Índice general
Balaam
Números 22 - 24
: Autor E. ARGAUD 1
(Fuente autorizada: creced.ch)
Si uno realiza una lectura rápida de los capítulos 22 a 24 del libro de los Números, podría llegar a emitir un juicio indulgente y hasta algo favorable sobre Balaam. Este hombre ¿no dio acaso una respuesta muy digna a los mensajeros que Balac le enviaba? «Aunque Balac me diese su casa llena de plata y oro, no puedo traspasar la palabra de Jehová mi Dios para hacer cosa chica ni grande» (22:18). Cuando Balac lo recibió en la frontera, Balaam declaró: «¿Podré ahora hablar alguna cosa? La palabra que Dios pusiere en mi boca, esa hablaré» (22:38; 23:12, 26; 24:13-14). Las cuatro visiones que recibió para que las relatara (cap. 23 y 24) son de un grado muy elevado. Sin embargo, el Espíritu de Dios coloca la actividad de este profeta bajo una cruda luz y revela los secretos de su corazón. Que nuestra apreciación, siempre imperfecta, se desvanezca para escuchar cómo Dios juzga a tal hombre.
1 - El juicio que Dios emite sobre Balaam
Al encontrar a Balaam, el ángel de Dios le dijo: «Tu camino es perverso delante de mí» (Núm. 22:32). Un camino perverso es un camino alejado de Dios que lleva a la perdición, como fue efectivamente el caso de Balaam: los hijos de Israel mataron a los reyes de Madián; «también a Balaam hijo de Beor mataron a espada» (31:8).
Él profesaba ser profeta de Dios y era tratado como tal, haciéndolo su «locura» tanto más culpable (2 Pe. 2:16). Su carácter profundo fue denunciado cuando fue designado por su verdadero nombre en Josué 13:22: Era «adivino»: las dádivas prometidas eran las de la adivinación (Núm. 22:7) y la ordenanza de Dios respecto de esta clase de gente era imperativa: «No sea hallado en ti quien… practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas… mas a ti no te ha permitido esto Jehová tu Dios» (Deut. 18:10-14).
El apóstol Pedro, en su segunda epístola, utiliza palabras más severas para condenar sin apelación la conducta de Balaam. Lo describe como aquel que «ha dejado el camino recto, y se ha extraviado», como aquel que «amó el premio de la maldad» y que fue desobediente y peor que la muda bestia de carga que montaba, la cual, hablando con voz de hombre, refrenó su locura (2:15-16). No fue un falso profeta, sino peor que ello: enseñó al enemigo del pueblo de Dios a «poner tropiezo ante los hijos de Israel» (Apoc. 2:14), pueblo al que se había visto forzado a bendecir. ¡Y qué tropiezo: enseñar a cometer fornicación y a comer de cosas sacrificadas a los ídolos! ¡Fue el instrumento voluntario del adversario y tentador, después de haber sido el instrumento forzado del Espíritu de Dios!
¿Cuál era el móvil que impulsaba a Balaam? Amaba el dinero. A pesar de aparentes protestas, codiciaba en el secreto de su corazón las riquezas que le prometía el rey de Moab. Bien se le pueden aplicar las palabras de Pablo a Timoteo: Quiso hacerse rico y cayó en tentación y lazo, y en muchas codicias necias que le hicieron hundirse en destrucción y perdición; «porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe y fueron traspasados de muchos dolores» (1 Tim. 6:9-10).
No desviemos demasiado pronto la mirada del ejemplo solemne que las Escrituras nos dan en estos capítulos tan serios. La lección es importante, tan importante que en el Nuevo Testamento se nos da otro ejemplo aún más solemne: el de Judas Iscariote. No olvidemos que el primero oía los oráculos de Dios y que el segundo era un discípulo del Señor. ¡Seamos, pues, vigilantes! El germen está en cada uno de nuestros corazones. Si manifiesta su presencia por alguna actividad, no dudemos en extirparlo, por mucho dolor que esto nos cause, y supliquemos a Aquel que tiene el poder de guardarnos sin caída (Judas 24).
2 - La obstinación de Balaam
Lo que resalta en la conducta de Balaam (Núm. 22), es su obstinación. Tenía la apariencia de querer seguir la palabra de Dios. Sin embargo, escogió un camino y se empeñó en seguirlo. Dios le había expresado claramente su pensamiento en cuanto a lo que Balac le pedía (22:12). Y por más que este último hubiera insistido mil veces, ofreciéndole recompensas cada vez mayores, Balaam no tenía por qué volver a Dios para intentar conseguir lo que Dios ya le había rehusado la primera vez. Por eso, frente a la inutilidad de su insistencia, Dios le dijo: «Levántate y vete con ellos» (22:20). Fueron palabras sin duda parecidas a las que Dios dijo al profeta Oseas: «Efraín es dado a ídolos; déjalo» (Oseas 4:17). «Así Balaam se levantó por la mañana, y enalbardó su asna y fue con los príncipes de Moab» (Núm. 22:21). Tal vez se fue con orgullo, pensando haber logrado la victoria. Dios salió a su encuentro. Lo apretó con fuerza, mandando un ángel para oponérsele en el camino. El «ángel de Jehová estaba en el camino con su espada desnuda en su mano» (22:23). Sin embargo, el hombre se obstinó. Las circunstancias eran adversas; Dios usó el cabestro y el freno para refrenar a los que se extraviaban (Sal. 32:9). Balaam no quiso oír nada. Azotó al asna: ¡Era la locura del hombre que no quería escuchar la voz de Dios! No iba a tener la última palabra. El ángel lo apretaba cada vez más, el camino se volvía más estrecho, y ya no había salida. El asna se echó debajo de Balaam, y su amo, enojado, la volvió a azotar. «Entonces Jehová abrió la boca al asna, la cual dijo a Balaam: ¿Qué te he hecho, que me has azotado estas tres veces?… ¿he acostumbrado hacerlo así contigo?… Entonces Jehová abrió los ojos de Balaam, y vio al ángel de Jehová que estaba en el camino, y tenía su espada desnuda en su mano» (22:28-31). El ángel reprendió al adivino y le reprochó su obstinación. Como Saúl en otra ocasión, Balaam exclamó: «He pecado» (v. 34; 1 Sam. 15:24, 30). Sin embargo, en ninguno de estos casos fueron estas palabras el fruto de una sincera humillación ni de una verdadera contrición del corazón.
¿No tenemos una lección para aprender de la conducta de este hombre? ¿No hacemos a veces lo mismo que él? Primero escogemos nuestro camino, y después le pedimos a Dios que lo apruebe, y, a pesar de las más claras directivas de la voluntad divina, nos obstinamos en seguir el camino de nuestro propio corazón. No lo olvidemos, la Palabra llama a esto: extravío, iniquidad, locura (2 Pe. 2:15-16).
3 - Las visiones de Balaam
Sin duda había algo más en «el error de Balaam» (Judas 11): el pensamiento de que el Dios justo no podía bendecir a un pueblo pecador. Que el pueblo fuese pecador, nadie lo podía saber excepto Dios: ¿Cuántas veces había murmurado sin razón? Sin embargo, era el pueblo de Dios. Dios lo había escogido, y lo amaba. Era posesión suya (Sal. 135:4). Se lo iba a demostrar a Balaam con absoluta claridad.
En la primera visión que Dios le da al profeta (Núm. 23:7-10), le enseña que Israel es un pueblo separado. «He aquí un pueblo que habitará confiado (o, solo), y no será contado entre las naciones» (v. 9). De esto resulta tanto su privilegio como su responsabilidad. ¿En qué medida llevamos nosotros, como Iglesia del Señor, este carácter de separación para Dios? ¿Somos verdaderamente en este mundo un pueblo que habita solo? Esto es lo que Dios espera de parte de los que le pertenecen.
En la segunda visión, Dios le enseña a Balaam que su pueblo es un pueblo justificado. Sin duda había mucha iniquidad en Jacob y perversidad en Israel; sin embargo, Dios no ve tales cosas (23:21): ¡Oh, maravillosa gracia que perdona al culpable y borra el pecado! «Echaste tras tus espaldas todos mis pecados» (Is. 38:17). Ya no se acuerda de ellos (Is. 43:25). En verdad, después de la travesía del desierto, nosotros también podremos decir: «¡Lo que ha hecho Dios!» (23:23). Pues esto solo puede ser el trabajo de Dios.
La tercera visión dada al profeta contiene estas sublimes palabras: «¡Cuán hermosas son tus tiendas, oh Jacob, tus habitaciones, oh Israel!» (24:5). Estas tiendas que escondían tantas manchas, de donde se escaparon tantos murmullos, Dios las ve como valles, «como huertos junto al río, como áloes plantados por Jehová, como cedros junto a las aguas» (v. 6). Qué hermosura, prosperidad y poder. La bendición será tan abundante que «de sus manos destilarán aguas» (v. 7) y se extenderá hacia las demás naciones. Una fuerza irresistible animará a este pueblo y, en un tiempo muy próximo, ningún enemigo le resistirá. Que se unan todos contra él, y él «desmenuzará sus huesos» (v. 8).
Por último, se le da al profeta la cuarta visión, la más gloriosa de todas. A este pueblo separado y justificado se le prometen el poder y la gloria. Habrá de verse, «mas no ahora», «no de cerca» (24:17). Pero como se le hacen promesas, estas se cumplirán en su tiempo. «Saldrá estrella de Jacob, y se levantará cetro de Israel». Cristo volverá y establecerá su reino glorioso. Todas las naciones estarán sometidas a él. «Tinieblas cubrirán la tierra… sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria… alza tus ojos alrededor y mira, todos estos se han juntado, vinieron a ti; tus hijos vendrán de lejos… entonces verás, y resplandecerás; se maravillará y ensanchará tu corazón, porque… las riquezas de las naciones hayan venido a ti… vendrán todos los de Sabá; traerán oro e incienso, y publicarán alabanzas de Jehová… glorificaré la casa de mi gloria… Extranjeros edificarán tus muros, y sus reyes te servirán… la nación o el reino que no te sirviere perecerá… a las pisadas de tus pies se encorvarán todos los que te escarnecían… a tus muros llamarás Salvación, y a tus puertas Alabanza» (Is. 60). «En aquellos días acontecerá que diez hombres de las naciones de toda lengua tomarán del manto a un judío, diciendo: Iremos con vosotros, porque hemos oído que Dios está con vosotros» (Zac. 8:23). Los demás pueblos de la tierra irán al encuentro de terribles juicios, Israel en cambio tendrá por delante una gloriosa esperanza, después de haber atravesado una muy grande tribulación.
Nosotros, pueblo de redimidos, justificados por gracia, también llevamos con nosotros la más hermosa esperanza, la cual se hará realidad aun antes que la de Israel, en un futuro muy cercano. No esperamos a un Señor glorioso que viene para establecer su reino, sino que esperamos a nuestro Esposo, el cual aparecerá en las nubes. Solamente nosotros oiremos su voz e iremos a su encuentro en el aire y estaremos con él para siempre.
4 - El fin de Balaam
Balaam se levantó y volvió a su lugar. Dios no cedió. El profeta oyó lo que no quería oír y dijo lo que no quería decir. No recibió la anhelada recompensa. No por eso se dio por vencido. Si bien no podía maldecir a Israel, lo haría pecar. Iba a poner una piedra de tropiezo frente a Israel: los incitaría a comer de cosas sacrificadas a los ídolos y a cometer fornicación con las hijas de Moab (Apoc. 2:14; Núm. 31:16). Y aunque han pasado muchos siglos, Dios recuerda la falta de Balaam como advertencia para nosotros. Es el mal moral y el mal doctrinal que tan a menudo se hallan ligados. “¿Por qué –parece decir el enemigo– no convivir en paz? No estamos obligados a tener el mismo parecer en todas las cosas. Únanse, ofrezcan los mismos sacrificios, compartan los mismos deseos”. Semejante confusión solo puede encender la ira de Dios, y el juicio alcanzará a los culpables: a los hijos de Israel primero y luego también a las hijas de Moab. ¡Que haya muchos «Finees» (25:7) que, teniendo a pecho la gloria de Dios, se levanten para salvaguardar los intereses del Señor! Tienen la promesa de una hermosa recompensa.
5 - Conclusión
En un futuro próximo surgirán en la historia del mundo dos personajes, semejantes al rey Balac y al profeta Balaam. Se trata, por un lado, de la Bestia, jefe del Imperio romano reconstituido (Apoc. 13:1-10) y, por otro, del Anticristo (Apoc. 13:11-18; 19:20). Llevados por Satanás, unirán sus esfuerzos para exterminar al pueblo de Dios. Dispondrán de un poder desconocido hasta entonces y harán milagros que seducirán a los hombres. De esta manera arrastrarán a las naciones a la más formidable batalla que la tierra haya conocido jamás, la batalla de Armagedón (Apoc. 16:16) para aniquilar a Israel. Sin embargo, allí llegará su fin. «En aquel día –dice Jehová– yo pondré a Jerusalén por piedra pesada a todos los pueblos; todos los que se la cargaren serán despedazados, bien que todas las naciones de la tierra se juntarán contra ella… en aquel día yo procuraré destruir a todas las naciones que vinieren contra Jerusalén. Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán… él invocará mi nombre, y yo le oiré, y diré: Pueblo mío; y él dirá: Jehová es mi Dios» (Zac. 12:3, 9-10; 13:9). Sin embargo, en lo más recio del combate, cuando los enemigos de Israel creerán tener la victoria en la punta de la espada, «saldrá Jehová y peleará con aquellas naciones… se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén» (Zac. 14:3-4). Entonces se cumplirá la palabra profética: «Un ángel que estaba en pie en el sol… clamó a gran voz, diciendo a todas las aves que vuelan en medio del cielo: Venid, y congregaos a la gran cena de Dios, para que comáis carnes de reyes y de capitanes, y carnes de fuertes… y carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes. Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo… y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca… Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre» (Apoc. 19:17-20). «Balac» y «Balaam» desaparecen para siempre. El juicio no tardará en alcanzar al que animaba su brazo: «El diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos» (Apoc. 20:10). Así es como se cumplirá todo el designio de Dios para con su pueblo terrestre, designio revelado a grandes rasgos en estos capítulos del libro de los Números.
Sin embargo, hay también algo para nosotros, el pueblo celestial, en estas páginas. Como el Israel de antaño, nosotros también estamos recorriendo los últimos pasos del camino. Sin duda, sentimos a veces el cansancio de un largo viaje, el temor de enfrentarnos siempre con el mismo enemigo que jamás se rinde. No logró impedir que saliéramos de Egipto, pero quiere impedir que gocemos de nuestra herencia. Está movilizando sus fuerzas, multiplicando sus artimañas, preparando sus trampas. ¿Tenemos algún temor? Pues bien, subamos a las alturas, alcémonos sobre «la cumbre de las peñas». Entremos en el santuario del Señor. Recordemos sus pensamientos para con nosotros. Nos escogió por pura gracia para hacer de nosotros su pueblo. Nos redimió, nos justificó; somos para Él una perla de gran precio, su muy amada Esposa. Pone delante de nosotros una esperanza gloriosa cuyo cumplimiento es inminente. Pronto se presentará a su Iglesia, a quien amó y por quien se entregó a sí mismo, gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino santa y sin mancha (Efe. 5:27). Este es el consejo inmutable de Dios.