Índice general
La preciosa sangre de Cristo
: Autor Alfred E. BOUTER 3
: TemaJesucristo (el Hijo)
1 - Algunas palabras de introducción
Esta historia tuvo lugar hace casi tres mil quinientos años. El pueblo de Israel, cautivo en Egipto, va a ser liberado por el poder de Dios. Durante la noche, el Señor herirá todo el país, matando a los primogénitos de los hombres y de las bestias. En esta noche de la primera Pascua, los israelitas deben sacrificar un cordero por casa al Señor, y poner su sangre en los postes de la puerta. Al pasar, el ángel destructor verá la sangre y escatimará la casa.
El décimo día del mes, un cordero de un año debía ser separado del rebaño para permanecer en la casa. El decimocuarto día, en la noche, el cordero tan encantador y bello debía ser ejecutado. A la pregunta de los hijos conmovidos, el padre responde: «¡Si este cordero no se ofrece como sacrificio según las instrucciones del Señor, será Obed, el primogénito de nuestra familia que morirá esta noche por el juicio de Dios!»
2 - ¿Quién puede estimar el valor de la sangre de Cristo?
Si nosotros, adultos, podemos estimar el precio de un cordero que salva a este niño, podríamos estimar la cantidad representada para salvar a todos los primogénitos en Israel. Pero para el niño cuyos valores no están distorsionados por los cálculos materiales, el cordero tiene un precio infinitamente más alto, porque lo valora según su apego.
Cuando se trata de nuestro Señor Jesucristo, ¿quién examinará el valor de su sangre derramada, de su vida entregada? ¿Es Juan el Bautista? El que viendo a Jesús que venía a su encuentro gritó: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29)[1]. Pero no ha podido describir el valor de la sangre de este Cordero. Parece que el apóstol Pablo tendría la respuesta cuando escribe: «¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Habéis sido comprados por precio; por lo tanto glorificad a Dios en vuestro cuerpo» (1 Corintios 6:19-20, VMA). Hago hincapié en estas palabras: «habéis sido comprado por precio». Ni siquiera el apóstol puede expresar el precio de la preciosa sangre de Cristo. Solo Dios lo valoró a su justo precio cuando tuvo que abandonar al Señor Jesús en la cruz durante las tres horas de tinieblas y permanecer sordo a su oración (véase Sal. 22:1).
[1] Esta exclamación introduce la obra de Cristo como sacrificio por el pecado, teniendo tal valor que un día el pecado será quitado de este mundo; los que rechazan esta obra sufrirán en la gehena (infierno).
El Nuevo Testamento usa diferentes expresiones para referirse a la sangre de Cristo, entre otras: la sangre del Cordero, la sangre de Jesús, la sangre de su cruz, y otras expresiones. Quiero limitarme a los cuatro pasajes que nos hablan de la sangre de Cristo. El nombre «Cristo» significa «el que ha sido ungido» [2]. Dios lo ungió al principio de su ministerio público (Hec. 10:38) y declaró: «Este es mi amado Hijo, en quien tengo complacencia» (Mateo 3:17). Durante nuestro estudio abordaremos los cuatro pasajes que hablan de la sangre de Cristo, recordando que Aquel de quien se derramó la sangre es también el mismo a quien Dios ungió y coronó con gloria y honor. Esto puede ayudarnos a apreciar mejor el valor de esta sangre.
[2] La unción simboliza la acción del Espíritu en vista de un servicio público. Cristo fue concebido por el Espíritu (Lucas 1); luego, en su vida, fue guardado, instruido, ungido y guiado por el Espíritu, para la gloria de Dios; ¡qué modelo para nosotros!
3 - La sangre de Cristo y la redención
«Sabiendo que no con cosas corruptibles, plata u oro, que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir que vuestros padres os enseñaron, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin defecto y sin mancha, predestinado antes de la fundación del mundo, pero manifestado al fin de los tiempos a causa de vosotros, que por él ahora creéis en Dios que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios» (1 Pedro 1:18-21). Este maravilloso pasaje contrasta los medios que el hombre usaría para su salvación (oro y plata) con el único medio eficaz y dado por Dios. Pedro igualmente señala que la obra de la redención incluye la muerte y resurrección de Cristo, «el Cordero de Dios». Dios mostró su satisfacción dándole gloria, ahora en el cielo. Finalmente, el pasaje enfatiza que es a través de la fe en Dios que uno es salvo y no a través de esfuerzos religiosos.
4 - La obra de la redención
«Porque si la sangre de machos cabríos y de toros… los santificaba para purificación de la carne; ¡cuánto más la sangre de Cristo¡ quien mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará nuestra conciencia de obras muertas, para servir al Dios vivo» (Hebr. 9:13-14) Todos los sacrificios del Antiguo Testamento, prescritos por Dios, jamás podrían satisfacer las exigencias de su santidad y justicia, ni de su corazón. Ponían en evidencia la necesidad de un sacrificio más excelente y testificaban de antemano de la sangre de Cristo. En el pasaje citado anteriormente, el énfasis está puesto en la persona que se entrega en sacrificio. Este Hombre perfecto, que siempre es guiado por el Espíritu durante su ministerio, ahora se ha dado a sí mismo por medio de este Espíritu eterno (una persona divina) como un sacrificio para este Dios a quien siempre había servido tan fielmente durante su vida. El objetivo de Dios era adquirir un pueblo que lo sirviera, una familia de hijos y adoradores, creyentes para anunciar sus virtudes (1 Pedro 2). Otros versículos especifican que este trabajo se ha hecho una vez por todas.
5 - La eficacia de esta sangre derramada por nosotros
«Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que antes estabais lejos, habéis sido acercados a él por la sangre de Cristo» (Efe. 2:13). La palabra «ahora» indica un cambio y este versículo considera al cristiano en una nueva posición: «en Cristo Jesús». El pasaje aclara la eficacia de la sangre de Cristo al explicando que pecadores perdidos, lejos de Dios, son acercados para estar en una relación íntima con Él. Situado en esta proximidad, el creyente puede decirle «Abba, Padre» (cf. Efe. 2:18).
6 - La sangre de Cristo ha traído la bendición
«La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo?» (1 Cor. 10:16). Habiendo considerado quién podría estimar el verdadero valor de la sangre de Cristo, preguntémonos: ¿quién puede sondear los resultados de esta sangre derramada? La respuesta es la misma: solo Dios puede conocerlos y apreciarlos como solo él puede estimar el valor de la sangre derramada de Cristo. Pero, nosotros tenemos el privilegio de poder disfrutar de estos resultados, incluso si no podamos sondearlos.
Cristo ha recibido la copa de bendición a cambio de su obra hecha para la gloria de Dios. Es la copa de la que hablamos para bien, la que bendecimos. El que bebió la copa que el Padre le dio (Juan 18:11), la cual era una copa de maldición y de juicio, fue abandonado por Dios debido al juicio que sufrió por nosotros –siendo maldecido, probando los sufrimientos de la muerte. Por lo tanto, ha recibido la copa de bendición, como prueba de la satisfacción y el gozo de Dios. Cristo la ha recibido y ya la comparte con los creyentes, que están asociados a él y viven en un mundo que todavía lo rechaza. Apreciemos, pues, más el valor de esta copa, dándole al Señor su lugar de Vencedor, de Libertador, de Benefactor y de Supremo Objeto de Adoración. ¡Démosle una respuesta de nuestro corazón, nuestro aprecio por su sangre, para su gloria!
Traducción de E. Endrino