5 y Efesios; sino que tiene que ser explicado en cada lugar de acuerdo con la clara enseñanza de la epístola. Por ejemplo: en Efesios 2:6: «en Cristo» implica, indudablemente, unión con Cristo («y con él nos resucitó, y con él nos sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús –Efesios 2:6– LBLA); pero difícilmente se podría decir esto acerca de Romanos 8:1 («No hay, pues, ahora ninguna condenación para los [que están] en Cristo Jesús» Romanos 8:1), ni tampoco, de hecho, acerca de Juan 14:20. Como otro ha dicho, hablando de este último pasaje, (citamos de memoria, pero pensamos que lo hacemos correctamente): “No se trata de unión, sino de naturaleza y vida, y nuestro lugar en esa naturaleza y vida”. Del mismo modo, la expresión «la justicia de Dios» tiene una fuerza diferente en Romanos 3 de la que tiene en 2 Corintios 5:21. En Romanos es «para todos los que creen» (Romanos 3:22), y esto, también, en el lugar en que están los que creen; pero en 2 Corintios 5, nosotros somos hechos «justicia de Dios» en Cristo, en el lugar donde él está (2 Corintios 5:21).
4. Nuevamente, si la posición del creyente se encuentra en Romanos 5:1 y 2, la importancia relativa del lugar que Cristo ocupa a la diestra de Dios se pierde. Dígase, con toda reverencia, que un Hombre, Cristo Jesús, aunque Hijo eterno, está en la gloria de Dios. Y justamente debido a que él está allí como un Hombre, ese es también nuestro lugar, en la gracia maravillosa de Dios, según sus consejos eternos. No es exagerado decir que el cristianismo no puede ser entendido aparte del reconocimiento de la verdad que Cristo ha sido glorificado como Hombre. Esto decide inmediatamente la cuestión de la posición del creyente. Esta posición no puede, por esta misma causa, ser inferior a «en Cristo» en el lugar donde Cristo está. Esa es ahora la posición del creyente; y, en breve tiempo, él será hecho conforme a esa posición, porque Dios nos ha predestinado a ser «conformes a la imagen de su Hijo, para que él fuese el primogénito entre muchos hermanos» (Romanos 8:29).
5. Habiendo visto, entonces, que nuestra posición como creyentes puede ser expresada solamente mediante el término «en Cristo», admitimos libremente, no, más bien insistimos sobre el hecho de que la posición del creyente es siempre la medida de su responsabilidad. Pero una correcta condición de alma jamás es engendrada contendiendo por la responsabilidad. Es la gracia la que restaura y establece, y mientras más se comprenda y se disfrute la gracia, más perfectamente corresponderá el andar del creyente a su posición. Conocer su posición es una condición para un andar correcto; pero, aun si se conoce la posición, el estado nunca será correcto mientras los ojos del creyente estén puestos sobre sí mismo. Por lo tanto, el peligro de la contención de que «en Cristo» es el estado o la condición, y no la posición, está en que el creyente se ocupe de sí mismo, y en los posteriores esfuerzos (siempre inútiles, porque dichos esfuerzos hacen suponer que hay poder por su parte) de lograr una condición de alma correcta. El resultado de esto es solo legalidad.
Entonces, en resumen, se debe destacar dos cosas. Por medio de la obra de Cristo por nosotros, somos llevados a una nueva posición. Estábamos bajo condenación, pero en virtud de su sacrificio expiatorio, estamos ahora en el favor constante de Dios. Dios, que en todo lo que él es, estaba contra nosotros a causa de nuestros pecados, está ahora por nosotros debido a la eficacia de la sangre preciosa. Pero esto no es todo. Cristo, en la cruz, trató también con lo que nosotros éramos, así como con lo que habíamos hecho. Nosotros hemos sido crucificados con Cristo, y así, el pecado ha sido condenado en la carne (Romanos 8). Pero si la cruz concluye la historia del primer hombre en responsabilidad, Cristo, en resurrección, ha tomado el lugar del segundo Hombre; y, por consiguiente, todo creyente es llevado, por medio de la muerte y resurrección de Cristo, a un lugar nuevo delante de Dios. Ahora bien, es este lugar nuevo, es decir, «en Cristo» (no ahora en Adán) el que representa nuestra posición.