La luz y las tinieblas

Lo que sucede allí


person Autor: Pierre COMBE 14


1 - Dios separa la luz de las tinieblas (Gén. 1:3-5)

La luz y las tinieblas son elementos irreconciliables, que se cuentan entre los mencionados por el apóstol Pablo en 2 Corintios 6:14: «¿Qué comunión la luz con las tinieblas?» Es sorprendente que el primer acto divino en la creación es precisamente separar estos dos elementos (Gén. 1:4). Dios separa: no siempre apreciamos este verbo activo, pero se menciona como la primera actividad de parte de Dios después de la creación. Separa los elementos que no son de la misma naturaleza, para unir los que son de la misma naturaleza. Por supuesto, el enemigo va exactamente en la dirección opuesta, buscando unir lo que no es de la misma naturaleza, y separar lo que es de la misma naturaleza.

Dios separa la luz de las tinieblas. En el estado actual de la creación, de la primera creación, estos dos elementos nos permiten contar el tiempo gracias a su alternancia. Los seis días de la creación, durante los cuales las cosas son llamadas a la existencia por la palabra de Dios, están puntuados por la misma declaración: «hubo tarde y hubo mañana», primero, segundo, hasta el último día de esta plenitud de obras llamadas a la existencia por el poder de la Palabra. Dios habló, y se realizó lo que había dicho para su plena satisfacción, ya que todo era muy bueno antes de que el pecado entrara en el mundo. El pecado, al estar ausente, Dios puede descansar; solo puede descansar cuando está satisfecho.

2 - En el estado eterno

En el estado eterno, estos dos elementos permanecen, pero son completa y definitivamente separados y distintos. Para los redimidos, para los que son introducidos en la presencia divina, es una esfera de luz inalterable, ininterrumpida (lo que ni siquiera será el caso del reino milenario, por muy hermoso que sea; estará sujeto al régimen solar con esta alternancia del día y de la noche tal como es ahora). Pero en el estado eterno, el tiempo no es contado; estaremos fuera de todo lo que rige esta primera creación, allí todo será luz. ¿Cómo habrá tinieblas cuando seamos introducidos en la esfera celestial, la casa del Padre, la casa de Dios de la que él mismo dice ser luz? (Véase Apoc. 22:5).

Por otra parte, los que no conocen al Señor, los que rechazan las llamadas de su gracia, los que voluntaria o inconscientemente son extranjeros a esta luz en la que estamos invitados a entrar, por gracia, por fe, –aquellos experimentarán las tinieblas definitivas sin un solo rayo de luz. Esta es la sentencia pronunciada más de una vez en la Escritura contra los reprobados. Es el caso del que entró en la sala de bodas sin estar vestido con el traje apropiado; se nos dice que es arrojado a las tinieblas, donde hay llanto y crujir de dientes para siempre. Igualmente es de aquel que recibió un talento y lo despreció, como habiendo pisoteado ese tesoro que le fue confiado (aunque el talento no ha perdido su valor); este esclavo es arrojado a las tinieblas exteriores, donde está el llanto y el crujir de dientes para siempre. No hay ninguna condición intermedia. O uno estará en la luz, o uno será reprendido, condenado, eternamente en las tinieblas. Esta es la condición eterna de cada uno.

3 - Condiciones del incrédulo y del creyente respectivamente

La luz es de naturaleza divina de tal manera que, para conocerla (hablamos espiritualmente), es necesario ser introducido en relación con Aquél que es su fuente. La Palabra es absolutamente clara para el que no cree, el incrédulo: no solo se dice que está en las tinieblas (que es el caso), sino que él es tinieblas. Éramos tinieblas por naturaleza; pero por la gracia y por la fe, como redimidos del Señor, fuimos liberados del poder de las tinieblas y llevados al reino del Hijo de su amor. Hemos sido llamados a salir de las tinieblas hacia esta maravillosa luz: ¿la apreciamos? No es necesario abrir bien los ojos para ver que las tinieblas morales de este mundo son cada vez más densas: rechazamos, como siempre lo hemos hecho, la verdadera luz que viene de arriba, del cielo, que ilumina a todos los hombres.

4 - Dios es luz y amor

Por la gracia de Dios ahora no somos luz, sino luminarios. Pero somos luz en el Señor (Efe. 5:8), ya que estamos vinculados a Aquel que se presentó diciendo: «Yo soy la luz del mundo» (Juan 8:12; 9:5). No hay otra luz en este mundo, moral y espiritualmente, y hemos sido llamados de las tinieblas a su luz admirable (1 Pe. 2:9).

La luz manifiesta cualquier cosa; todas las cosas son puestas en evidencia por la luz. Si entramos en una habitación en perfecto desorden, mientras esté oscuro y no se haya encendido la luz, no vemos nada. Para ver el desorden, necesitamos luz; la luz lo manifiesta todo. La parábola de la dracma perdida resalta esta realidad: la luz tuvo que ser encendida para encontrarla, pero la luz por sí sola no acercó la dracma perdida, requirió una intervención. Dios es luz; es bastante sorprendente leer en la primera epístola de Juan que Dios es luz, y la misma epístola dice que Dios es amor. Por otro lado, leemos que Dios es uno, Dios es santo. No se nos dice que el Señor es luz, ni que el Señor es amor; pero Él mismo puede decir: «Yo soy la luz del mundo», y a través de Él el amor divino se ha manifestado divina y plenamente. Pero Dios no es solo luz y amor, porque su amor ha sido manifestado en el don que nos ha hecho de su único Hijo. Pero en la persona misma de Dios, en quien toda la esencia de sus atributos tiene su propia fuente, Dios puede decirnos que es luz y que es amor. Y es en la medida en que, por la fe, por la gracia, hemos sido llevados a Él, que somos introducidos en esa luz.

5 - El Señor: la luz que libera del poder de las tinieblas

El comienzo del Evangelio de Juan presenta al Señor a través de Juan el Bautista (este es uno de los siete testimonios dados por Juan el Bautista), y testifica que el Señor es la luz: «En él había vida; y la vida era la luz de los hombres. La luz resplandece en medio de las tinieblas, y las tinieblas no la apagaron. Hubo un hombre enviado de Dios cuyo nombre era Juan. Este vino como testigo para dar testimonio de la luz, para que todos creyesen por medio de él» (Juan 1:4-7). El primer testimonio dado por el precursor sobre el Señor es notable: Él es la luz. Por lo tanto, fuimos liberados del poder de las tinieblas (Col. 1:13), mientras que nosotros mismos éramos tinieblas.

6 - Dios habita en la oscuridad profunda, la luz inalcanzable. La luz manifestada en Cristo

En la hermosa escena de la dedicación del templo, la casa de Dios construida por Salomón, es llamativo leer en su oración de alabanza: «Entonces dijo Salomón: Jehová ha dicho que moraría en las tinieblas espesas» (1 Reyes 8:12-13). ¿Cómo podría Dios habitar en esta morada, cuando habita en la luz? Esto es porque estamos bajo la ley, la verdadera luz manifestada en la persona del Señor no ha sido aún presentada al hombre. En el Lugar Santísimo, no había ninguna fuente de luz, en contraste con el lugar santo donde estaba el candelabro; pero en el lugar santísimo era la noche. La verdadera luz vino solo a través de Cristo. –Es sorprendente ver esta diferencia resaltada; en esta evocación de la morada de Dios hecha en circunstancias de alabanza que no eran en absoluto oscuras en sí mismas, Salomón, el sabio entre los sabios, puede decir que Dios habita en la oscuridad profunda: estaban bajo la Ley.

Pero si abrimos el Nuevo Testamento, entonces la luz brilla con todo su esplendor porque se ha manifestado en la persona de Cristo. Sin embargo, en la primera Epístola a Timoteo se nos dice que Dios habita en la luz inalcanzable, que ningún ojo ha visto ni puede ver; pero es la luz. ¿Y quién puede ser introducido en esta luz? Es el que ha sido iluminado por el mismo Señor. La luz ha venido en su propia persona.

7 - La gracia que opera en una esfera de tinieblas

Es sorprendente que la gracia opere en una esfera moral y espiritualmente tenebrosa.

7.1 - La Pascua, una noche para guardar (Éx. 12)

Hay varios casos. El primero es la escena de la liberación del pueblo terrenal de Dios, los hebreos, llamados a ser este pueblo elegido por pura gracia, porque Dios los amaba. En Éxodo 12 leemos que debían apartar un cordero sin defecto, sacrificarlo, prepararlo, comerlo, y luego leemos: «Y tomarán de la sangre, y la pondrán en los dos postes de la puerta y en el dintel de las casas en que le han de comer. Y comerán la carne en aquella misma noche; asada al fuego, con panes ázimos, y con hierbas amargas la comerán» (Éx. 12:7-8). Debían hacer esto «en aquella misma noche», y en Éxodo 12:42: «Noche de solemne observancia a Jehová es esta, por haberlos sacado él de la tierra de Egipto: esta es aquella noche de Jehová, de solemne observancia para todos los hijos de Israel durante sus generaciones». Aquí está Dios que obra en liberación en una esfera tenebrosa, en una condición tenebrosa.

El cordero vivo no ponía al abrigo del juicio; el cordero vivo no podía en ningún caso ser la marca de la liberación del pueblo, de su escape de la esclavitud del opresor; era necesario que el cordero fuese sacrificado. Por supuesto, era también necesario apropiarse el valor de este sacrificio: por eso se habla siete veces de comer este cordero. No basta con saber que Cristo vino, que Cristo fue sacrificado, que su obra fue aceptada, de conocer estas cosas, sino que deben ser apropiadas. Comer (Juan 6 habla de «el que come mi carne», v. 54, 56), alimentarse de Cristo, es apropiarse la eficacia, el valor de su obra y la eficacia de su sangre. La sangre en los postes era apreciada por Dios: Puede decir él mismo «yo veré la sangre, y os pasaré por alto». Lo más importante no era la apreciación que tenían los hebreos del valor de esta sangre, sino la apreciación de Dios. Lo más importante no es la apreciación que tenemos del valor de la sangre de Cristo (¡sin embargo, cuán altamente debemos tenerla en nuestros corazones y en nuestros afectos!), sino la apreciación de Dios. Se puede decir que ha puesto el sello de su apreciación, su aprobación, su satisfacción por la obra de Cristo al acogerlo cuando esa obra fue cumplida, y al elevarlo a la gloria. Los cielos en otro tiempo cerrados durante las horas de la expiación se abren, y, como leemos en la Epístola a los Hebreos, Dios le da la bienvenida y lo saluda como el Autor de la salvación eterna, el Sumo Sacerdote para la eternidad. Esta es la apreciación de Dios: «Yo veré la sangre, y os pasaré por alto»; pero esto sucede en una escena tenebrosa. A través de esta obra somos llamados de las tinieblas a la maravillosa luz.

Pero si el cordero vivo no podía en ninguna medida redimir al pueblo, se decía: «No quebraréis hueso suyo». Lo que Dios había establecido y ordenado con respecto a lo que tipifica a su Hijo (el Cordero), encontró su perfecto cumplimiento después de la muerte del Señor: Sus piernas no fueron quebradas, para que se cumpliera la Escritura que dice que ni uno solo de sus huesos será quebrado. Estas son cosas que ocurren en la noche y son la causa de la liberación del pueblo. Y «ese día», ese día en que se hizo esta liberación, se convirtió para el pueblo en el primero de sus meses; esta Pascua se celebraba de año en año, en el mes de abib.

La Escritura registra la celebración de la Pascua siete veces: la primera vez aquí, es su institución; luego en el libro de los Números, con Josué, dos veces en el libro de las Crónicas (bajo Ezequías y Josías), en el libro de Esdras (en la dedicación del templo reconstruido), y en Lucas 22 donde el Señor mismo tomó el lugar del cordero; podemos decir con alabanza y gratitud: «Nuestra pascua, Cristo, ha sido sacrificado» (1 Cor. 5:7). Esta es una de las muchas cosas que ocurrieron durante la noche.

7.2 - La vara que brotó, floreció y dio frutos durante la noche (Núm. 17)

Otra escena, que también ocurrió de noche (hay muchas), se encuentra en el libro de los Números en el capítulo 17. Se trata del establecimiento del sumo sacerdocio. Los príncipes de los hijos de Israel fueron llamados a traer varas, una para cada tribu, una vara de almendro, y a ponerla delante del Señor; y se dice: «Y las depositarás en el tabernáculo de reunión

delante del arca del testimonio, donde yo suelo tener entrevistas con vosotros a tiempos señalados. Y sucederá que la vara del hombre a quien yo escogiere, florecerá; así me libraré de las murmuraciones de los hijos de Israel, con que ellos murmuran de vosotros. Habló pues Moisés a los hijos de Israel; y todos sus príncipes le dieron varas, una por cada príncipe, conforme a las casas paternas de sus tribus, es decir, doce varas: y la vara de Aarón estaba en medio de las varas de ellos. Y Moisés depositó las varas delante de Jehová en el tabernáculo del testimonio. Y sucedió que al día siguiente entró Moisés en el tabernáculo del testimonio; y he aquí que había florecido la vara de Aarón, la de la casa de Leví; y echando botones, había brotado flores y producido almendras. Y Moisés sacó todas las varas de delante de Jehová a todos los hijos de Israel; y ellos las miraron, y cada príncipe tomó su propia vara. Entonces dijo Jehová a Moisés: Vuelve a poner la vara de Aarón delante del arca del testimonio, para guardarla como señal contra los hijos de rebelión; así concluirás con sus murmuraciones contra mí, para que no mueran» (Núm. 17:4-10, VM).

Aquí, entonces, hay varas de almendros cortadas, que no reciben más savia, no más alimento. Son puestas ante el Señor por la noche. Dios establecerá, demostrará su elección en cuanto al sumo sacerdocio, y el hombre se retira; no interfiere en esta elección que es solo de Dios. Y es por la mañana cuando se ve que uno de estas doce varas ha vuelto a la vida; ha dado brotes, ha florecido y ha producido almendras. En esto tenemos una imagen del establecimiento del sumo sacerdocio de Cristo a través de la muerte y de la resurrección. La vara que sirve como figura es la vara de Aarón aquí, y Aarón es instituido como sumo sacerdote de la familia levítica, y esta vara es traída ante Jehová.

Esta vara no era la que Moisés usó cuando estuvo ante el faraón, ni la vara con la que golpeó las aguas para cruzar el Mar Rojo en la liberación del pueblo. No es una vara para ejercer el juicio, pero es la vara del sacerdocio, que tiene el efecto de detener la murmuración: ¡cuánto la necesitamos, pues no pasó mucho tiempo después de la travesía del Mar Rojo para que el pueblo empezara a murmurar! Pero no era con esta vara con la que se debía golpear la roca dos veces; no era necesario golpearla dos veces, sino solo una, porque Cristo no podía ser golpeado dos veces.

Lo que ocurrió aquella noche de Números 17 nos habla de aquella otra noche, a ninguna semejante, sobrenatural, la de las horas de expiación, por las cuales, y en virtud de las cuales, el Señor recibió este sacerdocio de un orden que no es el de Aarón, que es de un orden intransferible. Ahora está ejerciendo su sacerdocio a favor nuestro según el carácter aarónico, es decir, la intercesión. Somos los felices beneficiarios hasta tal punto que ni siquiera necesitamos pedirle al Señor que ore e interceda por nosotros: Lo hace, y siempre está vivo para interceder por nosotros.

El hombre se retira mientras Dios hace su elección, el pueblo no puede dejar de notar la elección que Dios ha hecho, el Señor se ha convertido en el Sumo Sacerdote. No lo era cuando vino como hombre a la tierra, como tampoco era el Autor de la salvación eterna, ni la piedra angular del edificio de la gracia antes de realizar su obra. Se convirtió en lo que no era, pero siguió siendo lo que siempre había sido.

7.3 - El vellocino que se secó durante la noche (Jueces 6:36-40, VM)

Otra escena tiene lugar por la noche en el libro de los Jueces (6:36): «Entonces dijo Gedeón a Dios: Si has de salvar por mi mano a Israel, conforme has dicho, he aquí que voy a poner este vellocino de lana en la era de trillar: si pues el rocío estuviere sobre el vellocino solo, y todo el suelo permaneciere seco, entonces sabré que salvarás por mi mano a Israel, conforme has dicho. Y fue así; pues cuando se levantó al otro día, apretó el vellocino, y exprimió del vellocino el rocío, un tazón lleno de agua. Dijo Gedeón otra vez a Dios: No se encienda tu ira contra mí, y hablaré solamente una ves más. Te ruego me permitas hacer la prueba solamente esta vez, por medio del vellocino. Te ruego quede seco el vellocino, en tanto que en todo el suelo haya rocío. Y lo hizo Dios así aquella noche; porque permaneció seco el vellocino solo, mientras que en toda la tierra hubo rocío».

Este vellocino de lana, esta alegoría puede aplicarse tanto al pueblo de Israel, objeto de la elección divina, así como al propio Señor. Israel ha sido bendecido, ya que en el caso de Balaam tenemos una declaración inequívoca. Si Balac quería llamar a la maldición sobre el pueblo, no podía, porque «él ha bendecido», dice Dios, «y no podré yo revocarlo» (Núm. 23:20), a pesar de lo que es este pueblo. Tenemos para nosotros una seguridad tan preciosa, somos bendecidos con todas las bendiciones espirituales en los lugares celestiales en Cristo; pero esto no es en virtud de nuestros méritos, de nuestra fidelidad, sino en virtud de Su gracia.

El vellocino, Israel, era objeto de una bendición de la que se privó a las naciones. Estaba el vellocino impregnado de rocío en su misma plenitud; pero en la tierra, las naciones estaban privadas de él, no había rocío. ¡Cuánto esta alegoría encuentra su perfecto cumplimiento en la persona del Señor! Todas las bendiciones tienen su fuente en él, él es el Bendito (vea la aparición del Señor ante sus condenadores). No hay ninguna bendición que pueda llegar al hombre fuera de Él; es imposible. Incluso en el Antiguo Testamento, cuando muchos redimidos, muchos hombres de fe fueron bendecidos de manera especial, era en anticipación, por la obra de Cristo que iba a ser realizada; y somos bendecidos con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo.

Por lo tanto, el Señor era la expresión divina, completa y perfecta de las palabras «un tazón lleno de agua»; toda la bendición estaba reunida, congregada, concentrada en la persona misma del Señor. Pero para que llegara a la tierra, ¿qué se necesitaba? El vellocino tuvo que experimentar la sequía para que, a través de él, el rocío pudiera llegar a la tierra, a la humanidad. Y es sorprendente ver la sequía que el Señor experimentó, físicamente, y cuánto más moralmente. Una de las siete palabras pronunciadas en la cruz es precisamente: «Tengo sed». Ha conocido la sequía absoluta para que, a través de él, y por su obra, seamos objeto de estas olas de bendición, del rocío de lo alto. El rocío es la imagen de la bendición; podemos disfrutarlo prácticamente, estamos llamados a disfrutarlo plenamente; pero incluso en la naturaleza vemos que para que haya rocío en la tierra por la mañana, no debe haber nubes ni viento. Y espiritualmente, encontramos estos dos elementos para que podamos disfrutar verdaderamente de la bendición que viene de la comunión y del goce de la comunión con el Señor: no debe haber nubes que interrumpen el goce de nuestra intimidad con él; la agitación, el viento es un obstáculo para el rocío.

Estas cosas se presentan de nuevo ante nosotros como ocurriendo durante la noche. Se los debemos a esa noche incomparable que el Señor experimentó durante las horas de expiación.

7.4 - El pueblo sentado en las tinieblas ha visto una gran luz

Leemos en Isaías 9:2 (VM): «El pueblo que andaba en tinieblas ha visto gran luz, y sobre los habitantes de la tierra de sombra de muerte, luz ha resplandecido». El Señor citó este pasaje al principio de Mateo (4:16): «El pueblo sentado en tinieblas ha visto gran luz, y a los que vivían en la región de sombra de muerte, luz les ha resplandecido». Una palabra profética que encuentra su cumplimiento en el nacimiento del Señor, la venida del Mesías para su pueblo. Es notable notar que al principio del Evangelio de Lucas está escrito: «En aquella región había pastores que vivían en el campo, turnándose para guardar su rebaño durante las vigilias de la noche. Y un ángel del Señor se puso junto a ellos, y la gloria del Señor brilló a su alrededor, y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: ¡No temáis!, porque os traigo buenas noticias de gran gozo que será para todo el pueblo; que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador que es Cristo el Señor» (2:8-11).

En las vigilias nocturnas... era una noche natural, pero son tres los tipos de noche: la noche natural, física, relacionada con la creación; la noche moral, que es la situación de toda alma ajena a la gracia de Dios, sin relación con Aquel que es la luz; y luego las tinieblas excepcionales de las tres horas de expiación. Esta gran luz es anunciada en Isaías para este pueblo en la sombra de las tinieblas, en la sombra de la muerte, y es repetida por el mismo Señor en Mateo 4. Encuentra su cumplimiento durante aquella noche en que los pastores esperaban la liberación, –pastores y no los principales del pueblo que eran ajenos a las profecías que se les había dado, que deberían haber esperado al Señor, el Mesías. ¿Cuántos le esperaban? Un remanente muy pequeño, contado casi con los dedos de una mano; durante aquella noche en que estos pastores estaban pastoreando y cuidando sus rebaños, la buena noticia del cumplimiento de esta profecía de Isaías 9 encuentra su cumplimiento.

Pero para que podamos ser verdaderamente introducidos en la luz, era necesario que el Señor, ese Salvador anunciado y venido, entrara en las tinieblas, él que es luz, la luz del mundo; pero las tinieblas no lo entendieron, no lo recibieron, y el mismo Señor debió conocer las tinieblas en esa noche excepcional de la que nos hablan los evangelios, principalmente en Mateo 27, donde se dice que desde la hora sexta hasta la novena, en plena luz del día, hubo tinieblas sobre toda la tierra. Esto es lo que ha debido conocer nuestro Señor, nuestro amado Salvador, que vino a traernos la luz; él mismo ha debido entrar en las tinieblas. –Durante esas horas el enemigo se retiró; lo había dejado desde la tentación, por poco tiempo, y había retomado sus repetidos asaltos en el jardín de Getsemaní, tratando de que el Señor hiciera marcha atrás ante el precio a pagar, el de ser hecho pecado ante un Dios santo. Pero el Señor, en sus sufrimientos que no podemos captar ni medir, los sufrimientos por anticipación en el jardín, tan aterradores para él por la perspectiva de ser hecho pecado, puede decir a su Dios y Padre: «no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:42). Y durante esas mismas horas, sufrió el odio violento y brutal de sus perseguidores, hombres desenfrenados contra él por el que los dirigía. –Entonces el enemigo se retiró; ni Satanás ni los hombres intervinieron durante las tres horas en que este luminar (el sol) que él había creado para iluminar las obras de sus manos, donde todo era muy bueno, estaba envuelto en tinieblas; no iluminó a su Creador hecho pecado. Es la única noche en los anales de la eternidad en la que el Señor paga el «hermoso precio» (Zac. 11:13), cuando su amor por su Padre se expresa en una medida y un lenguaje que solo el Padre puede apreciar y medir: estamos en adoración a distancia.

Pero la luz se hará, brillará con todo su esplendor. Es notable y muy hermoso ver que, cuando el sol sale muy temprano en la mañana, el amanecer de un día de gracia que aún perdura por la paciencia de Dios, estas mujeres vienen a la tumba para encontrar un sepulcro vacío.

8 - En la luz, el recuerdo de las horas de tinieblas

Y ahora, mientras aún estamos en las tinieblas de este mundo (porque solo se han vuelto más densas), ¿qué debemos hacer? En cuanto a nosotros mismos, somos introducidos en la luz, pues la brillante Estrella matutina, por gracia, ya se ha levantado en nuestros corazones. Y, ¿que tenemos el privilegio de hacer? Es responder a lo que nos ha pedido, a lo que instituyó la noche en que fue entregado, y donde instituyó lo que es para nosotros el memorial de su obra. Dejó, como dice el salmista, el memorial de sus maravillas. Y mientras esperamos su regreso, cuando ya hemos sido llamados a esa maravillosa luz, recordamos, en la alabanza de nuestros corazones y en la adoración, lo que él, la luz del mundo, conoció durante las tenebrosas horas de la expiación; y tomamos el recuerdo que nos dejó, la noche en que fue entregado. Y este recuerdo, si es para la tierra, el Señor nos lo ha dejado sabiendo que tenemos corazones olvidadizos.

9 - El día de la eternidad

Pero este recuerdo vivirá para siempre, cuando lleguemos a este lugar, la esfera de la cual se nos dice: «Y ya no habrá noche; y no necesitan luz de lámpara, ni luz del sol; porque el Señor Dios los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos» (Apoc. 22:5). De la misma manera, en Apocalipsis 21:23, con respecto a la ciudad celestial, la nueva Jerusalén, se nos dice: «Y la ciudad no tiene necesidad del sol ni de la luna, para que la iluminen; porque la gloria de Dios la iluminó, y su lámpara es el Cordero».

Por gracia ya estamos introducidos espiritualmente en la luz, pero estamos en una escena en la que estamos rodeados de tinieblas. Pronto estaremos en esa esfera celestial, inalterable, donde la luz nunca terminará y nunca se debilitará, en esa eternidad, en ese día eterno del que podemos decir con el apóstol Pedro: «A él sea la gloria, ahora y hasta el día de la eternidad» (2 Pe. 3:18). Este día que no tendrá fin, no será demasiado largo para dirigirle la alabanza, la gratitud y la adoración de nuestros corazones.


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