Índice general
La reconciliación
: Autor Diferentes autores 16
: TemaEl Evangelio de la Salvación
1 - La reconciliación
«Porque también Cristo padeció una vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios» (1 Pedro 3:18).
El tercer pensamiento en este versículo nos da el gran objetivo, el punto culminante. No hay nada que vaya más allá de eso. Somos «llevados a Dios», al Dios que habíamos rechazado con desprecio y contra el que habíamos pecado. Se había cavado un gran abismo (véase Lucas 16:26); nos era imposible cruzarlo para llegar a Dios. Ahora somos «acercados a él por la sangre de Cristo» (Efe. 2:13). ¿Hay algo más grande y más maravilloso? Ya no somos enemigos; el regreso a Dios nos ha acercado más a Él de lo que estábamos antes de que el pecado nos alejara; la distancia que nos separaba de Dios se ha reducido a nada. Ahora, llamamos a Dios nuestro Padre, porque se ha establecido una nueva y estrecha relación: en el Hijo, estamos tan cerca de Dios y tan queridos de su corazón como él lo está.
Nuestro distanciamiento de Dios y las tinieblas de nuestra condición de pecadores se describen de manera clara en Romanos 3:9-18: «No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda; no hay quien busque a Dios; todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga el bien, no hay ni siquiera uno… ruina y miseria hay en sus caminos; y no conocieron camino de paz; no hay temor de Dios ante sus ojos». Es desde ahí, desde este lamentable estado de ruina, que ahora hemos sido llevados tan cerca del corazón de Dios.
J. Redekop
2 - La reconciliación: sus efectos para el creyente
«Si alguno está en Cristo, nueva creación es; las cosas viejas pasaron, he aquí que todas las cosas han sido hechas nuevas. Y todas las cosas son de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación, a saber, que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no teniéndole en cuenta sus transgresiones, y dándonos la palabra de la reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros: ¡os rogamos por Cristo, reconciliaos con Dios!» (2 Corintios 5:17-20).
La reconciliación nos hace penetrar en las bendiciones positivas que nos trae el evangelio. La reconciliación con Dios es necesaria debido a la esclavitud que el pecado ha producido, y uno de los efectos más graves del pecado es que nos ha alejado de Dios. No tenemos por naturaleza ningún impulso hacia Dios, ni hacia la luz y la vida que su presencia trae. La forma en que Adán y Eva actuaron en Génesis 3 lo demuestra claramente. Cuando escucharon la voz de Jehová Dios en el jardín, se escondieron. Dios se había vuelto tan indeseable para el hombre como el hombre para Dios. Pero aquí debemos distinguir cuidadosamente: por nuestra parte, el distanciamiento no concernía solo la vida práctica, sino también el corazón. Por parte de Dios, el estado de repulsión en el que habíamos caído lo sentía mucho más agudamente de lo que nosotros mismos podríamos sentir, pero no había alejamiento en el corazón de Dios. A diferencia de nosotros que, como pecadores, odiábamos a Dios, él nunca nos odió.
El Señor Jesús vino al mundo con el espíritu de reconciliación. Esto ha caracterizado su vida y su ministerio. Su obra era el perdón, no el juicio; sin embargo, todas sus contribuciones fueron rechazadas por los hombres. No había ninguna necesidad de que su corazón se volviera hacia nosotros: ya lo estaba; pero había una necesidad urgente de que nuestros corazones se volvieran hacia él.
Todo lo que, de nuestro lado, era ofensivo para Dios y merecía ser juzgado, fue juzgado en la muerte de Cristo. Como frutos de la reconciliación, somos perfectamente aceptados ante él. «Nos colmó de favores en el Amado» (Efe. 1:6). Como Cristo es aceptado, nosotros también. Nuestros pensamientos sobre Dios han cambiado. El odio que una vez llenó nuestros corazones ha sido eliminado, y nos regocijamos en Él. Él puede bajar sus ojos sobre nosotros con placer, y nosotros levantar los nuestros hacia Él en una respuesta de amor. Estando reconciliados, tenemos libre entrada a las riquezas del favor y del amor de Dios. Esta es la introducción a una bendición del más alto nivel.
F.B. Hole
3 - Reconciliados con Dios
«Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no teniéndole en cuenta sus transgresiones, y dándonos la palabra de la reconciliación» (2 Corintios 5:19).
Algunos querrían decir que el Señor Jesús, con su muerte, encontró una manera de apaciguar a Dios con respecto a los pecadores para que Dios pueda hacerles gracia. Pero esto no es el evangelio, en absoluto. El evangelio comienza en el corazón de Dios mismo. Dios nunca ha sido enemigo del hombre. Es el hombre que se ha rebelado y ha pecado, bien decidido a seguir su propio camino y voluntad. No ha tenido ni el deseo ni la fuerza para superar la barrera que el pecado había levantado entre él y su Dios.
Dios emprendió la magnífica obra de volver al hombre hacia Él: envió a su Hijo para que fuera la propiciación por los pecados del hombre (1 Juan 4:10). De hecho, como el versículo de hoy nos dice, «Dios estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo mismo». Cristo fue el representante voluntario de Dios en esta obra incomparable, manifestaba plenamente el corazón de Dios, ya que él mismo era «sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos» (Rom. 9:5). Era el hombre el que necesitaba ser reconciliado, pues era el enemigo, pero solo Dios podía hacer la obra necesaria para ello. La completó a la perfección dando a su amado Hijo. Fue hecha la propiciación por el pecado –la santidad de Dios fue satisfecha– y esto para el beneficio del mundo entero (1 Juan 2:2), ya que en el corazón de Dios estaba el pensamiento de reconciliar «al mundo consigo mismo».
Los hombres están ahora invitados a reconciliarse con Dios, para encontrar la paz con él a través de nuestro Señor Jesucristo. Esta palabra de la reconciliación fue confiada a los apóstoles y luego a todo el pueblo de Dios hoy en día. Sabemos que el corazón humano está por naturaleza en oposición a Dios, y por esta misma razón se nos exhorta a suplicar a los perdidos: «Reconciliaos con Dios», confiándose en Aquel que «por nosotros lo hizo pecado» (2 Cor. 5:20-21). Cristo lleva a los pecadores a Dios para que sean la manifestación misma de la justicia de Dios en Cristo.
L.M. Grant