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El hogar cristiano


person Autor: Raymond K. CAMPBELL 6

flag Tema: La familia

(Fuente autorizada: biblecentre.org)


1 - Capítulo 1

1.1 - Instituido por Dios

El hogar fue establecido por Dios, y fue su designio para la humanidad. Cuando Dios hizo a Adán y a Eva y los unió en santo matrimonio mandándoles fructificar y multiplicar y henchir la tierra, Él instituyó la primera familia y el primer hogar (Gén. 1:27-28).

La unidad de la familia es aquello sobre lo cual descansa toda la estructura social humana. Y el hogar, la morada de la familia, sea solo un bohío (choza) o una mansión, es la fortificación o defensa de la comunidad. De aquí que se diga con frecuencia: “El hogar es el baluarte de la nación”. Sobre él descansa todo el edificio de la civilización. Si él desaparece, desaparece la nación; porque la nación no es sino una unidad de individuos ligados en una relación de familia. La importancia del hogar y de la vida hogareña conforme a los pensamientos de Dios se ven así prontamente.

1.2 - Alejamiento del orden de Dios

Vivimos en días cuando los principios de Dios para la humanidad, están siendo descartados, abundando el desorden y la corrupción, como sucede siempre cuando el hombre se aparta del orden de Dios. El amor libre, la infidelidad, el divorcio y todas las formas de obstinación están causando el naufragio de familias y hogares. El énfasis se está poniendo en la masa, o en el estado, y así se desplaza la unidad del individuo y la familia. Por lo tanto, es necesario que se llame nuestra atención hacia los principios y propósitos de Dios para nosotros, de modo que no seamos llevados por la corriente de las cosas que nos rodean y fallemos en el mantenimiento de verdaderos hogares.

1.3 - Qué es el Hogar

El hogar no es meramente un sitio donde comemos y dormimos, sino la atractiva morada donde el amor doméstico, la feliz y acariciada vida familiar, el descanso, paz y albergue de un mundo malo son conocidos y donde participamos de ellos. No es el hermoso edificio ni el mobiliario raro y atractivo que tiene dentro, lo que hace al hogar. Es la felicidad, el afecto y tierno cuidado hallados en el santuario del círculo doméstico concedido por Dios.

Ni las sillas, los libros, ni las cosas,
O los cuadros que adornan las paredes;
Y no es el pajarito que a diario canta,
Es la risa que suena en el ambiente.
Es la sonrisa nocturna de la madre,
Y el gozo en los ojos del pequeñuelo,
Y nuestro mutuo amor con todo su deleite
Lo que hace el hogar que todos ponderamos”.

En un mundo de pecado y rebelión el hogar es una insigne misericordia para la humanidad, la cual un Creador misericordioso ha provisto para ser un saludable balance y asilo temporal contra las dificultades y peligros de este mundo tempestuoso. Este refugio de dulces vínculos familiares es el refugio misericordioso de Dios para las tormentas y rudezas de la vida y el poder directo de Satanás en un mundo malo.

En un mundo semejante es una gran bendición tener en el seno de la familia, el corazón adiestrado en los tiernos afectos naturales los cuales son implantados por Dios en el corazón del hombre. Así en el mutuo cuidado de los miembros de la familia el uno por el otro y en el ejercicio diario de auto-negación práctica, el detestable egoísmo del corazón natural puede ser reprimido y frustrado. Entonces las relaciones familiares de obediencia y amor, y la práctica diaria de someterse el uno al otro, que estas relaciones necesitan, saludablemente contrabalancean aquella raíz de todo pecado humano –la auto-voluntariedad y la desobediencia.

1.4 - La familia cristiana

Pero la familia cristiana, donde uno o ambos padres pertenecen al Señor, es infinitamente más que solo un bendito refugio contra el mal. Es un santuario en medio de un mundo sin Dios y sin Cristo, donde las preciosas almas de los hijos son guardadas de su contaminadora influencia. El hogar cristiano es un sagrado refugio donde Dios y su Cristo son reconocidos, y donde su Espíritu mora, donde su palabra brilla, como la lámpara y lumbre de la casa, y donde el Evangelio es continuamente relatado, señalando el camino al cielo a todos los que allí moran.

Conviene aquí usar las palabras de otro: “Es el precioso hogar de generosos afectos donde el corazón es adiestrado en los vínculos que Dios mismo ha formado, y el cual, por acariciar los afectos, preserva de las pasiones y auto-voluntad. Y esto donde su fortaleza es justamente desarrollada, tiene un poder que a pesar del pecado y del desorden, despierta la conciencia y activa el corazón, guardándolo de mal, y el poder directo de Satanás”.

Aun cuando el pecado ha entrado en el mundo y lo ha dañado todo, la introducción de Cristo en estas relaciones de familia hacen de ellas una esfera para las operaciones de gracia y activo despliegue de la vida divina que tenemos en Cristo, de modo que la mansedumbre, la ternura, la mutua ayuda y la abnegación, ejercitadas en medio de las dificultades y dolores que el pecado ha causado, imparten a estas relaciones un encanto y una profundidad mayores que los que pudieron ser conocidos en el estado de inocencia del Edén.

El verdadero hogar cristiano es donde al Señor se le da su justo lugar y donde cada miembro de la familia obra conjuntamente en divina armonía conforme a la mente y propósitos de Dios, donde el amor de Dios es conocido y derramado en el corazón y es el elemento gobernante en el hogar. Aquí la palabra de Dios es leída y ejecutada, aunque quizás con mucha debilidad, y donde se escuchan la oración y la alabanza. Aquí se siente la atmósfera del cielo y, al igual que los hijos de Israel antiguamente, tales hogares tienen «luz celestial en sus habitaciones» (Éx. 10:23), cuando todo alrededor está en tinieblas. Cada hogar cristiano verdadero refleja algo de aquel Hogar celestial hacia el cual estamos viajando, y así los tales se distinguen al instante de aquellos donde Cristo, la Luz de los hombres, no brilla.

1.5 - La Palabra de Dios prominente

En Deuteronomio 11:18-21 Dios nos da una bella descripción de lo que él desea ver en cada hogar. El desea que su Palabra sea puesta en el corazón de los padres y atada como señal sobre sus manos. Ellos han de enseñar esa Palabra a sus hijos continuamente y escribirla sobre los postes de su casa y en sus portadas. La promesa es dada entonces de que sus días serán multiplicados, y de que serían «como los días de los cielos sobre la tierra». Tal es la bendición de un verdadero hogar cristiano, donde la Palabra de Dios es amada, obedecida y a la cual es dado su verdadero lugar. Tal hogar, donde todos están viviendo de acuerdo con la Palabra de Dios y para su gloria, es un pedacito del cielo en la tierra. Lector ¿es esto así en tu hogar? Si no, ¿por qué?

Pero esto solo puede ser cuando la preciosa palabra de Dios es atesorada por encima de todo lo demás por los padres, y la familia gobernada de acuerdo con sus preceptos. Entonces la Palabra de Dios será prácticamente vista sobre los postes y las portadas, y los hijos alimentados en sus instrucciones y andando en el camino de la verdad. Si los padres no aman la Palabra de Dios y no andan de acuerdo con ella, ¿cómo puede esperarse de sus hijos que la amen y la obedezcan?

Porciones de la palabra de Dios fueron literalmente colocadas sobre las puertas y los portales y atadas sobre las manos de los israelitas temerosos de Dios, y es bienaventurado ver lo mismo, en la forma de lemas bíblicos, sobre las paredes de los hogares cristianos hoy en día. Es una buena forma de hacer que la luz del cielo brille en testimonio a todos los que entran en nuestros hogares.

El hijo de un anciano cristiano se mudó a un nuevo hogar e hizo que se amueblara bien. Entonces invitó a su padre a que viniera y le mostró toda la casa. Después de haberla visto toda, el padre observó: “Bien, hijo, ciertamente tienes un hogar muy cómodo, pero nadie podría decir al recorrerlo si un hijo de Dios, o un hombre del mundo, el que vive en él”. Estas palabras despertaron de tal modo a su hijo que pronto colgó muchos lemas bíblicos en las paredes y dio a la Palabra de Dios un lugar más destacado en su hogar.

Es triste ver hogares de cristianos ataviados a la última moda, colmados de lujo y de la literatura del mundo, y la radio difundiendo los programas mundanos de entretenimiento, con poco de la Palabra de Dios visto, oído y practicado. Los tales no son hogares cristianos, en el sentido práctico del término. Si nuestros hogares no se distinguen de los hogares de los inconversos que nos rodean, no puede decirse con verdad que tenemos «luz en nuestras habitaciones», o que al Señor le es dado su lugar en ellos. Y esto es igualmente cierto si la lucha y la discordia caracterizan el hogar, en vez del amor y las gracias del Espíritu de Dios.

2 - Capítulo 2

2.1 - El Matrimonio, la base del hogar

Habiendo visto el mugar vital que, ordenado por Dios, el hogar ocupa en el sistema social, nos fijaremos un poco en detalle en la honorable y santa institución del matrimonio, el cual Dios ha ordenado como la base misma del hogar. Nuestro propósito al escribir es especialmente ser de ayuda a los jóvenes creyentes que puedan ahora, o en el futuro, sustentar la idea de contraer matrimonio y establecer un hogar para la gloria del Señor.

2.2 - Instituido por Dios en el Edén

El matrimonio es la más antigua y la más noble de las instituciones que Dios dio a la raza humana. El vínculo matrimonial fue la intención de Dios desde el comienzo de la historia del hombre. En el huerto de Edén Él mismo efectuó la primera boda, y su palabra declara que, «honroso es en todos el matrimonio» (Hebr. 13:4). De consiguiente la autoridad de Dios está estampada sobre esta institución.

El varón no está completo en sí mismo. La mujer es su complemento, supliendo las deficiencias de él. Ella es fuerte allí donde él es débil, y débil donde él es fuerte, y juntos ambos forman un todo completo, una carne. Por eso está escrito «Dios creó al hombre… Varón y hembra los creó; y los bendijo, y llamó el nombre de ellos Adán» (Gén. 1; 2). –Varón y hembra fueron necesarios para completar el Adán.

Echando de ver que Adán estaba incompleto en su soledad, dijo Dios: «No es bueno que el hombre esté solo: le haré ayuda idónea para él» (Gén. 2:18). Eva fue pues hecha de una costilla de Adán, siendo la provisión del Creador para él. Dios entonces la trajo a Adán y los bendijo, y fueron ambos una carne.

2.3 - Un paso más alto, el celibato

El pecado ha entrado, desde luego, en la hermosa creación de Dios, dañándolo todo, al extremo que aun esta bendita unión del matrimonio no es ahora toda rosada y sin espinas. «Aflicción de carne tendrán los que se casan», declara el inspirado apóstol (1 Cor. 7:28), quien había alcanzado misericordia y don especial del Señor para permanecer soltero, de modo que pudiera servir al Señor sin distracción. Andar de este modo en el Espíritu por encima de los afectos y reclamos de la naturaleza, por devoción al servicio del Señor, es un paso más alto que seguir la naturaleza y casarse.

Pero «No todos reciben esta palabra», declara nuestro Señor en Mateo 19:11, cuando los discípulos le dijeron, «Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse» –El sendero puro y santo del consagrado celibato es más bien la excepción que la regla para la humanidad– «Hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre; y hay eunucos, que son hechos eunucos por los hombres; y hay eunucos que se hicieron a sí mismos eunucos por causa del reino de los cielos; el que pueda ser capaz de eso, séalo» (Mat. 19:12). «Empero cada uno tiene su propio don de Dios» y «Si tomaste mujer no pecaste… Y el que no la da en casamiento hace mejor» (1 Cor. 7:28, 30). «Bien es al hombre no tocar mujer. Mas a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su mujer, y cada una tenga su marido» (1 Cor. 7:1-2).

2.4 - Dios provee al hombre ayuda idónea

El matrimonio de Adán es la norma para todos los demás matrimonios –Dios arregló la unión de Adán y Eva, y lo hace así en cada caso de verdadero matrimonio. La sabiduría divina discierne el momento cuando la soledad del hombre no es ya conveniente para él, y Dios le provee de una esposa, la cual es el verdadero complemento de su naturaleza. Adán pudo decir de Eva, que ella fue «la mujer que me diste por compañera» (Gén. 3:12). Así debe cada hombre conceptuar a su mujer; debe pensar en ella como un don del Señor. «El que halló esposa halló el bien, y alcanzó la benevolencia de Jehová». «De Jehová es la mujer prudente» (Prov. 18:22; 19:14). No hubo elección de esposas para Adán; solo había una apta para él, y esta fue preparada especialmente por Dios para él. De aquí que un antiguo proverbio dice: “Los matrimonios se hacen en el cielo”. Solo Dios puede proveer a cualquier hombre de verdadera ayuda idónea y unir a un joven y a una joven y hacer de ellos una carne en el Señor. Solo Él sabe qué carácter y temperamento puede balancear y completar el carácter y temperamento de otro, y preparar para sobrellevar el uno las flaquezas del otro. Él es el único «Promotor Verdadero» si es que se le puede perdonar a uno usar tal expresión con referencia a Dios. Y –¿podemos decirlo de paso?– toda otra «promoción» está fuera de lugar.

2.5 - Unidos por Dios

La palabra en Mateo 19:6: «Lo que Dios juntó no lo aparte el hombre», demuestra lo que el verdadero matrimonio es de acuerdo con los pensamientos de Dios. Es la obra divina de acercar dos corazones y dos vidas y tejerlas en amor, y el ser unidas por Dios mismo en un corazón y una carne por vínculos indisolubles para el hombre. Esto es ciertamente algo más alto que una mera ceremonia legal o religiosa que declara a dos personas esposo y esposa, aunque esto también es necesario para cumplir las leyes de los gobiernos.

Si el matrimonio es la voluntad de Dios para usted, es muy importante que este ponderoso asunto sea solemnemente considerado a la luz de la palabra de Dios. ¿Es la joven o el joven en quien usted piensa, o a quien Dios ha elegido para ser su compañera o compañero de por vida en santo matrimonio? Y ¿está usted seguro de que la persona de su elección es la única persona a quien usted podría unirse de esta manera, y de que es claramente la voluntad de Dios que tal unión se lleve a efecto?

2.6 - Un paso muy solemne

Después de su conversión a Dios, no hay asunto más serio y solemne en la historia de su vida que el matrimonio, el cual es un lazo que nos une de por vida, a menos que sea disuelto por la muerte. Una equivocación aquí es una equivocación que dura toda la vida. Otras equivocaciones pueden rectificarse en cierta medida, pero una equivocación en la elección de una esposa o esposo, es una irreparable equivocación de por vida, una pérdida irreparable. ¡Pensad en la tristeza de dos vidas humanas vividas en un enorme desatino de la voluntad humana en vez de en el gozo y bendición del propósito divino de nuestro Padre celestial!

Un asunto tan profundamente importante como este, el cual toca las cosas más secretas y sagradas en la vida y afecta todo el futuro de la vida de uno, e igualmente de otro, y el cual conducirá o a progreso o retrogradación en la vida cristiana, no es una fruslería. Este santo paso solo debe tomarse después de un profundo ejercicio delante de Dios y en la certeza de Su mente.

2.7 - Casarse en el Señor

El cristiano es advertido de que «no debe juntarse en yugo desigual con los infieles» (2 Cor. 6:14); de conformidad con esto, el matrimonio de un cristiano con alguien que verdaderamente no lo es, no es en absoluto Dios quien los une. (Que Dios puede intervenir en gracia soberana y salvar al inconverso y dar bendición, es otra cuestión que no altera la afirmación ya hecha). Casarse en el Señor (1 Cor. 7:39) es reconocer Su señorío y autoridad en este muy solemne paso (véase Lucas 6:46); es casarse con quien el Señor ha elegido para mí. Recuérdese entonces, que el mero hecho de que dos personas sean cristianas no es indicio de que su casamiento sea de acuerdo con Su voluntad.

2.8 - El conocer su voluntad

Quizás el lector pueda estar perplejo y hacerse a sí mismo la pregunta, ¿Cómo puedo saber quién es la persona con quien el Señor desea que yo me una en matrimonio? El modo de conocer el pensamiento de Dios en este muy importante paso es el mismo que en cualquier otro asunto, ya sea pequeño o grande. Se determina por medio de la oración y de la dependencia tranquila en el Señor en comunión, buscando su faz y escudriñando su Palabra. Pero el primer paso y el más importante para conocer la decisión de Dios es no tener una voluntad propia sobre el asunto. Cuando nuestros deseos están inactivos, Dios puede y nos mostrará «Su buena voluntad, agradable y perfecta», la cual estamos invitados a hacer como tal (Rom. 12:2). Entonces podrá notarse la dirección que señala su ojo, y se escuchará su voz comunicándonos su sentir. Y como el siervo de Abraham en la antigüedad, quien fue enviado a escoger una esposa para Isaac, nuestra feliz experiencia será: «Jehová guiándome en el camino» (Gén. 24:27). «Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas» (Prov. 3:6).

Él sabe, él ama, él se apiada,
Esta verdad nada la puede oscurecer;
Él da lo mejor a aquellos
Que dan la elección a él”.

2.9 - Afectos demasiado sagrados para tratarlos con fruslería

En estos días de moralidad decadente y de liberalismo, puede ser necesario decir que la práctica de jóvenes de ambos sexos, y también de aquellos más maduros, yendo arriba y abajo con diferente compañía cada vez que así lo desean, ciertamente no es de Dios. El afecto es una cosa muy sagrada para jugar con ella. Uno, y solamente uno, debe jamás admitirse en el círculo más íntimo del afecto humano, todos los otros deben pararse fuera a una distancia respetable. Jugar livianamente en cuestiones tan serias es auspiciar el colapso moral y el desastre. Tal es la conducta de este presente siglo malo; pero un cristiano nunca debe seguir tales principios. Es esto mismo lo que principalmente contribuye al deseo de divorciarse más tarde, porque el corazón nunca estuvo satisfecho con un solo amor.

No es agradable a Dios, o rectitud de corazón, atraer los afectos de otra persona del sexo opuesto hasta enamorarse sin ninguna seria intención de casamiento. Los afectos divinamente implantados son muy sagrados y santos para jugarse con los mismos. Es cruelmente erróneo hacer tal cosa. Tales afectos deben ser del más noble y más sagrado carácter y ser asimismo considerados. Amistad una vez acariciada y abiertamente demostrada hacia una hermana en Cristo debe conducir al compromiso matrimonial y finalmente al matrimonio en el curso normal de las cosas.

Sin embargo, si uno se ha comprometido apresuradamente, o ha empezado a cortejar, y entonces descubre que no está en absoluto de acuerdo con la voluntad del Señor, es mucho mejor romperlo que seguir en este camino erróneo y vivir en infelicidad y dolor el resto de los días. Uno ciertamente no desearía dar estímulo alguno a la práctica de romper los compromisos de matrimonio, pero en las circunstancias arriba vistas es la mejor cosa que se debe hacer. Cada uno debe vivir en ejercicio delante de Dios y seguro acerca de la voluntad de Él antes de empezar a cortejar. Entonces mucha pena y dolor de corazón podrían evitarse.

2.10 - Apresuramiento indecoroso

Otra práctica prevaleciente, a la cual podemos hacer alusión aquí es, la inmodesta y poco femenina costumbre de las mujeres de tomar la iniciativa en empezar a cortejar. Tal apresuramiento y salida del lugar ordenado de Dios para uno es ofensivo a las sensibilidades de la recta naturaleza humana y de una mente espiritual. Es muy contrario al «ornato de un espíritu manso y humilde delante de Dios, y el cual las mujeres son llamadas a cultivar (1 Pe. 3:1-4). Aquellas que actúan con tal prisa y apresuramiento para «conseguir un marido» son las perdedoras a la larga. La mujer piadosa que calladamente espera en el Señor y presenta los anhelos de su corazón ante él en oración es la que obtiene las mejores y mayores bendiciones en el noviazgo y el matrimonio, así como en todo lo demás.

2.11 - El amor verdadero el motivo justo

Aquello que une dos corazones en el vínculo matrimonial, debe ser verdadero, profundo amor y divinamente implantado afecto el uno por el otro. Esto, unido al conocimiento de la voluntad de Dios en la materia, debe ser el solo motivo para el matrimonio. Riqueza, posición, ventajas mundanales y belleza de semblante, son con frecuencia el real, oculto incentivo para muchos noviazgos y casamientos. Pero muchos de estos no pueden producir el amor real, el gozo y la paz matrimoniales, y la verdadera felicidad. El amor es el «vínculo de la perfección»; es el lazo que nunca falla (Col. 3:14; 1 Cor. 13:8). Es el verdadero amor el cual halla su fuente en Dios y el cual es renovado en los pastos de la Palabra de Dios y en las quietas aguas de Su presencia, y resistirá la presión y los embates de las ondas y las olas que se levantan sobre el mar matrimonial de la vida con todos sus problemas y pruebas.

Finalmente, el objeto último de cada pareja debe ser establecer un hogar, la institución divinamente designada para el hombre, y vivir en él para la gloria de Dios. ¿Qué es más bienaventurado que constituir un nuevo hogar bajo la dirección del Señor, y para Él, donde él es invitado y, aún constreñido a morar con nosotros? Es de seguro, como ya hemos dicho, «como los días del cielo sobre la tierra». Que sea tal nuestra porción.

3 - Capítulo 3

3.1 - Esposo Y Esposa

Las relaciones de nuestro círculo doméstico deben expresar y revelar nuestras relaciones celestiales. Pero esto solo será a medi­da que entremos en un mayor reconocimiento de ellas en el poder del Espíritu no contristado. Por eso a través de las epístolas del apóstol Pablo, el Espíritu Santo pone primero ante noso­tros la verdad completa de nuestras relaciones, bendiciones y posición celestiales. Entonces, como fluyendo de estas, nuestras relaciones terrenales son presentadas y nuestra responsabilidad y deberes relativos son plenamente tratados.

3.2 - Disfrutando de nuestras relaciones celestiales

En la misma manera en que estamos gozándonos en las ben­diciones de nuestras relaciones celestiales allá arriba, y tenemos a Cristo la Cabeza, así llenaremos nuestro lugar en nuestras respectivas relaciones aquí abajo. Aquellos que no disfrutan estas verdades celestiales no brillarán en un hogar cristiano aquí abajo.

Si el jefe de una familia cristiana no sabe cómo comportarse como jefe de familia y como un esposo, él demuestra que no tiene la Cabeza que está arriba, ni disfruta del amor de Cristo por Su iglesia. Si una esposa no reconoce cómo la iglesia debe estar sujeta a Cristo, y no disfruta la bendita relación con Cristo como parte de su Esposa, fallará en esta feliz relación con su esposo y en la sujeción a él. Esto es igualmente cierto en la relación de padres, hijos, amos y siervos.

A la luz de esto, entonces, consideremos la más importante y más íntima de las relaciones de familia, la de esposo y esposa, la relación básica del hogar, sobre la cual todas las otras relaciones dependen. Como se ha notado antes, esta es la primen relación humana que Dios dio a la humanidad y es muy bienaventurada y sagrada.

Dirigiéndonos a la maravillosa Epístola a los Efesios, donde nuestra relación celestial y correspondientes relaciones terrenales están expuestas con tanta plenitud, leemos las divinas, abarcadoras instrucciones en cuanto a esta bendita relación de esposo y esposa. Después que la verdad de Cristo y su iglesia es muy bellamente elucidada, y se dan exhortaciones prácticas en cuanto al andar digno de nuestra vocación celestial, esta relación es tomada en el capítulo 5:22-23, bajo el maravilloso tipo de Cristo y de la Iglesia.

«Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor. Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo a cabeza de la Iglesia; y él es el que da la salud al cuerpo. Así que, como la Iglesia está sujeta a Cristo, así también las esposas lo estén a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella. –Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer a sí mismo ama. Porque ninguno aborreció jamás a su propia carne, antes la sustenta y regala, como también Cristo a la Iglesia. Cada uno empero de vosotros de por sí, ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer reverencie a su marido».

3.3 - Cosas esenciales a la bendición matrimonial

Estos versículos no dan la suma total de los preceptos ma­trimoniales, sino aquellos que el esposo y la esposa están más prontos a olvidar y a incurrir en ellos. Las características esenciales de las relaciones de ellos entre sí son consideradas, y se insiste en ellas para el debido mantenimiento de esta unión concedida por Dios de acuerdo con Sus pensamientos y propósitos. Lo que debe caracterizar la relación de la esposa con su esposo es su sujeción a la cabeza que le ha sido dada por Dios, mientras que el amor debe distinguir el cuidado del esposo por su esposa. Estas dos cosas –el esposo amando a su esposa y la esposa reverenciando y sometiéndose a su marido– son las dos columnas esenciales sobre las cuales descansan la verdadera paz y felicidad matri­moniales.

Dios, quien conoce el corazón humano perfectamente, sabía en qué los esposos y las esposas fallarían mayormente, y qué es contrario a nuestras inclinaciones naturales. Por tanto, en sabi­duría divina, en sentencias maravillosamente concisas, Él nos ha dado exactamente lo que cada cónyuge más necesita cultivar.

3.4 - Esposas

Es natural para una mujer verdadera amar; el afecto está profunda y fuertemente implantado en sus entrañas, por lo tanto, no necesita que se le ordene de un modo especial amar a su marido. Pero ella no ha de olvidar estar sujeta a él como al Señor, y en lugar de eso gobernar. No como Eva, que olvidó su lugar y asumió el mando y cayó en pecado y desobe­diencia. Por eso es imperativo que se le recuerde reverenciar a su marido, y consultarlo y someterse a él como su cabeza.

3.5 - Sumisión al Señor

Esta sumisión de la esposa a su esposo ha de ser «como al Señor». El Señor es introducido como aquel de quien se deriva la autoridad de su esposo. Ella ha de reconocer al Señor detrás de su esposo como la autoridad directiva y gobernante en la vida familiar, y recordar que, «así como la cabeza de la mujer es el varón, la cabeza de todo varón es Cristo» (1 Cor. 11:3).

Por eso las decisiones piadosas del esposo expresan la voluntad del Señor para ella, y a estas ella rendirá gozosa y voluntaria obediencia. Su sumisión no ha de ser medida por el carácter del esposo. –No importa lo aflictiva de su posición, si está unida a un esposo débil, irrazonable e impío, su deber no ha de ser medida por la dignidad o sabiduría del hombre, sino por la voluntad del Señor. No importa lo que sea el hombre, él es su esposo, y ella le obedece «como al Señor». Pero esta frase también marca los límites de la sumisión de ella. Cuantas veces la obediencia a su esposo entre en conflicto con la superior autoridad del Señor y Su expresa voluntad en su Palabra, esta sumisión debe cesar. El Señor debe ser obedecido antes que el hombre, aunque esto pueda conllevar sufrimiento como consecuencia.

En este siglo veinte, la sujeción de la mujer es impopular y fuera de moda; las mujeres demandan libertad e iguales dere­chos que el hombre, con todo, la sumisión de la esposa a su esposo es el expreso mandamiento de Dios, y la esposa cristiana es exhortada a practicarlo. Sin ello no puede haber verdadera vida hogareña de gozo y bendición. Cuando el orden de Dios es quebrantado, pena y caos son el resultado, como puede verse en muchos hogares hoy en día. Esta no es una cuestión de la supe­rioridad del hombre o la inferioridad de la mujer, sino del orden y de la voluntad de Dios. Una mujer que asume el liderazgo de la casa, con desprecio de su esposo, es infeliz y miserable, e indu­dablemente cosechará los frutos amargos de su propia rebelión en la insumisión de sus hijos criados en desorden.

Finalmente, la esposa ha de recordar, que en su sumisión a su esposo ella es un tipo y reflejo de la sumisión de la Iglesia a Cristo, su Cabeza. ¡Cómo debe esto estimular el corazón a brillar más para el Señor en la esfera diaria de la vida doméstica!

3.6 - Esposos

Aquello que el Espíritu Santo ha registrado como el más ne­cesario deber del esposo en mantener una feliz vida hogareña es amar a su esposa, sustentarla y cuidarla, como Cristo ama, sustenta y cuida a la Iglesia. El maravilloso amor de Cristo por la Iglesia, en sus pasadas, presentes y futuras actividades, ha de ser el modelo de la relación del esposo con su esposa y el carácter de su afectuoso cuidado por ella.

La naturaleza del hombre no es en general tan tierna y amante como la de la mujer, y como está expuesto a la rudeza y frialdad de un mundo malo, en su empleo diario, el esposo está sujeto a ser áspero y desagradable y olvidar actuar en gracia amorosa hacia su esposa y familia. Por tanto, debe ser constantemente cuidadoso de cultivar este amor afectuoso hacia su esposa, y recordar que él ha de reflejar así el amor de Cristo a la Iglesia. Para esto está a disposición el poder abundante del Espíritu Santo el cual puede levantar a uno sobre las debilidades y tendencias de la naturaleza caída.

3.7 - Ejerciendo la autoridad en amor

Loe esposos pueden pesar y exagerar su posición y derechos como la cabeza de la familia y de la esposa, y actuar con autoridad, olvidando que el amor debe caracterizar al círculo matrimonial. Si bien es verdad que la autoridad en los asuntos del circulo del matrimonio está investida en el esposo, este debe siempre recordar que él ha de ejercer esa autoridad en amante gracia, y dar expresión a sus juicios en términos de amor y encarecimiento como conviene a un canal de la voluntad divina. La unidad real de la vida de matrimonio se manifestará pues en una fusión de autoridad y afecto. La autoridad del esposo se demostrará enton­ces en amor, y la obediencia de la esposa será destacada por el afecto de ella y su reverencia a él. ¡Feliz es el hogar donde el amor gobierna y obedece!

3.8 - El doble amor de Cristo: el modelo

El pasaje en Efesios 5 pone delante del esposo el amor de Cristo por la Iglesia de un modo dual. Primero, Cristo se dio a sí mismo por la Iglesia, y en segundo lugar, él cuida devotamente de su esposa, según se manifiesta en santificarla y lim­piarla por el lavacro de la Palabra. Guiado por esta alta norma de amor sacrificado de Cristo y devoto cuidado, el esposo con­cienzudo y piadoso procurará practicar el amor de completa entrega de sí mismo a fin de asegurar el más alto bienestar de su esposa. Se preocupará en todas las cosas que les conciernen a diario, como pueda agradar a su esposa antes que a sí mismo, y manifestar un perenne cuidado por el bienestar de su esposa.

La felicidad de la esposa que ha confiado su todo en la tierra a su esposo, debe ser la primordial preocupación para él, en sumisión al Señor. Citamos aquí las exquisitas palabras de otro: “Él la ayuda en primer lugar en su vida espiritual, en el ejercicio de adora­ción, oración y servicio. Él alivia los trabajos caseros de ella, pone el hombro a las cargas de la responsabilidad de ella, la protege contra ansiedades y temores, la consuela en sus horas de pena, y ministra ayuda a su debilidad sin decírselo. No olvidará los actos de devoción de ella hacia él, en respuesta al amor de él, ni de alabarla por sus excelentes cualidades, como ordena la Escritura (Prov. 31:28-29).

Desde luego, toda esposa devota reconocerá también que ella es dada a su esposo para ser «su ayuda idónea» y para trabajar por los intereses de él, como él también cuida por el bienestar de ella. Ella procurará «agradar a su marido» (1 Cor. 7:34), y ser una verdadera compañera y ayuda para él, especialmente en los intereses del Señor. El amor se deleita en servir, mientras al yo le gusta ser servido. En el amor mutuo verdadero, los derechos propios son olvidados; cada uno piensa en el otro.

3.9 - Dada por compañera al hombre

Adán reconoció que Eva le fue dada no como una esclava, sierva o ayuda, sino para ser su compañera (Gén. 3:12), como una ayuda idónea (no una ayudadora). Como se ha señalado con frecuencia, Dios no sacó a Eva del pie de Adán, para ser pisoteada por él, o para ser inferior a él. Ni la hizo de la cabeza de Adán para que estuviera por encima de él y fuera quien gobernara, sino que la hizo del costado de Adán, indicando que ella había de ser igual a él, bajo el brazo de él, para ser protegida por él y cerca de su corazón para ser amada por él.

Más aún Dios creó al hombre, «varón y hembra los creó» y Su propósito expreso fue que «señoreen» sobre toda la creación (Gén. 1:26-28). Fue la intención de Dios que Eva estuviese asociada con Adán en esta posición de señorío, y todo verdadero esposo actuará de conformidad con eso y pensará de su esposa como una con él en cualesquiera rango o posición que él dis­frute, y deseará también la presencia de ella con él siempre que sea posible. De igual manera ella será considerada digna de admisión a todos los consejos y secretos del corazón de él.

3.9.1 - «Para que vuestras oraciones no sean interrumpidas»

En 1 Pedro 3:7 los esposos son exhortados a vivir con sus esposas «con inteligencia, como con un vaso más frágil, que es el femenino; dándoles honor como a las que también son coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no sean interrumpidas». Relaciones felices entre esposo y esposa no son solamente necesarias para gozo y paz domésticos, sino también para efectivas oraciones conjuntas de la pareja unida, las cuales son tan esenciales para una feliz vida matrimonial y el mantenimiento de un brillante hogar cristiano para el Señor. Cuando existen sentimientos hostiles entre esposo y esposa, el Espíritu está contristado, su vida de oración conjunta es impedida y las bendiciones del cielo son retenidas, para gran pérdida de ellos.

Al cerrar este capítulo desearíamos dar a cada esposo y esposa el siguiente lema:

3.9.2 - «Cada uno para el otro y ambos para Dios»

Dad a Dios todo el espacio en el corazón, y cada uno el sitio que la Palabra de Dios asigna, y vivid unidamente para la gloria del Señor y de sus intereses, y todo estará bien.

Como es el arco en la cuerda.
Así es para el hombre la mujer.
Aunque ella lo dobla lo obedece:
Aunque ella lo atrae, no obstante, lo sigue
Inútil es el uno sin el otro”.

4 - Capítulo 4

4.1 - La familia y su cabeza

Habiendo considerado la relación entre el esposo y la esposa, llegamos ahora al círculo de la familia. Las Escrituras abundan en cuadros de la vida familiar para nuestro ejemplo e instrucción, y también para nuestra advertencia y admonición. La vida de la familia precede a la vida nacional, y es notable ver que una gran parte del libro de Génesis está dedicado al registro de la vida de familia apartada en el mundo como un testimonio para el Dios vivo y verdadero contra la corruptora influencia de la idolatría. En los días de decadencia y alejamiento general de Dios, en todos los períodos hallamos familias fieles que se solidarizaron con Dios. En medio de las tinieblas la verdadera vida familiar resplandece en su hermosura, y su importancia es enfatizada de este modo. Las familias de Noé, de Abraham, de Josué, de Ruth, de Ana, de Zacarías y Loida, la abuela de Timoteo, son unos pocos ejemplos.

4.2 - La encomienda de Génesis Uno

Debe ser el propósito y feliz anticipación de cada matrimonio tener una familia y criar hijos para el Señor, si Él quisiera concederlos. Un hogar no está completo sin hijos y los goces que ellos proporcionan. La bendición y encomienda que Dios dio a la primera pareja matrimonial, Adán y Eva, es aún la que Dios da a esposo y esposa hoy al entrar en el umbral del matrimonio. «Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra» (Gén. 1:28). Tal es el propósito divino para el hombre y su esposa en la sagrada y santa relación de ellos. Así también la palabra es en 1 Timoteo 5:14: «Quiero pues, que las que son jóvenes se casen, críen hijos», etc.

Como alguien señaladamente ha expresado: “Todo matrimonio al cual se entra con el deliberado propósito de evitar tener hijos y formar una familia, cuando las condiciones físicas no lo justifican, no es otra cosa que prostitución legalizada”. El proceder del mundo hoy en día en este sagrado asunto es cualquier cosa menos conformarse a la mente y a la Palabra de Dios. El amor del ocio y del placer hacen esquivar las responsabilidades que la vida de familia impone, y la falta de temor de Dios acarrea muchos pecados.

El cristiano no debe ser arrastrado por la corriente de los pensamientos, opiniones o ideas del mundo acerca de lo recto y justo, sino ordenar su vida en cada detalle en armonía con los preceptos y principios de la palabra de Dios, y andar diariamente en el temor de Dios, «que es el principio de la sabiduría» (Prov. 1:7). Debe permitirse al Señor intervenir en nuestras vidas de familia y darle Su justo lugar como Creador de la vida. Hacer lo contrario es negarle sus derechos como creador.

El Salmo 127:3 nos dice: «Heredad de Jehová son los hijos», y Proverbios 17:6 añade más: «Corona de los viejos son los hijos de los hijos». Los hijos son una dádiva de Dios y deben ser aceptados con agradecimiento como tales y criarlos para él, quien los ha dado.

Mientras tocamos este tema, sería de lugar decir unas pocas palabras sobre el otro lado de la cuestión. El matrimonio cristiano o cualquier matrimonio en lo que viene al caso, no concede licencia a nadie para la incontinencia. Mutuo amor y consideración y dominio propio deben regir siempre el ejercicio de los poderes sexuales conferidos por Dios en la relación marital. En esto, como en todo lo demás, el cristiano debe regirse por la razón justa, y debe cuidarse de excesiva indulgencia para perjuicio del alma y cuerpo de cada uno. Es posible permitir el exceso en esto, así como en todo lo demás. La pasión y la concupiscencia no han de regir. De otro modo el fruto del Espíritu, «templanza» o «continencia» no está en ejercicio, y por ello el Espíritu que habita, el Espíritu Santo, es contristado, y la vida espiritual, el crecimiento y la actividad son reprimidos. […]

4.3 - «Tú y tu casa»

Al considerar el tema de la familia es bueno notar que Dios ha ordenado al esposo y padre ser la cabeza de la familia, así como la cabeza de la esposa, y que un hombre y su casa están vinculados. Una referencia a varias Escrituras revelará el hecho bendito y serio que Dios asocia la casa de un hombre con el hombre mismo. Este es un bendito privilegio, pero también una responsabilidad solemne.

«Tú y tu casa» es el orden por todas las Escrituras. Cuando Dios estaba para destruir un mundo malo con un diluvio, dijo a Noé: «Entra tú y toda tu casa en el arca; porque a ti he visto justo delante de mí en esta generación» (Gén. 7:1). Y cuando Dios se disponía a revelar a Abraham sus consejos secretos, dijo que sabía que Abraham «mandada a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová» (Gén. 18:17-19).

Así también cuando Jacob fue mandado por Dios a levantarse e ir a Betel, nunca pensó en desvincularse a sí mismo de su familia; por el contrario, inmediatamente se dice: «Jacob dijo a su casa, y a todos los que estaban con él: quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros, limpiaos y mudad vuestros vestidos. Y levantémonos y subamos a Betel» (Gén. 35:1-3). El mismo principio se halla en Éxodo 10:8-9. Cuando Faraón urgió a Moisés y Aarón a dejar a sus pequeños en Egipto, mientras ellos iban al desierto a celebrar fiesta a Jehová, Moisés respondió: «Iremos con nuestros niños y con nuestros viejos, con nuestros hijos y con nuestras hijas». De Josué oímos la misma verdad en sus nobles palabras: «Que yo y mi casa serviremos a Jehová» (Josué 24:15). Las palabras de Jehová en 1 Samuel 3:11-13 demuestran también que Dios hizo a Elí responsable por el mal de su casa y lo identificó con su familia.

Una breve ojeada al Nuevo Testamento nos hace observar el mismo orden. La palabra a Zaqueo fue: «Hoy ha venido la salvación a esta casa» (Lucas 19:9). Así en el caso de Cornelio fue que Pedro «te hablará palabras por las cuales serás salvo, y toda tu casa» (Hec. 11:14). Así también al carcelero de Filipos el mismo vínculo está expresado en las palabras: «Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo tú, y tu casa» (Hec. 16:31).

4.4 - Privilegio y responsabilidad

El principio de «tú y tu casa» es por cierto una gran bendición y privilegio. No solo es la cabeza de la casa, quien es salvo y un hijo de Dios, traído a bendición y favor con Dios, sino toda su casa, por virtud de la conexión de esta con él, es también traída a una posición de asombroso privilegio. Ellos no están en la misma relación con Dios como el padre salvado, pero están en una posición de bendición y privilegio (véase también 1 Cor. 7:14). Y como los propósitos y deseos de Dios son de este modo vistos de que toda la casa del creyente sea salva, el padre cristiano puede contar con Dios para la salvación de ellos. Este es un gran consuelo.

Por otra parte, una responsabilidad grave está envuelta en el pensamiento de «tú y tu casa». Si yo pertenezco a Dios, mi casa pertenece a Dios también, ya que ella es parte de mí mismo; consecuentemente, soy responsable de gobernar mi casa para Dios y de instruir los niños a servirle a Él. Han de ser criados en el camino del Señor y ser dirigidos en los pasos de justicia en separación del mundo. Si se permite el mal en la familia, Dios hace de ello responsable a la cabeza.

Como Dios gobierna su casa con poder ejercido en justicia no faltando nunca el amor, así debe el siervo de Dios, tomar a su maestro como su modelo y gobernar su casa semejantemente. Dios ha investido a la cabeza de la casa con autoridad, y lo hace a él responsable de ejercer esa autoridad en el temor de Dios y para gloria de Dios. El padre cristiano ha de representar a Dios en medio de su familia. Para esto él debe recurrir constantemente a los pies de su Señor a aprender allí en comunión con Él lo que ha de hacer y cómo hacerlo. Una casa cristiana debe ser una representación en miniatura de la casa de Dios con respecto a su orden moral y su arreglo piadoso de todo. Solo por continua dependencia del Señor y andar diariamente con él podrá uno gobernar su casa rectamente.

4.5 - Fracaso en la familia

Mucho fracaso y confusión se manifiestan en los hogares y familias cristianos, debido a que el esposo y padre no ha tomado su propio lugar como cabeza de la casa y falla en reconocer su responsabilidad ante Dios como tal. Dios espera del padre especialmente que vele por su familia y casa y que la ordene de acuerdo con su Palabra y para su gloria. A los hijos no se les ha de permitir que hagan como ellos quieran. Una de las calificaciones del obispo o sobreveedor en la iglesia era que debía gobernar bien su casa y tuviera a sus hijos en sujeción, con toda honestidad (1 Tim. 3:4). Como se ha notado ya, Dios pudo decir de Abraham que sabía que mandaría a sus hijos a seguir el camino del Señor, después de él.

Algunas veces ocurre, en algunas familias, que la esposa y madre se aleja de la posición de sujeción y asume el gobierno de la casa y conduce a la familia por caminos que no son del Señor. No obstante, lo triste y difícil que sea tal situación, el esposo y padre no tiene excusa delante de Dios en cuanto a su responsabilidad respecto a cómo anda su familia. Si consideramos los capítulos 2 y 3 de Génesis tendremos la revelación de un principio importante en relación con esto.

Adán fue creado primero y Eva lo fue más tarde y dada a él como su ayuda idónea. A Adán le fue dado el mandamiento de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal (Gén. 2:16). Satanás vino luego a Eva y tuvo éxito en lograr que ella tomara y comiera del fruto prohibido, y lo dio a su marido, el cual comió, así como ella (Gén. 3:6). Aquí el orden de Dios fue revertido en el pecado original de la humanidad. En vez de la mujer estar con el hombre y él presidiendo, ella toma la dirección en desobediencia a Dios y el hombre la sigue a ella en pecado. Notad ahora cómo Dios trata con esta desobediencia y desorden. «Y llamó Jehová Dios al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú, has comido del árbol que yo te mandé que no comieses?» (Gén. 3:9, 11). Dios no llamó a Eva y le preguntó si ella había comido del fruto prohibido, aunque ella fue la primera en hacerlo. No; Dios llamó a Adán, la cabeza, a quien había dado el mandamiento de no comer, y le hizo responsable de la transgresión.

Adán débilmente contesta que la mujer que Dios le había dado para ser su compañera le había dado del árbol y él había comido de él. Pero al pronunciar su castigo gubernamental sobre Adán, Dios no le acusa por lo que Eva había hecho. Por el contrario, Él inculpa a Adán por escuchar la voz de su mujer y comer en desobediencia al mandamiento que Él le había dado (Gén. 3:17). Eva recibió su castigo también, pero Adán fue tenido por más responsable.

Este es el principio sobre el cual Dios actúa hoy con cada familia y su cabeza. Que su advertencia y admonición sean tenidas en cuenta y se procure gracia de Dios para cumplir la responsabilidad de uno en el hogar como cabeza para gloria de Dios. Que las palabras de Josué sean el propósito de todo esposo y padre cristiano: «Que yo y mi casa serviremos al Señor».

5 - Capítulo 5

5.1 - Padres

Hemos considerado al esposo en su carácter como cabeza de la casa con su autoridad y responsabilidad como tal. Ahora le consideraremos en su carácter como padre en el círculo de la familia.

¡Qué maravillosa es esa palabra de «padre»! Ella habla de amor, misericordia y piedad, tierno y vigilante cuidado y sabiduría en gobierno y disciplina hacia los objetos de su amor, a quienes él ha engendrado. Ella habla de muy cercana y bendita relación, intimidad y afecto –la de padre e hijo.

5.2 - Reflejando el Padre celestial

El Padre de padres es nuestro Dios y Padre celestial, y de él cada padre terrenal debe aprender cómo ser un verdadero padre en su familia. Por gracia prodigiosa todo creyente en Cristo entra en la más íntima y preciosa relación con Dios y le conoce como su verdadero Padre. Y tenemos el Espíritu de adopción dentro de nosotros que clama: «Abba Padre».

Bien, es solo a medida que disfrutamos esta maravillosa relación con Dios como hijos y vivimos en el reconocimiento diario de ella que podremos reflejar algo del carácter de nuestro Padre celestial en nuestra relación terrenal como padre. Es solo a medida que contemplamos «cuál amor nos ha dado el Padre que seamos llamados hijos de Dios» (1 Juan 3:1) que manifestaremos y reflejaremos este amor de nuestra relación terrenal hacia nuestros hijos. A medida que aprendemos de este bendito Padre en comunión y reconocemos sus modos prodigiosos de paciente gracia y misericordia, combinados con su amante disciplina y fidelidad, hacia nosotros en todas nuestras faltas, y probamos su tierno cuidado por nosotros, sabremos cómo ser un verdadero padre con nuestros hijos. Y si hemos venido a nuestro Padre en secreto, temprano en la mañana, y recibido la sonrisa de su amor y le hemos ofrecido nuestras acciones de gracia y que nuestros corazones fueron refrigerados e imbuidos del sentido de su presencia, amor y cuidado paternal, y si hemos confiado en él como nuestro Padre amante para todos los cuidados del día, entonces estamos dispuestos a recibir las sonrisas y muestras de amor de nuestros hijos y a oír la encarecida palabra «Padre» de los labios de ellos, y ser un padre real para ellos, reflejando algo de la santidad, del amor, de la paz, de la justicia, de la gracia, de la misericordia y del consuelo del corazón del Padre celestial. El carácter y amor de ese Padre celestial llenará así la atmósfera de tal familia cristiana y con el tiempo alcanzará a cada corazón en ella.

5.3 - Sometido a Dios el Padre

Pero si el padre no mantiene en su propio corazón el amor de su Dios y Padre por estar fuera de comunión con Él, y contristando el Espíritu, por ser un hijo rebelde, ¿cómo puede él ser un verdadero padre y difundir la luz y el calor de un amor celestial en su familia, si no recibe él mismo ninguno del Padre, quien es tanto Luz como Amor?

Las inconsistencias de un padre cristiano que no anda con su Padre celestial en justicia, no solamente son percibidas sino también muy injuriosamente sentidas por los miembros de su familia. Él ha sido puesto en la posición de un padre en la familia por Dios, e investido con autoridad de Dios como tal. Pero si él mismo no está sujeto a su Padre divino, la familia pronto lo sentirá y el esfuerzo de su autoridad sobre ellos tendrá poco peso o efecto. ¿Sostendrá el Padre celestial a tal padre en su posición de autoridad en tanto él resiste a la suprema autoridad divina? ¡Solemnes pensamientos en verdad para ser considerados por los padres! La autoridad debe ser ejercitada en sujeción a Dios, quien lo ha investido con ella.

Que nuestro Dios de gracia nos conceda, como a padres cristianos, estar más en casa en el santuario, y más sujetos a él como nuestro Padre, de modo que en la atmósfera de nuestra familia podamos reflejar más brillantemente su bendito carácter de Padre, y tener peso espiritual, gravedad y sabiduría para mantener nuestra autoridad para su gloria.

5.4 - «No provoquéis a vuestros hijos»

«Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor» (Efe. 6:4). «Padres, no irritéis a vuestros hijos, porque no se hagan de poco ánimo» (Col. 3:21). Estos dos pasajes están directamente dirigidos por el Espíritu de Dios a los padres cristianos.

Comentando sobre estos versículos, William Kelly dice: “La exhortación es a padres (más necesitada por los tales que las madres, quizás, aunque en principio, no hay duda, va dirigida a ambos”. Él también dice: “La madre no es exhortada así; porque por lo general la falta común de ella es mimarlos. No hay nada que desaliente más a un hijo que el padre esté continua o innecesariamente hallando falta en él. Y más, donde un hijo es castigado sin merecerlo, ¿qué puede ser más apto para crear desconfianza, y debilitar de este modo los vínculos de amor y respeto?”

Hay dos cosas aquí: Los padres no han de provocar a sus hijos a ira, siendo demasiado ásperos, irrazonables o inexorables en el ejercicio de su casi absoluta autoridad como padres. Han de tratarlos con verdadera bondad paternal, con el amor y la benignidad de una madre, y por otra parte no han de olvidar de «criarlos bajo la disciplina y admonición del Señor». Estas dos cosas son muy importantes, y darán al padre el propio equilibrio. Porque los padres son más propensos a ser demasiado rudos por una parte o apacibles por otra. Combinando firmeza y disciplina, con bondad y amor, se constituye un verdadero padre. Pero hablaremos primero en detalle del primer punto en nuestra exhortación.

El Espíritu de Dios recuerda a los padres que ellos no son solo responsables de ejercer autoridad en sus familias, sino que deben ser cuidadosos en cuanto a la manera y método en cómo es ejercida. Dios hace a los padres tan responsables por el modo en que gobiernan como por el gobierno mismo. La carne, aun en un padre cristiano es apta para ser tiránica y despótica. Por tanto, Dios, en tierna consideración por los jóvenes dice: «Padres, no provoquéis a vuestros hijos a ira». Los hijos tienen sensibilidades agudas y tiernas, y los padres deben tener en consideración los sentimientos de ellos y sus disposiciones. Aunque no amainando nunca en lo que se debe al Señor, deben recordar la flaqueza de los jóvenes y no poner más carga sobre ellos que la que puedan llevar, no sea que se desalienten y ofrezcan una airada oposición. Cuán fácilmente los hijos son desalentados, especialmente en seguir los justos caminos del Señor. Sabiduría y discreción son muy necesitadas por los padres en todos sus tratos con sus hijos.

5.5 - Manteniendo los afectos

A este respecto, el estimado J. N. Darby ha escrito bien sobre Colosenses 3:21: “Los padres deben ser benévolos para que los afectos de los hijos no sean enajenados de ellos, y para que ellos no sean inducidos a procurar aquella felicidad en el mundo que deben hallar en el círculo doméstico que Dios ha formado como una salvaguardia para aquellos que van creciendo en flaqueza”.

Es muy importante que cálidos afectos sean cultivados e la intimidad sea mantenida entre los padres y sus hijos, especialmente a medida que los hijos crecen y se exponen a las influencias del mundo y se introduce fácilmente la distancia entre los corazones de los hijos y de los padres. Mientras no se descuida la disciplina firme, padre y madre, especialmente los padres, deben aprovechar toda oportunidad de mostrar amor a sus hijos y ganar de este modo sus afectos filiales y confianza. Dadles la manifestación con obras que son amados, pero al mismo tiempo la autoridad paternal debe ser obedecida. Estas dos cosas son de la mayor importancia.

5.6 - Compañeros

Los padres deben ser los compañeros de sus hijos a fin de ser guardados en el círculo familiar y que no busquen su felicidad en el mundo. Esto es de gran importancia, pues muchos jóvenes hablan de haber echado de menos tal feliz compañía en su juventud. Los padres deben alentar a sus hijos a tener confianza en ellos en lo que respecta a sus problemas y deben tomar un bondadoso interés en las dificultades de ellos. Los niños deben aprender sobre los misterios y las funciones de la vida de sus padres y recibir la necesaria y deseada información en cuanto a cuestiones sexuales del padre y no de las cuadrillas callejeras. Padres, no descuidad este importante deber hacia vuestros niños, porque si no lo aprenden de vosotros, estas cosas les serán enseñadas en el lenguaje vulgar de la calle, para vuestra pena. Las madres deben enseñar a sus hijas, recordándoles que ser “prevenidas es ser armadas de antemano”.

Padres y madres deben guardar sus corazones renovados por la gracia y ser niños con sus niños, penetrando en sus pensamientos y tomando un interés en sus legítimas ambiciones y placeres juveniles. Cuando tal es el caso, los niños no se preocupan por alejarse del círculo doméstico para el placer de ellos. Tienen tal felicidad y buenos tiempos en el circulo de la familia que están muy satisfechos allí. Los padres no deben olvidar proveer ocupaciones saludables y entretenimientos para sus hijos, alentándolos a aprender cosas prácticas, recordándoles que manos ociosas son buena herramienta para Satanás. En distintos modos tales entretenimientos pueden ser provistos en el hogar y los hijos crecerán apegados al hogar y a la familia.

5.7 - Atrayendo o repeliendo

Los padres y las madres que así han ganado y asegurado los afectos y confianza de sus hijos, habrán ganado el interés de ellos, de modo que escucharán de buena voluntad sus exhortaciones y palabras de corrección y la lectura y exposición de la verdad divina de labios de sus estimados y amados padres, quienes ellos saben que son sabios y considerados y amantes.

Por otra parte, padres que gobiernan a sus hijos con un rígido espíritu legalista y les ministran la verdad divina del mismo modo, imponiendo la verdad como un yugo férreo sobre sus tiernos cuellos, solo repelen a sus hijos y producen rebelión y resistencia en sus corazones a las verdades divinas. Esta es una de las razones por la que muchos hijos, especialmente los varones, de algunos padres cristianos, manifiestan, cuando ya han crecido una oposición y hostilidad a todo lo que se llame «religioso». Los corazones de los hijos, y de la humanidad en general, deben ser atraídos y ganados, al igual que las conciencias alcanzadas, con la verdad divina. Toda la obra para la conciencia y ninguna obra para el corazón no basta. «Hablando la verdad en amor» (Efe. 4:15) por el poder del Espíritu gana a ambos, al corazón y a la conciencia.

Un querido ministro de Cristo se vio una vez obligado a castigar a su hijo. A cada golpe de la vara el niño llorando se adhería más a su padre hasta que al fin, el padre fue constreñido a arrojar la vara, recordando lo que está escrito: «¿O forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz, sí, haga conmigo paz» (Is. 27:5). Seguramente aquel padre había ganado el corazón y la confianza de su hijo mucho antes de que le castigara y de este modo el corazón del niño sintió los golpes de la vara más vívidamente que su carne porque él pudo ver en el rostro del padre la angustia y la pena que le costaba tratar de ese modo a su hijo. El resultado fue, que la vara fue directamente a la conciencia del niño, así como a su corazón y allí produjo frutos apacibles de justicia, y así fue que el padre pudo arrojar la vara. Otro efecto de la fiel corrección de aquel padre amante fue que el niño se asió más a su padre en vez de ser repelido y enajenado de él. ¡Qué lección para todos los padres cristianos!

5.8 - Disciplina y amonestación

Volviendo a la segunda parte de la exhortación a los padres en Efesios 6:4, tenemos el importante mandato de criar a los hijos «en la disciplina y amonestación del Señor». Como hemos observado ya, los hijos de un creyente están en una posición de bendición y privilegio, distintos al mundo del cual Satanás es el príncipe. El padre cristiano debe entonces reconocer esta posición de privilegio en la cual son colocados sus hijos, y criados bajo el yugo de Cristo en la disciplina y amonestación del Señor. La posición cristiana debe ser el carácter de la educación que él dé a sus hijos. Él los trata como criados para el Señor, y los adiestra como el Señor mismo los criará. Mientras no podemos hacer a nuestros hijos aptos para el cielo, podemos por fe educarlos para allá, y Dios en gracia bendecirá la fiel enseñanza de aquellos que Él nos ha dado.

La palabra en el original aquí traducida «disciplina» significa «disciplina, instrucción, castigo» –En efecto, la palabra significa «dar alimento, adiestrar, disciplinar y educar». Esto es lo que el término abarca; y lo que los padres (incluyendo a las madres también), son exhortados a hacer, criarlos, criar sus hijos bajo la amonestación del Señor, bajo Su alimento, educación, disciplina y admonición.

Mientras la primera parte de Efesios 6:4 advierte a los padres de no ser rudos y opresores, esta segunda parte de la exhortación les recuerda su responsabilidad de criarlos en la disciplina y exhortaciones e instrucciones del Señor. Estas cautelas contra el otro extremo de ser demasiado condescendiente con los hijos, y dejarlos actuar como les plazca deben tenerse en cuenta. Los padres son responsables de instruir a los hijos en los caminos del Señor, nutriendo sus corazones con la preciosa palabra de Dios e imprimir sobre sus conciencias la disciplina y exhortaciones del Señor. Esto implica enseñarles los pasos en que el Señor quiere que andemos y disciplinándolos para la obediencia a los mandamientos del Señor y de sus padres.

5.9 - Disciplinando el corazón

¡Cuán bueno es aprovisionar los tiernos corazones y las mentes de los niños con las verdades de la preciosa palabra de Dios! Es de gran valor el instruir aun a los niños inconversos en las Escrituras y adiestrarlos en un completo conocimiento de la palabra de Dios. Es como colocar bien un fuego, de modo que solo una chispa es necesaria para convertirlo en una llama. «Criado en las palabras de la fe y de la buena doctrina, la cual has alcanzado» (1 Tim. 4:6). Pablo pudo escribir al joven Timoteo que «desde niño él había conocido las Escrituras las cuales podían hacerlo sabio para la salvación por la fe en Cristo Jesús» (2 Tim. 3:15). Siendo su padre griego y quizás inconverso, sus fieles madre y abuela le habían enseñado las preciosas verdades de la santa palabra desde la niñez en adelante. Las madres juegan una parte importante en esta obra de instruir a los jóvenes en las Escrituras, pero ahora estamos ocupados con la responsabilidad del padre de ver que ellos sean así criados.

A los padres en Israel les fue dado un mandamiento urgente y abarcador en cuanto a esto en Deuteronomio 6:6-9 y 11:18-21: «Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte y cuando te levantes; y has de atarlas por señal en tu mano, estarán por frontales entre tus ojos. Y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus portadas». ¡Qué hermoso cuadro hogareño! El padre poniendo las palabras de Dios en su corazón, y teniéndolas siempre delante de sus ojos y enseñándolas diligentemente a sus hijos, y haciendo de esa Palabra el tema de conversación en el hogar, y teniéndola sobre las puertas para testimonio público. Si la palabra de Dios ha de ser apreciada por los hijos, debe ser evaluada por el padre y la madre y habitar en sus corazones, para que los hijos vean que las Escrituras son preciosas para ellos. Enviar a los niños a la escuela dominical para aprender acerca de la Biblia es muy bueno, pero no libra a los padres de la responsabilidad de enseñarles las Escrituras en el hogar.

5.10 - Las necesidades espirituales son más importantes

Muchos padres y madres están tan ocupados con el negocio y las cosas materiales que toman poco o ningún tiempo para leer o meditar sobre las Escrituras para sus propias necesidades espirituales y las de sus hijos. En consecuencia, ellos dan a sus hijos la impresión, por sus acciones, de que las cosas materiales son de mayor importancia y que las cosas espirituales no cuentan mucho. ¿Es algo extraño que tales hijos crezcan mundanos y con poco aprecio por la Palabra de Dios? Podemos estar tan ocupados en proveer para las necesidades materiales de nuestros hijos y en seguir adelante en este mundo, que olvidamos la mayor necesidad de las almas de nuestros hijos, y así gastamos poco o ningún tiempo con ellos sobre cuestiones espirituales. Esto no es criar los hijos en la disciplina del Señor.

Enseñar a sus hijos la Palabra de Dios y velar por sus necesidades espirituales es uno de los mayores deberes de un padre y no obstante es lo que se descuida con mayor frecuencia. ¡Cuán triste debe ser esto! Debemos buscar el tiempo para leer la palabra de Dios en compañía de nuestros hijos, para orar con ellos, para enseñarles lecciones espirituales de las cosas de la vida natural y de los acontecimientos diarios, y darles la palabra que sus almas necesitan en el momento de esa necesidad. Si deseamos que sean salvos y crezcan en gracia y en el conocimiento del Señor Jesucristo, debemos hacer nuestra parte y alimentarlos con la Palabra de Dios.

También es posible que un padre pueda estar ocupado enseñando la Palabra de Dios y estar de aquí a allá, en lo que él llama el servicio de Cristo, y sin embargo, estar abandonando su primer deber de alimentar a su esposa y a sus hijos con la Palabra de Dios y cuidar propiamente de ellos. Servir al Señor comienza desde el hogar en el círculo de la familia. Tenemos que tener cuidado de no ser guarda de la viña de otros y no cuidar de nuestra viña primero (Cant. 1:6).

5.11 - El altar familiar

Todo padre cristiano debe establecer un altar familiar en su hogar, y reunir su familia y toda su casa cada día para la lectura de la Biblia, oración, y quizás cantar un himno si es posible. Esta es la responsabilidad del padre como el sacerdote del hogar, pero en su ausencia, la madre debe llevarla a cabo. Padres, no descuidéis esta importante cuestión de la enseñanza familiar. No permitáis que algo se interponga con ello. No podéis criar a vuestros hijos para el Señor sin un altar familiar. No es suficiente que usted ore y lea las Escrituras y que ellos oren y lean la Biblia. Usted debe leer las Escrituras con su familia y orar con ellos. Deje que ellos lo vean en oración y oigan su voz en súplica a Dios por ellos, para que conozcan el deseo de su corazón en favor de ellos. “La memoria de la oración de un padre es muchas veces el ancla de un niño tentado”, alguien ha escrito con verdad.

Juntos inclinad las rodillas y buscad la bendición del Señor sobre vosotros como una familia y sobre cada individuo, y dad gracias a Él por las bendiciones y las misericordias en la familia. Hay una notable Escritura en Jeremías 10:25 que demuestra que Dios no espera que solo los individuos invoquen Su nombre, sino también las familias. El profeta dice: «Derrama tu enojo sobre las gentes que no te conocen, y sobre las naciones (familias) que no invocan tu nombre». Amado padre cristiano, ¿descenderá este enojo sobre tu familia? ¿Invocáis el nombre del Señor como una familia? Un antiguo escritor dijo: “Una familia sin oración es semejante a una casa sin techo, abierta y expuesta a todas las tormentas del cielo”. También, “La oración en familia cierra con cerrojo la puerta contra los peligros de la noche y la abre para la admisión de misericordias en la mañana”. El capellán de una prisión ha dicho: “Lo último que se olvida en toda la obstinación de la mente de un hijo terco es la oración, las Escrituras y los himnos enseñados en el hogar”.

5.12 - Un hijo voluntarioso ganado

Cierto padre tenía un hijo inmanejable e ingobernable en el hogar, al extremo de dañar las vidas de los miembros de la familia. Después de que todos los métodos de amor, recompensa, temor y fuerza hubieron fallado, el padre decidió que debía enviarlo a la escuela correccional, así que fue a ver al superintendente de dicho reformatorio, un simpático cristiano, y le contó la dificultad.

El superintendente replicó que debía ser enviado a la escuela y tener su preparación; pero dijo que deseaba hacer una pregunta antes de hacer arreglos definitivos. “Usted dice que ha probado todos los métodos”, dijo, “y todos los medios han fallado. Ahora yo quiero saber si usted ha probado orar con él”.

“No”, dijo el padre, notablemente sorprendido; “nunca he pensado en hacer eso”.

“Bien”, dijo el superintendente, “usted debe irse a su casa y orar con él. No me sentiría dispuesto a recibirle aquí o tener nada que ver con el caso hasta que el poder de la oración en su hogar, y en la presencia de él, haya sido probado”.

El padre dijo que no podía orar delante de su familia y no tenía el valor para levantar un altar familiar. El superintendente le mandó ir a su casa y reunir su familia aquella noche a las nueve, leer un capítulo de la Biblia, orar con ellos, y que él y su esposa orarían por todos ellos, especialmente por Lane (su nombre en inglés) el niño terco, en aquella hora.

Llegando al hogar le contó a su esposa todo lo que el superintendente había dicho. Ella replicó que había estado pensando por mucho tiempo que ellos habían estado esquivando su deber en esta cuestión, y urgió a su esposo a no vacilar más, sino que empezara la devoción familiar aquella noche y prometió hacer los arreglos para ello.

Después de cenar, la madre pidió a los niños que hicieran “palomitas” (maíz tostado) y Lane fue encargado del trabajo. Este en uno de sus pasatiempos favoritos, así que la madre previno la acostumbrada salida a hurtadillas de la casa por él aquella noche. Cuando esto hubo terminado la mamá mandó a los niños a lavarse y a reunirse en la sala aquella noche a las nueve para algo placentero reservado para ellos.

Se trajo una Biblia grande y se la colocó sobre la mesa, y el padre, temblando, dijo a su familia que le había impresionado que él había estado vergonzosamente abandonando su deber y el más alto bienestar de sus hijos al no leer la Biblia y orar con ellos como una familia. Entonces dijo que esta noche comenzarían un curso diferente y ver si ellos no serían más felices y mejores siguiéndolo. Leyó entonces un capítulo de las Escrituras y se arrodilló a orar. Su esposa e hijos se arrodillaron con él, excepto Lane. Lane se sentó erguido con rostro austero y pálido y conturbado semblante, mirando una y otra vez a la puerta, como meditando en huir.

El pobre padre no pudo al principio hallar palabras para expresar sus pensamientos y sentimientos acerca de su conflicto, pero al traer a su mente al superintendente y su esposa en oración por ellos en aquel mismo instante, su lengua tartamuda fue desatada, y una ferviente oración comenzó a fluir de sus labios.

Mientras ponía fin a una muy tierna y patética apelación en favor de Lane, su hijo en rebeldía, y para que todos sometieran su voluntad errónea al amante yugo de Cristo, Lane se levantó de su silla, cruzó el salón, y arrodillándose junto a su padre, arrojó sus brazos alrededor de su cuello, sollozando, le dijo: “¡Sigue orando, papá! ¡Sigue orando! He tratado de pedir a Dios que limpie mi impío corazón, pero yo no parecía poder llegar hasta Él por mí mismo. Yo sé que Él me oirá ahora, cuando ustedes están todos dispuestos a orar conmigo”.

Todos los de la familia se levantaron de sus rodillas con sus corazones ablandados y sus rostros llenos de lágrimas. Las dos hijas mayores le dijeron a Lane que habían estado orando en secreto por él, y declararon que esta había sido la hora más feliz de sus vidas. Y Lane estaba completamente sumiso. Dio a su padre la escopeta cargada con la cual había aterrado a la familia aquel día, y dijo que había llegado a su fin, y que ya no causaría más dificultades. “Perdonadme, oh sí, perdonadme, papá y mamá, y hermanos y hermanas”, clamó, “porque yo confío en el perdón de Jesucristo”. ¡Qué poderoso testimonio al afecto y poder transformador de la oración de familia! ¡Que este incidente verdadero pueda ser una bendición para cada padre!

5.13 - Alabanza familiar

Mamá está tan ocupada esta mañana
En el laberinto de la diaria ocupación,
Y papá debe ir pronto a la oficina
¡De modo que no hay tiempo para la oración!

Los niños son enviados a la escuela
Y así comienza el día en su afanar,
Sin palabra de Dios para la mente,
Sin un himno siquiera que entonar.

No extraña que la carga sea pesada
Y las horas transcurran tan largas,
Y el hablar sea tan áspero y rudo,
Y las vidas inseguras y amargas

Una pausita haced cada mañana,
Y otra vez del día al terminar;
Un momento pasad con el Maestro,
Recordando que nos enseñó a orar.

5.14 - La variedad en la crianza

Terminaríamos el tema de la crianza de los niños con unas pocas observaciones acerca de la variedad. La crianza no implica meramente la alimentación de las almas de los niños con la palabra de Dios, aunque esto es de primordial importancia. Según lo expresa Von Poseck: «Las mentes y los corazones jóvenes desean variedad”. Esa es su misma naturaleza. No pueden estar constantemente acosados con lecciones espirituales y preceptos. Ellos necesitan:

  1. variedad de lectura
  2. variedad de relación y compañía
  3. variedad de ocupación
  4. variedad de distracciones juveniles y entretenimientos.

El desaliento de padres durante años al no ver los frutos por los cuales se ha orado y esperado, de su fiel enseñanza de sus hijos, puede trazarse retrospectivamente a la falta de sabiduría en no dar suficiente alcance para el amor natural a la variedad en los jóvenes. Solo cuidaos de que esta variedad es de un carácter natural, no mundano. Libros sobre la naturaleza y buena literatura de verdaderas historias y biografías cristianas, proveerán saludable instrucción para corazones y mentes jóvenes, así como libros instructivos sobre varias ciencias, que deben estar libres de racionalismo y de incredulidad.

5.15 - Castigo por desobediencia

«Porque el Señor al que ama castiga, y azota a cualquiera que recibe por hijo. Si sufrís el castigo Dios se os presenta como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no castiga?» (Hebr. 12:6-7). «Yo seré a él padre y él me será a mí hijo. Si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombre, y con azotes de hijos de hombre» (2 Sam. 7:14). Este es el modo en que el Padre celestial trata con nosotros. «Él azota a todo aquel que recibe por hijo». Él tiene un gobierno moral respecto de nosotros y lo que sembramos eso cosecharemos (Gál. 6:7-8). Si somos desobedientes a Él, sufrimos por ello y de ese modo aprendemos que es cosa amarga el desobedecer. Si somos obedientes cosechamos los benditos frutos de la obediencia y probaremos que eso es siempre lo mejor. Sin embargo, también experimentaremos que nuestro Padre no solo trata con nosotros en gobierno cuando somos desobedientes, sino que también trata con nosotros en gracia y misericordia y paciencia especialmente cuando nos arrepentimos. Él nos muestra amor en sazón y castigo en sazón.

De los tratos del Padre celestial con nosotros aprendemos cómo tratar a nuestros hijos. Debemos castigarlos por desobediencia y probar que el niño es nuestro hijo, azotándolo, «Porque si estáis fuera del castigo, del cual todos sois participantes, entonces somos bastardos y no hijos» (Hebr. 12:8). Como padres debemos tratar con nuestros hijos en gobierno, y también en gracia y misericordia. De este modo ellos aprenderán la bienaventuranza de obedecer y el dolor y la pena que la desobediencia causan.

Castigo o azote no necesita ser siempre en la forma de azote con vara, aunque este pueda ser necesario algunas veces. Existen muchos otros métodos de efectuar disciplina por desobediencia. Privilegios pueden ser negados a los niños por un tiempo o pueden ser sometidos a alguna tarea desagradable, etc. El padre descubrirá qué método es más efectivo en la promoción de obediencia en el niño individual. No todos los niños pueden ser tratados igualmente. Cada disposición y temperamento deben ser manejados diferentemente. Se puede razonar benignamente con algunos niños y con otros una palabra austera de reprobación puede ser suficiente, mientras otros a veces pueden necesitar disciplina más severa.

Pero para que no se considere el uso de la anticuada vara como anticristiano e incompatible con el estar bajo la gracia, sería bueno para nosotros todos considerar las siguientes Escrituras del inspirado libro de la Sabiduría de Salomón: «El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, madruga a castigarlo» (Prov. 13:24). «Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; mas no se excite tu alma para destruirlo» (Prov. 19:18). «La necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la hará alejar de él» (Prov. 22:15). «No rehúses la corrección del muchacho; porque si lo hicieres con vara no morirá. Tú lo herirás con vara, y librarás su alma del Seol» (Prov. 23:13-14). «La vara y la corrección dan sabiduría… Corrige a tu hijo, y te dará descanso, y dará alegría a tu alma» (Prov. 29:15, 17).

Ciertamente estas son palabras íntegras y saludables de sabiduría para los padres en todas las dispensaciones, y ninguno puede despreciarlas, sino para su mal.

5.16 - El amor usando la vara

Pero como alguien ha escrito muy bien: “Debe ser sentido por el niño aun mientras esté bajo el castigo, que es el amor el que aplica la vara. Los niños perciben muy pronto, y sus corazones jóvenes sienten muy agudamente, aún mientras están bajo el castigo, si es amor, cólera o pasión en el padre que aplica la vara. En el último caso el instrumento correctivo no efectuará corrección alguna. La ira provoca ira. «Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, para que no se desalienten». En tal caso, cada golpe de la vara alejará más y más al precioso objeto del castigo paternal y alejará su pobre corazón del padre en vez de acercarlo a él más a ti…”

“Cuán importante, por tanto, que un padre, antes de aplicar la vara de corrección, mire arriba con un espíritu humilde y contrito, y pida a Dios, quien da a todos liberalmente y sin reproche, la sabiduría necesaria y la gracia y que Su Espíritu de amor y de discreción pueda guiar la mano del padre a aplicar la amarga vara de corrección”.

5.17 - La falta de David

Hay una lección preventiva para todos los padres en el breve comentario del Espíritu de Dios en cuanto a la falta de disciplinar a su hijo Adonías. En 1 Reyes 1:6 se lee: «Y su padre (David) nunca lo entristeció en todos sus días con decirle: ¿Por qué haces así?» Esta falta de David en disciplinar a su hijo es anotada por Dios en relación con el envalentonamiento de Adonías contra la mente y voluntad reveladas de Dios al decir: «Seré rey», cuando se acercaba la muerte de su padre. Dios había previamente declarado su propósito de que Salomón sucedería a David como rey. Erguirse Adonías ahora como rey fue un grave acto de rebeldía contra Jehová y su voluntad revelada.

Dios ha puesto estas dos cosas juntas. El ensalzamiento de Adonías de sí mismo y rebelarse contra el propósito de Dios, y la falta de David en disciplinar a Adonías en su niñez y juventud. ¿No significa esto que Dios quiere que nosotros veamos el resultado humillante de la parsimonia de David para con su hijo? La rebeldía de Adonías fue el resultado de la falta de David como padre.

Este hijo parece haber sido un favorito especial en el hogar –un mal para ambos: el padre y el hijo (véase también la dificultad en el hogar de Isaac por causa de esto mismo en Génesis 25:28 y capítulo 27)– y David fue apacible y suave con él, permitiéndole hacer su propia voluntad. Él nunca había disgustado a su hijo Adonías, y ahora debe cosechar el amargo fruto de ello y estar disgustado él mismo. El hijo ciertamente disgustará al padre, si el padre nunca ha disgustado al hijo. Hubo gran falta por parte de David en su celoso y amante cuidado por su hijo. Porque después de todo haber disgustado a su hijo para su bien hubiese demostrado un amor más profundo hacia él que en ser siempre bondadoso y tierno y permitirle hacer su propia voluntad. La falta que por tanto tiempo había continuado en el hogar estalla ahora y toma una forma pública. Y todo esto está archivado para nuestra instrucción y provecho.

Otra persona ha expresado muy bien el pensamiento de que, si los padres no gobiernan a los hijos, estos al cabo del tiempo, gobernarán a sus padres, porque tiene que haber gobierno en alguna parte.

“La liviandad en la disciplina”, escribe alguien, “o aun el abandono de esta por parte del padre no puede sino incubar la desobediencia en los hijos; y a la faz de tal prevaleciente lazo, todos los otros medios de corrección no son sino las más frágiles cañas para desviar la tormenta que se está formando”.

“Es un hecho bien conocido, que padres, que no son solo bondadosos con sus hijos, sino que también los educan en estricta obediencia y sumisión a la autoridad paternal, son siempre los más amados y estimados por ellos; mientras que los padres indulgentes en exceso ganan de sus hijos todo menos gratitud, respeto y afecto”. Así ha escrito un competente observador.

Añadiríamos que mientras hemos dirigido estas observaciones sobre “castigo por desobediencia” a los padres, sobre quienes descansa la mayor responsabilidad en el hogar, ellas también se aplican a las madres, quienes también deben trabajar en armonía con los padres y actuar en disciplina hacia sus hijos.

6 - Capítulo 6

6.1 - Madres

Mientras no estamos advertidos de exhortación alguna o precepto en las Escrituras dirigido a las madres, hay muchas menciones de ellas en la Biblia y ejemplos abundantes para la instrucción de ellas en justicia y piedad. De estos se verá al instante, así como de la diaria observación y reflexión, que las madres ocupan una posición muy vital e influyente en el hogar, y son un gran poder formativo para bien o para mal sobre los niños criados bajo la influencia y cuidado de ellas.

La madre imparte tono moral y virtud a los hijos, mientras el padre les da status social. Esta es la significación de la corriente expresión en los libros históricos de la Biblia, relativa a los reyes de Israel y de Judá: «el nombre de su madre» fue tal y tal. La historia de ellos prueba que sus madres fueron un gran poder moral e influencia sobre ellos para bien o mal. Cuán importante entonces para las madres es el ser espirituales, buscando primero el reino de Dios y Su justicia de modo que ellas llenarán el lugar que Dios les ha deparado en el hogar para la gloria del Señor e influirán en sus pequeños para andar rectamente para el Señor.

6.2 - «Críamelo»

Las palabras de la hija de Faraón dirigidas a la madre de Moisés en Éxodo 2:9 han sido citadas con frecuencia como indicativas de lo que dice Dios a cada madre cuando Él le confía un niño a ella: «Lleva a este niño y críamelo, y yo te lo pagaré». Este es el encargo del Señor a la madre en cuyos brazos Él ha depositado un recién nacido.

«Llévate este niño y críamelo»
Dijo la hija de Faraón
A la madre, cuyo ser
Por el niño sentía toda afición.

Así habla Dios a cada madre
Al nacer de su pequeño infante;
Lleva este niño y críamelo
Por el tiempo de su vida restante.

Lleva a este niño; a ti lo confío
Para que de ti aprenda cómo andar
Trascendiendo del mundo de tinieblas
Al refulgente y celestial hogar.

Lleva este niño, y considera, madre
Que el cielo hermoso y puro nos espera
Donde tú has de morar eternamente
¿Y este tu niño ha de quedarse fuera?

Entonces dirígelo sabiamente
A sentir el amor del Salvador
Que la vida sombría de pecado
Se torna pura y noble por Su amor.

Lleva este niño, rica bendición
Que a tu cuidado se confía en la tierra;
Lleva este niño y críalo devota
Hasta que yo a reclamarlo venga”.

¡Qué hermoso privilegio, criar un niño para el Señor! ¡Qué grande y noble obra es confiada a una madre y qué maravillosos salarios de recompensa celestial dará Él por ser fiel al depósito!

Es de la mayor importancia que las madres reconozcan desde el comienzo mismo que el hijo de ellas es una dádiva del Señor a ellas, «una heredad del Señor» (Sal. 127:3). Pertenece al Señor y solamente es confiado al cuidado de los padres. Los padres solo son mayordomos de Dios, reteniendo los hijos para criarlos y educarlos para Él. Es por causa de que las madres cristianas con tanta frecuencia olvidan de quién son los hijos de ellas que incurren en tales equivocaciones en educarlos. ¿Cómo se les puede criar conforme a los caminos del mundo, o permitírsele hacer lo que desea, si se recuerda y reconoce que ellos pertenecen a Dios?

Qué hermosas son las palabras de la piadosa Ana: «¡Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que pedí! Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová (1 Sam. 1:27-28). Ella rogó que el Señor le diera un hijo y recibió uno de Él y ahora ella lo da de nuevo al Señor para Su servicio. ¡Qué ejemplo para toda madre!

6.3 - La obra divinamente asignada a la madre

En el estado normal de cosas, la mayor parte de la vida y los primeros años del niño de tiernas sensibilidades se pasan en la compañía de la madre, ya que la obra del padre como el ganador del pan para la familia le lleva lejos de su hogar y su familia por muchas horas del día. Por tanto, la obra de educar a los niños y su crecimiento piadoso depende mayormente de la madre, aunque el padre sea responsable por la casa, como ya hemos visto. Esta es la obra divinamente asignada a ella y ella debe dedicarse enteramente a esta solemne y sagrada misión. Aunque la cocina, la preparación de la ropa, la crianza y otra obra, reclaman la atención y el tiempo de la madre, tenga la educación de los hijos el primer lugar. Cualquiera otra cosa que falte, nada os induzca a descuidar aquellas preciosas almas inmortales que Dios mismo muy manifiestamente ha puesto bajo vuestro cuidado para educarlos para Él.

Es una fatal equivocación para una madre abandonar o descuidar la obra divinamente asignada o delegarla en las manos de otros mientras se dedica a lo que ella llama servicio o al placer, como es la costumbre en estos días amantes del placer. La esfera de trabajo de la madre es en el hogar con su familia. Los fundamentos del carácter se establecen en la crianza y la mano de la madre es el instrumento que Dios se deleita en usar para echar esos fundamentos. Otros pueden ser alquilados para hacer otras tareas, pero nadie más puede tomar el lugar de ella con los niños. Dios le ha dado esta obra a ella y no a otros. Hablamos del curso normal de las cosas; circunstancias anormales, desde luego, como la muerte del padre, y el sostén de la familia, cambian las cosas.

Mi obra en el hogar es el cultivo
De olivos que sembraste para el cielo;
Cultivar humildemente es mi anhelo
Estos olivos para tus jardines.

Puede ser que no busque en los confines
De bosques y montañas tu oveja perdida,
Pero apaciento en dedicada vida
Corderitos que son como jazmines.

A cada sierva diste tú su obra por vida
Sin toque de trompetas y clarines,
Como con gloria fue hecha la mía;

Solo baste decir al terminarla con gracia que subsiste
Que te devuelvo sin empañadura las joyas que me diste.

La educación y enseñanza que los niños reciben de sus madres en sus años mozos influyen mucho sobre todas sus vidas. Educación cristiana propia es vital y dejará su huella sobre los niños para bien o para mal por toda su vida y deja una impresión en sus corazones y mentes jóvenes, plásticos y receptivos, la cual no puede ser borrada por los peores pecados de la vida posterior. La palabra de Dios declara: «Instruye al niño en su camino, y aún cuando fuere viejo no se apartará de él» (Prov. 22:6). ¿Quién puede dudar que la grande y grave decisión que Moisés hizo cuando creció en años, de rechazar ser el llamado hijo de la hija de Faraón, y elegir antes identificarse con el pueblo de Dios y sufrir aflicciones con ellos, se debió, humanamente hablando, a la piadosa enseñanza e instrucción en las verdades y promesas de Dios que él recibió de su madre mientras ella lo criaba para la hija de Faraón? En Proverbios 31 vemos que la profecía que la madre del Rey Lemuel le enseñó permaneció con él, y fue más tarde escrita por él con la pluma inspirada en la Sagrada Escritura.

Antes de continuar con el tema, sería bueno decir que es imperativo que el padre y la madre sean uno en propósito, ideales y acción en la educación de sus hijos. Esto es de lo más necesario. Nada puede ser más desastroso que una madre tratando con un hijo en modo opuesto a como el padre ha bregado en el caso, o viceversa. Cualquier desavenencia en principios o acción debe ser discutida por los padres entre ellos mismos, solos en la presencia del Señor, y nunca en la presencia de los hijos. Delante de los hijos debe haber acción unida, cada uno sosteniendo la disciplina decretada por el otro.

6.4 - Lo que «educar» significa

«Educar» no significa meramente enseñar o instruir. Significa «conducir a un curso particular o llevar a lo largo de cierto paso». Continua vigilancia, constante atención y persistente cuidado se requieren para producir el efecto y objeto deseados. Esto es lo que educar significa.

Un niño puede tener su mente atestada de sentimiento religioso, su memoria atiborrada de textos escriturarios e himnos, y a pesar de ello su corazón no estar del todo interesado o influenciado por esta instrucción mental. Importante como es esta instrucción, es la mera información de la cabeza. El corazón debe ser alcanzado y educado, así como la cabeza informada. Aún más: Las madres con frecuencia enseñan a sus hijos lo que ellas mismas no practican, o no se toman el tiempo y el trabajo de que sus hijos lo practiquen tampoco. De aquí que los corazones de los niños no son conducidos por el camino de la enseñanza de ellas, y pronto ven por medio de huecas teorías y aprenden a perder el respeto a sus padres y a las enseñanzas religiosas de estos.

Como hemos visto, «educar» significa conducir o llevar a lo largo de cierto curso, así las madres deben conducir y llevar a sus hijos por el camino del Señor por el ejemplo piadoso de ellas y de sus vidas cristianas consistentes. De este modo los corazones de los niños serán tocados y educados, así como sus mentes. Madres, si queréis educar a vuestros hijos, debéis practicar lo que les enseñéis y debéis mostrarles cómo practicarlo también. A todo costo de trabajo y cuidado, debe verse que ellos hacen según los enseñáis.

No basta hablar solamente; las palabras no ponen freno a las tendencias de la naturaleza ni impiden sus veleidades. Como el viñador, podando la viña, debéis podar, enderezar, dirigir y conducir la joven vid de la vida si queréis educarlo para Dios y la justicia. Muchas madres enseñan a sus hijos lo recto en teoría, pero la negligencia de ellas y su indiferencia hace que ellos crezcan de modo opuesto. Puede significar un cúmulo de dificultad educar propiamente a los niños. El trabajo puede ser abandonado de momento y la corrección necesaria y educación ser suministrada cuando no es necesario. Pero si no se toma el trabajo cuando ellos son pequeños, causarán mucho más trabajo cuando sean mayores. Muchas madres insensatas, para ahorrarse trabajo a sí mismas han dejado a sus hijos en libertad, olvidando que Dios ha dicho: «El muchacho dejado al gobierno de sí mismo avergonzará a su madre» (Prov. 29:15, V.M.)

Nos gustaría llamar la atención hacia la hermosa actitud de Manoa y su esposa en Jueces 13. Cuando les fue dicho por el ángel de Jehová que ellos tendrían un hijo, Manoa invocó a Jehová y dijo: «Ah, Señor mío, yo te ruego que aquel varón que enviaste, torne ahora a venir a nosotros, y nos enseñe lo que hayamos de hacer con el niño que ha de nacer… qué orden se tendrá con el niño» (Jueces 13:8, 12). Esto fue realmente refinado y hermoso. Debe ser la actitud de alma y la más ferviente petición de toda madre y padre. Necesitamos con frecuencia volvernos al Señor y pedir «¿Qué orden se tendrá con el niño y qué se hará?»

6.5 - Enseñando a obedecer

Como Dios ha dicho: «obedecer es mejor que sacrificio y el prestar atención que el cebo de los cameros» (1 Sam. 15:22), el primero y más importante punto en la educación de los niños es enseñarles la bienaventuranza de la obediencia. Ellos deben aprender obediencia a la autoridad propiamente constituida, lo cual es el fundamento de toda excelencia moral, no solamente en la niñez, sino también a través de la vida. Si un niño nunca aprende a ser obediente en el hogar a la autoridad de sus padres concedida por Dios, será desobediente a las autoridades del país.

Obediencia a Dios es la esencia misma de una vida cristiana feliz y si deseamos que nuestros hijos sean convertidos y cristianos obedientes debemos enseñarles obediencia en el hogar desde el comienzo mismo. Un niño que nunca ha aprendido obediencia a sus padres escasamente será un cristiano obediente aun cuando sea convertido. Obediencia a la autoridad paternal es esencial a la sujeción a la autoridad de Dios. La autoridad paternal debe ser suprema para el niño, la voluntad paternal ocupa el lugar de Dios en relación con el niño.

Es la auto voluntad, la tendencia congénita de cada hijo de Adán que es la esencia misma del pecado y esta voluntad necesita someterse a Dios. Sobre los padres, especialmente sobre las madres, Dios ha colocado la tarea de comenzar la obra en la niñez –obediencia implícita e indiscutible a sus padres y a todas las autoridades. Estamos en los postreros días, descritos en 2 Timoteo 3, cuando la desobediencia a los padres y las varias formas de auto voluntad y rebelión están rampantes por todas partes, por tanto, se hace más necesario que los padres eduquen a sus hijos en obediencia.

6.6 - Forzando la obediencia

Para obtener la obediencia los padres deben sostener su palabra y poner en vigor sus advertencias de castigo por la desobediencia. Los niños son observadores sutiles y ellos pronto saben si lo que decimos lo decimos con intención o no, y si castigaremos la desobediencia y recompensaremos la obediencia. La obediencia a los deseos de los padres y a sus mandatos en algo en que se debe insistir y debe exigirse aun a costo de castigo si fuere necesario. Si haces esto los niños pronto aprenderán que las palabras de sus padres serán llevadas a efecto y que ellos deben obedecer. Entonces obedecerán de momento a los deseos de sus padres.

Por otra parte, hemos visto con frecuencia hijos que no prestaron atención alguna a los mandatos de sus padres, porque ellos meramente siguieron con sus súplicas y amenazas y no exigieron obediencia a sus mandatos ni llevaron a efecto sus palabras. De consiguiente los niños hacen como quieren y siguen en desobediencia, ¿y quién es culpable, sino los padres? Las madres especialmente tienen la culpa en este respecto, aunque los padres son a veces culpables también.

Seguramente que hay una palabra de advertencia para los padres y las madres en las palabra de Jehová acerca de Eli el sacerdote al respecto. En I Samuel 3: 13 Dios dijo acerca de Elí: «Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos san blasfemado a Dios, y el no los ha estorbado.» Sabemos del capítulo 2:22.25 que Elí reprobó a sus hijos por su maldad, pero la acusación que Dios hizo contra él fue que él no los estorbó. Esto muestra lo que Dios espera de los padres; no lo olvidemos.

6.7 - Comenzad temprano

“El secreto de una educación exitosa y obtener obediencia es comenzar temprano”, escribe una madre experimentada, “no se debe permitir a Satanás llevarnos ventaja al comienzo mimando la voluntad del pequeño infante… aquí es donde multitud de madres yerran el marco –empiezan muy tarde. La mayoría de los niños son arruinados para la formación de su carácter antes de llegar a la edad de cinco años por la insensata indulgencia de sus madres”. A los niños se les puede hablar y pueden ser manejados de un modo consistente con el amor y la ternura, el cual enseña que, aunque la madre ama y acaricia, debe ser obedecida.

Una mano firme y una voz firme harán al niño reconocer muy pronto que debe quedarse quieto y dormirse cuando no quiere tomar la acostumbrada siesta. Si persiste en resistir, mamá debe perseverar y conquistar la pequeña voluntad, porque si el niño logra seguir su camino el conflicto será más difícil la próxima vez y se irá haciendo más y más difícil. Si mamá vence el conflicto será crecientemente más fácil y la obediencia será aprendida temprano por el niño. Pero aquí es donde la mayoría de las madres flaquean; desisten porque no desean sufrir el dolor de una lucha, olvidando que la derrota de ahora solo significa batallas sin fin en el futuro y multiplicado dolor y pena.

La misma madre antes citada, escribe que ella conquistó a sus hijos voluntariosos cuando ellos tenían seis y diez meses de edad y apenas tuvo que contender con oposición directa alguna de parte de ellos en adelante. Con un hijo quien llegó a ser un predicador del Evangelio, ella peleó una sola batalla decisiva, y esto fue cuando él tenía diez meses de edad. Él nunca puso su voluntad en directa oposición a la de ella en todos los años que sucedieron a aquella penosa lucha. Seguramente ese bendito resultado compensó con creces aquella lucha. ¡Qué verdadera y saludable lección para todas las madres!

6.8 - Veracidad y rectitud

Otra cosa importante en educar a un niño en el camino que debe seguir es enseñarle en la práctica de la verdad y la integridad. Habiendo nacido en pecado, todo ser humano tiene una naturaleza mala «hablando mentira desde su nacimiento» (Sal. 58:3) e indudablemente uno de los pecados más comunes de la humanidad es la falta de veracidad. Destruir esta tendencia y formar el alma en el hábito de la verdad debe ser uno de los primeros objetivos de enseñar bien al niño. «Jehová aborrece la lengua mentirosa. Los labios mentirosos son abominación a Jehová» (Prov. 6:16-17; 12:22). Por tanto, a los niños debe enseñárseles desde temprano cuán abominables son las mentiras a Dios. Para desarrollar veracidad y rectitud, los padres deben cuidarse de minimizar y excusar la tendencia a la falsedad en sus niños. Algunos padres efectivamente se sonríen y admiran sus trucos engañosos al ocultar alguna de sus pueriles maldades. No es de extrañarse que tales niños crezcan sin horror alguno a la falsedad o sin conciencia alguna sobre el decir mentiras, lo cual es una de las salvaguardas de la virtud en la posteridad de la vida. Ningún padre tendrá éxito en formar en su hijo mayor aborrecimiento hacia cualquier pecado que el que el mismo sienta. Los niños, los más rápidos de todos los analistas, instintiva e inmediatamente percibirán todas las afectaciones de bondad. Ellos no juzgan tanto por lo que decimos como por lo que sentimos o hacemos. Nunca disimuléis cualquier falsedad o engaño de vuestro hijo.

Que las madres se cuiden de hablar contra ninguna persona delante de sus hijos y entonces actuar amablemente delante de esa persona. ¿Qué más efectiva lección se podría dar a un hijo en engaño o el manifestar dos caras por su madre, o quizás el padre? Y si los padres cuentan a sus hijos las acostumbradas falsedades acerca del imaginario «Santa Claus» y de espectros y espantajos, etc., ¿cómo puede esperarse que los niños digan la verdad?

Nunca digamos una cosa incierta a nuestros niños si queremos educarlos para Dios, «quien no puede mentir» y «quien desea la verdad en lo íntimo» (Tito 1:2; Sal. 51:6). Antes contestad a sus averiguaciones con poco o nada si sentís que no podéis decirles la verdad en toda propiedad. Practicad la veracidad con vuestros hijos si queréis que sean veraces. Tampoco les hagáis promesas, y después no cumplirlas. Esto es falta de veracidad. Ni los instéis a tomar medicinas amargas diciéndoles que es algo bueno y sabroso. Por tales medios enseñáis a vuestros hijos del modo contrario a lo que deseáis que ellos sean, y más tarde trabajaréis en vano para hacerles veraces y sinceros, pues habéis dañado el terreno.

6.9 - La educación

Y ciertamente no puede conducir a la veracidad en los niños llenar sus mentes con toda clase de cuentos de hadas y ficciones. Tales libros deben alejarse de ellos tanto como sea posible. Antes educarlos en lo que sea real y vivo. No hay mejor libro de cuentos que la Biblia, con sus historias verdaderas, interesantes e instructivas, las cuales los niños aman siempre. Enseñadles también acerca de la maravillosa creación de Dios; interesadlos en todos los animales y cosas que Dios ha hecho. De este modo ellos cultivarán un amor de la naturaleza y tendrán sus corazones atraídos a adorar a Dios temprano, como su sabio y poderoso creador. Entonces junto con esto debe enseñárseles la verdad superior de Cristo el Redentor y la necesidad que ellos tienen de Él como su Salvador.

Instruye al niño con todo anhelo
A los siete, para llegar al cielo.
La verdad arraigará con más ahínco
Si le enseñas al llegar a los cinco.
Aprenderá para no olvidar después
Si con ruegos lo enseñas antes de los tres”.

6.10 - El centro de atracción

Antes de terminar el tema de la enseñanza de los niños, sería bueno llamar la atención hacia el error de permitir a los niños demasiada importancia en la presencia de otros, permitiéndoles ser el centro de atracción y llamando la atención hacia su perspicacia y agudeza. De este modo pronto aprenden que se les está dando importancia y desearán ser ensalzados. En vez de ser modestos y humildes, serán arrogantes y orgullosos y actuarán descomedidamente. El anticuado modo de quietud por parte de los niños, en medio de los adultos y cuando hay invitados presentes, es muy saludable. Las cualidades cristianas de mansedumbre, modestia y quietud deben ser desarrolladas en el niño en vez de la arrogancia, el orgullo y la petulancia. Que el Señor dé mucha gracia y sabiduría a las madres para educar a los niños para Él y para su gloria.

7 - Capítulo 7

7.1 - Siervos y señores

Habiendo considerado las relaciones de esposo y esposa y de padre, madre e hijos en el hogar cristiano, resta mirar a la de siervos y señores, pero como no se halla en todo hogar, solo la consideraremos brevemente. Es, sin embargo, no una relación de menor importancia, sino una que debe mantenerse para la gloría de Dios, consistentemente con todo lo que el hogar cristiano representa.

7.2 - Siervos

«Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís» (Col. 3:22-24). Aquí el siervo es dirigido al Señor como aquel a quien el servicio ha de ser rendido, quien también recompensará todo servicio fiel. Así que lo que puede quizás parecer una tarea nimia y humilde sea elevada de su nivel común a la eminencia de servir al Señor Jesucristo.

Sus ojos dirigidos de este modo al Señor, el siervo ha de recordar también, y más que todo, que el Señor Jesucristo es su modelo y dechado en su obra como un siervo. El mismo ha venido a ser el Siervo perfecto, quien se anonadó a sí mismo «tomando la forma de un siervo» (Fil. 2:7), viniendo «no para ser servido, sino para servir, y dar su vida en rescate por muchos» (Marcos 10:45). El siervo cristiano debe entonces aprender diariamente de Él en su empleo diario para la gloria de Dios.

El Evangelio según Marcos enmarca, de un modo especial, al Señor Jesucristo como un Siervo, y el estudio de ese Evangelio debe ser de mucho interés y provecho para todo siervo cristiano, lo cual, en su amplio sentido debemos ser todos para nuestro Señor y Maestro.

«Exhorta a los siervos a que se sometan a sus amos, que agraden en todo, que no sean respondones, no defraudando, sino mostrándose fieles en todo, para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador» (Tito 2:9-10).

Obediencia, sumisión y fidelidad son los requisitos de un buen siervo, a los cuales el apóstol exhorta aquí. Estos fueron hallados a perfección en Cristo, el Siervo perfecto. El siervo cristiano ha de embellecer, por su conducta y servicio, la doctrina de Dios la cual él profesa. Por medio de una vida fiel y un servicio diligente, él dará expresión práctica y visible a la doctrina o enseñanzas de su Salvador. Esto es más fácilmente entendido y habla más alto que la más grande enseñanza. Así un siervo fiel puede dar testimonio tan efectivamente por su Salvador, en su humilde esfera, como el predicador más elocuente. «Todos los que están bajo el yugo de esclavitud, tengan a sus amos por dignos de todo honor, para que no sea blasfemado el nombre de Dios y la doctrina. Y los que tienen amos creyentes, no los tengan en menos por ser hermanos, sino sírvanles mejor, por cuanto son creyentes y amados los que se benefician de su buen servicio» (1 Tim. 6:1-2).

Los siervos que tienen amos incrédulos, han de honrarlos y no sentirse superiores a ellos de modo que el Nombre de Dios y la doctrina no sean blasfemados por sus amos inconversos. Mientras que aquellos que tienen amos creyentes no deben adoptar un aire familiar de igualdad con ellos y honrarles menos. Antes bien a ellos debéis servir con sumisión y honrarles mucho más como fieles y amados hermanos. Nuestra posición en la Iglesia de Dios no ha de ser confundida con nuestras posiciones en el mundo y nuestras condiciones de vida. En la Iglesia de Dios todos son hermanos, miembros los unos de los otros, mientras que en el mundo hay distintas situaciones de vida que deben guardarse con toda propiedad.

7.3 - Amos

«Amos, haced lo que es justo y recto con vuestros siervos, sabiendo que también vosotros tenéis un amo en los cielos» (Col. 4:1). El amo y ama cristianos deben tener siempre en mente que ellos tienen un Amo en el cielo ante quien ellos son responsables por su servicio como amos y que ellos deben de actuar hacia sus siervos como su Amo celestial actúa hacia ellos. El sentido de Su señorío debe estar siempre delante de la conciencia, el corazón reconociendo diariamente Su bondad y su gracia y su benignidad. Nuestro Amo celestial no es duro y austero y el amo cristiano no debe caracterizarse por esos rasgos. Él debe reflejar el carácter de su Amo celestial, quien es luz y amor, y tratar con sus siervos en justicia y bondad, dándoles lo que es justo y ecuánime. La luz del cielo estará en su hogar y será un candelero que «alumbrará a los que están en casa» (Mat. 5:15).

En Efesios 6:9 los amos son exhortados a dejar las amenazas. Mientras a esto se le hacía énfasis especial en los días de la esclavitud también contiene una palabra para los patronos en los días de la libertad en que vivimos. Amenazas o lenguaje áspero mal cuadra a un hijo de un Amo benigno, amante, justo, celestial. Si el ojo del amo terrenal está siempre mirando hacia arriba, al ojo de su Amo en el cielo, la voz de bondad y justicia será siempre oída por sus siervos.

¡Qué bello cuadro es ofrecido en Rut 2:4 de la feliz relación existente entre el amo, Booz, y sus siervos los segadores. Cuando viene a su campo, él saluda a sus siervos con las palabras: «Jehová sea con vosotros», y ellos responden: «Jehová te bendiga». Booz es un bello tipo de Cristo, nuestro Pariente Redentor y Señor (o Amo). La pequeña epístola de Filemón es también altamente instructiva a los amos, mostrándoles cómo el espíritu de Cristo debe gobernar su conducta hacia aquellos que eran aún siervos inútiles.

Los amos no solo deben pensar en cuánta producción deben recibir de sus siervos, sino procurar el amor de sus corazones. A un amo cristiano le fue preguntado una vez cuántos corazones el empleaba. Que se piensa muy poco en esto se evidencia por la rareza de la frase y por la otra frase común, «empleando tantas y tantas manos».

8 - Capítulo 8

8.1 - El hogar para Dios

Comenzamos nuestra meditación sobre el hogar cristiano con el pensamiento de su institución por Dios Mismo, y que el verdadero amor cristiano es allí donde al Señor se le da su justo lugar y donde las relaciones divinas son mantenidas de acuerdo con su mente y su propósito y para su gloria. En este capítulo concluyente consideraremos el tema del hogar mismo para el Señor y sus intereses.

8.2 - El hogar de Betania

Cuando el bendito Salvador estuvo en la tierra como el Extranjero sin hogar, sin lugar donde reclinar su cabeza, Marta lo recibía en su casa (Lucas 10:38). Quizás el hogar de ella fue el único en su ciudad de Betania que estuvo abierto para Él. Aquí él era siempre bienvenido y a este hogar él siempre recurrió. Aquí él vino exactamente antes de la Pascua y del sacrificio de su muerte, cuando el odio de los directores religiosos se levantó en una llama de fuego contra Él, y aquí, esta devota familia de Marta, María y Lázaro «le hicieron allí una cena» y María le ungió con un ungüento muy costoso (Juan 11:57; 12:3). ¿Qué bálsamo recibió el corazón de Jesús en este hogar en Betania exactamente antes de la hora de su mayor pena y sufrimientos! Verdaderamente este hogar fue un hogar para el Señor Jesucristo.

8.3 - Recibiéndole hoy

Mientras el amante Salvador no está ya corporalmente en la tierra, como en el día de Marta, el Espíritu Santo está aquí trabajando por sus intereses y habita en su pueblo redimido morando en y por ellos. Por tanto, nosotros también podemos recibir al Señor en nuestros hogares, algo como Marta lo hizo de antiguo. Hablando con sus discípulos él dijo: «El que a vosotros recibe a mí me recibe» (Mat. 10:40). Cuando recibimos el pueblo de Dios en nuestros hogares, le recibimos a Él. «En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis», es el principio que el Señor establece en Mateo 25:40 para aquellos que han alimentado, vestido y visitado y recibido a los hermanos de Cristo. Así vemos que podemos y debemos abrir nuestros hogares para el Señor y sus intereses y su pueblo, y no tenerlos solo para nuestros intereses egoístas, o para el mundo que lo rechaza a Él.

8.4 - Ejemplos Bíblicos

Encontramos muchos casos en la Biblia de hogares del pueblo de Dios abriendo sus puertas al Señor y usados para su obra y para sus intereses. En los días de David, Obed Edom el heteo, guardó el Arca de Jehová en su casa por tres meses, y Jehová le bendijo a él y a toda su casa por ello (2 Sam. 6:10-11). El dueño de casa en Marcos 14:14 prestó el gran aposento alto en su casa al Señor y aquí fue celebrada la Pascua, y la Cena del Señor instituida. Los cristianos primitivos se reunieron en sus hogares diariamente para recordar al Señor en el rompimiento del pan, y diariamente los apóstoles enseñaron y predicaron a Jesucristo en el templo y en cada casa (Hec. 2:46; 5:42). En Hechos 12:12 vemos a muchos reunidos en la casa de María, madre de Juan Marcos, para oración especial.

De Romanos 16:5 y 1 Cor. 16:19 aprendemos que el hogar de Aquila y Priscila fue el lugar de reunión de los cristianos que comprendían la iglesia local. Así también de Filipenses 4:15 y Filemón 2, observamos que Ninfas y Filemón abrieron sus hogares para que la iglesia local se reuniera. El amor de Cristo constriñó a cada uno a usar su hogar para el Señor y su pueblo y sufrir de buena voluntad el inconveniente y trabajo adicional que tales reuniones conllevaban.

8.5 - Aquila y Priscila

Formas especiales de servicio cristiano son posibles para el esposo y la esposa cristianos quienes han establecido un hogar y desean servir mancomunadamente al Señor. En Aquila y Priscila tenemos un ejemplo sobresaliente de la poderosa influencia y el bendito servicio que un matrimonio, consagrado como uno a los intereses de Cristo, puede ejercer y llevar a cabo. Ya se ha hecho referencia a la reunión de la iglesia en el hogar de ellos, y ahora queremos considerar el valioso y unido servicio de hogar según puede este verse en Hechos 18:3, 24-28.

Cuando el apóstol Pablo vino a Corinto, el hogar de ellos se abrió para él y juntos vivieron y trabajaron en su oficio de construir tiendas por espacio de dieciocho meses. Así fue provisto un hogar para el consagrado apóstol «quien no tuvo morada segura», durante sus labores para el Señor allí, y ellos en cambio, fueron indudablemente enriquecidos espiritualmente del gran maestro de los gentiles, quizá salvos por medio de él. De las distintas menciones hechas por el apóstol, aún al fin de su vida, podemos ver cuán preciosos les eran y cómo él evaluó la bondad de ellos.

Más tarde vemos a esta piadosa pareja mudándose con el apóstol a Éfeso y pronto el ferviente y elocuente Apolos viene a la ciudad de ellos y habla valientemente en la sinagoga de las cosas del Señor. Discerniendo el limitado conocimiento de este de la salvación de Dios en Cristo, Aquila y Priscila con gran tacto y cortesía invitan a Apolos a la morada de ellos, y en la piadosa atmósfera de aquel hogar cristiano, él aprende de ellos el camino de Dios más perfectamente, según está revelado en el cristianismo.

Abriendo de este modo el hogar de ellos a los siervos del Señor y ofreciéndoles hospitalidad, ante todo, ellos aprendieron las maravillosas verdades del cristianismo del uno y tuvieron el privilegio de ser usados de Dios privadamente y con gran éxito impartirlas al otro para su gran ayuda y bendición y también para la bendición de otros. Porque después de esta útil e instructiva estadía en el hogar de Aquila y Priscila, Apolos fue a los hermanos en Acaya y los ayudó mucho. Tales son algunos de los benditos resultados de tener el hogar de uno para el Señor y sus intereses.

8.6 - Hospitalidad

La práctica de la hospitalidad es una hermosa virtud cristiana la cual las Escrituras nos exhortan constantemente por precepto y ejemplo, esa bondadosa y generosa recepción del prójimo al abrigo y cuidado del hogar de uno, se ha llamado la gloria del hogar y la flor de la vida hogareña. Es un justo y adecuado adorno de la doctrina de Dios nuestro Salvador. La esencia misma de la doctrina integral de Dios es su gracia abundante y generosa que fluye en bendiciones divinas hacia el hombre pecador. La hospitalidad del cristiano a su prójimo es una pequeña manifestación de esta misma gracia fluyendo por el canal de su corazón redimido.

Las epístolas del Nuevo Testamento, las cuales exponen completamente esta maravillosa gracia de Dios, urgen la práctica de la hospitalidad como una parte vital del cristianismo práctico. Entre los cristianos primitivos, se dice, que la hospitalidad era tal marcado rasgo de sus vidas, que aún los gentiles de alrededor los admiraban por ello. Mirando a las exhortaciones de las Escrituras, vemos de Romanos 12:9, 21, que uno de los muchos preceptos que forman la santa ropa del cristiano vivo, es: «practicando la hospitalidad». Así también uno de los requisitos para ser «obispo» o «sobreveedor» es que debe ser «hospedador» u «hospitalario» (V.M.) (1 Tim. 3:2; Tito 1:8).

Pero la hospitalidad no ha de ser solo demostrada a los que amamos y conocemos; ha de ser mostrada a los desconocidos de igual modo. Así Hebreos 13:2 nos instruye, «No os olvidéis de la hospitalidad, porque, por ella, algunos hospedaron a los ángeles». Aquí se hace referencia al bello acto de Abraham y Sara en Génesis 18, cuando ellos diligentemente prepararon una comida personal para los tres forasteros que vinieron a la puerta de su tienda, y más tarde demostraron ser dos ángeles y Jehová Dios mismo. Los benditos resultados de mostrar hospitalidad a los extraños es de ese modo ilustrada, como muchos han probado desde entonces.

La importancia y peso de mostrar hospitalidad a los extraños es más tarde enfatizada por el hecho de que, si una mujer que quedó viuda siendo vieja, había hospedado a extraños, ello era uno de los rasgos que la encomiaba para recibir el cuidado y ayuda de la iglesia cuando lo necesitara (1 Tim. 5:10).

8.7 - La falta de hospitalidad

Uno de los rasgos admirables del patriarca Job era, que él abría sus puertas a los viandantes, y el forastero no posaba en la calle (Job 31:32), mientras los días de decadencia y alejamiento de Dios y de su voluntad por su pueblo están caracterizados por la falta del mismo. Esto se nota en los días de los Jueces (Jueces 19:15-18), cuando el pueblo de Dios estaba en muy bajo y mal estado de alma. En ese tiempo cierto levita y los que le acompañaban vinieron a la ciudad de Gabaón, de la tribu de Benjamín y se sentó en la calle cuando el día declinaba «porque no hubo quien los acogiese en casa para pasar allí la noche». El tuvo que decir: «Mas voy ahora a la casa de Jehová, y no hay quien me reciba en casa». Más tarde, sin embargo, un anciano de Efraín, que moraba como forastero en Gabaón, se acercó y lo llevó a su casa.

En nuestros días de Laodicea, de tibieza y un estado de alma autosatisfecho, necesitamos percatarnos, no sea que esta misma falta de hospitalidad se convierta en característica de nuestros hogares. En medio de las complicadas y agobiantes condiciones de vida del presente, la práctica de hospitalidad puede hacerse más difícil para algunos, y para nuestras mentes, la falta de ella puede ser plausiblemente excusada. ¿Pero es ello así ante la santa vista de Dios? ¿Cómo aparece ante Él, quien escudriña los riñones y el corazón?, ¿estuvieron los cristianos primitivos en mejores circunstancias que nosotros para practicar la caridad? ¿Y son las exhortaciones en las Escrituras en cuanto a la hospitalidad de menor aplicación a nosotros en nuestros dais de prueba que a ellos en sus días? Examinemos de nuevo seriamente la cuestión, y sed hallados sobresaliendo en la excelente virtud de la hospitalidad.

8.8 - La Sunamita

En hermoso contraste con los días de Jueces 19 están los hechos encomiables y hospitalarios de la «gran mujer de Sunem», según se registra en 2 Reyes 4:8-17. Cuando el profeta Eliseo pasaba por aquel camino, ella le obligó a entrar y comer pan, y siendo tan cordialmente bienvenido, él se volvía a comer pan allí cada vez que pasaba por aquel camino. Un día ella habla a su marido y le propone hacer una pequeña habitación al profeta, amueblándola para que el profeta se alojara en ella cuando viniera por allí. Hicieron esto y cuando el profeta venía y disfrutaba de este especial hospitalario amor, se regocijó mucho y dijo: «Tú has sido solícita por nosotros con todo este esmero, ¿qué quieres que haga por ti?»

Pero nótese la simplicidad de la habitación para hospedar de esta sunamita y su hospitalidad. Ella contenía solo las cosas necesarias para el descanso físico y comunión y refrigerio espirituales. Una cama para dormir, una mesa para leer o escribir sobre ella, un taburete para sentarse y un candelero por el cual alumbrarse, constituían el mobiliario de aquella habitación. ¿No hay aquí un estímulo para aquellos de medios sencillos para practicar la caridad de igual manera? ¿No es con frecuencia el orgullo de la vida la que gusta de ostentar opulencia ante los huéspedes y alternar con otros la causa yaciente de la falta de hospitalidad? Que podamos todos aprovecharnos de andar en la simplicidad de esta gran mujer de Sunem y ser hallados en «la simplicidad que es en Cristo» (2 Cor. 11:3). «El hombre mira lo que está delante de sus ojos, mas Dios mira el corazón» (1 Sam. 16:7). Es la bondad y el amor del corazón lo que cuenta en la hospitalidad, y no las abundantes y maravillosas aportaciones que uno pueda o no pueda estar dispuesto a suplir. Esto está más tarde sostenido por Pedro en las palabras de 1 Pedro 4:9: «Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones». Todo lo que uno posea, poco o mucho, debe ser compartido con otros de voluntad. Es el espíritu en el cual se hacen las cosas lo que cuenta más que lo que se hace.

Las palabras del Señor en Mateo 10:42 son adecuadas en relación con esto: «Cualquiera que diere a unos de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, en nombre de discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa». Aquí está la promesa segura de recompensa por la hospitalidad brindada como al Señor, aún por un acto tan pequeño como dar un vaso de agua fría.

9 - Conclusión

Que estas varias escrituras y ejemplos escriturarios de aquellos que tuvieron sus hogares abiertos para el Señor y sus intereses y practicaron la hospitalidad, nos estimulen y ayuden a tener nuestros hogares para servir a Cristo verdaderamente. Y que nosotros vivamos de tal manera dentro de ellos, que pueda haber luz celestial en nuestras moradas alumbrando «a todos los que están en casa», «para que los que entran vean la luz» (Mat. 5:15; Lucas 11:33).

Al terminar nuestras meditaciones sobre este importante tema, “El Hogar Cristiano”, rogamos que los pensamientos y afectos del lector y el autor estarán de este modo más verdaderamente concentrados en Cristo, quien es la piedra angular de la familia cristiana. Que podamos recordar siempre que él es el centro bendito, de donde debe comenzar todo, y hacia quien debe tender todo, y alrededor de quien debe reunirse todo. Él es la Cabeza gloriosa a quien cada uno debe mirar y sobre quien depender para diaria sabiduría, gracia y fe para saber ponerse ante las dificultades y pruebas y por paciencia para sufrirlas.

Entonces nuestros hogares serán verdaderamente corrientes que constantemente derramarán chorros de bendición para iluminar el oscuro mundo que nos rodea, y centro de todo lo que es piadoso, noble, inspirador y bendecido, los sitios más sagrados en el mundo.

«Dios bendecirá la morada de los justos» (Prov. 3:33). Que esta bendición del Señor se cumpla en cada hogar cristiano para la gloria de Aquel que ha provisto para nosotros un hogar eterno con él en gloria y dicha eternas.


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