«Traed harina» (2 Reyes 4:38-41)

Una ilustración del Antiguo Testamento acerca de la resolución de un problema


person Autor: Edwin Norman CROSS 3

(Fuente autorizada: graciayverdad.net)


A partir de esta antigua narración nosotros veremos cómo se resolvió una dificultad de una manera contraria a las ideas y costumbres humanas. Cuando consideramos los detalles, versículo por versículo, veremos de qué forma podemos aplicar las lecciones a nuestras propias variadas y cambiantes situaciones. Solo un aspecto del problema es considerado aquí. El escritor se ocupa de los problemas que surgen de la intrusión de la carne. Asuntos relacionados a la disciplina bíblicamente requerida no se dejan de lado, pero ellos también deben ser tratados como lo haría Cristo y de una manera que honre a Cristo para contar con el apoyo y la comunión del Espíritu.

1 - Versículo 38

«Y Eliseo se volvió a Gilgal. Había entonces hambre en el país; y estando los hijos de los profetas sentados delante de él, dijo a su criado: Pon la olla grande, y cuece potaje para los hijos de los profetas» (VM).

Eliseo es visto regresando a Gilgal. No se sabe si este es el mismo lugar mencionado en Josué 5:9, pero el significado del nombre del lugar es el mismo. Significa «rodar» y yo considero que debe significar lo que el Espíritu de Dios se propone en Josué 5: el lugar donde la carne es hecha rodar o donde se trata con ella. Esta es una primera clave para la resolución de un conflicto. La carne necesita ser controlada.

Las circunstancias nacionales son serias. Había hambre en la tierra –la tierra de leche y miel prometidas está sufriendo hambre. Muchas cosas están mal. Hay viudas necesitadas, jóvenes burladores, líderes políticos malvados, y ahora esta hambruna. Este parece ser un boceto escrito, sencillo pero certero, de nuestro tiempo. El pueblo de Dios está padeciendo hambre espiritual, rodeado de fuerzas malvadas y en necesidad. Los hijos de los profetas –un nombre dado a los discípulos, o estudiosos de la escuela de profetas que existía en aquel entonces– saben adónde volverse en una situación semejante. Ellos no dejaron de reunirse (Hebreos 10:25). Cuando hay decepción y desánimo, podemos abandonar, a semejanza de Tomás, las reuniones del pueblo del Señor. Pero el deseo de Dios es que su pueblo pueda reunirse para edificarse unos a otros sobre la santísima fe de ellos (Judas 20). Aquí en nuestro versículo, los hijos de los profetas –yo los equiparo a los discípulos de hoy– están sentados conscientemente delante de su jefe. ¿Tenemos conciencia de que estamos en la presencia del Señor cuando nos reunimos a su nombre? Nosotros deberíamos venir a la reunión esperando encontrarnos con él y esperando recibir alguna impresión de y de parte de él en nuestras almas. ¿Me pregunto si acaso tenemos un espíritu de expectación al venir a la reunión? El Señor puede hacer lo inesperado, y lo que él hace no debería ser desaprovechado.

Aquí, en el versículo 38, tenemos a Eliseo dando instrucciones. En la Asamblea solo el Señor tiene el derecho de dar instrucciones –no hay lugar para las ideas u opiniones de los hombres o de las mujeres. Su Palabra debe tener autoridad entre nosotros. Hay veces cuando la Palabra dada es clara pero difícil de comprender. Tomen este ejemplo: «Pon una olla grande, y haz potaje». Pues bien, ustedes considerarían eso como muy extraño en un tiempo de hambruna. Yo puedo oír a algunos decir, “¿Por qué no poner una olla pequeña? –¡No hay mucho con que regodearse! ¿Estamos seguros que esto tiene algún sentido?” Pero la fe puede elevarse ante la orden y actuar en obediencia dispuesta a la palabra dada.

2 - Versículo 39

«Salió entonces alguno al campo para coger verduras; y hallando una vid silvestre, cogió de ella calabazas silvestres, cuantas cupiesen en la doblez de su ropa: y vino, y rajándolas, las echó en la olla del potaje; pues no sabían lo que eran» (VM).

Nosotros necesitamos, obviamente, una respuesta de fe a la Palabra, pero la carne en nosotros está también muy activa y puede entrometerse donde ella debía haber sido juzgada. Esto es exactamente lo que sucedió aquí. Uno, sin instrucciones o sin orden alguna, sale a recoger hierbas, o verduras. ¿Quién le dijo que hiciese esto? Ustedes pueden pensar que es encomiable el hecho de que hubiera uno haciendo algo; él está tomando la iniciativa. Los demás “solo” están sentados allí. Hay algo de verdad en la frase “somos salvados para servir” –no somos llamados a permanecer sentados en nuestros asientos– pero hay tiempo de ponerse de pie y tiempo de sentarse y estar quietos, de otro modo no veremos la salvación del Señor. Hacer lo que no es presentado en la Palabra, introducir en la compañía lo que es, efectivamente, veneno mortal, es una traición a nuestra profesión de ser seguidores de Cristo. Si nosotros le seguimos, ¡ciertamente guardaremos sus palabras como la expresión de nuestro amor y devoción a él! Pero aquí hay uno que salió y recogió en la hambruna, un faldón lleno de calabazas silvestres que no son según Cristo, sino frutos silvestres de la tierra maldita. Es como si él quisiera alimentar a los destinados para el cielo con las algarrobas que los cerdos de la tierra saborearían.

Este hombre es un innovador entusiasta. Además de recoger muchas, él las corta en pedazos hasta convertirlas en un ingrediente irreconocible y las mezcla en la olla. Él era una mala persona. Los demás le dejan hacer su obra –no hacen ninguna pregunta.

3 - Versículo 40

«Sirvieron pues a los hombres para que comiesen; pero sucedió que mientras comían del potaje, todos ellos alzaron el grito, diciendo: ¡Hay muerte en la olla, oh varón de Dios! Y no lo pudieron comer» (VM).

La comida ha sido preparada y ahora es servida. Se alza el grito: «¡Hay muerte en la olla, oh varón de Dios!» ¡Felizmente, los congregados aún podían discernir que estaban siendo envenenados! Imagínense eso, hay muchos que continuarían comiendo para su propio daño. Ustedes lo ven en todas partes en la cristiandad. En los grandes círculos de comunión históricos de la profesión cristiana, a las personas se les está dando comida mala –ministerio basado en las opiniones de hombres y, en muchos casos, aun las doctrinas de demonios. No es de extrañar que el pueblo del Señor esté hambriento, disperso, herido y caído en toda clase de simas. [1]

[1] NdT.: Sima: Cavidad o grieta grande y muy profunda en la tierra.

Pero aquí, los hijos de los profetas tuvieron suficiente conocimiento de lo que era bueno como para saber que lo que ellos habían probado era malo. Ellos no identifican al hombre que hizo la obra mala; ellos no llevan a cabo una “cacería de brujas” o hacen recriminaciones los unos acerca de los otros; ellos dirigen su clamor a Eliseo. Hoy en día nosotros tenemos que clamar al Señor. Ellos sencillamente le confiesan su difícil situación. Ese es un buen comienzo. ¿Hay un reconocimiento verdadero de nuestra difícil situación? ¿Y sigue a continuación una confesión? No sirve de nada tratar de encontrar a alguien a quien culpar. En este caso ellos debían haber sido más vigilantes con lo que estaba sucediendo en la olla, así que parece que ellos tienen alguna responsabilidad por su situación. [2]

[2] Hay situaciones que necesitan el quitar de en medio de vosotros el perverso y en 1 Corintios 5: 1-13 se nos dan instrucciones para estas situaciones. Yo estoy examinando nuestro ejemplo del Antiguo Testamento en relación con la ofensa personal y otros brotes de la carne que ocurren entre cristianos.

Ellos no lo pudieron comer. Imagínense si hubiesen continuado. Qué es lo que habrían dicho: “¿Nos gusta esta nueva comida?” Esto habría llevado a una terminación segura del testimonio de ellos. Pero la necesidad existía aún. Ellos estaban hambrientos, pero lo que tenían era extremadamente inadecuado. ¿Qué debía hacerse? ¿Tirar el recipiente y el contenido y comenzar de nuevo? A menudo he oído que nosotros debemos limpiar todo y conservar solo lo que queremos. Otros procuran reconstruir la Iglesia o se consideran competentes ellos mismos para formar una iglesia o asamblea nueva. El clamor es regresar al principio y comenzar de nuevo; de regreso al tiempo de Pentecostés y comenzar con una masa nueva una vez más.

Cuando surgen pruebas en el testimonio colectivo, nuestro primer curso de acción debe ser la resolución, no desechar los “remanentes”. Correremos el riesgo de desechar “al bebé junto con el agua de la bañera” si no somos cuidadosos. Entonces, ¿qué debemos hacer cuando un hermano, o una hermana, introducen lo que no es de Cristo?

4 - Versículo 41

«Mas él dijo: Traed harina: y la echó en la olla. Entonces dijo: Sirve a la gente para que coma; y no hubo ya mal en la olla» (VM).

El detalle en este versículo nos presenta una buena línea de acción cuando existe peligro de conflicto y cuando surge el problema. La solución de Eliseo fue: «Traed harina: y la echó en la olla». ¿Cómo podía ser esto una ayuda? Era el antídoto al problema, y cuando fue vertido, hubo comida para todos.

¿Qué podría significar esto para nosotros? La harina es una figura adecuada de la humanidad del Señor Jesús porque sus finos gránulos sugieren la consistencia de carácter del Señor; cada uno de los fragmentos siendo gránulo de trigo puro, libre de impurezas e irregularidades. Ningún moho, arena o insecto viene a interponerse entre las piedras de molino para dejar un rastro desfigurado. Nada de grumos desiguales; nada más que harina pura. Todos los tipos de las varias ofrendas de flor de harina en Levítico 2 hablan de esta calidad de sustancia. Cuando nosotros intentamos rectificar un asunto, se ha de observar que todos tratamos a menudo los problemas de la vida de una manera carnal, muy a diferencia de Cristo. Hay en nosotros una aspereza que refriega a los demás de manera equivocada. Algunas veces otros factores contaminantes intervendrán y afectarán drásticamente el resultado de ocuparnos de asuntos que necesitan ser corregidos.

Lo que es necesario en todos nuestros tratos de unos con otros es una disposición minuciosamente semejante a la de Cristo. Debemos comportarnos como él lo hizo; el afecto debe ser nuestra marca, también la paciencia y la longanimidad frente a la provocación. Necesitamos más profunda comunión con el Padre, una familiaridad mucho mayor con la Palabra de Dios, una vida de oración más profunda, y luego, gracia para poner en práctica el conocimiento de la voluntad de Dios (compárese con Colosenses 1: 9-12). Cuando alguno se cruza en nuestra senda, o frustra nuestra voluntad, o está en desacuerdo con nuestra opinión, ¿cuál es nuestra respuesta? Cuando nos sentimos menospreciados o provocados, ¿respondemos de una manera carnal o resplandecen en nosotros los modos de obrar en gracia del Señor? El Señor no tomaría represalia cuando los hombres proferían insultos contra él (1 Pedro 2: 19-23), pero nosotros a menudo lo hacemos y luego albergamos rencores y resentimientos. Nosotros andamos como hombres y nos mordemos y nos comemos unos a otros (Gálatas 5: 15), muy a diferencia del Maestro que profesamos amar y seguir.

Yo creo que todos nosotros hemos fallado en esto y necesitamos buscar el perdón de Dios. Necesitamos, entonces, aplicar el sencillo principio de actuar de acuerdo con la vida moralmente hermosa del hombre Cristo Jesús. Es necesario que sus rasgos morales sean manifiestos en nuestros cuerpos mortales (véase 2 Corintios 4: 10b). Si ha de haber una resolución de nuestros problemas, nosotros necesitamos traer su humilde humanidad a la situación y comportarnos tal como él lo hizo en dependencia de Dios. ¿Cuántos de nuestros actos están de acuerdo con la Palabra y el Espíritu que moran en nosotros? ¿y con la comunión vital con Dios? Tenemos ahora alguna verdad –quizás una gran cantidad– pero hemos actuado como habiendo perdido el contacto con el Señor y así nuestra conducta no ha contado con el apoyo del Espíritu.

Motivos puros, honestidad, paciencia y compasión para con el débil, y por mucho tiempo ignorante, deben caracterizarnos en nuestra conducta. Es necesario que haya sencillez de carácter y gentileza mezcladas con cortesía espiritual (1 Pedro 3: 8, 9). Para padecer desprecios y rechazos personales, necesitamos gran paciencia frente a la severa provocación basada en el modelo visto en la vida del Señor. Él «no respondía con insultos» (1 Pedro 2: 23). Cuando somos provocados, ¿contestamos bruscamente con una aguda réplica (momentáneamente) satisfactoria? ¿Es esta la clase de expresión que caracteriza a un seguidor del Señor? La calidez del afecto verdadero por la hermandad asociada con los mejores esfuerzos para mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz es vital. Y si hay un rompimiento en las relaciones, una intrusión de la carne, necesitamos, entonces, obrar para restauración mediante un comportamiento semejante al de Cristo. De nada sirve hacer profesión de rectitud eclesiástica o doctrinal cuando nuestra condición y conducta están en desacuerdo con las maneras de obrar del Señor. Pueda el Señor ayudarnos a ser más semejantes a él en todo sentido y a estar así en un estado en el que podamos rendirle lo que se le debe a él como Señor.


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