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La paz con Dios
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: TemaLa paz con Dios
1 - La paz con Dios (1)
«Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se hallaban juntos los discípulos, por temor de los judíos, vino Jesús y se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros. Cuando hubo dicho esto, les mostró sus manos y su costado. Entonces se alegraron los discípulos, viendo al Señor. Jesús, pues, les dijo otra vez: Paz a vosotros» (Juan 20:19-21).
El primer día de la semana, el día de la resurrección del Señor, los discípulos están reunidos en un mismo lugar. De repente, Jesús está en medio de ellos; «no hay puertas ni cerraduras para el cuerpo glorificado del hombre resucitado! Entonces les dice: «¡Paz a vosotros!». Y para probar que ahora pueden tener paz, les deja ver sus manos atravesadas por los clavos y su costado atravesado por la lanza. Esta es la base de la paz con Dios: Jesús hizo «la paz por medio de la sangre de su cruz» (Col. 1:20).
¡La paz con Dios! Dios dijo: «No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre» (Gén.6:3). Mientras haya algo en el hombre que se oponga a la santidad y la justicia de Dios –opuesto de hecho a todo lo que es de Dios– no puede haber paz con Dios. El hombre Cristo Jesús no solo llevó los pecados de todos los que creen en él, sino que glorificó a Dios perfectamente en la cruz. El amor y la gracia de Dios, la justicia y la santidad de Dios –sí, todos los caracteres divinos– fueron gloriosamente revelados por la obra del Señor Jesús. Dios ha sido glorificado en el Hombre Cristo Jesús y su mirada puede estar sobre él con satisfacción. Ahora todos los que creen en él son vistos como uno con él; estamos unidos con el Hombre glorificado en el cielo. Y el placer que Dios encuentra en el Hijo sobre la base de su obra en la cruz descansa también en aquellos que están unidos a Él. ¡Tenemos paz con Dios!
H.L. Heijkoop
El amor de Dios nos dio a Jesús,
Y a través de Jesús la paz fue hecha;
De la justicia satisfecha
Los derechos sobre nosotros no se exigirán más.
Señor Jesús, ¿no te amaremos?
Tú que diste tu vida por nosotros,
Tú, cuya infinita ternura
¿Viene cada día ante nuestros pasos?G. Kaufmann
(Traducción del cántico, 70, 2, en francés).
2 - La perfecta paz de quien está a salvo por la sangre
«Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Romanos 5:1).
Es necesario entender la diferencia entre la obra de Cristo para nosotros y la obra del Espíritu dentro de nosotros. En Éxodo 12, la primera se ilustra con la sangre en el exterior de casa; la segunda, con el comportamiento de los israelitas en el interior.
Cuando alguien, por gracia, recibe a Cristo según la eficacia divina de su obra terminada, Dios puede ocuparse de su conducta; en la posición en la que fue introducido, se convierte en objeto del cuidado y da la disciplina paternal. Pero debe tener cuidado de no confundir la cuestión de su conducta con el fundamento de su perfecta paz en la presencia de Dios.
Todo ha sido hecho por Cristo para establecernos en una perfecta paz en cuanto a la santidad de Dios; cuanto más nos demos cuenta, más veremos cuán vanos son todos nuestros pensamientos sobre nosotros mismos. Cuestionar la paz del creyente, es realmente cuestionar el cumplimiento de la obra de Cristo. Si se toca una, se toca la otra, porque Cristo es «nuestra paz» (Efe. 2:14). Él es «el mismo ayer, y hoy, y por los siglos» (Hebr. 13:8). Y no solo es siempre el mismo, sino que la estimación de Dios por él, y de nosotros en él, también sigue siendo la misma: «Estáis completos en él, quien es la cabeza de toda autoridad y potestad» (Col. 2:10). «Nos colmó de favores en el Amado» (Efe. 1:6).
La gracia de Dios borra el pecado a través de la preciosa sangre de Jesús. Le gusta hacerlo. Sí, esa es su gloria. «Echaste tras tus espaldas todos mis pecados» (Is. 38:17). Esto debería desterrar todo el temor de su corazón. Dios no mira a su pecado, sino a la sangre del Cordero; él ve allí el exquisito fruto de su propio amor, y es un triunfo. Así que, si Dios no mira a su pecado, ¿por qué continuar a darle vueltas? Si, al manifestar su gracia, él triunfa en el fruto de su amor, ¿por qué no debería ser este triunfo también para usted?
C.H. Mackintosh
Tu sangre nos ha lavado de toda nuestra ofensa;
La gloria de tu cielo pronto nos recibirá.
Aleluya, Aleluya,
Sí, ya nuestra fe triunfa en esperanza.C. Malan
Himnos y Canticos en francés, N°. 41, 2
3 - La paz con Dios (2)
«Tenemos la redención por medio de su sangre, el perdón de los pecados, según las riquezas de su gracia» (Efesios 1:7).
«Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús… mediante la fe en su sangre» (Romanos 3:24-25).
¿Cómo puede el creyente gozar de una paz constante en su alma? Solo por la fe. La afirmación de Dios me asegura que, a través de la fe en el Señor Jesús, esta paz es mi parte; si creo esto, haré inmediatamente la experiencia.
La paz fue hecha por la sangre de Cristo (Col. 1:20). Si creéis en este testimonio de Dios, la conciencia de vuestra indignidad no perturbará en modo alguno vuestra certeza a este respecto, porque sabréis que esta paz depende enteramente de lo que otro ha hecho.
Por lo tanto, para experimentar una paz estable, necesitamos descansar con plena confianza en la Palabra de Dios. La causa de tanta incertidumbre sobre este tema viene principalmente de que miramos a nosotros mismos en lugar de mirar a Cristo. Buscamos en nosotros algo que nos dé la seguridad de que una verdadera obra de gracia ha comenzado en nuestra alma, en lugar de mirar fuera de nosotros para convencernos de que la única base para el descanso ante Dios es la sangre de Cristo. Mirar dentro de nosotros tiene una consecuencia perjudicial: al descubrir el carácter malvado y la corrupción de la carne, podemos dudar de la realidad de nuestra conversión. Cuando el alma está así perturbada, Satanás la asalta con dudas y temores, esperando producir desconfianza en Dios, e incluso una verdadera desesperación.
La forma efectiva de frustrar tales asaltos del Enemigo, es apelar a la Palabra escrita. En respuesta a todas las sugerencias traicioneras de Satanás, debemos responder, como lo hizo nuestro Señor cuando fue tentado por el diablo: «Escrito está». Pronto nos daríamos cuenta de que nada puede perturbar nuestro disfrute de esa paz con Dios que fue hecha por la preciosa sangre de Cristo, y que se convirtió en nuestra parte tan pronto como creímos.
E. Dennett
4 - La paz con Dios, el favor de Dios, y la gloria de Dios
«Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos acceso, por la fe, a esta gracia en la que estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios» (Romanos 5:1-2).
Al creer, no solo tenemos paz con Dios, sino que somos llevados al pleno favor de Dios, a la luz sin sombras de su presencia; allí, con plena seguridad, podemos glorificarnos en la esperanza de la gloria de Dios. El lugar al que somos llevados por la fe en Aquel que resucitó a Jesús nuestro Señor de la muerte es perfecto y nadie puede quitárnoslo. Por lo tanto, a pesar de las pruebas, dificultades y peligros de nuestro viaje por la tierra, podemos alegrarnos, pero también gloriarnos en la esperanza, en la perspectiva segura y certera de participar en la gloria de Dios en Cristo.
Puede haber pruebas, como dice el apóstol, pero podemos gloriarnos incluso en estas dolorosas circunstancias. En efecto, sabemos que «la tribulación produce paciencia, y la paciencia, experiencia; y la experiencia, esperanza, y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (v. 3-5). Este amor divino hacia nosotros se ha «manifestado», como Dios ha demostrado en esto: que «siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (v. 8). Además, habiendo sido «reconciliados con Dios por medio de la muerte de su Hijo», cuando todavía éramos enemigos, tenemos derecho a concluir que seremos «salvos por su vida» (v. 10), la vida del Salvador resucitado a la diestra de Dios. «Por eso puede salvar completamente a los que se acercan a Dios por medio de él, viviendo siempre para interceder por ellos» (Hebr. 7:25). Con la liberación de nuestro cuerpo, la salvación será entonces completa (Rom. 8:23). «Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación» (Rom. 5:11).
Así que esta es nuestra parte: el amor de Dios se derrama en nuestros corazones; nos regocijamos en él, ocupamos un lugar de perfecto favor ante él y nos regocijamos en la esperanza de su gloria.
según E. Dennett
5 - Cristo «haciendo la paz por medio de la sangre de su cruz» (Col. 1:20)
«No hay enojo en mí. ¿Quién pondrá contra mí en batalla espinos y cardos? Yo los hollaré, los quemaré a una. ¿O forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz; sí, haga paz conmigo» (Isaías 27:4-5).
En estos versículos, Dios habla de la destrucción segura que golpeará a los pecadores obstinados y incorregibles; los describe como zarzas y espinas que él destruirá. Pero no hay en él espíritu de venganza, de furia, de ira temperamental o reacciones malvadas como en los hombres. Su odio al pecado es un principio moral –su naturaleza perfectamente santa no tolera el pecado, y su justicia y rectitud exigen que sea castigado. Sin embargo, tengamos cuidado de no equiparar a Dios con un Dios vengativo como los dioses de los paganos.
Sin embargo, es un Dios santo: «Si alguno rechaza la ley de Moisés, muere sin compasión… ¿Cuán peor castigo pensáis que merecerá aquel que ha pisoteado al Hijo de Dios, que ha tenido por inmunda la sangre del pacto…?» (Hebr. 10:28-29). Aquellos que todavía son zarzas y espinas en batalla contra Dios, y que siguen siendo enemigos por naturaleza y en las malas obras, no pueden escapar del justo juicio de Dios.
Pero el versículo 5 de Isaías 27 contiene otra maravillosa verdad: la misericordia de Dios. En el momento en que los pecadores se oponen violentamente a él, Dios piensa en una reconciliación en amor. Llama a su enemigo: «Forzará alguien mi fortaleza», «haga conmigo paz». Los pecadores son «acercados a él por la sangre de Cristo… él es nuestra paz» (Efe. 2:13-14). Es una paz que asegurada y bien fundamentada; fue comprada por su sangre expiatoria y se perpetúa por su continua intercesión (Col. 1:20 ; Hebr. 7:25). Es una paz ya para el presente, una paz segura, una paz permanente –paz ahora y paz para siempre. ¡Qué certeza gloriosa!
J.R. Macduff
¡Oh no! no seas espinas y zarzas,
Hoy en día la voz de Dios todavía resuena
Diciendo: Ven a mí, te he amado tanto,
Morí en la cruz, expiando tus pecados.(Traducción libre de un cántico)
6 - La paz que Jesús da
«La paz os dejo; mi paz os doy; no os la doy como el mundo la da» (Juan 14:27).
El Evangelio de Juan relata las últimas palabras de nuestro Señor Jesús a sus discípulos. En este versículo nos lega su paz. Fluye del perdón gratuito que ha adquirido para nosotros a través de su preciosa sangre. Esta es la paz que ha hecho para nosotros, ¡tan seguramente como el poder y el amor eterno pueden hacer! También es la paz que el alma necesita y que no se puede encontrar en ningún otro lugar. «Tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Rom. 5:1).
¡Cuán diferente es la paz de Jesús de la llamada paz que el mundo da! Esta falsa paz se mantiene mientras dure la prosperidad y todo vaya bien, pero cuando amenaza una inundación o llega una tormenta, es barrida. No dura y puede desaparecer en la primera ola de infortunio, mientras que la paz de Jesús es profunda, tranquila y eterna. El mundo con todas sus atracciones no puede dar una paz como la que da Jesús.
El mundo, con toda su inestabilidad, no puede quitar esta paz de Jesús. Es en la hora de la prueba cuando es más brillante y, al final de la vida, ilumina el valle de la muerte. Sí, el lecho de muerte del creyente es como un lugar de descanso pacífico y profundo.
¿Conoces esta «paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento» (Fil. 4:7)? Ha aprendido usted por experiencia la felicidad de despertar, una mañana tras otra, con este sentimiento: ¿Estoy en paz con mi Dios? Si es así, olas de dificultades pueden retumbar a su alrededor, pero no pueden tocarle. Usted está «en una hendidura de la peña» (Éx. 33:22; véase Cant. 2:14), y ni siquiera el más terrible tornado puede alcanzarle.
Pero si aún es usted incrédulo, no posponga hasta la hora de su muerte el momento de hacer la paz con Dios. Entonces ¡probablemente será demasiado tarde! ¡Asegúrese de tener esa paz ahora!
J.R. Macduff
Fundada en el mismo Dios,
Nuestros corazones para siempre
Tienen por supremo bien
Su perfecta paz.(Traducción libre de un cántico)
E. Schürer
7 - La paz con Dios y la paz de Dios
«Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Romanos 5:1).
«Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros sentimientos en Cristo Jesús» (Filipenses 4:7).
«Paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» no es la paz que tenemos por lo que hace ahora; es la paz que resulta de lo que hizo en la cruz. Hizo «la paz por medio de la sangre de su cruz» (Col. 1:20). Dios, en su justicia y santidad, quedó satisfecho cuando Cristo dijo: «Cumplido está» (Juan 19:30). Habiendo resucitado de entre los muertos, «él es nuestra paz» (Efe. 2:14). Es en su obra realizada en la cruz, y no en su actual obra de intercesión, que todo está fundamentado; y esto nos hace conscientes de la paz que hizo a través de su sangre.
Esta paz «con Dios» no debe ser confundida con la paz «de Dios» de Filipenses 4:7, que es un estado subjetivo (a realizar personalmente) –dentro de nosotros mismos; mientras que la paz con Dios es un hecho objetivo– hecho fuera de nosotros mismos.
En primer lugar, ¿tengo paz con Dios? Sí, porque Cristo murió por mí. Estar en paz con Dios, lo entendemos bien, depende necesariamente de lo que Cristo hizo por nosotros en la cruz. No es una cuestión de experiencia, sino de revelación.
En segundo lugar, ¿tengo la paz de Dios, es decir, tengo el corazón tranquilo ante las preocupaciones de la vida? Esta paz de Dios establece una guardia (aquí la palabra guardia es un término militar) alrededor de nuestros corazones y pensamientos para que permanezcan confiados en Cristo Jesús, cuando nos negamos a estar preocupados por las circunstancias, y que hacemos lo que Dios nos dice: «En todo (incluso las más insignificantes), con oración y ruego, con acciones de gracias, dad a conocer vuestras demandas a Dios» (Fil. 4:6).
Cada creyente está en paz con Dios por la sangre de Cristo que ha sido derramada. Pero no todos los creyentes tienen esta paz de Dios constantemente en ellos: nos damos cuenta de ello solo en la medida en que hemos juzgado la preocupación y la ansiedad son una falta de fe en la bondad y el cuidado paternal de nuestro Dios.
W.R. Newell
8 - La perfecta paz del creyente
«Guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera» (Isaías 26:3).
La paz no es algo que crezca en el corazón; fue hecha por la sangre del Señor Jesús en la cruz y es dada al creyente. El Señor de gloria ha acabado «la obra» que el Padre le había dado para hacer (Juan 17:4). El Padre lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su diestra. ¿No es esto para nosotros? ¿No cree usted que está en paz con su Padre? No mire a sí mismo, sino a él, a Aquel que está sentado en la presencia del Padre, donde no se puede encontrar ninguna sombra. El que es el principio y la cabeza de una nueva creación fue un día coronado con espinas, pero ahora está coronado de gloria. ¿Pueden el pecado y la muerte alcanzarle? Si él es nuestra paz, la paz que conoce en la presencia del Padre también es nuestra –su misma Persona en la gloria es la paz del creyente. El que es nuestra paz es nuestra vida, y estamos escondidos con él en Dios (Col. 3:3-4).
La cuestión no es si nos sentimos en paz, sino estar seguros de que «tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Rom. 5:1). El que sufrió por nuestros pecados, «el justo por los injustos» (1 Pe. 3:18), ha hecho «la paz por medio de la sangre de su cruz» (Col. 1:20), y «él es nuestra paz» (Efe. 2:14). Podemos conocerla y poseerla de forma completa. La paz entre el Señor Jesús y Dios es también nuestra paz. En cuanto al pasado, tenemos «completa paz»; en cuanto al presente, tenemos el favor absoluto; y en cuanto al futuro, tenemos la gloria de Dios como esperanza y descanso de ahora en adelante.
Mis pecados estaban entre el Señor Jesús y yo, pero ahora es Él quien está entre mis pecados y yo. Al tomar este lugar, me da la certeza de que me trajo a sí mismo y dio su propia paz a mi corazón. Estando en la persona de mi Señor, estoy en orden y soy llevado más allá del juicio para siempre. El poder de la muerte está anulado, el poder de Satanás es definitivamente quebrantado. Con un corazón feliz, elevo un cántico de victoria a Dios, porque el pecado, la muerte y el juicio han quedado atrás. Él es mi paz.
C. Stanley
9 - La resurrección de Cristo nos da la paz
«Jesús… les dijo: Paz a vosotros. Cuando hubo dicho esto, les mostró sus manos y su costado» (Juan 20:19-20).
¿Cómo sabemos que todos nuestros pecados han sido expiados y que la obra de Cristo cumple con los más altos requisitos de la infinita justicia de Dios? Es porque Dios resucitó de entre los muertos al que murió por nuestros pecados. Fue «crucificado en debilidad» (2 Cor. 13:4), pero fue resucitado «por la gloria del Padre» (Rom. 6:4). Nuestros pecados están ligados a la cruz de Cristo, nuestra justificación está ligada a su resurrección (4:25). La justicia de Dios requería que nuestros pecados fueran plenamente condenados; Dios infligió el juicio a Cristo por nosotros, y Él sufrió todo lo que merecíamos. Así que Jesús exclamó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mat. 27:46). Pero cuando el Señor cumplió su obra, Dios lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar en su trono, en el cielo. Y ahora Dios nos declara: ¡Paz a vosotros por Jesucristo!
Reunamos las palabras del Señor: «¿Por qué me has abandonado? – ¡Cumplido está! (Juan 19:30) – Paz a vosotros!». ¡Vemos como ellas nos presentan el evangelio! Jesucristo fue abandonado porque murió por nosotros; llevó la ira de Dios, la obra está hecha, la terminó él mismo. Por lo tanto, en la plenitud de los resultados de esta obra, Él dice: «¡Paz a vosotros!». Sí, nuestro Señor salió de la tumba y con sus propios labios anunció la buena noticia de la paz a sus discípulos afligidos.
Victorioso del combate, se pone en medio de ellos y proclama la «paz», resultado de su angustia, fruto de su sufrimiento y muerte. Los torbellinos se habían desatado sobre él, la tormenta había caído sobre él con todo su poder. Luego la espada fue puesta de nuevo en su vaina. Y cuando salió victorioso de la tumba, exclamó: «Paz». Esta paz, asegurada para la eternidad, se produjo en el poder de su resurrección. Entonces, habiendo anunciado la paz, Jesús presenta la prueba divina de ello: «sus manos y su costado».
H.F. Witherby