El refinamiento: el propósito de la prueba
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: TemaLas pruebas y las enfermedades
«Porque tú nos probaste, oh Dios; nos ensayaste como se afina la plata» (Sal. 66:10).
«¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿O quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores. Y se sentará para afinar y limpiar la plata» (Mal. 3:2-3).
«La prueba de vuestra fe, mucho más preciosa que el oro» (1 Pe. 1:7).
Cuanto más puro es el metal precioso, más valioso es. En la naturaleza, se encuentra con mayor frecuencia en forma mezclada o en combinación con otros metales menos nobles. Por esta razón, los minerales de oro y de plata son sometidos al refinamiento y fundidos a muy altas temperaturas. Esta operación permite separar los diferentes elementos, preciosos o comunes.
La Biblia utiliza esta imagen varias veces. Dios puede someternos a prueba, para poner en evidencia en nosotros, lo que es a su honor, y lo que no. Estas pruebas pueden ser dolorosas, pero serán beneficiosas en la medida en que entendamos que Dios quiere acercarnos a él, y quitar de nuestras vidas todo lo que no esté de acuerdo con las exigencias de su santidad. El refinador debe sentarse y fijar su mirada en el crisol, ya que, si se excede el tiempo requerido para el refinamiento, el metal precioso se dañará. Entendemos la belleza y la fuerza de estas palabras: «Se sentará como quien refina la plata». El Señor tiene su mirada constantemente fija en su obra de purificación, con sabiduría y amor para quien es objeto de ella.
Debemos añadir que este trabajo está terminado cuando el refinador puede ver su propia imagen reflejada en la plata fundida. Una magnífica figura de Cristo, que, al ver su propia imagen reflejada en y por los suyos, pone fin a la obra de purificación.
La imagen del refinamiento también se utiliza en relación con la Palabra de Dios. Las palabras del Señor son puras y perfectas. Cuando ella es comparada con la plata, es «como plata refinada en horno de tierra, purificada siete veces» (Sal. 12:6).
El mismo Señor Jesús, que se hizo hombre en la tierra, era perfectamente puro y santo. Podía decir a Dios, según la profecía del Salmo: «Has escudriñado mi corazón... me has probado en el crisol (vaso de refinación), y no has encontrado nada; mi pensamiento no va más allá de mi palabra» (Sal. 17:3, JND, francés). Todos los sufrimientos a los que Cristo fue sometido solo confirmaron su perfecta pureza.
¡Bendito sea Dios por darnos tal Salvador!