Índice general
Caer y levantarse
: Autor Ueli FURRER 3
: TemaAlejamiento y retorno, caídas y restauración del cristiano
«Aunque el justo cayere siete veces, él se levantará; pero los inicuos serán derribados por el mal» (Prov. 24:16).
Salomón hace claramente la diferencia entre un creyente y un incrédulo. Sabe por experiencia que un creyente también puede caer. Pero no se cae de repente en el pecado: siempre hay un camino que conduce a él. Un camino está hecho de pasos que se suceden unos a otros. Varias causas pueden conducir a una caída, algunas de las cuales se mencionan a continuación.
Después de una caída, es importante volver al punto de partida, allí donde nos hemos extraviado. Es un camino que debemos seguir sin tomar un atajo.
1 - Causas que pueden llevar a una caída
1.1 - El orgullo
«La soberbia precede a la destrucción, y el espíritu altivo va delante de la caída» (Prov. 16:18). ¡Qué cierto es esto! Con demasiada facilidad, nos viene este pensamiento: Nada me pasará. O bien: soy lo suficientemente fuerte. Que el ejemplo de Pedro nos sirva de advertencia. Cuando el Señor le advirtió que lo negaría tres veces, se puso por encima de los demás discípulos: «¡Aunque todos se escandalicen, yo no!» (Marcos 14:29).
1.2 - El descuido de la comunión con Dios Padre
«Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él» (1 Juan 2:15). Esto significa que la comunión con el Padre se verá perturbada si nuestros ojos se vuelven hacia el mundo. Nuestros corazones están llenos ya sea del Padre o del mundo. Estos dos sentimientos no pueden coexistir.
1.3 - La superficialidad
¡Con qué facilidad adoptamos la opinión general! Esta dice sin reflexión: «Soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad». La ignorancia se añade a la pretensión y a la autosatisfacción: «Y no sabes que tú eres el desdichado, miserable, pobre, ciego y desnudo» (Apoc. 3:17).
1.4 - La pereza
El autor de la Epístola a los Hebreos aborda esta cuestión: «Acerca de esto –se trata del Señor Jesús–, tenemos mucho que decir y difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho perezosos para escuchar» (Hebr. 5:11). La pereza frente a la verdad y a las advertencias de la palabra de Dios, es como el hielo en la carretera –¡muy peligroso!
1.5 - La falta de interés espiritual
Cuando se proclama la palabra de Dios, solo se la escucha a medias. Con el tiempo, se llega a considerar la lectura personal de la Palabra de Dios como un deber y ya no como una necesidad vital.
1.6 - La búsqueda del propio interés
Nos dejamos influenciar por el espíritu del mundo, pensamos como él, nos comportamos como él. El dinero gobierna el mundo. El ejemplo de Ananías y Safira es una seria advertencia sobre el amor al dinero (Hec. 5:1-11). Querían aparecer como donantes generosos, pero no querían quedarse sin dinero. Así que se quedaron con parte del precio de la venta de su tierra, y actuaron como si la hubieran dado toda a los necesitados. Pensaron: nadie lo ve, nadie lo sabe, no tiene importancia. Sin embargo, le mintieron a Dios. Pagaron su hipocresía con sus vidas. ¡Qué serio es esto!
1.7 - La voluntad propia y la desobediencia
Samuel le aclaró al rey Saúl lo que Dios quiere decir por voluntad propia: «He aquí, el obedecer mejor es que sacrificios, y el escuchar que el sebo de los carneros. Porque la rebeldía es como el pecado de sortilegio, y la obstinación como la idolatría» (1 Sam. 15:22-23). La voluntad propia del rey religioso le oscurecía el discernimiento de la voluntad de Dios. Estaba completamente equivocado cuando pensó que, ofreciendo en sacrificio una parte de lo que debía ser completamente destruido, sería suficiente a los ojos de Dios para compensar su desobediencia. Perdió la realeza.
1.8 - Las mentiras
Giezi es un triste ejemplo. Es un hombre que siguió al profeta Eliseo con sus pies, pero no con su corazón. Mientras que Eliseo se había negado categóricamente a aceptar nada de Naamán a cambio de la curación que Dios había realizado, Giezi corrió en secreto tras el general sirio. Le mintió para obtener un regalo y satisfacer su codicia. Pero al comportarse así, ofendió la gracia de Dios. Después, también le mintió al profeta. Ciertamente consiguió lo que codiciaba, pero a cambio, cosechó la lepra de Naamán (2 Reyes 5).
1.9 - Caer en el pecado
David pasó por todos los “semáforos rojos” y se permitió a sí mismo lo que Dios había prohibido claramente: «No codiciarás la mujer de tu prójimo» (Ex. 20:17). «Ni harás ayuntamiento carnal con la mujer de tu prójimo, contaminándote con ella» (Lev. 18:20). Estuvo ocioso mientras Israel estaba en la batalla. No guardó sus ojos. No condenó la codicia de su corazón. Por eso le faltó la fuerza para decir “no” al pecado.
2 - El camino de vuelta
2.1 - La ansiedad
Así se sintió David cuando dijo después de haber pecado: «Mientras yo callaba, se gastaron mis huesos con mi continúo gemido» (Sal. 32:3). Ya no se sentía cómodo en absoluto, de tanto como sufría física y moralmente por su mala conducta. Por su propia culpa, ya no tenía un minuto de descanso.
2.2 - El remordimiento
Dios le quitó la paz de la conciencia. David lo notó bien: «Porque de día y de noche tu mano se agravaba sobre mí; se volvió mi verdor en sequedades de verano» (Sal. 32:4). Podía girar en cualquier dirección; no podía encontrar ninguna ayuda.
2.3 - La concienciación
Afortunadamente, se dio cuenta de que tenía que confesar sus transgresiones a Jehová para ser perdonado (Sal. 32:5). No podía permanecer más tiempo en silencio.
2.4 - El arrepentimiento
Pedro ofrece un ejemplo revelador de un creyente cuya humillación fue real. Después de negar a su maestro tres veces y que la mirada del Señor lo alcanzara profundamente, dejó la triste compañía de los que lo llevaron a su ruina, y lloró amargamente (Lucas 22:62).
2.5 - El regreso
Dios había prometido a su pueblo por medio de Moisés: «Y sucederá, cuando hubieren venido sobre ti todas estas cosas, la bendición y la maldición, que acabo de poner delante de ti, y las recapacitares en tu corazón entre todas las naciones adonde te hubiere arrojado Jehová tu Dios; y te volvieres a Jehová tu Dios, y obedecieres su voz, conforme a todo lo que yo te mando hoy, tú y tus hijos, con todo tu corazón y con toda tu alma, que entonces Jehová hará tornar tu cautiverio, y se compadecerá de ti» (Dt. 30:1-3). Dios actúa de la misma manera que el padre que corre al encuentro del hijo perdido, cuando lo ve regresar desde lejos (véase Lucas 15:20).
2.6 - La confesión
David hizo una confesión clara: «Te hice manifiesto mi pecado, y no encubrí mi iniquidad; dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la iniquidad de mi pecado» (Sal. 32:5). En otra ocasión, cuando se dio cuenta de que no debería haber contado el pueblo, dijo: «¡He aquí que yo he pecado, y yo he obrado perversamente!» (2 Sam. 24:17).
2.7 - El fruto del arrepentimiento
Juan el Bautista decía a los fariseos y saduceos, que habían venido a su bautismo para el arrepentimiento, «Dad, pues, digno fruto de arrepentimiento» (Mat. 3:8). ¿Cómo podría haberse contentado con una hipócrita confesión de labios? La confesión sincera de un creyente que ha caído también debe manifestarse en su vida por medio de un arrepentimiento verdadero y una humillación sincera. Porque: «El que encubre sus transgresiones, no prosperará; mas quien las confiese y las abandone, alcanzará misericordia» (Prov. 28:13).
2.8 - La conciencia del perdón y de la purificación
Para cada creyente, las palabras del apóstol Juan son un gran consuelo: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda iniquidad» (1 Juan 1:9). Dios permanece fiel a sí mismo y justo con su Hijo: cuando hay una confesión sincera, perdona y limpia los pecados.
2.9 - La restauración y la comunión restaurada
Nuestro pecado, que estaba entre Dios y nosotros, es quitado ante Dios, porque la obra de redención del Señor Jesús lo ha expiado. Hemos recibido el perdón del Padre. Dios nunca más volverá: «Y de sus pecados e iniquidades no me acordaré más» (Hebr. 10:17). Además, ¡él nos hace redescubrir el gozo de la salvación! (ver Sal. 51:12).
Traducido de «Le Messager Évangélique» año 2020.