Tranquilidad


person Autor: Maurice KOECHLIN 16

(Fuente autorizada: creced.ch)


Nada debería perturbar la tranquilidad de nuestros corazones. Cristo es nuestro pastor. El buen Pastor dio su vida por su rebaño y nos ampara. Nos guarda, nos ama, alumbra nuestro camino y nos dice sin cesar: «No temas». Nos lleva sobre su espalda y en su corazón hasta que nos introduzca en la Casa del Padre.

«Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado» (Is. 26:3). «En quietud y en confianza será vuestra fortaleza» (30:15).

¡Nuestros pobres corazones! Qué poca cosa es necesaria para perturbar esta tranquilidad. Basta un pequeño obstáculo a nuestros deseos para inquietarnos y hacerla desaparecer. El Señor dice: «Que vuestros corazones no se carguen... de los afanes de esta vida» (Lucas 21:34), los cuales impiden gozar del Señor. La Palabra nos advierte contra las preocupaciones y nos exhorta a rechazarlas: «Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros» (1 Pe. 5:7). Son una carga que perjudica nuestra prosperidad espiritual y nos impiden correr a la meta: «Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús» (Hebr. 12:1-2). La tranquilidad solamente se puede lograr poniendo de lado la propia voluntad y sometiéndose a la voluntad de Dios, la cual es buena, agradable y perfecta para el alma dependiente (Rom. 12:2).

A menudo, la fe nos falta y el Señor debe decirnos, como a sus discípulos: «Hombres de poca fe» (Mat. 8:26). Nosotros entonces debemos responderle, como aquel padre que le rogaba que echase el demonio del cuerpo de su hijo: «Creo; ayuda mi incredulidad» (Marcos 9:24).

La tranquilidad del creyente no significa indiferencia con respecto a sus deberes, a su trabajo o a su familia, sino la confianza que da la fe en todas las circunstancias y ejercicios de la vida, esperando en todo al Señor y no haciendo nada sin su aprobación y sin pensar en Él.

Por cierto, las dificultades, las pruebas, los duelos, pueden pesar en nuestros corazones, pero tenemos los recursos inagotables de la gracia: «Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (Hebr. 4:16). Nuestro Sumo Sacerdote está aquí para compadecerse de nuestras debilidades, y si nuestro débil corazón está inquieto y agobiado por el peso de las cargas de la vida, puede dejarlos a los pies del Señor, quien, sobre las heridas de nuestra alma aplicará el bálsamo de la paz, «la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento» (Fil. 4:6-7).

La Palabra nos exhorta y anima con ejemplos diversos. Qué calma y tranquilidad vemos en la fe de Abraham cuando Dios le pidió el sacrificio de su hijo, el único objeto de su amor y de todas las promesas de Dios. No puso reparos, ni temió ni suspiró; poseía la perfecta tranquilidad de la fe (Gén. 22). Mucho contrasta con nuestras preocupaciones y agitaciones parecidas a las de Jacob, quien tomó tantas precauciones con respecto a Labán y Esaú, en lugar de confiar en Dios, quien le había dicho: «Vuélvete a la tierra de tus padres, y a tu parentela, y yo estaré contigo» (Gén. 31:3).

María demostraba tranquilidad cuando estaba sentada, feliz, a los pies del Señor, escuchando su Palabra, lo que contrasta con la inquietud de Marta (Lucas 10:38-42).

Por encima de todos, tenemos el ejemplo de Cristo: «Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado» (Sal. 16:1). Manso, humilde de corazón y tranquilo en su obediencia a la voluntad del Padre, dijo a los suyos: «La paz os dejo, mi paz os doy». «Paz a vosotros». «Guarda silencio ante Jehová, y espera en él» (Juan 14:27; 20:19; Sal. 37:7). ¡Tranquilidad! ¡Paz! ¡Confianza!

El Señor tenía confianza por la mañana: «De mañana me presentaré delante de ti, y esperaré» (Sal. 5:3); confianza durante el día: «En ti he esperado todo el día» (25:5), y confianza por la tarde: «En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado» (4:8). «Mas yo en tu misericordia he confiado» (13:5). ¡Su bondad! ¡Su amor! Tenemos la tranquilidad en el pasado, el presente y el futuro: es un gozo inefable y glorioso que llena nuestros corazones.


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