Índice general
La mujer que no desistió
Mateo 15:21-28 – Marcos 7:24-30
: Autor Gerrid SETZER 4
(Fuente autorizada: creced.ch)
Jesús había hecho varios milagros en Galilea (Mat. 14:34-36). Ante semejante despliegue de la gracia de Dios, los fariseos y los escribas no supieron hacer otra cosa que no fueren reproches al Señor porque sus discípulos no se lavaban las manos antes de comer (Mat. 15:1-20). Jesús les muestra entonces que el hombre no se contamina por las cosas exteriores, sino por lo que sale de su propio corazón, que es la fuente del pecado. La porción siguiente, en contraste con el corazón profundamente malo del hombre, nos presenta el corazón de Dios, un corazón lleno de gracia. Es lo que vemos de manera maravillosa en la sanidad de la hija de una mujer que no pertenecía al pueblo de Israel.
El Señor sale de Galilea y se dirige a la región limítrofe de Tiro y Sidón. Según lo que sabemos, Jesús nunca fue más al norte de esta región, y de lo que hizo allí solo se nos relata el caso de esta joven que fue sanada.
Con respecto a la región de Tiro y Sidón, podemos recordar que, en otra ocasión, estando Jesús en Galilea, grandes multitudes acudían a él para ser sanadas (Marcos 3:8). Además, al norte del país, cerca de Cesarea de Filipo, lejos de Jerusalén –centro del judaísmo– Pedro hizo la hermosa declaración: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Mat. 16:13, 16).
1 - La mujer encuentra a Jesús
En esta región que pertenecía a Fenicia (en aquel tiempo era una parte de Siria), una casa fue abierta para el Salvador (Marcos 7:24). No quería que nadie lo supiese, pero rápidamente la noticia se divulgó porque muchos lo conocían. En particular, una mujer sirofenicia, pero de cultura e idioma griego, supo que Él estaba allí. Esta mujer tenía una hija atormentada por un demonio.
Consciente de su necesidad y del poder de Jesús, la mujer deja a su hija para salir al encuentro del Salvador. Cuando lo encuentra, ella clama con desesperación: «¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio» (Mat. 15:22). Ella no dice: «Ten misericordia de mi hija o de nosotros». La angustia de su hija es la suya. Implora la compasión para consigo misma.
¿Pesa la inquietud de un hijo, o de otra persona muy amada, sobre su corazón? ¿Es el sufrimiento de alguien, su propio sufrimiento? Entonces clame al Señor para que él tenga compasión de usted.
2 - El Señor no responde
¿Cómo reacciona el Señor ante el llamado de socorro de esta mujer que se postró a sus pies? (Marcos 7:25). «Pero Jesús no le respondió palabra» (Mat. 15:23). No es a causa del motivo de la súplica, porque el Señor andaba haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo (Hec. 10:38). Por un lado, Jesús quiere probar la fe de esta mujer, y, por otro, las palabras con que ella se dirigió a él no son las adecuadas. Ella lo interpeló llamándolo: «Hijo de David». Otros lo habían llamado así y habían sido socorridos, pero eran judíos (Mat. 9:27-30; 20:30-34). Solo los judíos tenían una relación con el Hijo de David, el Rey de Israel. Como cananea, no tenía ningún derecho a recibir algo del Mesías de Israel.
Podría parecer que el Señor rechaza a esta mujer. En realidad, la instruye con su silencio. Ella debe tomar su lugar como extranjera.
Si el Señor parece no reaccionar a nuestro pedido, tal vez quiere enseñarnos una lección importante. Por ejemplo, la perseverancia en la oración (Lucas 18:1). Entonces no nos cansemos. También podemos pedirle que nos haga comprender la razón de su silencio.
3 - Una prueba de fe
La mujer no se desanima. Clamando detrás del Señor y sus discípulos, pide ayuda. Los discípulos comprenden muy poco el pensamiento de su Maestro y le ruegan despedir a la que los molesta. Poco antes, habían pedido algo semejante, no sabiendo qué hacer con la multitud hambrienta (Mat. 14:15). Pero Jesús no había querido despedir a la multitud, como tampoco quiere despedir a esta mujer que apela a su misericordia. No deja ir con las manos vacías a ninguno de los que le imploran. Pero no pudiendo aceptar el pedido de la mujer antes de que ella tome el lugar que le corresponde, declara ante todos los presentes: «No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mat. 15:24).
La mujer oye estas palabras. Comprende que ella no forma parte de «las ovejas perdidas de la casa de Israel». Pero la palabra «perdidas» despierta su interés. Si las ovejas de la casa de Israel están perdidas, entonces solo pueden estar reducidas a la gracia, a un favor inmerecido. Y sobre esta base, ¿no hay esperanza también para una persona perdida de entre los paganos? Entonces se postra ante Jesús, diciendo: «¡Señor, socórreme!» (v. 25). Ya no dice «Hijo de David».
4 - Los hijos y los perros
Como respuesta a esta nueva súplica, el Señor le dice: «No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos» (v. 26).
En una familia, cuando los hijos están a la mesa, y los animales domésticos están debajo y esperan un trozo de pan, los hijos tienen la prioridad: el pan es para ellos. En aquel tiempo era lo mismo en cuanto a los israelitas y los gentiles. En virtud de las promesas que Dios había hecho desde la época de Abraham, los israelitas tenían derecho a bendiciones especiales. Los gentiles no tenían ninguna parte en ellas. Eran «ajenos a los pactos de la promesa» (Efe. 2:12).
Notemos que el Señor en su respuesta introdujo la palabra «primero» (Marcos 7:27). Esto deja entrever que existe la posibilidad de algo, más tarde, para aquellos que, en ese momento, estaban fuera de la esfera de la bendición. Pero ese tiempo no había llegado todavía, los «hijos» aún comían. Dios no había puesto a su pueblo de lado para volverse a las naciones. Esto sucedió después de la cruz, y aun después de que la nación judía rechazara la salvación predicada por los apóstoles.
5 - La mujer se apodera de la gracia
Entonces ¿hay esperanza para esta mujer? Ciertamente que sí. La manera con que ella reacciona a la declaración del Señor es simplemente admirable. No se va enojada, herida en su orgullo, como antiguamente había ocurrido con Naamán el sirio (2 Reyes 5:11). Humildemente dice: «Sí, Señor», y agrega: «pero aun los perrillos, debajo de la mesa, comen de las migajas de los hijos» (Marcos 7:28). En otras palabras: “Sí, es cierto que los perros no tienen ningún derecho a las bendiciones del Mesías para su pueblo. Pero cuando los perros agarran las migajas caídas debajo de la mesa, las personas se las dejan. Y estoy segura de que hay al menos tanta gracia como esa en tu corazón”.
Desde el principio, la mujer sintió su miseria, su necesidad. Pero la actitud y las palabras de Jesús la llevan a dar un paso más: ella reconoce ahora su indignidad. Acepta la comparación desagradable que él hace, y se aferra de manera admirable a la gracia divina. El Señor la aprueba sin reservas.
Contemos nosotros también con la gracia de nuestro Señor en cada situación de nuestra vida. No quedaremos con las manos vacías.
6 - La gracia responde a la súplica
Cuando el Señor oye las palabras de la mujer, reconoce públicamente su gran fe y le asegura que su hija está sana: «Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres». «Por esta palabra, ve; el demonio ha salido de tu hija» (Mat. 15:28; Marcos 7:29).
Es notable que haya tan solo dos personas respecto de las cuales la Escritura dice que tenían una gran fe (o «tanta fe»): esta mujer y el centurión de Capernaum (Mat. 8:5-13). Los dos eran gentiles. Los dos eran humildes. Los dos se apoyaron plenamente en la gracia del Señor. Los dos se contentaron con una palabra de su parte y no insistieron para que venga personalmente a curarlos. Confiaron en el poder de su palabra. ¡Así se manifiesta una gran fe!
Podemos estar seguros de que la mujer volvió a su casa regocijándose por lo que iba a encontrar allí y no inquietada por las dudas. En efecto, cuando llegó, su hija estaba tranquila, acostada en la cama, sanada (Mat. 15:28; Marcos 7:30).
7 - Conclusión
Este relato ilustra lo que Pablo expresa en la epístola a los Romanos: «Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión para mostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres» (15:8). Y en el versículo siguiente, en relación con la gracia de Dios desplegada a los gentiles, agrega: «y para que los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia». Así también este relato nos presenta la gracia ilimitada de Dios hacia todos.
Dios había hecho promesas a Abraham y a su descendencia. Subsistían el pacto de la circuncisión y el de la ley. Pero en realidad todo esto era para una sola nación. La gracia manifestada en Cristo atraviesa las fronteras. Ella trae la salvación a todos los hombres. Históricamente, solo después de la muerte y de la resurrección de Jesús la gracia fue predicada a los gentiles; pero, por su fe, esta mujer pagana gustó de antemano la gracia que conocemos hoy. ¿Somos bastante agradecidos de que Dios se haya vuelto hacia nosotros, los gentiles?
La fe de esta mujer sirofenicia siempre nos impresionará. ¡Qué perseverancia! No se dejó desanimar por el silencio de Jesús, ni por las palabras de los discípulos. Por su determinación, nos hace recordar a Jacob, cuando dice al varón misterioso que luchaba con él: «No te dejaré, si no me bendices» (Gén. 32:26). ¡Es un magnífico ejemplo para cada uno de nosotros!