El don de lenguas
: Autor G. H. HAYHOE 1
: TemaLos dones y los ministerios espirituales
(Fuente autorizada: bibletruthpublishers.com)
«En la ley está escrito: En otras lenguas y con otros labios hablaré a este pueblo; y ni aun así me oirán, dice el Señor. Así que, las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos» (1 Cor. 14:21-22).
«Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen… Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan?… Les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios» (Hec. 2:4-11).
Es de gran importancia al hablar de esta cuestión que nos demos cuenta de dos cosas. ¿Cuál era el propósito del don de lenguas? ¿Se trataba de lenguas habladas en el mundo, o simplemente de un hablar extático? Ahora bien, las Escrituras anteriormente citadas dan una respuesta bien clara a estas preguntas.
En primer lugar, fueron dadas como señal a los incrédulos, no a los creyentes.
En segundo lugar, se trataba de lenguas comprendidas por aquellos que las hablaban.
Si tenemos estos dos puntos en mente, entonces quedarán claras todas las Escrituras que tienen que ver con esta cuestión. En cuanto a si existen aún hoy día, si es así, debemos esperar que sean las mismas que las mencionadas en la Escritura. Dios las dio como señales para confirmar la Palabra a los incrédulos, esto es, antes que fuera escrito el Nuevo Testamento (Marcos 16:20; Hec. 2:3-4). Pero, dolorosamente, vemos dos motivos para alarmarnos en el actual movimiento de lenguas.
En primer lugar, no se emplean para proclamar las maravillas de Dios a los incrédulos en su propio lenguaje.
En segundo lugar, muy frecuentemente van asociadas con algunos errores muy graves en cuanto a la Persona y a la obra de Cristo, así como con otras prácticas no escriturarias.
Tales cosas debieran llevarnos a ponernos en guardia antes de involucrarnos en tales movimientos, porque se nos advierte: «Examinadlo todo; retened lo bueno» (1 Tes. 5:21). La manera en que lo examinamos todo es por la Palabra de Dios. Es algo muy serio buscar un poder que no es conforme a la Palabra de Dios.
Consideremos los tres pasajes en Hechos que se refieren a las lenguas. En Hechos 2, en el día de Pentecostés, el Espíritu Santo descendió, conforme a la promesa de Hechos 1:4-5 (véase también Juan 7:39; 16:7). Hasta aquel entonces Dios había estado tratando con una nación determinada, y el Señor Jesús, mientras estaba en la tierra, dijo: «No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mat. 15:24). También les dijo a sus discípulos: «Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mat. 10:5-6). Pero ahora, en el día de Pentecostés, iba a comenzar una cosa nueva. El Señor Jesús había dicho: «Edificaré mi iglesia» (Mat. 16:18), y esta Iglesia iba a estar constituida por judíos y gentiles (1 Cor. 12:13). La pared intermedia de separación entre judíos y gentiles iba a ser derribada (Efe. 2:14) y ¿qué señal se podía dar más idónea para ello que mediante el don de lenguas? El mensaje de las maravillosas obras de Dios, sin una instrucción previa por parte de los proclamadores, es pronunciado en muchos lenguajes diferentes. Dios estaba mostrando que él estaba rebasando los límites de Israel, porque estaba a punto de derribar la pared intermedia de separación que les dividía.
La siguiente vez que leemos del don de lenguas es en Hechos 10:46. Aquí se trata de una compañía de gentiles en la casa de Cornelio, porque de nuevo digo que vemos a Dios introduciendo esta novedad mediante la introducción de los gentiles para constituir sobre la tierra la Iglesia de Dios. Ellos recibieron el Evangelio proclamado por Pedro, y cuando el Espíritu Santo cayó sobre ellos hablaron en lenguas y fueron añadidos a la Iglesia. Al relatar lo que había tenido lugar en Hechos 11:4-18, Pedro dijo: «Cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio». Otra vez podemos ver que esto estaba en armonía con los caminos de Dios, para mostrar que estaba alcanzando más allá de Israel a los gentiles. Los que estaban en la asamblea en Jerusalén fueron impulsados a confirmar esto, porque dijeron: «¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!» (Hec. 11:18).
La tercera vez que leemos del don de lenguas es en Hechos 19:6, cuando Pablo fue a Éfeso. Aquí tenemos un grupo de discípulos que nunca habían oído el Evangelio de la gracia de Dios. Habían aceptado el mensaje de Juan el Bautista que hablaba de la venida del Mesías, y habían sido bautizados por él en arrepentimiento. Ahora oyen del Señor Jesús que ha muerto y resucitado, y que ha venido el Espíritu Santo. Juan había dicho que el Señor Jesús bautizaría con Espíritu Santo (Mat. 3:11), y esto ya había tenido lugar en el día de Pentecostés, como lo había anunciado el mismo Señor Jesús en Hechos 1:5. Ahora ya no era necesario esperar más para el bautismo del Espíritu Santo, porque había venido, y así, cuando Pablo puso sus manos sobre ellos, recibieron el Espíritu Santo. También dieron testimonio, al hablar en lenguas, de que el cristianismo no era como el mensaje de Juan a la nación de Israel, porque el mensaje del Evangelio en el cristianismo alcanza al gentil. La Epístola de Pablo a los Efesios no menciona el don de lenguas, pero expone claramente cómo ha sido derribada la pared intermedia de separación entre judíos y gentiles, que vienen a constituir un cuerpo en Cristo (Efe. 2:14-16; 3:6).
La única de todas las epístolas que habla del don de lenguas es la Primera de Corintios. En ella se nos dice que a los corintios no les faltaba ningún don, y que sin embargo eran cristianos carnales (1 Cor. 1:7; 3:1). Ahora bien, «irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios» (Rom. 11:29), y Dios no retira su don de una persona a quien se lo haya dado, aunque aquella persona pueda no emplearlo conforme a Su mente según ha sido revelada en su Palabra. Es factible emplear un don de Dios de una manera errónea, o para exhibición y enaltecimiento propio. Además, es importante señalar que no todos los creyentes en Corinto tenían el don de lenguas (1 Cor. 12:30), sino que algunos que lo habían recibido lo estaban empleando no con amor ni para provecho de otros, y es por esta razón que Pablo los exhorta a no actuar como niños a los que les gusta la jactancia (1 Cor. 13:11; 14:20). Cuando habla de lenguas de hombres y de ángeles lo hace en el mismo sentido en que habla de ángeles predicando otro evangelio (Gál. 1:8), porque podemos estar seguros de que los ángeles pueden hablar en cualquier lengua terrena, y los ángeles elegidos son espíritus servidores que se cuidan de todos los hijos de Dios, sea cual fuere su nacionalidad (Hec. 1:13-14).
No hay aquí ninguna idea de un pretendido «lenguaje celestial», porque ¿cómo podría ser un lenguaje desconocido por ninguna gente o nación de la tierra ser un testimonio a los incrédulos? Y sin embargo la Escritura nos muestra, como ya hemos observado, que las lenguas habían sido dadas como señal a los incrédulos. Las lenguas no serán necesarias «cuando venga lo perfecto» (1 Cor. 13:8-10), por lo que cesarán en la gloria venidera. Observemos aquí que no dice «el don de lenguas», sino simplemente que cesarán las «lenguas». En el cielo no se precisará de la profecía, y el conocimiento no será ya más parcial, y por cuanto seremos de una sola mente y hablaremos el mismo lenguaje, entonces cesarán las lenguas. Las varias lenguas comenzaron en la torre de Babel cuando el hombre, en su soberbia, trató de edificar una estructura de ladrillos cuya cúspide llegara al cielo. Ahora Dios está edificando una casa espiritual, de la que forman parte todos los creyentes como piedras vivas, sin diferencias de nacionalidad ni de lenguaje. De nuevo vemos la sabiduría de Dios al introducir esta cosa nueva mediante el don de lenguas. No estaba en el propósito de Dios el empleo de este don sin amor y simplemente para la exhibición.
Por ello, en el capítulo catorce de la Primera de Corintios el apóstol prosigue con esta cuestión, y regula su uso en la asamblea. En las anteriores ocasiones que se registran en Hechos, no habían sido empleadas en la asamblea congregada, sino solo como señal en armonía con el propósito de Dios al darlas. Ahora, por cuanto eran un don de parte de Dios, su uso no quedaba prohibido en tanto que hubiera un intérprete. Serían, cuando se emplearan de esta manera, un recordatorio para la asamblea de la gracia de Dios en su obra en medio de otras naciones en bendición, y en la incorporación de aquellos creyentes al un Cuerpo de Cristo. Incluso hoy en día somos inclinados a olvidarnos, en una asamblea en la que todos hablamos en un lenguaje, que Dios está salvando y otorgando el Espíritu Santo a estos salvos, como miembros del un Cuerpo, de toda raza, y lengua, y pueblo, y nación. Muy a menudo, cuando viene alguien de otra lengua, y tenemos que interpretar para los tales, ello nos recuerda cómo, en el día de Pentecostés, cada uno oyó las maravillas de Dios en su propia lengua en la que había nacido (Hec. 2:8).
Triste es decirlo, los corintios estaban empleando el don de lenguas para exhibirse, y así Pablo les tuvo que decir que no hablaran en otra lengua, desconocida para los presentes, excepto si había intérprete. En caso contrario, podía, sin embargo, hablar «para sí mismo y para Dios» en otra lengua, por cuanto Él comprendía el lenguaje. Si yo me encontrara en una reunión en la que nadie comprendiera inglés, hablaría para mí mismo y a Dios en inglés. Pero los versículos 21-22 ponen en claro que no se está haciendo referencia a proclamaciones en éxtasis, sino que Pablo está hablando de otros lenguajes, que serían señal a los incrédulos acerca del poder de Dios y de cómo el mensaje de la salvación va ahora a todas las naciones. Si no hubiera nadie presente en la asamblea que comprendiera el lenguaje ni tampoco un intérprete del mismo, no serviría para el propósito para el que Dios lo había dado como se nos dice en Hechos 2. Además, les parecería una insensatez a los extraños que entraran, y que no entenderían lo que se estuviera diciendo. Sería confusión, Dios no sería glorificado, y nadie sería edificado (1 Cor. 14:21-25).
Pero se plantea con frecuencia la cuestión de si hoy en día tenemos el don de lenguas. Hacer la pregunta es responderla, porque no hay ninguna persona ni ningún grupo que pueda pretender ser capaz de hacer lo que tuvo lugar en Hechos 2, reuniendo a un grupo de personas de «todas las naciones bajo del cielo» (Hec. 2:5), y luego proclamarles en las propias lenguas de ellas las maravillas de Dios.
Esto nos conduce a una importante consideración, no solo acerca del don de lenguas, sino también de todos los dones milagrosos. La Escritura no promete que los dones de lenguas, sanidades y milagros, hasta la resurrección de muertos, que ejercitaron personas especialmente dotadas en la Iglesia primitiva, continuarían. Sabemos que existieron entonces, como se registra claramente en Hechos y 1 Corintios, como señales para confirmar la Palabra, que aún no había quedado constada por escrito. Hay, sin embargo, la promesa de la continuación de los dones del ministerio para la edificación de la Iglesia (Efe. 4:7-16). Ahora bien, tenemos en la Palabra escrita el fundamento del cristianismo echado por los apóstoles y profetas (Rom. 16:26; 1 Cor. 3:10; Efe. 2:20-22), y la continuidad de los dones del ministerio, «a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina» (Efe. 4:12-14).
Como se ha mencionado antes, los hay hoy en día que profesan poseer el don de lenguas y otros «dones milagrosos». Al poner a prueba sus pretensiones por medio de la Palabra de Dios y estudiando la realidad, descubrimos que no se trata de lo mismo que vemos en Hechos. No emplean el don de lenguas como señal para los incrédulos, ni pueden reunir a un grupo de enfermos y que ellos queden todos sanados (Hec. 5:12-16). Incluso por lo que respecta a las sanidades mencionadas en Hechos, no hay la certeza de que todos los sanados fueran creyentes, sino más bien indicaciones de lo contrario. Se trataba de una señal para confirmar la Palabra a los incrédulos, porque los verdaderos creyentes no necesitan que se les confirme la Palabra, por cuanto la han recibido como la Palabra de Dios (1 Tes. 2:13). Es también importante ver que la sanidad tiene que ver con el mundo o siglo venidero (Hec. 6:5; Is. 33:24; Sal. 103:3). Era especialmente una señal para aquellos que habían rechazado a su Mesías, y para otros también, de que él es aquel que posteriormente introducirá en la tierra las bendiciones del reino, y que él está ahora resucitado, y estas poderosas obras eran llevadas a cabo en su Nombre (Hec. 4:9-10).
Es muy importante que distingamos las dos esferas distintas de bendición de las que el Señor Jesús será el centro en el día venidero (Efe. 1:10). Habrá la escena celestial a la que pertenece la Iglesia (2 Cor. 5:1; Col. 1:5; 1 Pe. 1:3-4) y habrá la escena terrena de la que Jerusalén en la tierra será el núcleo (Is. 4:3-5; 65:18). Por cuanto nosotros, como parte de la Iglesia, somos un pueblo celestial, esperamos el momento de su venida, en el que seremos transformados, llegando a tener cuerpos de gloria hechos semejantes al cuerpo de gloria de Cristo (Fil. 3:20-21). Mientras tanto, «deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial… en este tabernáculo (o cuerpo) gemimos» (2 Cor. 5:2, 4).
En relación con esto, es sumamente interesante observar cuidadosamente la mención de enfermedades entre los creyentes en las epístolas, esto es, entre aquellos que pertenecen a la compañía celestial. Leemos en Romanos 8:23 que «nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo». No hay aquí mención de sanidad, sino más bien de espera para la redención de nuestros cuerpos. Entretanto, «el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad», pero no dice que la elimine.
Luego, más adelante, en 2 Corintios 12:7-10, encontramos que Pablo tenía un aguijón en la carne, llamado enfermedad en Gálatas 4:13, pero el Señor no lo sanó, sino que le enseñó dependencia de él por medio de ello. Timoteo tenía «frecuentes enfermedades», pero Pablo no le sugirió un sanador, sino más bien un remedio para su enfermedad (1 Tim. 5:23). Una vez más en 2 Timoteo 4:20, aunque Pablo había sanado a muchos en su obra del evangelio (como se registra en Hec. 19:11-12; 28:8-9), dejó a Trófimo enfermo en Mileto.
En Santiago 5:14-18 tenemos el caso de un enfermo que llama a los ancianos para que oren por él. No es la fe del enfermo lo que lo restaura a la salud, y ni siquiera se menciona aquí su fe, sino que se trata más bien de fe ejercida por parte de los que oran por él. Tampoco se trata del ejercicio del don de sanidad, sino de respuesta a la oración, sugiriendo que aquel que está enfermo reconoce que debe ser recto y confesar el pecado conocido. Los que oran disciernen la mente del Señor en relación con la enfermedad, y al orar en conformidad a la voluntad del Señor, Él responde a la oración de ellos. No hay aquí mención de una curación milagrosa repentina, sino del Señor restaurando a un enfermo. En aquellos días, además, había ancianos designados por los apóstoles, mientras que en la actualidad no existen ni apóstoles ni delegados apostólicos, como lo era Tito (Tito 1:5) para designarlos.
La asamblea local jamás designó a sus propios ancianos, ni siquiera en los tiempos apostólicos, aunque es indudable que en aquellos días de ruina y fracaso Dios es fiel, y así, al contemplar Pablo aquellos días en los que entrarían lobos rapaces (lo que ha sucedido), él se dirigió a aquellos ancianos en Éfeso no como designados por él, sino por el Espíritu Santo (Hec. 20:28-30). No hay ancianos oficiales en la actualidad, pero es indudable que hay, incluso hoy, aquellos que han sido levantados por Dios para asumir la supervisión de su pueblo, en espíritu de humildad y de amor para la grey de Dios. Es indudablemente por esto que Santiago menciona el caso de Elías, un profeta en los tiempos del fracaso y de la división de Israel, y muestra cómo tenía inteligencia de la mente del Señor en sus oraciones. Primero vio la necesidad de disciplinar al pueblo de Dios con la retirada de lluvia, y luego Dios, en gracia, respondió a la oración de Elías enviando lluvia. ¡Cuán a menudo hemos visto al Señor respondiendo a la oración en nuestros días en muchas situaciones difíciles, y restaurando a enfermos de vuelta a la salud! Pero tengamos un entendimiento de los tiempos y un discernimiento de su voluntad en estas cosas (Efe. 5:17).
Podemos ver, por 1 Corintios 11:30, cómo Dios emplea la enfermedad en sus caminos de gobierno con nosotros, porque leemos que debido a un pecado no juzgado Dios había permitido que muchos en Corinto quedaran «enfermos y debilitados», por cuanto no se habían juzgado a sí mismos acerca de sus descuidados caminos. En tanto que el cristiano está eternamente seguro en cuanto a la salvación de su alma, queda bajo la actuación gubernamental de Dios, y Dios emplea en ocasiones la enfermedad para tratar con los suyos. Si rehusamos escuchar, podemos perder el privilegio de permanecer aquí como testimonio para Cristo, aunque la sangre de Cristo nos haya hecho aptos para el cielo. Naturalmente, esto no significa que toda enfermedad sea un castigo, porque puede deberse simplemente a que nuestros cuerpos forman parte de una creación que gime y a que podamos haber heredado alguna debilidad en sí, o puede ser la instrucción de Dios, como la poda de una vid para que dé más fruto. Este era el caso de Pablo en 2 Corintios 12:7-10.
Es de gran importancia para nosotros que nuestras expectativas no rebasen la Palabra de Dios (Sal. 62:5; Núm. 23:19). Los que esperan hoy día estos dones milagrosos, han permitido que sus expectativas vayan más allá de la Palabra de Dios, y esto los deja abiertos a «todo viento de doctrina» y al poder del enemigo (Sal. 17:4-5; 2 Tim. 2:24-26). En el día venidero habrán falsos profetas que harán señales y prodigios (Mat. 24:24), pero todo esto será llevado a cabo por el poder de Satanás, y la única manera en que podemos estar seguros de que algo sea de Dios es que sea conforme a su Palabra. Todas las Escrituras que hablan de los últimos días de la historia de la Iglesia hablan de apartamiento de Dios y de debilidad, no de señales y prodigios. Observemos la descripción que hace Pablo de los últimos días de la Iglesia en 2 Timoteo 3, o la descripción de Juan de los últimos días de la Iglesia como se ven en Laodicea (Apoc. 3:14-20), y las advertencias de Pedro en 2 Pedro 3:3-4. La profecía de Joel en Hechos 2, que algunos han empleado para apoyar la presencia de señales y prodigios en estos últimos días de la historia de la Iglesia se refiere a un día futuro para Israel (los últimos días para ellos, Joel 2:21-32). El día de Pentecostés tuvo este carácter, porque a Israel, como nación, se le dio entonces la oportunidad de arrepentirse de su culpa y de recibir así la prometida bendición, que será de ellos en un día futuro cuando finalmente se arrepientan (Hec. 3:17-26).
El Espíritu Santo fue dado en el día de Pentecostés, y ahora, como Persona divina, mora en los cuerpos de los creyentes (1 Cor. 6:19), y está también en la casa profesante de la cristiandad (Efe. 2:22). El Señor Jesús habló de esto (Juan 14:16-17) y les dijo a los discípulos, antes del día de Pentecostés, que esperaran su venida, ocasión en la cual serían «investidos de poder desde lo alto» (Lucas 24:49). En Corinto no se les dijo a los creyentes que esperaran a que «el poder» viniera sobre ellos, sino que emplearan los dones que el Espíritu de Dios les había dado, con inteligencia, por la dirección de su Palabra, en santa libertad, como conducidos por el Espíritu (1 Cor. 12:4-11). Alguien ha dicho: “El Espíritu y la Palabra no pueden ser separados sin caer en el fanatismo, por una parte o en el racionalismo por la otra”. Es peligroso esperar un futuro derramamiento de poder más allá del que tenemos al ser morada del Espíritu de Dios.
Hay dos poderes por encima del hombre, y son el poder de Dios y el poder de Satanás. El movimiento carismático conduce a la gente a esperar exhibiciones de poder que no son conforme a la Palabra de Dios, y que por ello no son del Espíritu de Dios. Edward Irving, el iniciador de este movimiento en Inglaterra en el siglo pasado (1792-1834), enseñaba cosas de las más chocantes acerca de la Persona de Cristo, que uno no gusta de repetir (véase J. N. Darby, Collected Writings, Vol. 15, págs. 1-51, edición de Morrish), pero hubo grandes manifestaciones de poder y de lenguas en aquel entonces que atraparon incluso a verdaderos cristianos en aquel lazo (véase Sir Robert Anderson, Spirit Manifestations, págs. 19-20.) Incluso en la actualidad la exhibición de este poder y lenguas está demasiado a menudo asociada con malignas doctrinas en cuanto a la Persona y obra del Señor Jesucristo, y de otras prácticas no escriturales, porque Satanás puede adoptar la forma de «ángel de luz» (2 Cor. 11:13-15), además de la de «león rugiente» (1 Pe. 5:8-9). Su gran objetivo ha sido siempre atacar la gloriosa Persona y la obra consumada de nuestro siempre bendito Señor y Salvador.
Por esta razón podemos ver la importancia de primero contrastar este moderno movimiento carismático a la luz de la Palabra de Dios. No busquemos «el poder», porque si uno es verdaderamente creyente en el Señor Jesucristo, él o ella son morada del Espíritu de Dios, que es el poder para nuestro caminar como hijos de Dios. En Lucas 11:13, antes del día de Pentecostés, el Señor Jesús dijo a sus discípulos que pidieran el Espíritu Santo, porque no había sido aún dado (Juan 7:39), pero ahora él mora en los cuerpos de todos aquellos que han creído el Evangelio (Efe. 1:13). No se registra que nadie tenga que esperar el bautismo del Espíritu Santo después del día de Pentecostés. Sí hay la exhortación de ser «llenos del Espíritu» (Efe. 5:18), lo que significa que debemos permitirle conducirnos en todo aquello que hagamos. Ello se pone en contraste con estar embriagados con vino, porque tal persona estaría fuera de control, mientras que uno lleno del Espíritu estaría bajo control porque el fruto del Espíritu incluye la templanza o dominio propio (Gál. 5:22-23). Allí donde el Espíritu de Dios conduce, allí hay libertad y servicio inteligente.
Al caminar cerca del Señor en dependencia y obediencia, habrá, por el poder del Espíritu de Dios, el goce de Cristo y de nuestra parte en él, porque el Espíritu Santo no habla de sí mismo, sino que nos lleva a toda verdad y glorifica a Cristo (Juan 16:13-14; Efe. 3:16, 21; Col. 1:8-14). También nos hará capaces para dar un verdadero testimonio de Cristo delante de otros (Fil. 2:15-16). Si vemos manifestaciones de poder a nuestro alrededor, estaremos más interesados en saber acerca de si son conformes a la Palabra de Dios que acerca de si la señal o maravilla se cumple (Deut. 13:1-4).
Como conclusión, se encomiendan estas observaciones al Señor, para que sean de utilidad para ayudar al pueblo de Dios para discernir el camino de la fe en estos últimos días. Nos regocijamos al ver a Dios obrando en gracia en la salvación de las almas, empleando su preciosa Palabra mediante todo aquel que la predique (Fil. 1:18). Pero Dios quiere también que aquellos que son suyos «vengan al conocimiento de la verdad» (1 Tim. 2:4). El camino de la obediencia a su Palabra es el único camino seguro y verdaderamente dichoso, y en este camino, como otro dijo: “no hay desengaños ni esperanzas frustradas”. Los caminos de la sabiduría «son caminos deleitosos, y todas sus veredas paz» (Prov. 3:17). La Escritura no nos dice que esperemos un segundo Pentecostés, sino que conozcamos cómo actuar y cómo reunirnos al nombre del Señor Jesucristo en obediencia, ahora que la cristiandad se ha convertido en una gran casa con «utensilios… para usos honrosos, y otros para usos viles» (2 Tim. 2:16-26). El Señor tuvo que decirle a Pedro, en una ocasión: «¡Quítate de delante de mí, Satanás!» (Mat. 16:23), mostrando como incluso un verdadero y útil creyente puede ser extraviado y usado por el enemigo.
Que conozcamos lo que es gozar de nuestra porción en Cristo ahora, por el Espíritu, teniendo, como dijo otro autor, corazones grandes (para amar a todos los verdaderos hijos de Dios) y pies estrechos (para caminar en el estrecho sendero de la obediencia a la Palabra de Dios) mientras esperamos aquel día dichoso en el que estaremos con Cristo en aquel glorioso Hogar en las alturas. Entonces la Iglesia será presentada «una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante» (Efe. 5:27). Todo lo que entonces verdaderamente contará será tener su aprobación en cuanto a nuestro caminar hacia la casa del Padre.