¿Podrá el hombre defraudar a Dios?

Pues vosotros me habéis defraudado a mí… La nación entera (Malaquías 3:8-9)


person Autor: Philippe LAÜGT 3


1 - Lo que debía ser ofrecido a Dios

«Este pueblo he creado para mí; mis alabanzas publicará» (Is. 43:21; Éx. 19:6). Israel es objeto de una elección soberana por parte de Dios, que lo amó, él, «el más insignificante de todos los pueblos». Lo redimió de la casa de esclavitud, liberado de este Faraón que era une figura evidente de Satanás (Deut. 7:6-8).

Los israelitas celebraron su redención en un cántico después de cruzar el mar Rojo. «Jehová… ha sido mi salvación. Este es mi Dios, y lo alabaré; Dios de mi padre, y lo enalteceré» (Éx. 15:2). Más tarde, en posesión de su heredad, cada israelita debía llevar las primicias de los frutos de la tierra al sacerdote, y recordar ante Dios que su padre era un arameo que perecía. Daba el testimonio que Jehová había escuchado su clamor, había visto su humillación y los había sacado de Egipto «con mano fuerte, con brazo extendido» (Deut. 26:5-8).

Objetos de tan maravillosa gracia, debían tener cuidado de no aparecer ante la faz de Dios sin nada; esta orden se repite tres veces (Éx. 23:15; 34:20; Deut. 16:16) Reconociendo los derechos de Dios sobre ellos, no debían demorar en ofrecerle la abundancia de su granero y lo que fluye de su prensa de vino. Además, el primogénito de sus hijos y el de su ganado pertenecían a Jehová (Éx. 22:29-30).

Jehová había ordenado a los hijos de Israel: «Mi ofrenda, mi pan con mis ofrendas encendidas en olor grato a mí, guardaréis, ofreciéndomelo a su tiempo» (Núm. 28:1-2). La Escritura también dice: La grasa de mi fiesta no pasará la noche hasta la mañana (Éx. 23:18). Entera, debía ser asada en el altar para Dios (Lev. 3:16-17). Los sacerdotes debían ofrecer cada día dos corderos sin defecto como holocausto continuo. Todo en este culto ofrecido a Dios hablaba de las perfecciones de su Amado y del valor de su sacrificio, de Aquel que respondería a su debido tiempo a los derechos de su justicia y así traería la redención al pecador arrepentido.

2 - Declive

A lo largo del desierto, Jehová guiará a este pueblo con bondad. La nube determinará sus movimientos (Núm. 9:17). El maná, el pan del cielo, y el agua de la roca satisfarán sus necesidades día tras día.

Al principio el pueblo muestra disposiciones felices, que Dios se complace en recordar mucho después: «Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada. Santo era Israel a Jehová, primicias de sus nuevos frutos» (Jer. 2:2-3). Pero ese primer impulso del corazón, por desgracia, será de corta duración. Pronto ceden a las concupiscencias, a la fornicación, a las murmuraciones e incluso a la idolatría (1 Cor. 10:5-11). Alrededor del becerro de oro, el pueblo se sienta para comer y beber, y se levantan para divertirse (Éx. 32:6).

Más tarde, apareciendo ante un Sanedrín hostil que finalmente lo lapidará, Esteban recordó el lugar que los terribles ídolos ya habían ocupado en sus corazones: «Llevasteis el tabernáculo de Moloc y la estrella del Dios Renfán». Durante esos cuarenta años, no habían ofrecido a Dios los sacrificios que esperaba (Hec. 7:42-43). Sin embargo, habían salido de Egipto con una abundancia de ganado y ovejas, habiendo despojado a los egipcios de ellos (Éx. 12:32, 38).

Cuando Asaf recuerda las obras de Dios, su paciencia, observa: «¡Cuántas veces se rebelaron contra él en el desierto, lo enojaron en el yermo! Y volvían, y tentaban a Dios, y provocaban al Santo de Israel» (Sal. 78:40-41).

Cuando se construía el Tabernáculo, cada hombre de mente liberal tomaba de lo que era suyo y traía una ofrenda voluntaria a Jehová. Cada mujer inteligente hilaba y traía lo que había hilado: azul, púrpura, escarlata y algodón fino (Éx. 35). Pero generación tras generación, los afectos se desvanecen mientras que se multiplican los pecados, según todas las abominaciones de las naciones. Sin embargo, Dios mantiene a través de los tiempos la «nube de testigos tan grande» (Hebr. 11 y 12:1); Él todavía espera, ya que tiene compasión de su pueblo y de su morada. Pero finalmente debe comprobar que no hay remedio: «Ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas» (2 Crón. 36:16). La ira de Dios está entre sus perfecciones. Entonces, decretó 70 años de desolación sobre la tierra de Israel, y entrega Israel al rey de los caldeos.

3 - Despertar

3.1 - Esdras 1 al 3

Sin embargo, llegará el momento de mostrar misericordia a su pueblo una vez más: en su gracia, Dios despierta el espíritu del rey de Persia (Prov. 21:1). La oportunidad es ofrecida a los prisioneros, de parte del rey de las naciones, de regresar del cautiverio, para reconstruir la Casa de Jehová en Jerusalén. Serán 42.360 a volver, «todos aquellos cuyo espíritu despertó Dios» (Esd. 1:5). Josué y Zorobabel los acompañarán en este largo y difícil viaje (Esd. 2:64-69).

A pesar de su indigencia y de sus vidas precarias en medio de las ruinas de Jerusalén, el espíritu de devoción se manifiesta de nuevo entre los líderes de los padres de este pequeño remanente, para gloria de Dios. El remanente da voluntariamente para la casa de Dios, para ayudar a levantarla en su sitio. Y la Palabra registra cuidadosamente lo que se coloca en el «tesorero de la obra» según su poder (Esd. 2:69).

El altar es primero reconstruido «en su lugar» (¡guardémonos de las innovaciones!) para ofrecer holocaustos «como está escrito». Luego, pusieron los cimientos del templo (Esd. 3:2-6). Y otra vez, dieron dinero a los canteros y a los carpinteros, y víveres, bebidas y aceite a los sidonios y a los tirios para que trajeran madera de cedro del Líbano (Esd. 2:7). Cuando Dios comienza una obra, siempre se produce una respuesta de amor en los corazones de algunos de los suyos.

Todavía hay una feliz señal de discernimiento espiritual: rechazan el seductor pacto de los enemigos, que se ofrecen a ayudar a construir. Mantienen una feliz posición de separación. Tantos “despertares en el cristianismo” han sido desperdiciados por no haber sabido rechazar este tipo de compromiso.

3.2 - Esdras 4 al 5

Entonces el enemigo cambia de táctica y los acusa violentamente ante el rey Artajerjes de reconstruir la «ciudad rebelde y mala». Se da la orden de detener la construcción. El trabajo se detiene, porque el temor a los hombres pone una trampa (Prov. 29:25).

Pero son las exhortaciones de dos profetas, Hageo y Zacarías, enviados por Jehová, las que revelan las verdaderas razones del cese de los catorce años. Desanimados, pero sobre todo, su afecto hacia Dios enfriado, el profeta dijo: «¿Es para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas, y esta casa está desierta?» (Hag. 1:4). Estos dos siervos de Dios reavivan sus corazones deprimidos hablándoles del Mesías y de su venida. «Vendrá el Deseado de todas las naciones» llenará de gloria esta casa! (Hag. 2:7).

Entonces su celo se reaviva: «se levantaron Zorobabel hijo de Salatiel y Jesúa hijo de Josadac», y la construcción del templo comienza de nuevo, con la ayuda de los profetas. «Los ojos de su Dios estaban sobre los ancianos de los judíos» (Esd. 5:2, 5). Experimentan la promesa contenida en el mismo versículo de Proverbios citado anteriormente: «El que confía en Jehová será exaltado».

Después de unos años, el edificio está terminado y la dedicación se celebra con alegría, aunque el arca se haya perdido definitivamente (Esd. 6:15-18). No despreciemos «el día de las pequeñeces» (Zac. 4:10).

3.3 - La piedad y el celo de Esdras

Pasarán 40 años antes de que Esdras venga a Jerusalén. Un pensamiento repetido a menudo, la buena mano de su Dios estaba sobre este sacerdote, que también era un escriba. «Porque Esdras había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla, y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos» (Esd. 7:10). Por invitación suya, se reunió un pequeño número de peregrinos, apenas 1.500. Tienen poca fuerza, pero Dios siempre pone una puerta abierta ante aquellos que le aman y están dispuestos a servirle, dejando tras ellos “abundancia de pan y descanso despreocupado” para servirle.

No obstante, la piedad y el celo caracterizaban a Esdras. Con él, todos se humillan y ruegan a Dios que les muestre el «camino derecho para nosotros, y para nuestros niños, y para todos nuestros bienes». Este hombre de Dios se avergonzó de pedirle al rey fuerzas y caballería para ayudarlos en su camino contra el enemigo. Había dado un bello testimonio a ese monarca: «La mano de nuestro Dios es para bien sobre todos los que le buscan; mas su poder y su furor contra todos los que le abandonan» (Esd. 8:21-22). En la práctica, debe velar de no negar su declaración de fe. ¿Es este nuestro ejercicio ante Dios y los hombres?

Los viajes en aquellos días no eran ni seguros ni fáciles, pero ayunan y oran, y el Señor los escucha (Esd. 8:23; Sal. 34:4) No llegan con las manos vacías. El propio Esdras había pesado estos dones en las manos de varios de sus compañeros de viaje: «plata y oro y utensilios, la ofrenda para la casa de nuestro Dios». Con amor, vigilaron y guardaron cuidadosamente todos estos tesoros. A su llegada, todo fue pesado en las manos de los sacerdotes y encontrado completo. Luego, rápidamente, ofrecen sacrificios. Qué ejemplo para los redimidos del Señor que también tienen el privilegio de guardar «el buen depósito» hasta el final de su viaje (2 Tim. 1:14).

4 - Nuevo declive – Mundanalidad

En su misericordia, Dios ha producido a menudo reavivamientos. Pero la triste historia parece repetirse fácilmente: un comienzo lleno de promesas, seguido de un declive más o menos rápido. En nuestro corazón de redimido existe esta tendencia constante a abandonar la fuente de aguas vivas y a cavar cisternas agrietadas, que no retienen el agua (Jer. 2:13). Muchos de nosotros hemos recibido verdades que han sido redescubiertas a través de estos «despertares». ¿Las hemos guardado? (Sal. 19:10-11). Tengamos cuidado de no dejarlas escapar insensiblemente de nuestras manos cansadas. Es imposible ponerlas en práctica, si el primer amor por el Señor cede poco a poco a la tibieza.

Sin duda, Esdras llegó a Jerusalén con grandes esperanzas. ¡Pero se siente casi inmediatamente abrumado por lo que aprende del pueblo! La necesaria separación de las naciones gentiles circundantes no se mantuvo (Deut. 7:1-6). ¡Aún más humillante, «la mano de los príncipes y de los gobernadores ha sido la primera en cometer este pecado»! (Esd. 9:2). Muchos se han aliado con esas naciones por medio del matrimonio. Han aprendido sus costumbres y practicado sus sacrificios y abominaciones.

El resultado es una escena de dolor y lágrimas (Sal. 119:136). A pesar de un comienzo alentador, este remanente de Judá ha caído a su vez en una trampa similar a la que todo el pueblo conoció una vez. Y las mismas razones están hoy en día en el origen de la cuasi apostasía que ha invadido el cristianismo profeso, del cual somos parte. ¿Qué atención hemos prestado a este mandato formal de la Escritura: «No os unáis en yugo desigual con los incrédulos»? (2 Cor. 6:14). ¿Nos hemos dado cuenta de la gravedad de esta espantosa y siempre presente trampa de la mundanalidad? ¿No ha invadido insidiosamente nuestras vidas personales y nuestros hogares, a menudo causando desastres irreversibles?

Esdras reconoce que Dios les ha dado «un lugar seguro» en su lugar santo, permitiéndoles poner las cosas preciosas al abrigo de los depredadores. Recuperaron algo de vida en su esclavitud, pero pronto volvieron a caer en el pecado (Esd. 9:6-8). Retengamos la actitud de Esdras, que se pone ante Dios y se asocia con todo Israel, dice: «Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti». El sacrificio que ofrece es un recordatorio de la unidad del pueblo de Dios, pero también muestra la responsabilidad común y el sufrimiento compartido (1 Cor. 12:26).

Una larga y dolorosa tarea esperaba a aquellos que habían confesado sus pecados. Estas mujeres extranjeras tuvieron que ser despedidas, rompiendo así los lazos en los que habían sido atrapados. Es posible confesar un mal sin abandonarlo. Se puede estar consciente de su pecado y de su alejamiento sin tener la fe y la energía para romper tales cadenas. Clamemos al Señor con rectitud: Él pondrá todos sus recursos a nuestra disposición.

Todo en esta circunstancia se hará con cuidado y orden. ¡Qué tristeza ver que tantos verdaderos y devotos siervos del Señor han tenido hijos que no siguieron los pasos de sus padres! Y la lista que se da al final del libro de Esdras puede, por desgracia, extenderse hasta el día de hoy.

5 - Nehemías

5.1 - Nehemías 1

Se puede recordar que después de la oración de Salomón, en la dedicación del templo, Dios prometió acerca de su Casa: «En ella estarán mis ojos y mi corazón todos los días» (1 Reyes 9:3). Fiel a sus promesas, levantó otro obrero en su campo a favor de ese remanente del cautiverio. Es Nehemías, un cautivo en Susa, que nunca deja de llorar por la miseria de Jerusalén. Ora día y noche ante esta dolorosa situación (Neh. 1:4-11). Nehemías ocupa una posición de confianza en la corte de Artajerjes, la de copero del rey. Podría mantenerla egoístamente y buscar justificarse, como tantos otros, pensando: “Tengo la confianza del rey; es con él que puedo eventualmente ser útil a mi pueblo”. Este tipo de razonamiento, hábil a veces, germina en el corazón, cuando queremos justificar nuestros lazos con el mundo.

5.2 - Nehemías 2

Pero, en su profundo afecto por su Dios y su pueblo, Nehemías (nombre que significa: Jehová me consoló) solo tiene un deseo: ¡visitar a sus hermanos en apuros y buscar su bien! (Neh. 2:10). Ora mucho antes de que haya oportunidad de hablar con el rey. Durante esa conversación, Dios responde a su breve petición y le hizo encontrar misericordia con este hombre.

Lo primero que hace, cuando llega a Jerusalén, es ir por la noche a ver la espantosa vista de los muros en ruinas y las puertas consumidas por el fuego (Neh. 2:13). Dios lo sostiene en esta prueba y también actúa en los corazones de sus hermanos. Al llamado de Nehemías, estos le dan una inmediata y alentadora respuesta: «Levantémonos y edifiquemos». Expresan su deseo de involucrarse en la obra de Dios: «Así esforzaron sus manos para bien» (Neh. 2:18).

5.3 - Nehemías 4 al 6

Numerosos enemigos tratarán de abrumarlos en su debilidad. A medida que el trabajo progresa, buscarán cada vez más asustarlos, usando trampas sutiles (Neh. 6:2-9). Pero el pueblo ha puesto su corazón al trabajo (Neh. 4:6). Todo Judá, con pocas excepciones (Neh. 3:5), está trabajando para reconstruir el muro de Jerusalén: uno repara una puerta, otro una torre, y otro una larga sección del propio muro (Neh. 3:13). Cada uno trabaja según sus habilidades y sobre todo su dedicación. De esta manera, con el socorro divino, el muro se termina en cincuenta y dos días (Neh. 4:6; 6:15; Sal. 69:9).

5.4 - Nehemías 8 – La Palabra de Dios

El capítulo 8 también describe una escena notable. Una intensa sed de escuchar la Palabra de Dios se manifiesta en medio de ellos. Se ha descuidado tan a menudo, de ahí tantos males en medio de los creyentes. Pero aquí, a petición de todo el remanente, reunido como un solo hombre en la plaza delante de la puerta del agua, Esdras, a quien Nehemías reconoció la precedencia, lee la Palabra de Dios «desde el alba hasta el mediodía» (Neh. 8:3).

Cuando abre el Libro, todos se levantan y cuando bendice a Jehová, todos dicen «Amén, amén» y se inclinan. Mientras que, en medio de ellos, varios levitas trabajan para que cada cual comprenda la Ley. Leen claramente, y los presentes prestan atención y escuchan. El primer fruto de esta lectura sobre los asistentes es hacerlos llorar. La Palabra no vuelve a Dios sin efecto (Is. 55:11). Empiezan a entender cuánto se han alejado.

Pero Esdras y Nehemías los apaciguan y en su lugar los invitan a regocijarse porque «día santo es a Jehová nuestro Dios» (Neh. 8:9-10). El gozo de Jehová es su fuerza (Sal. 28:7). ¡Esta experiencia puede ser nuestra también!

Un verdadero deseo de saber más sobre la mente de Dios está creciendo entre los líderes del pueblo. Otra reunión tiene lugar el segundo día, junto a Esdras, «para entender las palabras de la ley» (Neh. 8:13-15). Mientras escuchan su lectura, se dan cuenta de que ha llegado el momento de celebrar la fiesta de los Tabernáculos. Será aún más gloriosa que en los días de Salomón y estará acompañada de una lectura de la Palabra desde el primero hasta el último día, y de una gran alegría (Neh. 8:17).

5.5 - Nehemías 9 al 13

Al principio del capítulo 9, la escena cambia completamente. En un día determinado, los hijos de Israel se reúnen para confesar sus pecados y los de sus padres. Esta confesión se puede resumir en esta declaración: «Pero tú eres justo en todo lo que ha venido sobre nosotros; porque rectamente has hecho, mas nosotros hemos hecho lo malo» (Neh. 9:33). Para juzgar un mal, hay que remontar a sus orígenes (aquí se trataba del becerro de oro) y esta confesión debe ser exacta (Lev. 5:5). Claramente, un espíritu de reavivamiento estaba finalmente trabajando en ellos. Reconocen que «fueron soberbios» (Neh. 9:16) y que ahora se encontraban en «gran angustia» (Neh. 9:37). Así que sienten que es apropiado renovar su pacto y escribirlo, ¡quizás esperando ser más capaces de mantenerlo que sus padres! Esta esperanza se verá defraudada: «No hay justo, ni aun uno» (Rom. 3:10-12). Reconociendo su incapacidad para hacer el bien, deberían haber confiado solo en su gracia.

De hecho, su condición espiritual pronto se debilitará de nuevo. Antes del final del libro, se encuentra en medio de ellos, como en el pasado, serias deficiencias. Nehemías se vio obligado a volver con el rey. En su ausencia, Tobías, un enemigo muy conocido, se hace atribuir por el Sumo Sacerdote Eliasib, una de las habitaciones contiguas a la Casa de Jehová. Y los porteros, que estaban sobre estas cámaras de los tesoros, no guardaron lo que su Dios les había confiado. Nuestros propios corazones a veces se parecen a estas cámaras donde el mundo almacena sus cosas en el lugar que pertenece a Dios. ¡Solo debería haber las ofrendas que Dios espera de los suyos!

¡Los pecados van por rebaño! Nehemías se entera de que los levitas y los cantores no recibían sus porciones: ¡el pueblo ya no traía los diezmos regularmente! El descanso del sábado ya no se respetaba. ¡Era profanado por el propio pueblo que permitió a los tirios comerciar en este día sagrado! (Is. 58:13). Además, las puertas ya no estaban vigiladas. Por la noche el enemigo podía entrar fácilmente. Por último, matrimonios que se estaban llevando a cabo de nuevo con mujeres extranjeras. Este pecado era tanto más grave cuanto que fue recientemente denunciado y, en principio, abandonado. Incluso el nieto de Eliasib se había convertido en el yerno de Sanbalat, un enemigo aún más terrible que Tobías: Nehemías lo echó de su lado y continuó luchando para que se respetaran los derechos de Dios, en medio de una hostilidad general sorda.

6 - Malaquías

Antes de los cuatrocientos años de completo silencio profético que preceden a la venida de Cristo, Dios envía en su gran misericordia un último mensajero. Se dirige esencialmente al remanente que ha subido del cautiverio, aunque sea el oráculo de Jehová a Israel (Hec. 7:52). Pero el pueblo y sus líderes no están listos para reconocer sus errores. Al igual que los que permanecieron en Babilonia, y a pesar de su ortodoxia exterior, su fracaso moral y espiritual es evidente: el remanente desprecia el servicio del Señor y lo encuentra agotador (Mal. 1:10, 12-14).

Desde la primera declaración transmitida por Malaquías: «Os he amado, dice Jehová», inmediatamente responden y persisten en hacerlo, después de cada advertencia del profeta. Inconscientes, ingratos, desleales (Mal. 2:10-11, 14-16), refutan el amor de Dios con una insolencia verdaderamente increíble: «¿En qué nos amaste?». ¿Han olvidado sus innumerables bendiciones? Pisotean el honor de Jehová y sus preceptos más solemnes, se han alejado de él y se niegan a volver (Mal. 1:8; 2:7; Lev. 22:17-25).

6.1 - Dios defraudado

Consideremos uno de los principales reproches de Malaquías: estamos muy concernidos. Dios fue defraudado (Mal. 3:8-10) por su pueblo. El remanente guardaba para sí mismo lo que le correspondía al Señor según la ley. ¿Van a reconocerlo? ¡No, ellos niegan esta acusación en particular! Sin embargo, el que les habla es el mismo que, más tarde se sentó frente al tesoro del Templo y estuvo atento y apreciaba cómo cada uno aporta, se trataba de «lo que les sobra» o de «todo cuanto tenía» (Marcos 12:41-44).

Judá se apoderó de los diezmos y de las ofrendas elevadas que pertenecían a Dios. ¡Se los había gastado en beneficio propio! Así que el gobierno de Dios hizo caer sobre ellos una merecida maldición, pero aun así continuaron defraudándolo (Mal. 3:9). Ya sus padres habían actuado de la misma manera al detener la construcción de la Casa de Jehová para construirse hermosas mansiones. Esto significa dar el primer lugar a los propios asuntos, y dar a Dios cualquier excedente. Estos enfriados afectos, esta ceguera respecto a su estado espiritual, esta indiferencia, modifican toda conducta. Preguntan: «¿En qué hemos menospreciado tu nombre?» La respuesta es clara: «Ofrecéis sobre mi altar pan inmundo». Preguntan tercamente: «¿En qué te hemos deshonrado?». El que lee en su corazón y escucha lo que se dice en las habitaciones, les contesta: «En que pensáis que la mesa de Jehová es despreciable» (Mal. 1:6-7; Lucas 12:3). De hecho, ofrecen a Dios bestias que nunca se habrían atrevido a presentar a su gobernador (Mal. 1:8). Ponen sus intereses personales por delante del servicio de Dios. Sin embargo, se atreven a decir: «Por demás es servir a Dios», estimando que no les sirve de nada cumplir con su cargo y andar de luto (¡una mera farsa!) ante Jehová. Más o menos abiertamente, envidian a los orgullosos, a los malvados liberados a pesar de su conducta (Mal. 3:14-15). El comportamiento humillante de este remanente judío debe afectar seriamente a nuestras propias conciencias. El celo de la Casa de Dios devoraba al Señor, hombre perfecto en esta tierra. ¿Nos atreveríamos a decir que es lo mismo en nuestras vidas?

6.2 - Recursos aún disponibles. Los dones de Dios

Sin embargo, Malaquías afirma a los judíos que, si vuelven a Jehová, él volverá a ellos. Si le dan de nuevo lo que le corresponde, él abrirá las compuertas del cielo para ellos y los llenará más allá de sus necesidades (Mal. 3:10-12). Las limitaciones no están de su lado. En medio de este pueblo que se había vuelto duro y arrogante, aún quedaba un remanente piadoso: «Los que temían a Jehová». La sumisión a la voluntad de Dios fue el principio director de sus vidas. Además, buscaban ayudarse y animarse espiritualmente. Esta actitud era agradable a Dios, y se escribió un libro de recuerdos ante él (Mal. 3:16).

A lo largo de su historia, el pueblo judío tuvo una maravillosa experiencia de las compasiones de Dios, pero no podían comprender el profundo significado de todos los sacrificios que Dios les pedía que ofrecieran día tras día, y según los casos que se presentaban. De hecho, eran todos los tipos de la Persona y de la obra de Cristo. Su valor era relativo: no podían hacer perfectos a los que se acercaban (Hebr. 10:1-4, 10).

Ahora es una historia diferente para los cristianos. El tiempo de las sombras ha llegado a su fin. Conocemos el don inexpresable de Dios: Cristo se anonadó voluntariamente y vivió en la tierra como un hombre perfecto. Solo él podía ser la víctima sagrada. Su obra en la Cruz podía satisfacer perfectamente la justicia de Dios. Ahora el pecador arrepentido es lavado para siempre de sus pecados por su preciosa sangre derramada. El redimido es sellado con el Espíritu Santo, que toma de lo que es de Cristo y nos lo proclama (Efe. 1:13; Juan 16:14). Redimido a tan alto precio, pertenece enteramente a Aquel que es su Señor. El apóstol Pablo declara: «El amor de Cristo nos apremia, llegando a esta conclusión: Que uno murió por todos, entonces todos murieron; y murió por todos, para que los que viven, ya no vivan para sí mismos, sino para el que por ellos murió y fue resucitado» (2 Cor. 5:14-15). ¡Qué santo celo debe animar constantemente a cada hijo de Dios!

6.3 - Aplicación a la actualidad. La condición moral después del despertar y de las advertencias de Dios

La Iglesia de Cristo es hoy mucho más responsable que Israel debido a sus inmensos privilegios. Sin embargo, nos vemos obligados a reconocer con tristeza que su estado actual es sorprendentemente parecido al descrito por Malaquías al final de la dispensación anterior. La mayoría de los cristianos están cautivos en sistemas religiosos no bíblicos. Por lo tanto, están en una mala posición, pero también, por desgracia, en una mala condición moral. La carta a Laodicea es un triste testimonio de esto.

Sin embargo, a principios del siglo XIX, a través de la obra manifiesta de Dios, un remanente fue liberado de los sistemas religiosos humanos y colocado en el verdadero terreno donde Dios se había propuesto tener a su pueblo. Pero de nuevo, con el paso del tiempo, Dios tiene ahora una solemne controversia con este remanente. En efecto, aunque su posición eclesiástica puede ser todavía correcta, ¡está a su vez en una mala condición moral! Si sabéis estas cosas, sois bendecidos si las hacéis, dice el Señor a todos.

En la época de Malaquías, como también cuatrocientos años más tarde, al principio del Evangelio de Lucas, el remanente había conservado las formas de adoración, pero la aplicación práctica era absolutamente insuficiente en la mayoría de ellos. ¿Cuál es la situación actual en medio de lo que puede considerarse un remanente cristiano? ¿Nuestra vida, nuestra conducta honran al Señor? ¿Nuestros pensamientos, palabras y acciones reflejan un verdadero temor a Dios? Si no, el Señor y su Palabra son despreciados de todas las formas posibles.

La insolente actitud del remanente, en la época de Malaquías, mostraba lo ciego que estaba en cuanto a su estado real. ¡Qué aprisa se está dispuesto a excusar una conducta defectuosa (Jer. 2:23)! Se dice, sirviéndonos de la Escritura: Es verdad, tenemos muchas carencias, pero hemos permanecido en el verdadero terreno de la Escritura. ¡Primero buscamos mitigar nuestros fallos e incluso nos negamos a reconocerlos!

Dios desea que nos anime un espíritu de franca voluntad, que actuemos con rectitud (Sal. 51:12). Esto ya no era así ni siquiera en medio del remanente de Judá. Tal vez también debemos reconocer que el amor por Cristo se ha vuelto mucho más débil en nuestros corazones. Si la búsqueda de nuestra comodidad y el egoísmo han invadido insidiosamente nuestra conducta práctica, ¿cómo podemos amar al Señor fervientemente y servir a los suyos con devoción?

Envidiemos el excelente testimonio que el apóstol puede dar sobre los macedonios: A pesar de su extrema pobreza y una gran prueba de tribulación, se habían entregado primero al Señor. ¡Este don inicial esencial había provocado todos los demás! Espontáneamente, con alegría, incluso más allá de su poder, estos redimidos habían pedido con gran urgencia la gracia y la comunión de un servicio para los santos (2 Cor. 8:1-5). Probablemente nos sentimos reprendidos por un ejemplo así. Pidamos a Dios reavivar nuestro amor por Él y despertar en nuestros corazones el anhelo de servirle sirviendo a los suyos.

Podría suceder que presentemos o enseñemos la Palabra, que demos cuidado pastoral sin tener aún un estado interior adecuado. El motivo oculto de nuestro servicio podría ser el «yo». Siempre busca elevarse y a veces incluso busca una ganancia vergonzosa. Asambleas enteras también pueden extraviarse. En la carta escrita a Éfeso por el apóstol Juan, como en Tesalónica, se mencionan las obras, el trabajo y la paciencia. Pero ahora faltaban la fe, la esperanza y el amor (especialmente el primer amor).

En la época de Malaquías el servicio del Señor comenzaba a cansar al remanente. De ahí palabras como: «¡Oh, qué fastidio es esto!» (Mal. 1:13). Desgraciadamente, la misma fatiga se puede ver hoy en día en medio de la Asamblea por las cosas de Dios. Se puede haber sido muy activo en el servicio del Señor y luego de repente las manos se cansan y las rodillas se debilitan. Uno está cansado para leer la Palabra, para recordar al Señor en su mesa, para proclamar el Evangelio, cansado incluso del pueblo de Dios, olvidando el lugar que ocupa en Su corazón.

¿No tenemos que confesar que, en nuestro bajo estado, una de las señales más preocupantes es que, a pesar de las repetidas advertencias, mientras que la mano de Dios pesa en disciplina sobre nosotros (Amós 2:13), parece que estamos poco dispuestos a escuchar y tomar sus advertencias a corazón? Escuchemos su voz de amor: «Ahora, dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro corazón… Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia» (Joel 2:12-14). ¡Dejemos de defraudar a Dios, negándole lo que le corresponde! ¡Cada uno de nosotros debe sentirse personalmente concernido! Hagamos nuestro este himno que también es una oración:

 

«Señor, tú que por nosotros te ofreciste en sacrificio,
Llénanos de fervor para poner a tu servicio,
Nuestros días, bienes, cuerpos y corazones»

 

Si podemos decir verdaderamente con el apóstol: «Para mí el vivir es Cristo» (Fil. 1:21), nuestra existencia tendrá un propósito de acuerdo con el pensamiento de Dios, será para la gloria de Aquel que por nosotros murió y resucitó, y a quien ahora pertenecemos.

Agosto de 2005


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